Capitulo 10- Lucila (Parte 2)
No le hizo falta demasiada capacidad deductiva para saber quién era. Se trataba de Lucila, su nueva jefa, y por lo que veía, Eva estaba igual de impresionada con ella.
—Aquí la tiene —habló muy seco Gabriel—. Disculpe el retraso, pero es que la muy inútil se quedó dormida y ha tardado demasiado en prepararse.
La reprimenda era dura y clara. Eva agachó su cabeza avergonzada mientras sentía esas escrutadoras miradas sobre ella. Lo más seguro era que la estarían analizando de arriba a abajo, observando cada centímetro de ella en busca de imperfecciones y fallos. Eso le creó una enorme inseguridad que le hizo pensar en que las cosas tal vez no saldrían tan bien como esperaba.
—En fin, una se puede despistar —comentó Lucila, como si no quisiera darle demasiada importancia—. Muy bien, Gabriel, ya puedes retirarte y continuar con tu trabajo. Te agradezco que me la hayas traído.
—Como usted ordene, señora —dijo el nocturno con tono diligente antes de inclinarse.
Le sorprendió la actitud tan sumisa de Gabriel. Hasta ahora, se había mostrado tan autoritario y temible con ella que creía que ese temperamento le acompañaría a todas horas. Sin embargo, ante su jefa se mostraba más calmado y servicial. Eso indicaba que, a lo mejor, Lucila era más peligrosa de lo que pensaba. En ese mismo instante, recordó las palabras de Bernardo...
"Ten cuidado, chupasangre. Sobre todo con Gabriel y su jefa."
Tragó saliva al escuchar la voz del camionero dándole tan clara advertencia.
Una vez el nocturno se hubo retirado, Eva quedó a merced de Lucila y su sequito, quienes seguían observándola con exacerbado interés. La chica se sentía muy intimidada ante esos ojos escrutadores, tan profundos como ominosos. Y los de su nueva jefa, la observaban con mucha alevosía. Se notaba que la vampira se hallaba muy intrigada por ella.
—¿Así que te llamas Eva, como la primera mujer que Dios creó? —preguntó curiosa— ¿Es que acaso tus padres son muy religiosos?
Se quedó en blanco tras escuchar semejante cuestión y no la ayudaba a sentirse segura. De hecho, la ansiedad hacía acto de presencia al empezar a moverse inquieta y al contraer un poco su ojo izquierdo, como si estuviera haciendo un guiño a su público. Lo peor fue cuando intentó hablar. Las palabras se le trabaron en la boca.
—Pues...ellos...lo...son...un poco —tartamudeó de la peor forma posible. Lo último lo dijo de corrillo.
La tensión se palpaba de manera evidente. La mayoría miraba a Eva con enorme escepticismo, poco convencidos de que la joven pudiera destacar en algo mínimamente digno. Sin embargo, Lucila la miraba llena de fascinación. Sus ojos violetas poseían un tenue brillo que indicaba lo interesada que se hallaba por ella. No sabía si tomarse eso como algo bueno.
—Tranquila, no vamos a comerte —comentó la nocturna chistosa antes de beber un sorbo de la copa que sostenía en su mano izquierda.
—¡Pues yo me la comería entera! —saltó alguien a su derecha.
Se trataba de un muchacho que se movió de forma enérgica mientras soltaba aquellas palabras. Era bastante alto, pero su juvenil aspecto indicaba que era menor, incluso que Eva. Debía tener dieciocho años a lo sumo.
—Fabián, por favor, compórtate un poco —le reprendió Lucila, pero el chico la ignoró.
—Venga, Luci, ¡no me dirás que no está buena!
Eva se sintió incomoda ante las palabras del chaval y no era la única.
Abrazada a su brazo derecho, el tal Fabián tenía a una chica de su misma edad. Su rostro lo había ocultado en el hombro del chaval, como si le diera vergüenza dejarse ver. Cada vez que él se movía, ella temblaba un poco, aunque no mostraba ni el más mínimo atisbo de vida. Parecía aletargada o quizás, drogada. Al lado de ellos dos, había otra mujer, mucho más desagradada si cabía que la pelirroja.
—En serio, este niñato es una autentico gilipollas —espetó sin más.
Fabián se volvió y, pese a notársele un poco molesto, no tardó en reírse de una manera muy tonta.
—¿Qué te pasa, Claudia? —le dijo de forma burlona— ¿Es que te da envidia esa chica? Tú tranquila, que también estás igual de buena que ella.
La susodicha Claudia no tardó en mostrarse enfurecida con lo que le acababa de soltar el chaval. Apretó los dientes, entreabriendo sus labios, y dejando al descubierto sus afilados colmillos. Era una más que clara señal de amenaza.
—¿Quieres que te estrelle contra el puto suelo y te reviente la cabeza? —habló amenazante.
—¿A que no hay huevos? —la desafió Fabián mientras se ponía en pie.
Ambos se miraron encolerizados, pero Lucila no tardó en intervenir.
—¡Basta ya! —Su voz, antes suave, ahora se tornó más agresiva—. Estáis dando un espectáculo lamentable.
Ambos vampiros se volvieron hacia ella y, tras un instante de silencio, se calmaron. Fabián se sentó de nuevo y la chica, de la que se había separado al levantarse, se volvió a pegar a él. Claudia, por su parte, se reclinó hacia atrás con un evidente gesto de disgusto en la cara.
Tras acallar a sus agitados compañeros, Lucila se volvió de nuevo hacia Eva, quien se hallaba petrificada ante el inusual espectáculo. Una cálida sonrisa se dibujó en los finos labios de la nocturna, cosa que la calmó un poco.
—¿Por qué no te sientas con nosotros? —le propuso sin más— Estarás más cómoda.
Eva quedó indecisa ante la propuesta. Notó al resto de la comitiva, con sus ojos posados sobre ella, y la vergüenza no cesaba de atraparla. Sin embargo, cuando vio como Lucila posaba su mano sobre el sofá, justo a su izquierda, dando pequeñas palmadas como invitación para que se sentara a su lado, no tuvo más remedio que aceptar.
Ya en el sofá, se sintió algo más cómoda, pero siguió alterada por la excesiva atención. Se notaba extraña entre esos vampiros, pese a ser como ellos. No era solo que no los conocía, sino que parecían hallarse a otro nivel, como si ella perteneciera a una escala social diferente. Una don nadie frente a la elite. Eso tenía cierto toque irónico, teniendo en cuenta que Eva procedía de una familia de clase alta, aunque nunca mostró orgullo por ello. No era tan vanidosa.
Se volvió a la derecha y se encontró a Lucila mirándola de forma curiosa. Le sonrió de una manera que le resultó muy agradable y luego, alzó la copa en señal de saludo cordial.
—Bienvenida al Santuario Carmesí, mi reino particular —habló con un tono bastante pomposo—. Yo soy Lucila, dueña de este club y administradora del litoral. Me alegro de conocerte por fin, Eva.
De repente, se fijó en que le tendía la mano derecha. La chica no supo que hacer en un inicio, pero notando las miradas intrigadas de los otros nocturnos, decidió cogérsela. Era fría, pero también le resultaba suave y delicada. Le sorprendió notar como Lucila comenzó a parparla, como si quisiera quedarse con el tacto de su piel. ¿Acaso estaba analizándola con esos roces?
—Veo que eres de la alta sociedad —comentó—. Te notó tan tersa y fina. Se nota que no has trabajado en tu vida.
No sabía si tomar esa valoración como un cumplido o un reproche. Lo que estaba claro era que la vampira parecía encantada con su presencia. El resto se mostraban, más bien, indiferentes, aunque permanecían atentos a ellas dos. Sobre todo, a Eva, de quien parecían esperar algo, pese a que ella misma desconocía de qué podría tratarse.
—Deja que te presente al resto —dijo Lucila al tiempo que alzaba su copa para señalar a quienes la rodeaban.
Eva miró a cada uno y se sintió un poco insegura.
—A ellos dos ya los acabas de conocer, son Claudia y Fabián —comenzó la nocturna, refiriéndose a quienes tenía a su derecha—. Se comportan de forma revoltosa de vez en cuando, pero la mayoría del tiempo, suelen ser muy buenos.
Al mirarlos, notó como ambos se mostraron un poco contrariados al verse referidos por Lucila. El tal Fabián se inclinó un poco y se fijó en la chispa que emitían sus verdeazulados ojos. Se notaba en el muchacho una intensa vitalidad que, lo más seguro, chocaría con su actitud infantil, algo que se denotaba por su peinado, pelo corto y en punta de un color rubio claro.
—Dios, tu eres la tía que se cargó a esa por la capital, ¿no? —dijo de forma repentina.
Que soltara aquello y, encima de una manera tan poco acertada, fue como un sonoro golpe en el estómago para Eva. Si ya le costaba horrores deshacerse de tan terrible recuerdo, que se lo echaran en la cara sin más, lo hacía peor.
La tal Claudia se tapó su rostro con la mano, indignada, mientras que Lucila dibujó un pequeño gesto de disgusto. Eva, por el contrario, se quedó muda sin saber que hacer o decir. Esperaba que la cosa no empeorara, pero ese chaval parecía entrenado para liarla más. De repente, extendió su brazo derecho y cerró el puño frente a ella.
—Chócala, tía —le soltó sin más—. Eso que hiciste, mola mucho.
De nuevo, un incómodo silencio reinó en el ambiente. El comportamiento del chico ya pasaba de castaño a oscuro y la propia Lucila ya estaba harta de él. En su mirada se notaba una más que evidente ira salvaje que intentaba mantener a raya, pese a que parecía a punto de estallar.
—Fabián, no estoy educándote para que ahora actúes como un completo maleducado —dijo con tono contenido—. Así que o empiezas a decir cosas más sensatas e inteligentes o te callas. Esas son las dos opciones que tienes.
Al final, el chaval se desanimó un poco. Percibiendo la endurecida expresión en el rostro de Lucila, además de su lacerante mirada, se reclinó hacia atrás, bastante disconforme. Claudia, por su parte, puso los ojos en blanco, mostrando lo poco entusiasmada que estaba con la actitud de su compañero. Eva seguía callada, muy perpleja ante lo que contemplaba.
—Tienes que disculpar a Fabián —habló Lucila mientras se volvía a ella—. Es muy impulsivo y le gusta llamar la atención de todo el mundo. No te extrañe que quiera hacer lo mismo contigo.
—Yo solo soy una persona muy sociable —se justificó él mientras la chica rubia se le pegaba de nuevo a su lado tras haberse apartado un momento—. Me gusta conocer a todo el mundo.
La explicación pareció dejar más calmados a todos.
Eva miró a Claudia, quien permanecía todavía un poco disgustada por todo lo ocurrido. Fijándose mejor en ella, notó el rudo aspecto que tenía la vampira. Su rostro estaba surcado de varios piercings. Tenía un aro atravesando su tabique nasal con las puntas saliendo por las fosas nasales. También tenía uno en el labio y cuando la vio hablar antes, recordó que atisbar uno en forma de bola en la lengua. Varios aros más colgaban de su oreja derecha y en el hombro izquierdo, al descubierto por apartarse un poco su chaqueta de cuero, pudo ver otro. Eso, unido a las sienes rapadas, el pelo rubio platino recogido en una corta coleta con las puntas pintadas de rosa intenso, el tatuaje de tela de araña que surcaba desde su cuello hasta la mandíbula inferior y sus resplandecientes ojos ámbares, la hacían ver como alguien de la que más valía tener cuidado, pues tal como había visto antes, ocultaba un peligroso temperamento.
—¿Pasa algo? —preguntó de repente.
Eva se puso un poco alarmada al ver que la nocturna se había percatado de que la observaba. Pese a estar tranquila, notaba un dejo de agresividad bastante altanero en ella. Sin ninguna duda, era una vampira chulesca a la que no le gustaba que la molestasen.
—No temas por Claudia —le comentó Lucila—. Puede parecer peligrosa, pero no muerde tanto como aparenta.
La aludida sonrió de una forma que a Eva le resultó siniestra. No era algo involuntario, desde luego se quería hacer de notar de esa forma. Deseaba que la temiera.
—Bueno, aunque si quiero, puedo serlo mucho, pelirrojita —le soltó antes de guiñarle un ojo.
Fabián se echó a reír ante la indirecta que acababan de lanzarle y Lucila sonrió divertida. Sin embargo, a Eva no le estaba gustando nada tratar con aquella gente. Por más que lo intentaba, se sentía en un lugar al que no pertenecía. Claro que, ahora que lo pensaba, ¿en qué otro sitio encajaba ahora?
Haciendo acopio de toda la voluntad que le quedaba, sonrió de manera algo forzada y notó como Claudia reaccionó de manera mas encantadora, algo que la agradó un poco. Vio la arqueada mueca que era su sonrisa, dejando al descubierto sus dientes, incluyendo los afilados y largos colmillos que la ayudaban a identificarla como una nocturna. Le sorprendía que los vampiros se mostraran con su aspecto real en público, aún a riesgo de exponerse ante los humanos, pero recordó que se hallaba entre iguales y en un lugar controlado por ellos, así que no parecía haber problema.
—Ahora, déjame que te presente a Mosi —dijo Lucila mientras le acariciaba el hombro.
Sentir ese leve roce la hizo temblar. No se esperaba eso para nada. Cuando se volvió a ella. Vio que le hacía una seña para que se girase a su izquierda. De ese modo, pudo conocer al quinto integrante del grupo, quien hasta ahora había pasado desapercibido por completo.
—Eva, este es mi gran amigo Mosi —lo presentó la vampira con cierta diversión.
Delante, tenía a un hombre que vestía con un impoluto traje blanco, el cual contrastaba con su oscura piel algo pálida. Su largo cabello marrón oscuro le caía en una serie de trenzas bien enredadas y pudo notar el intenso brillo rojizo que emanaba de sus enormes ojos. Se volvió hacia Eva, terminando de enrollar en sus manos el porro que se iba a fumar y, con un leve asentimiento de cabeza, saludó a la chica.
—En...encantada —saludó Eva perpleja.
Su vista se fue de un lado a otro, fijándose en le peculiar grupo que le acababan de presentar. Entre el niñato alto y juerguista, su novia medio muerta, la punki aún más lesbiana que ella y el rastafari silencioso, Eva no podía creer que hubiera acabado en un lugar así. Sin embargo, la que más la había dejado sin habla era su nueva jefa, Lucila. Cuando la miró, enseguida notó como esos ojos violetas la volvían a analizar muy bien, poniéndola tan nerviosa.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó Lucila con mucha educación.
No supo que contestarle. La tenía allí delante, esperando una respuesta por su parte, y no sabía que decir. Lucila pareció darse cuenta de ello y decidió actuar por ella. Llamó a uno de los camareros, que había en una barra que se hallaba no muy lejos de donde estaban y se personó enseguida.
—Ponle un licor escarlata —le pidió.
El hombre asintió tras escucharla y se marchó de vuelta a la barra.
Eva quedó en silencio. No esperaba que la fueran a invitar a una bebida y cuando se volvió a Lucila, esta le obsequió una amable sonrisa que le resultó espeluznante. Siendo una mera trabajadora suya, la estaba agasajando con demasiados privilegios, ofreciéndole de beber y presentándole a su círculo más allegado. Resultaba muy extraño.
Miró a Mosi, quien acababa de encender su porro y ya se lo estaba fumando. Al notarla, el hombre se lo tendió, con intención de que lo tomara para darle una calada. Eva lo rechazó con un leve movimiento de cabeza y el hombre asintió, entendiendo su respuesta. Se notó un poco incomoda al rechazarlo, aunque él no parecía molesto.
—Mosi es un buen amigo —comentó de repente Lucila. Eva se volvió para mirarla—. Es de Egipto y, de vez en cuando, viene a visitarme. Es bastante reservado, pero suele tener historias muy interesantes que contar.
El camarero vino con el licor escarlata y se lo dio a Eva. Ella se lo agradeció y el hombre se inclinó en señal de agradecimiento antes de irse. Le sorprendió lo educados y serviciales que eran por aquí, aunque seguro que eso era cosa de su nueva jefa, quien ahora la observaba llena de curiosidad.
—Pruébalo —le dijo.
Se fijó en el líquido rojo contendido en el vaso tubular. Parecía sangre. Le resultó extraño, pero lo cierto era que, pese a sus reticencias, tenía sed y deseaba bebérselo.
—¡Uooooh, el licor escarlata! —exclamó muy entusiasmado Fabián— ¡Esa bebida es fuerte!
—Luci, ¿es que nos la vas a emborrachar? —preguntó divertida Claudia.
Todas las miradas volvieron a estar de nuevo sobre ella. Cada uno de los allí presentes andaba en deseos de ver si se bebía o no el dichoso licor. Al final, no tuvo más remedio que hacerlo. Cogió el vaso, se lo colocó en la boca, entreabrió sus labios e inclinó la cabeza hacia atrás para darle un buen trago.
—Vaya, se lo va a beber de una tacada —expresó impresionada Claudia.
El licor ardía en su garganta mientras lo bebía, pero su sabor dulce le sentó muy bien. De hecho, le gustaba bastante y continuó tragando, no solo porque le encantaba, sino porque quería demostrarle a esos nocturnos de lo que era capaz. Se sorprendió por ello. Nunca se había considerado como alguien desafiante.
—Joder, se va a atragantar como siga así —dijo algo alarmado Fabián.
Al final, consideró que medio vaso era suficiente. Se lo apartó y se secó la boca con el puño de la chaqueta. Sus espectadores la miraron llenos de sorpresa, muy impactados con lo que acababa de hacer.
—¿Te gusta? —preguntó Lucila.
—Si —respondió satisfecha Eva—. ¿Que lleva?
Una pícara sonrisa se dibujó en el rostro de la vampira ante su cuestión.
—Vodka, zumo de frambuesa y granadina —empezó a explicarle—, junto con un chorrito de sangre.
Sus últimas palabras la dejaron paralizada. Se acordó del camarero entregándole la bebida tan tranquila. ¿Sabría acaso él lo que contenía? Se quedó mirando petrificada a Lucila, sin saber que decirle. La nocturna, por su parte, no tardó en adivinar el estado en el que se encontraba por el gesto que pudo leer en su cara.
—Tranquila, son de donantes —la calmó con su sosegada voz—. No se la hemos sacado a la fuerza a nadie.
Parecía divertirse al decirle todo eso. De hecho, por lo que percibía, Lucila parecía querer jugar con ella, como si al hablarle, la estuviera tanteando para comprobar como eran sus reacciones. Una manera perfecta para evaluarla y saber cómo era. Ante eso, decidió ser cautelosa y no meter la pata más de lo debido. Quería causarle una buena impresión.
Se bebió lo poco que quedaba en el vaso y Lucila sonrió satisfecha. Tras eso, volvió a mirarlos a todos. Claudia y Fabián estaban tan pendientes de ella como Lucila. Mosi, por el contrario, se hallaba indiferente a lo que pasaba, fumándose tan tranquilo su porro. Al notar que su vista se posaba en él, le asintió con la cabeza como señal de entendimiento y respeto.
—¿Te lo estás pasando bien? —preguntó Lucila de repente.
Sentir la apremiante mirada tanto de ella como del resto, volvió a ponerla inquieta, pero la pelirroja no dudó en responder. No podía trabarse por nada del mundo.
—Si —se limitó a decir.
—¡Ya lo creo! Este sitio es la leche —intervino de forma molesta Fabián otra vez— Te puedes emborrachar y bailar cuanto quieras, sin contar todas las tías que te puedes follar en una sola noche.
De nuevo, otro incomodo silencio se formó ante el repentino arranque del chaval. Lucila no tardó en fulminarlo con su mirada, cosa que hizo que el muchacho no tardara en darse cuenta de su grave error.
—Fabián, ya es suficiente —le regañó la nocturna como si fuera un niño pequeño—. Por qué no te vas para abajo un rato y nos dejas aquí tranquilas.
El chaval la miró bastante cabreado ante su propuesta, pero no dudó en hacerle caso y se levantó. Claudia, quien permanecía callada, observaba todo con una encantada sonrisa dibujada en su rostro. Se notaba que andaba disfrutando con la situación.
—Vale, de todas formas esto llevaba siendo un rollo desde hace rato —De repente, se dirigió a Eva y le extendió otra vez el brazo para que chocaran los puños—. Me ha encantado conocerte, tía. Molas mucho, aunque seas rara.
Eva miró confusa la acción del chico y, al inicio, no supo que hacer, pero no tardó en concluir que lo mejor era chocar el puño con él y eso hizo. Se dieron un pequeño golpe y eso a Fabián le encantó.
—Bue, yo me largo de aquí —anunció sin más y se largó.
Una vez que había desaparecido, Lucila dejó escapar un hondo suspiro. Claudia, por su parte, se carcajeó un poco, cosa que no le sentó bien a la nocturna.
—Este niñato no tiene remedio —soltó la de los piercings.
La vampira se recostó sobre el respaldo del sofá y extendió sus brazos sobre este para estar bien estirada. Luego, miró a su izquierda y vio a la chica rubia que acompañaba a Fabián tirada como si de una inútil muñeca se tratara.
—¿Y nos deja a esta aquí? —preguntó molesta.
Lucila resopló y sonrió un poco forzada, como si no quisiera perder los estribos.
—Se habrá aburrido de ella.
Preocupada, Eva observó a la muchacha con detenimiento, pensándose lo peor. Incluso, se incorporó un poco para mirarla mejor.
—¿Se...se encuentra bien? —inquirió preocupada— ¿No estará muerta?
Su miedo hizo que Lucila se riera un poco. Su carcajada sonaba calmada y agradable, aunque no le gustó ni un pelo que se tomara aquello con tanta gracia. Claudia también se echó a reír. El único que seguía imperturbable ante todo era Mosi, más centrado en terminar de apurar el porro.
—Tranquila, solo está inconsciente —le respondió desenfadada Claudia, quien le dio un suave golpe en la cintura a la chica. Esta se estremeció un poco al sentir el toque, dejando claro que seguía viva.
—Los humanos acaban así después de morderlos —continuó Lucila—. Primero, sienten un poderoso éxtasis cuando nuestros colmillos se clavan en su cuello y, después de tanto placer, terminan inertes, como si estuvieran dormidos por completo.
—Es como el veneno de una serpiente —terminó de explicarle la punki al tiempo que seguía toqueteando a la rubia por si despertaba—. Los deja a nuestra merced para bebernos su sangre. Lo mejor es que al despertar, nunca recuerdan que les pasó, ahorrándonos muchos problemas.
Miró a la chica, quien continuaba sin responder. Pensó en Natalia y se preguntó si acaso fue eso lo que sintió ella cuando le mordió. Primero, placer y después, serenidad. ¿También ella degustó lo mismo cuando su misterioso Progenitor la convirtió en los baños de la discoteca aquella funesta noche? Solo de pensarlo, un enorme malestar la invadía.
—Claro que no siempre tiene por qué ser así —añadió Lucila—. A veces, también nos puede gustar infundir algo de miedo en nuestra víctima y que no disfrute de la experiencia...
Tanto ella como Claudia se miraron y no pudieron evitar reprimir una cómplice sonrisa en la que parecían transmitirse diversión con lo que acababa de decir. Eva, por el contrario, no estaba nada cómoda. Esa mala sensación al recordar sus traumáticas experiencias la estaba dejando algo afligida.
—Claudia, te importaría llevarte a esta humana de mi vista —le pidió Lucila—. Me gustaría hablar a solas con nuestra invitada y preferiría no tener a nadie más por aquí molestando.
La punki continuaba ensimismada acariciando el pelo rubio de la muchacha, pero escuchó a Lucila y actuó en consecuencia. La cargó por un brazo, echándolo a su espalda y la agarró por la cintura, levantándola con suma facilidad.. Era como si cargara con una pluma.
—Bueno, me la llevaré a mi guarida y pasaremos un ratito divertido —comentó al tiempo que sacaba su lengua en una clara mueca perversa—. Yo sé lo que le gusta a estas chavalas.
Sus ambarinos ojos se posaron sobre Eva tras decir eso. Estaba claro que le acababa de lanzar una indirecta y no supo cómo reaccionar. Claudia siguió mirándola, aunque no porque esperara una respuesta. Lo hacía tan solo por mero gusto. Tener tanta atención por su parte la hacía sentir muy incómoda.
—En fin, Eva, me ha encantado conocerte, pese a no haber hablado —le dijo con voz traviesa—. Ya nos veremos y, sabes, en una cosa lleva razón ese niñato: estás muy buena.
Acto seguido, le guiñó de nuevo y se marchó llevándose a la chica rubia con ella. Se quedó petrificada al notar el desparpajo con el que aquella nocturna ataviada de piercings y tatuajes se le había lanzado. Estaba muy inquieta e, incluso, excitada. Lo peor era que se hallaba lejos de poder calmarse, pues tenía a su lado a Lucila contemplándola tan divertida como atrayente.
—Le gustas mucho a Claudia —habló divertida—. Y no me extraña, eres muy bonita.
Eva se la quedó mirando sin saber que hacer o decir. Estaba paralizada por completo, incapaz de entender que le ocurría. Esta gente la estaba dejando muy impactada con su forma de ser y actuar, tan abiertos y desinhibidos, sobre todo las mujeres. La mirada que Lucila le lanzaba en esos momentos parecía decirle que en cualquier momento se le iba a tirar encima para comérsela a besos. Eso era lo que pensaba cuando, sin previo aviso, su futura jefa alargó una mano y atrapó uno de los rojizos mechones de su corta melena.
—Me gusta tu pelo, tan brillante y rubescente —comentó encantada la nocturna—. Eso sí, lo tienes mal recortado. Deberías de pasarte por una peluquería para que te lo arreglasen.
Tiritaba de la emoción al sentir ese suave roce en su cabello. Notaba los ojos violetas de Lucila, tan intensos posados en ella, observándola con deleite. Resultaba hipnótica como un atrayente espejismo en medio de un desierto. En ese mismo instante, Mosi emitió un ronco suspiro, interrumpiendo tan apasionado momento.
—Me marcho —anunció sin más el hombre.
El porro, ya casi consumido, lo tiró sobre un cenicero que había en una mesita cuadrada y se incorporó. Tras estirarse un poco, se arregló la chaqueta, la cual estaba un poco arrugada, y luego, se dirigió a Lucila.
—Ha sido un placer pasar este agradable rato contigo y el resto, querida amiga. —Su tono de voz sonaba tan educada como artificial. Parecía un robot— Ya nos veremos.
—Lo mismo digo, Mosi, ya nos veremos —habló ella encantada.
El hombre de las rastas se inclinó como gesto de respeto y para decir adiós. A continuación, se marchó de allí, dejando a Eva y a Lucila solas. Cuando la pelirroja se volvió para mirar a su anfitriona, ella ya le esperaba con esa maliciosa sonrisa en su rostro.
—Bueno, ahora parece que por fin vamos a poder hablar con mayor tranquilidad, querida Eva —expresó con bastante alegría la vampira.
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Lamento haber tardado tanto en publicar, pero me ha costado horrores escribir esta parte. Entre el dichoso calor y la falta de ganas para escribir, he tardado mucho en terminar. Para colmo, crear toda esta galería de personajes me ha costado bastante, ya que darles un aspecto diferente y atractivo, sino unas personalidades interesantes. Definir todo eso es mas costoso de lo que aparenta. Con todo, estoy contento con el resultado final. ¿A vosotros que os parecen estos personajes? ¿Os llaman la atención? ¿Y Lucila?
Bueno, trataré de ponerme con la tercera parte lo mas pronto que pueda. Hasta entonces, espero que disfrutéis de esta parte y si es así, espero que me lo hagáis saber a través de los comentarios.
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