CAPÍTULO 33
Notita: Recomiendo escuchar la canción en la escena del hangár.
'Recuérdame por siglos'
DALINA
Seis meses y dos días, 186 días concretamente con un bebé en mi interior y sola la mayor parte del tiempo, y aún por triste que suene lo entiendo, mi novio es el salvador del mundo y debe actuar como tal.
Me sujeto la barriga de embarazada mientras ando por el barco, ansiosa.
Es la única forma en la que logro calmar los dolores que me avasallan diariamente, haciendo que desee morirme. El dolor del útero presionándome, la acidez estomacal, los dolores de espalda o el pecho llenándose del alimento para el niño; todo va a peor con el paso del tiempo y juro que no hay nada que me mantenga con ganas de seguir viva si no es el recuerdo de Anders, anhelando que salga de ahí de una puta vez.
Llevan como tres días y pico ahí metidos y ya estoy harta. Necesito a ese hombre a mi lado. ¡Joder! Que rabia. Como lo echo de menos. Lo único que le ruego a Dios es que esté sano y salvo para no dejar a esta tortura que llevo dentro.
Me apoyo en el mástil dejando que mi cuerpo aspire la luz del mediodía.
El dolor parece huir un poco del sol pero el teléfono dentro del barco suena sacándome de mis pensamientos. Gruño molesta levantándome y andando hacia el móvil en la recámara.
Llego hasta el dispositivo y contesto la llamada.
—¿Sí? —digo llevándomelo a la oreja.
—¡Dalina! —me riñe Anne detrás. —Te he dicho que descanses.
Le saco el dedo prestando atención a la voz en la llamada.
—¿Dalina? —reconozco la voz al instante.
—Laetizia... —musito. —¿Qué haces llamando al número de Anders?
Tomo un suspiro al oír cómo ha sonado eso.
—¿Está ocupado?
—Está en el volcán de la Fuente de la Juventud.
—Ostia. —contesta sorprendida. —Mucha suerte para él.
—Gracias. —digo seca con las hormonas alteradas. —¿Algo más?
—Sí, sí... —continúa. —Resulta que Jason está pidiéndome pruebas de que estáis muertos. ¿Podrías darme algún objeto suyo?
—Como no te de unos calzoncillos... —farfullo. —No ha dejado mucho por aquí. Pero no entiendo, ¿como qué pruebas?
—Mira, me ha pedido alguna prueba que verifique que está muerto. Resulta que vio la noticia pero no se cree nada. Así que necesito algo que me ayude. Ya me ha pedido testimonios; estoy con los Sawzky en su pueblo, vamos a ir a East Plate a verificar su muerte pero quiero llevar algún objeto. ¿Dónde queda la Isla?
—Isla Narvae. —contesto. —Los Sawzky sabrán ubicarla en el mapa.
—Ya vamos para allá.
Cuelga el teléfono y me giro mirando a Anne.
—¿Qué quería?
—No lo sé. —digo. —No le he entendido mucho.
*
Miro por los binoculares como el barco que era de Angus Salvatore; vienen con La Buena Cassidy de transporte y atracan al lado de Veneno en cuestión de segundos.
—¡Buenas! —nos llama la actriz bajando por la tabla de dicho navío.
Yo juego con Marylin sentada en una silla apoyada en el mástil de Veneno. Anne baja la tabla y Laetizia sube seguida de Milla, a quién no veo desde hace bastante tiempo. La abrazo contenta al igual que sus acompañantes como lo son Daliah, Ursule y Gerendaiah.
Nos saludamos y hablamos de cosas sin importancia durante unos minutos.
—¡Dalina! —me llama la actriz. —¿Has conseguido algo?
Asiento lentamente.
—Pero primero quiero que me expliques todo con cuidado. —chisto antes de darle el objeto.
Bufa.
—Joder, no estamos de tiempo abundante...
—Lo necesito, Laetizia.
Rueda los ojos antes de asentir.
—Mira, di el programa donde contaba que estáis muertos. —indica. —Sin embargo, parece ser que Jason no me creyó y me llamó para hablar conmigo. Y desde que hablamos esa vez, nos ha encerrado a mí y a Vangalore en Bahía Blanca.
—Pero... ¿cómo estás aquí? —no me cuadra nada.
—Me metí de polizón a un barco que iba a Cala Verde y, allí, camuflada, conseguí llamar a los Sawzky que vinieron por mí. —explica. —Los llevo de testigos a East Plate pero también necesito un objeto, además de que llevamos una foto trucada. Mira.
Me enseña la imagen falsa que me pone el corazón a latir, apunto de salírseme por la boca al ver la foto con Anders dentro de un ataúd de primer plano.
—Aparta eso de mí. —siento que he perdido el color de la cara.
—Tranquila, está todo hecho con ordenadores de esos.
Respiro intentando conciliar mi mente después de ver esa foto que me ha traído malos pensamientos.
—¿Y cómo reaccionó Jason a nuestra supuesta muerte?
—Ese tío está más loco que su padre. —ríe. —Y te digo yo, que estaba con él, que es complicado. Pero en serio, reaccionó muy mal. Necesitaba como sangre el matar a Anders y ahora está reventado. Pero te juro que estoy cerca de que me crea, en serio.
Asiento y es entonces cuando saco la copia de aluminio del reloj de Anders, el que siempre porta que es de oro y diamantes en la esfera.
—Anders siempre lleva este reloj. Oro puro y 1 quilate de diamante. Seguro se lo ha visto una de las miles de veces que se han partido la cara.
—Entiendo.
Toma el reloj y viene hasta mí, abrazándome. Se siente cálido y le devuelvo el gesto para no parecer una siesa y reconfortándome durante un segundo.
Se aparta de mí sonriente.
—Tranquila, todo saldrá genial. —me dice y asiento. —Cualquier cosa, tienes mi número.
Sonrío amable y me despido de los Sawzky deseando que todo funcione y, que cuando Anders salga de ahí, podremos ser felices sin un rey ni maldiciones detrás.
*
Anders.
Estoy completamente devastado. Me despierto en un campo verde, con un sol agradable mas no molesto. levanto la cabeza, encontrándome con miles de frutas deliciosas y nutritivas por todo el campo. El resto de mis compañeros descansa también sobre el verde pasto.
—Joder... —musito cuando intento levantarme, pero los latigazos de dolor me lo impiden. Me duele todo el cuerpo.
Me giro encontrándome con una extraña fruta, de un tono morado.
La tomo partiéndola por el medio y sacando de dentro un especie de pepitas recubierta de una babilla rara. Llevo media a mis labios, succionándola con fuerza y el sabor es agridulce. Saboreo el momento y poco a poco me voy incorporando.
Siento todos los músculos agarrotados.
El ambiente podría palparse gracias al nivel de intensidad que carga. La muerte de Knavs Turner ha sido un punto de inflexión que ha hecho quebrar la estabilidad de Angus Salvatore con el grupo.
Doy vueltas con la mirada, intentando buscar al hombre en el que pienso al recordar dicho suceso.
Me muevo hasta donde Faraday descansa.
Tomo su muñeca, viendo el tiempo que ha pasado desde que entramos. <<51 horas y 6 minutos>>
—Afuera son las 17 de la tarde del siete de septiembre. —una voz chillona que reconozco al instante me dice. Miro hacia abajo viendo al bicho rojo que nos hace de protector.
—Buenos días, Kaywest. —contesto irónico. —Diría que es un gusto hablar contigo, pero no es cierto.
El bicho se ríe.
—Mucha fuerza. —me dice. —Ya queda poco. Confío en ti.
Asiento y se desvanece convirtiéndose en polvo.
Los muchachos van despertando y podría jurar que me duele hasta el último músculo del cuerpo.
Como algunas frutas más y me posiciono para el siguiente nivel, sin embargo, un dolor punzante me recorre el brazo.
Me remango mirando todo el raspón profundo que emana sangre. Siseo de dolor con el roce de la camiseta.
—Debería mirarte eso. —me dice la enfermera tomando su botiquín portátil de su riñonera, donde también guarda su revólver.
—No es nada.
—Claro. —ríe ella. —Llevo años viendo heridas para saber sí son o no, y esta no es mortal pero sí molesta.
Toma un algodón y lo empapa de alcohol hidroalcohólico. Lo pasa por la herida y juro que casi me pego un tiro.
El ardor es insoportable, siseo evitando soltar la tanda de groserías que serían calificadas como delito de odio.
—¡Mierda!
—Ya, ya. —dice la mujer de tez oscura. —Es esto o un tuétanos.
—Estoy vacunado.
—Me da igual. —musita.
—Maldito sea el día que te elegí de curandera. —voltea los ojos ante mi comentario lleno de dolor.
—Tan hombre y tan llorón. En fin...
Venda la herida y mi respiración vuelve a la normalidad, mientras tanto los tripulantes y el capitán se acercan para el siguiente nivel. <<Metamorfos. Que bien. Estoy harto de este sitio>>
Tamara termina con su trabajo.
El collar donde Marino descansa sigue intacto en mi cuello, al igual que el objeto donde está Kaywest. Todo en orden.
Avanzamos por la cueva y es entonces cuando llegamos a una especie de... ¿nave?
—¿Estamos en un puto volcán o en la película de Alien? —suspiro con ironía.
Vamos pasando y la puerta de donde hemos entrado se cierra abruptamente. Saco la espada y el revólver y miro alrededor. Nos encontramos en un pasillo que va hacia los dos lados, una sala que parece cerrada a cal y canto enfrente nuestra sólo puede ser vista desde un cristal con poca luz. Me acerco a dicho cristal y un bicho minúsculo con la cabeza llena de tiras de carne se lanza contra el mismo, estampándose y llenando todo de sangre verde.
—¿Qué cojones...? —digo mientras la cosa esa chilla y un alarido nos llama la atención.
Me giro hacia los tripulantes, Faraday intenta arreglar el fusible de la luz y lo consigue dejándonos ver un ser mutante absolutamente aterrador a nuestra derecha.
Mide mínimo tres metros, es una mezcla entre una serpiente y un lobo, ya que consta de la cabeza de la primera pero el cuerpo del segundo y los colmillos de un putísimo vampiro.
—¿Qué es esto...? —musita uno de los muchachos y oigo otro sonido al otro lado que me pone peor.
Dirijo mi mirada hacia dicho ruido y veo una extraña aleación entre una sirena, ya que el rostro dota de sus facciones, un esqueleto por el cuerpo pero un hombre lobo por la media capa de pelo en su espalda y los brazos fornidos que tiene.
De un momento a otro, el conducto de la ventilación de dentro del cuarto se abre dejando caer un bicho de cinco metros, con los ojos rojos y una cabeza alargada hacia atrás. Parece un alien pero la boca filosa llena de pinchos me da que es una mezcla entre un xenomorfo y una piraña.
—No sabía que la magia negra pudiera ser tan retorcida. —farfullo sintiendo el dolor de dicho bicho al ver cómo su cuerpo se retuerce; desde aquí oigo sus huesos romperse y se convierte en un lobo con cabeza de alienígena y dientes de piraña que camina a cuatro patas entre alaridos perturbadores de terror. Se gira e intenta derribar la puerta de acero que nos separa de la sala y su potencia se lo permite en segundos.
Entonces, todo pasa demasiado rápido.
Corre hacia mi al estar adelantado, pero me echo a un lado evadiéndolo, de igual manera eso hace que su embestida recaiga en el ruso al que le devora la cabeza en cuestión de segundos.
—¡No! —grita Faraday clavándole la espada y disparando contra él.
—¡Faraday!
Me lo llevo y los tripulantes se separan cuando el metamorfo de sirena y esqueleto viene corriendo, al igual que la aleación viperina-lobezna.
El sonido del metamorfo de lobo y piraña andando es tenebroso; sus pezuñas van contra el suelo y se arrastran provocando un raspón asquerosamente horrendo.
Me meto con Faraday a la sala ya abierta, encontrándome una imagen que me causa náuseas.
Es lo más sádico que he visto nunca. Mínimo siete cuerpos tirados por toda la habitación, tirados contra las paredes y llenando todo de sangre y vísceras. Hay algunos que están abiertos en canal y no tienen ni un sólo órgano y eso me lo confirma el hecho de que hay restos de corazones y cerebros por las esquinas. Algunos están desollados, no hay restos de piel en su cuerpo y son un amasijo de sangre y músculos. Es repulsivo.
Faraday salta los cadáveres y va hasta la puerta que golpea intentando abrirla. El monstruo con cabeza de alien entra al cuarto y se abalanza sobre el grumete.
Entonces actúo rápido, antes de que lo desuelle. Tomo un lanzallamas ya que los disparos le son indiferentes, y disparo el fuego que le atino en la cabeza. Babea encima de Faraday pero el fuego lo hace chillar y en cuestión de segundos se prende en llamas y empieza a saltar de lado a lado intentando deshacerlo. Le disparo atontándolo, y es entonces cuando, con toda la violencia que me caracteriza, le lanzo al espada que le clavo en la cabeza atravesándola. Todo se llena de su asquerosa sangre verde, arranco la espada y entonces corro dándole a la puerta que derribo con el hombro.
Caigo al suelo y me levanto girando a la derecha. Es entonces cuando algo me derriba al suelo y alzo la cabeza encontrándome un ser de tez blanca y cabeza en forma de repollo, literalmente. Intenta morderme pero pongo el antebrazo izquierdo. Ahí me llevo el mordisco que me desgarra la piel y abre la boca llena de dientes, pero su sangre me tiñe el rostro cuando Faraday tira una lanza que le atraviesa esa cara tan fea.
Me levanto con el brazo palpitando.
—Mierda... —musito ardiendo de dolor.
Avanzamos y las luces tintinean. Es entonces cuando oigo un cristal romperse y miro hacia arriba, encontrándome con un cristal que se rompe dejando caer montones de mini pirañas mezcladas con alienígenas, dotando de los dientes el primero pero el cuerpo del segundo. Me echo a un lado evitándola y piso una que, literalmente, explota llenándolo todo de mierda.
Disparo con el lanzallamas quemándolas una a una, pero el problema viene cuando estas formas son una especie de cáscara y de ahí dentro salen unos bichos de dos metros, literalmente el mismo ser pero en grande.
Saco la espada y me cubro la cabeza cuando viene directo a por ella, corto con fuerza al bloquearlo y grita con la boca cortada.
Viene de nuevo y se lleva una llamarada que lo deshace.
Salen como veinte más y los deshago con el fuego, sin embargo, uno de los últimos logra esquivar el fuego y se me tira encima intentando desollarme. Toma mi cuero cabelludo y literalmente siento que me lo arranca, pero lanzo el patadón a su cabeza que suena a hueso roto y lo despisto haciendo una maniobra arriesgada pero acertada.
Avanzo con el cráneo hacia su boca, se despista e intenta morderme pero lo engaño metiendo el lanzallamas con el que lo quemo vivo cuando no le permito cerrar la boca.
Me quito el cuerpo ardiendo de encima y avanzo hacia otro pasillo igual al principal, solo que ahora tiene un pasadizo donde se ve la salida.
—¡Es por aquí! —grito viendo la cueva.
Sin embargo, me fijo en que en el patrón del suelo es tremendamente raro, ya que consiste de un tramo de material normal, es decir, de metal, pero en la mitad tiene una trampilla de rendijas y más adelante otra; como una especie de clave donde no hay que pisar.
—¿Qué...?
—¡Anders!
Me voy al suelo con el empujón de algo que me babea el pelo. Me giro bloqueando con la espada un bicho que tiene forma de oso y cabeza de serpiente.
Intenta arañarme y me doy cuenta de que tengo medio cuerpo apoyado en la trampilla, noto que se hunde ligeramente y el oso lanza un zarpazo que esquivo haciendo hacia atrás la cara, de igual manera las uñas me raspan y noto la sangre caliente caer de mi cara.
Compruebo que la trampilla que se hunde cada vez más y el oso saca la lengua salpicando saliva envenenada, pero entonces tomo sus hombros y con la parte alta de mi frente y toda la fuerza necesaria, lanzo el golpe que atonta a la aberración de metamorfo. Rezo porque esto salga bien y hago esfuerzo con las piernas hacia arriba, dando la vuelta con el oso encima. Ahora yo quedo encima de él pero la trampilla se hunde amenazando con abrirse. Me levanto y apoyo los pies en vigas firmes, el peso del oso termina de abrir la trampilla y cae por el agujero frente al que me tambaleo. El vértigo me toma y veo caer a dicha aberración hacia un oscuro e infinito abismo.
Me zarandeo y caigo hacia enfrente apoyando las manos en el borde de enfrente.
La trampilla se cierra segundos después y me levanto rápido para que no vuelva a abrirse. Me toco la cara, arañada, palpando toda la sangre que sale de la herida.
No cesa y me empapo las manos y el cuello de la camisa.
—Capitán, capitán. —me dice Tamara sacando una gasa que me coloca en la cara. —Menuda hemorragia. Sostén.
—No soy capitán.
Mi comentario la hace reír y saca todo para curarme.
—Cuidado. —le aviso alejándola de la trampilla. —Se abren y hay un abismo.
Frunce el ceño limpiando la herida.
Unos cuantos tripulantes pasan para la salida, con cuidado de las trampillas cuando les advierto. Calamity, Angus, Faraday, Enerah, Rhea...
Siseo ante el escozor de la herida y Tamara prepara un vendaje.
Pero de un momento a otro, uno de esos bichos blancos con cabeza de repollo se abalanza sobre ella, tirándola al suelo.
Amenaza con devorarle la cabeza pero soy rápido cuidando el bien más preciado de la tripulación; tomo al ser del infierno por detrás, clavando la espada. Se revuelve y grita, Tamara aprovecha para huir y ponerse en situación segura pero el monstruo me lanza por los aires hacia el otro lado.
La espalda me cruje ante el impacto, me retuerzo de dolor pero debo continuar. El animal viene por mí sin herida alguna, pero alguien me tira un lanzallamas con el que defenderme.
—¡Anders! —me chillan y lo agarro echando al bicho atrás.
Empieza a berrear pero al artefacto se le acaba el fuego, entonces tomo una decisión drástica.
Tomo las piedras a los lados de la entrada de la cueva y los lanzo contra el techo de madera del puente. El suelo de metal se remueve pero no ceso y continúo hasta que una viga quiebra, amenazante de caer.
—¡¿No queda nadie dentro?! —grita alguien pero la verdad es que no me importa.
El fuego se extingue pero no dejo de lanzar piedras para tirar el techo. Este se resquebraja varias veces hasta que finalmente cede y derrumba todo dejándome a merced del cielo que lanza bolas de nieve bastante grandes.
Entonces me giro y me meto a la cueva, dándome por seguro.
—¡Eres un inconsciente! —me grita Craber, molesto. —¡No sabías si queda alguien dentro!
—¿Acaso quedaba? —refuto. —¡No queda nadie y deja tu puto drama que era la única forma factible!
—¡No es un drama, siempre estás con tu egoísmo y tu manera impulsiva de hacer las cosas! —habla cada vez más alto demostrando una necesidad de quedar por encima. —Por eso es que ya no eres capitán. Por tus impulsos de mierda y morirás sin saber controlarlos.
Río ante su comentario el cuál iba a hacer daño pero evado completamente.
—Qué lamentable que compares tus pocos días de capitanía a los años que estuve en el puesto. Días que, por cierto, aún siendo pocos, nos han traído más funerales que días en sí que llevas de capitán.
No digo nada más perdiéndome por los pasadizos de la oscura cueva.
*
Jason.
8 de septiembre.
Observo los papeles encima de mi mesa, sonriente.
El certificado de venta con el nombre de Monique indica que, por fin, todos los medios de Guiena son míos. Me dirijo hacia mi mesa.
—Primer paso de la dictadura; —habla una voz conocida que se está volviendo un dolor de culo. —prohibir las noticias en tu contra.
Me giro encontrándome con la monarca del Reino Unido y su mirada de escrutinio y moral perfecta.
—No es para eso. —invento. —Es porque los medios tienen acciones que me interesan y La Casa Real necesita dinero.
—¿Necesitas dinero? —cuestiona. —Yo puedo prestarte, si así lo deseas.
—Sí, claro. —bufo sentándome. —Y luego darte el pisto de ser la reina más solidaria de todo el planeta Tierra, ¿no?
—Piensa el ladrón que todos son de su condición. —sonríe. —Qué lamentable.
La puerta suena cuando alguien toca.
—Pasa. —contesto al sonido y miro a la británica. —Me encantaría que abandonaras mi despacho y te fueses a controlar a tu hija, que anda muy desviada últimamente.
Gruñe molesta ante mi comentario y se va por la puerta.
Se me amarga el día al ver a Laetizia Sinners bajo el umbral.
—Joder... —farfullo pasándome las manos por el pelo.
—Yo también estoy encantada de verte.
Su tono burlesco activa mis impulsos y saco el revólver que le pongo entre ceja y ceja cuando viene con unos papeles en la mano.
—Eres una hija de puta. —escupo con rabia. —Me has robado el Libro Monárquico, has difundido todos sus secretos y aún tienes la cara de venir aquí sin ni siquiera habérmelo devuelto.
Sonríe y carraspea la garganta y justo quito el seguro del arma pero me detengo al ver a Maximilian Mohler entrando detrás de ella.
—Déjala, Jason, por favor.
La rabia se me sube a la cabeza.
—¿Has venido a defender a tu puta? —hablo molesto.
—Es importante lo que tiene que decirte. —continua. —Baja el arma, por favor.
—¡No quiero oír nada de lo que tenga que decirme esta sabandija!
—Yo creo que sí. —insiste ella. —¡Chicos, venid!
Frunzo el ceño sin bajar el arma y de repente un montón de lugareños me llenan la oficina.
—¿Qué cojones...?
—Bueno, Jason. —musita. —Te presento a la familia Sawzky. —dice. Aparto el arma cuando toma a una mujer y la pone frente a mí. —Ella es Milla Sawzky. Amiga de Anders y testigo de que el capitán y toda su tripulación están muertos.
Las palabras me entran por un oído y aún deseosas de salir por el otro, no lo logran pues se quedan rondando en mi mente. <<Anders está muerto>>
Mis neuronas intentan guardar todo el odio, porque como lo deje salir hago una matanza de civiles y las paredes de mi oficina están recién pintadas para llenarlas de sangre.
—No te creo... —titubeo con el escaso aire que tengo.
—Buenos días, Su Majestad. —me saluda la mujer llamada Milla. —Quiero que sepa que sí, es cierto. Soy amiga de Anders, ellos vivían por la zona, no sé exactamente dónde, y un día fueron a una misión y jamás regresaron.
Niego lentamente con la cabeza.
—No...
—Mira. —viene una mujer de cintura estrecha hacia mí. Me atrevería a decir que es la hermana gemela de la mala de la película de 101 Dálmatas. —Esto era suyo.
Me tiende el reloj que reconozco al instante. En efecto, es el reloj que Anders siempre ha llevado en la muñeca. De oro verdadero, con diamantes rodeando la zona de las agujas y de un tamaño relativamente pequeño. <<Puto marinero>>
—¿Me crees ahora? —cuestiona la chirriante voz de Laetizia y resoplo.
—¿Qué me dice que no os habéis encontrado con él y os lo ha dado? —respondo.
—Esto. —me habla la mujer llamada Milla y me tira una foto que me hace apartar la mirada.
La imagen consta de un ataúd abierto que enseña el cuerpo de Anders. La calidad no es específicamente genial pero se distingue.
Es perturbadora. Logro reconocer su cara y el resto de ataúdes auspicia lo que dice la actriz y los lugareños. Es cierto, Anders Hemsworth y su tripulación están muertos.
Me falta el aire, la rabia que tengo no me deja pensar y es cierto que me he quitado a esta bestia de en medio pero no como me gustaría
Pensar que el peor castigo para este cabrón era morir en mis manos y no ha podido ser.
—¡Largo! —grito tirando el reloj del capitán. —¡Fuera de aquí!
Milla se asusta con el grito y los lugareños comienzan a salir asustados, la actriz se queda de última y antes de que salga me mira, dándome la oportunidad de advertirla.
—Quiero el Libro antes de las 00 de mañana, Laetizia. —la rabia es lo más latente en mi tono de voz. —Como no lo tenga, iré por ti y no es un farol.
Me sonríe tonta.
—Por supuesto, Su Majestad.
La ira que me corroe me hace lanzarle el vaso que se estrella y se rompe contra la puerta cuando sale despavorida.
֍
—Espero que, después de darte trabajo, casa y comida, seas decente y me digas la verdad.
Leva Pasmova me observa de arriba abajo, con cierta determinación que, por decencia, debería ser consciente que yo debería tenerla.
—Ya te he dicho que no tengo ni idea de que pasó con el libro. —contesta la rusa. —No he hablado en mi vida con Laetizia Sinners, no tengo motivos para darle los Libros Monárquicos y más aún cuando no sé donde están.
La cincuentona dice todo con tanta seguridad que me provoca creerla.
—No te creo ni media, Leva. —gruño molesto. —Aquí, la única con tal poder para entregarlos eres tú.
—¿Quién te lo asegura? —chista ella. —¿Solo porque soy la de la limpieza? Deberías pensar en otras personas aún más cercanas a ti, y por ende, con más poder sobre tus secretos. Así, por ejemplo, la jovencita caucásica que te tiras. ¿Por qué ella no y yo sí?
Sus palabras me ponen a dar vueltas el cerebro.
—Leva, no manipules...
—No te estoy manipulando. —aclara poniendo las manos a la altura del pecho con falsa inocencia. —Solo te estoy abriendo nuevos campos de visión, Jason. Para pillar a quiénes te fallan, tienes que abrir tu mente y explorar nuevas posibilidades. —sus palabras me dejan atontado. —Ahora, con o sin tu permiso, me voy. Tengo tareas que completar en tu castillo.
Sale de mi oficina sin decir mucho más.
La odio. Leva siempre consigue, de una forma u otra, no decir nada pero decirlo todo a la vez. Jamás contesta a mis preguntas, solo da trescientas vueltas al tema para dejarme en el punto de partida de nuevo.
Busco mi caja de habanos y salgo de la oficina encendiendo uno. Llego hasta el Salón Real, donde me encuentro a mi nuevo martirio.
—Buenas tardes, Majestad. —me dice la Reina Victoria. —¿Deseas sentarte? Qué gusto compartir un puro contigo.
Le lanzo un cigarro de tagarnina cubana y lo atrapa al vuelo.
—Me voy a sentar, pero porque es mi casa. Una pena no poder decir lo mismo; no es un gusto compartirlo contigo.
—Pues haz como yo, miente. —ríe encendiendo el habano con el mechero en forma de serpiente.
Expulso el humo de mi garganta y bufo mientras la Reina Victoria juega con su perro Noble en su regazo. Miro las noticias de refilón, en este país pasan miles de cosas al día y ninguna es importante.
Han pasado varias horas desde el encontronazo con Laetizia y los Sawzky.
—Espero que un día salga el desvelo de que mataste a Dakota por mero aburrimiento. —habla la monarca británica. —Sería sublime.
—Yo estaré esperando a que se filtre el informe psicológico que dice que quedaste loca después de que se murió tu marido. Tal vez por eso andas encamándote con indios, no lo sé.
Bufa ante mi respuesta. Está todo el día tocando las narices, yo también sé responder. Y no me tiembla el pulso a la hora de sacarle en cara sus rumores y sus trapos sucios.
Las noticias arden con las indirectas que nos tiramos Victoria y yo en la cena. Ya no hay quién haga creer que nos llevamos bien; supongo que quedará para el recuerdo el hecho de que más de tres generaciones de monarcas británicos y guiéneses se llevaban bien hasta que llegamos nosotros.
De un momento a otro, los movimientos confusos de la reportera en la televisión me sacan de mis pensamientos y me hacen focalizar mi atención en ella. Parece buscar algo, mira de lado a lado y asiente varias veces.
—Tenemos una lamentable noticia de última hora. —habla la mujer después de recomponerse. Presto atención cuando un cuadrado aparece en la esquina derecha de la pantalla dejando ver unas imágenes en directo.
Montones de gente se reúnen en la puerta de una casa, aguardando con expectación y sale un grupo de personas con una camilla donde alguien, algún cadáver, reposa en ella mientras lo sacan.
—¿Quién ha muerto? —pregunta la Reina y su respuesta llega cuando la reportera habla.
Las palabras me caen como un balde de agua fría, pero a diferencia de la expresión común, esta me hace feliz.
—Hoy, a las 16:56 del día 7 de septiembre, se confirma que se ha encontrado el cadáver sin vida de la conocida actriz, que recientemente ha vuelto a los platós, Alicia Jenkins, conocida por su nombre artístico. Vangalore Terris.
<<Vangalore ha muerto>>
No logro decir una sola palabra.
—Fuentes internas comentan que parece un suicidio, sin embargo, ahora está realizándose la transportación del cadáver a la morgue donde se realizará la autopsia.
En ese momento, una sonrisa inconsciente sale de mí.
—Mira que eres mala gente. —me dice Victoria al verme sonriendo y no puedo evitar soltar una pequeña risotada.
֍
9 de septiembre.
Dos días desde la muerte de Vangalore.
Efectivamente, la autopsia confirmó que había sido un suicidio; se cortó las venas y fue la propia Laetizia quién la encontró en la bañera, sin vida.
Por mera naturalidad me encuentro con la monarca, que abandona hoy el país a las 12:00, y su hija, que llora triste por la muerte de su amiga.
Andamos rodeando la iglesia chabacana donde es el entierro y la misa de la actriz. Sé que ella no hubiese querido que estuviese aquí, pero está muerta y me da igual lo que hubiera querido. Prefiero cuidar mi imagen. Me acomodo las gafas negras y noto que alguien viene detrás mío. La gente sigue marchando y a mí me para Laetizia Sinners haciéndome a un lado.
—¿Qué cojones haces aquí? —se queja ante mi presencia. —Eres un descarado de tener los cojones de venir aquí después de todo lo que nos has hecho a mi y a Vangalore.
—Me da igual lo que opines tú o lo que hubiera opinado la muerta. —rechisto. —Estoy aquí por lo que estoy y lo sabes. Ahora, dime tú. ¿Dónde está mi libro?
Bufa dejando pasar a la gente por su lado.
—No...
—No quiero excusas. —gruño molesto. —Te estás buscando que te entierre un tiro aquí. —le señalo la frente. —Y no es un farol, Laetizia. Ya no sois dos; ahora eres una y debes andar con cuidado.
Me mira con algo parecido al temor y gozo la sensación.
No digo nada más avanzando hasta encontrar de nuevo a la Reina y a la Princesa Beatriz, que llora. Su madre la consuela y segundos después llega la actriz con la que se abraza.
Ruedo los ojos con fastidio y doy una mirada periférica, buscando entre todos los Guardias Reales disfrazados a alguien interesante. A lo lejos, veo directores de películas y al lado de los cuatro que portan el ataúd, reconozco a Sabela Outparks, una actriz del grupillo de Laetizia, casada con uno de mis hombres. Algo raro pasó ahí, pero fue hace nueve años y la verdad es que no me acuerdo.
Sabela para encontrándose con la cara de lágrima a Bea y Laetizia.
—¿Esto no es cosa tuya? —me dice Victoria.
—Estoy ya harto de ti. —le suelto. —Como me alegro de que te vayas hoy.
—Tenemos una cita a las 10. —mira su reloj imaginario. —Faltan dos horas. Tick, tack. Tick, tack.
El maldito referéndum. No para de darme vueltas en la cabeza.
Y desde ese momento, no lo hace.
La misa transcurre con una normalidad abrumadora. He estado cerca de caer en los brazos de Morfeo varias veces, pero me he contenido.
A las 09:19, después de encerrar el cuerpo de Vangalore en el hueco, entro a la limusina seguido de Victoria y Beatriz del Reino Unido, listo para el referéndum.
—¿Estás preparado?
Asiento a la pregunta de La Reina y el chófer, Dante Messiri, arranca con dirección al Ayuntamiento de East Plate, seguido de varios coches con guardias. El corazón me late bastante deprisa. Tengo un plan genial para mantenerme en el poder, sin embargo, no puedo evitar sentir pánico. Arribamos al Ayuntamiento diez minutos después, aproximadamente. La plaza ya se encuentra atestada de gente que espera para votar; a favor, o en contra mía.
Me tiemblan las piernas.
Después de todo lo sucedido, la muerte de Monrovell, las manifestaciones.... Dudo sacar el porcentaje adecuado para seguir reinando. Es por eso que sé lo que debo hacer. Me bajo de la limusina y los chillidos de la gente me hacen querer arrancarme las orejas. Ignoro a todos abriéndome paso por la plaza gracias a los gorilas que tengo de guardaespaldas. La Reina Victoria avanza detrás mía y llegamos al Ayuntamiento donde unos guardias nos esperan. Abren las puertas dándonos paso y nos adentramos donde los civiles esperan para contar los votos en una mesa alargada. Hay mínimo cien y la policía está por todos lados.
En un palco más arriba y enfrente del escenario dentro de la gran sala nos ubicaremos nosotros. Nos encontramos dentro del cuarto para reuniones del Ayuntamiento de East Plate, una sala en forma de teatro pero sin butacas, son sillas a la misma altura que el escenario donde está la mesa larga.
—Por aquí, por favor. —nos indica un hombre de traje elegante que nos lleva a una puerta. La abre y nos da paso a las escaleras que suben al palco. Allí abajo quedan vigilando varios hombres comandados por Liam Davis.
Subimos hasta llegar a la entrada del palco. La británica llega ahogada y me aguanto la risa. Entro sentándome en un lado del sofá y enciendo un puro.
—Tienes que dejar eso. —musita la mujer recolocándose ahogada. —Mira como me tienen a mí.
—¿Quieres uno?
Se ríe y se sienta en la otra esquina recibiendo el cigarro.
Pasamos el rato hablando de asuntos de no demasiada importancia. Me reitera que debo darle su cobalto, le digo que sí, que ya tengo listo el navío para el envío. Obviamente es mentira, va a salir de Guiena y no va a entrar nadie más hasta nueva orden por lo tanto no hay cobalto para ella.
Ansío el mensaje en mi teléfono y la parte de abajo del Ayuntamiento se va llenando de gente que deja su papel en las urnas, papeles que cuentan los infiltrados.
Sorprendentemente, sin discutir, la británica y yo mantenemos una charla animada sobre los problemas de nuestros países.
—Las enfermedades son un caso aparte. —me dice ella. —Cualquier cosita que salga puede ser un maldito virus que va a causar una epidemia y todo el mundo se asusta. Es horrible.
—Es cierto, —contesto. —todos creen que va a ser fatídico y mortal y que va a diezmar la población. Así pasó y aunque sí los ha habido, ¡no todos!
La vibración de mi dispositivo me distrae pero intento seguir.
<<El mensaje>>
—Por no hablar de que cualquier tardanza en la salud pública lo achacan a la dichosa pandemia. —refunfuña ella.
—Cierto...
Miro el mensaje de soslayo cuando se despista buscando la botella de Brandy para servirse un trago.
SMS: Número desconocido.
Todo en orden.
El mensaje me pone a temblar cuando miro hacia abajo y reconozco a la mujer rubia, parte del servicio secreto que lanzó aquella bomba de humo.
<<Scarpie Ragnarersson>>
Tomo una inspiración larga y Victoria se da la vuelta con la botella llena de líquido acaramelado.
—¿Quieres?
Asiento dejando que me llene la copa.
Es entonces cuando, al mismo tiempo que ella termina de llenar mi copa, las luces de todo el Ayuntamiento se apagan dejándonos a oscuras. Los gritos semi silenciados de la muchedumbre abajo de nosotros.
La gente empieza a desesperarse.
—¡Jason! —me llama la monarca. —¡¿Qué está pasando?!
Alguien irrumpe en la sala y la mujer que tengo al lado comienza a hacer sonoros estropicios.
—¡Jason!
—¡Su Majestad, soy yo, el Comandante Davis!
—¡¿Qué ha pasado?! —pregunto haciéndome el tonto.
Los gritos se hacen más audibles cuando la puerta deja pasar el sonido y parece que una estampida avasalla la sala del Ayuntamiento.
El descontrol toma todo el lugar, Victoria rompe toda la sala buscando apoyo y de repente las luces se encienden acabando con la zozobra.
La imagen es absolutamente ridícula. Todo tirado en el suelo, la mesa de una sola pata al lado del sitio de Victoria está derriba y eso ha provocado que el vidrio de la botella se quiebre. El licor se esparce por el suelo, el sillón donde estaba está torcido y el pelo de la monarca está completamente desordenado.
<<Ha pasado una estampida de elefantes haciendo lucha grecorromana por aquí>>
Miro a Liam e intento guardarme la carcajada que se esmera en salir.
—Lo siento, yo...
—No pasa nada, su Majestad. —le dice Davis. —Se ha asustado; han sido unos segundos de intensa zozobra. Llamaremos a alguien para que limpie esto y listo. No ha pasado nada.
Liam se retira y me asomo, viendo cómo la policía y la Guardia Real intentan recomponer a la gente. La rubia no se encuentra por ninguna parte. Los escrutadores se sientan y continúan con su debido labor.
El orden vuelve pocos segundos después y respiro tranquilo.
<<Solo espero que haya salido bien>>
֍
Las horas habían pasado. La zozobra era enorme, Victoria y yo habíamos comido en el palco observando los votos. La prensa había llegado; la mujer tiene el vuelo a las 17.45 y debíamos estar allí un rato antes al ser privado.
En cinco minutos se anunciarán los resultados finales.
—Recuerda nuestro trato, querido. —mira el reloj que indica las 14.23 mientras me habla. —Si sale más del cincuenta por ciento, debes abdicar.
Asiento lentamente.
—Lo sé.
Pero no va a pasar.
Idée el plan perfecto con mi gente en el G14, con ellos es que he creado la idea de apagar toda la ciudad, incluyendo el Ayuntamiento desde las alcantarillas por las que va la luz y así cambiar las cajas con más votos. Había pasado un rato y aunque luego ha llegado más gente, sé que podremos.
Hablamos de banalidades y entonces es cuando nos llaman para bajar.
Llegamos al escenario principal, y los flashes disparan, pero se vuelven locos cuando La Reina Victoria levanta la cabeza y tiran más de mil fotos en cinco segundos.
—Cuando quiera, Su Majestad. —me dice Liam y me pongo frente al atril asintiendo.
—Hoy es un gusto estar aquí, acompañado de Su Majestad La Reina Victoria para ver en esta gran pantalla —miro hacia atrás viendo el telón que refleja los resultados. —En pocos segundos, van a llegar los resultados y averiguaremos si es posible mi continuidad como rey es posible.
La gente aplaude y me giro viendo que primero salen los números.
Ambas barras avanzan y una llega hasta el 49,6%... y la otra hasta el 50,4%.
Resoplo; la muchedumbre da un suspiro conjunto ante lo ajustado de los resultados. Victoria sonríe asegurándose la ganancia y el corazón me late con fuerza en el oído.
Anhelo por saber que barra es cada una.
Los segundos son pocos, pero suficientes ya que se me sube todo y mi pecho va agitado, acelerado ante la posible falta de poder.
Pero entonces sale.
La barra perdedora se llena con la palabra 'no' en rojo, aclarando que el 49,6% por ciento de los votos no quieren que sea rey.
El sí me da la victoria y miro a la británica sonriente.
La gente comienza a aplaudir y celebro mi estadía de monarca preparándome para mi discurso.
֍
17.30 PM. Aeropuerto Internacional Santa María Córdova de East Plate, Guiena.
Los últimos días han sido estresantes para mí. Entre los rumores de prensa, el incendio de Luvemount (que precisamente, ya casi está reconstruido), la ''misteriosa'' muerte de Dakota y las manifestaciones republicanas yo no doy para más. Han sido los peores días de mi vida, pero sin duda lo peor ha sido la llegada de... ella.
La reina Victoria del Reino Unido y emperatriz de la India, hacía varios días que había llegado a Guiena como su primera visita de Estado a este bello país.
Nuestra primera charla fue... ¿cómo decirlo?
Desastrosa, horrible, catastrófica y soporífera.
Esta mujer me ha amenazado sistemáticamente con invadirme y convertir Guiena en territorio inglés. Bajita pero muy agresiva. Aunque para ser sinceros yo la amenacé con matarla y decir que había sido un infarto, así que estamos en paz.
Tras ruedas de prensa, intentos de atentado, discusiones y muchos, pero muchos habaneros por fin había llegado el día. El día en que esta bola de bolera abandonará MI país.
Me encuentro en el carruaje real junto a la susodicha. Es tradición subir a los jefes de estado extranjeros al carruaje real para la despedida. Este carruaje, fabricado en 1770 en oro puro era y es el vehículo más incómodo de la familia real, solo con el movimiento dan ganas de vomitar, lo veía reflejado en la cara de Victoria.
—¿Mareada? —pregunto con una ligera sonrisa.
—Ton... ton... tonterías. Me encuentro perfectamente. —titubea.
—Si tu lo dices. —Saco un puro de mi bolsillo, ofreciéndole a la reina. —¿Quieres uno?
—No gracias, estamos a punto de llegar.
Tiene razón. El carruaje estaba entrando al aeródromo por una entrada trasera cercana a la pista de aterrizaje.
Mirando por la ventanilla diviso ya al jefe de la Casa Real, la banda de música, a Bunbury y el colosal A—310 propiedad de la Casa Real Británica aterrizado en medio de la pista.
El carruaje, tirado por caballos aparca en frente de la entrada lateral del avión.
Victoria fue la primera en bajar con algo de dificultad por su altura. Yo la seguí, sin apenas dificultad.
Tras bajar los dos, el carruaje se marchó y aparcó en el otro extremo del aeródromo. Victoria y yo nos quedamos parados mirando el avión. El silencio se hace incómodo.
—Bueno, supongo que esto es un adiós...—Dice la reina con tono aliviado.
—Gracias a Dios, un día más y me tiro desde el balcón del Palacio.
—Tampoco fue tan malo, Jason, ha sido una de las visitas de Estado más entretenidas que he tenido. Eso sí, haz lo que te dije o si no, bombardeo estas islas de mierda. —susurra en un tono tan ínfimo que solo oímos ella y yo.
—Ya estamos con el temita... No te digo hasta de que te vas a morir porque está toda la prensa grabandonos.
—Lo que usted diga, Majestad.
—Llegas a estar una semana más y llegamos a las manos.
Eran casi las 18.00 de la tarde, el avión está por despegar y Victoria comienza a moverse en dirección a la pasarela que daba a la puerta de embarque. Pero se olvida de algo.
—Victoria. —le digo frunciendo el ceño, dándome cuenta de que no sabe ni dónde está.— ¿No te olvidas de algo?
Ella se giró rápidamente y me miró extrañada.
—No, ¿olvido algo?
—No sé. ¿Piensa? No vea la señora; ni se acuerda de lo suyo.
—¿Qué dices?
—Beatriz, vea. ¿Tu hija, tal vez?
Sus ojos y su boca se abrieron como platos.
<<¿En serio se ha olvidado de su hija?>>
—¿Dónde está Beatriz?
—¡Ding, ding! —imito una campana haciendo el gesto. —Título a madre del año para Victoria del Reino Unido. Su hija viene en unos minutos en otro carruaje. De hecho; ya están entrando al aeródromo.
Victoria gira su pequeña cabeza, mirando en dirección a la entrada.
La pequeña carroza que llevaba a Beatriz aparcó frente a nosotros, y, de ella bajó la joven princesa con un vestido azul cielo.
—Majestades. —dice la joven mientras nos hace una reverencia. —Disculpen la tardanza.
Había vuelto a su casa después del entierro de Vangalore. Tenía los ojos hinchados por el llanto y su madre chasquea la lengua.
—Anda, hija mía, vámonos ya, deseo llegar ya a Osborne.
Victoria, tomada del brazo de su hija se despide de mí y del jefe de la Casa Real.
Antes de su partida le entrego a Victoria unos detallitos sin demasiado importancia, nótese la ironía.
La Medalla de la Muy Noble Orden de Caballeros y Damas de Guiena, el más alto título que se le puede dar a un jefe de Estado extranjero.
—Victoria. —llamo a la mujer que anda junto a su maleta. —Toma, para ti. Para que recuerdes tu visita a Guiena. —le entrego la brillante insignia junto a un paquete de 30 habaneros, que le hicieron más ilusión.
No me sorprende.
Victoria me estrecha su pequeña mano y se la acepto. No hay palabra alguna. Creo que habíamos agotado el cupo de habla entre tantas discusiones.
Sube la pasarela que daba a la entrada del avión.
Se gira por última vez y con un ligero movimiento de mano se despide de mí por última vez.
Le devuelvo el saludo con el debido respeto, porque a pesar de todo, eso es lo más importante y tras eso, Alexandrina Victoria entra al avión, cerrándose la puerta tras de sí.
Miembros de la Guardia Real retiraron la rampa que conectaba tierra firme con el avión.
Los motores del avión se encendieron y el avión comienza a moverse por la pista.
La Guardia Real, tras un toque de trompeta, interpreta el God Save the Queen, el grandioso himno del Reino Unido.
Mientras sonaba el himno, el avión comenzaba a levantar el morro y a guardar sus ruedas.
Con una perfección digna de los dioses, el avión despegó justamente en el momento en que el himno acababa.
Miro como aquel A—310 se pierde en la lejanía del cielo.
No sé cómo sentirme, todo era tan irreal. ¡Por fin estaba solo!, pero, ¿me habría acostumbrado a su compañía?
Yo creo que sí, pero en el mal sentido, la verdad. Respiro más tranquilo ahora.
Me vuelvo a montar en el carruaje y partimos de vuelta a palacio.
Esta vez, yo solo.
—Maximilian. —le digo al ministro cuando lo llamo. —Cierra las fronteras de este puto país ahora mismo sino quieres perder tu puesto.
*
El teléfono vibra y ahí mismo sé lo que significa.
—¿Sí? —contesto pulsando el botón verde.
—Ha dejado su casa en Luvemount y está en el Hotel Faeris. —me habla la señora Raid; la madre de Vangalore Terris, mujer a la que he pagado para que me avise donde está la actriz Laetizia Sinners. Necesito mi libro, la avisé y ahora la voy a joder por metida. —Acabo de hablar con ella.
—Perfecto. —contesto.
—¿Cuándo me llegará mi dinero?
Sonrío y me río pensando en la escena.
—Cuando tenga la cabeza de Laetizia Sinners entre mis manos.
****
Amorees mucho me he tardado con este cap, ya lo siento. ¡Pero quedan solo 2 capítulos más! Y después de acabar el libro, sorpresita. ¡Que bien!
Hay un pequeñin error que corregiré en la línea de tiempo; y es que anteriormente se menciona que el vuelo de Victoria es a las 14:30 y aquí, finalmente, es a las 17.30.
Espero que os haya gustado :3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro