CAPÍTULO 32
'Actos moralmente incorrectos'
ANDERS.
Me despierto desorientado. El no saber qué hora es me hace doler el cerebro.
La cama en la que estoy chirría cuando me muevo, <<Vamos para el nivel 3>>
Me levanto lentamente para evitar un mareo viendo a algunos de los muchachos dormidos; otros, se sirven comida.
El sol no ha dejado de estar ahí en todas las horas que hemos pasado aquí <<No hay día ni noche>>
Me acerco a la mesa de buffet libre donde los tripulantes se sirven. Me encuentro con Faraday y me como un chicle de menta sin demasiado apetito.
—Capitán. —me saluda. —Buenos días.
—Buenos días, muchacho. —ya no le corrijo diciéndole que ya no tengo ese puesto. —¿Qué hora es?
—Estamos a dieciséis horas y veintitrés minutos de la entrada; eso quiere decir que serían las seis de la mañana del 6 de septiembre afuera.
Su indicación me da dolor de cabeza.
—¿Las dos de la mañana y este puto sol...?
Asiente.
—Es difícil acostumbrarse, lo sé.
Bebo algo aprovechando el tiempo y la gente va despertando conforme las agujas del reloj se mueven.
Observo el panorama. Nada me llama la atención, sin embargo, el ver a Knavs Turner siendo auxiliada por Salvatore me extraña. No parece nada grave, pero todo el mal que le deseo a esa cucaracha anhela saber que tiene una herida mortal.
—¿Qué le pasa a esa? —le cuestiono al grumete señalándola con la cabeza. —Salvatore está ayudándola.
Me da mucha pena Angus.
Está enfocado en esa mujer, esa lagartija asquerosa que no es más que una trepadora y me apuesto mis ojos a que lo único que quería de él era ser la primera dama de la Buena Cassidy. En serio, creo que ni a Aldous le deseé tanto mal como se lo deseo a esa garrapata que solo quiere hacerse con la tripulación entera. <<Ahí te has pasado. Creo que a nadie le has tenido tanto asco.>>
Se lo noté ahí mismo, y estoy seguro de que tiene un plan para manipular a Craber a su antojo y quedarse con el barco, me di cuenta cuando era la cabecilla de mi destitución como capitán.
Solo espero que la naturaleza haya hecho su ciclo mortal y le hayan arañado el estómago causándole una infección mortal.
—Creo que una sirena le mordió y aunque no es una herida profunda, puede agravarse con el paso del tiempo. —explica él dándole una mirada desinteresada. —Sinceramente, ojalá se le abra la carne del brazo y se le caiga.
Faraday me susurra esto último haciéndome sonreír.
Me giro para servirme algo de comida.
Paso el rato charlando sobre banalidades con el grumete, la gente va apareciendo y preparándose para el siguiente nivel. <<Esqueletos>>
De repente, un calor asfixiante amenaza con matarme. <<Quedan esqueletos, hadas, morfos y xenomorfos, y malditos krakens>>
La imagen de Dalina viene a mi mente instantáneamente. <<Por ella. Por nuestro hijo>>
Pensar en ellos me da fuerzas en el momento. Siento que me invade una energía interna que se refleja en la imagen externa y me dan ganas de ponerme a saltar por todo el oasis y de tirarme al agua del lago a nadar.
—Faraday. —lo llama Craber sacándonos de nuestra conversación sobre lo profundo del mar. —¿Qué hora es?
Mira el reloj.
—Veinte horas y cincuenta y seis minutos desde que entramos. Es decir, casi las diez de la mañana.
—Perfecto. —dice. —¡Ey! —Llama a los tripulantes que alzan la cabeza prestándole atención. —Coged lo que queráis y preparaos. Nos largamos del oasis.
La gente empieza a murmurar cosas pero a Craber le da igual. Se aleja de nosotros yendo hacia una de las hamacas.
—Yo no tengo nada que coger. —farfullo.
—Yo tampoco. —ríe Faraday.
Los tripulantes empiezan a agarrar comida para guardar como frutas; no sé para qué, si probablemente las pierdan.
Yo voy hasta mi sitio agarrando la espada que enfundo en mi cinturón guardándola con el resto de armas.
Los muchachos se van acumulando cerca del pasillo ancho negro que es la salida y me muevo hasta allí.
Me giro viendo a Faraday llegar, detrás de él viene la cucaracha de Knavs Turner a la que veo andando hacia nosotros sujetándose el brazo, adolorida.
Sonrío sin demasiado disimulo, lo que provoca que Faraday me golpee en el brazo al pasar.
—Disimula. —me susurra. —O se darán cuenta de que quieres pegarle un tiro.
—Me da igual que se enteren. —le respondo. —Solo estoy planeando el final de esa pulga.
Me sonríe de vuelta y me giro adentrándonos en el pasillo que nos quita la luz.
El túnel da varios giros y no hay nada de luz.
La sensación de oscuridad me asfixia, se cierne sobre mí quitándome el aire y más cuando solo se oyen los pasos de los chicos.
Me atrevería a decir que pasan cinco minutos hasta que vemos algo de luz.
—Luz. —indica Craber. —Vamos.
Andamos hasta que llegamos a la salida del pasillo.
El paisaje que vemos al llegar es... simplemente idílico.
Es un largo pasaje que, al final, tiene un conjunto de montañas anaranjadas típicas de un desierto, logro divisar la salida. Hay un pequeño paso de un amarillo más oscuro, y me atrevería decir que... está rodeado de arenas movedizas. Está todo rodeado de palmeras; llega un punto donde dejan de haberlas, la parte llana comienza a descender y se convierte en las arenas que te hunden al pisarla. Craber se agacha, tocando la arena.
—Esta es firme. —informa. —No todo son arenas movedizas.
Comienza a andar por encima de la arena; esta no se hunde, lo que hace que todos empecemos a andar.
El sol me hace cerrar los ojos; pica muchísimo en la piel y me dan ganas de taparme la cara.
Empezamos a andar lentamente, avanzando por la arena, pero un ruido, como si la arena se agitara, nos llama la atención haciendo que nos giremos.
Un esqueleto viene corriendo hacia nosotros con la cimitarra en alto; este da paso a la horda de más de veinte esqueletos que vienen hacia nosotros para atacarnos.
—¡En alto! —grita el capitán y sacamos las armas.
Me decanto por la espada de punta recta, no puedo permitirme gastar muchas balas del revólver.
Vienen hacia nosotros y de repente, un terremoto ataca la zona sacudiéndonos de arriba abajo. El movimiento no me permite mantener el equilibrio, caigo hacia abajo y las palmeras se agitan. Una cae unos metros más adelante.
Devuelvo la mirada hacia atrás, voy de los últimos y unos cuantos metros cuadrados de la arena que ya hemos pisado se vuelve más oscura y viscosa. Se hunde hacia abajo quedando en una piscina de...
—¡Arenas movedizas! —grito cuando toco la sustancia. —¡Si estamos mucho rato en una zona, se vuelven arenas movedizas! ¡Nos obligan a avanzar!
Los esqueletos vienen hacia nosotros y tres vienen a por mí.
Me echo hacia atrás evadiendo la violenta embestida del esqueleto que quería cortarme; alzo la espada amenazando al siguiente que se agacha pasando por debajo mía cuando levanto la pierna que quería cortar.
Lo tomo de la cara y con todas mis fuerzas, reviento su cráneo deshaciendo los huesos.
El primero se devuelve a por mi y el tercero llega queriendo clavarme la espada.
Bloqueo el golpe poniendo la espada frente a mí, lo echo hacia atrás con un movimiento fuerte y atravieso el hueso de su tráquea con mi espada.
El siguiente trío viene por mí y los deshago clavándoles la espada de punta recta y la cimitarra según me lo permiten. Movimientos ágiles que son los encargados de deshacer a los seres de hueso.
Cuando he terminado con todos los que han venido por mí, me muevo a ayudar a Faraday con el que se ceban cuatro a la vez.
Agarro a uno de la pelvis y lo aparto deshaciéndolo cuando le clavo la espada y hago el corte que rodea todo su cuerpo. Los huesos se reblandecen y, literalmente, lo descuartizo cuando cae al suelo.
Faraday queda libre cuando nos deshacemos de los que quedan y vamos avanzando hacia el puente de arena firme.
Me giro revisando quién no avanzo y me encuentro con Knavs Turner peleando con varios huesudos.
Hago la vista gorda y me largo de allí encontrándonos con la siguiente tanda que viene saliendo de las palmeras.
El sol comienza a golpear más fuerte que nunca; siento que me deshidrata y el sudor baña mi espalda y perla mi frente.
Es entonces cuando diviso mi siguiente problema. Un esqueleto viene hacia mí con un revólver en la mano. Miro hacia todos lados, <<Queda poco para el puente>>
Apunta y me lanzo hacia un lado evadiendo la bala. Faraday se esconde tras una palmera.
El desierto se torna insoportable. Estoy sudando menos de lo que esperaba, pero son gotas gordas que me quitan la hidratación más rápido de lo que debería.
El esqueleto intenta darme y me lanzo hacia atrás logrando que no me de.
Debo tomar una decisión desesperada y me levanto. Espero que funcione, y es que voy corriendo hacia el esqueleto con todas mis fuerzas, ignorando el hecho de que me tiene acorralado, hago zigzag y lo embisto llevándolo al suelo.
Paso la cimitarra por la parte de su tráquea despiezándolo en segundos.
Suelta el revólver que agarro sacando mi otra arma, portando una en cada mano.
Comienzo a dar tiros certeros en el cráneo a los que salen de la arena, deshaciéndolos con facilidad. Mis venas no transportan sangre; llevan veneno, fuego e ira que resto pegando tiros.
Me giro cuando Knavs pasa detrás mía, herida con mayor gravedad que antes. <<Que ganas de que se desangre>>
—¡Anders! ¡Corre de ahí! —me grita una voz que no logro diferenciar.
—¡Estos cabrones mueren acribillados como que soy Anders Hemsworth!
Me giro cuando el sonido de una motosierra me sorprende; Knavs se encuentra con una en la mano (que habrá conseguido de un esqueleto) y tala la palmera que comienza a caer en mi dirección. En un movimiento rápido, me agacho para saltar y coloco el seguro de ambas armas.
Salgo corriendo lanzándome hacia un lado, evadiendo que me aplaste. Al otro lado de mi se encontraba Craber. ¿Qué cojones hace esta tía?
La arena entra en mis ojos, que comienzan a arder y me levanto, rabioso.
El veneno que mi sangre lleva al cerebro me nubla la vista.
Voy hacia la pelirroja que me mira pálida.
—¡Estás loca o qué! —le grito enfadado, intenta huir pero las heridas no la dejan. La tomo del cuello y saco el revólver que le pego a la frente. —¡Perra, encima de que no sirves para nada...!
Craber y Salvatore corren hacia mí.
—¡Anders, para, porfavor! —grita Angus pero lo ignoro quitando el seguro. —¡No lo hagas!
—¡Las asustadas que quieren igualarse a quién no le llegan merecen morir! ¡Y esta la que más; por rata!
—Anders Hemsworth, te prohíbo ahora mismo el asesinato de Knavs. Sino atente a las consecuencias y es la pérdida de todo tu estatus en el barco. Me encargaré de que nadie te contrate. En ninguna tripulación.
Siento la sangre inyectarse en mis ojos. La ira es lo único que me mueve y siento que todo me da igual.
—Capitán, por favor. —oigo una voz que me apacigua un poco. —La vida se encargará de acabar con ella. Pare, por favor.
Levanto la mirada encontrando la mirada, no asustada, sino sorprendida de Faraday.
Su cara ruega que no le entierre un tiro a esta zorra y la empujo tirándola al suelo.
—Que sepas que te libras por abrirte de piernas con Salvatore, ¿me oyes? —escupo con ira. —Pero que sepas que la que me la hace, me las paga.
Me marcho del lugar seguido de Faraday. La rabia aún no se me ha pasado y el grumete viene conmigo.
—Tranquilo, capitán. Esa arpía pagará por lo suyo. No manches tus manos con la sangre de esa rata.
Los planes para acabar con esa trepadora pasan por mi mente y sonrío con el mejor de todos.
Llegamos al puente de arena firme. Pongo un pie sobre él con los tripulantes detrás. Nadie dice nada; me tienen miedo, al menos ahora, en este momento de extrema rabia que casi me hace matar a esa sarnosa.
—Está firme. —la rabia aún transpira por mis poros. —Podemos pasar.
El sudor todavía me baña la cara; paso por el puente llegando al otro lado. Los muchachos pasan y ayudada por Angus, Knavs llega adelantada por Craber.
Paso de ellos y me giro encontrándome con la laguna de arenas movedizas frente a nosotros. Solo hay palmeras dobladas de las que supongo que tendremos que agarrarnos.
—Lo único para agarrarse son estas palmeras. —indico. —Vamos a ello.
Me acerco a la más cercana y coloco un pie en una esquina. Salto agarrándome del tronco de la palmera que se dobla peligrosamente. Las manos me arden con las pequeñas maderitas que se me clavan en la palma.
Noto la sangre desplazarse por la extremidad cuando me muevo hacia la zona más alta.
—Joder... —susurro para mí mismo.
Por suerte, es bastante flexible y me permite saltar a la siguiente. Caigo y me agarro de una mano. Me giro, encontrando las raíces del árbol, literalmente pegados a las montañas que acunan la laguna de arenas movedizas. <<Jodida magia negra>>
Me doy la vuelta viendo que el siguiente tripulante, es decir, Faraday, se sube a la primera palmera. <<El único que me importa>>
Salto a la siguiente y ya solo queda una. Sin embargo, esta es más débil de lo necesario para poder pasar todos. <<Suerte que voy el primero y ya no me importan los demás.>>
Llego a esta y cruje con mi sola presencia.
Maldigo en bajo y me acerco a las grandes ramas.
Me agarro de una de ellas y esto me facilita el llegar al descansillo oscuro. Caigo al suelo cuando lo toco y me permito respirar algo más tranquilo.
Las manos empapan el suelo de sangre y me levanto. Faraday llega minutos después.
—Me voy al descanso. —le informo. —Me dan igual los demás, el único que me importa ya ha llegado.
Me sonríe y lo tomo por detrás del cuello moviéndonos por el túnel.
Llegamos a la tercera área de descanso. En la noche, un hotel de cinco estrellas de dos pisos en medio del desierto de antes, pegado a una montaña. Piscina, habitaciones y comida en un bufete en el primer piso.
—Joder, que agusto. —dice Faraday. —¿Y si nos quedamos aquí para siempre?
—Se acabaría la comida, estaríamos aquí atrapados y moriríamos después de comernos unos a otros. —río.
—Wow, que gran final. Seríamos la sociedad del desierto.
Suelto una risa y me voy hacia la habitación, muerto de sueño.
***
Un rato después, abro los ojos.
Por desgracia, todos llegaron en perfecto estado. <<Lástima no murió una pelirroja ahogada en el fango>>
Me desperezo y observo a todos durmiendo. Salgo del cuarto dirigiéndome al baño donde observo las heridas en mis rodillas y me acicalo. En este momento, bajo el chorro del agua, no hago más que pensar en cómo estará Dalina y el embarazo.
Salgo de allí para ponerme las botas comiendo. Como de todo —menos atún, lo odio—, y de repente oigo como alguien entra en el comedor.
Me giro encontrando a Craber tomar un plato. <<Haz lo tuyo>>
Si yo sueño con algo, debo cumplirlo. Por eso es que ahora voy a sacar lo mejor de mí para conseguir lo que quiero.
—Qué cerca estuvo ese palmerazo, ¿eh? —río alivianando la tensión de la situación. —Casi te aplasta. Suerte has tenido de que haya ido hacia mí.
Me mira de reojo y disimulo echándome la comida en el plato.
—¿Por qué me hablas? —cuestiona.
—Wow, veo que nos hemos levantado de buen humor. —termino de echarme la comida en el plato. —Solo quería comentar con mi ex mejor amigo lo cerca que ha estado de morir. En serio; que suerte has tenido que viniera hacia mi lado.
Frunce el ceño y le palmeo el hombro con confianza.
—El palmerazo era para ti. —entra en mi juego.
—¿Qué? —me hago el sorprendido. —Era para ti, Crab.
—Literalmente Knavs ha intentado matarte.
—A ti. —le corrijo. —¿Para qué iba a querer matar a un simple navegador? Mejor acabar con el capitán directamente y tomar el barco. Es obvio.
Resopla.
—Turner tiene la inteligencia suficiente para tirar el tronco hacia el lado que quiera.
—No contaba con el viento. ¿No te diste cuenta? —musito provocando que las dudas avasallen su mente. —Estaba cortando el tronco desde el centro pero con inclinación a la derecha. Era obvio que quería acabar contigo, Crab. Solo que el viento y la tensión lo dificultó todo.
—No...
—Es así. —lo interrumpo. —Fíjate que armó una revolución contra mí. El objetivo es claro y es que aprovechará todas las oportunidades para acabar contigo. —estiro los brazos. —Solo te digo que es una trepadora y quiere tu puesto. Bueno, voy a comer esto y me echo otro ratito en la cama.
Me doy la vuelta para alejarme, sin embargo, me toma del antebrazo impidiéndome ir.
—¿Entonces qué crees que debo hacer?
—Ah, no lo sé. —me hago el tonto. —Es ella o tú, no va a dejar de intentarlo y en una de esas lo conseguirá.
—¿Lo mejor es que la mate?
Hago una mueca de desconocimiento, cuando mi respuesta es un claro <<¡Sí!>>
—La gente es muy avariciosa, Crab. Ten cuidado.
—¿Cómo puedo hacerlo?
Mi demonio interior y mi lado manipulador celebran dentro de mí.
—Lo mejor es que la duermas para que no haga ruido.
—El tiro va a hacer ruido.
—No seas burro. —le reprendo. —Aprovéchate de que está herida. Los daños así pierden mucha sangre...
Le guiño un ojo.
—Necesito tu ayuda. —musita. —Aunque sea que la duermas.
—Anda...
—También te beneficia a ti, la odias. —me recuerda. —Viene bien para todos quitársela de en medio.
Bufo.
—Venga, vale. —acepto a falsos regañadientes. —Tamara tiene algo para dormir las zonas del cuerpo. Empapamos un paño de eso y si se intoxica, dará igual, pues estará muerta.
Asiente y me dirijo a la mesa.
—¿No vamos ya?
—He elegido selectivamente mi comida. Obvio que me la voy a tragar antes.
Empiezo a comer y un leve pensamiento de Angus me corroe.
Me llevo la primera cucharada de la comida a la boca agitando la cabeza. Aquí no hay sitio para el amor y las defensas. Y más para una traicionera así.
***
—Aquí está. —murmuro sacando el bote de líquido del botiquín de Tamara. —Pásame un paño.
Craber obedece dándome un paño rojo que embadurno del líquido transparente.
Lo empapo bien y dejo el bote donde estaba y salimos de la zona donde tenemos todo guardado para dirigirnos a la habitación de Knavs.
Andamos por los pasillos del hotel.
—Es esta. —indica Craber cuando llegamos al final del pasillo de las habitaciones.
Asiento y saca la navaja con la que abre la puerta. Dentro, encontramos una Knavs tumbada sobre la cama. Tiene varias toallas debajo de su cuerpo, lleva la ropa de siempre y tiene una mano sobre la herida y la otra sobre la frente.
Craber me mira.
—¿Sí?
—Sin duda. —responde él. Me encanta ver lo fácil que le he corrompido la mente.
Me acerco hasta la mujer que descansa y, con cuidado de no hacer ruido, pongo la zona empapada del trapo sobre su nariz y cara.
Knavs despierta instantáneamente y trata de reaccionar pero la tomo de las muñecas en lo que Craber le rompe la ropa dejando la herida en el costado de su abdomen descubierta.
Patalea pero Craber le clava la rodilla impidiéndole moverse. Chilla y veo que los ojos se le llenan de lágrimas pero no me da ningún tipo de pena.
Mi amigo va a la herida en la que clava la navaja, rasgando la piel con fuerza. La abre hacia un lado y el ungüento de Tamara hace efecto cuando la mujer se duerme. La sangre empieza a brotar violentamente. En menos de dos minutos se habrá desangrado.
Tapo la herida con una toalla y Knavs queda boquiabierta mirando hacia arriba, con los ojos cerrados. Sonrío viendo la imagen de esa vagabunda muerta.
—Vámonos. —dice Craber sacando la navaja de la herida. La ha ampliado mínimo cinco centímetros. La toalla se vuelve carmesí en segundos y no me quedo con las ganas.
Me río soltando la carcajada al ver a quién quiso ir contra mí muerta.
No sabía a quién quería joder; y desde luego ha salido perdiendo.
***
Me desperté hora y media después con el grito en el cielo de que la rata trepadora de Knavs Turner había muerto.
Afectó menos de lo que esperaba.
Salvatore estaba devastado.
Le quiero bastante, le he cogido cariño en poco tiempo pero esa perra reptante era un estorbo ya y había que quitársela de en medio.
Salgo del hotel encontrándome con los tripulantes en círculo enfrente de un hoyo. Faraday está más atrás y viene hasta mí.
—¿Has sido tú, verdad?
—¿Se ha desangrado, no? —me hago el tonto. —No es mi culpa. No voy a llorar; sí lo voy a celebrar, pero no he sido yo.
La gente se gira mientras voy llegando, Salvatore llora enfrente de la bolsa metida en el agujero. Se da la vuelta cuando me oye llegar y se levanta furioso.
Viene contra mí y me encuella llevándome contra la pared del hotel. Levanta la mano para golpearme pero Faraday le toma del antebrazo impidiéndolo.
—Dime porque la mataste, hijo de puta... —musita entre lágrimas.
—Yo no he sido, Salvatore. —respondo esperando el impacto pero sin demostrarlo. Miro de reojo a Craber. El sol ardiente me hace entrecerrar los ojos. —Se ha desangrado y te voy a ser sincero. No me da pena. De hecho, llegaré a mi habitación a celebrarlo. Pero yo no he sido.
Gruñe furioso.
—Cálmate, Angus. —le dice Faraday a nuestro lado, aún sujetándole el brazo.
—No tenías porque... —sisea. —No te sirve de nada.
—La naturaleza ha hecho su ciclo natural y la Parca se ha llevado a esa cacatúa inútil. —contesto sin miedo ninguno. —Era una trepadora y se aprovechó de ti como quiere hacerlo de todos. Yo no he sido; yo la hubiera desmembrado parte por parte. —aclaro. —Pero me alegro de que se haya muerto. Nada más merecía una muerte peor.
Espero el golpe que no llega, solo observo su expresión sorprendida ante la crudeza de mis palabras.
—Eres un cabrón...
—Lo sé y no sabes lo conforme que estoy con ello. Ahora apártate; no vaya a ser que nos enganchemos y acabes en una bolsa como ella. —lo mando lejos de un empujón.
Se devuelve hacia la zona del hueco donde está la bolsa y Faraday se acerca a mí.
—Capitán, no le recomiendo pelear con más gente del grupo. No puede fingir que todos se han desangrado.
Me guiña un ojo antes de marcharse y me paso la lengua por los dientes frontales saboreando el sabor de la victoria y la felicidad de haberme deshecho de esa lacra.
**
Me siento a esperar a los demás al lado del hueco negro que se halla detrás de recepción.
El siguiente nivel es un bosque repleto de hadas, para esto vamos a necesitar la colaboración de Enerah y Rhea.
—Al que no llegue en un minuto no lo espero. —refunfuña Craber sentado en la silla de enfrente.
Las miradas cómplices sobre el asesinato de Knavs han estado apunto de delatarnos durante todo el día.
La gente va llegando poco a poco y noto las miradas asesinas de Salvatore sobre mí. Si quiere entender que esa persona tenía que morir, que lo entienda. Sino, pues podemos ser enemigos si así lo desea.
—¿Estamos todos? —cuestiona Craber unos segundos después.
—Sí.
—Pues vamos.
Él encabeza la comitiva de personas que se adentran en el hueco detrás del mostrador de recepción.
Todo se vuelve oscuro y vamos avanzando, girando hacia los lados en el momento necesario y pasamos un largo rato sin luz.
Incluso pienso que no va a volver nunca, pero logramos captar un destello hacia el que nos dirigimos.
Seguimos moviéndonos y llegamos a un bosque de altísimos pinos y que parece no tener fin, ni de largo ni de ancho. Salimos de los pasillos y está hacia arriba, como si estuviésemos dentro de una madriguera.
Vamos saliendo de dicha estrechez y adentrándonos en el bosque, que se encuentra en un pequeño valle.
Observo todo, en perfecto silencio.
—Qué raro...
En ese preciso instante, una pequeña luz, como si fuera una luciérnaga, pasa delante mía en un violento destello que me ciega.
Consciente de su objetivo, me echo a un lado dejando que la bola de magma que lanza golpee el árbol que explota.
—¡Joder!
Los muchachos se adentran al bosque y se reparten.
—Todos hacia adelante. —comenta Craber. —Hay que encontrar de dónde salen...
—No salen de ningún sitio. —respondo yo. —La magia negra hace que aparezcan cada cierto tiempo. Y... que tengan poderes que solo las más malvadas tienen. —miro a mi amigo. —Esto, sin duda, va a estar complicado.
Oigo una serie de zumbidos que se aproximan y uno de ellos parece explotarme en la cara.
Caigo al suelo con la fuerza y veo varias hadas venir hacia mí abriendo la boca.
Me echo a un lado esquivándolas y son de tamaño medio; esto me facilita la tarea a la hora de cortarles la cabeza a dos seguidas con la espada.
Otra, que parece endemoniada, me lanza una bola gigante de magma que logro esquivar y aparecen cuatro más.
Me marean con los movimientos pasándome al lado repetidas veces, intentan morderme y es que sus mordeduras son el peor ardor que puedes sentir en tu vida.
Son más grandes que las que capturamos meses atrás...
No es momento para recuerdos.
La gente avanza y yo las choco contra los árboles, capturo algunas en una bolsa donde se asfixian y avanzo.
Son muy rápidas, me lanzan polvos que me atontan cuando corro saltando los troncos. Un árbol cae cortándome el paso y lo salto dando paso a la retahíla de mordeduras por los brazos y piernas que me desgarran la voz al gritar.
Logro quitármelas de encima y sigo avanzando. Los muchachos pelean por la zona, algunos gritan con las putas mordeduras que parecen hierros ardiendo y logro deshacerme de una a la que le entierro un tiro que le vuela los sesos.
Hago lo mismo con otra y una me da varias vueltas para morderme una mejilla con una fuerza arrolladora que me deja sentir la sangre resbalando por mi cara.
Logro tomarla del cuello y apretarlo hasta partirlo.
Sigo avanzando, el camino se vuelve entero de pinchos y los bichos estos se vuelven un enjambre que intenta tirarme a un espinal.
Lo evito, evado todo y corto con la cimitarra como si fueran trozos de pan.
Me paro a descansar en un árbol, pero una bola de magma que es la mitad de mi cuerpo viene hacia mí. Logro echarme a un lado.
De repente, oigo unos zumbidos que amenazan con romperme los tímpanos, y es entonces cuando empiezan a caer enjambres de avispas del cielo.
—¡Mierda! —grito.
Comienzo a correr en línea recta, van cayendo a mi paso y apenas me alcanzan algunas, pero me llevo un picotazo que duele como si me estuvieran cortando sin anestesia.
—¡Joder! —Otro árbol cae y no veo el final de esta puta pesadilla.
Me giro viendo un enjambre, más bien una jauría, de hadas viniendo hacia mi. Llegan hasta donde estoy y empiezan a tirar de mi cara.
Parece una tontería pero siento que me arrancan la piel. Intentan meterme los dedos a los ojos, para sacármelos, pero los cierro en un acto reflejo.
De repente, un tiro zumba el aire y las hadas se van. Algo me empapa el rostro y abro los ojos viendo a Faraday con el arma en alto.
Veo un hada en el suelo, con un tiro en la cabeza, deshecha.
—¡Vamos, capitán! ¡El final está cerca! —chilla.
Los árboles siguen cayendo, continúo corriendo aunque mi alma no da para más y me doy cuenta de que todos han avanzado.
Por un rato, tengo algo de tranquilidad y logro divisar el final del puto bosque.
Pero la tranquilidad dura poco; de un momento a otro, todos —pero literalmente todos— los árboles a mi alrededor empiezan a caer, en efecto dominó, hasta que uno cae detrás mía.
El zumbido del demonio vuelve y me giro enterrando tiros en las manchas negras que vuelan derribando tres.
Sigo corriendo cuando un pino casi me aplasta y el final se acerca.
—¡Capitán! —me grita Faraday. —¡Siga!
No dejo de correr, me lanzan piedras que me acribillan las piernas. Siento la sangre caer por mis piernas pero no ceso la carrera.
Llego al final, un pino cae en mi dirección y salto llegando al hueco negro al otro lado del valle donde estaba el bosque. Casi me aplasta y me sigue el zumbido hasta que llego al pasillo donde todos me esperan.
Llego, cayendo rendido al suelo y con el corazón a trescientos por hora.
Me duele el cuerpo, me arde todo y noto sangre salir por todas partes. Se me seca la boca y dejo de ver poco a poco, no sé si cayendo en los brazos de Morfeo o en la absoluta inconsciencia-
*
Jason.
Victoria del Reino Unido (Alexandrina Victoria, originalmente; Londres, nació el 24 de mayo de 1819), es la reina del Reino Unido desde su ascenso al trono, el 20 de junio de 1837. También es la primera soberana británica en ostentar el título de emperatriz de la India desde el 1 de enero de 1877.
Es hija del príncipe Eduardo, duque de Kent y de Strathearn, cuarto hijo del rey Jorge III. Tanto su padre como su abuelo murieron en 1820, dejando a Victoria bajo la supervisión de su madre, la princesa Victoria de Sajoni, de nacionalidad alemana. Heredó el trono a los dieciocho años, tras la muerte sin descendencia legítima de sus tres tíos paternos: Federico, duque de York y los reyes Jorge IV y Guillermo IV.
Dicha mujer, claro ejemplo de fortaleza y vitalidad, ahora está frente a mí. Habla por teléfono soltando el humo del habano a los que ya se ha acostumbrado. Día a día disfrutamos de unos cuantos.
Victoria es una mujer de carácter complicado; vela por los intereses del Reino Unido como prioridad. Me ha pedido mil quinientos kilos de cobalto para que la OGO me deje en paz. En este preciso instante, habla con María Stolten, la presidenta de dicha asociación.
—¡Oh, por supuesto! —musita hablando con la mujer al otro lado de la línea. —¡Jason está más que cuidado! No dudes de ello, María. Tranquila; sí, la OGO puede respirar tranquila ahora mismo.
Me mira sonriente.
—Ay, señor...
—Claro, claro. —afirma asintiendo. —Por supuesto. Vale, María. Venga, adiós...
Cuelga el teléfono guardándolo en su bolsillo.
—Wow.
—Deberías agradecer que a día de hoy haga estas cosas por ti. —refuta. —Ahora la OGO te dejará en paz hasta que yo me vaya.
—Qué bien, ¿no?
—¿Sí? —farfulla. —La rueda de prensa ha sido un completo fracaso. La gente cree que nos llevamos aún peor y lo de la bomba de humo no fue tu gran avance.
—Y dale. —estipulo. —Qué yo no fui...
—No mientas. —refuta. —Sé que fuiste tú; pero no pasa nada, entiendo tu creciente desesperación. Te aterra que Reino Unido recupere lo que en cierto momento fue suyo.
<<¿La grasa se te ha subido a la cabeza?>>
—¿El humo del habano se te ha subido a la cabeza? —musito rabioso. —Antes de que me invadas exploto todas y cada una de las islas.
—¡No serás capaz!
—¡Oh!, por supuesto que lo soy. —respondo. —No dudes de mí; el cobalto originalmente me pertenece a mí.
—¡Incorrecto! —se mofa avivando las ganas de echarla a patadas de vuelta a Londres. —Este país fue mío incluso antes de la desgracia que conllevo tu nacimiento.
—Efectivamente, lo fue y eso ya te da más derecho del que debería. Victoria, me están entrando unas ganas tremendas de mandarte a la mier...
Mis palabras se ven interrumpidas por un sonido; sonido que llega a mis oídos y que reconozco instantáneamente. El click de una cámara.
Me giro viendo a alguien asomado por el marco del arco del salón.
Se esconde inmediatamente y la Reina Victoria se levanta cuando yo hago lo mismo y salgo detrás de él.
Nada más giro, hallo la ventana de la cocina abierta, <<Ha huído>>, solo logro distinguir las prendas propias del uniforme para los chefs.
Sin embargo, un pequeño detalle me hace sonreír y es que algo brilla en el suelo, objeto que agarro dándome cuenta de la chapa que se le debe haber caído del uniforme de cocinero.
<<Julio Sanders>>.
Este es muy amigo de Rhys.
Sonrío apretando la chapa en mi mano.
***
Rhys Manaake Pasmov me observa con el entrecejo fruncido.
—Te he dicho que no sé ni de lo que me hablas. —refuta de nuevo haciéndome hartar. —Sí; Julio era mi amigo, pero no tengo ni idea de si es infiltrado o prostituto en las noches locas.
Se levanta pasándome al lado.
—Quieto ahí.
—Por si no lo sabías, algunos trabajamos en algo realmente productivo. —sus palabras hacen que Victoria, detrás nuestra, suelte un suspiro.
No acata mis órdenes y se marcha del Salón Real.
Me siento frotándome la sien que se expresa con punzante dolor.
—Qué bien educados están tus subordinados. Cuánto te respetan, ¿no crees? —dice la mujer que se sienta en el sillón enfrentado al mío.
—¿Qué quieres que haga? —cuestiono molesto. —¿Le pego?
—Enséñales a respetar; no seas blando.
Volteo los ojos y su charla inspiratoria es cortada cuando llega una de las amas de llaves con un periódico en la mano. <<Joder, ¿ya tan rápido?>>
—No me jodas... —farfullo y deja el periódico en la mesa que separa ambos sofás.
—El periódico de última hora, Sus Majestades.
La mujer se retira y Victoria toma la iniciativa cogiendo el periódico.
Lo lee por encima y saca un habanero. <<Ya hasta compra los suyos. Qué rápido crecen>>
—Mejor que opines por ti mismo. —me tira el periódico sobre las piernas. Enciende el puro y tomo el papel gris que me da dolor de cabeza con solo ver el gran titular.
<<La gran discusión de la Reina Victoria y Jason Diphron. ¡Todo es mentira! No se llevan bien.>>
No quiero leer más. Me duele el cerebro, el cerebelo y hasta el culo.
—Todo es tu maldita culpa. —gruño a la mujer que pone una expresión de ofensa exagerada. —¡Si no hubieses venido a contarme tu maldita vida y a joder en la mía, ahora estaría en paz.
—¿En paz? ¡O en una puta guerra civil donde te cortarían en la cabeza en plena Plaza de Zarref! —chilla enrabietada. —A mí no me vas a coger de chivo expiatorio. La culpa es tuya, por ser un rey de mierda.
—¡No vas a venir a faltarme el respeto a mi casa! ¡A mi país, a mi territorio! —me exaspera haciéndome levantar con el discurso de orgullo. —¡No eres más que una entrometida que ha venido a joder!
—¡Pues ahora mismo me largo! —refuta apagando el puro en el cenicero más cercano y acto seguido, estrellándolo contra el suelo. —¡Pero te advierto de algo, Jason Diphron! —me apunta con el dedo acercándose a mí. —Que no te sorprenda si algún día Reino Unido invade Guiena y quedas tirado en una cuneta como los jabalís y los N.N y las minas de cobalto acaban en la tecnología inglesa.
Sus palabras me dejan gélido y se mueve hacia las escaleras.
Todo pasa demasiado rápido en mi cerebro. Repito imágenes una y otra vez.
<<Pérdida de poder. Fin de la monarquía Diphron. Guiena tomada por los republicanos. Por Reino Unido.>>
—¡Espera! —mi mayor pesadilla me rompe los esquemas.
La Reina Victoria se gira, apoyándose en la barra de las escaleras.
—¿Qué?
—Quédate. Tienes razón; tu ayuda me es necesaria, Su Majestad. —me reprimo las ganas de rebanarla en pedacitos. —Lamento mi mala palabrería. Le ruego que me disculpe.
Gira la cabeza hacia un lado y se ríe, como si estuviera loca.
—Qué gracia me haces. —farfulla entre carcajadas que me están sacando de quicio. —¿Sabes que tenemos que hacer algo para que no crean que la guerra es entre nosotros, no?
—¡Oh!, Majestad clarividente. —la adulo con falsa lisonja sacándole una sonrisa entre mofletes. —Quiero oír tus propuestas.
Vuelve seria su expresión.
—Tengo la idea perfecta, querido.
***
Miro el reloj frente a la mesa.
21.30 horas.
No puedo creer que esta pesadilla sea cierta.
Me encuentro en la larga tabla de madera ornada del comedor, con deliciosos y humeantes platos frente a mí y una mujer llamada Victoria Alexandrina del Reino Unido frente a mí, en el otro extremo de la mesa. En el medio, su hija, La Princesa Beatriz. No quiere participar; Victoria ignora sus deseos y aquí está.
Liam Davis se encuentra frente a la Princesa Beatriz. El jefe de la Guardia Real sí ha podido, sin embargo, el jefe de las Fuerzas Armadas, Maximilian Mohler ha negado su asistencia, cosa que me parece ciertamente imprudente.
Una cámara en la esquina detrás de ella y otra detrás de mí nos apuntan, listas para televisar nuestra cena.
Porque sí; esta es la gran idea de La Reina Victoria.
¡Una idiota cena televisada! Voy a acabar clavándole el tenedor en la mano; lo tengo claro.
—En un minuto. —indica Johannes acercándose a la cámara.
Beatriz se acomoda en su asiento, su madre se atusa el pelo y yo la miro con desdén. Me da una sonrisa falsa cuando nuestras miradas chocan.
—Treinta segundos. —informa el consejero y me coloco bien el cuello de la camisa. Se dirige a su sitio, al lado de la Princesa Beatriz y a mi lado.
Me levanto listo para dar el discurso.
Tomo la silla que traigo hasta el primer plano frente a la cámara.
—Buenas noches. Hoy tengo la grandiosa oportunidad de desearles un mañana próspero; así como me alegro de un hoy feliz y un pasado memorable. Esta noche, la Casa Real ha organizado una maravillosa cena televisado para que nos deleitemos juntos con los mejores platos, así como para que mi compañía sirva de apoyo siempre y tengan esto presentes, tanto en crisis como en prosperidad. Asimismo, no solo contarán con mi espléndida presencia. Físicamente, contaré con la estancia de la Reina Victoria del Reino Unido, disfrutando de los platillos al igual que yo. Por supuesto, ustedes siempre contarán con el apoyo de nuestros hermanos ingleses. —<<Si tan solo supieran que tengo que darle mil kilos de cobalto para que no nos invadan>> —Hoy, disfrutamos de la Reina Victoria con nosotros aparte de la presencia del jefe de la Guardia Real, Liam Davis, y Su Alteza Real, La Princesa Beatriz. Además de que contamos con la presencia de mi mano derecha también con nosotros; Johannes Avik.
Me aparto mostrando a la mujer que sonríe. Todos saludan.
—Buenos noches, gente guiénesa. —saluda la monarca británica. —Hoy tengo el gran placer de hallarme cenando con su Majestad, el rey Jason, acompañada de nuestra adorada princesa.
—Buenas noches, pueblo. —saluda una clon sonriente de Beatriz; ella no está feliz —Estoy muy feliz de hallarme hoy día aquí, con ustedes.
—Es un placer compartir la cena con ustedes, Sus Majestades y Su Alteza Real. —indica Johannes.
—Opino lo mismo. —comenta Liam.
—Ahora, damos paso al inicio de la cena. —hablo sonriente. Me devuelvo a mi sitio, dando inicio a la cena.
Beatriz es la primera en animarse en tomar algo de la mesa. Elige coger un trozo de la pata de pulpo con salsa morada ya cortada. Se lo echa en el plato tomando la cuchara con la que parte un trozo y se lo lleva a la boca.
—Está delicioso. —murmura la joven. —Los animo a probarlo.
Le hace una cara a su madre y parece que se le olvida que nos graban.
—¡Oh!, la niña tiene razón. Es una delicia.
—Me alegro de que así sea. —murmuro. —Mis cocineros trabajan duro para que todo sea exquisito.
—Cuidado con el riesgo de explotación.
Suelta una risa tonta que hace que quiera clavarle el tenedor en la mano.
<<No estoy para comentarios desafortunados.>>
Me veo obligado a reír. Liam me sigue.
Negué que viniesen todos los pertenecientes a las Fuerzas Armadas; tanta gente me agobia y eso hace que no sea una cena de Estado, sino algo más 'íntimo', por así decirlo.
El silencio se hace mientras comemos y es que no sé qué decir.
—¡Oh!, Jason, ¿cómo va la reconstrucción del Palacio de Luvemount? —cuestiona Victoria en un vano intento de disipar la tensión.
—Va viento en popa, Su Majestad. —contesto con fingida amabilidad. —Liam está encargándose de reforzar la seguridad, ¿cierto es? —miro al jefe de la Guardia Real.
—Por supuesto, Su Majestad. Estamos reforzando la seguridad cercana al rey para que toda Guiena sea lo más segura posible para Su Majestad y todos sus visitantes. —sonríe el hombre.
—¿Usted conoce al jefe de mi Guardia Real, no es así?
—¡Oh!, por supuesto. El señor James es una persona maravillosa.
Se enfrascan en una conversación que me interesa bien poco. Cojo el plato con redondo y remolacha y me echo en el plato.
—Alteza Real, ¿desea redondo? —cuestiono a la Princesa Beatriz.
—Gracias, Su Majestad. —responde sin demasiado convencimiento.
Lo toma echándose y pruebo el exquisito plato mientras Victoria y Liam hablan de bobadas cero interesantes.
¡Me aburro!
—¡Oh!, Princesa. —le hablo a Beatriz. Me apetece joder la manta un ratito. —He notado que es usted muy amiga de la señorita Vangalore Terris.
Beatriz se pone de todos los colores.
—Sí, hemos hecho buenas migas.
—Y lo que no son migas... —susurro y ella me oye abriendo los ojos como platos.
No sé si su madre me oye, solo frunce el ceño.
—Podríamos haberlas invitado. —habla la monarca. —Bien es cierto que mi hija y la señorita Terris son amigas.
—Y estoy seguro de que sí la señorita Sinners hubiera venido, Maximilian también. —apunta Davis.
—¿Y eso? —cuestiono extrañado.
—Son muy buenos amigos... —señala él sin demasiado convencimiento lo que se me hace raro.
Observo la situación y miro de reojo a Johannes y Bea, que hablan en un tono más o menos bajito, siendo inaudible pero tampoco de mala educación.
Es entonces cuando el consejero toma su vaso de agua y, bastante mal disimulado, hace un raro movimiento que acaba con la mano que riega todo el líquido sobre el plato de la Princesa.
—¡Oh!, ¡Princesa, lo lamento...! —dice Johannes intentando limpiar el reguero.
—No pasa nada, señor Avik... —musita ella limpiándose con un trapo. El agua se esparce manchando muchas servilletas. —Acompáñame a buscar otro plato y nuevas servilletas.
—Tenemos servicio, Alteza. —contesto yo.
—No les molestemos por este torpe error... —musita ella tomando las servilletas mojadas. <<Lo ha hecho apropósito.>>
Johannes va tras ella con los platos y se pierden en dirección a la cocina.
—¿Cuándo será el entierro de la Reina Consorte? —pregunta de la nada Victoria y se me enciende la rabia.
—No lo tengo claro aún, Su Majestad. —respondo seco. —¿Y la coronación de su amante el señor Abdul Karim? ¿Cuándo será?
—¿No desean pollo al limón? —pregunta Liam intentando disipar la tensión.
Me paso el resto de la cena hablando lo mínimo posible. Beatriz y Johannes vuelven unos cinco minutos después, dejando todo como prácticamente estaba.
Como un poco más y paso al postre, que devoro sin demasiada fascinación; prefiero la tarta de queso al mousse de chocolate.
La emisión acaba y miro el reloj, las 22:19.
Se acaba la transmisión y me levanto, hasta los santísimos cojones.
—Buenas noches. —indico.
—No te vayas a dormir. —me dice Victoria. —Me voy a tomar un Royal Lochnagar. —informa tomando su vaso.
—Me da igual. —contesto.
—Te va a sentar mal la comida. —sigue.
—Elene, súbeme una manzanilla con miel. —ordeno a la rubia que asiente lentamente. —Buenas noches.
No le doy oportunidad a la británica de contestar, simplemente me largo hacia mi habitación.
Allí, por fin tranquilo, agarro mi teléfono y le marco a Maximilian Mohler.
El teléfono da señal y contesta al quinto pitido.
—¿Sí?
—Osea, ¿no vienes a la cena para irte con tu noviecita Laetizia Sinners?
—¿Qué coño dices? —espeta molesto. <<Mis teorías eran ciertas>>
—Lo que oyes. Conque muy amigos, ¿eh?
Bufa.
—Mira, no sé que te han dicho, pero hemos hablado un par de veces y es cierto que nos llevamos bien, pero no es nada más allá. Créeme que soy tu segundo al mando. —indica.
—No lo hago.
—Me da igual. —refuta. —¿Me has llamado para regañarme si se la meto a Laetizia?
—¡Ajá!
—¿Algo más?
—¿Tienes prisa?
—Precisamente sí. —responde. —Dime de una vez.
—Vale, vale. —murmuro. —Estamos a 6 de septiembre. La Reina Victoria abandonará el país el 9 a las 14:35. Necesito que, nada más su avión salga del territorio de Guiena, se cierren las fronteras. También necesito que, con las fichas de todos los miembros de la OGO, se les prohíba ni siquiera acercarse a Guiena.
—Jason...
—¿Entendido, Mohler? —se queda callado desesperándome. —He dicho que sí lo has entendido.
Resopla.
—Vale, vale. —acepta. —Lo he entendido. Nada más la Reina Victoria salga del territorio guiénes, nadie podrá entrar ni salir.
—Así es. —musito. —Que te diviertas con Laetizia.
Cuelgo el teléfono sin dejarle decir nada más y en ese momento, Elene entra a la habitación con la manzanilla.
—Su Majestad, —musita y me acomodo en la cama. —Aquí está su infusión.
Deja el vaso en la mesa e intenta irse, pero la tomo del brazo.
—Elene, cielo... —farfullo con ella a centímetros de mis labios. Poso la mano en su pierna, perdiéndola por dentro de su falda. —Hace mucho que no me haces caso...
—Jason, ya te he dicho que me he hartado de tu maltrato psicológico. Hoy lo soy todo y mañana no soy nada. Me he hartado. Déjame en paz.
—No digas eso...
Llego al elástico de su ropa interior y noto molestias en determinadas zonas.
—Jason, porfavor...
—Shhh...
Se me tira a la boca besándome con un furor que pocas veces he sentido. Me desabrocha el pantalón y se me monta encima. Sus palabras rondan mi mente. <<Hoy lo soy todo y mañana no soy nada>>
Es entonces cuando la clara respuesta me viene a la cabeza.
Hace tiempo esta mujer es importante para mí; lo tengo más que claro y la quiero a mi lado, cerca... Ya llevo un rato acostándome con ella a escondidas y me he cansado.
Me pasa la lengua por la curva del cuello y se deshace de todo encima mía y es entonces cuando suelto la pregunta sin más.
—Elene, —jadeo sintiendo todo sobre mí. —¿Quieres casarte conmigo?
***
Después de una sesión repentina de sexo nocturna, miro a la televisión en la que mujer —ahora, mi futura mujer— se viste de nuevo.
Con la camisa desabrochada y los pantalones dejando ver el elástico de mi ropa interior, enciendo la televisión y pongo un canal cualquiera.
—¿Cuándo será nuestra boda? —cuestiona la caucásica colocándose la falda. —¡Qué ilusión!
—Cariño, hay que dejar algo de luto para esa perra de Dakota. —le digo. —Será pronto, te lo prometo, pero hay que dar un poco más de tiempo para que la gente asimile la muerte de esa niñata.
Ella asiente y le devuelvo la atención a la televisión que ha cambiado de plano completamente.
Ahora, Laetizia Sinners se encuentra en primer plano, no es el programa de Derek Ebannus, sino el de máxima audiencia a estas horas de la noche y no tiene el ''En directo'' arriba a la derecha, lo que quiere decir que ya está grabado.
—Buenos días, Laetizia. —le habla el presentador. —Estamos aquí porque tienes una primicia que contar.
La actriz lleva un libro en la mano y el corazón se me va a salir por la boca cuando reconozco los Libros Monárquicos, desde Mercy hasta el día de hoy.
<<La muerte de Marylin Thompson, el primer hijo de Ebrah, la muerte de Maria Antoinette, los hijos perdidos...>>
Me levanto instantáneamente, yendo al cajón donde saco todo para buscarlo.
Me empiezan a pitar los oídos, se me va la sangre a la cabeza y me mareo cayendo en la cama.
—¡Jason! —me llama Elene pero no soy capaz de responder. —¿Qué pasa?
No puedo contestar, no sé que decir.
—Efectivamente. —sigue hablando ella y la oigo como si estuviese a cinco metros. —Tengo aquí los mayores secretos de la monarquía.
—No me digas... —sonríe el hombre.
—Así como crees, querido. —ríe la muy zorra a la que estoy agarrando zonas de matar. —Mis manos tienen el privilegio de sostener los Libros Monárquicos, desde el reinado de Mercy Diphron hasta el día de hoy y ahora mismo vamos a leerlos y comentarlos todos en vivo y en directo.
Siento que se me va a salir el corazón, y me duele todo cuando Laetizia Sinners empieza a leer el libro y, por consiguiente, a desvelar todos los secretos de la monarquía.
****
He tardado mi tiempito, pero ¡eh! Tremendo capítulo, don't you think so? Me ha encantado escribir esto y solo cuatro capítulitos más y un epílogo, amoressss. Se viene lo mejor (o lo peor?) Para cuando acabe la historia hay una pequeña sorpresa moresssss :3
Nos vemos (espero que más pronto que desde la útlima vez)
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