CAPÍTULO 29
Por si alguien se ha saltado Supernova: Parte 2. Kaywest es un protector para Anders y la tripulación, es decir, lo que los va a proteger de ser malditos de nuevo.
'Agujero negro'
Anders.
La inquietud de Kaywest me da dolor de cabeza. Revolotea a mis alrededores como si estuviera loca, dando vueltas alrededor de mi rostro y yendo de aquí para allá como si tuviera hormigas en el culo.
—Kaywest, —le habla Mafrino tratando de detener su hiperactividad. —vas a marear a Anders.
—¡Estoy feliz! —chilla la protectora moviéndose por el amplio salón. —¡Tengo por fin unos nuevos dueños!
—¿Por fin? —cuestiono haciendo énfasis en que parece que ya ha tenido más antes.
—Sí, —aclara ella quedándose quieta por unos segundos frente al fuego de la chimenea. —llevo desde 1867 descansando, desde el día en que Amelía Thompson falleció.
Arrugo la expresión cuando el nombre se me hace famoso.
—¿Amelía Thompson? —farfullo extrañado. —¿La hija de...?
—Sí, la primogénita de Marylin Thomspon. —completa ella por mí. —Descendiente bastarda de la monarquía Diphron por parte de Mercy Diphron.
—¿Eras su protectora? —cuestiono completamente sorprendido.
Se gira mirándome con sus enormes ojos negros.
—Lo era de su madre: por consiguiente, lo fui de ella al Marylin fallecer. —explica. —Pero mi relación no era tan profunda con la marinera como lo fue con su hija: pues con ella estuve solo un año, ya que me creó en 1788, un año antes de morir.
—¿Y cómo fue? —le pregunto intrigado y con curiosidad, volviéndome deseoso de saber.
—La acompañé a ciertas misiones, —me cuenta. —fui testigo de los embrollos familiares en los que andaba metida por culpa de ser la madre de la hija no deseada de Mercy. Cuando me creó, Amelía tenía dos años y cuando se animó a poner la querella contra el rey por no hacerse cargo de su hija, apareció muerta.
—¿Crees que la mataron? —musito con la curiosidad corriendo excitada por mis venas.
—Lo creo no: la mataron. —afirma. —De ahí, acompañé a Amelía cuando la mandaron a vivir con sus tíos en Port Douglas. Luego ella murió de una enfermedad, y yo pasé a descansar.
—¿Y cómo es que os reencarnáis?
—No es una reencarnación, capitán. —me corrige. —Descansamos en el Edén de los Protectores, una especie de limbo fantástico donde todo es relajación, amor y paz. Cuando la persona a la que protegemos muere, somos enviados allí directamente hasta que se necesita de uno de nosotros de nuevo en la Tierra.
Frunzo el ceño. Sus palabras me tienen con sorpresa, expresándose por sí sola.
—¿Está... fuera del planeta?
—Se encuentra en la Espesura de Dvarka, ese supuesto sistema de planetas donde vivimos junto al Sol, Mercurio, Marte... O eso nos han hecho creer, vaya. Muchos creen que simplemente nos duermen y con poderosas máquinas nos meten a ese limbo en nuestra mente.
—¿Quién?
—Pues no lo sé. —comenta. —¿El Gobierno, igual? ¿Las Casas de Brujas, tal vez? Nadie lo sabe.
Los pasos que se oyen bajando las escaleras cortan nuestra conversación. Me giro, hallando a Marino bajar las escaleras que no sé cuando había subido.
—Bueno, basta de conspiraciones. ¡Capitán, creo que ya tenemos el día para partir a Isla Narvae!
Abro mucho los ojos sorprendido.
—¿En serio? —las palabras me aceleran el ritmo cardíaco. —¿Cuándo?
—Estamos a 1 de septiembre, jueves. Creo que el lunes 5 es un gran día para partir.
—Marino, —digo desolado con las mil y un opciones negativas que vienen a mi mente y que sopeso. —¿y si no es la isla, y nos hemos equivocado? ¿Y si nos traga un kraken? ¿O un remolino de mar?
—Anders, —me corta el abruptamente. —Deja de pensar en cosas que pueden pasar. Estás hundido de mierda hasta el cuello, tu única opción es esta y es la mejor si nos referimos a la otra opción como olvidarte de toda tu vida, de tu mujer, de tu futuro hijo y de tus amigos.
La sola mención de esa posibilidad me da dolor de cabeza trayendo malas predicciones y vaticinios que me ponen el corazón a mil, haciéndome doler el pecho.
—No quiero oír más tus lloriqueos. —me riñe haciendo que Kaywest me mire preocupada. —Es lo que hay y punto, Anders.
La necesidad de tomar algo de aire frío me toma de repente, arropándome con un calor sofocante. Me siento hastiado, me duele el cuerpo entero y quiero descansar veinte días seguidos.
Me levanto del sofá dirigiéndome hacia la puerta. Nada más salgo, oigo el aire rompiéndose por el movimiento de Kaywest que desaparece detrás de mí.
Mi semblante se vuelve nublado cuando las lágrimas me corrompen los ojos al ver el barco del que me han quitado el mandato. <<Todo me sale mal>> No fui capaz de proteger a mi hermana, de sacarla de allí con vida, mucho menos de mantener mi mandato en el barco porque ni para eso sirvo. Las palabras que me arroja mi subconsciente son veneno que me quema la garganta.
Me acerco al acantilado donde una piedra como asiento reina en lo alto. Allí, me posiciono limpiándome una lágrima solitaria que baja por mi mejilla.
Observo el alto del acantilado, pensando seriamente en la altura que me da vértigo.
Las lágrimas se descontrolan bajando por mi cara en un silencio doloroso en el que intento desahogarme.
—¿Estás bien? —oigo que una voz femenina dice detrás mía. Me giro encontrándome el rostro de Louise.
Doy un sorbo con la nariz.
—Sí, estoy bien.
—Vamos, capitán. —me dice acercándose. —No sabré manejar un timón o calcular las coordenadas hacia las que nos direcciona el aire, pero sí sé que alguien llorando significa que no está bien.
Se sienta a mi lado pasándome una mano por detrás del cuello.
—No es nada. —intento restarle importancia. —No te preocupes, Louise.
—Yo también lo he pasado mal. —cuenta trayéndome a la mente los momentos donde más sufría. —Con mi padre, con mis miedos... cuando fue de lo del balazo, ¿quién hubiese dicho que iba a sobrevivir a un balazo de francotirador? Joder, Louise. Eres una hierba mala.
Río ante su comentario.
—Lo sé, Louise.
—Pero todo pasa Anders. —me dice. —Mírame ahora: apunto de casarme. ¡Joder, Louise, que hierba tan mala eres, no mueres ni acribillándote!
Suelto una carcajada de lo profundo de mi corazón y Louise me pasa el pulgar por la mejilla limpiándome una lágrima.
—Yo sé que está siendo una época muy mala. —continúa. —Pero tu cargo indicaba que los momentos malos serían duraderos: y aunque así esté siendo, dejará de serlo. Te lo aseguro. Yo pensaba lo mismo. Y mírame, joder. ¡Soy un claro ejemplo de evolución!
Sonrío aún sin ganas pero agradeciendo el momento de calor que me brinda la cocinera.
—Louise, gracias, en serio. Eres de las pocas que me hizo sentir que algo hice bien siendo capitán.
—Lo hiciste bien. —me detiene levantando el dedo. —Solo que a Craber le pudo la ambición...
—Y le entiendo. —Ahora soy yo quién la interrumpe. —¿O acaso tú no hubieras hecho lo mismo con tal de poder?
—Jamás. Y menos a ti.
Sus palabras me dejan vacío.
—Ya... —asumo las cosas como son. —Yo tampoco lo habría hecho.
Soltar eso me hace sentirme como si tuviese un agujero negro en el corazón. Me empieza a doler el pecho y la poca felicidad que había logrado antes desaparece a una velocidad frustrante arrastrando el color con el que estaba volviendo a ver el mundo.
—Anders...
—No me apetece hablar mucho más, Louise... —la interrumpo.
No dice nada durante unos segundos, solo se calla para luego acercarme un poco a ella.
—Quedémonos observando el horizonte del mar. Sin hablar. Solo quiero que sepas que me tienes aquí. —me dice dejando que solo oigamos el sonido de las olas del mar quebrándose contra las rocas, envolviéndonos en dicha melodía silenciosa.
Cruzo las piernas ansioso por sacar información cuando Laetizia Sinners y Vangalore Terris pasan el umbral de la puerta de mi despacho.
—Buenos días, señoritas. —saludo en un tono elegante pero burlesco aún así.
—Buenos días, Jason. —me contesta Vangalore a diferencia de su amiga, que prepara las cuatro piedras que posteriormente lanza.
—No son buenos días. —se queda de pie aguardando por que las invite a sentarse amablemente, y no le voy a invitar de ninguna forma. —¿Qué quieres de nosotros, Jason?
—Wow, qué subidita estás. —farfullo. —Se ve que a las actrices se os olvida que ser famosillas de tres al cuarto no os da más derecho.
—Qué sorpresa, al igual que a ti el ser rey. —se acerca sentándose al ver que no le digo nada.
—No te he invitado a sentarte.
—Y a mí no me importa si lo has hecho o no. —echa la silla aledaña hacia atrás, invitando a Vangalore. —Vangalore, ven.
La muchacha obedece sin decir nada y anda a paso medio hasta llegar al asiento.
—Pues bueno...
—Te repito la pregunta, Jason. —continúa Laetizia. —¿Qué es lo que quieres de nosotras?
—Pero cuánta hostilidad... —fingiendo inocencia, levanto las manos a las alturas de mis hombros. —Si solo es una pequeña charla entre amigos...
—Tú y yo no somos amigos. Jamás seremos tus amigas.
—Cierto, se me había olvidado que a vosotras os gusta más juntaros con criminales. —rezongo haciéndola molestar.
Ella resopla y Vangalore mira hacia otro lado.
—Pues yo veré con quién me junto o me 'desjunto'. —contraataca ella. —Has hecho que tu representante nos llame, nos traiga hasta aquí e incluso nos has pagado el vuelo, ¿para qué? ¿Para recriminarme que me llevaba bien con Anders? Has tenido suerte de que teníamos un rodaje en la ciudad: sino yo no me aparezco aquí.
—Me ha encantado el detalle de usar el pasado para referirte a Anders. —ignoro el resto de su palabrería. —Ahora, cuéntame uno de vaqueros. —río irónico. —Dime la verdad, Laetizia. ¿Anders está vivo, cierto? Toda la mierda que dijisteis en el programa de Ebannus es mentira, el capitán sigue vivo y vosotras solo lo encubrís, ¿no es cierto?
Pasa saliva y mi mirada de reojo se posa en Vangalore, que no expresa nada.
—Es completamente cierto. Anders Hemsworth está muerto, enterrado en el fondo del mar como todos sus tripulantes. —gruñe.
—¡Deja de mentir! —grito exasperado.
Empujo la silla con la pierna intentando tomar del brazo a la mujer que se echa para atrás, pero Terris se me atraviesa poniéndose delante.
—No te atrevas a tocarla. —me dice en un tono firme. —Me da igual si eres rey, duque o marqués. Como si fueras el mismísimo Papa. No tocas a Laetizia, y si lo haces, es por encima de mi cadáver.
Sonrío de lado sentándome de nuevo y repitiendo el gesto de inocencia. Frunzo los labios haciéndome el inofensivo a la vez que mis manos reposan en el aire.
—Está bien. Ya se ve quién es el hombre de la relación, ¿no? —río ganándome la mirada de odio de ambas.
—Laetizia ya te ha dicho que han muerto, Jason. —habla Vangalore. —Te ruego que nos dejes en paz. Sí, nos llevábamos bien con ellos pero murieron y ya está. No hay nada más sobre lo que pensar.
—Sé que es mentira. —continúo. —Algo en mí me lo dice.
—Pues es que yo no puedo bucear en el mar y buscar sus cuerpos. —refuta Laetizia.
—Quiero una jodida prueba de que están muertos. Y os dejaré en paz. —afirmo con la locura al borde de desbordarse. Anders no puede estar muerto, joder...
Era yo quién merecía hacer esos honores.
—¿Una puta prueba? —sisea Vangalore. —¡No somos magas, ni videntes ni mierda! ¡No podemos darte una puta prueba de que están muertos, joder!
—¡Pues tenéis que hacerlo! —grito levantándome del asiento. Ambas se echan hacia atrás algo asustadas por el movimiento. —¡Y cuando lo hagáis, os dejaré en paz! ¡Ahora, largo de aquí! —se quedan paradas analizando mis palabras. —¡Fuera! —chillo consiguiendo que se muevan, saliendo por patas de la sala.
Ambas salen asustadas y me quedo solo en el cuarto.
Las ganas de partir la mesa a golpes intentan aflorar pero me controlo tirándome del pelo. ¡Joder!
—¡Ese hijo de puta tiene que estar vivo! —chillo. —¡Yo tengo que ser el único con el poder de acabarlo!
La rabia de saber lo mal que me sale todo corre por mis venas.
Segundos después, entra otra persona que, cuando levanto la cabeza, me hace sentir descargas en las sienes. Otro puto estorbo.
—Jason... —habla Monique.
—Monique, no estoy para tus estupideces. Por favor, vete.
—Si ni siquiera sabes lo que te voy a decir.
Levanto la mirada dedicándole una de odio.
—Fuera.
—Vale, vale. —levanta las manos en señal de rendición. —Supongo que entonces no querrás saber cómo es que ahora la prensa sabe que has asesinado a Dakota.
Sus palabras entran a mis oídos y siento que voy a desmayarme. Toma la manivela de la puerta pero la detengo.
—¡Quieta! —se gira. —¡Dime cómo es eso, ya!
—Métete a Internet.
Le hago caso encendiendo la computadora que hace sonidos maquiavélicos antes de funcionar.
—¿Cómo saben que...? ¿Qué...?
Me meto a una página de búsqueda cualquiera hallando la noticia de La 40 en menos de diez segundos.
La verdad sobre la desaparición de la reina consorte.
Dakota Hemsworth cumplió su sueño, casándose con el Rey de Guiena el 2 de junio de 1881. No fue una reina demasiado querida, pero la falta de tiempo fue el mayor factor causante. Apenas ha estado presente en la Monarquía desde el día que se mudó con el rey, pocos días antes, hasta hace unos cuántos días desde los que no se la ha vuelto a ver.
Ya llevaba unos días sin salir del Luvemount, sin embargo, el rey lo achacaba a una gripa terrible que la tenía en cama. ¿Pero es esto cierto? Debido al incendio en el que supuestamente la reina huyó con su hermano, el criminal Anders Hemsworth, todos los integrantes de la monarquía se han mudado al Vielmoe durante el arreglo de este mismo. Pero, ¡sorpresa! Nadie ha visto a la reina consorte salir del Luvemount y arribar al Palacio Vielmoe.
Es hoy, 2 de septiembre, cuando nos confirman desde dentro del servicio de la Monarquía que hay unas marcas de bala 223 Remington, disparadas desde un revólver Smith & Wenson M19, la marca del revólver del rey, aparte de sangre seca en el cuarto que era del rey, la cuál se ha llevado a analizar a un laboratorio.
¿Cuál es la verdad sobre la ausencia de la reina?
Despego los ojos de la pantalla con la ira recorriéndome.
—¡Joder! —chillo dándole un golpe a la mesa. —¡Dios, puta vida!
—Te dije que teníamos que vigilar el arreglo del Palacio.
—No me da la vida, Monique.
Intento respirar pero está completamente descontrolada y desacompasada. Se me olvida como hacerlo con control, me pican las manos y todo el cuerpo sumido en una bola de rabia que necesita estallar.
—Jason, respira.
—¿Quién es ese cabrón? —musito entre dientes, iracundo. —¿Está aquí?
—Jason, no...
—¡Dímelo o te entierro un tiro en la frente! —le grito sacando el arma con el que le apunto a la frente al levantarme de la silla ágilmente.
Monique tiembla sujetando su carpeta. Sus ojos se tornan brillosos pero me da igual.
—Es el cocinero Luigi Woods. —farfulla trémula. —Se sabe porque en su mochila encontramos productos de periodismo de La 40. Sí está aquí, ya ha vuelto de limpiar en Luvemount.
—¿Por qué coño dejaste filtrar esa puta noticia? —gruño molesto. Esto es culpa suya. —Te dije que no quería nada sobre la muerte de Dakota.
—Aún no he logrado eliminar a todos los antiguos integrantes, Jason, perdóname...
—Es la primera y la última. Estoy metido en este problema por tu puta culpa. —quito el seguro paseando el arma por su frente y apartando un mechón de su pelo. —Deja de lloriquear. Es la única que voy a pasarte. Te di un dinero: aprovéchalo y no me hagas enterrarte un tiro y encargarme yo de las noticias de este país.
Le paso la punta del arma por una lágrima, secándola contra él y haciendo que tiemble.
Me alejo quitando el revólver y dejándola respirar de nuevo. Salgo de la oficina bajando las escaleras. Llego a la cocina donde busco con la mirada.
—¡¿Dónde coño está Luigi Woods?! —grito llamando la atención de los trabajadores.
—¿No está de buen humor, Su Majestad? —vacila Leva Pasmova y la ignora.
—No me jodas ahora, Leva. ¿Dónde está Woods?
—Está en el almacén, señor. —me señala con la cabeza el lugar de donde sacan todas las provisiones.
Cruzo la cocina llegando al espacio alargado donde encuentro al italiano agarrando unos sacos.
—Eres una mierda.
Musito haciendo que se gire. Cierro la puerta andando hasta él.
Me mira extrañado pero lo recibo con un cabezazo que lo desestabiliza.
—Su Majestad, ¿qué hace...? —farfulla tapándose la brecha que le he hecho al golpearlo. Lo tomo de la chaquetilla abriendo la puerta contraria de la que he entrado.
La puerta que da al vertedero del Vielmoe.
—¡Jason! —entra Monique corriendo cerrando detrás de ella. —¡Estate quieto!
—Eres el puto periodista. —gruño enfadado. —Pues que sepas que hasta aquí has llegado, cabrón.
—¡Jason, no! —Intenta detenerme Monique viniendo hasta mí, pero no le da tiempo cuando, entre los sollozos desesperados de Woods, saco el revólver que le pongo en la frente soltando el disparo silenciado que apaga su voz.
Monique llega para intentar tirar de mí hacia atrás, pero la empujo atrás apuntándole de nuevo.
—Ni se te ocurra tocarme porque te mueres. —escupo. —Ayúdame a esconderlo entre la basura, y cuando venga el basurero, le pagas para que no diga nada. ¿Entendido?
Asiente lentamente, acercándose cuando dejo de apuntarle y tomamos el cuerpo aún caliente de Luigi llevándolo hasta los contenedores.
Lo dejamos allí y movemos varias bolsas sobre él.
—Joder, qué asco. —solloza Monique.
—Qué finura.
Cuando su cuerpo ya se halla hundido entre bolsas de basura hediondas, entramos de nuevo al almacén y salimos de él por la parte interna del castillo, yendo al fregadero donde nos lavamos las manos.
Ella termina primero y se distrae cuando una llamada le entra al móvil.
La coje mientras yo restriego las manos haciendo espuma.
—¿Sí? —le dice a la voz al otro lado. La oigo sisear cosas ininteligibles y enjuago mis manos con el agua fría. Siento la ira estabilizarse de nuevo dentro de mí. —¿En serio? ¿A qué hora? —cuestiona con un deje de preocupación en su voz y me giro, arrugando la nariz en un gesto de <<¿Qué pasa?>> —Vale, vale. Ahora se lo digo.
Leva entra en la cocina mirándonos aterrada.
—¿Dónde está Luigi? ¿Qué le habéis hecho?
—Monique, —la llamo regresando su atención a mí. —¿qué ha pasado?
—Jason... —farfulla como si estuviera buscando las palabras correctas para decírmelo. —Tenemos un problema.
Paso saliva expectante ante sus palabras.
—¿Qué pasa?
—Hoy... se ha convocado otra manifestación a las 16, es decir, en tres horas, por la muerte de Dakota, ya que se ha confirmado que esa era su sangre... y no tiene pinta de que vaya a ser muy pacífica.
***
Monique no se equivocó al decir que esto no sería pacífico.
Hay gente por todos lados inundando las calles, rompiendo escaparates, ventanas de edificios y echando spray de color en todos los establecimientos por los que pasan. No hay hueco para la gente, solo están ellos y ocupan la avenida tranquilamente. Liderados por gente con pancartas con mi cara tachada, gritan todos <<Justicia para la reina consorte>>
<<Justicia os voy a dar yo ahora>>
—¿Me oyen? —cuestiono al walkie talkie observando por los prismáticos. —Hola, ¿me reciben?
—Alto y claro, Su Majestad. —farfulla el Coronel Reigan al otro lado de la línea. —Dígame su posición.
—Piso 15 del Edificio Principal de la Commerce's Avenue, hacia el que se dirigen. —informo. —Observo todo desde una terraza, aguardando pacientemente.
—¿Eso es un permiso para disparar? —pregunta la Teniente Ware.
—Efectivamente, teniente.
Mi privilegiada vista me permite ver a la teniente en un edificio en un costado, con el francotirador, al coronel en el edificio de enfrente y al resto de soldados apuntando.
—Permiso para disparar concedido. Quiero a los seis que sujetan la pancarta muertos. —informo por el walkie talkie dándoles a entender que sí deben sacarle jugo a su puntería.
—Entendido, Su Majestad. —contesta el Coronel dando paso al maravilloso espectáculo que mis ojos van a tener el placer de degustar.
Se van acercando a mi edificio y pasan unos segundos de silencio, únicamente roto por la algarabía de la manifestación pero un disparo zumba el aire seguido de cinco más.
El primer disparo derriba a uno de los líderes de la manifestación que cae al suelo con un tiro en la cabeza. Tapado con un gorro rojo, el siguiente muere milésimas después.
Se forma un desorden pero eso no exime de la muerte a los otros cuatro, que reciben los disparos de francotirador que los llevan al suelo de una sola estocada.
En el pecho, en la cabeza, en la espalda, en el cuello...
Cada uno recibe el tiro en un sitio distinto y yo me deleito viendo su sangre formar un charco común en el suelo. La gente comienza a correr y a intentar esconderse, creyendo que esto es un gulag donde van a morir. <<Idiotas>>
'Vivisteis demasiado' Debería poner en sus lápidas.
Sonrío y es entonces cuando tomo el megáfono conectado a los altavoces que despliegan los soldados a los lados del edificio.
—Buenas tardes, East Plate. —hablo consiguiendo la atención de algunos que cada vez se vuelven más. —Espero que esto os sea una clara advertencia de que es lo que pasa cuando me tocas las narices de más, y aún encima, te pones de propósito joder mi ciudad. Sí, os lo afirmo. Dakota murió, y fue a mis manos. —la gente se asombra ante mi sinceridad. —Pero esa mujer no merecía ni la vida ni el título de alteza real. Me da igual si os parece bien o mal. Me parece que me he tomado esta monarquía de forma muy amable. Esto se acabó.
Dejo el micrófono y oigo llegar el helicóptero a la azotea. La gente sigue gritándome cosas, los soldados recogen los parlantes desconectando el micrófono y me meto al apartamento donde Johannes me espera.
—Espero que esto te sirva de escarmiento para dejar de hacer barbaridades. Te has metido en una y aún no sales de la otra. —me dice.
—No estoy para tus regaños. —lo interrumpo. —Muchas gracias por dejarme tu apartamento y todo eso, pero estoy cansado de que te creas con el derecho a reñirme a cada nada como un niño tonto. ¿Vienes conmigo?
Me dirijo a la puerta sin esperar respuesta.
—¿A dónde vas? —me pregunta y salgo del piso. —¡Jason!
Viene detrás mía cerrando la puerta del apartamento y me meto al ascensor pulsando el piso de la azotea, el número veintitrés.
Cojo el teléfono pulsando el número del máximo jerarca —después de mí, obvio— de las Fuerzas Armadas.
—¿Maximilian? —digo cuando parece que ha cogido la llamada.
—¿Jason?
—Hola, ¿ya estáis arriba?
—Sí, estamos esperándoos.
—Perfecto. —digo lacónico. —Estamos subiendo. Necesito un favor, Maximilian.
—Dime.
—Necesito que mandes soldados a vigilar a Laetizia Sinners y Vangalore Terris. No pueden salir de East Plate. Vigílalas esta semana, luego, cerrad el aeropuerto durante otra semana. —le informo. —Quiero tiempo para pensar.
—¿Qué planeas?
—Planeo cerrar Guiena. —le confieso para la sorpresa de Avik, que abre los ojos. —Siento que esto se está descontrolando y la OGO no va a tardar en venir a meter las manos. Quiero controlarlo todo yo.
—Jason, no sé si...
—Estás en el lado del poder, Maximilian. —le interrumpo. —No te preocupes de nada. Estamos llegando.
Cuelgo y noto la mirada de Johannes sobre mí, aguardando por respuestas.
—¿Qué? —alzo los hombros.
—¿Puedes decirme a dónde vamos? ¿Qué coño estás haciendo? ¿Cerrar Guiena?
—Ahora lo verás. —marco otro número distinto. —No cuestiones lo que hago, te lo pido por favor, Johannes.
Llegamos al piso de la azotea, donde me abro paso hasta llegar al helipuerto donde me espera el gran helicóptero que va a llevarnos hasta mi siguiente destino.
Allí, me encuentro con Mohler y los soldados que saludo.
—¿Cómo así que estás vigilando a Sinners? —cuestiona el ministro cuando nos metemos al helicóptero.
—Sí, necesito una información de ella que me está ocultando y no puedo dejarla irse de aquí.
—Su Majestad, póngase esto, por favor. —me dice un soldado pasándome un chaleco antibalas y una Micro Tavor.
—Jason, ¿quieres decirme a dónde vamos? —farfulla Johannes sentado en frente mía. El helicóptero arranca y se eleva en el aire.
Suspiro mirando a Johannes.
—Tú has venido de adorno: te vas a quedar aquí sentado. Vamos a West Plate: a hacerle una visita al Consejo.
***
Ante la atenta mirada de los transeúntes, el helicóptero manejado por un piloto del Ejército de Aire, treinta y tres minutos después llegamos a aterrizar sobre la sede del Consejo de Castilla. Observo las luces de la ciudad, viendo la antigua casa del capitán reducida a cenizas.
Las luces brillan en el atardecer cuando vamos descendiendo.
Algunos sacan fotos, otros se sorprenden y bajo del helicóptero dirigiéndome hacia el guarda de seguridad en la puerta de la azotea.
El Consejo de cada comunidad es como su pequeño gobierno: una vez tomado, las Cortes y los Juzgados son nuestros, ya que del Consejo vienen los que trabajan en ellos.
—Buenos días, Su Majestad.
—Buenos días. —lo saludo. —¿Va a dejarme pasar?
—¿Tiene cita con alguien?
—¿Eso importa? —cuestiono. —Soy el Rey de Guiena, déjame pasar o te encarcelaré por desacato de la autoridad.
Bufa molesto y me abre la puerta.
Los soldados van pasando bajo la atenta mirada del guarda que cae inconsciente cuando lo golpeo con la Micro Tavor en la nuca.
Me muevo hacia dentro y cierro la puerta.
Bajamos las escaleras que dan al cuarto piso de la Sede y el más alto. Abro la puerta observando a la gente pasar. Se alteran cuando nos ven y la balacera comienza cuando el de seguridad del piso dispara contra nosotros.
La gente cae con las balas, algunos logran resguardarse y algunos policías de Guiena nos disparan sin darnos tiempo a decir nada. El suelo se llena de algún herido.
Me echo hacia un lado, esquivando los disparos de la policía westiana. Los soldados continúan disparando y los guardias tampoco cesan con la balacera atacante.
Segundos después me levanto, moviéndome pegado a la pared y haciendo uso de los cubículos de oficinistas para evitar las balas y llegar al despacho de Isabel Renthfield. Mohler me sigue y entramos encontrando a la mujer que nos observa tras sus gafas.
—Buenos días, señora Renthfield. —le digo, notando las armas amartillarse contra ella. —Un gusto volver a verla.
Sin expresar ningún tipo de miedo, se baja las gafas observándonos. Es una mujer entrada en edad, pero tiene la inteligencia y la suspicacia de un zorro joven y fructífero.
—Una pena no poder decir lo mismo, Su Majestad. —farfulla dejando de teclear en su ordenador, que la tapa casi entera. —¿Qué haces aquí?
—Estoy buscando nuevos aliados, señora Renthfield. —musito aguantándome la risa sentándome frente a ella. —Espero que usted lo sea.
—Usted llegó a un acuerdo con el señor Otlér, —informa. —respete el acuerdo con el alcalde de Castilla y váyase...
—Ya no me interesa ese acuerdo. —le interrumpo. —Quiero nuevas medidas en todo el país y mi mayor problema es West Plate. Así que estoy aquí para dos opciones: o tratamos y usted sigue manejando el Consejo, pero bajo mis órdenes... —me giro guiñando un ojo a los dos soldados que quitan el seguro. —O el Consejo será mío a las malas.
—No voy a tratar con un asesino como usted... —musita impasible.
—Sería una pena que tenga que matarla, ¿no cree, Isabel?
Niega con la cabeza.
—Máteme. —susurra, pero todos podemos oírla. —Estoy deseándolo. La OGO no le va a dejar hacer de este país una dictadura.
Me apoyo en la mesa doblándome y quedando frente a su cara.
—Señora Renthfield, es usted muy inteligente como para dejarse matar por poder. Vea que, si acepta, seguirá siendo poderosa pero conmigo siendo encargado.
—¿Esto será de conocimiento público? —pregunta.
—Claro. —aseguro. —La gente merece saber que ahora también quiero ser incluido en las discusiones del Consejo de Castilla y de Cala Verde.
—¿Entonces, porque ha entrado aquí a punta de bala?
—¿Yo? —me señalo con el dedo fingiendo inocencia. —Han sido los guardas los que han empezado a dispararnos instantáneamente, nada más vernos.
—Eso es mentira.
—Mire las cámaras, si no me cree.
—Jason...
Le tiendo la mano acallándola en cuanto a lo que iba a decir.
—Acepte mi oferta, señora Renthfield. Es lo que más le conviene: más sueldo y menos trabajo, de eso me encargaré yo. Deme ese pequeño poder en el Consejo, y le prometo que el resto de su vida será fructífera y beneficiosa, sólo para usted, ¿si?
La mujer no da una sola señal de vida; si me dicen que estoy hablando con un cadáver, me lo creo.
Tarda unos segundos más en brindar una reacción, y cuando lo hace, me hace celebrar internamente cuando me da la mano, dándome a la vez el poder sobre el Consejo de Castilla, y por consiguiente, el poder también en el Consejo de Cala Verde porque ellos solo se valen de ellos.
Sonrío agitando levemente la mano de la septuagenaria. Esto acaba de empezar y ahora tengo el poder sobre todo Guiena, incluyendo el poder jurídico y legislativo que puede tener el país.
Agujero negro: Región finita del espacio descrita en las ecuaciones de Einstein, cuyo interior posee una concentración de masa lo suficientemente elevada como para generar un campo gravitatorio tal que, salvo por un determinado tipo de procesos cuánticos, ninguna partícula ni radiación —ni siquiera la luz— pueden escapar de él.
Espesura de Dvarka: En Guiena, término referente a un Conjunto de planetas del Sistema Solar. En el Sistema Solar hay 3 Espesuras. La Espesura de Dvarka (Mercurio, Venus, La Tierra y el Sol, además de este supuesto limbo del que Kaywest habla y otras miles de estrellas.), La Espesura del Nostromo (Uranio, Neptunio y Plutón) y La Espesura de Mitilenne. (Marte, Saturno, Júpiter).
El orden sería algo así: Planeta - Espesura - Sistema - Galaxia, etcétera.
OGO: Organización Gubernamental de Oceanía. Alianza militar entre países oceánicos, incluidos Australia, Nueva Zelanda, Indonesia, Guiena... Algo así como la OTAN europea, pero en Oceanía.
****
Capitulito largo, ¿eh?
Pues debo informaros de que, en un principio, Mar de Corazones iba a tener 40 capítulos. Lo idee así, la trama estaba hecha para que así fuera. O eso creía.
He estado pensando, y resulta que no es así. La trama NO da para 12 capítulos más de una longitud de 10 páginas, pero si da para 6 más y una longitud de 15. Sé que parece lo mismo, pero no lo es. No quiero que este libro tenga relleno, y precisamente por eso, es que la historia va a tener 35 capítulos, los finales igual más largos, en vez de 40. Ya que 35 sí puedo llenar sin relleno, 40 no.
También he pensado en algo: y es que el Libro 1 tiene 560 páginas, y si este no pasa las 400, no me pareceria una mala idea juntar ambos y que quede en un solo libro de 900 páginas. Todo depende.
Ahora si queda muy poquito para acabar el libro (¡6 capítulos!) Nos vemos pronto.
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