CAPÍTULO 21
'De cabeza'
Anders.
Tenía un cañón apuntándome.
A mí, y a mis trabajadores. Y la tortuga que lo manejaba estaba dispuesto a disparar, a mandarnos a criar malvas.
—¡Pare, por favor! —repito en un intento desesperado de que esa sombra sentada en el sillón detrás del cañón se baje de allí. —¡Solo queremos su ayuda, no vamos a hacerle nada! ¡Baje!
Se hizo el silencio durante unos segundos. Me giro, observando a todos mis tripulantes que parecen aterrados. Faraday, Craber y Salvatore con la mano en su arma, seguros de que si hacía falta, sacarían sus armas y dispararían al mago templario.
Devuelvo mi mirada hacia arriba, y la única diferencia que noto es que ahora las patas del hechicero ya no sujetaban el cañón; ahora solo se encontraba sentado y erguido en la silla.
—¿Quién me asegura que no queréis hacerme daño? —Su voz es grave y profunda, reflejando los años de vida y calamidades que ha pasado la persona que la porta consigo.
—Yo. Yo se lo aseguro. Tiene mi palabra. —contesto intentando fingir firmeza y que el cañón no me ponga las piernas a temblar. —Ahora mismo solo tiene dos opciones, señor Tártaro. —utilizo la formalidad tratando de emanar más confianza, seguridad y respeto. —La primera es disparar, reventarnos a todos y quedarse con la curiosidad de saber qué era lo que queríamos. —tomo aire pero la tortuga no reacciona. —Y la segunda... es bajarse de ahí y venir a hablar con nosotros.
—Vais armados. —refuta él. —No me fío.
Paso saliva intentando alivianar el nudo de mi garganta, y entonces me giro mirando a mis tripulantes.
—Dejad las armas donde están. —ordeno para quiénes tienen la mano tocando sus revólveres. —Y dejad las espadas en el suelo.
Soy el primero que predica con el ejemplo y dejo la cimitarra en el suelo sin más dilación.
Los demás me imitan y dirijo mi mirada de nuevo hacia el hombre sobre la casa.
—Ya está. —le hablo de nuevo. —Baje, por favor. Tenemos que hablar con usted.
—Sigue sin ser un seguro de que no van a hacerme nada. —contesta de nuevo sin moverse ni un solo centímetro.
—No vamos a matar a alguien como usted, con más de 100 años de vida, y además, un famoso hechicero. —repongo yo, siento una gota de sudor frío deslizándose por mi sien y cayendo al suelo.
No contesta y su silencio es la peor de las respuestas. Sin embargo, llega un momento donde la figura se desvanece poco a poco pero abruptamente, se difumina por completo y una nube de gas nos ataca de nuevo.
—¡Joder! —grito cuando siento el humo internándose en mis pulmones y en mis venas, cortándome la respiración.
Todos comenzamos a toser y algunos caen al suelo buscando aire.
—¡Pare, por favor! —suplica uno de mis trabajadores y de un momento a otro, la humareda comienza a desaparecer y el aire vuelve a nuestros canales respiratorios.
Toso intentando sacarlo todo, siento la sangre volver a circular con un cosquilleo por todo mi cuerpo. Una lágrima solitaria que se desliza por mi mejilla es detenida con un movimiento seco de mi mano.
Me giro, buscando la certeza de que todos mis tripulantes están bien y cuando me doy la vuelta de nuevo, me encuentro con la tortuga de metro y medio de alto. Es un claro espécimen de la personificación de animales. Su piel es amarillenta, lleva un gorro negro y una camiseta floral roja con toques blancos, además del sustento del bastón con el que anda.
Tiene perilla y bigote de color canoso y grisáceo, aparte de unos pantalones que cubren la mitad de sus patas amarillas que finalizan en redondo.
Unas lentes cubren sus ojos de color completamente negros.
—Bu... Buenos días, señor Tártaro. —saludo titubeante. Me yergo en un intento de demostrar tranquilidad. —Somos la tripulación del barco de Veneno. Soy Anders Hemsworth, mucho gusto.
No sé si sus ojos le permitan ver algo, solo son un hueco negro que más bien parece un agujero negro espacial y me prohibe ver algo sobre su expresión. Solo estira el brazo con el bastón en mano.
No me toma la mano, me la deja tendida en el aire hasta que, segundos después, estira el brazo con el que me agarra la extremidad que hace tiempo yace flotando. Su pata es un tacto extraño, de hecho siento que simplemente estoy tocando una piel rugosa y cilíndrica. Sin duda es un sentimiento raro.
—Buenos días. —habla finalmente permitiendo que su tono de voz me penetre los tímpanos, invadiéndome con su oscuridad y su siniestralidad. —Yo soy Marino Tártaro. —se presenta y siento que recién lo conozco aunque ya sabía quién era. —Soy el hechicero más importante que Guiena ha tenido. —se echa hacia un lado observando a todos mis tripulantes. —¿Qué es lo que se supone que queréis de mí?
Me suelta la mano y respiro profundamente.
—Necesitamos su ayuda. —pronuncio después de unos segundos de silencio para la recomposición de fuerza. —Tenemos... impuesta una maldición de las hadas y usted es el único hechicero ubicable que puede ayudarnos.
En ese momento, la tortuga relaja su postura perdiendo uno de sus centímetros de su por sí ya baja altura.
—Síganme.
Se da la vuelta y comienza a andar hacia la entrada de su casa. Antes de seguirle, me giro mirando a mis tripulantes.
—Que alguien les diga a los demás que es seguro y que suban, por favor. —asienten y me doy la vuelta para ahora sí seguir a la tortuga.
Llega hasta la puerta y abre, dándonos paso al echarse a un lado y permitiéndonos ver el tétrico interior de su casa. Las paredes son oscuras y unas escaleras posicionadas a la derecha suben hacia arriba. La cocina, al lado de la entrada y de tipo loft, tiene todo tipo de electrodomésticos y la nevera tiene imanes relacionados con la brujería.
Al otro lado y debajo de las escaleras, hay una puerta y siguiendo hacia la derecha, hay una puerta de arco del que solo se ve un pedazo de una mesa.
En frente de la puerta, hay un sillón negro frente a una chimenea y me recuerda bastante a la casa de Milla Sawzky.
—Vamos al sofá.
Nadie dice nada y algunos quedan fuera; Faraday, Salvatore, Rhea, Calamity, Enerah y yo entramos a la casa y nos repartimos por el mueble oscuro.
—Cuéntenme mejor la historia de lo de la maldición. —dice Marino pasados unos segundos.
—Pues... resulta que hace unos días una de mis hechiceras se encontraba haciendo una limpieza de aura y yo entré ocasionalmente a la habitación donde lo hacía. —explico rememorando los hechos del día que volvíamos de la misión de la selva Balzanne. —Notó la potencia de la maldición, la analizó y se dió cuenta de que era una maldición de las hadas. De esas con mucha fuerza de candado, son muy difíciles de quitar.
—¿Todos la tenéis? —cuestiona.
—No lo sé. Creo que no. —susurro finalmente. —Espero que ellos no la tengan. Pero si han venido a acompañarme.
Marino parece pensarlo durante unos segundos.
—¿Queréis que yo os quite la maldición? —pregunta.
—Sí. Eres nuestra única opción. —respondo yo.
La tortuga personificada parece pensarlo durante unos segundos.
—Lo veo complicado, chicos. —se levanta lentamente y tira un papel del suelo a la hoguera que se aviva. —Lo siento mucho.
—Marino, —le habla Faraday James. —eres de los mejores hechiceros de este país. ¿Qué te lo impide?
—No puedo, lo siento. —es lo único que contesta.
—Usted es perfectamente capaz, —se levanta el capitán de La Buena Cassidy. —y lo sabe.
—Angus. —digo con un tono de alerta. Lo que menos necesitamos ahora es que este hombre se sienta atacado.
—Les prometo que me encantaría hacerlo. —continúa Tártaro. —Pero no puedo.
—¿Por qué? —cuestiono yo.
La tortuga suspira profundamente.
—Como supongo que sabréis, para la magia se necesita mucha, mucha energía. —mira a Rhea. Estoy seguro de que ha captado su energía mágica. —Y esa energía...
—Se rige según los años de edad de la persona. —acaba Rhea haciendo que Tártaro asienta con la cabeza. —Es decir, si tienes 20 años, tendrás más energía y se recargará mucho más rápido que si tienes 80, que apenas tendrás y tardará mucho en recargarse.
—Y tengo 176 años. —sigue Marino. —He pasado la media debido a que soy un ser mágico, pero mi energía está muy reducida. No creo pasar los 180... para quitar esa maldición se necesita mucha energía. Y yo ya no tengo de eso.
Sus palabras se clavan como estacas ardientes. ¿Entonces no tengo esperanza? ¿Un determinado día moriré, se acabará mi vida? ¿No hay solución?
—Como mucho puedo analizarte y decirte de que es la maldición o quién la impuso. —continúa Marino. —Pero lo único que puedes hacer es matar a quién te la impuso y al hada, pero la diferencia de las maldiciones normales y las de hadas es que en estas últimas, aunque se analice, no se puede saber quién ha sido el que ha maldito exactamente.
Suspiro intentando controlar mi respiración exaltada.
—¿No... no hay forma de recuperar esa energía? —pregunta Calamity.
—Yo creo que no... —contesta Marino.
—¿La Fuente de La Juventud ha dejado de existir? —dice Rhea y sus palabras hacen que se forme el silencio en la sala.
Wow.
Un atisbo de esperanza ilumina mi corazón.
La gran leyenda de La Fuente de La Juventud. Una de las mayores leyendas guiénesas, que cuenta que una fuente hace muchos años fue encontrada en un lugar que los antiguos guiéneses religiosos creyeron sagrado, brindándole sus mayores rituales y ofrendas que la hicieron un lugar mágico y poderoso para la antigua religión que reinaba en Guiena. Cuando la religión reinante, el subhaísmo, se extinguió en 1624, la Fuente de la Juventud mantuvo su poder, fruto de tanto hechizo y ritual, el cual permite el intercambio de vidas y años a través de sus aguas. Mencionada en miles de escritos antiguos y libros, es un mito que en cierto momento fue realidad pero no se sabe si sigue existiendo. En todos ellos se da como un lugar custodiado por todo tipo de criaturas dispuestas a matar sangrientamente para proteger tal bendito sitio.
—¿Esa no es la fuente que permite intercambiar años de vida? —pregunta uno de mis tripulantes, pero la sorpresa y estipulación no me deja entender quién.
—Esa fuente ya no existe, —afirma Marino Tártaro permitiendo que la desesperación me tome del todo— hace mucho que dejó de existir, cuando el subhaísmo dejó de existir se anunció que la fuente perdió su energía y en base a eso se desintegró.
—¿Dónde estaba ubicada? —habla Salvatore. —No perdemos nada por buscarla.
—Eso es algo de los otros misterios que imposibilitan que la visitemos y/o usemos. —recalca Marino.
La visión se me nubla con la negatividad que está tomando el asunto. Veo todo negro, en el futuro, y en el presente.
—Necesitamos ubicarla. —indico yo. —Tengo que ir, aunque no esté allí ya. Es mi única esperanza. —miro a la tortuga que asiente lentamente. —¿Cómo funciona la Fuente? ¿Y no existe algún escrito que aclare dónde está?
—Sí, en las Escrituras Embrujadas algo se menciona. Y tengo algunos escritos que también pueden servirnos. —suelto el aire retenido sintiendo que me quito un peso de encima. —En referencia a la otra pregunta, la Fuente de La Juventud tiene un funcionamiento relativamente simple.
<<Es un arco con dos lados; a la izquierda, debe ponerse el que va a recibir los años de vida, y al otro lado, va a estar quién va a dar dichos años. Después de esto, deberán conjurarse unas palabras que están talladas en la pared. En ese instante, la fuente comenzará a borbotear con fuerza y, mientras estén ahí, el del lado izquierdo rejuvenece, y el del lado derecho, envejece hasta que llegué a la edad en la que hubiese muerto por causas naturales hasta convertirse en mero polvo. Tres segundos, un año de vida. Yo necesitaría unos 60 años de vida, aproximadamente.
Todos nos quedamos callados y las imágenes aún no sucedidas pasan por mi cabeza a una velocidad que las vuelve volátiles.
—Eso significa... —comienza Faraday mirándonos a todos mientras asimilamos lo que va a pasar cuando llegue ese día.
—Que uno de nosotros debe morir para darle la vida a Marino. —termina la frase Rhea Morgan y los escalofríos recorren mi espina dorsal dándome cuenta de que está situación es mucho más complicada de lo que podría haber llegado a esperar.
****
Jason.
Dejo a la mujer dormida en el suelo del desván donde lleva todo este tiempo.
El desdén que siento se refleja solo y le regalo a su cuerpo dormido una mirada repleta de odio; jamás creí que pudiera llegar a caerme tan mal. Extraño a su madre; a ella jamás le desee tanto mal como el que le deseo a esta cucaracha.
¿Entonces, por qué no la dejo libre y le firmo el divorcio? Me niego.
Es mi moneda de cambio. ¿Acaso Anders se cree que nací ayer? Estoy seguro de que él y su Liga de La Justicia se encargaron de destruir nuestro campamento de indígenas que fabricaban ropa de exportación. Sé que él tiene a Alex Monrovell, y me toca las narices porque ahora se está formando una revuelta con los de derecha que aclaman a su presidente.
También hemos confirmado la muerte de Amelia y Charles, lo que ha puesto la situación aún peor.
Es todo una mierda: afiliados de LIX revelándose contra mí, la 'extraña' muerte de ese civil llamado Harry Manaake...
Todo se está saliendo de control más rápido de lo que me esperaba.
—Vámonos. —le murmuro a mi soldado, o más bien, nuevo guardaespaldas, Iriel Fontes.
Bajo por el ascensor y llego a la planta baja, intentando pasar de largo de Johannes pero no me lo permite. Me topo con la mirada de Elene. La bendigo con una sonrisa ladeada.
—¿Dónde vas? —me pregunta, y al ver que sigo avanzando, se me coloca delante bloqueando la puerta. —Te he preguntado qué a dónde vas.
—Perdona, pero Isaac Diphron murió hace unos meses y cumplí la mayoría de edad hace 8 años como para que estés tú ahora con tu puta jodienda. —contesto sin medición de las palabras. —Ni te importa donde voy, ni te interesa mi vida. Permiso, si no quieres que te empuje e igual te rompas la cadera.
Resopla y sonríe de lado subiendo mis niveles de ira.
—Mira, Jason, no sé qué cojones es lo que te pasa, pero desde luego que yo no tengo la culpa de que tu matrimonio haya salido al revés, como todo desde que estás de rey. —suelta el veneno que entra por mis orejas y en nanosegundos me recorre el cuerpo entero y lo domina mientras rabio con la molestia que se convierte en creciente ira. —Así que a mi no me vengas hablando así que yo no soy uno de tus achichincles que se dejan hasta... pegar. —recalca la última palabra haciéndome viajar al momento en el que abofetee a Gilda y es la gota que colma el vaso.
No mido la rabia, es Iriel quién me sostiene el brazo por delante intentando que baje el arma cuando saco el revólver y se lo clavo al anciano entre ceja y ceja.
—A mi no me vas a hablar así. —musito entre dientes. Iriel ejerce fuerza pero no lo logra. —Osea, ¿te largas del castillo cuando te da la gana y pretendes volver y que sean perfectos contigo?
—Su Majestad, relájese, por favor... —suplica y oigo al resto de personal acercarse pero los ignoro. La rabia no me deja ver.
—Soy tu rey y no eres más que el subordinado que siempre ha estado por debajo. —continúo escupiendo las palabras llenas de ira.
—Venga, mátame. —el anciano se mueve contra la pistola y mi dedo viaja al gatillo que se desliza en mi dedo. —Total, ¿se te da muy bien últimamente, no?
La rabia me hace llevar el pulgar al seguro pero en ese momento Iriel ejerce aún más fuerza y logra que baje el arma.
—Baja eso. —me susurra al oído. —Nos está viendo todo el mundo y ya tenemos suficientes problemas.
Vuelvo a la tierra de mi viaje lleno de rabia y veo con normalidad de nuevo.
Respiro con normalidad poco a poco y el soldado se me adelanta empujando con suavidad al anciano frente a mi. <<Mátame. ¿Eso se te da muy bien últimamente, no?>> Soy un asesino. Un rey indecente. Las palabras de Johannes rondan por mi mente pero retomo consciencia; aleteo las pestañas evitando la salidas de lágrimas y guardo el revólver después de colocarle el seguro.
—Y usted deje de provocar de una puta vez. —le dice al consejero que se aparta. —Pase, señor Diphron.
Agito la cabeza, tratando de sacar dichos pensamientos de mi cabeza.
Comenzamos a andar por el césped del jardín y tomo aire lentamente.
—Ha... hablemos de otra cosa, —titubeo. —¿Has vuelto a hablar con tu hermana?
El soldado niega con la cabeza.
—La última vez fue ese día. No me contó dónde estaban, ni mucho menos. —informa. —Pero sí, hace tiempo que no hablo con ella.
—Consigue contactar con ella. —indico aún recuperándome del momento de ataque de ira que acabo de vivir. —Es importante.
Iriel Fontes, hermano de Dalina Fontes, volvió a West Plate hace unos meses, después de enfrentarse a Bahía Blanca en los intentos de usurpación de la ciudad, cortejando el mar, intentando cubrir dicha ciudad y tratando de apoderarse de East Plate en repetidas ocasiones con él, en ese momento dividido, Ejército Guiénes de Castilla.
Sin embargo, cuando todos lo abandonaron en la cochambrosa ciudad oeste y recuperé el país, lo busqué. Sabía de su existencia; sabía que la novia del capitán tenía un hermano y que formaba parte del ejército, así que intenté hallarlo y cuando lo logré hace casi mes y medio, le ofrecí un trato que no podría rechazar.
—¿Te interesa venir conmigo? —le pregunté al hombre de cabellos rubios tendido en el suelo. —De hecho; sí te interesa. Es tu única opción; sino, morirás. Tú decides. Solo recuerda que eres su familia y eso es una cruz enorme..
Se quedó callado durante unos segundos, dándome a entender que no traicionaría a su hermana y cuñado a cambio de, básicamente, seguridad.
—Bien. —murmuré al cabo de unos segundos de abrumador silencio. Desenfundé el revólver, y cuando quité el seguro, se cubrió la cara con las manos y gritó.
—¡Espera, espera! —exclamó. —¿Qué quieres a cambio?
—Sé que has hablado con tu hermana. —informo. —Solo quiero que me cuentes qué te ha dicho, y que me sirvas, claro está. Que seas familiar suyo ni significa que seas malo en lo tuyo. Es tu mejor opción, y lo sabes.
Le tendí la mano, y aunque tardó unos segundos en aceptar, tomó mi mano finalmente y sonreí, por la nueva alianza formada.
El recuerdo que me avasalla termina, haciéndome sonreír por tener una victoria más acumulada y arribamos al coche que tomo conmigo de copiloto. Logramos salir del Luvemount sin ser cazados y el soldado conduce hasta la centralita del lugar que hoy bendigo con mi visita.
Los edificios de la prensa GNNC se ciernen sobre nosotros. La ropa de civil de Iriel no hace sospechar en absoluto; igual es la mía, sumado a mis gafas de sol y mi bufanda soy irreconocible.
Entro al edificio principal de los dos canales de noticias y nos acercamos a la secretaria.
—Buenos días, ¿en que puedo ayudarlos? —cuestiona con felicidad. Odio a la gente alegre.
—Tenemos una cita con Monique Carreer. A las 12:30, concretamente.
Mira el reloj sin dejar esa puta sonrisa que me enerva aumentando las ganas de pegarle un tiro en una pierna a ver si así deja de sonreír como una payasa.
—Sí, Planta 7, oficina 111, por favor. —nos señala los ascensores y le sonrío con fingida normalidad.
Andamos hasta la puerta de los elevadores y pulsamos el botón.
—Ugh, cuanta felicidad. —murmuro asqueado. Iriel ríe.
El ascensor aparece segundos después dejando bajar a dos mujeres. Nos subimos y pulsamos el siete.
En completo silencio, salimos del elevador y nos sentamos frente a la oficina 111.
Pasan unos minutos hasta que la nueva directora de los GNNC pelo rubio y americana blanca nos abre la puerta.
—Buenos días, señores...
Me quito la bufanda y las gafas revelando la identidad a la mujer que aún cierra la puerta.
—Aiba, —farfulla con fingida felicidad y sorpresa. —si hoy me complace tener aquí a Jason Diphron y a su guardaespaldas. ¡No me lo esperaba!
Bufo sentándome en las sillas frente a su escritorio.
—Menos guasa, Monique. —digo con seriedad. —Veo que te ha sentado bien la repentina muerte de tu antiguo jefe. Te veo bien de dueña de todo este tinglado.
—Buenos días, buenas tardes, buenas noches... —murmura con sorna. —Puede ser. ¿A quién no le sentaría bien ser dueña de la cadena de noticias más grande de Guiena? Por Dios...
—Me parece maravilloso verte de jefa. —musito. —Pero eso puede acarrear otras cosas...
—¿Para qué has venido? —pregunta directamente. —Eres menos expresivo por teléfono que en persona. O bueno, eso igual es demasiado decir...
—Mira, Monique. —la corto. —Ya sé que ahora mismo, hay un filtro de noticias y una cláusula de confidencialidad con la Casa Real que te impide contar todo lo que llega aquí, ¿no es cierto?
Asiente.
—Cómo olvidar cuando la GNNC olvidó a tu padre cazando tigres o en carreras ilegales...
—Bien. —la interrumpo de nuevo entrecerrando los ojos. —Pues quiero subir el nivel de ese filtro.
ladea la cabeza.
—¿Tan pronto va a empezar tu reinado del terror?
—Menos guasa, he dicho. No sé de donde te tomas tantas confianzas.
Sonríe y sé perfectamente el significado de esa expresión. Sí, me acosté con ella hace unos años. Como todos suponen, no ha salido a la luz. Observo sus ojos oscuros que reflejan la diversión que le causa esta situación.
—¿Qué quieres? —levanta ligeramente la cabeza en un señalo.
—Quiero que envíes un borrador de las noticias al Palacio antes de publicarlas. Y que aceptes todas las modificaciones que te ofrezcamos.
Monique arranca a reír y me pica la mano deseosa de clavarle un tiro en el entrecejo.
—Ay, Jason. Me matas. —murmura haciendo aspavientos que me ponen de los nervios. —¿Qué gano yo a cambio de eso?
—Te ofrezco veinte millones de oro mensuales.
—Sesenta.
—Veinticinco.
—Cincuenta y cinco.
Me exaspero con su oferta dándole un golpe seco y suave a la mesa.
—Te ofrezco treinta y cinco y es mi última oferta. —digo.
—Te ofrezco cuarenta y cinco y es mi última oferta. —me imita cambiando la cifra y decido aceptar. Si total, a ella no le beneficia más que a mi.
Le tiendo la mano que acepta al instante.
—Acepto.
—Ay, Jason. Se ve que no eres tan bueno para el cohecho como para otras cosas. —se levanta guiñándome un ojo. Ese movimiento me hace ruborizar. —Venga, cúbrete como los terroristas y lárgate de aquí.
Me coloco las gafas de sol y la bufanda alrededor del cuello y nos abre la puerta.
—Más te vale tener cuidado con lo que publicas. Sabes que yo no utilizo faroles y no me gustaría que tuvieran que cambiar de director de la GNNC tan rápido. Permítete disfrutar de tu mandato. —me giro antes de salir. Se pasa la lengua por los dientes frontales en un movimiento sensual. La tomo de la parte baja de la espalda y la acerco a mí, pegando su pecho al mío. —Puede que tengas alguna otra recompensa no monetaria si te comportas. —la suelto abruptamente y me doy la vuelta. —Que tengas un buen día.
Ella se despide también volviendo a entrar a su oficina e Iriel y yo nos metemos al ascensor.
—Jason. —me habla el rubio.
—Dime. —contesto apoyándome en la baranda del elevador.
—¿Te la has tirado?
Giro lentamente la cabeza en su dirección y me mira con una sonrisa tan tonta que me hace soltarme a reír. Agradezco algo de risas en esta situación que cada vez se pone más y más complicada haciendo que hasta desee que Isaac Diphron se levante de la tumba. Me planteo tomarme el resto del día libre; entre el 'rescate' de Dakota y venir aquí ya han sido muchas emociones por hoy.
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