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CAPÍTULO 18

'Latido mortífero'

Dakota.

Observo a Timmy moverse lentamente por las paredes. Sus pequeñas patitas van de adelante hacia atrás en un vaivén que amenaza con enloquecerme sobre la pintura blanca del cuarto que llevo viendo diez seguidos.

Las manos me pican, la palma desea lanzarse sobre el insecto y no me lo pienso más, permitiendo que mi cuerpo actúe solo y mande la extremidad abierta contra el insecto que se deshace con el impacto. La aprieto contra la pared y oigo su cuerpo crujir con los movimientos bruscos. Sonrío extasiada y aparto la extremidad, viendo lo poco que queda del pequeño Timmy, ahora descuartizado, sobre la pared. Su sangre de color negro ha embadurnado una pequeña parte de mi mano y las froto para quitar tan asqueroso ungüento.

—Ugh. —musito asqueada. —Descansa en paz, Timmy.

En ese momento, la puerta del desván se abre y la luz inunda la estancia permitiéndome ver un poco más. Vislumbro la silueta de mi mártir, Jason Diphron entrando al cuarto. Río con malicia.

—¿Con quién hablabas? —me pregunta.

—¿Y a ti qué te importa? —contesto con cuatro piedras. —Me tienes aquí encerrada y te preocupa con quién hablo.

—Perdóneme, reina consorte. —se burla provocando que la ira me recorra el cuerpo como si fuese lava. —No sabía que estaba mal preocuparme porque no te vuelvas una loca por completo.

Apoyo la espalda en la pared sin despegar mis ojos de los suyos.

—Te veo más alto. —cambio de tema. —O igual es porque yo estoy sentada.

Jason deja escapar una risa de boca cerrada con dejes burlescos.

—No me cambies de tema, Dakota. —finge decepción en su mirada. —Me das pena, la verdad.

En ese momento, mis piernas me hacen levantarme como un resorte y en pocos segundo solo estoy encarando como si estuviéramos en un duelo vaquero.

—Yo también me doy pena, no puedo negártelo. Pero pena por haberme casado contigo.

Jason ríe y pone un puchero que torna a una sonrisa maliciosa segundos después.

—Debiste hacerle caso a tu hermano. ¿No crees?

Mi mano en forma de puño viaja hasta su pecho dándole un golpe que apenas lo mueve.

—No hace ni dos meses que estamos casados, ¿me estás jodiendo? —Escupo las palabras. —¿Ya tan rápido me odias?

—Parece que aún no has entendido que jamás te quise. —sus palabras son dagas que se me clavan en el pecho al notar la frialdad con las que las suelta. —Solo eras un método, Dakota. Una forma de tener controlado a tu hermano; pero jamás pensé que ese idiota fuese a despegarse completamente de ti. —se me inundan los ojos de lágrimas ante la virulencia de las frases. —Estás sola. Asúmelo. Nunca debiste cagarla con él; ahora te odia, yo también y tu madre ni siquiera está viva.

No controlo ni mido la fuerza, tampoco atiendo a razones y mi propio cerebro trata de detenerme, pero le lanzo un bofetón ignorándolo todo que me deja la mano picando y le voltea la cara.

—Me alegro tanto de haber matado a tu padre. —noto la sangre inyectándose en mis ojos y aprieto los dientes. —Debí haberte matado a ti también.

Es lo último que le digo antes de sentarme de nuevo contra la pared. Él devuelve su cara a su posición inicial y se asoma a la puerta de medio lado.

—Dejadla. —gira las facciones hacia mí otra vez. Sus ojos me penetran, pero yo en los suyos logro distinguir una maldad e ira que jamás había vislumbrado. —Hoy no hay comida para ella. Disfruta de tu día, Dakota.

Sale no sin antes dar un portazo y oigo el sonido de las llaves encerrándome en el desván de nuevo, dejándome con la mera compañía de mi propia voz y pensamientos y con un aterrador rugido de mis entrañas.

Las horas pasan y mi mente no me da tregua; pienso una y otra vez, una y otra vez en miles de cosas para intentar evadir el hambre que ahora me corroe con descargas eléctricas y pinchazos por todo el cuerpo que no me dejan moverme del suelo. ¿Qué hubiese pasado si le hubiese hecho caso a Anders en su momento? ¿Si no me hubiese casado con Jason?

Ahora seguiríamos a su lado; mamá, viva, y yo con mi hermano donde sea que él esté ahora. Las lágrimas avasallan mis ojos y me levanto, debo moverme antes de que me de una trombosis y mis músculos se encuentran gravemente entumecidos.

Estiro las piernas sintiendo las pantorrillas estirar la carne y me tiemblan todas las extremidades. Mis brazos me abrazan inmediatamente por pura inercia. Ando por el pequeño desván en forma de cuadrado; me he cansado de intentar abrir esa maldita puerta, así que me decanto por no gastar energía en ello.

Mi aburrimiento no cesa de crecer, entonces flexiono las manos hacia arriba rozando con la yema de los dedos el tejado de madera. El tacto se me hace raro, dirijo el semblante hacia arriba distinguiendo que sí es madera; al menos eso creo, es lo poco que los atisbos de luz me dejan distinguir.

Doy una vuelta por el desván sin despegar las manos del tejado descendente en forma de triángulo. Alterno los movimientos y comienzo a lanzar suaves toques intentando aplacar mi aburrimiento.

Voy andando por la zona más baja, donde ya casi tengo que agacharme y es entonces cuando uno de mis dedos palpa algo que produce un sonido vidrioso.

Me freno en seco y noto mis pulsaciones acelerarse. Miro hacia arriba, sin haber movido ni un solo centímetro los dedos ni mi cuerpo entero. Repito el movimiento y el sonido se produce de nuevo. Formo un puño prensando los dedos y doy un golpe duro que me pone a arder la mano.

Pero ese mismo movimiento me permite confirmar que sí, es vidrio.

Me coloco de puntillas para alcanzar mejor la superficie y toco por todos lados buscando una apertura. El tacto se me sigue haciendo raro y en una de esas, un poco más allá del vidrio, encuentro una pequeña oquedad que deja aire bajo la pared. <<La verdadera pared está cubierta>>

Tomo consciencia de que el manto imitador de la madera está muy ceñido a la verdadera cobertura, así que aprovecho el pequeño hueco y entierro una uña para tirar y desgarrar dicho manto. Una fina hebra de hilos se deshace y palpo el material por dentro, <<Cuero>>.

Entorno las manos al trocito y tiro con fuerza jalandolo y logrando que el pedazo arrancado se haga más grande. Sonrío con suficiencia y sigo con mi tarea con éxito. Logro quitar la zona que recubre la ventana. La luz entra de golpe y me hace entrecerrar los ojos. <<¿Es de día?>>

Sigo tirando hasta quitar todo lo que cubría la cristalera de golpe. La luz penetra mis ojos y soy rápida a la hora de coger una silla empolvada y atizar la ventana. Esta se mueve de arriba a abajo con las embestidas que le propino pero no paro hasta que el cristal, por fin, se agrieta y ejerzo aún más fuerza. Se resquebraja y finalmente se rompe. Hago un hueco con la silla y logro destrozarlo por completo. Los pequeños cristalitos se esparcen por el suelo y coloco el objeto en el suelo para subirme a él.

Apoyo las manos a los lados y los resquicios del vidrio se me clavan en las palmas. Noto la piel abrirse capa por capa y la sangre salir.

—¡Joder! —chillo adolorida.

Soportando el ardor, me muevo hacia arriba colocando los pies sobre el espaldar e impulsándome con ahinco.

Logro sacar del torso para arriba y los ojos amenazan con tirar las lágrimas que intento retener. El dolor se torna insoportable, la sangre chorrea por mis brazos y logro alzar una pierna para apoyarla en el marco clavado en el tejado.

Consigo salir por uno de los cuadrados de madera y es entonces cuando oigo la puerta del desván.

—¡Dakota! —grita Jason dejando de canturrear cuando entra. —¡Mierda! ¡Se ha escapado! ¡Rodead el castillo!

Me pongo de pie y me miro las palmas, destrozadas. Las dos están hechas un Cristo, pero mando mi izquierda para arrancar los trozos más grandes de vidrio de la derecha.

Las lágrimas se me caen por las mejillas y no puedo evitarlo.

Cuando están mínimamente limpias, me seco el agua salada que mis ojos desprenden. Alzo la vista, viendo que estoy en la parte derecha inferior del castillo, en un piso alto (como suponía). Al lado de la zona del jardín se encuentra el conjunto de arbustos que dan a la carretera. Miro viendo toda la ciudad en pleno mediodía, <<¿Tan desubicada estaba?>>

Dirijo los ojos hacia abajo y me mareo, aferrándome a los tejones del techo. Ahora, miro hacia el lado contrario viendo el campanario en lo alto a pocos metros de mí.

Me deslizo suavemente en un trayecto que parece eterno, con cuidado de no perder el control, y es entonces cuando diviso el balcón de la antigua habitación de Johannes, el cual, ha desaparecido desde hace unos días como he podido oír a Jason.

Está unos metros más abajo: si lo hago bien, puedo sobrevivir y no partirme nada.

Tomo aire y me siento en el borde del tejado de color rojo oscuro.

Cierro los ojos antes de dar un brinco y caer en la terraza cuadrangular del consejero.

Las piernas me arden y me siento inmediatamente, soltando un quejido. Noto un ardor que me recorre el cuerpo entero, trato de levantarme pero no lo logro y las rodillas se me quieren partir por la mitad. ¡Me duelen demasiado! ¡Joder!

Apoyo las manos en el suelo de madera y me arrastro clavándome las astillas en las palmas previamente heridas. Suspiro y llego hasta la barandilla. Metros más abajo, ya está el jardín, pero también es cierto que hay un tramo. Me yergo notando el horripilante dolor de mis rodillas gritan rogando que pare con descargas de dolor eléctrico y las miro: ambas están rojas. Intento relajarme y tomar aire, levanto una de ellas ignorando los pinchazos y la subo sobre la barandilla que se mece al parecer no soportar mi peso.

Toco una de las ramas del árbol aledaño, al cual me voy agarrar para no morir en el intento de huir de este palacio de pesadilla. Logro encaramar la otra pierna, pero justo en el momento en el que alzo ambas manos para agarrarme de la rama del árbol, una voz me detiene.

—¿Dakota?

Me giro encontrándome con Johannes Avik, que me mira sorpresivamente. Lleva su ropa de siempre, esas mallas grises y esa sudadera amplia con su boina negra.

Se acerca hasta mí y me dispongo a saltar.

—¡Dakota, Dakota, espera! —me grita al descubrir mis intenciones. —¡Dónde cojones estás yendo!

—¿Tú también quieres secuestrarme como a una perra? —cuestiono molesta. —Pues no lo vas a conseguir. Yo me largo de aquí.

—Dakota, yo no quiero hacerte nada. ¡Qué estás haciendo! —exclama. —Yo acabo de llegar. Estoy muy confundido, la verdad.

Giro la cabeza y, viendo sus ojos, noto las enormes cantidades de sinceridad que denotan. Y entonces siento una gran necesidad de abrazarlo. De que alguien me demuestre en este puto castillo que soy una persona con derechos. <<Como me arrepiento de haber sido como fui...>>

Me bajo de un brinco, y apretando los dientes, ando con dificultad debido a los pinchazos pero llego al anciano lanzándome en sus brazos y rompiéndome en llanto. Me calmo, dejando que su olor a naftalina me invada las fosas nasales.

—Johannes... —sollozo contra su hombro. El anciano me estrecha contra él y me rodea con sus brazos. —Quería largarme de aquí después de lo de Elene, ¿te acuerdas?

—Sí...

—Pero Jason no me ha dejado. Me encerró en el desván, como a un animal salvaje... y he logrado escapar. —separo la cara de él y me alejo lentamente. —Solo necesito que digas que no me has visto, por favor. Es lo único que te pido.

—¿Jason... te ha secuestrado? —cuestiona extrañado. —Pero...

—Prometo intentar mantener contacto contigo, y te lo contaré todo debidamente. —le aseguro. Si es que logro salir viva de este palacio. —Pero necesito que esto no haya existido, ¿bien?

Él parece asentir lentamente y entonces oímos la puerta. Me agacho por inercia, gateando hasta la barandilla y encaramándome de nuevo.

—¡Johannes Avik! —grita uno de los Guardias Reales al otro lado de la puerta de la habitación del consejero. —¿Has visto a Dakota?

Él se pierde dentro de la habitación y yo me abalanzo contra la rama del árbol. Me quedan colgando las piernas, que se mecen de aquí para allá, y el ardor de mis manos me roba el aire pero me muerdo la lengua aguantándome el dolor. Avanzo por el trozo de madera natural y llego al largo tronco. Engancho las piernas en el tronco, las cuales, se quejan, pero bufo y rodeo dicha parte con los brazos también para bajar por el ancho sitio.

—No, no la he visto. —oigo que dice Johannes cuando avanzo por la madera compacta. El suelo cada vez está más cerca y yo vuelvo a respirar.

—¿Está usted seguro? —insiste el soldado.

—Pues claro.

Dejo de oír y arribo finalmente al suelo. Las piernas no quieren sostener mi peso y se quejan enviando pinchazos que van desde las rodillas a los codos, pero no ceso.

Comienzo a andar, dirigiéndome a la salida del parking del palacio, el cual, tiene un botón para abrirlo a mano y no con el control. Pegada a los arbustos, correteo mirando repetidas veces hacia atrás y siento que el camino es eterno hasta la puerta corredera de metal.

—¡Su Majestad, está aquí! —oigo gritar a uno de los soldados y me giro, viendo a uno de ellos señalarme desde la entrada del Luvemount y acelero el paso correteando sobre mis pies según mis dañadas piernas me lo permiten. Llego hasta la puerta del garaje y entro a la garita, casualmente vacía.

Pulso el botón rojo para que dicha puerta se abra manualmente, pero la pantalla aledaña me pide un código que debo teclear en los pequeños numerales bajo ella.

—¡Mierda! —chillo. Me asomo durante un segundo, viendo al rey y otros seis soldados correr hacia aquí.

Me desespero y comienzo a probar fechas: 26 de enero de 1856, su cumpleaños y la muerte de su madre, 7 de mayo de 1876, la muerte de Ebrah... Nada es efectivo y todas se tildan de incorrectas, es entonces cuando intento abrir la puerta que da a la calle de la garita a base de patadas.

Mis piernas gritarían si fueran personas por el dolor, pero es eso o volver a la ratonera que no hace más que martillearme la cabeza a base de burdos pensamientos que buscan que me suicide.

Busco en los cojones y encuentro unas llaves, miro hacia atrás para divisar a todos a menos de diez metros de mí. Las lágrimas se me suben a los ojos, me tiembla el cuerpo e intento abrir la dichosa puerta. Se me caen las llaves y me giro. Ya están aquí. Vienen corriendo contra mí y corro hasta la puerta, azotándola con fuerza y poniendo el pestillo manual que me encierra pero a la vez me libera.

—¡Dakota! —me grita Jason al otro lado de la valla. Corro hasta la puerta de nuevo. <<Vamos, ya casi soy libre...>>> —¡Deja de hacer el puto rídiculo!

Tomo las llaves de nuevo entre mis palmas sudorosas, y por primera vez en esta experiencia, corro la suerte de que solo es una llave la que porta el llavero y logro abrir la dichosa puerta que me pone a probar el aire con sabor a libertad.

Me giro, viendo a los soldados escalar la dichosa valla y me aventuro a correr. La gente en los coches pasan al lado mío, siento vergüenza de tener que huir en estas malditas condiciones, como una prostituta huyendo de su hogar de mal a muerte.

Oigo a los soldados gritar y no dejo de correr hasta doblar la esquina del castillo, lo cual ya es bastante. Mis piernas suplican <<¡Para!>>, pero debo ignorarlas y seguir corriendo. Cuando ya me hallo lejos, alzo la mano intentando parar un coche para que me lleven con ellos, a donde sea; lejos.

Varios pasan por aquí cerca y es un taxi el único que finalmente para. Se acerca a la acera subiéndose al arcén.

—¡Señorita! —me dice el taxista, abro la puerta del coche y me meto dentro. Miro al conductor, encontrándome con un hermoso hombre de unos veintidós años. —¿Qué ha pasado, dónde vamos? —trato de calmar mi respiración y él me examina el rostro. —Espere, es usted la reina consorte, ¿no es así?

—Lléveme donde sea, —le suplico — te juro que te pagaré, te lo explicaré todo... pero por favor llévame lejos de aquí.

Él asiente y sin pensarlo, arranca hacia donde sea haciéndome perder de vista el palacio.

Me giro varias veces, asumiendo que no nos sigue nadie, y entonces, me paro a observar bien su belleza. Tiene barba oscura, ojos azules y el pelo repeinado hacia arriba. Mantengo mis convicciones, debe andar cerca de los veinticinco.

Me recuesto en el asiento de nuevo y bajo la ventanilla.

—¿Vas a hacerme algún spoiler de porqué estás así? —cuestiona. —Si quieres, puedo darte algunos datos de confianza para que te calmes.

No contesto y él ladea la cabeza mirándome cuando frena en un semáforo.

—¿Qué quieres saber? —pregunto en un tono un tanto arisco.

—Porque la reina consorte huye del Palacio, perseguida por los Guardias Reales y el propio rey. —miro hacia otro lado tratando de no quedarme embobada en sus ojos de hielo. —Bueno, primero, para entrar en calor, voy a presentarme. Soy Harry Manaake, soy taxista, como habrás deducido... y bueno, tengo veintitrés años, mi DNI es U5688...

—No hace falta esto, Harry. —me río ante sus ocurrencias. Eso parece relajar el ambiente. —Es... una historia algo dura. —afirmo. Lo miro antes de que arranque: sus ojos colisionan con los míos y, sumando al dolor, mi cuerpo queda sumido en una contusión de descargas eléctricas que no me dejan hablar del todo bien, embobada ante su belleza. —Prefiero... contártela donde sea que me lleves. Más tranquila.

Finalmente, él asiente sin decir nada más antes de arrancar cuando el semáforo se pone en verde, y tampoco continuamos la conversación cuando llegamos a nuestro destino.

*****

Bueno, ya. Mucho tiempo sin actualizar nada de este libro. Es que me tenía bastante bloqueado, la verdad. Pero parece ser que la inspiración ha vuelto, y es que terminar HEEMM me dejó mal. Espero tener otro capítulo pronto. Nos vemos :3

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