CAPÍTULO 13
'Romance de Mirabella'
Laetizia.
Pulso el botón verde cuándo la llamada de Marco, mi representante, entra en el móvil haciéndolo vibrar.
—¿Sí?
—Hasta que por fin me coges el maldito teléfono. —murmura. —¿Dónde demonios estás metida, Laetizia? Llevo casi dos meses sin saber de ti. Lo último que la prensa sabe de ti es que te fuiste con esos marineros por ahí. ¿Cuándo vas a volver a West Plate?
—Nunca. —contesto en un tono firme. —Cómo vuelva allí me matarán y lo sabes. Aparte, ya ninguna televisión querrá pactar ni conmigo ni con Vangalore para ningún programa.
—¡Claro que sí! —responde eufórico. —Acabo de hablar con una productora a la que le encantaría que salieses en un programa contando la historia de tu vida. Miércoles a las 22:30, hora de máxima audiencia, Laetizia. Tú y Vangalore, juntas.
La propuesta ronda por mi mente, trato de analizarla y es que una propuesta así... eso, aparte de fama, me daría muchas ganancias.
—Pero salir contando mi vida... es algo igual un poco perturbador, ¿no? —intento buscar una excusa. —Yo estoy muy tranquila aquí donde estoy, no quiero romper esa paz...
—¿Pero dónde estás?
—No puedo decírtelo, Marco. —contesto.
—Ah, claro. Se me había olvidado que ahora te juntas con criminales.
—No seas tan burro, Marco. —siseo entre dientes al oír ese término. —Ellos me han ayudado mucho, ahora tengo una casa y una vida en calma y no deseo romper eso volviendo al foco mediático. Al menos no ahora, tal y cómo están las cosas, necesito tiempo para que la gente se olvide un poco de mí y volver con más fuerza.
—Ahora las cosas están en su mejor punto, Laetizia. Hazme caso, ahora...
—He dicho que no. Pero no es un no definitivo, Marco. —suspiro profundamente. —Es que simplemente... ahora no, si salgo contando mi vida... eso es una bomba que necesita tiempo para ser soltada, ¿vale? Dame unos meses más de tranquilidad y te prometo que vuelvo.
Lo oigo bufar con fastidio al otro lado de la línea, pero es lo que hay.
—Vale. Tienes dos meses como mucho. Sabes que tienes la línea abierta si deseas volver antes.
Cuelga la llamada sin darme la oportunidad de decir nada más y es entonces cuando aparto el teléfono de mi oreja, tratando de pensar en que puede suceder si lo hubiese aceptado.
—Has hecho lo mejor.
La voz de Vangalore detrás mía me sorprende. Me giro para encontrarla bajo el umbral de la puerta.
—¿Has estado poniendo la oreja?
Me pongo de pie andando por la sala, nerviosa.
—No. Simplemente estaba escuchándote porque he oído mi nombre y me concierne como tu compinche.
—¿Tú quieres hacerlo?
—Claro que no. La decisión que has tomado es... correcta.
—No pareces muy segura de ello. —murmuro, realmente parece que ella si quisiera hacerlo.
—¿Qué? Claro que no, Lae. —niega. —La decisión que has tomado está muy bien, tienes razón, si volvemos ahora probablemente nos pase algo.
En el fondo, tanto ella cómo yo sabíamos que ella si anhelaba hacer el programa; pero era el precio de vivir bajo la sombra de una gran actriz, cómo lo era yo. Si es cierto que yo siempre trataba de darle equidad, pero no era así. Yo sabía que ella sentía eso. Mis decisiones nunca son cuestionadas por ella.
—Se nota que sí quieres...
—En serio, Laetizia. —sigue Vangalore. —No hace falta...
—¿No te sientes insuficiente?
Su semblante se torno de expresión extraña, cómo si le acabase de proponer mudarnos al Congo.
—No. —musita lacónica.
—¿No?
—Ya hemos hablado del tema, Laetizia. —contesta de nuevo. —No quiero hablar más de esto.
—Me mata por dentro el saber que te sientes inferior.
—No siento eso, al menos no cómo persona.
—¿Al menos? —cuestiono —¿Eso qué quiere decir?
Se queda callada durante unos segundos antes de suspirar profundo y responder mis inquietudes.
—Claro está que eres mucho mejor actriz que yo, Lae.
—Vangalore, no...
—Es lo que hay. —me interrumpe. —La cámara te quiere más a ti y evidentemente las emisoras quieren más atención de ti que de mí. Pero no pasa nada, estoy bien con ello y es que me gusta trabajar en esto sí es contigo.
Las lágrimas inundaron mis ojos ante sus palabras.
—No quiero que te sientas inferior en ningún aspecto. —Entonces es cuando me levanto, acercándome a ella y posando la mano en su mejilla. Le sacaba unos cuántos centímetros de altura, Vangalore era bajita y castaña, así que tenía que alzar la mirada un poco para mirarme a los ojos. —En ninguno, porque no lo eres. Tú y yo somos un dúo. ¿Sabes?
—No lo siento. Simplemente es lo que hay. —murmura. Siento un escalofrío y avanza ligeramente acercándose más a mí: su boca queda a milímetros de la mía y siento su respiración agitada.
Es entonces cuando una brisa bate una ventana, abriéndola con un estruendo que nos separa.
Carraspeo dándome cuenta del momento que acabamos de vivir.
—Mmmm... —titubeo, hasta que finalmente me acerco al altavoz en el cuál reproduzco la canción que ambas adoramos. Pulso el botón que da inicio al armónico inicio de la canción de Rosa Cedrón, Romance de Mirabella. —Esto relajará nuestras mentes.
Vangalore me sonríe cuando la larga instrumental principal permite oír el arpa que, al cerrar los ojos, me transporta a otro lugar lleno de paz y calma. Me siento en una silla de la cocina tipo loft y es entonces cuando siento el calor de Van cubriéndome.
Cierro los ojos respirando profundo cuando la gallega autora comienza a cantar la canción.
En la barca del
verdadero amor
se alejaba el rey
de su hogar, de su corazón.
Tarareo la canción y Vangalore me imita. Se separa segundos después y canto con fervor la segunda estrofa a la vez que aparece un sol radiante emitiendo rayos de sol que traspasan la ventana y se clavan en mi piel.
En el muelle de
su desolación
Mirabella espera
aún cree que él volverá
Cree que él volverá...
Cree que él volverá...
Cómo siempre, las lágrimas suben a mis ojos con el arpa del fondo la cuál da el toque mágico a la canción, la cuál siento en cada célula de mi cuerpo al entrar por mis oídos, llegando a mi sistema auditivo que la reparte por toda mi anatomía.
Esta canción la escuchaba mi abuela, que falleció en Brisbane, la cuál vivió en Galicia, en España, durante 1798 y 1811. Allí, conoció a su marido, es decir, mi abuelo, nativo gallego el cuál escuchaba esta canción diariamente, cantada por una artista popular de la zona, Rosa Cedrón, y se la dedicó a mi abuela. De ahí pasó a mi madre y de mi madre a mí. Es mi recuerdo de ellos, de mi madre... Se la enseñé a Vangalore cuando nos conocimos, cuando fue a la fábrica de armas dónde yo trabajaba y nos hicimos amigas, desde ahí, se la puse y desde ahí también forma parte de nosotras. Mis abuelos se separaron durante un tiempo, y su amor fue, literalmente, igual al Romance de Mirabella. <<Cree que él volverá>>
—Más allá del mar, dos amantes van, —canto con ella. —uno espera a que el otro, le confié su timón.
Es entonces cuando noto que Vangalore se acerca y en un sólo segundo, me toma de la nuca acercándome a su boca y juntando nuestros labios. Me quedo estática cuando noto sus labios moverse contra los míos y siento su calor hasta que comienzo a moverme yo también contra los suyos.
¿Quién se lanzará al mar?
¿Quién saldrá a navegar?
Mirabella teme
que él no quiera
ya más su amor... nunca volverá.
⟳
Jason.
—¿Está dispuesto a respetar estas condiciones, señor Diphron?
La voz de Isabel Renthfield, la jefa del Consejo de West Plate me hizo reaccionar.
—¿Eh? Sí, sí.
—¿Me está prestando atención? —<<No, estaba ocupado mirándole el culo a la asistenta que está merodeando por aquí.>> Me sentía regañado ante sus palabras. —Que sí acepta las condiciones que tiene ahí, en el contrato.
—Oh, sí, sí...
Ojeo el papel, revisando las dichosas reglas.
<<Declaración de gastos mensuales de los impuestos del pueblo, respeto de las decisiones del pueblo, respetar el derecho de vida de los reos en territorio westiano...>>
—¿Respetar los derechos de vida de un reo? —leo, molesto. —Vamos, Renthfield. No me jodas.
—Es lo que hay y si no te gusta nos quedamos cómo estamos desde la Guerra de Los Siete Mares.
—¿Osea que no tengo poder ninguno en el territorio de Castilla?
—Claro que sí, no seas tan burro. —contesta Michael Bleir. —Simplemente no te cargues a los presos tal y cómo has hecho en East Plate.
—Entonces no tengo poder alguno.
—Si. Gue. —dice Isabel mirándome mal.
Bufo y continúo leyendo.
<<Si tres de Los Consejos se niegan, la propuesta se cancelará.>>
Finalizo la lectura del papel.
—Todo bien. —musito echando el garabato en el hueco que se me indica, para luego entregarle el papel a Renthfield. —Pues así quedamos, señora Renthfield.
—Entonces sí, señor. A partir de hoy, somos una monarquía de nuevo.
Salimos al balcón del Palacio Real, dónde anunciamos la reunificación y me doy la mano con todos mientras las cámaras de los fotógrafos en el parque del Palacio nos fotografían. Observo de refilón a la sirvienta que limpia las zonas cercanas con aires de indiferencia. <<Maldita.>>
Cuando este paripé termina, todos abandonan el Palacio Luvemount dejándome sólo de nuevo. Dakota está por ahí, gastando de nuevo, pero eso es mejor para mí, así no tengo que oírla.
Bajo las escaleras llegando a la cocina cuándo esto queda vacío de políticos y fotógrafos. No encuentro a nadie más que a Gilda, la empleada del hogar.
—Gilda, —la llamo, está lavando los platos y se gira. —¿dónde está Elene?
—Creo que está tendiendo las camas. —musita.
—Gracias. —<<¿Acabo de darle las gracias?>>
Me doy la vuelta dispuesto a ir hacia allá pero oigo su voz de nuevo.
—Jason, —me llama. —¿por qué te acuestas con ella?
Paso saliva con la amargura que me causa saber que ella sabe eso.
—¿Qué? —me hago el tonto. —Yo no me acuesto con Elene.
—Jason, por favor. —se da la vuelta apagando el grifo y apoyándose en el filo del lavabo. —Soy chacha, no tonta. ¿Por qué?
Bufo como un toro embravecido antes de apoyarme en el marco de la puerta.
—Porque me da la gana. No le doy explicaciones a mi mujer, se las voy a dar a mi ama de llaves.
—Ah, no sé. —ríe irónica. —Sólo te digo que tengas cuidado con lo que haces, Dakota no está bien de ahí arriba.
—Lo sé. —contesto irguiendo la cabeza. —Precisamente por eso busqué a otra, es insoportable.
—Jason, lleváis dos meses casados.
—No te quieres imaginar la tortura que ha sido.
—¿Entonces para que te casaste con ella? —musita haciendo aspavientos. —¿Para joder a Anders?
—No, coño. No todo gira en torno a él. —respondo. —Pero... hubiese sido un golpe bajo tener un hijo con ella.
—Mira que eres bruto.
Bufo.
—Cuidado con cómo me hablas, no se te olvide que el rey aquí soy yo.
—Es que es verdad, su majestad —se burla en tono irónico—. Pareces tonto, ¿acaso no te das centa de que, si tanto la odias, si tienes un hijo con ella la vas a tener que soportar tu vida?
<<Ostia, es verdad...>>
—No tiene por qué. —titubeo.
—¿Qué quieres, divorciarte? —cuestiona la empleada ladeando la cabeza. —Te recuerdo que, cómo rey, eres el jefe de la iglesia guiénesa y ellos te armarán un problema si lo haces. Tendrías que haberlo pensado antes de ser tan bruto y casarte con esa adolescente hormonada.
Paso saliva sin saber qué decir. Tiene toda la razón, aunque me enardece admitirlo; la Iglesia guiénesa no me permitirá divorciarme, y mucho menos para tener algo más serio con otra persona... Su lado conservador puede causarme problemas y lo mejor es mantener a esas fieras mansas.
—¿Dónde dices que... esta Elene? —tartamudeo segundos después.
—Tendiendo su cama, majestad. —se burla de nuevo antes de darse la vuelta para encender el grifo y seguir fregando los cacharros.
Sus palabras no dejan de repetirse en mi cabeza una y otra vez: <<¿Acaso no te das cuenta de que, si tanto la odias, si tienes un hijo con ella la vas a tener que soportar tu vida?>>
Ni de broma. Antes me suicido a aguantar a esa niñata caprichosa, consentida, bipolar y creída toda mi vida. También soy consciente de que ella se encargó de asesinar a mi padre: eso es algo que todavía tengo que cobrarme y es que no me vale la excusa de que era para que yo fuese rey.
Me doy la vuelta con esta conversación latente en mi mente, no sé que hacer y es que el divorcio no será posible sin alterar a los conservadores de la Iglesia, pero no la soporto más; es chula, me cree de su propiedad y que vivo por y para ella. Maldigo la hora en la que Anders se lío con mi hermana y quise vengarme.
Subo las escaleras lentamente tratando de asimilar en soportar a esa cacatúa amargada en el cuerpo de una adolescente durante el resto de mi vida, sólo esa idea me provoca latigazos electrizantes de dolor en las sienes y es lo último que deseo para mi vida.
Llego hasta mi cuarto dónde, cómo bien dijo la ama de llaves, encuentro a la sirvienta tendiendo mi cama.
Cierro la puerta detrás de mí y la rubia caucásica se gira para mirarme con esos ojos azules que me incitan a la más pura lascivia. Su pelo está recogido en una coleta y sus labios carnosos resaltan con el rojo que me enciende casi instantáneamente.
—Su majestad, —titubea nerviosa al verme. —¿qué se le ofrece?
Sonrío acercándome a ella y tomándola por la cintura. Me lanzo contra sus labios pero me evita echándose hacia un lado.
—Creo que sabes que es lo que se me ofrece.
—Jason, no...
—Su majestad para ti. —mi tono se vuelve gutural cuando paso la lengua por la curva de su cuello. —Que no se te olvide.
Ella jadea ante la sensación y trata de apartarme.
—Jason, no...
—He dicho que tu majestad. —digo en un tono firme.
—Su majestad... —me intenta apartar de nuevo echando la cabeza hacia un lado, evitando los besos pecaminosos que muero por darle. —No podemos hacer esto más.
—¿Por qué te rehúsas, Elene? —me echo hacia atrás al oírla y sobo la parte de mi pantalón la cuál empieza a incomodarme. —Sabes que tú y yo lo pasamos bien.
Se lame los labios y no sabe dónde poner las manos.
—Por qué estas casado, Jason.
—Su majest...
—Me da igual si eres mi jefe, mi rey o lo que sea. —dice, volviendo su expresión seria. —Ahora no estamos hablando de sirvienta a jefe, estamos hablando de mujer a hombre.
—Vale, vale. —accedo. —¿Qué más da si estoy casado?
—¿Cómo que qué más da? —se hace la ofendida. —No podemos hacer esto.
—Sólo será durante un tiempo. ¿Acaso te crees que voy a querer acostarme contigo toda la vida? Llegará un momento donde me cansaré y volverá todo a la normalidad. —mis palabras parecen dolerle cuando arruga la nariz en una mueca de dolor la cuál trata de borrar al instante. —Pero es normal, eh. Probablemente a ti también te pase.
—Me da igual. —suspira. —La culpa me carcome y si te digo que no, es no.
—Bien, bien. —resoplo, accediendo a sus tontas ideas. —¿Entonces no quieres? —niega sin estar convencida. —Pues nada, sigue a lo tuyo.
—Gracias, señor.
Sigue haciendo la cama cuándo me muevo hasta el armario, el cuál abro sacando ropa más cómoda que ponerme.
Desabrocho los botones de mi camisa, quitándola del todo y dejando mi torso desnudo. Hago lo mismo con los pantalones, los cuáles bajo y dejo sobre el filo de la cama y también con los zapatos.
—Esto hay que lavarlo. —ordeno y alza la mirada, quedándose prendada al verme solamente con los bóxers. Observa todo mi cuerpo de arriba abajo. —¿Me has oído? —cuestiono pero su mirada no se despega de cualquier otra parte de mi cuerpo que no sean mis abdominales o mis brazos. —Mis ojos están aquí. —murmuro señalandolos.
—Sí, sí, señor.
<<Maldita.>>
Continúa con su labor y es entonces cuándo paso a la última carta, la cuál es quitar la ropa interior también y eso hago provocando que suspire.
—¿Qué coño haces?
—Me estoy cambiando. —pongo las manos a la altura de mi pecho con fingida inocencia. —Sigue a lo tuyo, tranquila.
Bufa como un toro embravecido y entonces, completamente desnudo, me muevo hasta detrás de ella dónde finjo coger algo de la mesita mientras ella dobla las esquinas de la cama.
Quedo a centímetros de ella y me pego del todo cuándo se yergue, provocando que comience a respirar agitada.
—Sólo quiero coger esto. —muevo la mano por un lado, rozando su cintura y pego mi entrepierna a la zona baja de su espalda. Agarro el cargador del móvil y tomo su cintura con la mano izquierda, pegándola un poco más a mi y paso mi cabeza a un lado, juntando mi nariz a su cuello. —¿No ves que soy inofensivo?
Me alejo cuando jadea al dejar un beso sobre su cuello, me dirijo hacia el armario de nuevo. En ese momento siento su mano en mi hombro para girarme con fuerza, dejándome frente a ella.
Toma mi hombro con fuerza y se abalanza sobre mí, enganchándose a mi cuello y dejando sus piernas entrelazadas a mi espalda. Me besa con necesidad y desabrocho la falda azul que porta el uniforme. Me muevo hasta la cama dejándola sobre ella y quito su ropa, dejándola nada más con el sostén.
Me meto entre sus piernas besándola con la misma necesidad que ella me mostró hace unos segundos. Me prendo de sus pechos bajando el sujetador.
Quito las bragas y me acerco a ella pero ese en ese instante cuando oigo la puerta de la habitación, la cuál por algún motivo estaba entreabierta, con el jadeo lastimero que suena en el cuarto haciéndome maldecir en todos los idiomas que conozco.
—¡Jason!
Es la reina consorte la que ha entrado al cuarto, Dakota Hemsworth, mi esposa es la que está bajo el umbral de la puerta encontrándonos a mí y a Elene sobre la cama completamente desnudos.
—Dakota... —murmuro poniéndome de pie y cubriendo la inminente erección con lo primero que pillo.
Elene sale de la cama vistiéndose y veo cómo sus ojos se llenan de lágrimas.
Termino de vestirme en menos de cinco segundos y es entonces cuándo se va sobre la asistenta que trata de huir de la psicótica que tengo cómo mujer.
—¡Maldita ramera! —grita lanzándose sobre la cama y tratando de tomarla del pelo. Ella se echa hacia una esquina y la tomo de los pies quitándola de encima.
—¡Dakota, quieta! —trato de detenerla.
—¡Te estás entrometiendo en nuestro matrimonio! —chilla tratando de zafarse de mi agarre. La tomo de la cintura pero patalea y lanza golpes al aire. La asistenta sigue atrapada por qué no tiene por dónde salir. —¡Maldita, maldita! ¡Provocando mil y una veces, te odio!
—Señorita... —musita ella nerviosa.
—¡Señorita no! —sigue chillando. —¡Estás... —lanza el codazo que recibo en la cara haciéndome soltarla a la hora de llevarme las manos a la cara, adolorido. — ...despedida! ¡Ven aquí, maldita sucia!
Corre hasta la sirvienta que se mueve de un lado al otro cuándo la hermana menor de los Hemsworth salta sobre la cama, dándole igual manchar las sábanas con los tacones y se abalanza contra la rusa.
Tira de su pelo y reparte bofetadas a diestro y siniestro, Elene no hace nada que no sea evitarla y sé por qué lo hace; cree que habrá consecuencias mayores.
—¡Puta, puta, vil puta!
Corro hasta Dakota tratando de detenerla, pero es imposible y Elene salta la cama hacia el otro lado. Los gritos de mi mujer me aturden.
Dakota se acerca a la mesilla de su lado sacando la navaja que blande contra la sirvienta subiéndose a la cama.. En ese momento, me pongo alerta y me coloco delante de la sirvienta, sacando el revólver que llevo en la espalda en todas las ocasiones y poniéndolo entre ceja y ceja de mi propia esposa.
—Quieta, Dakota. —murmuro. —Aquí no va a haber derramamientos de sangre y menos de una civil que trabaja aquí, ya tengo suficientes problemas. —sostengo el arma sin temblor alguno, llevando el dedo al gatillo.
—¿Por qué la defiendes? —pregunta con la navaja todavía arriba. —¿Por qué, Jason? —se va cayendo hasta quedar contra las sábanas.
—Vete, Elene. —ordeno a la asistenta que está detrás mía. —¡Vete!
La mujer obedece saliendo por la puerta que cierra. Me fijo en la que está sobre la cama, que ahora está hecha un ovillo soltando sollozos lastimeros que no me causan nada. <<Pero es mejor mantenerla tranquila.>> Me guardo la pistola.
Me acerco hasta ella arrancándole la navaja de los dedos y cerrándola para echarla a un lado.
—Dakota...
—Dime la verdad. —levanta la cabeza tan rápido que me sobresalto. El rímel se ha corrido de sus ojos y ahora parece la niña de la curva. —¿La quieres o son simples calentones que te hace pasar cuándo no estoy?
Trago saliva.
—Dakota, ¿cómo la voy a querer? —cuestiono como si fuese una absurdez. —Mujer sólo tengo una y eres tú, —<<Y contigo me llega.>> —Simplemente es que... sabes que yo soy fuego puro, me cuesta mantenerme y además ella también es...
—¿Una calientabraguetas?
—Eso, sí. —murmuro. —De verdad, perdóname.
—¿Cuántas veces? —cuestiona y ladeo la cabeza.
—¿Eh?
—¿Cuántas veces te has acostado con ella?
<<Creo que ya he perdido la cuenta?>>
Se exaspera segundos después cuándo no contesto.
—Te he hecho una pregunta...
Dejo pasar unos segundos más pensando en qué decirle, si la verdad o una mentira piadosa.
—Sé sincero, Jason... —advierte una vez más.
—Una. —miento en un susurro finalmente. —Esta iba para la segunda. Venga, Dakota, por favor. ¿Tú no has tenido ningún desliz en tus momentos?
—No. —contesta firme. —Tú me das estabilidad y no cambiaría eso por calentones varios.
—Lo siento mucho... —miento de nuevo.
—Te quiero, Jason. Lo suficiente cómo para perdonarte, y más sabiendo que no la quieres... Tú y yo nos complementamos bien. —<<Te complementaras tu sola, vaya.>> —Gracias por ser sincero. —me abraza. —Pero he perdido la confianza ahora mismo, sabes que ella es una calientabraguetas y has caído, pero que sepas que te perdono. —se limpia una lágrima, que no sé el motivo del gesto, ya que no cae ninguna. —Espero que todo vuelva a ser cómo antes en algún momento, mientras tanto, espero que no vuelva a suceder. Así, recuperaremos la confianza, ¿vale?
<<Es que a mí me la suda tu confianza>>
—Vale. —finjo mi mejor sonrisa y es entonces cuándo me abraza.
A esta mujer es mejor tenerla calmada, al menos mientras planeo cómo deshacerme de ella y vengar el asesinato de mi padre. Volteo los ojos cuándo está abrazándome, su sola existencia me da rabia y si se cree que esto va a ir bien, no es así.
Seguiré acostándome con Elene cuántas veces me plaza; ella sí me complace, ella sí es una persona mínimamente estable y mucho mejor ser humano que quién me abraza ahora. Sólo necesito algo de tiempo para pensar soluciones a esto, y mientras tanto, es mejor tener a la esquizofrénica tranquila en su jaula.
—Yo sé que esto volverá a ser cómo antes, te lo prometo. —me dice cuándo se separa. —Yo daré lo mejor de mí y tú lo mejor de ti, ¿okey? Eso sí, necesito que la despidas, ¿vale?
Paso saliva con fuerza pero decido asentir. Poner mi mejor cara y darle la razón ahora es lo mejor y sí, yo también espero a que todo sea cómo antes, <<Cómo antes, cuándo esta asesina caprichosa no estaba en mi vida.>>
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Adoramos salseo. Y todo lo que falta... :0
Nos vemos.
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