CAPÍTULO 12
'¡Felicidades, capitán!'
18 de agosto.
Anders.
Salgo de la cama mirando por la ventana; a pesar de ser un día en pleno verano, la mañana se ha mostrado lúgubre. Miro el reloj de la mesilla, son las seis de la mañana y hoy voy a recoger una nueva misión a Pueblo Lobo. Si no voy a esta hora, La Zona de los Negociadores de Pueblo Lobo se atesta de gente y es insoportable.
Hoy se cumplen 26 años desde mi nacimiento: Dieciocho de agosto del año mil ochocientos ochenta y cinco, de padres Joset Hemsworth y Tennia Hemsworth, nací yo.
Observo mi cama solitaria, extrañando cada día más a Dalina Fontes, que ahora carga mi retoño —la sola mención me hace rememorar todo lo ocurrido anteriormente, con el 'retoño' y todo lo sucedido; llegando a la muerte de Puntresh—, mi semilla, mi hijo y a la que extraño diariamente.
Todo se me junta en la cabeza durante un segundo y mis sienes comienzan a quejarse dándome golpes en las paredes del cráneo que me hacen apretar los dientes de dolor.
Las lágrimas no tardan en acumularse en mis ojos y no puedo detener su salida. Ruedan por mis mejillas sin darme la oportunidad de mantenerlas.
Dejo pasar todo sin hacer el esfuerzo de evitar las lágrimas. Me desahogo conmigo mismo durante unos minutos, hasta que decido levantarme, darme una ducha y salir hacia el puerto.
Sobre las siete menos cuarto salgo de mi casa. Admiro la tenebrosidad que desprende hoy Pueblo Veneno; la madrugada le sienta muy bien dándole un toque terrorífico que podría asustar.
Ando hasta el puerto, encontrándome de frente con Veneno, reposando al lado del conjunto de tablas que conforman la entrada al lugar.
Doy una ojeada observando el barco de arriba abajo. Veneno es un barco enorme. Cuenta con cuatro pisos internos y eso aumenta su tamaño colosalmente. Con casi quince habitaciones, cocina, salón, recámara y almacén. Por fuera, cuerdas unen el mástil grande con el pequeño; una gran percha que destroza barcos en segundos y una proa y mascarón brillantes, las cuáles, asientan el terrorífico aspecto de tal colosal navío.
Subo por las escaleras de mano recientemente incorporadas, subiendo hasta la borda y allí abro el velero y elevo el ancla. Dirijo la mirada del barco hacia la isla, que se logra disipar unos metros más allá.
El barco comienza a moverse y dirijo el timón hacia Pueblo Lobo. La marea es suave, el agua es azul turquesa y parece encantada; podría quedarme mirándola durante horas sin cansarme.
Llego a Pueblo Lobo en menos de diez minutos.
Atraco en un puesto vacío del puerto entre otras embarcaciones de menor tamaño. Entro a la pequeña villa dirigiéndome hacia la conocida cómo Zona de Los Negociadores. Pueblo Lobo es de pequeña extensión: tiene, aproximadamente, doscientos habitantes, Cuenta con un bar, un hospital, varios parques e incluso algún cine o centro de ocio.
Paso por el centro del pueblo, rodeado de casas con antorchas que dan un pequeño monto de luz al lugar. Todo el suelo del pueblo es de arena, lo que lo hace más hogareño (aunque incómodo).
Cruzo la plaza llegando hasta la Zona de Los Negociadores, una playa arenosa con puestos y toldos de color negro, una alfombra oscura recubre el suelo que el techo acoge. Busco entre los carteles de madera sobre los toldos, tratando de encontrar el nombre de Unión Oceánica entre ellos.
Paso varios puestos mas el nombre que busco no se deja ver, hasta que me acerco a uno solitario aledaño a la orilla de agua oscura.
—Buenos días. —saludo al sujeto que tipea en un ordenador dado la vuelta a la entrada. La tienda es pequeña, con artilugios como manos relucientes en luz azul o bolas de cristal —falsas, quiero creer—.
El ser cubierto con una gabardina negra larga se gira, dejándome entrever lo que tipea en su ordenador.
'Manuscrito Mar de Ladrones' Es el documento abierto que me permite ver algo, <<¿Está escribiendo un libro?>>
—Buenos días, —musita— ¿qué se le ofrece?
Me quedo mirándolo inevitablemente; su rostro está lleno de cicatrices y un parche recubre su ojo derecho, sus labios están resecos y un enorme costurón cruza su cara desde la sien hasta el filo de su barbilla.
—¿Es... usted parte de la Unión Oceánica? —se pone de pie permitiéndome ver que aparte de ancho, es alto, cosa que me aterra en verdad.
—Claro. —dice irónico, pasa a mi lado señalándome el cartel de madera colgado sobre el umbral de la puerta. —¿No lo ve?
—Es cierto. —río nervioso. —Quería preguntarle si... tenía alguna misión que venderme. Necesito una para mi tripulación.
El hombre vuelve dentro y se sienta. Abre un cajón y saca un papel enrollado con un lazo rojo.
—Dígame su nombre y el de sus tripulantes, por favor. —pide antes de ofrecerme el papel.
—Buf, entonces no termino nunca.
—Pues deme el nombre de su embarcación y el número con el que está registrado en el país, por favor.
—La embarcación es 'Veneno'. —el hombre frunce el ceño. —Y el número de registro es 8743457841, letra W.
—Espere, —me detiene— ¿es usted Anders Hemsworth?
Miro hacia todos lados por inercia, antes de erguirme para contestar. Él entrecierra los ojos y trata de analizarme.
—Sí, soy yo.
Se queda boquiabierto unos segundos antes de abalanzarse sobre mí.
—¡Haberlo dicho antes, hombre! —grita abrazándome. —¡Claro que para usted tengo misiones, capitán!
Me suelta yéndose hasta el papel que acto seguido me entrega.
—Oh...
—Tome, capitán. Esta es gratis.
—Oh, gracias... supongo. —susurro confundido.
—Ay, perdone mi ignorancia, Anders. —dice. —No me he presentado. —me da la mano. —Soy Valerio Krakof, uno de los distribuidores de misiones de la Unión Oceánica. Podrá encontrarme aquí... prácticamente todos los días de diez de la noche a once y media.
—Vale.
—Mire, —abre el pergamino de la misión— en esta misión, simplemente tienen que recoger una pitaya de oro en la isla de Tres Rocas, en el sur del país, prácticamente cerca. Tome.
Agarro el pergamino llevándomelo al bolsillo.
—Muchas gracias, señor Krakof.
—Llámeme Valerio, porfavor. —dice. —Si quiere puedo entregarle más, señor Hemsworth. Así no tiene que volver en venideros días.
—Se lo agradecería, señor... —me interrumpo a mí mismo. —Valerio. Por favor, llamame Anders.
Paso otro rato junto a Krakof; me entrega misiones, tomamos un café y me explica sobre ellas. Salgo del puesto de Valerio Krakof sobre las ocho, dirigiéndome de nuevo hacia Pueblo Veneno. También le ruego discreción; nadie puede saber que estamos viviendo aquí pues las tropas monárquicas vendrían a por nosotros si esto llega a demasiada gente —estoy seguro—.
Llego a Pueblo Veneno bastante rápido, no son ni cinco minutos los que tardo en arribar el puerto de la isla.
Atraco el barco y bajo tocando la madera del puerto. Subo las escaleras y me dirijo hacia el —recién construido—ayuntamiento, dónde tenemos a Craber de trabajador en conjunto al Ayuntamiento de Pueblo Lobo.
Ando hasta el edificio y entro. Me sorprendo al ver las luces apagadas, son las ocho de la mañana y esto debería estar en movimiento, pero no es el caso.
Enciendo la luz dirigiéndome al despacho de mi amigo. Verlo ahora, de alcalde es sumamente gracioso y es que no tiene que hacer nada, estamos anexados al Ayuntamiento de Pueblo Lobo pero al muchacho le hacia ilusión ser alcalde.
Abro la puerta de su despacho, encontrándolo también a oscuras.
—Madre mía... —musito para mí sólo. —Ya sabía yo que a Craber no se le podía dar un puesto importante... Primera semana y ya se está escaqueando.
Ordeno las hojas luego de encender la luz, los engancho con un clip y los dejo sobre su mesa, estampado mi firma en el lugar señalado segundos antes.
Salgo del Ayuntamiento y me dirijo a mi casa. Llego segundos después, pasando la pequeña colina que hay en la villa. Pueblo Veneno tiene una estructura distinta a los demás pueblos de la zona; no es circular, sino que las casas están dispersas —pero cerca la una de la otra— por el pueblo, exactamente forman una línea en forma de gancho entrando por la derecha, es decir, entras por un lado y encuentras la casa de Louise y Faraday (dónde ahora vive Dalina), luego, si sigues recto, entras a la plaza del pueblo dónde hay varias casa seguidas pero no en círculo. Allí, se halla la alta montaña dónde hablé con Dalina aquel día.
El ayuntamiento, el supermercado, el hospital y el centro de salud se encuentran ahí, bajo la alta montaña, y de ahí se da paso a un campo que te lleva hasta una playa.
Y después de esa línea de casas, hay una bajada que da al puerto y una colina, justo arriba se encuentra mi casa. Mi solitaria casa.
Llego hasta mi hogar y meto la llave. Entro y todo se encuentra a oscuras. Enciendo la luz, dirigiéndome a la cocina, que está nada más entrar a la derecha. A la izquierda, se encuentra el baño. Justo enfrente el salón con la puerta corredera al jardín. Luego está el comedor y cubiertas por cristales translúcidos azul celeste, están las escaleras que dan al segundo piso dónde hay habitaciones, baños y un desván.
Entro a la cocina y saco la botella de agua que guardo dándole un trago que me refresca al instante. La dejo de nuevo dentro de la nevera y salgo de la cocina.
Oigo un ruido en el salón y enarco una ceja por inercia, dirigiéndome hacia el lugar de donde proviene el sonido. Entro al salón, la poca luz del día apenas me deja ver y no distingo nada. Enciendo la luz, llevándome una sorpresa al instante.
—¡Felicidades, capitán! —toda la tripulación (incluyendo a Laetizia y Vangalore) están con pancartas, luces, brillos y hay dos enormes (enormísimas) tarta en la mesa de cristal frente al sofá. La pancarta dorada con letras oscuras dice 'Feliz Cumpleaños, capitán', cada uno lleva un matasuegras que han hecho sonar y gorros de colores y brillos.
Mis ojos se inundan de lágrimas casi al instante, están todos, incluyendo a la familia Sawzky (no sé cómo han llegado aquí), también está en mi salón la mujer que acelera mis sentidos.
Todos se acercan a abrazarme y darme las felicidades. <<Veintiséis no se cumplen todos los días>> <<Veintiséis es una edad maravillosa...>> Son algunas de las frases que vienen de la mano con las felicitaciones.
—Capitán Hemsworth. —se acerca Angus Salvatore, dándome la mano y palmeando mi hombro. —Felicidades, hombre. Yo también tengo veintiséis...
—Pero en cada pierna.
Ambos reímos con el típico chiste pirata —bastante tonto, la verdad—.
—Muchas gracias, capitán. —dice segundos después. —Gracias por acogernos en su pueblo. Es un gran gesto por su parte... En serio. Gracias.
—No es nada, Angus.
Me abraza durante unos segundos y se aparta, guiñandome un ojo antes de perderse entre la gente.
—Felicidades, Anders. —oigo la voz de Rhea Morgan detrás mía.
—Gracias, Rhea.
—Nada será suficiente para usted, que nos ha dado casa y trabajo. Gracias.
Me abraza también y aparece Calamity Woods, felicitándome también al igual que Knavs, la otra tripulante nueva, todos agradeciéndome por permitirles entrar a Pueblo Veneno y no es nada más que un buen gesto —aparte, su compañía y estancia en la tripulación nos será de ayuda—. Todos y cada uno de los miembros de la familia Sawzky me felicitan: Ursule, Ibon, Gerendaiah, Milla, Frai...
Todo el mundo me ha felicitado, van formando la algarabía y sólo queda una persona que no me ha deseado una feliz vuelta al sol: Dalina.
Se queda al fondo y la miro intensamente hasta que se acerca a mí.
—Anders...
—No digas nada. —la tomo de la mano, abriendo la puerta corrediza que nos da paso al jardín.
Nos movemos por el suelo de hierba hasta llegar a unas tumbonas al lado de las vallas que separan mi casa de la cuesta arenosa que baja hasta la playa.
Me siento en el filo de una de ellas, ella me imita sin dificultad, pues su vientre aún no está lo suficientemente grande. La luz del día azota mi cara y entrecierro los ojos tratando de evitar el sol.
—Bueno... —musito.
—¿Tú quieres que lo nuestro vuelva a funcionar, Anders? —es directa.
—Yo... —se me forma un nudo en la garganta, prohibiendo el paso de palabras. —Dalina, claro que...
—¿Entonces por qué no has hecho nada por nuestra relación, Anders?
Trago con fuerza de nuevo, tratando de deshacer el insoportable nudo que nubla mi expresión oral.
—Dalina, no es que no hiciese nada. —susurro.
—¿No? ¿Acaso hiciste algo? ¿Me buscaste?
—No, Dalina.
—¿Entonces qué es lo que hiciste? —escupe, con el dolor en su tono de voz. —No hiciste nada.
—Necesitaba tiempo. —digo entre dientes haciendo gestos.
—¿Tiempo para qué? —cuestiona, haciendo aspavientos. —¿Para superarme e irte con otra?
Me acerco lentamente.
—No, Dalina.
—¡Joder, ¿entonces para qué?!
—¡Para darme cuenta de que te amo! —el silencio se forma entre nosotros dos. —¡Para darme cuenta de que te necesito, Dalina! ¡Y que si discutimos, necesito resolverlo! No quiero estar mal contigo, tienes mi hijo en tu vientre y te necesito a mi lado, por hoy y para siempre, Dalina. Prométeme que hablaremos las cosas, que me dejarás explicarme y hablaremos con tranquilidad, por favor.
—Anders...
—Por favor. —las lágrimas inundan mis ojos. —Yo te prometo que te diré la verdad, en absolutamente todo. Te amo y eso es lo que haré por ti. —susurro. Mi voz se quiebra pero debo seguir. —Eso y lo que haga falta.
En ese momento se acerca hasta mí y planta un beso en mis labios.
El beso dura unos segundos y poso mi mano en su mejilla. Su lengua juega con la mía a su conveniencia y yo me dejo; esto era todo lo que necesitaba.
Se separa segundos después y me mira fijamente.
—Te lo prometo, Anders. —posa sus manos a los lados de mi cara, acunando mi rostro. —Felicidades, mi capitán. Nuestro hijo y yo también lo amamos mucho.
⟳
Han pasado varias horas desde que empezó la celebración de mi cumpleaños en mi hogar. Son las siete y media de la tarde, Calamity y Faraday cocinaron varios platos deliciosos para comer, luego comimos tarta y empezamos a beber.
Ahora, de noche y con luces de colores y una algarabía enorme, me hallo en el sofá de mi salón observando a mi novia y su amiga danzar una canción que ni siquiera reconozco.
—¡Cámbiala! —se queja Rhea mirando a Angus, que sostiene el mando de la televisión.
—Un respeto, Rhea. —musita él con tono jocoso. Río cuando trata de vocalizar pero se complica su tarea. —Esto es un ícono mundial.
La canción comienza y la reconozco al instante.
Ladies and gents
Turn up your sound systems
To the sound of Carlos Santana
And the G&B, it's The Product
Ghetto blues from the Refugee Camp
Me levanto acercándome al televisor, comenzando a cantar a la vez que la canción empieza.
—Oh, Maria, Maria. —canto y me siguen Dalina, Angus e Ibon desde el sillón del fondo.
—Esta canción tiene más años que todos nosotros juntos. —musita Louise, sentándose.
—She remind me of a West Side story. —cantamos.
Growin' up in Spanish Harlem
She livin' a life just like a movie star, oh, Maria, Maria!
La parte únicamente instrumental llega y cierro los ojos, disfrutando del viaje en el que me lleva la canción, la cuál, me transporta a un lugar lleno de paz.
No hay nada, no hay muertes, no hay guerras ni maldiciones, ni olvido. Sólo paz; una vida feliz, lejos de todo, tal y cómo estoy ahora.
<<No hay nada, únicamente felicidad y tranquilidad. No hay muertes: Nedda, Denni, Shiver y Mara siguen aquí>>
La letra comienza de nuevo sacándome del trance en el que me había sumergido la instrumental. Musito la letra durante unos segundo antes de llevarme el vaso con licor a los labios.
Thinkin' of ways to make it better
In my mailbox there's an eviction letter
Signed by the judge said, "See you later''
Sigo tarareando y me dirijo al sofá, hasta que de repente, mi móvil comienza a vibrar en mi bolsillo.
Lo saco y me quedo helado al ver el nombre de la persona que me llama.
<<Dakota.>>
Mi corazón comienza a acelerarse.
Hace mucho que no sé nada de ella. Ya hacen unos meses que Tennia murió: nunca llegué a saber porque fue, pero tampoco me interesa Es un momento que ya pasó y no pienso en ello; ella también me traicionó.
Me aparto tambaleándome, oigo que Louise me pregunta que me pasa pero ando lejos de la gente y la música escaleras arriba buscando un sitio para contestar. La curiosidad me puede.
Llego casi hasta el desván subiendo escaleras y es entonces cuando pulso el botón verde, quedando frente al espejo del pasillo que sube al desván.
—¿D-Dakota...? —titubeo.
Oigo como sorbe la nariz al otro lado de la línea.
—Anders...
—¿Qué quieres? —la corto serio. —Llevo meses sin saber nada de ti y ahora me llamas.
—Es tu cumpleaños. —musita. —Me veía con la necesidad de decirte felicidades.
Trago con fuerza viendo mis ojos inundarse de lágrimas. Poso la mano en la pared, sujetándome para no caerme.
—Gracias. —susurro.
—Anders, perdóname.
El silencio se forma en ambas partes de la llamada durante unos segundos.
—¿Perdón? —murmuro, dolido.
—Sí, perdóname. —repite en un susurro. —Debí hacerte caso. Jason no es bueno, Anders.
—¿A qué te refieres?
—Jason no es bueno, Anders. Él no es bueno. Ni buena persona, ni buen marido ni buen hombre. —dice. —Estoy segura de que me es infiel, Anders.
Mi corazón late en mis oídos con una hostigante potencia.
—¿Por qué?
—Tengo esas dudas y estoy cerca de confirmarlas. —sorbe con la nariz. —Aparte, es malo conmigo. Mucho. Me trata cómo si fuese menos... —rompe a llorar, no puedo evitar sentir compasión.
Un calor sofocante toma mis venas.
—Yo te avisé, Dakota. —la interrumpo con rabia. —Te lo dije muchas veces, a ti y le dije a mamá que te cuidase, que a mí no me hacias caso y siempre fue una alcahueta contigo, dejándote hacer lo que querías absolutamente siempre. Pues ahora, toma lo que tanto querías. Te avisé dos veces y lo hiciste igual.
El silencio se forma en ambas líneas de nuevo.
—Perdón. —susurra.
—Ya he entendido tu perdón, Dakota. Pero yo no puedo hacer nada. Eres la reina consorte, así que compórtate cómo tal. —suelto. —Necesito saber una cosa, cómo valía de lo que es tu perdón.
—¿Qué...?
—¿Por qué llamaste a Dalina a contarle que yo sabía que Iriel estaba vivo? —cuestiono y no puedo evitar dejar caer una lágrima. No contesta, dejando la línea callada por unos segundos. —Dalina está embarazada, Dakota. Eso casi rompe nuestra pareja.
—Perdóname, Anders, yo... yo...
—No hay motivo para hacerlo. —suspiro. —Nos hemos arreglado, has corrido esa suerte. Porque te juro que si eso no llega a pasar, jamás hubieses conocido a tu sobrino, y mucho menos hubieses vuelto a saber de mí.
—Lo siento. —es lo único que sabe decir antes de romper a llorar de nuevo. Pellizco el puente de mi nariz durante unos segundos hasta que se calma. —Yo sólo quería poder, Anders. Pero esta me está saliendo demasiado caro... es demasiada presión, demasiado el trato nefasto de Jason, demasiado... No sé que hacer. Encima mamá ya no está aquí para ayudarme, además, la prensa está a punto de enterarse y... y...
Se queda callada después de decir esto, comenzando a sollozar por lo bajo.
—Ahora debes arreglártelas sola, Dakota. Mamá no está desde hace mucho, la prensa se enterará dentro de poco. —digo, serio. Limpio las lágrimas que ruedan por mis mejillas. —Pero ahora debes apoyarte sola. Esto es lo que tú has elegido, lo que tú quisiste. Te agradezco tus felicidades, de corazón, —musito. —y te perdono, pero no quiero saber nada más de ti. No me llames más, no me escribas, nada. Déjanos en paz y aprovecha la vida que tienes. Adiós, Dakota.
No la dejo decir nada más cuando cuelgo el teléfono, rompiéndome a llorar frente al espejo y sintiendo los brazos de Dalina sobre mí al romperme por completo.
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