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CAPÍTULO 11

'Un nuevo plan'

Anders.

—Mírelos, capitán. —dice Craber a mi lado señalándome la embarcación que se acerca a la isla dónde hemos construido nuestras casas. —¿Ve algo?

Trato de fijarme en los detalles de ese barco, el cuál no reconozco. 

Sin embargo, era majestuoso. De tamaño menor a Veneno, sin duda alguna, mas eso no le quitaba lo tétrico que podría llegar a ser; dos mástiles conectados con cuerdas, e incluso, logro disipar unas escaleras. El timonel, no obstante, es un pequeño punto casi invisible. Mascarón brillante, una percha enorme que podría destrozar más de un barco y un color oscuro a sus lados, atrevería a decirme que está fabricado de madera de ébano. Es precioso, el mascarón reluce mucho más con lo negro de la madera. En lo alto, una bandera verde ondea, junto a la vela que el viento mece.

—No veo nada, sólo la bandera verde.

Se van acercando poco a poco hasta que oigo al grumete Faraday gritar:

—¡Bandera blanca, capitán!

Esas palabras hacen enfundar los revólveres que mis tripulantes muestran detrás mía.

El barco arriba a la costa pocos segundos después. Nos echamos hacia atrás cuando atracan la orilla arenosa. El vehículo frena del todo y ponen la tabla que bajan. El capitán, con su sombrero negro, baja el primero dando paso a otras tres personas... <<¿Tremendo navío para tal tripulación?>>

Este se acerca hasta mí, ofreciéndome su mano.

—Buenos días, señor. Me presento, soy el capitán Angus Salvatore. —se echa hacia un lado presentándome al resto de personas. —Somos la tripulación del navío La Buena Cassidy. Venimos en busca de una morada. Acabamos de pasar por una misión... un tanto complicada.

Angus Salvatore era un hombre, que incluso para mí, era atractivo. A pesar de que debe de estar cerca de los cuarenta y cinco, o incluso, cincuenta, su barba tallada y oscura, realza la mandíbula afilada y recta. Con las mismas características, su nariz y sus ojos oscuros resaltan en su rostro. Aún con eso, las arrugas al lado de sus ojos que se forman al sonreír le dan el toque perfecto. 

Señala a una de las personas que hay detrás suya dispuesto a presentarla. Una muchacha de pelo africano, su tez es oscura y sus ojos del mismo color. Su ropa está desgastada, al igual que la de todos y se abraza a sí misma, alzando la mirada cuando Salvatore la presenta.

—Ella es Calamity Woods, una de mis navegadoras. 

La muchacha se yergue.

—Buenos días, señor... —me tiende su mano para después entrecerrar los ojos analizándome durante unos segundos. —Oiga... ¿no es usted el capitán Hemsworth?

Alzo la cabeza antes de contestar.

—Sí, soy yo. —miro hacia atrás durante un segundo. —Y ellos son toda la tripulación de Veneno. Ahora vivimos en este pueblo.

—Aiba, —habla Angus. —siento mi burda idiotez, capitán. Mucho gusto, señor Hemsworth. —musita.

—Igualmente. —respondo. 

—Yo soy Rhea Morgan, capitán Hemsworth.

Se presenta una joven de pelo rizado y largo del color del fuego, pecas abundantes sobre su nariz que se extienden por sus pómulos. Su tez, a diferencia de Calamity, es muy pálida. Su cuerpo es esbelto y tiene unas piernas kilométricas cubiertas por unas mallas azules que conjuntan con su blusa de tela fina del mismo color, al igual que con su top morado. Cómo tocado, luce un sombrero blanco y rojo decorado con una pluma. <<Esta es la hechicera seguro>>

—Mucho gusto.

Knavs Turner se presenta, pelirroja de ojos oscuros y de la quinta de Angus, y bastante alta mas no tanto como su capitán. 

—Es un gusto conocerlos, —musito. —pero necesito una razón para dejarlos vivir en nuestro pueblo. ¿Será temporal?

—Probablemente sí, capitán. —habla Salvatore. —No somos una tripulación de estilo sedentario. Solemos andar de un lado al otro en nuestro barco, no nos gusta quedarnos en un sólo sitio, quietos.

—¿Qué es lo que os trae por aquí? —cuestiona Craber a mi lado. 

—Nuestra tripulación se componía de doce tripulantes, amigo. —cuenta. —Pero tuvimos una complicada misión, enfrentando a un rey esqueleto con poderes. Perdimos a la mitad de la tripulación en el campo de batalla. Hemos huido del lugar y necesitamos reponernos, si eso no es una molestia para ustedes. 

Mi mente maquina un plan.

<<No nos vendría mal algunos nuevos tripulantes...>>

—No es nada más que eso, señor Hemsworth. 

Miro a Craber, que cómo si estuviera metido en mi cabeza, asiente. Observo también a los demás, alguno da leves asentimientos y otros ni se inmutan. Los conozco; todos están de acuerdo con lo que saben que voy a decir.

—Le ofrezco algo mejor, capitán Salvatore. —murmuro. Él mira a sus tripulantes y ellos asienten.

—Lo escucho.

Carraspeo la garganta antes de empezar.

—Le propongo una idea. —comienzo. —¿Y sí en vez de quedarse aquí, a vivir nada más, se unen a nuestra tripulación? Nosotros no vamos a seguir con grandes épocas de mar, no obstante, hay un pueblo aledaño a esta isla, en la cuál, pueden darnos misiones simples pero que nos den dinero. —suspiro. —Les dejo pensárselo.

Los seis se van unos centímetros para atrás, rozando el agua.

Yo me destenso y me giro, mirando a los míos.

—¿Qué os parecen? —pregunto y la algarabía se forma al segundo.

—A mi me caen bien. —dice Craber. —No sé, me dan buena espina. 

—A mi también. —lo respalda Faraday y Darko, Aldous, Sohnya y Louise dicen lo mismo.

El resto, no opina.

Los tripulantes de La Buena Cassidy se acercan unos minutos después.

—Bueno, Anders. —empieza Angus. —Hemos decidido que sí, aceptamos su oferta, capitán.

Sonrío de lado. 

—Me alegra eso, Salvatore. —murmuro, ofreciéndole mi mano. —Entonces, ¿tenemos un trato, capitán Salvatore?

Él la toma y asiente lentamente. 

—Tenemos un trato, capitán Hemsworth.

Me suelta la mano y me inclino ligeramente hacia adelante.

—Me parece genial, entonces. Bienvenidos a Pueblo Veneno, tripulación de La Buena Cassidy.

Jason.

Casi dos meses desde que impuse la nueva maldición a Anders. No ha parecido tener efecto, pero queda cada vez menos tiempo para que su vida se reinicie. 

Hoy, también, es el nombramiento del nuevo alcalde de Castilla, Iván Otélèr, del partido monárquico. Doce y media en la Plaza del Ayuntamiento de West Plate, catorce de agosto de 1881. Por consiguiente, eso significa que hoy Guiena regresa a ser una monarquía. <<Jódete, Anders.>> He estado hablando con Iván, hemos llegado a un trato: Guiena regresa a ser un reino, y él recibe una pequeña subvención por mostrarnos su apoyo, un pequeño incentivo. 

Arribo el avión después de saludar a los tripulantes de la cabina, acompañado de la hermana menor de Anders Hemsworth, vestida con una prenda larga negra con pedrería y un escote en 'v'. <<Menos mal que está buena, porque es insoportable.>> Desde ese fatídico día que decidí casarme con ella, todo ha ido peor. Primero me mostró una faceta suya normal, luego, comenzó a ser cómo ella es en realidad y ahí comenzó mi pesadilla. Es una chula, se cree que en vez de reina consorte es la reina del planeta y lo que es es una mantenida que vive bajo mi reinado. Trata mal a todo el mundo; altiva y quejica, caprichosa, infantil y manipuladora, así describiría al demonio disfrazado de mujer de dieciocho años cómo lo es Dakota Hemsworth.

—¿Cuánto dura el viaje? —musita, sentándose a mi lado dentro del jet privado que nos llevará a West Plate. No hay ninguna carretera que conecte la isla de West Plate con la de East Plate, ni mucho menos una que conecte la isla central de Cala Verde. 

—Menos de veinte minutos. —respondo, serio.

No dice nada más y dirige su mirada hacia la ventanilla.

El vuelo arranca a las once y treinta y dos de la mañana, y en ese momento, Elene, nuestra ama de llaves, pasa con un carrito con bebidas frías y vino por el pasillo que separa mi sitio individual del de Dakota. Porta una falda —bastante corta— azul oscura con el resto del traje reglamentario de ama de llaves.

—¿Sus majestades desean algo? Estoy relevando a una de las azafatas. —ríe y quedo embelesado mirando sus ojos, pero la repelente voz de Dakota me saca del trance de sus orbes.

—No, no queremos nada ahora. Vete a tu sitio y deja de joder, estaba quedándome dormida, maleducada. —la riñe y Elene pone una mueca de desagrado, pero la disimula. Por inercia, miro mal a Dakota.

La muchacha se retira.

—No maltrates a mi personal. Es una de las pocas cosas que te voy a pedir, ¿me oyes? —le digo. Se gira lentamente, mirándome extrañada.

—¿Por qué la defiendes tanto? —escupe iracunda.

—Lo último que necesito ahora es uno de tus ataques de celos ridículos, Dakota; déjame en paz. Hazme caso a lo que te digo y esto será más llevadero. —contesto y no dice nada más, antes de devolver su mirada al cristal de su sitio. 

El avión se estabiliza segundos después y la señal de los cinturones se apaga.

Me levanto de mi sitio, desabrochándome el cinturón y esa irritante voz se deja oír de nuevo.

—Jason, ¿dónde vas? —musita Dakota al oírme levantarme. <<Duérmete, por favor.>>

La ignoro completamente y enfurruñada, vuelve a dormir. Ando perdiéndome por el largo pasillo del jet hasta llegar al baño. Al fondo, veo sentada a Elene sobre una silla, ojeando una revista.

Chisto con la boca, llamando su atención. Sus ojos azules se levantan de la revista y me miran durante unos segundos, eso basta para subir la temperatura y más aún cuando acomoda la camisa azul del uniforme, pasando sus manos por sus pechos antes de acercarme hasta mí.

—¿Qué sucede, su majestad?

No digo nada cuando del tirón, abro la puerta del baño del jet y la empujo dentro.

Cierro con pestillo y no dudo ni un segundo antes de lanzarme a sus labios, tomándola del cuello con posesividad y desabrochando los botones que dejan a la vista sus turgentes senos. 

—Jason, no podemos hacer esto... —musita ella.

—Shhhh... —siseo, poniendo mi dedo sobre sus labios.

—Dakota está allí, Jason... —susurra, sin embargo, su mano baja hasta mi entrepierna, desabrochando los botones de mi pantalón.

—¿Crees que me importa Dakota ahora mismo, Elene? —jadeo con la respiración entrecortada. —Te necesito.

La beso de nuevo, uniendo su respiración acelerada con la mía. En ese momento, siento su tacto frío sobre mi entrepierna y suelto un jadeo cuando comienza a moverla en un suave compás. Acerco mi boca a sus pechos, pasando la lengua por la aureola.

Con mi mano derecha, subo la falda dejando su ropa interior al descubierto, la cual aparto para posicionarme detrás de ella. 

Salgo del baño cuando ya se anuncia el aterrizaje, aún no he saciado mis ganas pero Elene sale delante mía, revisando que nadie ande cerca. Ella vuelve a su lugar y yo ando hasta mi sitio, dónde gracias a Dios, encuentro a Dakota dormida. 

Me abrocho el cinturón y el piloto comienza la maniobra de descenso, aterrizando en el Aeropuerto de Los Colores de West Plate sobre las doce del mediodía. El avión va perdiendo velocidad y frena del todo, parando en seco y me levanto de mi sitio. Oigo unos tacones resonando por el jet y Elene pasa por encima de mí. Me echo a un lado pero el estrecho pasillo hace que nos rocemos. <<Mierda>>

—Dakota. —la zarandeo, tratando de despertarla. —¡Dakota!

—¡Ay!

Se despierta exaltada y bajo del jet cuando la puerta se abre, dejándome tocar el suelo del aeropuerto. Hay un aire frío, pero a la vez, un horrible sol que quema mis pómulos; West Plate es mucho más frío que East Plate por su posición poniente.

Dakota baja las escaleras también y la limusina negra arriba a la pista. Entramos.

—Buenos días, sus majestades. —me saluda el chófer.

—Buenos días, —saludo. —nos esperan en la Plaza del Ayuntamiento, ¿no?

El coche arranca y el acto no durará demasiado. ¿Cómo ha quedado West Plate después de la muerte de Saller? Es una gran pregunta que no logro responder; yo lo veo todo igual. Es cómo si a nadie le importase que su alcalde muriese y a manos de Anders, todo sigue igual, es cómo si hubiesen estado hipnotizados alabando a Duponte, y ahora que no está, a nadie le interesa. 

Llegamos a la Plaza del Ayuntamiento cerca de las doce y cuarto. Una enorme plaza cuadrangular con un escenario enorme, toda la policía westiana rodea la zona y un gran número de personas están sentados, expectantes. Entramos por la izquierda, subiendo al escenario dónde nos esperan unas sillas. La gente comienza a vitorear <<reacción inesperada>> al verme. La sorpresa es más que evidente y Dakota y yo damos el saludo real. La gente del Consejo de West Plate está sentada al lado del atril y reconozco a sus componentes, saludándolos.

*Westiana: Gentilicio de la ciudad de West Plate, Estiano: Gentilicio de la ciudad de East Plate'

—Buenos días, es un gusto estar aquí hoy. —murmuro tomando la mano de la mandamás dentro del Consejo, Isabel Renthfield. 

—Es un gusto verlo también, rey Diphron. —musita la cincuenta. Dakota la saluda también con los vítores d ela gente de fondo y se sienta a mi lado después de saludarlos.

La ceremonia da comienzo permitiéndonos escuchar el himno de Guiena, el recién compuesto y eso me hace sentir una chispa por dentro.

El segundo candidato aparece por las escaleras, la gente se pone eufórica. Comienzan a gritar vitoreando su nombre. Se acerca hasta nosotros, dándonos la mano.

—Buenos días, majestad. —curva la espalda haciéndome media reverencia. —Es un gusto tenerlo hoy aquí, señor.

—Yo estoy encantando de estar aquí. —tomo su mano.

—Buenos días, reina. —saluda a Dakota, tomando su mano.

—Buenos días, Iván. Me complace mucho estar hoy aquí. —<<Al menos sabe comportarse.>>

El muchacho saluda al resto de personas que estamos sentados y es entonces cuando se acerca al micrófono. 

La gente reduce el nivel de ruido y el monarquista comienza a hablar.

—Buenos días a todos, mis queridos westianos. —habla por el micrófono que amplifica el sonido por los dos altavoces que hay a cada lado del escenario. —Primero que todo, quiero agradecer al Consejo de West Plate. Van a ser mi mano derecha durante el mandato en Castilla. También quiero agradeceros a vosotros, mis votantes, que gracias a la ley y a vuestros votos, estoy hoy aquí. ¡Un aplauso! —la gente comienza a aplaudir y pongo mi mejor sonrisa para sonreír y aplaudir a la vez que el público. Estos callan progresivamente. —Y por último, quiero agradecer al rey Jason Diphron. —se gira, señalándome con la mano abierta. Me levanto con los aplausos de la gente de fondo. —A partir de hoy, 14 de agosto de 1881, la guerra política en la que estaba sumida este país termina. Guiena regresa a ser un reino, manejado por él con ayuda de los Consejos. Gracias por la oportunidad, vamos a lograr muchas cosas juntos, su majestad.

Me acerco hasta él, poniéndome a su lado.

—Muchas gracias, Iván. —musito, dándole la mano. —Tienes razón, vamos a lograr muchas cosas.

La gente comienza a vitorear y a gritar y sonrío a las cámaras que sacan fotos desde el fondo de la plaza. <<Todo está saliendo bien, Jason. Anders está maldito hasta el 29 de septiembre, he recuperado Guiena... Sólo tengo que deshacerme de esta niñata y mi vida volverá a ser perfecta.>>

Me vuelvo a sentar minutos después y el resto de la ceremonia ocurre con total normalidad. Jura tratar a Castilla con caridad, hacer lo mejor por su país y bajo el mandato de Dios a pesar de no ser una ceremonia cristiana. 

Sobre la una y media, todo el discurso ha finalizado y me levanto de la silla, aplaudiendo al político que todos aplauden. A partir de hoy, vuelvo a manejar Guiena con el respaldo de los tres consejos, cómo lo son el Consejo de West Plate, el Consejo de Cala Verde y el Consejo de East Plate.

Guiena vuelve a ser mía.

Bajamos del escenario, esperando al monarquista que baja segundos después.

—Enhorabuena, Iván. —lo felicita Isabel Renthfield. —Me alegra el manejo unánime de Guiena de nuevo, a pesar de no compartir todos los ideales. —nos dice, tendiendome la mano. —Por un mandato pacífico, señor Diphron.

Tomo la mano arrugada de Renthfield.

—Que así sea, señora Renthfield.

Sobre las dos y media, vuelvo a tocar el suelo de la ciudad estiana, la capital de Guiena. 

Estoy listo para arribar al Palacio y encontrar a miles de periodistas aguardando por mis palabras, sin embargo, ya he advertido a Dakota, <<callada>>.

La limusina nos deja en el parking del Luvemount, los coches que traen al resto de personas de la casa que hemos llevado entran más tarde y las dejan en el puesto más lejano a la prensa del parking. 

Las preguntas y los gritos de la prensa preguntándonos cosas cada vez se tornan más abundantes, <<¡Rey Jason!, ¿cómo se siente después de reunificar el país?>> <<¿No le preocupa otra revuelta por la insatisfacción de la oposición?>> <<¡Su majestad!, ¿qué ha sido del capitán Anders Hemsworth? ¡Llevamos casi dos meses sin saber nada de él!>> Qué preguntas más tontas. <<¿A mi qué me importa Anders?, ¡Mejor, que desaparezca para siempre?>> Pienso.

—Ni caso. —le digo a Dakota cruzando los jardínes del Palacio.

Entramos por la gran puerta del Luvemount sin hacer caso a nadie. Allí dentro, nos esperan la ama de llaves y los dos guardaespaldas que he llevado.

—Gracias por vuestra asistencia, podéis regresar a vuestros puestos. —les digo, Elene me mira fijamente y le guiño un ojo antes de que se vaya.

Dakota sube las escaleras y yo voy detrás. Entramos a nuestra habitación y allí me dispongo a quitar el incómodo traje que uso en este tipo de ocasiones. Me deshago del pantalón y de la camisa, buscando algo cómodo que ponerme; ahora tengo que ponerme a trabajar y tengo muchas cosas que hacer.

Me vuelvo a sentar en la cama cuándo encuentro prendas de algodón para ponerme, sin embargo, Dakota aparece a mi lado en ropa interior negra, quitándome la ropa de la mano. 

—Jason... —musita acercándose.

Su cuerpo es de escándalo, tiene una cintura muy refinada y unas curvas casi que increíbles; también dota de un abdomen plano y un pelo lacio que cae sobre sus pechos, que aunque son pequeños, tienen la forma perfecta. Es una fantasía de mujer, en realidad. Su rostro también tiene unas facciones casi perfectas; su nariz es fina pero recta, orbes del color del chocolate y unos labios perfectos. Si no fuera tan insoportable...

Echa mi cabeza hacia atrás sentándose a horcajadas sobre mi cuerpo desnudo, únicamente cubierto por los bóxers. 

—Quiero jugar con usted, mi rey.

—No me apetece, Dakota. —trato de quitarla de encima, sin embargo, se aferra a mis brazos. Me toma del mentón y une sus labios con los míos, restregándose sobre mí. Sigo el beso pero sigue sin despertar deseo en mí, y no es por ella, es porque simplemente no quiero y ya. 

—Venga, Jason... —comienza a pasear las manos por mi torso desnudo, bajándolas hasta llegar al lugar que quiere despertar. —Un poquito, así vas a trabajar más relajado.

Trago con fuerza.

—De verdad, no me apetece, a la noche... —me remuevo tratando de apartarla, pero ella sigue metiendo la mano por dentro de mi calzoncillo. 

—Yo sé que sí quieres... —jadea pegándome los pechos a la cara, pero eso no aliviana mi pereza.

—¡Que no! —me quejo apartando la mano de ahí y dejándola sobre la cama. Me levanto y tomo la ropa, pasando la camiseta por mi cabeza.

—¡Ah, claro! ¡Se me había olvidado que ya te has quitado las ganas con una de tus putas! —grita, molesta, abrazándose a sí misma sobre la cama. 

—¡Déjate de payasadas! —me excuso.

—¿Es que ya no te gusto? —gatea sobre la cama hasta quedar justo enfrente mía. 

—No es eso, Dakota...

—¡¿Entonces qué?! —explota. —¡¿Es qué tienes otra con la que sí te sacias?!

—¡La madre que la parió la que me está montando! —me quejo a mí mismo.

—¡Responde!

—¡Venga que sí! —accedo finalmente, sólo quiero que se calle.

Me quito la camisa rápidamente, la empujo hacia atrás dejándola a mi merced sobre la cama.

—¡Que no, que ya no quiero! —se remueve cuando me meto entre sus piernas.

—¡Mira, eh, a mi no me vuelvas loco! —exploto yo también. —¡Bipolar de mierda!

Me levanto de la cama y me visto por completo.

—¡Putero! —me grita sin ningún fundamento.

—¡Bipolar! —me defiendo.

—¡Infiel! —<<Pues sí.>>

—¡Loca!

—¡Asqueroso!

—¡Mantenida! —grito saliendo por la habitación, oyendo el golpe de un zapato golpeando la puerta. —¡No me tires cosas! 

—¡Que te calles! —me sobresalto al oír el mismo sonido pero con mayor fuerza.

Desisto completamente y me largo dirigiéndome a mi despacho.

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