3-La Organización Lovecraft
—¡Yahoooooo!
Al igual que en la noche anterior, Rafael Rodríguez se encontraba saltando de tejado en tejado, por el lado oeste de Ciudad Bolívar. Buscaba por toda la zona a algún pobre diablo al cual golpear, ladrones, traficantes, al que sea. Y esta vez estaba preparado, ya que tenía su teléfono consigo, con el cual planeaba grabar todo y subirlo a YouTube.
—Muero por saber las visitas que tendrá el video, estoy seguro de que ganaré mucho dinero con esto en poco tiempo —pensó emocionado, parado en el borde del tejado de un negocio—. Además, podré presumir esto a papá... finalmente verá que no soy un inútil.
"¡Joven amo, alerta, detecto enemigos cerca!"
Rafael abrió los ojos de par en par, realizando a último momento un salto mortal hacia atrás, evitando así ser golpeado por un extraño ser.
Era una criatura humanoide de 1,80 metros de alto, el cual portaba una armadura plateada, con color azul en su casco alado, las hombreras, rodillas y en los codos, así como varios detalles dorados por toda su estructura, lo más llamativo de este ser, era que tenía cinco pares de alas doradas en la espalda.
—¿Eso es un ángel? —inquirió Rafael, impactado.
"Negativo, es similar, pero no es un ángel de verdad".
—Se llama Arcangelo (Arcángel), es uno de mis Familiares.
A espaldas de Rafael, apareció aquel hombre con peinado hacia atrás, gabardina café y ropas de sacerdote negras debajo de esta. El aura que emitía era de completa tranquilidad y confianza, en su sonrisa no se sentía nada de malicia y sin embargo, Rafael no paraba de estar inquieto en su presencia.
—¿Quién carajos eres tú? —preguntó materializando dos pistolas en cada mano.
—Soy el Padre Sócrates Mendoza, digamos que estoy aquí porque estás fastidiando mis operaciones —respondió sacando las manos de los bolsillos de su gabardina—. Debes ser nuevo en esto de la Hechicería, por lo que con gusto te explicaré un par de cosas si vienes conmigo de forma pacífica.
—¡¿Porque no mejor me mamas un huevo, coño e' tu madre?! —exclamó Rafael, disparando contra el sacerdote y el ser mágico con lo acompañaba.
El Padre Mendoza suspiró y para sorpresa de Rafael, aquel hombre era más rápido que sus balas, pudiendo acortar distancias en un segundo, conectándole un golpe ascendente en el vientre, antes de que siquiera pudiera activar el Modo de Blindaje. Cuando estaba en el suelo retorciéndose del dolor, Arcangelo lo dejó noqueado con un fuerte pisotón en la cabeza.
Cuando Rafael despertó, estaba sentado y esposado sin su traje a una mesa de metal, en una habitación gris, con un único bombillo alumbrando el centro de la habitación, a su diestra había un cristal de visión unilateral, como el de las series de CSI que solía ver con su hermana mayor cuando vivía en la casa de sus padres. Se tocó la cabeza en busca de alguna herida, pero no encontró nada, cosa que lo sorprendió porque lo último que recordaba antes de perder la consciencia fue haber sido pisado por aquella criatura alada; tampoco le dolía el lugar donde ese sacerdote le había golpeado, como si nunca hubiera pasado nada.
—¡Mórfosis Canserbero!
Trató de llamar a su traje de regreso, pero no funcionaba, sin importar cuantas veces dijera la frase que le enseñó a Canserbero. Ni siquiera podía escucharlo dentro de su cabeza como solía hacerlo.
El mismo sacerdote que lo había golpeado entró por la puerta, sentándose en la silla que estaba enfrente de él, dejando una carpeta en la mesa.
https://youtu.be/h_ODudtGTjo
—Lo siento, pero no podrás usar tu Arte Arcano, esas esposas que traes puestas impiden el uso de Energía Kundalini —reveló hojeando los papeles de información dentro de la carpeta—. Rafael Rómulo Rodríguez Pilar, dieciocho años, graduado con honores del bachiller, pero fuiste expulsado de la universidad de medicina por inasistencia. Actualmente vives con tu abuela Rosa Rodríguez, tus padres son dueños de una empresa de mantenimiento, tu hermano mayor es un médico cirujano y tu hermana es una atleta que irá pronto a las olimpiadas. Tienes una familia interesante en verdad.
Rafael se quedó callado, no le gustaba mucho que le hablaran de su familia, hace tiempo que se peleó con ellos, sobre todo con su padre.
—Creo que hemos comenzado por el pie izquierdo, permíteme presentarme, soy el Padre Sócrates Mendoza, sacerdote católico y también agente de la Organización Lovecraft —se presentó esbozando una sonrisa amistosa.
—¿Dónde mierda estoy? ¿Por qué estoy aquí? ¿Eres otro Hechicero? —inquirió cabizbajo, tratando de zafarse de sus esposas como podía, pero le resultaba inútil, cada intento solo le dolía más.
—Uhmmm... bueno, creo que comenzaré desde el principio, joven Rodríguez —dijo el Padre Mendoza, cruzado de brazos—. Verás, hace varios siglos, nació un hombre, alguien que con su sola existencia cambió por completo el Status Quo del mundo sobrenatural, su nombre era Solomon Lovecraft, lo apodaron como El Abismo de los Monstruos. Nació estando maldito, y todo su hogar natal desapareció del mapa a causa de eso.
«Solomon Lovecraft pasó mucho tiempo luchando con su don y su maldición, conociendo a toda clase de personas en su camino como Hechicero y como ser humano. Los más importantes, fueron Ginebra Miranda, El Corazón Intrépido; Amadeus Moriarty, El Rey de las Mariposas; Galahad Holmes, El Caballero Sin Igual; Roland Nostradame, El Médico de la Muerte y Circe Dark, La Alquimista. Ellos seis fueron los Grandes Fundadores de lo que actualmente se conoce como La Organización Lovecraft.
»Nosotros nos encargamos de mantener el equilibrio entre el mundo normal y el paranormal en todo el globo, así como también de mantener oculta su existencia. No solo luchamos contra otros Hechiceros, sino contra todo ser sobrenatural que decida dañar a los débiles y cometer injusticias».
—¡Pero yo no he hecho nada, maldito! —reclamó Rafael, molesto.
—Sí lo has hecho, has roto una de las leyes de la Organización Lovecraft en el mundo paranormal, y esa es intentar romper el velo del secretismo —replicó el Padre Mendoza, con tono tranquilo—. Hemos seguido tus movimientos los últimos días, vi de primera mano la paliza que le diste a esos traficantes, también múltiples testigos te vieron saltar entre los edificios como el Hombre Araña por toda la ciudad. Eso ya es algo grave, carajito, no podemos dejarlo pasar por alto.
—¿Q-Qué van a hacerme? —preguntó con una expresión nerviosa.
—Eso depende de tí, después de todo, guiar a jóvenes problema es el deber de un hombre de Dios como yo —respondió con elocuencia, levantando sus dos dedos índice—. Tienes dos opciones: te mandamos a la prisión Jun Guevaru por romper el velo del secretismo o trabajas con nosotros, como un agente, bajo nuestras mismas reglas. Es decir, que si aceptas la segunda opción, no podrás volver a hacer estupideces como lo que hiciste anoche.
—¿No... podré decirle a nadie de mi poder? —musito con una profunda desilusión en su rostro.
—No, nadie en tu familia está relacionada con lo sobrenatural, por lo que esto será un secreto que te guardarás hasta la tumba o el trato se cancela.
—Pero entonces seguiré siendo un desperdicio para ellos —pensó apretando los puños.
Rafael lo pensó muy bien, por más que le pareciera injusto, no quería ir a prisión y dejar sola a su abuelita.
—Está bien, trabajaré con ustedes —aceptó con un suspiro pesado y cargado de melancolía.
—Es una excelente decisión, joven Rodríguez, bienvenido a la Organización Lovecraft —dijo el sacerdote, con una ligera sonrisa.
El Padre Mendoza se levantó de su silla, sacando una llave de su bolsillo para quitarle las esposas a Rafael y dándole una palmada en el hombro.
—Te llevaré a casa, ya casi amanece —comentó mirando su reloj—. Mañana te explicaré un poco más las cosas y te buscaré unos buenos compañeros para tí.
—¿"Compañeros"? —preguntó alzando la mirada.
—Sí, compañeros, es casi una obligación para los novatos como tú, además de que todavía no confío en tí —explicó con algo de humor.
El Padre Mendoza y Rafael salieron de la sala de interrogatorios, siendo recibidos por aquella mujer de cabello corto y lunares en la cara.
—Ella es mi secretaria, Juana López —presentó el sacerdote.
—¿Desde cuando un sacerdote necesita secretaria? —preguntó el joven con cierta burla.
—El Padre Mendoza no es solo un sacerdote, es un Agente Supervisor, es el que asigna todas las misiones a todos los agentes —aclaró la mujer, sacando de los bolsillos de su chaqueta un teléfono el cual entregó a Rafael—. Cuídalo bien, no los regalan así de fácil, es lo que usaremos de ahora en adelante para llamarte para que vengas para acá.
Rafael miró el móvil con detenimiento, le gustaba el logo que tenía en la carcasa y al menos era nuevo, el suyo ya estaba bastante viejo después de los años y un par de caídas, por lo que al menos se le veía feliz de tenerlo.
—Gracias... supongo —dijo con voz suave, guardando el móvil en su bolsillo.
El sacerdote llevó a Rafael hasta el salón principal de la Sede de Ciudad Bolívar de la Organización Lovecraft. Era un lugar amplio, con varias sillas de metal de espera en el centro de la sala, enfrente de estas estaba un escritorio el cual era atendido por un ser envuelto en lianas y hojas, el cual atendía los teléfonos con múltiples extremidades hechas de madera, mientras que su rostro estaba envuelto en oscuridad, únicamente relucían sus ojos amarillos brillantes como bombillas.
—No te preocupes, él es inofensivo —comentó el sacerdote, saludando al ser arbóreo con una señal de paz.
—Hay menos gente de la que pensé —dijo Rafael, viendo el salón.
—Están en el campo ahora mismo, tenemos varias investigaciones entre manos y tu llegada nos vino bien —reveló el Padre Mendoza, con las manos detrás de la espalda—. Mientras más agentes tengamos, más rápido cerraremos estos casos. Ahora no te separes de mí, volveremos a la superficie... Domun magorum et equitum volo intrare.
Con esa frase, el Padre Mendoza y el chico fueron rodeados por una luz dorada que los llevó hasta una iglesia que Rafael ya había visto antes, era la Iglesia de San Lucas Apóstol, un lugar bastante visitado en su ciudad. Era la más antigua de Ciudad Bolívar, por lo que tenía influencia en el barroco; la iglesia tenía tres pisos, con cuatro torres en cada extremo, en el interior de la misma había doce estatuas del mismo estilo de los Doce Apóstoles, siendo la del fondo una de Jesús de Nazaret para ser trece en total, la fachada está dividida en dos niveles y presenta una combinación de curvas cóncavas y convexas que crean un efecto de movimiento continuo, con una frase tallada en ella, de Filipenses 4:13 "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece".
—Mi abuela solía venir a esta iglesia, ¿esto siempre fue un escondite de una sociedad secreta? —inquirió tratando de procesar todo lo que estaba aprendiendo en poco tiempo.
—No, el escondite se encuentra varios metros debajo de esta iglesia, es más bien como una "puerta" hacia la Sede y no es la única que hay en la ciudad —aclaro el Padre Mendoza, guiando a Rafael hacia la salida.
El sacerdote subió a Rafael a su auto, conduciendo varias calles en silencio, por más que Sócrates Mendoza tratara de hacer conversación, al chico no le interesaba en lo más mínimo, no quería hablar con el hombre que lo obligó a trabajar para una organización secreta y le quitó la oportunidad de por fin ser alguien para su familia y para el mundo, ya no podía obtener el reconocimiento que quería.
A las seis de la mañana, antes de que su abuela se levantara, Rafael llegó a su casa y se despidió del sacerdote sin decir ni una sola palabra y este último regreso a la iglesia.
En su cuarto, tomó su teléfono viejo, con toda la resignación y frustración del mundo, borró las fotos y videos de sus poderes que había tomado.
—Maldito sacerdote de mierda... me las pagará... yo soy el mejor en esta ciudad, yo fui quien nació con el Arte Arcano, debería ser yo quien decida mi vida —murmuró furioso, con los dedos enterrados entre sus cabellos—. Soy especial... un único en un millón, y se lo demostraré a esa organización de mierda.
Al llegar a la iglesia, el Padre Mendoza fue recibido por la Srta. López.
—¿Y bien? ¿Quiénes serán los pobres que serán los compañeros de ese carajito? Por su expresión, nos odia más que nada.
—Es un joven con un potencial enorme, pero tiene que aprender a manejar sus emociones y dejar de atrás ese "ego" —mencionó el sacerdote, pensativo—. Llama a la Sede de Nueva York y la Sede de Caracas, ya sé quienes serán sus compañeros.
—No puede estar hablando en serio, mezclar a esos tres no puede traer nada bueno —dijo Juana, con una mueca.
—Los tres son prodigios y si los prodigios se juntan, podrán crecer juntos —expuso el hombre de fe, con una ligera sonrisa.
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