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Paso 8: la tarta 🍰

«Del amor al odio hay un solo paso..., pero del odio al amor también»

Creo que nunca me había costado tanto como ahora no mostrar mis disgusto a través de mi expresión, y no es para menos. En lugar de tener una variada y amplia gama de muestras de tartas de boda, ante mí solo veo tres tristes trozos, y ninguno es en absoluto parecido a lo que habíamos pedido. Por decimocuarta vez en cinco minutos, mis ojos buscan los de Romeo a mi izquierda, tratando de usarlos como salvavidas para evitar perder la cabeza, aunque ganas no me faltan. Sí, tal vez he agendado esta cita con menos de una semana de antelación y tal vez mis solicitudes eran demasiado ambiciosas para el poco tiempo del que disponían, pero creo que esto raya en lo ridículo.

Ayer, tras acompañar a los novios a la prueba definitiva de menú por la tarde y recibir su confirmación, logré que una de mis pastelerías de confianza aceptase preparar una prueba de sabores para nosotros hoy. Incluso les describí con detalle todas las opciones que me habían dado Gio y Chiara en la carpeta, pero los trozos de tarta que tengo ante mí no tienen nada que ver con lo que me prometieron.

Mientras que solicité una bonita tarta de vainilla y lavanda, con bellas flores de azúcar y florituras a su alrededor, asemejando la belleza de un bosque encantado como los de las novelas, lo que me han presentado son dos tartas de helado y un bizcocho, y ninguna tiene nada de lavanda por ninguna parte. Parecen más bien tartas de cumpleaños en lugar de tartas de boda.

—Eh... Bueno, Luigi, todas estas tartas están... muy bien, pero me temo que no son exactamente lo que estamos buscando y tenemos que pensarlo. Muchas gracias por tu ayuda con tan poca antelación, de verdad, nos has hecho un gran favor.

—Siento mucho que no hayamos podido confeccionar la tarta de su agrado, señorita —murmura el pobre Luigi, genuinamente arrepentido—. Si dispusiéramos de más tiempo, sería más fácil, pero seis días es demasiado poco tiempo...

—¡Sí, es totalmente comprensible! No te preocupes, te abonaré los costes de la prueba, Luigi. Disculpa por la presión, de verdad.

Con una sonrisa triste, me despido del amable pastelero con el que tantas otras veces he trabajado y me dirijo a la salida junto a Romeo, sintiendo cómo mis hombros empiezan a hundirse al darme cuenta de que no tenemos nada en cuanto a la tarta nupcial se refiere. El resto de opciones de mi agenda me han dicho que son incapaces de hacer nada parecido con tan poco tiempo, ya que están todos hasta arriba, por lo que tengo que recurrir a mi comodín personal por enésima vez: Romeo.

—¿No tendrás por casualidad en tu agenda del móvil el número de alguien que secretamente sea pastelero y esté casualmente libre hoy? Porque ahora mismo necesito desesperadamente una de tus soluciones de genio de la lámpara.

Él ríe un poco y chasquea la lengua con petulancia, sacando su móvil como si fuese una especie de agente secreto. A pesar de su chulería y dramatismo, me lo tomo como una respuesta afirmativa y me sorprendo sonriendo, incluso cuando alza un dedo para indicarme que guarde silencio mientras hace la llamada.

—¡Giuseppe, colega! ¿Estás grabando? ¿Te molesto? —dice tras unos segundos, guardando silencio mientras alguien le responde al otro lado de la línea—. Perfecto porque necesito desesperadamente tu ayuda. Verás, mi hermano se casa y no tiene tarta, ¿sabes? —Escucho una voz agitada al otro lado, aunque no me parece que el tal Giuseppe esté enfadado con Romeo—. ¡Totalmente empantanado, sí! Por eso, una amiga y yo estamos organizando la boda a toda prisa y no tenemos forma de conseguir la tarta. ¿Crees que podrías preparar la tarta para el catorce de junio? —Otra pausa, seguida por una amplia sonrisa en sus labios—. ¡¿Sí?! ¡Perfecto! Te envío ahora mismo las preferencias de los novios acerca de la tarta y nos vemos en una hora, ¿qué te parece? ¡Perfecto, hasta ahora entonces! —Romeo cuelga el teléfono y me mira con una sonrisa resuelta—. Tenemos tarta, Rottenmeier.

—¡¿En serio?! —chillo y no puedo evitar lanzarme a sus brazos, sin saber si saltar o estrujarle todavía más fuerte—. ¡Dios mío, ¿cómo?! ¡¿Quién es?! ¡¿Y dónde?!

Romeo me devuelve el abrazo entre risas, sosteniéndome con cuidado para evitar que me caiga. Su sonrisa ya no es chulesca, sino tan genuina y brillante como la mía, mucho más sincera.

—¿Conoces la versión italiana del programa televisivo El rey de las tartas? Pues el actual rey de las tartas del show es Giuseppe, uno de mis mejores amigos de la facultad. Le presenté a la que ahora es su mujer y cada vez que me ve, quiere que me lleve una tarta de mi tamaño como mínimo.

—¡¿El verdadero rey de las tartas es tu amigo de la universidad?! ¡¿Y ha aceptado hacer una tarta nupcial y la prueba con tan poca antelación, así porque sí?!

—Bueno, no es exactamente así porque sí. Giuseppe trabaja mucho y necesita hacer capítulos de su programa, así que nos ha puesto una única condición: que su servicio para la boda sea uno de esos capítulos.

No me hace falta cavilar demasiado hasta asentir, pensando que es un buen trato y su condición es perfectamente comprensible.

—Me parece lógico, la verdad. Esta locura de situación es el material perfecto para una de esas tramas en las que todo parece ir en contra del equipo, pero el gran rey de las tartas finalmente consigue superar los baches y confeccionar la tarta perfecta para la parejita feliz. Lo único que faltaría es que tanto Chiara como tu hermano acepten, ya que imagino que tendrán que grabar alguna escena en la propia boda, ¿no?

—Sí, pero no te preocupes, de eso me encargo yo ahora. Seguro que aceptan, no solo porque no les importará, sino también porque no tenemos otra opción. O aparecemos en El rey de las tartas, o hacemos nosotros la tarta nupcial, y no sé tú, pero yo no tengo ni idea de cómo se hace un glaseado de violetas y vainilla.

El aroma que nos envuelve es absolutamente delicioso, más que cualquier otra cosa que jamás haya olido antes. Si cierro los ojos, me siento como el crítico de Ratatouille cuando prueba el plato al final de la película, aunque a mí ni siquiera me ha hecho falta comer nada para sentirlo.

Ante nosotros se encuentra un verdadero despliegue de trozos de tartas con apariencias espectaculares que solo denotan lo bien que van a saber una vez las probemos. Giuseppe y su equipo han logrado lo que parecía imposible y nos han proporcionado ni más ni menos que ocho pequeñas muestras de pasteles nupciales que se adecuan a los sabores que hemos solicitado.

—Bueno, ¡pues aquí están! —exclama Giuseppe, un hombre corpulento que me recuerda a la representación humana de un pastelito de crema—. Tenemos bizcocho, merengue, masa quebrada rellena de crema, hojaldre y mezclas de las anteriores. Tenéis los detalles en las tarjetas, ¿veis? En cuanto a las decoraciones, en el iPad podéis ver fotos de ejemplos que podemos hacer. Como prueba, os he confeccionado una florecita de azúcar para cada uno y así serán el resto de los adornos que elijáis. ¡Vamos allá, a disfrutar de las tartas!

A pesar de que tenemos varias cámaras grabando el momento, la afabilidad de Giuseppe no es en absoluto impostada o falsa. El hombre es naturalmente agradable y eso hace que el hecho de que nos estén grabando, al principio un poco incómodo, ahora resulte casi normal.

—Huele todo de maravilla, Giuseppe, ¡de verdad! —alabo antes de tomar un trozo de la tarta de bizcocho y metérmelo en la boca, cerrando los ojos al instante—. ¡Y saben todavía mejor!

—Te has superado como siempre, amigo. La de galleta está espectacular y la de masa quebrada ni te cuento. ¿Puedes hacer una tarta de ocho pisos, uno por cada tipo? —bromea Romeo.

—¡Si tú me lo pides te hago cuarenta tartas de cada, Romeo! —Giuseppe ríe y me mira con esa sonrisa de dibujo animado tan contagiosa que tiene—. Es que este casanova con el que has venido hoy me presentó a mi querida Julia, el amor de mi vida, cuando estábamos en la universidad. De no ser por él, sería un pastelero solo y triste, ¡así que le debo mi vida entera!

—¡No digas tonterías, Giuseppe! Incluso en la universidad eras el tío más feliz que he conocido, todos te lo decíamos. ¿Cuántas veces te dijimos lo poco que te pegaba estar estudiante empresariales con nosotros cuando tu verdadera pasión eran los pasteles?

—Lo sé, lo sé, pero gracias a Julia y a ti pude plantarles cara por fin a mis padres y perseguir mi sueño. ¡De no ser por vosotros, el rey de las tartas no existiría!

Giuseppe abraza a Romeo con cariño y les observo con una sonrisa, reconociendo una vez más esa escena que lleva repitiéndose desde que empecé a organizar la boda: todo el mundo parece estarle inmensamente agradecido a Romeo por haberles ayudado, mientras que este genuinamente siente no haber actuado de ninguna forma especial. Si alguien me hubiera dicho que más de una persona le estaría agradeciendo al insufrible hermano de mi exnovio una ayuda tan desinteresada y significativa, jamás me lo habría creído, pero cada día me lo demuestran con creces.

Miro a Romeo y le veo riéndose con Giuseppe, derrochando ese carisma y gracia natural que es innato en él. Hace unos días, habría analizado cada uno de sus rasgos, palabras y sonidos de este momento para destacar con cada uno de ellos lo mucho que le odio, pero ahora me sorprendo sonriendo y apreciando detalles en los que no me había fijado antes: la firme línea de su mandíbula, su sonrisa perfecta, el lunar que adorna la curva de su cuello y apenas puede percibirse... En lugar de ver a ese Romeo que tanto me irritaba, veo a un hombre encantador al que le encanta ayudar a los demás, por mucho que rezongue y haga bromas.

¿Quién me iba a decir que solo iba a tardar una semana en dejar de odiar a Romeo Ceretti?

—A mí personalmente me gusta más la de bizcocho y masa quebrada con esa crema que tiene por dentro. Creo que es una mezcla perfecta y queda muy bien con los sabores. ¿Qué opinas tú, Vittoria?

La voz de Romeo me saca de mis ensoñaciones y vuelvo a la realidad de golpe, parpadeando varias veces. Al ver las cámaras, me entra el temor de que me hayan grabado quedándome prendada de Romeo, y noto cómo mis mejillas se tiñen de rosa en apenas dos segundos. Mi instinto me lleva a asentir sin tan siquiera haber procesado lo que ha dicho, aunque seguramente su elección esté bien porque todas las muestras están deliciosas.

—¡Sí, sí, por supuesto! Me encanta, creo que esa es perfecta. ¿Podemos... ver las decoraciones, Giuseppe? Estoy deseando ver las posibilidades porque he visto el programa miles de veces y haces verdaderas maravillas.

—¡Tus deseos son órdenes, querida! —dice el pastelero de esa forma tan televisiva que le sale naturalmente. Alcanza el iPad con una mano y abre un álbum de la galería para empezar a mostrarnos los bellos pasteles repletos de florituras.

—A Vittoria le encanta la combinación de flores moradas, rojas, un poco rosadas... Ya sabes, esa paleta de colores que es tan viva, pero tampoco estrambótica.

La sugerencia de Romeo me sorprende, ya que una vez más, ha acertado en lo que concierne a mis gustos y en esta ocasión, ni siquiera yo era consciente de mi propia preferencia.

—¿Cómo lo sabes? ¿Lo tengo apuntado en algún sitio?

—No, pero te encantan las flores y siempre te fijas en los mismos tipos —dice, encogiéndose de hombros mientras analiza una de las fotos—. Te gustan las flores con colores muy potentes, como el arcoíris, pero como se trata de una boda, quieres mantenerte acorde a la paleta de esta, así que he reducido las opciones y deduzco que esas son las que prefieres. ¿Me equivoco?

Siento cómo la boca se me abre sin que yo pueda evitarlo, impresionada una vez más por su extraordinaria memoria en lo que respecta a mis gustos y vivencias pasadas. Estoy todavía más alucinada ahora que se trata de algo que ni yo me había planteado hasta que él lo ha descrito y sí, me sorprende estar de acuerdo con su opinión ahora que lo he considerado.

—Eh... No, la verdad es que no. Solo que... me sorprende que te vuelvas a acordar de tantas cosas, incluso de las que nunca te he dicho.

—Ya te dije que no me cuesta acordarme de lo que me resulta agradable y tú entras dentro de esa categoría —responde como si fuese lo más normal del mundo, sonriéndome de una forma que provoca una extraña sensación en mi estómago, antes de mostrarme una de las fotos—. ¿Qué te parece este estilo?

Cuando lo miro, veo que es sencillo, con clase, exactamente lo que me gusta, pero a pesar de ello, algo no me cuadra. Le falta intensidad, colores... Le falta vida, toda esa que Romeo ha irradiado cada día con sus elecciones para la boda de su hermano. Siempre cogía mi idea, bonita pero simple, y la pintaba con sus toques de colores hasta que quedaban perfectas.

Y esta decoración no es así de perfecta.

—Sí, pero le falta intensidad, le falta vida. Creo que una tarta para una boda tan especial, del Renacimiento, necesita más flores, más colores y originalidad. Tú siempre llevas la clase y la estética al extremo y en esta tarta quiero ese mismo extremo, Romeo.

Al alzar los ojos, veo a Romeo sonriéndome de una forma extraña, como si pudiese mirar a través de mí y lo que estuviera viendo le resultase muy agradable. Sin apartar la mirada, asiente un poco y le dice a Giuseppe:

—Sí, creo que tienes razón, Rottenmeier.

Y por primera vez desde que le conozco, ese mote no me suena en absoluto irritante.

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