Paso 7: el menú 🍗
«La vida es una obra de teatro que no permite ensayos. Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida, antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos»
No sé por qué ayer hice eso.
En ningún momento había contemplado en mis planes la posibilidad de besar a Romeo, aunque fuese en la sien, ni de abrazarle. Por Dios, si la única manera en la que he fantaseado tocarle es para estrangularle, ¿qué demonios me pasó?
Supongo que todo fue culpa de las emociones que me produjo conocer un poco más acerca del pasado de Romeo, así como de su personalidad actual. Jamás habría pensado que era un hombre preocupado por comportarse bien, ya que sus acciones siempre han indicado lo contrario, pero tras hablar con el padre Federico ayer por la mañana, ya no veo las cosas tan blancas o negras. Según dijeron, Romeo era un niño rebelde, sí, pero siempre quiso tener un cariño y atención parentales que nunca llegó a recibir del todo. En lugar de atender a su hijo menor y tratar sus problemas como era adecuado, decidieron soltarle en multitud de actividades extraescolares esperando a que el problema se solucionase solo. Saber que Romeo tiene tan buena relación con un hombre tan agradable como el padre Federico y que aspira a ser tan virtuoso como él me hizo verle de otra manera, como alguien más... humano.
Tal vez Romeo no sea tan absolutamente horrible como pensaba, al fin y al cabo.
Después de mi pequeño momento debilidad en el despacho del padre Federico, me recompuse lo antes posible, mortificada por la vergüenza, e hice como si no pasara nada. Me aterraba que Romeo se cachondease de mí en cuanto salimos de la catedral, pero parece que me leyó el pensamiento porque siguió actuando como si nada. A pesar de ello, me sentía extrañamente culpable por pensar mal de él después de la conversación con el padre Federico, y no ayudó en absoluto que Romeo no quisiera aceptar los quinientos euros que había dejado en el cepillo del fondo disponible para la boda. Alegó que era lo que menos podía hacer por su hermano y al final terminé haciéndole una transferencia sorpresa por la noche, ya que eso es lo que menos podía hacer yo por él después de obtener tantos servicios para la boda gratis gracias a él.
Supongo que ese nerviosismo y esa vulnerabilidad fueron lo que me llevaron a proponerle a Romeo organizar lo que queda de la boda juntos de forma oficial, a pesar de que técnicamente, ya lo estamos haciendo. Tras la ración de burla y sarcasmo que me correspondía por "arrastrarme de rodillas hasta suplicar su ayuda completamente desesperada" (sus palabras, no las mías), él aceptó y agendamos nuestra próxima parada en esta estrepitosa aventura contrarreloj: la prueba de menú.
Así que aquí estoy, sentada en la mesa del jardín de villa Ceretti, que ya podría considerar prácticamente mía, observando cómo mi molesto ayudante se quita el casco de la moto, revelando su perfecta melena castaña y esa media sonrisa petulante que siempre me ha puesto tan nerviosa.
—Buenos días, Rottenmeier. Tienes mala cara, ¿es que te has metido más dentro de lo normal el palo que siempre llevas en el culo?
—¿Por qué tienes que ser siempre tan ordinario? ¿No puedes saludarme como una persona normal?
—No, no puedo —responde con simpleza antes de tomar asiento junto a mí, mirándome como si quisiera bajarme las bragas con una sola mirada, lo cual me hace poner los ojos en blanco—. Bueno, cuéntame, ¿qué puede hacer el genio Romeo por ti hoy?
—Necesitamos un servicio de catering que pueda servir un menú a doscientos invitados dentro de seis días. Sé que esto ya es lo suficientemente difícil como para encima andar con exigencias, pero el menú debería adecuarse a la temática renacentista, a ser posible.
—Vale, ¿y qué implica eso? ¿Carne y vino hasta que acabemos todos postrados en la cama por la gota?
—No exactamente —suspiro y le muestro mi carpeta con las preferencias de los novios escritas en ella—. Tu hermano y Chiara quieren que prime la carne, pero también los quesos, vinos y aceites italianos, la verdura y la fruta. Tengo varios servicios de catering en mente, pero no suelen trabajar con tan poca antelación y para esta cantidad de gente.
Romeo guarda silencio un momento, con la mirada perdida en el bello jardín de la villa de su familia. Si no le conociera, pensaría que está pasando de mí, pero sé que está barajando las opciones que conoce. ¿Podrá salvar una vez más la situación o este será el día en el que todo se vaya al traste de una vez por todas?
—¿Y si les proporcionamos nosotros toda la materia prima para que ellos solo tengan que cocinar y servir?
—Bueno, eso podría funcionar, por supuesto, ¿pero de dónde vamos a sacar toda esa materia prima? Porque que yo sepa, no somos un supermercado precisamente.
—Ay, Rottenmeier, ¿es que se te ha olvidado que tengo una agenda llena de nombres? Tú habla con los servicios de catering, pregúntales si podemos elegir y probar el menú hoy sin falta y yo me encargo de todo lo demás. Trabajo en equipo, ¿vale?
Boqueo un poco ante su revelación y lo primero que pienso es en lo difícil que me resulta creer que pueda conocer a tanta gente, pero entonces recuerdo a todo el mundo al que he conocido estos últimos días junto a él y cierro la boca, empezando a llamar a los servicios de catering. Los primeros diez rechazan mi propuesta, asegurando que es una verdadera locura y poniendo mil inconvenientes, pero cuando empiezo a perder la esperanza, el undécimo parece ser capaz de hacer que funcione nuestra idea, y nos convocan ya mismo para acordar el menú dentro de sus posibilidades.
—¡Los de Delizie Italiane Catering me han dicho que vayamos ya mismo a organizar el menú y a hacer la prueba! Dicen que es posible que tengan la mayoría de ingredientes allí para los dos, ¡así que tal vez podamos tenerlo todo atado hoy!
—¡Pues venga, ponte el casco y dime a dónde nos toca ir hoy!
Esta vez, cojo el casco que me ofrece con entusiasmo y me subo a su moto de un salto, abrazándole con fuerza. Tal vez sea por la posibilidad de ver por fin un éxito claro desde el principio, o tal vez sea porque Romeo y yo cada vez parecemos tolerarnos mejor, pero los viajes en su Kawasaki ya no me parecen tan aborrecibles.
Tardamos unos veinte minutos en llegar a nuestro destino, que se encuentra a las afueras de la ciudad, y una vez allí, veo que ya nos están esperando. En sus amplios salones veo a otras parejas sentadas en las muchas mesas que hay dispuestas probando platos que se ven realmente deliciosos. Caigo en la cuenta de que todos ellos son futuros maridos y mujeres que comparten un momento dulce y acaramelado, y la diferencia radical entre su comportamiento adorable y el nuestro tan neutro casi me da vergüenza.
—¡Vittoria, querida! —me saluda Sofia, la elegante mujer que dirige este negocio, tomándome las manos con cariño—. ¡Pensaba que me habías llamado para organizar otra boda, ¿dónde están los novios? —La mujer hace una pausa y nos mira con comprensión, sonriendo ampliamente—. ¡Ay, pero no me digas que sois vosotros! ¡¿Por fin puedes planificar tu boda, Vi?!
Mi rostro se colorea tanto que siento que va a explotar y empiezo a rogarle a cualquier Dios existente que me trague la Tierra ahora mismo para no dejarme salir hasta 2050.
—¡N-no, no! Él es Romeo, un... amigo que me está ayudando. El novio es su hermano y es él el que se encargará de ponernos en contacto con todos los proveedores y demás.
—Ah, bueno, disculpadme, es que hacéis buena pareja —responde Sofia con una sonrisa encantadora, que solo me hace sonrojar todavía más, antes de guiarnos hacia una mesa vacía—. Muy bien, he tenido en cuenta las opciones que me has comentado por teléfono y he montado un menú que puede estar bien. Como entrantes y aperitivos, hemos pensado en ofrecer brochetas de mozzarella fresca, tomate cherry, albahaca y vinagreta balsámica, crostini de higos con queso de cabra y miel, empanadillas de carne de cerdo y pasas, y tartaletas de champiñones silvestres con hierbas aromáticas. Como primer plato, podemos ofrecer una ensalada de lechugas mixtas con peras caramelizadas, nueces y queso gorgonzola aliñada con vinagreta de vino tinto, y como segundo plato, solomillo de ternera con salsa de vino tinto y hierbas. Como posibles acompañamientos, sugerimos puré de patata con mantequilla y hierbas frescas, espárragos al vapor con mantequilla de limón y parmesano o vegetales asados de temporada con aceite de oliva y ajo. Finalmente, para el postre hemos pensado en una tarta de frutas con crema batida de vainilla y sorbete de limón al vino blanco. Hemos tenido en cuenta la posibilidad de adaptar todos los platos para posibles alergias, intolerancias y opciones vegetarianas o veganas que nos digas. ¿Qué opináis?
Siento que la boca se me empieza a hacer agua al escuchar cómo suenan todos los platos, pero primero miro a Romeo para obtener su confirmación. Él asiente vehementemente y tras una rápida revisión a mi larga y detallada lista de preferencias de los novios, compruebo que el menú se ajusta a todas.
—¡Me encanta, Sofia, es brillante! En cuanto se lo diga a los novios van a morirse, ¡estoy segura de que va a estar delicioso!
—Muchas gracias, Vi, espero que pueda funcionar como queréis. Voy a dar la orden de que empiecen a marchar los platos y me decís qué tal —responde, levantándose y dejándonos solos hasta que se acercan los camareros a servirnos las opciones para el vino y los primeros entrantes.
Cuando pruebo las brochetas, siento que veo las estrellas y miro a Romeo, que se mete el contenido completo en la boca sin ningún miramiento.
—Romeo, ¿conoces el concepto de "masticar"? Ya sabes, lo que hacemos los humanos en lugar de pájaros.
—Perdona, pero esto está demasiado bueno como para comérmelo con tu pomposidad, Rottenmeier. A veces hay que perder las formas si la situación así lo requiere. —Romeo me mira con una sonrisa diabólica curvando sus labios y hace un gesto con la cabeza hacia la brocheta que sostengo—. Tranquila, puedes engullirlas tú también, sé que la mozzarella fresca es tu favorita.
Su comentario me descoloca, no por la proposición de perder las formas en la mesa, sino porque una vez más, se ha acordado de algo muy específico sobre mí, un gusto en el que nadie repararía pero que él ha comentado con completa naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.
—¿Cómo puedes acordarte de eso?
—No sé, tengo buena memoria. Fue aquella vez que nos fuimos todos a Sicilia y te comiste una pizza de mozzarella tú sola, ¿recuerdas?
—¡Y tú te comiste esa de carpacho que estaba tan buena! —exclamo, riendo con él, sorprendida—. Dios, no me acordaba de ese viaje. ¿Cómo puede ser que tengas todas estas cosas tan frescas en la memoria? Yo ni siquiera me acordaba hasta que lo has mencionado.
—Tiendo a recordar los momentos en los que me lo pasé bien o aquellos relacionados con personas agradables. Me gusta pensar en lo bonito de las pequeñas cosas cuando no soy lo suficientemente agradecido con mi vida.
—¿Y yo entro dentro del grupo de momentos en los que te lo pasaste bien o en el de personas agradables? —murmuro antes de poder morderme la lengua, dándole un bocado a una empanadilla en su lugar para enmascarar la vergüenza inmediata que siento.
Romeo hace una pausa, pensativo, y los segundos que transcurre en silencio me resultan agónicos, ya que estoy segura de que he sonado como una adolescente desesperada por saber si su crush le corresponde o no.
—En ambos —responde finalmente, sonriendo más ampliamente—. Siempre me lo he pasado bien contigo, Rottenmeier. ¿Es que no recuerdas todas esas veces que nos hemos reído juntos?
—Bueno, lo que recuerdo realmente es a ti riéndote de mí, como cuando vomité el helado de limón o me resbalé en aquella excursión y terminé cayéndome al lago. Yo no diría que nos reíamos juntos.
Él suelta una risa suave y niega con la cabeza, sacando su móvil para mostrármelo. Empiezo a ver fotos de hace años, cuando estaba con Gio, y los recuerdos de esos viajes y quedadas afloran de nuevo poco a poco en mi cabeza. En todas salgo sonriendo o feliz, a pesar de que en la mayoría me había pasado alguna desgracia y estaba empapada, herida o enferma.
—¡Que va! Mira, en todas sales riéndote por mis bromas, aunque fuesen a tu costa. Daba igual si te habías dado contra una de las columnas de la Plaza de San Pedro o si te resfriaste esquiando en Saint-Tropez, al final siempre terminabas riéndote cuando escuchabas mis tonterías. Por eso lo hacía, me gustaba verte reír.
La visión de las fotos y sus palabras me hacen sonreír con cariño, sabiendo que tiene razón. A pesar de que todo sucedió hace años, parece que esa dinámica que había entre nosotros no ha cambiado, porque por mucho que me ponga de los nervios, siempre termino con una risa.
—La verdad es que las mejores vacaciones que recuerdo son en las que estabas tú —confieso, pensando en todas las experiencias que compartí con Gio y Romeo, tanto juntos como por separado—. No sé, siento que estaba más relajada y no me preocupaba tanto por mi apariencia. Sentía que podía ser yo misma, sin importar lo que pensara el resto.
—¿Y qué te impide hacer lo mismo ahora? Puedes seguir siendo una mujer elegante y educada sin sacrificar tu identidad.
—No lo sé. No me gusta que nadie, y mucho menos mis clientes, piensen mal de mí, y tal vez esa versión de mí misma no sea la más adecuada.
—Pues yo creo lo contrario —dice Romeo, terminando de un bocado su empanadilla antes de continuar hablando—. Estos últimos días, cuando hemos estado reuniéndonos con todos mis conocidos, siento que has sido mucho más tú misma que nunca y te he visto más... feliz, ¿sabes? Y me encanta ver tu felicidad. Hazme caso, Vittoria. Yo también fui preso de esa necesidad de reprimirme hasta que me di cuenta de que no servía para nada, aunque no les gustase a mis padres.
Cuando menciona a sus padres, alzo la mirada, recordando nuestra conversación de ayer con el padre Federico. Me cuesta pensar en un Romeo sin esa esencia tan característica que tiene, sin su desparpajo y carisma que suelo denominar como desesperante, pero que también considero imprescindible en su persona. La verdad es que tiene razón y ayer pensé lo mismo. Creo que es mucho más bonito que el padre Federico se preocupase por enseñar a Romeo sin alterar su forma de ser en lugar de forzarle a ser de la manera que sus padres consideraban adecuada.
Y luego está el pequeño detalle que ha mencionado acerca de que le gusta verme feliz, lo cual amenaza con colorear mis mejillas y desata un sentimiento extraño en la boca de mi estómago. ¿De verdad le resulto agradable? ¿Incluso siendo tan tiesa y aburrida como siempre dice para burlarse?
—Pero tú no puedes dejar de ser así —murmuro, tratando de ignorar esa sensación entraña en mi vientre—. Quiero decir... ¡eres Romeo! Si empiezas a ser un esnob correcto y altanero, perderías eso que te hace ser quien eres. Dejarías de ser... único, ¿sabes? No me gustaría un Romeo así.
—Lo mismo te digo, Rottenmeier. No dejes que nadie borre esa sonrisa de tu cara, pase lo que pase, trabajes en lo que trabajes. Y si algún día sientes que esta desaparece, puedes llamarme.
—¿Llamarte? ¿Por qué? —pregunto, confusa por la aparente contradicción.
Él ríe suavemente y se echa la melena desenfadada hacia atrás, dejando que el sol que entra por la ventana ilumine su rostro de una forma que encuentro extrañamente atractiva.
—Porque, pase lo que pase, yo siempre he sabido cómo pintarte la sonrisa de nuevo en la cara.
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