Paso 2: el vestido 👰🏻♀️
«Unos tienen la fama, otros cardan la lana y Romeo se libra de sus mallas»
—Muy bien, parece que la vestimenta de todos los acompañantes de los novios está absolutamente perfecta.
Ante mí se encuentran los ocho caballeros y damas de honor, engalanados con hermosos trajes de la época del Renacimiento. Las mujeres llevan vestidos color borgoña encorsetados, propios de la época, con detalles color oro y crema. Para el pelo, Chiara escogió unas sencillas diademas a juego, ya que los tocados serían demasiado aparatosos para la ceremonia. Los cuatro hombres parecen caballeros en toda regla con sus ropajes de cuero negro y broches dorados decorando sus trajes. En lugar de pantalones del mismo material, Gio prefirió algo más cómodo, aunque las botas sí son de cuero.
Cuando Chiara y Gio me contaron su idea para la boda, lo primero que pensé teniendo en cuenta mi amplia experiencia planificando bodas de todos los tipos, fue que parecería uno de esos festivales de disfraces que organizan los amantes del Renacimiento en lugar de una boda elegante. Sin embargo, cómo queda la vestimenta de los caballeros y damas de honor, he tenido que retractarme. Todos se ven espectaculares, muy elegantes y en absoluto parecen disfrazados. Supongo que, con el dinero suficiente, la elegancia se puede comprar, sea cual sea la temática.
—¿Perfecta? Ah, no, Rottenmeier, nada de esto es "perfecto" y mucho menos las mallas de chino del Circo del Sol que llevo puestas. No pienso que nadie me vea así, pareciendo un friki de esos que se obsesionan con la historia —gruñe Romeo.
—Romeo, hermano, te lo he dicho mil veces. Tienes que llevar ese traje puesto si quieres ser mi padrino, es la temática de la boda.
Por supuesto, la prueba de vestuario no ha sido el cuento de hadas que parece. Desde que hemos entrado, ni un solo minuto de la mañana ha estado exento de los comentarios sarcásticos y las quejas de Romeo. Gio no ha parado de disculparse conmigo y de tratar de frenarle, pero tras la primera hora, ha terminado por rendirse. No le culpo, la verdad. Para mí ha sido como hacer un viaje en el tiempo cinco años atrás, cuando tenía que aguantar la estupidez de Romeo casi cada día, y desde entonces sé lo imposible que es tratar de callarle.
Pero yo tengo una boda exprés que planear en once días y no puedo malgastar ni un solo segundo de ellos con el idiota de Romeo.
—¿A ti no te encantaba ponerte tu chaqueta de cuero en plan malote de las novelas de Wattpad? Pues aquí tienes la versión del siglo XV —respondo con una sonrisa desdeñosa antes de salir de la salita en busca de la encargada de la tienda.
A mi espalda, escucho pasos que me siguen y inconfundible colonia barata de Romeo llega a mis fosas nasales. Por supuesto, el idiota inmaduro siempre tiene que tener la última palabra, incluso cuando sabe que ninguno aquí tenemos tiempo para sus tonterías.
—Venga, ahora en serio —le escucho decir a mi lado, ignorándole por completo—. No puedo permitir que ningún invitado me vea así vestido, especialmente teniendo en cuenta todas las tías que van a venir. ¿Crees que con estas putas mallas de artista circense voy a conseguir hacerme a Fiorella? ¡Es imposible que pueda tirármela pareciendo un...!
—Disculpe —le digo a la encargada, hablando por encima de Romeo para acallarle—, los trajes de los acompañantes están perfectos. ¿Podría sacar ahora los de los novios para hacer la prueba y ver si necesitan arreglos antes de la boda?
La mujer asiente y sonríe, comprobando el ordenador, pero en cuanto pulsa unas teclas, frunce el ceño ligeramente.
—Perdóneme, señorita, pero aquí no nos figura ningún traje de novia, solo el del novio. ¿Está segura de que nos lo encargó a nosotros?
Sus palabras caen sobre mí como un jarro de agua fría, haciendo que el color huya de mi rostro y enmudezca durante unos largos segundos. ¿Cómo que no les figura ningún traje de novia? Chiara lo escribió bien claro en su carpeta, no había, dudas.
—Sí, claro, tengo este recibo —explico, mostrándole el papel que el anterior wedding planner le dio a los novios. Ella lo mira un momento antes de mirarme con cara de circunstancias y una sonrisa de disculpa.
—Lo siento, señorita, pero este recibo es falso. Me temo que el anterior encargado les ha engañado.
—¡¿Cómo?! No, pero... ¡Necesitamos el vestido cuanto antes, solo quedan once días para la boda! ¿No podrían confeccionar uno cuanto antes? Estamos dispuestos a pagar más, de verdad...
—Me temo que no, señorita. Tenemos todos los días ocupados y realizar un vestido con una tela tan especial... Es imposible, lo lamento.
Sintiendo cómo la cabeza me da vueltas, murmuro unas palabras de agradecimiento y me giro, recordando mentalmente todas las sastrerías y posibles lugares donde podría tener el vestido a tiempo, sin éxito. Como bien ha dicho la encargada, conseguir un vestido de novia con tan poca antelación es difícil, ¿pero un vestido lujoso del Renacimiento? Eso es completamente imposible.
—¿Qué te pasa, Rottenmeier? Parece que vas a echar el hígado por la boca en cualquier momento.
Romeo se acerca a mí lentamente, como si temiese tocarme por si fuera a explotar. Su voz me incordia, ya que lo último que necesito ahora es lidiar con sus tonterías, pero entonces recuerdo que necesito que me haga un favor mientras arreglo este problemón.
—No tienen el vestido de Chiara ni pueden hacerlo a tiempo. Tengo que encontrar una solución hoy mismo, pero ella no puede enterarse porque suficiente estrés tiene ya. Todavía no sé de dónde demonios sacar un vestido de novia del Renacimiento y tú tienes que ayudarme a que nadie se entere mientras lo soluciono, ¿entendido?
—¿Cómo se pide...?
—Romeo, no tengo ni tiempo ni energía para aguantarte en un momento como este, ¡así que dime si vas a cubrirme o no!
Romeo suspira dramáticamente y pone los ojos en blanco, sacando el móvil de uno de los bolsillos de su traje.
—Así que necesitas un vestido para antes del sábado y que te guarde tu pequeño secretito para que nadie más entre en pánico, ¿verdad?
—Romeo, por favor, deja de ser un idiota durante al menos un segundo de tu vida y...
—Si me sigues llamando idiota, no te consigo el vestido, Rottenmeier —interrumpe, callándome al instante—. Dame cinco minutos para hablar con los tortolitos y te llevo a por el puto vestido ahora mismo.
—¡¿Sabes cómo conseguirlo antes del sábado?! ¡¿Cómo?!
—Tú haz lo que te digo y punto. ¿Confías en mí?
—¡Pues claro que no!
—Perfecto, en cinco minutos vengo y te llevo a por el dichoso vestido.
Con el corazón en un puño, veo a la única esperanza que tengo para salvarme hoy entrar de nuevo en la sala, rezando porque esto salga bien. En mi vida confiaría en Romeo ni para comprar el pan en la esquina, pero no me queda alternativa. Lo único que puedo hacer es pedirle a cualquier Dios que me pueda escuchar que se comporte como un ser humano decente y me ayude en lugar de complicarme más la tarea.
Romeo aparece poco después, sonriendo con ese encanto innato que siempre ha tenido, y me coge del brazo sin preguntar para arrastrarme al exterior.
—¿Qué les has dicho? No les habrás contado nada, ¿verdad?
—Les he dicho que todavía le tenían que hacer unos arreglos al vestido y que lo cogerías tú en cuanto estuviese listo —explica antes de parar frente a su moto y ofrecerme el casco—. Toma, póntelo. Yo puedo ir sin él, pero si ya eres insufrible así, no puedo ni imaginarme el coñazo que darías si te dieras un golpe en la cabeza.
—¡Si pretendes que me suba en una moto contigo, vas listo! ¿Crees que subiría en un vehículo potencialmente mortal con alguien que solo usa la cabeza para peinarse obsesivamente?
—Tú verás, pero la alternativa es perder tu valioso tiempo pidiendo un taxi o pateándote la preciosa Florencia siguiendo mis pasos —se mofa antes de subirse en la moto con facilidad.
Por desgracia, Romeo tiene razón. No me queda otra alternativa que subirme en ese trasto y confiar en el ser más inconsciente del planeta como ya parece ser un patrón en el día de hoy. Soltando un bufido de exasperación, me pongo el casco y me subo tras él, tratando de limitar mi contacto físico lo máximo posible. Sin embargo, esta moto está diseñada para que sus ocupantes vayan encorvados hacia delante, por lo que mi cuerpo se aproxima irremediablemente hacia el suyo.
—O te agarras al culo de la moto, o me abrazas o te tragas el suelo en la primera curva. Tú verás, Rottenmeier.
—¡Cállate y arranca! —bufo, golpeándole el brazo mientras sigo barajando mis opciones.
Obedeciendo al instante, Romeo arranca con un rugido y la moto sale a toda velocidad por la calle. Soltando un grito de puro terror, me abrazo instintivamente a su cuerpo como si fuese mi salvavidas, con tanta fuerza que probablemente le haya estrujado los órganos internos. El temblor que siento bajo mi mejilla revela la carcajada que emerge de su estómago y si no le golpeo de nuevo es por puro temor a morir planchada contra el suelo.
Las bellas calles de Florencia se suceden a toda velocidad ante mis ojos y apenas reconozco dónde estamos en cada momento ya que estoy demasiado ocupada tratando de mantener la comida en mi estómago. Tras lo que parece una eternidad para mí, Romeo frena por fin su trasto del demonio y me da dos toquecitos en el brazo que rodea su costado derecho.
—A ver, mono araña, que ya hemos llegado. ¿Quieres que te separen de mí rascando con una espátula? —pregunta entre risas.
La rigidez de mi cuerpo se suaviza poco a poco y me bajo de la moto, fulminándole con la mirada en cuanto me quito el casco. Tengo un comentario sarcástico preparado en la punta de la lengua, pero cae en el olvido en cuanto reconozco la parte de atrás del edificio frente al que estamos.
—¿Por qué estamos en la iglesia de San Marcos? No habrás decidido servir a Dios de repente, ¿no?
—Como no te calles te quedas sin vestido —avisa y me señala con un dedo—. Antes de que entremos en materia, ya sabes que yo no hago nada gratis y menos cuando conlleva perder mi valioso tiempo. A cambio de mi ayuda, quiero evitar esas putas mallas circenses para la boda y ponerme unos pantalones negros normales.
—No, no, no puede ser. ¡Tenemos que seguir estrictamente lo que Chiara y Gio tienen en su lista y si el resto se va a poner las mallas, tú también! —exclamo, exasperada al sentir que el tiempo se me escapa por culpa de sus caprichos.
—Entonces aquí te quedas, preciosa. Me voy que he quedado a comer.
Romeo hace ademan de subirse de nuevo a la moto, pero le doy un tirón en el brazo para evitarlo, movida por el pánico y estrés más puros.
—¡Vale, vale, buscaré una alternativa para ti, pero vamos a por el vestido ya, por Dios!
—Así me gusta, Rottenmeier. Ahora sígueme y no hagas más preguntas de las necesarias, que tu histeria me está dando dolor de cabeza.
Mordiéndome la lengua para acallar la respuesta mordaz que me viene a la cabeza, le sigo hasta una puertecita de madera que casi pasa desapercibida en la parte trasera de la iglesia. Romeo llama un par de veces y en el tiempo que se tarda en inspirar una sola vez, esta se abre, revelando a una anciana bajita con una gafas diminutas descansando sobre la punta de su nariz y diversos elementos de costura colgando de su ropa.
—Vamos, bambino, no hay tiempo que perder —gruñe ella y desaparece en el interior del edificio sin esperarnos.
Romeo me guía al interior y cierra la puerta a nuestra espalda. Mil preguntas sobrevuelan mi cabeza, pero no quiero ofender a esta extraña mujer que parece ser la que va a ayudarnos.
—¿Crees que podrás tener el vestido a tiempo, nonna?
—Pues claro que sí, idiota, ¿con quién crees que estás hablando? —bufa ella como respuesta a Romeo, guiándonos a través de un estrecho pasillo—. Después de tantos años y sigues con tus preguntas estúpidas.
En lugar de ofenderse, Romeo suelta una risa y veo a la anciana mirarle de soslayo, sonriendo durante un instante tan breve que creo haberlo imaginado. Cuando llegamos a una puerta, ella la abre y revela lo que parece una especie de taller de costura provisional, ya que realmente estamos en una de las salitas de la Iglesia. En la pequeña estancia veo tres mujeres de distintas edades cosiendo, rodeadas por un sinfín de ricas telas y vestidos antiguos. La anciana empieza a buscar algo entre las telas a toda prisa, dando órdenes a las costureras de vez en cuando.
—Romeo, ¿dónde demonios estamos? ¿Esto no era una iglesia? ¿Y quién es ella, por qué la llamas abuela?
—Ay, Vittoria, ¿de verdad eres tan inculta? —suspira dramáticamente—. En esta iglesia se representan óperas a menudo y Allegra es la jefa de vestuario de muchas de ellas. Nunca he visto a nadie que trabaje tan rápido y con resultados tan perfectos como ella, y su especialidad es la ropa de época.
—Espera un segundo, ¿te gusta la ópera? ¿A ti, que piensas que Leonardo Da Vinci y Leonardo DiCaprio son la misma persona?
—Llevo viniendo a la ópera y al teatro desde que era un crío, querida. Que tú seas una inculta obsesionada el trabajo no significa que el resto también lo seamos.
Antes de que pueda responderle, noto unos apremiantes tirones en mi brazo y veo a Allegra sosteniendo varias telas blancas preciosas.
—Muéstrame lo que quieres, las medidas y los detalles para ver con qué vamos a trabajar.
Su tono de voz, apremiante pero calmado, me hace obedecer de inmediato y le enseño todo lo que Chiara había apuntado en referencia a su vestido de novia. En un momento dado, temo que sea imposible hacerlo a medida sin ella presente, pero Allegra no tarda en sacar un maniquí ajustable y recrea el cuerpo según las medidas que le doy.
—¿Te gusta así, bambina? —pregunta, mostrándome un precioso boceto que ha hecho a medida que hablábamos. En él veo todos los detalles que Chiara deseaba y asiento, sorprendida por su talento.
—Es precioso, ¡justo lo que buscaba! ¿Cuándo... cree que podrá tenerlo? ¿Antes del sábado catorce de...?
—Sí, sí, en pocos días —interrumpe ella, tocando las telas que había cogido antes—. Cualquier cosa por mi bambino.
—¿Qué haría yo sin ti, nonna? —Romeo se acerca con una amplia sonrisa y le da varios besos en la mejilla, obteniendo un par de golpes en la cabeza como queja.
—¡Ya vale! Venga, ¡márchate ya y deja de perder mi tiempo!
Romeo me coge del brazo y camina hacia la salida, pero me paro, incapaz de marcharme sin darle las gracias y despedirme.
—Muchísimas gracias, señora, me salva usted la vida. Adiós, ¡tenga un buen día!
Allegra se limita a agitar la mano sin levantar la mirada, sin perder un solo instante. Romeo me guía de vuelta al exterior y me siento extraña, incapaz de asumir que haya conseguido resolver un problema tan grave en tan poco tiempo gracias a alguien como él. Por mucho que me irrite tan solo pensarlo, sé que tengo que darle las gracias a Romeo.
—Esto... Muchas gracias por salvarme hoy, de verdad. No sé qué habría hecho de no ser por ti —balbuceo, evitando mirarle a toda costa.
—¿Cómo dices? Perdona, no te he escuchado bien...
—¡He dicho que muchas gracias y no me hagas repetirlo de nuevo o...!
—¿O qué? —responde él con una sonrisa burlona, sacando un cigarrillo y apoyándose en su moto para fumar—. Ay, ¿quién te iba a decir que me deberías la vida en menos de veinticuatro horas después de nuestro reencuentro? Seguro que no te lo esperabas, aunque a mí no me extraña. Todo el mundo me necesita.
—¿Sabes que, si no fuera porque me quedaría sin padrino para la boda, te estrangularía aquí mismo?
Romeo suelta el humo al reírse y me guiña un ojo, dejando que el cigarro descanse entre sus labios.
—¿Entonces quién te salvaría ese precioso culo cada vez que la cagases? Acéptalo de una vez, Rottenmeier: me necesitas desesperadamente, por mucho que te cueste reconocerlo.
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