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Paso 12: la boda (parte 1) 💍

«Los ojos nunca mienten»

Respira, Vittoria. Todo saldrá bien. No estás sola, Romeo estará ahí y él puede ayudarte.

Mi reflejo en el espejo abandona la expresión nerviosa para soltar una pequeña risa rebosante de ironía al escuchar mis propios pensamientos. ¿En qué universo la frase "Romeo estará ahí y él puede ayudarte" es algo tranquilizador y no una especie de broma pesada?

Si hace dos semanas me hubieran dicho que Romeo Ceretti sería uno de mis principales apoyos y fuentes de tranquilidad en la organización de la boda de mi ex, jamás lo habría creído, pero ahora, a apenas un par de horas escasas del enlace, este hecho se siente más real que nunca.

¿Realmente la vida puede cambiar tanto en tan solo trece días?

—Bueno, Vittoria, no lo pienses más —le digo al estresado reflejo del espejo—. Esto ha comenzado, ahora tienes que mantener la calma y conseguir que esta sea la mejor boda jamás celebrada.

Con un chute de adrenalina corriendo por mis venas, me cojo la falda del cómodo y sencillo vestido negro que he escogido llevar hoy para pasar desapercibida, y me dispongo a salir de uno de los baños comunes del St. Regis cuando la puerta se abre de golpe y me da en la cara, haciéndome soltar un quejido.

—¡¿Pero qué...?! —balbuceo, sujetándome el lugar de mi frente en el que he recibido el golpe, antes de que un rostro que reconozco a la perfección aparece por el hueco de la puerta—. ¡Romeo, ¿qué haces aquí?! ¡¿Y por qué tienes que abrir como un toro entrando en la plaza en lugar de hacerlo como las personas normales?!

—¡Que la puerta estaba atascada, perdona! —responde con un quejido que casi imita al mío, entrando en el baño. Va vestido con su traje de caballero de honor, que le queda endiabladamente bien si soy sincera, y me doy cuenta al instante de que no lleva las mallas que tanto odiaba—. Lo que me temía, menos mal que he venido. ¿Tú te estás viendo? ¿Me puedes explicar qué demonios llevas puesto?

—¿Un vestido...? No sé si te das cuenta de que me lo estás diciendo con un traje que te hace parecer un Hamlet de mercadillo.

—Este Hamlet de mercadillo va vestido acorde con la temática y además estoy espectacularmente guapo, pero no te preocupes porque he venido precisamente a solucionar tu problema.

Romeo parece echar mano de algo que está tras la puerta y apenas un instante después, veo que trae un precioso vestido verde esmeralda digno de una princesa de cuento o de una verdadera dama del Renacimiento. Me quedo paralizada durante un brevísimo segundo, asimilando sus intenciones, antes de negar vigorosamente con la cabeza con los ojos muy abiertos.

—¡Ah, no, Romeo, no puedo! Hoy estoy trabajando, no de invitada a la boda, y no puedo pasarme de la raya. Además, seguro que te ha costado una fortuna y no... ¡Que no puedo aceptarlo!

—Ya te lo dije antes, tú y yo tenemos la misma labor en esta boda, así que si yo puedo disfrutar de todo mientras me aseguro de que todo funcione, entonces tú también. Y el vestido lo ha hecho Allegra a coste cero porque siempre ha querido confeccionar algo para una novia mía, aunque yo prefería que fuese para ti, así que toma. Y no es negociable.

—¡Romeo, que no puedo ponerme...! —Antes de que pueda terminar la frase, Romeo deja el vestido colgado de un gancho junto a la puerta y la cierra, empujándola con su cuerpo para que yo no pueda salir—. ¡¿Te he dicho alguna vez lo idiota que eres?!

—¡Puedo ser un idiota que se limite a traerte el vestido o puedo ser un idiota que te ponga el vestido él mismo, así que tú eliges, Rottenmeier!

Su respuesta, seguida por una risotada, me hace bufar y poner los ojos en blanco, pero la visión del vestido colgado y escucharle tararear una canción al otro lado de la puerta me pintan una sonrisa en los labios. Imaginarme con algo tan precioso puesto me siembra la semilla de la curiosidad y las ganas en mi interior, lo cual me empuja a desvestirme corriendo para enfundarme el precioso traje verde esmeralda con todo el cuidado del mundo. Mantengo mi maquillaje y peinado, no solo porque no tengo otra opción, sino también porque quiero mantenerme todo lo discreta posible a pesar de mi súbito cambio de planes con respecto a mi vestuario.

Una vez termino de ponerme el vestido, me giro para mirar mi reflejo en el espejo de nuevo y enmudezco al instante. La persona que me devuelve la mirada no soy yo, es una princesa recién sacada de una historia de caballeros medievales. Completamente muda, palpo los mil y un detalles que decoran el hermoso vestido sin apartar los ojos del espejo, cerciorándome de que efectivamente soy yo y mi cerebro no me está jugando una mala pasada. Perdida en mi propia fantasía, olvido que Romeo está esperándome tras la puerta hasta que escucho su voz apremiante:

—¡Rottenmeier, ¿cuánto te queda?! ¡Cinco minutos más y empiezan a cortar la tarta, no sé cómo...! —Cuando abro la puerta, el comentario jocoso de Romeo se extingue en sus labios y sus ojos doblan su tamaño al tener un primer vistazo de cómo me veo en el vestido que me ha traído. Por primera vez en mucho tiempo, el ingenioso joven parece haberse quedado sin palabras y no puedo evitar sonreír al ver la forma en la que me mira—. Joder, Vittoria, estás..., estás realmente preciosa, como una princesa de cuento hecha realidad. Creo que obligarte a ponerte ese vestido ha sido la mejor elección que he tomado en mi vida y voy a construirle un monumento a Allegra por haber creado algo que realce lo hermosa que eres.

Su inesperada lluvia de cumplidos hacen que me sonroje violentamente y yo misma me quede sin habla durante unos segundos antes de dejar escapar una suave risa.

—Vaya, Romeo, ¿acabas de decir que soy una hermosa princesa, palabra por palabra de forma literal? ¿Y llamándome por mi nombre propio? ¿Me pellizco o voy a despertarme ya? Porque es imposible que esto sea real.

—Perdona, Rottenmeier, pero yo nunca he pensado que seas fea, al contrario. Mi problema contigo siempre ha sido que eres increíblemente irritante.

—Y por supuesto, nunca serás capaz de regalarme un cumplido sin encadenarlo con un comentario ofensivo. Menos mal, me habías asustado con tanto halago, me alegra ver que no estás sufriendo un ictus o algo por el estilo.

—¿Tú no tenías una boda que supervisar? ¿Qué haces aquí cotorreando como una vieja de pueblo? ¡Vamos, que están empezando a llegar los trabajadores y el padre Federico es más puntual que un reloj suizo!

Aunque está de broma, la presión se instala sobre mis hombros al momento y me recojo la falda del vestido para salir corriendo del pasillo en el que se encuentra el baño. Romeo apura el paso entre risas para colocarse a mi lado y tras recorrer parte de la planta baja del St. Regis, ambos llegamos al enorme salón en el que se celebrará la ceremonia. Todo está decorado y preparado, y más de una decena de miembros de mi equipo de ayuda se encuentran ultimando hasta el último detalle para que todo quede perfecto.

El salón de madera antigua es el lugar perfecto para toda la decoración renacentista que hemos escogido. Tras el altar cuelga uno de los preciosos tapices de Raffaella y un par más se encuentran en el centro de las otras paredes. Veo enredaderas de un verde vivo precioso enmarcándolos y dos de las hermosas esculturas de Aldo dan la bienvenida a los invitados junto al lugar en el que están los grupos de sillas. Las flores le conceden el último toque de ambientación renacentista al gran salón, ofreciendo una imagen colorida y viva.

—Joder, está todo perfecto, ¿no? Ya podrían venir Gio y Chiara y casarse ahora mismo, no veo nada fuera de su...

—¡Por Dios, ¿pero cómo podéis poner las flores así?! ¡¿Es que no me habéis escuchado antes y os habéis quedado ciegos mientras estaba en el baño?! —interrumpo, horrorizada, corriendo hacia uno de los grandes recipientes en los que se encuentran los ramos. Mirando fijamente a uno de mis chicos responsables de su colocación, giro el recipiente ligeramente y suelto un bufido—. ¡No me mates de un infarto, Cris, te lo pido por favor!

El rostro del aludido se vuelve blanco como el papel y empieza a apremiar a algunos de sus compañeros para empezar a mover todos los recipientes el centímetro necesario para que estén exactamente como los he pedido. Cuando me giro, veo a Romeo mirándome como si se me acabase de caer la cabeza y estuviera jugando al fútbol con ella.

—Le acabas de pegar un grito a ese pobre chaval porque... ¿Por qué?

—Romeo, no te hagas el tonto para reírte de mí que ya me han puesto histérica los de las flores con su numerito —bufo, pero Romeo no se ríe, con lo que deduzco que su confusión es genuina y me relajo un tanto—. Las flores siempre tienen que ir en un ángulo perfecto de noventa grados y separadas perfectamente tanto de los invitados que están sentados como del pasillo por el que caminarán los novios. No puedo permitir que por culpa de un milímetro, el vestido de la novia se enganche y se rompa o se arruine cualquier otra vestimenta de los invitados.

—Joder, ¿y solo con un vistazo te has podido dar cuenta? ¿Estás segura de que no eres un robot o una inteligencia artificial?

Yo río suavemente y le doy un pequeño empujón antes de continuar con mi interminable ronda alrededor del salón para asegurarme de que todo marcha según lo previsto. Romeo me sigue como un niño pequeño, guardando silencio y observándome corregir, regañar y ordenar con los ojos muy abiertos y atentos. Durante quince minutos me siento la profesora con su ojito derecho en una especie de baile de disfraces y más de una vez tengo que aguantar la risa al ver a Romeo asintiendo cuando doy una orden.

A las once y media exactamente, ni un segundo más ni menos, el padre Federico aparece por la puerta completamente vestido con una túnica de un blanco impoluto y una estola dorada. Su afable sonrisa en contagiosa y cuando se acerca a nosotros, siento mis propios labios curvándose hacia arriba.

—¡Buenos días, Romeo y Vittoria! Mi más sincera enhorabuena, jovencita, este lugar ha quedado realmente hermoso gracias a tu duro trabajo, y tú pareces una verdadera princesa. Espero que Romeo te haya sido de ayuda, ¿o he de tener una rápida charla con él antes de la ceremonia?

—Buenos días, padre Federico —respondo entre risas, saludándole con un cariñoso apretón de manos—. Romeo se ha portado como un verdadero caballero, no se preocupe. Ahora que apenas queda media hora para el inicio de la ceremonia, debería prepararse para su labor como caballero de honor, pero no quiere. ¿Podría ayudarme a convencerle?

El padre Federico mira a Romeo con un sermón escondido tras sus ojos y una pequeña sonrisa asomando en sus labios, pero antes de que pueda decir nada, el chico corre a defenderse.

—¡No, no, padre, no escuche a esta pecadora! Le he dicho que quiero esperar a que llegue Guido y sus juglares para saludarles y asegurarme de que todo está correcto antes de ponerme en posición. ¡Dígale usted que soy un cristiano modelo y no se deje embaucar por las lenguas del demonio!

—¡Romeo, no acuses a las personas de ser pecadoras en vano! —riñe el padre Federico, aunque tras su expresión grave se esconde su afabilidad usual—. Si estás ayudando a Vittoria y esperando para saludar a tus amigos, estoy seguro de que ella lo comprenderá y aceptará, ¿verdad, Vittoria?

Yo asiento con vehemencia ante la atenta mirada del padre Federico, aguantando la sonrisa. Parecemos dos niños cada vez que estamos juntos con el padre, especialmente cuando Romeo le gasta alguna broma de las suyas.

—Muchas gracias por su puntualidad, padre. Tiene todo listo en el altar y la puerta del fondo a la derecha es un pequeño aseo en caso de que lo necesite. Ya sabe que está en su casa y si necesita cualquier cosa, estoy a su entera disposición. Romeo y yo esperaremos a los músicos, que estarán al caer, y estaremos listos para esperar a los novios —digo con una sonrisa.

—Gracias a ti, Vittoria. Estoy seguro de que has organizado una ceremonia preciosa y haré lo que esté en mi mano para que, por mi parte, sea así. Ahora, si me disculpáis, voy a prepararlo todo.

El padre Federico nos toma de las manos para darnos un suave apretón antes de marcharse con esa paz que parece acompañarle allá a donde va. Como si hubieran estado escuchando nuestra conversación o hubieran sido invocados por esta, Guido y su banda aparecen por la puerta con su alegría y jolgorio característicos. Apenas quedan cinco minutos para que empiecen a venir los invitados y mis chicos siguen requiriendo mi ayuda, por lo que saludo rápidamente a los juglares y les indico su lugar antes de atender al resto del equipo. Tanto Romeo como los músicos parecen dispuestos a hacerme el día más fácil, porque el primero se encarga de saludarles y organizarles de forma que en apenas cinco minutos, cuando los primeros invitados empiezan a ser acompañados a sus asientos.

En cuanto me notifican que Gio acaba de llegar, me acerco a Romeo y le agarro del brazo con suavidad.

—Romeo, te tienes que ir ya. Tu hermano y el resto de caballeros de honor estarán al caer y no puedes llegar tarde. Yo me encargo de la organización, que por eso me pagan, y tú no te preocupes más, ¿vale?

—Vale, pero si necesitas algo, cualquier cosa, házmelo saber —murmura, mirándome fijamente con una intensidad que desata algunas mariposas en mi estómago—. Estamos juntos en esto, Rottenmeier.

Las palabras parecen huir de mi boca y solo consigo boquear con una sonrisa temblorosa, pero Romeo parece comprenderme mejor que nadie y sin necesidad de abrir la boca, me envuelve con sus brazos. Me estrecha con firmeza y cariño, recomponiendo mi cuerpo deshecho por los nervios durante unos segundos que ojalá fuesen más largos. Cuando se separa, me acaricia la mejilla tan levemente como el aleteo de una mariposa y se aleja hacia la puerta con la suave música de los laudes y dulzainas acompañando su salida.

El goteo de invitados pronto se convierte en una catarata y no tengo tiempo para sonrojarme por mi última interacción con Romeo ni por su tacto sobre mi piel. Junto a mi equipo, voy dándoles la bienvenida a los invitados y acompañándolos a sus respectivos asientos. En apenas veinte minutos, todo el mundo ha ocupado su lugar, los juglares están tocando una suave música de fondo y los novios están fuera, esperando sus respectivos momentos para entrar. Siento los nervios en la boca de mi estómago y Romeo no está aquí para ayudar a calmarlos, por lo que yo misma me repito que todo saldrá bien porque todo y todos están donde deberían estar.

—Señorita Ricci, es el momento de que entren los caballeros y damas de honor —me informa uno de mis chicos.

—Gracias, Pietro, dadles la señal a los juglares y yo les doy paso.

Los juglares no tardan en tocar una melodía mágica, digna de una historia de caballeros, y me acerco a la puerta con una sonrisa para hacerle la señal a los aludidos. Antes de que pueda desaparecer, alguien me agarra del brazo y veo que es Gio, que me sonríe.

—Vittoria, mi padrino tiene una exigencia de última hora y me ha dicho que o la cumplo o no sale. ¿Me echas una mano, por favor?

—¡¿Una exigencia a un minuto de entrar?! —bufo en un susurro que casi es un grito antes de cargar contra Romeo, deseando matarle aquí y ahora—. ¡Romeo, ¿qué demonios quieres, matarme de un infarto?!

—No, lo que quiero es que seas tú la que camine conmigo en lugar de una dama de honor y antes de que puedas decir nada, tanto Gio como Chiara están de acuerdo. Si no voy contigo hasta el altar, no salgo.

Mis ojos doblan su tamaño al escuchar su exigencia y siento mi corazón golpeando mi pecho con fuerza, aunque no sé si es por la histeria de su última demanda o por la perspectiva de hacer lo que sugiere. Sé perfectamente que si me niego, Romeo es muy capaz de no salir, así que solo tengo una alternativa.

—¡Está bien, pero luego tengo que volver a la entrada, así que te prohíbo venir con más ideas peregrinas, ¿vale?!

—Te lo prometo por mi bellísima Kawasaki, lo que más quiero en el mundo —asegura de forma solemne con la mano en el corazón antes de ofrecérmela como un verdadero caballero—. ¿Me hace el honor de acompañarme, milady?

Incapaz de aguantarme la sonrisa, tomo su mano y doy paso a los primeros caballeros y damas para que empiecen a entrar. Debido al cambio de última hora, el primer chico sale acompañado por dos chicas, pero todo el mundo se adapta a la perfección, como si ya estuviera previsto. Romeo y yo somos los últimos y cuando llega nuestro turno, me agarro de su brazo y dejo que él me guíe al interior. Una sonrisa domina mi rostro y siento mis mejillas sonrojándose al ver a tanta gente mirándonos enternecidos y a los fotógrafos tomando fotos y vídeos del momento. Cuando llegamos al altar, Romeo me mira con ojos brillantes y posa un beso sobre el dorso de mi mano antes de dejarme ir.

Con toda la discreción posible, ocupo mi lugar de nuevo a la entrada y doy la señal para que Gio entre acompañado por su madre, convirtiéndose automáticamente en el centro de atención. El novio lleva un traje granate con detalles dorados de caballero renacentista que le sienta genial y sonrío al ver su emoción cuando llega al altar y ocupa su posición.

Cuando doy la señal, escucho los cascos de los caballos en el exterior y pronto puedo ver el bellísimo carruaje de Lorenzo frente a la enorme puerta abierta. Un hombre vestido acorde con el tema de la boda abre la puerta y ayuda al padre de la novia a salir antes de ser asistido por más personas para ayudar a Chiara. Al verla caminar hacia nosotros con la preciosa música de fondo, me quedo sin habla al ver el vestido que ha creado Allegra, una verdadera obra maestra. La novia está más hermosa que nunca y no me extraña ver a todos los invitados embelesados al verla entrar en la sala.

Chiara camina del brazo de su padre con la larga cola del vestido y el velo sostenidos por algunas de las ayudantes. Es como una estrella brillante que atrae todas las miradas, pero la más importante es la de Gio, al que veo sollozar con una sonrisa desde el altar cuando ve a su futura esposa aproximándose. Siento lágrimas en mis propios ojos al ver el amor entre ambos, casi tangible, y me pregunto cómo será que alguien me mire como Gio mira a Chiara. Entonces, sin pensar, mis ojos van a Romeo y me doy cuenta de que es el único de la sala que no está mirando a la novia.

Porque sus ojos están fijos en mí y cuando se encuentran con los míos, mirándome como si fuese la única mujer del mundo, siento cómo todas las incógnitas de mi corazón se convierten en certezas.

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