Cap. 11
Luna no dejó de pensar en Israel toda la noche, cerraba los ojos y la angustia llegaba a ella en tan solo pensar en él mal herido. Se decía a si misma que se lo merecía por doble cara, pero a la vez pensaba en él pasando una terrible noche llena de dolor y desesperación. No logró conciliar bien el sueño y tomó la decisión de ir a verlo a espaldas de Karl.
Ella llegó a la puerta de la casa y con temor la tocó, cuando él la abrió ella se le quedó mirando y tímidamente sonrió.
—Gracias a Dios estás bien. —Exclamó con alivio y él la miró confundido.
—No hay motivos para que me encuentre mal.
—Es que Karl ayer me platicó que peleó contigo a golpes en la cantina y que te había dejado muy mal herido.
—Primero si te va a contar un chisme que te diga las cosas como pasaron y segundo no hubo tal pelea, él... —Israel bajó la mirada y luego la miró a ella.
—Anda, dime lo que pasó.
—El problema aquí es que, aunque te diga cómo pasaron las cosas al final de cuentas le creerás más a él.
—Con tenerte frente a mí en buen estado con eso es suficiente para saber que me mintió.
—Él me apunto con una pistola en la frente dentro de la cantina delante de todas las personas que se encontraban en el lugar por fortuna cuando apretó el gatillo el arma no tenía balas.
—¿La herida en su rostro quién se la hizo?
—En la cantina nadie le puso una mano encima, tal vez se fue a pelear a otro lugar.
—Ahora pienso también lo mismo y ya no le creo toda la historia que me contó ayer.
—Hay muchas cosas que no deberías de creerle, en fin, no hay forma de hacerte entrar en razón.
—Deberías de dejar eso atrás porque lo que él siente por mí es sincero. —Israel comenzó a enojarse con esa respuesta, pero le respondió tranquilamente.
—Sino te molesta tengo cosas que hacer.
—Lo comprendo, adiós. —Ella se retiró y él la observó marcharse por unos segundos.
Él cerró la puerta y con coraje y sentimiento comenzó a llorar sin consuelo alguno.
Luna se encontraba en la casa de los padres de Karl, los dos estaban platicando en la sala cuando él le preguntó.
—¿A dónde fuiste en la mañana?
—No entiendo de qué hablas.
—Te miré salir sin ninguno de tus padres.
—Fui al mercado más cercano ya que ocupaba una extensión de luz para conectar el teléfono y la televisión.
—Estamos llevando una relación bastante bien y no soy tonto sé que fuiste a ver a Israel.
—Fui a verlo porque estaba preocupada.
—¿Preocupada? ¿Qué te debes de andar preocupando por él?
—Es que con lo que me dijiste de que estaba mal herido me angustié.
Karl le dio una cachetada y ella comenzó a llorar.
—Que sea la última vez que vas a verlo, comprende que yo soy el único hombre que debe de estar en tu vida.
—Perdón no lo vuelvo a hacer.
—Pues más te vale o para la próxima te ira peor.
Luna aguanto las ganas de llorar para que Karl no se enojara más con ella. Quiso irse del lugar, pero el miedo le impidió hacerlo y él como si no hubiera pasado nada la abrazó, ella lo sintió como el abrazo de un cobarde.
Israel estaba terminando de preparar dos bebidas cuando Samanta entró al lugar. Entregó las bebidas a los respectivos clientes y se dirigió a Samanta.
—¿Vas a querer la misma bebida de ayer o pedirás una diferente? —Samanta se le quedó mirando directamente a los ojos por unos segundos y le preguntó ignorando lo que él le había preguntado.
—¿Te pasa algo?
—No, no me pasa nada.
—Entonces ¿Por qué tu mirada no es la misma ni el tono de tu voz?
—¿Siempre miras eso en las personas?
—Claro, porque cuando te acostumbras a ver a alguien con cierta actitud es fácil notar cuando le pasa algo.
Él apoyó las manos en la barra y suspiró.
—Luna me buscó esta mañana, estaba preocupada por mí porque según Karl ayer me había golpeado muy fuerte dejándome mal herido, a pesar de que le dije lo que de verdad había pasado y me creyó, todavía sigue pensando que todo lo demás que le dice él es cierto y eso de alguna manera me molesta y me lastima. —Él agachó la cabeza y ella le puso una mano en el hombro.
—Tú más que nadie sabes que las respuestas llegan tarde o temprano no debes de acomplejarte la vida con esto. —Él levantó la cabeza para verla de frente.
—Pero qué tal si para ese entonces me quedo sin fuerzas.
—Solo mira por todo lo que has pasado como para darte por vencido tan rápido.
—Como mi amiga no me vas a abandonar ¿Cierto?
—Claro que no voy a estar para ti pase lo que pase.
El saber que tenía a alguien a su lado reconfortó un poco más a Israel.
Dos hombres llegaron a la cantina uno de ellos llevaba una guitarra y el otro una trompeta, con el permiso de Israel ellos comenzaron a tocar y Samanta se puso a cantar de esa forma alegraron un poco el lugar y los ánimos del cantinero se elevaron.
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