煙る (h u m o)
煙る (h u m o)
Ante la mesa, los hilos. Los tejidos teñidos de negro entre los dedos. El jovencito de labios pálidos y quebradizos yacía concentrado rehaciendo con gran honra la mala confección de un viejo mofuku, kimono de luto que florecía en sus manos. Instantes antes una señorita había cruzado el umbral de la tienda con el rostro lacrimoso, niña bajo la lluvia del ánima. Solicitó avergonzada, sin mirar de frente al sastre, los servicios de mayor presteza que pudiese ofrecer; él no pudo evitar ceder ante la ternura provocada por un fino papilio que hubo perdido a su padre. De alguna forma, le comprendía mejor de lo que ella imaginaba. El hombre falleció al amanecer, por lo que el traje apremiaba al anochecer, cuando se llevaría a cabo el velorio; un día después, el entierro. Entonces Hajime parecía bien concentrado en su labor, con íntimas justificaciones de por medio. Recuerdos. Una pena profunda.
Cuando Shun salió, bien ignoró su provocativa silueta enfundada en un atuendo de alegre estampado; incluso si la última noche habían correteado en el jardín hasta caer rendidos y enredados sobre el pasto, cual par de insectos en la telaraña. ¿No era su primo uno de esos peces indolentes que desprendían hermosura mientras su semejante agonizaba en la superficie?
En el transcurso del día, pocas personas se adentraron a la tienda, todas de la tercera edad. Yuriko yacía ocupada con las labores domésticas, silbando melancólicamente. El joven de flequillo azabache veía su pelo cada día más crecido; él lo habría de cortar, en el fondo deseando distanciar su apariencia de otras habitantes bajo el mismo techo. Ah, cuando la hebra más larga besaba su barbilla, comenzaba a molestarle para la visión. Hajime pensaba en nimiedades como tales, como en la calidad de los últimos hilos adquiridos, cuando la flor esqueleto en un yukata de suspiro herbal hizo aparición.
—Buenos días, Hajime —saludó sin variar la costumbre—. Traje té, hoy es de tu favorito.
El mancebo miró con recelo la silueta ajena, un ojo tras las hebras nocturnas; justo en aquel instante sentía a sus entrañas arder como para que esos labios viniesen a provocarle con palabras voluptuosas o besos raptados. El aroma cálido y floral de la infusión inundó la estancia, envolviendo el corazón del que cosía en una nébula de repudiable ternura. Un odioso color sonrosado. La lengua sedienta de calor le suplicó beberlo a sorbos, a gotas escurridizas; pero el orgullo, siempre más fuerte que cualquier otro sentimiento en el imberbe, logró vencer las ansias en sus labios.
—Hoy no beberé té —mencionó en contra de sus deseos, con una insistente concentración que poco a poco se tornaba en actuación.
—¿Por qué? —Mientras tomaba el banco de madera para sentarse frente al sastre, Yi Feng inquiría—. ¿A dónde fuiste ayer? Vine y Yuriko yacía sola. ¿Estás enfermo?
—No —graciosamente, asegurar aquello parecía una mentira incluso para Hajime.
Y así, aquel suave disimulo fue la única respuesta obtenida. Un monosílabo. Feng pensó que las palabras de Hajime solían ser cortas, nerviosas o misteriosas, pero nunca descorteses... y mucho menos cuando se trataba de él, su amigo. El único en tan polvoso pueblo.
—Hajime... mírame. —Indispuesto a mantener las apariencias, Feng le encaró, flor insolente. De inmediato, el otro obedeció con una expresión dura que se acentuaba en el entrecejo—. ¿Sigues molesto?
—No.
Aquel monosílabo, una vez más, voló y rasguñó la mejilla del calígrafo. Sangró con dulzura. La flor esqueleto rio con ironía tras limpiarse las suaves gotitas; desvió su mirada y luego la retornó más exacerbada.
—Podrás ser muy ágil confeccionando kimonos, pero en cuanto al tejido de mentiras resultas en vergüenza. —Y se balanceó hacia adelante—. ¿Ha sido tan grave mi ofensa? ¿Tanto asco despierto en tu víscera que eres incluso incapaz de fingir amabilidad?
—Me hallo en sublime ocupación. Mente, corazón y entrañas se conjugan. —Hajime decidió terminar con la discusión mediante sus hilos—. Hoy es un mofuku, mi alma irremediablemente se ve afectada. El pedido apremia, no puedo solo parlotear contigo como otras mañanas. Lo siento.
Y, tras una reverencia, continuó trabajando. Yi Feng suspiró y se recargó sobre la mesa, resignado, observando el par de tazas vacías con desánimo. Las manos ágiles, heladas, también. Una flor doblada, por poco marchita, inerte sobre la madera. Su mente se disolvía en una espiral de posibles vías para enfrentar aquello; o, mejor aún, para enmendar sus desaciertos. En algún momento se encontró torpe tras el beso sin consentimiento, arrebatado con violencia no intencional; quizás, solo quizás, en verdad hubo abusado de la tímida confianza que el otro alguna vez le brindó. Tan esquivo era el papilio... que debería yacer agradecido por el hecho de que se posara en su nariz con un revolotear inconstante, cohibido pero cálido; no tomarle de un ala y descamarla con el simple objetivo de observarle, incluso si sus intenciones recaían en la ingenuidad.
No todos eran felices lunáticos coleccionistas de luceros y mariposas como él. No. Hajime particularmente se hallaba bien arraigado a sus ideales roídos, y en aquellos momentos luchaba a contraviento con una ráfaga de emociones y deseos que contradecían la forma de vida que había llevado hasta el momento. En medio de la tormenta, sus raíces se podrían, y él oponía valiente resistencia sosteniendo ese árbol que amenazaba con venírsele encima. ¿No era eso ya violento para su alma? ¿Por qué él, extraño extranjero, habría de perturbarla, agravar sus malestares aún más?
Reflexionaba con inocencia, escogía las palabras adecuadas y las deslizaba en su boca cerrada, cuando a la tienda se adentró otra jovencita dando lentos y tímidos pasos. No era una silueta que imitase a una flor o acaso al cerezo yoshino... era torpe, incluso pareciera que sufría alguna especie de dolor entre las piernas. El sastre, quien apartó sus atenciones de la tela nocturna, lo supo de inmediato en cuanto la vio... e incluso sonrió con malicia. Perversas intenciones lamieron su oreja, aconsejadas por el demonio de los celos, un viento tan gélido como seductor. Si Yi Feng hubiese podido verle, sabría que entre sus manos se hallaba un papilio de alas sucias. Miraba, callaba, con sigilo. La frente prominente y los labios muy pequeños eran inconfundibles. Se trataba de la maiko descubierta en tan nauseabunda sumisión animal, quien al toparse con los ojos del sastre por segunda ocasión fue víctima de un rubor violento, demasiado evidente. Hajime a propósito continuaba viéndola con insistencia, intimidándola.
La viuda negra que teje.
Y los ojos que, confundidos, le desconocen.
Ella fingía interesarse por los artículos de la vitrina principal, ingenua. Sin embargo, el sastre conocía sus verdaderas inclinaciones, por ello era incapaz de perdonarla. Él juzgaba con dureza la redondez de su rostro, un doblez mal colocado en su traje, los cabellos crecidos de sus patillas. Y la repudiaba. Su corazón no podía evitarlo, serpiente corroída por la envidia. Incluso si hubo sufrido, asunto evidente por sus gritos durante la velada anterior y su caminar dulcemente adolorido, se atrevía a retornar en busca de quien la hubo estropeado... ¿cómo podía? Debía ser en verdad estúpida, una perra sucia, tan indigna. Pronto Yi Feng se percató de esa mirada recelosa, jamás presente en los ojos ajenos hasta ese instante. Incluso logró sentirse mejor consigo mismo considerando la fealdad de sus sentimientos dirigidos a la muchacha. Al menos a él parecía tolerarlo.
La pobre niña, en un arranque de valor o quizás histeria, se atrevió a caminar hacia la mesa y pronunció:
—¿Es aquí donde la señorita Sakurai mandó a confeccionar su último kimono, el furisode verde que asemeja un alegre campo? —Mientras lo decía, su voz temblaba y la valentía inicial parecía descascararse como los árboles otoñales.
—Sí, lo es. ¿Por qué? —Incluso si su voz sonaba amable, aquella cortesía fungía como una máscara a punto de caer.
—Porque... estoy interesada... en...
Aquellos orbes fijos lograron desarmarla; arrancaron sus alas de un solo tajo. Yi Feng inhaló, a punto de hablar. El otro muchacho sonrió vencedor.
—Oh, primavera anticipada, pero si solo eres una niña. No seas absurda. Dudo de tu capacidad para pagar un trabajo tan fino y aún más para portarlo con elegancia. —Hajime replicó con la saña visible en sus expresiones—. Hoy mi primo, el señor Arimura Shun, no se encuentra. Suele salir durante las mañanas. Si deseas verle, búscalo a los alrededores, no debe andar lejos.
Ante semejante respuesta tan suave y filosa al mismo tiempo, la muchacha abrió los ojos gravemente, balbuceante. Su piel se enrojeció una vez más, causando en el sastre un malvado regodeo. Ah, su tosquedad incrementaba con la piel ardiente. De pronto se sentía tan bien el ser capaz de desfigurarla incluso sin ponerle un dedo encima.
—¿Qué insinúa usted, señor...? —La maiko, pretendiendo defender su dignidad herida, inquiría sin saber siquiera cómo reaccionar.
Hajime pensó en esas imágenes no vistas que se suscitaron en la habitación. Recordaba cómo él había rasguñado y magullado al primo hundido en el rencor disfrazado de juego felino durante aquella noche de ensueño en el jardín. Los amantes felices le revolvían el estómago... sobre todo cuando su preciado objeto de deseo era expuesto a féminas tan carentes de gracia. ¿Cómo un gusano podía disfrutar de la más dulce miel? Le resultaba intolerable, como una blasfemia.
—Señor Yamada Hajime, ese es mi nombre. Y permite la corrección, pero yo no insinúo... yo proclamo que preferiría dejaras de ensuciar mi tienda con tu esencia; has sido mancillada recientemente. Comienzas a pudrirte... y apesta.
—¡Hajime!
Al escuchar aquello, incluso Yi Feng llamó y volteó a mirar al otro en forma de reproche. No podía creer lo que sus oídos percibían; no sabía qué era peor, si su repentina arrogancia mentirosa o la deliberada intención de herir. En verdad le sorprendía y avergonzaba. La niña, con las mejillas lacrimosas y el cuerpo tembloroso, imploró antes de salir en ofendido ademán:
—¡Usted es en verdad despreciable! ¡Es peor de lo que Shun me dijo!
—Entonces es así como te descaras... —Aquellas últimas palabras resonaron en secreto, hacia un destinatario dudoso.
Un nuevo silencio se hizo en la tienda; uno más rojo, más punzante. Incluso si permaneció contemplando la entrada por breves instantes, Hajime retomó su labor con suma tranquilidad; parecía más cuidadoso y esforzado. Por supuesto, aquella última línea le intrigaba. ¿Cómo era que el otro le describía? Ante una calma tan fría y taciturna, el joven chino le reprochó.
—Hajime... ¿a qué se debió esa actitud? Incluso frente a mí te atreviste a... ¿Qué te ha hecho ella?
—Se lo merecía. —Tras realizar el último nudo y cortar, replicó con gran elocuencia—. Si sirves el té y omites brindarme tu opinión, consideraré compartir contigo una breve narración.
Solo entonces Yi Feng comprendió que incluso el papilio es capaz de batir sus alas con intenciones de lastimar. Y como la curiosidad innata suya le orillaba a un ansia de conocimiento, comenzó a servir el té aún tibio.
~ * ~
Caída la noche, y habiendo entregado el atuendo luctuoso, Hajime decidió sentarse en el corredor de madera que daba al jardín. Recargó su espalda de bambú contra la pared, junto a la puerta del comedor, y extendió sus piernas hasta que fue capaz de rasguñar la duela con los pies descalzos. El roce provocaba una sensación extraña, de goce masoquista. Allí respiró hondo, miró las luciérnagas, sus propias extremidades lánguidas. El clima era perfecto; no cálido, tampoco helado. La oscuridad templada le arrullaba.
El muchacho, a pesar de que durante su reciente travesura hubo experimentado un goce agridulce e incluso después la sonrisa le acompañó durante el almuerzo, en aquel instante sentía una dócil culpa en el aire. Ante la mesa hogareña reía tanto que incluso Shun notó en su diente un alga atorada. Pocas veces sonreía con semejante euforia; aquello daba en él un aspecto juvenil, de niño juguetón e inmaculado. Los dos miembros de la familia se enternecían; sin embargo, ¿no era ese cosquilleo propio del gato que recién cazó un insecto en el jardín? Inocente y perverso al mismo tiempo, aún con restos viscosos en la boca. La mano del primo había acariciado sus cabellos, sus mejillas adorables.
Y él fue feliz... hasta que despertó del ensueño para percatarse de sus malas acciones.
Entonces Hajime yacía recargado cual cadáver contra la puerta solo para advertir que aquella noche la luna era cubierta por nubes grisáceas. Un suspiro. El mecer de las hojas. La consciencia llamando. Poco a poco, su cuerpo percibió el vibrar de la puerta que era corrida con delicadeza. Su corazón palpitó con fuerza. El sastre se volvió y notó que el primo se sentaba en la orilla de la entrada al comedor. Uno dentro, otro afuera, no se veían cara a cara separados por el ángulo de noventa grados que formaba la esquina. Sin embargo, el humo de la pipa era inconfundible.
Allí estaba él, Shun, quien le buscaba con la insistencia de un felino.
Ambos permanecieron en silencio por breves instantes, calculando los propósitos y pensamientos contrarios. A Hajime aquella actitud le parecía sospechosa. Su cercanía, por siempre inquietante. Por supuesto, las palabras no se hicieron esperar.
—¿Cuáles son tus verdaderas intenciones, Hajime? —Una voz gruesa, profunda, inquirió con una severidad incalculable. Sin un rostro expresivo, ¿cómo reconocer la ira, la tristeza o incluso la malicia?
Por algún motivo, la espalda del jovencito se crispó. Era como si con aquella interrogante le hubiesen colocado el filo de una navaja al cuello. ¿Por qué temblaba? ¿Por qué la consciencia palpitaba con insistencia carmesí, cual criminal enjuiciado?
—¿A qué te refieres? —Procurando mantener la calma, el sastre decidió no ceder.
—Durante las últimas semanas tu actuar ha sido inconstante. A veces pareces frágil, inocente, sumiso... como cuando éramos niños y llorabas por que te devolviera un carrito de madera. Ese adorable tú es con el que logré encariñarme desde hace años. Sin embargo; en ocasiones evades, atacas, e inquieres más de lo que expresas.
Tal melancolía repentina, tan tranquila, lastimaba. Las frases eran suaves cortes en su cuello.
—¿Qué esperas escuchar de mí como respuesta, Shun? —Sin embargo, la obra requería su disimulo. La máscara—. Esto es absurdo. No tengo siete años.
—Es verdad, no espero nada justo ahora.
Silencio. El humo brotaba a borbotones, giraba, giraba y subía hacia el techo, hacia el cielo oscuro. Hajime seguía su trayectoria como si se tratase de luciérnagas evanescentes. Incluso pretendía acariciarlas, mirándolas esfumarse entre sus dedos. A Shun le parecía adorable el gesto de la mano blanca. Sin embargo, no experimentaba algún sentimiento cercano a la piedad. Justo así había actuado durante el almuerzo. Tan lindo, tan indescifrable.
—Creo que me he expresado de forma incorrecta, Hajime —mencionó aclarándose la garganta—. Lo que quisiera saber es si esa actitud la diriges solo hacia mí o tratas así a todo el que te rodea.
En ese instante, el sastre se percató de sus errores impulsivos. El primo sospechaba, y le acorralaba deliberadamente. Debía ser ágil, negar la higanbana con determinación.
—No recibes ningún trato especial, si es lo que en verdad te aflige.
Su corazón se mecía al ritmo de las mentiras. Ambos cuidaban de lucir sus abanicos esquivando las estocadas ajenas.
—¿Es cierto? A veces creo que tu hostilidad parte de celos velados. Quizás sea envidia.
—¿Qué dices? —Hajime ladeó con suavidad su rostro. Él solo observaba la duela, la mano del primo recargada en el borde. ¡Ah! ¿Cómo lucirían sus ojos? Por primera vez experimentaba la tortura de ser visto sin poder ver.
Y la angustia aumentaba en su garganta.
—Hoy amanecí con cardenales en los brazos, debido a tu brusquedad mientras jugábamos anoche. Y no creas que tu mirada me pasó desapercibida; tú me aborreces, en verdad deseabas dañarme. —La seriedad de sus afirmaciones era grave.
—Oh, dulce Shun, tus palabras me son ajenas e incomprensibles. Lamento si es que en medio de mi euforia te he herido, mas debes saber que nunca fue esa mi intención.
—Semejantes deseos solo pueden desprenderse de un conflicto en tu alma, lo he reflexionado ya —dijo ignorándole por completo. ¿Era ese un vestigio de risa? Aunque lo desease con todas sus fuerzas, no se atrevía a enfrentarlo. Oh, el humo una vez más—. Y entonces me pregunto ¿qué poseo yo que tú no? Compartimos casa, alimentos, vestido; en verdad eres tan apuesto que en ocasiones te envidio. Y no lo reprocho, me parece justo, si también portamos la misma sangre. Sin embargo, siempre yaces relegado en aquella mesa apolillada... y cuando te refieres a mis amores, sueles censurarlos. Creo imaginar lo que en verdad anhelas, pero necesito confirmar mis sospechas. Responde: ¿Vives un amorío con alguien? ¿O acaso solo le deseas?
—Pronuncias banalidades. —Incapaz de tolerarlo más, Hajime se defendió sin excusas—. Me perturbas. Eso que inquieres no es de tu incumbencia, y creo que...
—No, sí lo es. —Shun interrumpió—. Se vuelve de mi incumbencia en cuanto tú te entrometes en mis asuntos.
Cada vez la navaja apretaba más a su tierna yugular, y el jovencito de la higanbana se revolvía con ansiedad ante la fuerza ajena. El momento era ya claramente hostil; su amor, su adorado y aborrecido primo había arrancado la máscara. Sin embargo, él continuaba aferrándose a la suya, tembloroso.
—Hoy hallé a Sada en el callejón de S. con lágrimas en los ojos —narró el fumador—. No imaginas el necio escándalo que ocasionó reprochándome tus malos tratos. Me lo narró todo, incluso vociferó. A mí esas actitudes en verdad consiguen molestarme, por lo que procuro mantener la mayor discreción posible —guardó un breve silencio mientras tomaba una calada a su larga y fina pipa—. Niñas como ella son muy fáciles de herir, por lo que para hacerlo hay que guardar mayor astucia en las acciones. ¿No yaces tú apegado a las buenas costumbres? ¿Por qué hiciste entonces eso, por qué ahuyentar lo que no es tuyo?
—Shun... esa jovencita...
—¿La deseas? —La pregunta dejó entrever el tono malicioso de Shun—. ¿Es eso?
Hajime paró en seco, incluso de respirar. Tanta brusquedad le tomaba por sorpresa, le robaba el aliento. ¿Cómo debía responder? ¿Cómo disimular la ofensa que se anidaba entre sus costillas? Negarlo le haría sospechoso; si sus celos no iban dirigidos hacia ella, solo restaría dilucidar su pasión por él. Un despecho por el mujeriego. Pero si mentía y acataba la culpa, podría yacer envuelto en una seria problemática con los dos amantes. ¿Aceptarlo le llevaría a un duelo sangriento con Shun? El sastre se torturaba con torpeza sin hallar respuesta, amedrentado por la situación. Sin embargo, elegir no fue necesario.
—Si en verdad la quieres, te la daré —aseguró el otro, confiado, dotado de grotesca virilidad—. Estoy seguro de que ella haría cualquier cosa por mí. Después de todo, podría conseguir que yaciera contigo. Es casi virgen, yo fui el primero, pero supongo que ese hecho no habría de molestarte ¿verdad?
Y la yugular fue cortada. Hajime observó los hilos de sangre desparramarse sobre la duela en gruesas gotas que se transformaban en charcos. Aquello dolía, en verdad ardía sin poder identificar el motivo. ¿No era esa una conversación casual entre varones, de la que podría incluso tomar ventaja? Sin embargo, él solo podía lidiar apenas con sus ojos cristalinos, con un sentimiento cercano a la decepción.
—Eso no hará falta —dijo retirando la mitad de su máscara quebrada—. No me gusta, noto la vulgaridad en su piel. Si me comporté de esa manera fue porque consideré una falta de respeto a nuestra morada su presencia; me molestó su descaro, su pueril, odioso atrevimiento y nada más. No necesito tus favores ni esa supuesta amabilidad de cederme tus sobras.
—Escúchate, Hajime, solo mírate. Eres tan hermoso así, molesto. Has mordido tus labios sin percatarte, y no sabes lo seductor que ello resultaría para una fémina. —Despacio, Shun colocó sus dedos sobre la mano ajena—. Es una lástima que, a pesar de todo, no crea ni una de tus palabras. Noches atrás me asomé a tu alcoba; te masturbabas con tanta delicia que incluso me sorprendió verte a ti, el inmaculado, de esa forma —dicho esto, enterró sus uñas en la carne blanda.
—¿Por qué hiciste eso? —Rápido, el jovencito retiró su mano, con el pulso más acelerado. Incluso su rostro se tiñó de rojo.
¡Oh! ¡El karma por poco inmediato!
—¿No lo haces tú también, mirón? —El otro reía—. Esa misma noche me recosté a tu lado por vez primera y pensé: «¡Ah, Hajime en verdad me comprende! ¡Arde en deseo justo como yo! Él podría ser mi compañero de conquistas; seguro sabrá ayudarme en la búsqueda del placer». Incluso he confirmado tu sensibilidad mediante roces. Tu cuerpo parece completamente dispuesto... solo debes escucharme, tomar mi mano. ¿Está bien?
—No. Te equivocas. —Acto seguido, el muchacho se levantó y se volvió con un gesto que, debido a su brusquedad, hizo volar ropas y cabello. Solo entonces fue capaz de observar severamente al primo.
Así, arrinconado contra la pared, contemplándole con esos orbes lujuriosos solo lograba excitarlo hasta la náusea. Era una alimaña. La tela de su kimono se extendía simulando las alas de una mariposa ponzoñosa. La pipa cercana a los labios carnosos le impregnaba de elegancia. ¿Cómo semejante belleza podía ser tan vil con él, incluso sin proponérselo?
—Si tanto deseas saberlo —dijo Hajime, cobrando valor—, es cierto que poseo a alguien y que en mí crece un extraño deseo...
—¿Quién?
—¡Eso no te incumbe! —Por supuesto, el sastre tampoco tenía idea de a quién se refería; si era la sirvienta del rehilete con su coqueteo ocasional, Yi Feng con el beso malogrado o acaso el mismo joven ante sus pies, su pasión denegada—. La manera de satisfacerlo solo la conozco yo. Te he dicho que no requiero de tus frívolos favores. Y si te he ocasionado algún problema, te pido una disculpa... vendaré tus heridas, pero no prometo reprimir mis actos si los considero correctos.
Y se adentró a la morada en veloz huida, incluso pisando el kimono ajeno, cuando sintió una mano helada detenerle del tobillo. Escuchó las siguientes palabras sin mirar atrás, solo para resistir el llanto.
—Hajime... ¿cuándo habré de admirar tus alas? Sucias, quebradizas. Lo adivino, me veo a mí en ti. Tan misterioso, tan misterioso... Por nuestro bien, mañana finjamos ante mamá que nada ha ocurrido, ¿de acuerdo?
En silencio, al más joven le fue permitido volver a caminar. Y se perdió en las penumbras de la casa sin siquiera replicar, en un penoso e iracundo encogimiento. Shun tomaba la última calada con una sonrisa cínica en los labios... y solo entonces una idea tan abominable como hermosa se cruzó por su mente. La navaja que se vuelve y mutila al agresor.
Hajime... tú... ¿me deseas a mí?
「 F i n d e l a s e g u n d a p a r t e 」
❋
~ S e c i e r r a e l t e l ó n ~
Nota de la autora: ¡Hola! ¿Cómo estás? Llegados a este punto, lector/a, quería comentarte que realmente me alegraría conocer tu opinión respecto al relato. Es cierto que me brindas un gran apoyo con tu voto ¡y lo aprecio en verdad! Sin embargo, leer tus palabras me ayudaría muchísimo a saber si hago lo correcto, cómo mejorar e incluso me motivaría montones.
Espero aceptes mi sugerencia y nos leamos aquí abajito. Si no, de igual forma, ante todo, MIL GRACIAS por seguir a esta florecita de rojos pétalos. Gracias a ti ha logrado abrirse justo a la mitad y daremos paso a la tercera parte. <3
Abrazos y saludos para ti.
Ave Azul
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