𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖙𝖜𝖔
CHAPTER TWO
"cosas que debes arreglar"
(temporada 4, ep 1)
¿Cuánto dura el subidón de energía cuando combinas alcohol, comida chatarra, azúcar y marihuana?
La cannabis sativa produce varios efectos: relajación, somnolencia, sensación de pérdida del espacio-tiempo, desinhibición e, incluso, alegría desmedida. Físicamente, el ritmo cardíaco aumenta y la tensión arterial también. Se estima que el efecto puede durar de tres a seis horas. Si todos estos factores se juntan con la simple consumición de la hierba, por sí sola, los efectos se vuelven más caóticos cuando la misma está dentro de algún alimento o mezclada con algo más. Y la duración del efecto puede prolongarse a más de diez horas.
O en ciertos casos, veinticuatro horas.
Eddie ingirió alrededor de siete galletas felices, mientras que Abby sólo cuatro. Ambos bebieron, al menos, dos botellas de cerveza y abrieron una petaca de Whisky que pertenecía a Gus Clancy.
Al principio, en la primera fase, se sentían incitados a competir hasta en lo más mínimo. Como, por ejemplo; quién comía mas porciones de pizza, ganaba. O quién bebía más de la petaca. O quién era el mejor por poder pararse en un pie, luego de sentirse afectados por el mareo.
Hubo una discusión sobre quién era mejor cantante, si Freddie Mercury o David Bowie. Pero Eddie terminó confundiéndose y metió a Ozzy Osbourne en el debate. Posteriormente—y en medio de su verborrea—se quedó tildado con la televisión, viendo un programa de mujeres ejercitándose, mientras Abby siguió explicando porqué Freddie Mercury es el mejor cantante de todos los tiempos, sin excepciones.
La siguiente fase fue la relajación. Ambos hicieron a un lado la mesita de café, para recostarse en direcciones opuestas, con las cabezas juntas, sobre la alfombra blanca. Quedaron inmersos mirando el techo y recordando anécdotas del pasado, como si pudieran proyectarlas en el mismo, gracias a la colisión entre el efecto alucinógeno y la somnolencia. No eran recuerdos concisos, ambos recordaban situaciones diferentes sobre una misma situación.
Y discutían, reían, discutían, reían...
La tercera fase: Desinhibición. Se rindieron ante el sueño, alrededor de las tres de la mañana. Eddie estaba desplomado en la punta del sofá, con la cabeza colgando sobre el apoya brazos y Abby estaba tirada sobre él, abrazándolo como si fuera el peluche con el que durmió toda su vida y el cual, ya no tenía.
No había pudor en ese instante. Se había ido junto con la tristeza y confusión de Clancy, quién descansaba como hace días no podía hacerlo. El calor que le transmitió la anatomía de Eddie, fue lo que estaba anhelando desde que la tragedia azotó su vida. Y no necesariamente por ser él—aunque sí influía bastante—, es que, simplemente, necesitaba el calor de otro ser humano.
Eddie se había ido de la casa por la mañana, para no faltar a clases, con una resaca soportable. Nada que un café fuerte hecho por Abby no pudiese sacar.
Ella se sintió miserable cuando él se fue. Y la miseria ama la compañía, dicen por ahí. Se había reído como hace tiempo no lo hacía y había adormecido el calor de su pecho.
Siempre solía ser así, todo era más llevadero con él y Tiffany.
Pero en el presente, había quedado hundida, otra vez, en el silencio y sus pensamientos oscuros. Y no, no podía evitarlos si se quedaba quieta. Si el silencio estaba ahí, al acecho.
Posteriormente a encender el estéreo y darse un baño, se enfocó en los detalles minúsculos de la casa; como renovar la pastina vieja entre los azulejos de la cocina y del baño. Y otras cosas que Abby sentía que debía arreglarlas o entonces la casa se vendría abajo. Mientras daba pinceladas en las paredes de la sala, un recuerdo de su casa en llamas apareció reiteradamente, como flashes de varias cámaras fotográficas, forzándola a parpadear varias veces, tratando de diferir entre los recuerdos y la realidad. Eran como proyecciones de las que no tenía escapatoria.
Aunque quisiera, de verdad quería escapar de su propia mente.
Se le creó una pequeña taquicardia, fomentada por los leves efectos que aún le quedaron a causa de las galletas. A pesar de sentir tanta presión por la parte subconsciente de ella misma, ejerció control sobre sus emociones.
Luchó. Dejó el pincel dentro del tarro y respiró profundamente. Sin embargo, no obtuvo victoria, comenzó a sentirse sofocada. Y la sensación aumentaba causándole sudoración y mareo. Como si con cada segundo pasado, su pecho estuviera siendo estrujado al igual que una lata.
Corrió afuera de la casa, desesperada, buscando aire. Y se dejó caer en el césped como una bolsa de papas. Le importó un comino que la vecina, que regaba las plantas con su manguera en la mano, la viera como un extraterrestre. Tal vez necesitaba un poco de oxígeno. Tal vez tenía que parar un poco con la manía de mantener la casa en condiciones.
El aire comenzó a entrar por sus pulmones con cuidado, como si quisiera torturarla un poco más. Hasta que después de un minuto, volvió a respirar normalmente.
—¿Abby? —dijo la señora, tapando el sol con su cuerpo. Abby abrió los ojos y vio la cara arrugada de la vecina en contraste con el sol—. ¿Estás bien, niña?
—Sí, señora White —se agitó al contestar—, estoy bien.
Parecía que hubiera corrido millas.
—¿Y por qué estás tirada ahí?
—Me... —pensó—. Me gusta mirar las nubes.
—Pero saliste corriendo —repuso mirando la casa y luego a ella de nuevo—, como sí...
—Tengo un horario puntual para mirar las nubes —la interrumpió, acelerada—. Si me paso un minuto me pone de mal humor. Y no quiero estar de mal humor todo el día, ¿usted me entiende?
—¿Estás drogada? —cuestionó extrañada.
Ya la estaba fastidiando.
—Ya no hago eso, señora White.
—Bueno —dijo, no muy convencida, poniéndose derecha—, cuídate mucho Abby. Tus padres te adoran, no les des otro disgusto.
—Por supuesto que no, señora White —replicó entredientes, cuando la susodicha se iba alejando mientras negaba con la cabeza.
Se levantó del césped con lentitud, tomándose el tiempo de no hacer movimientos bruscos. Podría ir a ver a la señorita Ginny, se le ocurrió, pues podría ser una perfecta distracción hasta que termine de preparar su habitación de baile. Además, parecía ser que su mente se calmaba cuando estaba alguien más a su lado. Estar mucho tiempo sola le daba pavor.
Pero había un minúsculo problema: No tenía vehículo. Ni siquiera una bicicleta, puesto que la que tenía se quemó en... basta, ya basta, Abby.
Había un taller de vehículos usados donde trabaja el amigo de su padre, Danny Pinkman. Podía comprar una bicicleta de bajo presupuesto, hasta conseguir el dinero necesario para un auto en condiciones no deplorables.
Se dirigió adentro, dispuesta a buscar entre sus ahorros, que se encontraban en la caja fuerte, detrás de un cuadro renacentista que posaba en el centro de la sala de estar y cernía sobre el sofá, específicamente. Puso la combinación indicada, esperó el click y sacó lo necesario. Con un vistazo rápido se percató de que había escasez de dinero. Pronto, sus ahorros desaparecerían.
Resopló.
Necesitaba un trabajo urgentemente.
—¡Kiddo! —exclamó Danny, envolviendo a la joven en un abrazo que ella correspondió—. ¿Cuánto tiempo, eh?
—Demasiado —respondió cuando se soltaron, con una gran sonrisa. Se sentía tan bien interactuar con las personas con las que creció—. Buen día, tío Danny.
—¿Cómo están tus padres?
Oh, ahí estaba esa odiosa pregunta.
—¡Bien! —se esforzó por sonar animada—. Ellos están en Summerville y yo me mudé aquí sola.
—Felicitaciones, kiddo, estas en la etapa divertida de la adultez —dijo, limpiando una llave mecánica con un trapo naranja—. Bueno, salvo por las deudas.
—Hablando de deudas... —mencionó Abby, tocandose las manos detrás de la espalda. Preguntarle lo siguiente le daba mucha vergüenza—. ¿De casualidad no necesitas a alguien por aquí?
Situación desesperada, medidas desesperadas. No podía preocuparse por su dignidad.
—¿Por qué? ¿Te quieres unir a este chiquero? —procedió a colgar la llave mecánica en la pared, junto a otras herramientas.
—Si es posible... —añadió con un tono de inocencia y súplica.
—¿Te quedó en la memoria todo lo que te enseñé de pequeña?
—Está todo aquí. —Se dio toquecitos con su dedo índice en la sien.
—Estoy sorprendido, pensé que reemplazarías esos recuerdos por canciones de ABBA.
—Casi.
Danny sonrió y se apoyó en el capot de un auto.
—Pues bienvenida al trabajo —le dijo, haciendo una pequeña reverencia.
Abby hizo una mueca de confusión.
—¿En serio? —preguntó—. Bueno, eso fue fácil.
—Porque eres parte de su círculo —dijo un chico de ahí, que Abby desconocía, a la vez que se acercaba para buscar un par de herramientas—. Si no lo eres, te hace una entrevista de dos horas.
Ambos intercambiaron una mirada acusatoria. Y Abby soltó una risita.
—No fue tanto, llorón —le respondió Danny.
—¿Qué horario? —preguntó Abby.
—Por la mañana, a las ocho. Y te vas para la hora del almuerzo ¿Qué te parece?
—¡Perfecto! Oh, por cierto... —recordó—. Necesito una bicicleta.
Llegó a su casa más rápido que cuando fue al taller a pie. Obviamente, gracias a que Danny le regaló la bicicleta que era de su hijo. Y aunque la bici no era el transporte favorito de Abby, vio dos lados positivos: era mejor que caminar y se ahorró bastante dinero.
Dentro de su actual hogar, ya no se sentía tan abrumada como en la mañana. Lo que le llevó a pensar que debía alternar entre arreglar la casa y tener actividades fuera de la misma. Tener contacto con otras personas. Volver, poco a poco, a la vida normal.
Ese era el nuevo objetivo para ahuyentar las sombras de lo ocurrido.
Abby no se apresuró en hacer los quehaceres de la casa como antes. Se quedó mirando la pared a medio pintar, como la había dejado, pero después de un rato, la ignoró. Y sorprendentemente, la manía no ejerció control sobre ella.
Subió las escaleras y se dirigió a la habitación de sus padres, o mejor dicho, su habitación de baile. Aún le faltaba reemplazar las paredes con grandes espejos y sacar el armario. Pero sin la cama estorbando en el centro, tenía suficiente espacio como para liberarse por un rato.
Encendió el estéreo y colocó un casette de Whitney Houston. Se empezó a dejar llevar por el ritmo de I Wanna Dance With Somebody. Se dejó fluir y aprovechó todo ese mar de calma que la envolvió en esa tarde, dejándola respirar, dejándola ser libre del dolor.
¿Cuanto duraría esta sensación de pureza? No estaba segura. Pero daría lo que sea por mantenerla ahí siempre.
Aquel refugio le duró por unos minutos más, hasta que el timbre sonó y le exigió volver al mundo real. Apagó el estéreo y bajó con un ritmo normal las escaleras. Se sentía tranquila. Amaba esa sensación.
Entreabrió la puerta, y sin sacar la traba, se asomó.
—¿Puedo entrar? —preguntó Munson.
—¿De verdad puedo elegir? —Abby sonrió burlona, cerrando la puerta lentamente.
—Bueno, supongo que me tendré que ir a casa con este papel —lo alzó en el aire y fingió que se iba—, que tiene el número de la señorita arregla mentes y lo usaré como envoltura de hierba...
—¡Lo conseguiste! —Aby sacó la traba y abrió la puerta de golpe.
Exaltada, arrancó el papel de la mano de Eddie y leyó un número telefónico y una dirección. Se alejó para ir hacia el teléfono y comenzar a marcar, al tiempo que Eddie se apoyó en el marco de la puerta con los brazos cruzados.
—Por supuesto que lo conseguí, sólo tuve que pedírselo a Chrissy Cunningham —contó, mientras Abby esperaba que alguien conteste, con el teléfono pegado a su oreja—. No me lo vas a creer pero la chica me pidió...
—¿Trajiste tu furgoneta? —interrumpió Abby, dejando el teléfono en su lugar, pues nadie contestó.
—Sí, ¿por qué?
—¿Podrías llevarme?
—¿Tengo cara de taxi?
—Un taxi muy bonito.
—Bueno —sonrió mostrando sus hoyuelos—. Si lo dices así, sí.
—Gracias —Abby se inclinó para depositar un besito rápido en su mejilla, antes de recoger las llaves y su mochila, que estaban sobre la mesa de café. Salió de la casa, casi volando, y él fue detrás.
—Cumplidos, un beso... ¿Todavía estas drogada?
—Juro por Dios —se subió a la furgoneta y él le cerró la puerta—, que si alguien más vuelve a preguntarme eso voy a arrancarme las orejas con un tenedor.
Eddie levantó sus manos en señal de rendición, mientras se situaba al lado de Abby. Giró las llaves y el motor sonó.
—Es que te vuelves más cursi.
—No hables así, me haces parecer un cubo de hielo.
—Abby —dijo serio—. Eres un iceberg.
—Siempre tan dramático. —Rodó los ojos—. ¿Qué sigue? ¿También te golpeo?
—Bueno... —esbozó media sonrisa, dejando la frase en el aire.
Abby sonrió y le dio un golpecito en el brazo.
—Basta. Cállate y conduce.
Abrió la puerta una mujer de cabello negro abultado y rasgos asiáticos. Abby no la había visto jamás en todos sus años de vivencia en Hawkins.
—¿Sí?
—¡Hola !—saludó la rubia—. Soy Abigail Clancy, alumna graduada de la Secundaria Hawkins. Escuché por unos amigos que está dando sesiones terapéuticas a los afectados por el incendio de Starcout. Quería saber si... ¿podría atenderme a mí?
Ella negó con la cabeza amablemente.
—No puedo, lo siento, sólo soy una consejera escolar —aclaró, mientras comenzaba a cerrar la puerta—Hasta luego.
Abby la detuvo bruscamente con el brazo y la mujer hizo una mueca de espanto.
—Lo siento —dijo inmediatamente, cuando se dio cuenta de lo que hizo, abriendo los ojos de sobremanera—, lo siento por eso. Es que estoy realmente desesperada. No hay mucha gente con su oficio en este pueblo. Por favor—suplicó—, puedo pagarle.
Eddie tocó la bocina dos veces seguidas, mientras la contraria se tardaba en tomar una decisión y estudiaba a Abigail con recelo.
Clancy hizo su mejor esfuerzo para poner ojos suplicantes, que transmitieran su desesperación y necesidad. El rostro de la mujer se aflojó un poco, pero aún se notaba incómoda.
—Esta bien —aceptó finalmente—, sólo por unos minutos.
—¡Gracias! —exclamó y levantó su dedo índice—. Espéreme sólo un segundo.
Abby se giró sobre su eje y corrió hasta la furgoneta para asomarse por la ventana del copiloto.
—¿Qué te pasa? —masculló.
—Tengo que ver a Chrissy en el bosque, detrás de la escuela.
—¿Qué? —soltó con indignación en su voz—. ¿En el bosque? ¿Tienes una cita con Chrissy Cunningham en el bosque?
—No es una cita —miró sobre el hombro de Abby y entredientes, aclaró:—Es por trabajo.
—¿Y esperas que te crea que una porrista precisa de tu «trabajo»?
—¡Sí! Lo intercambié por la información de la señorita Kelley. Si me escucharas cuando hablo no debería repetirlo.
—Hablaremos seriamente de esto cuando vayas a casa.
—Entonces no iré —replicó, haciendo que Abigail lo atraviese con la mirada. Munson elevó las comisuras de sus labios—. Broma. Vengo a buscarte en una hora y media. No te enojes, te van a salir arrugas en la frente.
Encendió el motor y Abby se alejó del vehículo. Cuando Munson desapareció a lo lejos, en dirección a la secundaria Hawkins, Clancy hizo a un lado sus celos invasivos y se encaminó con la consejera de nuevo.
La mujer se presentó, como Kelley y le ofreció a Abigail un vaso con agua antes de comenzar. La casa era tan silenciosa y hogareña, que Abby se sintió complacida de estar ahí.
—¿Por qué estás aquí? —le preguntó, sosteniendo una libreta y un bolígrafo.
Estuvo ansiosa por este momento desde que se enteró de la existencia de la mujer en el pueblo. Fue como un milagro caído del cielo, algo que escucho en el momento justo y exacto; como si estuviera preparado para que ella lo oyera.
El único problema era que, ahora que se encontraba ahí, pudiendo cumplir uno de sus tantos objetivos, no sabía que palabras usar sin meterse en problemas.
Dibujó rápidamente una historia en su cabeza, una mentira que se acercara un poco a la realidad, y deseó que fuera creíble. No quería desfigurar tanto lo que vivió, temía que obstaculizara un progreso o una solución.
—Bueno, yo... estoy muy confundida. —Hizo una pausa y sonrió nerviosa—. Tenía dos perros que quería muchísimo y... —el dolor en su pecho la detuvo bruscamente—. Lo siento.
—Tranquila —comprendió la contraria—. Tómate tu tiempo.
Clancy se removió en el asiento y desvió la mirada. Sus ojos comenzaron a aguarse. Era la primera vez que le contaba esto a alguien, fuera de Summerville. La última persona que supo la situación verdadera fue su amiga Claire, quién le recomendó que buscara terapia.
—Llegué a casa luego del trabajo —dijo y comenzó a arrancar piel de sus dedos disimuladamente—. Fue un día bastante agotador, teníamos muchos clientes. Trabajaba en un taller mecánico y un auto me costó horas, cuando solía tardar menos en arreglarlos. Quiero decir, estaba con menos energía que los días anteriores y..., cuando por fin estuve en casa, yo sólo quería dormir. Sentía que mi cabeza me pedía a gritos apagarse por un momento. Y entonces...
Ahí estaba, su lado vulnerable. No pudo contener un par de lágrimas traviesas, puesto que los recuerdos comenzaron a atacarla sin piedad. Cada maldito recuerdo era como recibir un puñal a corazón abierto.
—No sé que pasó después. —Siguió, sollozando. Inconscientemente se llevó las manos a la cara para quitarse las lágrimas—. No puedo recordarlo. Me desmayé. Y cuando desperté... los vi. Junto a mí. Los cuerpos y...—Apretó los ojos cuando le dio escalofríos—. Y...la sangre. Yo no sé lo que hice, no sé cómo pasó.
—Abigail... —habló la pelinegra con suavidad—. ¿Mataste a tus perros?
Era un misterio hasta para ella.
—No lo sé.
La contraria anotó algo que para Abby fue inteligible, no llegaba a leer.
—¿Tienes síntomas cómo dolores de cabeza, náuseas, alucinaciones...?
—No, no tenía nada, estaba bien. Ahora me siento paranoica y obsesiva, pero... —se detuvo cuando recordó algo. El momento del reloj, en el sótano—. En realidad... creo que sí. Creo que aluciné con el sonido de un reloj cuando estaba en una... crisis nerviosa.
Los ojos de la pelinegra brillaron con interés. Sin dudarlo, se levantó para irse a revisar un cajón de un mueble, de donde sacó un cuaderno que le extendió a ella.
—Toma —Abby lo recibió. Era negro y decía "Journal" —. Quiero que anotes todo lo que recuerdes aquí. No sabemos aún si es un brote psicótico, pero en caso de que lo sea, los recuerdos pueden tardar en aparecer. Aún así, puede que hayas sentido la repentina aparición de algunos fragmentos y esa es tu mente tratando de atar cabos. Cuanto más luches por saber que pasó, más recuerdos vendrán. Pero esto es como aprender a caminar otra vez, un paso y luego otro.
—¿Que pasaría si... lo hice? —Se secó las últimas lágrimas.
Ella miró a Abby con lástima.
—Te daría una orden para que vayas a un centro de salud mental—explicó—. Un brote psicótico puede desencadenar demencia, esquizofrenia y muchas cosas más. Y yo ya no puedo ayudarte con eso, cariño.
Clancy asintió, bajando los ojos a sus zapatos.
—Entiendo.
La señorita Kelley se levantó de su asiento y así también lo hizo Abby.
—Quiero verte en una semana. Anota también si tienes otro episodio como ese o algún otro síntoma, ¿sí? —Clancy concordó con un gesto y ambas comenzaron a caminar hacia la salida—. Te acompaño hasta la puerta.
—Tengo que pagarle —dijo Abby, deteniéndose para buscar dentro de su mochila negra.
—No, no lo hagas —la pelinegra apoyó una mano en el hombro de Abigail—. Esta vez es cortesía.
Abigail transitaba las calles con lentitud, pues una parte de ella quería disfrutar de cada esquina. Había tanta historia entre las calles de Hawkins. Historias en las que ella estaba involucrada desde temprana edad y que la habían marcado de por vida. A pesar de las cosas extrañas que sucedían en el pueblo, como la desaparición de Will Byers hace unos años, Abby no podía evitar sentirse atada emocionalmente a este lugar.
—¿Abby? —oyó de repente.
Ella buscó la voz, detrás de ella y visualizó un auto siguiéndola. Él dueño de la voz se asomaba por la ventana.
—¿Steve? —se detuvo y él también.
—Tiene que ser una broma ¿Que haces a mitad de la noche sola? ¿Y en Hawkins?
Se suponía que no estaría sola, se suponía que ni siquiera debería estar caminando hasta su casa pero...
—Mi taxi nunca llegó —respondió satírica.
—Sube —le ordenó amigable—. Vamos.
Ella obedeció y él arrancó el auto nuevamente.
—¿Recuerdas dónde vivo?
—Por supuesto —contestó sonriente, con una actitud coqueta y segura—. Una de las mejores fiestas de la Secundaria fue en tu casa.
—Ese fin de semana... —recordó Abby—. Cuando mis padres se fueron a California. Todo se salió de control.
—Fue una locura —agregó él con diversión—. Definitivamente. Tu casa era la mezcla entre un bar y un motel.
—No me recuerdes las cosas que encontré en mi habitación.
Ambos comenzaron a reír.
—Creo que no quiero saber.
Los siguientes minutos se los llevó Harrington y su resumen del año. Abigail se enteró de su ruptura con Nancy Wheeler y de la muerte de Billy Hargrove en el incendio de Starcourt. También le comentó sobre su nuevo trabajo y sobre su extraña vida romántica sin sentido. Ella también le habló un poco de su vida, le contó exactamente la misma versión que plasmó en la carta que le escribió a Eddie.
Cuando Steve se estacionó frente a la casa de Abby, se bajó para abrirle la puerta y la acompañó hasta el porche.
—¿Nos volveremos a ver? —preguntó Steve, mientras subían los escalones a la par.
—Tal vez —contestó ella. Ambos se situaron frente a la puerta—. Vivo aquí ahora.
—¿Sola? —pareció sorprendido.
—Sola.
—Wow, la vida te trata bien, ¿huh?
«Ja, no tienes idea», pensó Abigail. El universo era bastante hijo de puta con ella sí creía que mandar personas a hacer este tipo de comentarios era gracioso.
—Sí, soy... muy afortunada.
—Bueno, debo irme —dijo Steve, pero se detuvo a mitad de camino, mientras bajaba las escaleras—. Vendré a buscarte algún día y saldremos a tomar helado. No acepto un no como respuesta.
No era una mala propuesta, pero no le apetecía entrar en un triángulo amoroso.
—¿Y Nancy?
Él terminó de bajar y se volteó para verla.
—No hay Nancy en esta ecuación —puso sus brazos en jarra.
—Bueno, en ese caso, supongo que no puedo decir que no.
—Perfecto —mostró sus blancos dientes y se despidió con una mano—. Nos vemos luego, Clancy.
—¡Adiós, Harrington! ¡Gracias! —exclamó antes de entrar y cerrar la puerta.
Lanzó la mochila en el sofá y se sentó en él, mientras se quedaba ensimismada en una pelea que pasaban por la televisión. Habían pasado tantas cosas, que su energía se agotó. No podía siquiera formular un pensamiento negativo o detenerse a analizar las cosas, como su mente lo había hecho los últimos días.
¿Debía festejarlo?
Estuvo así por unos minutos, hasta que el sonido de la puerta le arrebató la paz. No eran golpes normales, era como si quisieran tirar la puerta abajo.
El corazón de Abby se aceleró cuando se le cruzó el pensamiento de que podría ser la policía y que la habían descubierto. Tardó en abrir, pensando en que tal vez cometió un gravísimo error al contarle aquello a la señorita Kelley.
Entonces, escuchó la voz de Eddie del otro lado, gritando su nombre. La paranoia se apagó un poco y exhaló el aire que retuvo en sus pulmones. Pero no estaba completamente tranquila aún.
Se apresuró para abrir la puerta, a la vez que Munson se metía a la sala como un cohete.
—¡¿Qué está mal contigo?! ¡Casi rompes la puerta! ¡Me diste un susto de muerte!
Él la ignora completamente.
Estaba alterado y no tenía pinta de ser el mismo Eddie que vio por última vez. Se llevó las manos a la cabeza y caminó de un lado hacia otro, sin saber a dónde ir, como un animal enjaulado. Hasta que se dejó caer sobre el sofá y ocultó la cara entre sus manos.
Abby frunció el entrecejo y se acercó a él, para agacharse y ponerse a la altura.
—¿Eddie? —preguntó suavemente, sintiéndose culpable por haberle gritado antes—. ¿Eddie, qué pasó? —Apoyó una mano en la pierna derecha del contrario—. Estás temblando como una hoja...
—Ella... —comenzó a hablar, mientras su labio inferior temblaba y sus ojos brillaban—. Ella...
—Traeré agua... —Abby se incorporó y corrió hasta la cocina para buscar un vaso y servir el líquido.
Cuando el vaso estuvo medio lleno, se lo acercó. Eddie lo recibió y el objeto tembló en sus manos. Dio un largo sorbo y dejó el vaso sobre la mesita de café.
—Juro —comenzó—, juro por mi guitarra que no le hice nada, Abby. Lo juro.
—¿A quién? ¿A Chrissy?
La mención de ese nombre lo puso peor. Apretó sus ojos y una de sus piernas comenzó a sacudirse, mientras se refregaba la cara con ambas manos.
—Ella esta muerta, Abby.
—¿Qué?
—Ella murió frente a mí —soltó alterado—. O eso creo, porque se rompió, ¿entiendes? Se rompió como cuando... —hizo el gesto con los puños—. Como cuando partes un lápiz por la mitad.
Abby negó con la cabeza y parpadeó varias veces.
—No entiendo. ¿Había alguien más con ustedes? ¿Viste algo?
No contestó, no parecía saber que contestar exactamente. Se agarró el puente de la nariz y Abby sintió que él se largaría a llorar como un bebé en cualquier momento. Los ojos aguados lo delataron cuando alzó la vista al techo y respiró profundo.
—Necesito que me expliques exactamente todo lo que pasó para poder ayudarte —insistió ella.
—Chrissy... —Dijo él—. Ella vino a mí por drogas, ¿okay? y la llevé a mi trailer porque ella buscaba algo más fuerte. No parecía que estaba pasando un buen momento. Le dije que me espere mientras yo buscaba lo otro y.... cuando volví, sus ojos estaban..., desorbitados, blancos. Intenté despertarla pero no conseguí nada. Y ella... —Apretó los ojos y se agitó con frustración—. Sé como sonará esto. Es una locura, pero te juro por Dios que fue así...
—Eddie—buscó sus ojos asustados—. Nos drogamos juntos y me dijiste que viste un unicornio en mi espalda. No hay nada en este mundo que no puedas decirme a mí.
Había algo en lo que dijo ella que lo mantuvo pendiente de un hilo. Los ojos cafés de Eddie estudiaron a Abigail, como si buscara reconocer quién era, y así, recuperar la confianza para contarle lo sucedido.
Sus facciones masculinas se relajaron un poco antes de esforzarse por continuar.
—Ella empezó a levitar y luego... —siguió con dificultad—. Sus extremidades... se rompían. Sus ojos..., Jesús. No sabía que hacer. Me espanté y me fui corriendo cuando ella cayó desplomada al suelo.
Pasó un largo rato en dónde el silencio creó un suspenso que se cortaba con un cuchillo. Un ambiente pesado en el cual ninguno de los dos sabía como debían actuar o que hacer. Dónde el pasado era un enigma, como también el futuro.
—Dime algo, por favor —insistió él, temeroso, con la voz un poco quebrada—. ¿No crees que yo le haría algo a Chrissy, verdad?
Clancy casi explota en llanto cuando lo escuchó así. No le gustaba verlo mal, no le gustaba en absoluto. Empujó el nudo en su garganta y procuró ser la fuerte entre ellos. Quiso abrazarlo, pero no le pareció correcto. No ahora.
—Sé que no dañarías ni una mosca, tranquilo —Sintió como se le encogió el estómago—. Solo... estoy en shock.
—¿Puedo quedarme aquí?
Abby se quedó mirándolo fijo, mientras su cabeza pragmática corría con tanta velocidad, que ni ella creía que fuera normal. Cada teoría, cada plan, cada consecuencia, aparecía y se quedaba o era inmediatamente descartada.
—No, no puedes. La policía no tardará en enterarse de esto, seguramente los vecinos escucharon tus gritos. ¿Y a quién crees que buscarán primero? Si, a tus amigos.
—¿Y entonces?
Ella comenzó a caminar de un lado hacia otro, mientras tenía una mano en la cintura y con la otra se mordía las uñas.
—¿Rick sigue en prisión?
Él se levantó del sofá como un resorte y la sostuvo de los brazos.
—¡La casa de Rick! —la sacudió—. ¡En el lago Lovers! ¡Eres una maldita genio!
—Debemos irnos ya —determinó ella, y copió el gesto, pero sosteniendo los hombros del contrario.
—Sí, sí. —Asintió continuamente con rapidez.
Se soltaron, para dirigirse a la puerta. Abby sacó las llaves de la cerradura para guardarlas en su bolsillo. Munson siguió los pasos apresurados y meticulosos de Abby fuera de la casa, hasta la furgoneta dónde había llegado.
—Conduce tú, ni siquiera se como llegué hasta aquí —estiró las llaves del vehículo hasta ella y la dejó en sus manos.
Abby asintió y tragó saliva. No acostumbraba a verlo tan asustado. La última vez que lo vio así fue durante un mal viaje con las drogas, hace cuatro años atrás. Él sintió que estaba a punto de morir y lloraba como un niño asustado por un payaso. Al final sólo resultó que tenía taquicardia y desorientación. Pero Abby estuvo pegada a él en cada segundo, hasta que el efecto lo dejó en paz.
Eddie le abrió la puerta y ella se subió. Posteriormente, él rodeó la furgoneta y se situó en el asiento de copiloto. Abby recurrió al espejo retrovisor para dar marcha atrás cuidadosamente, hacía mucho tiempo que no conducía y le daba un poco de miedo hacer algo erróneo.
Una vez en las calles solitarias y nocturnas de Hawkins, dio un vistazo por el rabillo del ojo a Eddie, que miraba a la ventana con ojos agotados, preocupados y tristes.
Lo que sea que había visto, se había llevado una parte de él, eso era seguro. Se notaba. La nube oscura cernía sobre su cabeza, atormentándolo.
No pudo evitar preguntarse si así se veía ella también.
—Eddie —lo llamó, pero él no la miró. Sólo cerró los ojos y los apretó—. Todo estará bien, ¿sí? No dejaré que te pase nada —Aseguró con firmeza y se atrevió a enredar su mano libre con la de él. Es entonces, cuando Eddie se voltea a ver la unión de sus manos y luego, levanta sus ojos hasta ella—. Encontraremos alguna manera de justificar esto, ya verás. Lo prometo.
—Abby.
—¿Sí?
—Vas a odiarme.
—Jamás voy a odiarte, tonto.
—Olvidé decirte que Harrington me vio llegar —soltó.
Y el freno de las ruedas contra el pavimento, se escuchó como un grito feroz en toda la cuadra.
Porfa no me odien porque el capítulo es larguísimo :( Es que siento que quedaba mejor así, acorde al capítulo de la serie. Además me tardé chingo en actualizar y probablemente vuelva a pasar, así que, me pareció justo un capítulo jugoso.
¿Les gustó? ¿No les gustó? ¿Les pareció horrible? Ah
Abby creyendo que la paz le duraría mucho 🤡🤡🤡
Madurar es entender que la obsesión de Abby por cuidar su casa de Hawkins, es porque no pudo salvar su hogar de Summerville :(
¿Qué opinan de la escena de la señorita Kelley y Abby? ¿Y de lo que contó Abby? 👀
Lamento mucho si hay faltas ortográficas. El capítulo es tan largo que me llevó horas de corrección, pero puede haber alguno que otro error por ahí que se me haya escapado. En algún momento volveré a revisarlo.
No se olviden de votar y comentar, pero más que nada VOTAR, que me motiva a continuar y siento que mi trabajo es valorado💕
XoXo
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