Adiós a una Maestra
Capítulo 1
Caen los primeros rayos del sol. —Qué fastidio —pienso—, se me olvidó cerrar las persianas. Suena el teléfono, y Marcia, aún soñolienta, da un manotazo y me pregunta:
—¿Qué hora es?
Apaga la luz, y entonces me giro hacia ella. Dejo un beso en su hombro y murmuró:
—No sé.
Ella solo emite un sonido suave y se retuerce. Está acostada boca abajo, completamente desnuda, apenas cubierta por una sábana transparente. La tomo por las caderas y me acerco a ella. Tiene un sueño profundo, aunque no la culpo; anoche tomamos mucho vino.
Dejo de contemplarla y sumó la cabeza entre las sábanas, pero segundos después, los teléfonos comienzan a sonar.
—¡Tic tac tac! —grita Marcia, tapándose la cabeza con la almohada—. Calla, eso me explota la cabeza.
—Son nuestros teléfonos —le respondo—. Mejor contesta, es Yuri mejor conocido por el nombre por su nombre real Paul era un gran bailarín a mi parecer y según el Fabricio pero nunca logró destacar es nuestro jefe pero también un buen periodista en ese momento nos tenía demasiado alterados pues no nos permitía tener una relación por el hecho del escándalo y parece que está desesperado. Te ha dejado un montón de mensajes.
—¡Esa loca! —dijo, estirando la mano hacia el buró—. Pero yo no me quedaba atrás; al parecer, mantuve mi teléfono en silencio porque no logré escuchar las llamadas de Paul
—¿Qué pasó? —dije, bostezando.
—¿Dónde estás? —me preguntó Paul
—¿Qué quieres? —le respondí, tratando de no sonar desvelado.
—¡Fabricio! —gritó en mi oído—. ¡Estás con Marcia!
No negué en un balbuceo.
—¿Por qué me has vuelto a desobedecer? —preguntónombrecon tono de reproche.
—Espera, ¿no te has enterado?
—¿De qué? —preguntó Marcia, mientras recargaba el teléfono en su pecho.
—Yuri está gritándole a Dios y me está hablando de "la nota".
Rodé los ojos.
—Ahora que lo dices, espera... parece que ya volvió en sí. Dejá de repetir mi nombre
—me puedes explicar por qué Marcia tiene el teléfono
Abrí los ojos.
—¿Qué estás haciendo tú en...?
—¡Pon el teléfono en altavoz! —grito
Coloqué el teléfono, y entonces Yuri, con voz carrasposa, dijo:
—Les dijimos bien claro que tenían que estar alejados. Si se enteran, la polémica va a ser brutal.
Pero afortunadamente, él detuvo su sermón.
—Por favor, Yuri, ahora no es momento. ¿Qué pasa?
—Solicitó Marcia. —¿Cuál es la urgencia?
—¿Dónde han estado?
—Silvia murió hoy en la madrugada
—respondió Yuri.
—¿Qué? —exclamé.
—Y tú, Marcia, como las mejores periodistas de espectáculos deberías estar al tanto. Nos encontramos en el servicio funerario de Silvia de la Madrid, maestra y bailarina que murió a los cuarenta y nueve años a causa de un infarto.
Después del enorme regaño de Yuri por haber estado con Fabricio, un bailarín de 30 años que se había convertido en maestro de la academia de Silvia debido a una lesión en los ligamentos, me encontraba en el sepelio. Fabricio no podía participar más en las presentaciones, ya que si volvía a cargar a alguna mujer, sus caderas se irían al caño en ese preciso momento.
Era raro estar allí, sabiendo que él era amigo nuestro desde hace años. Sin embargo, Fabricio y yo no podíamos tener una relación ante los ojos de Yuri, quien decía que era algo prohibido e ilegal. La verdad es que no se podía saber; Yuri fungía como nuestro reportero de espectáculos, al igual que yo. Ambos hacíamos reportajes el uno para el otro: Fabricio con la cámara y yo en el micrófono.
Particularmente, los fines de semana, Fabricio daba clases en la escuela de Silvia; entre semana, se dedicaba a estar con nosotros, como camarógrafo y reportero. Era un bailarín y, sobre todo, un trabajador muy interesado en el tema. Pero, ¿cómo podría haber sabido de la muerte de su jefa? Claro, estaba encamado conmigo.
Sí, soy la culpable, me acuso. Él pasó la noche conmigo, tomamos demasiado y se dispuso a hacer reportajes para nosotros desde casa, dando pláticas, clases y cualquier cosa que se le pusiera. Se suponía que pasábamos tiempo en la academia, y ahora, debido a la ampliación, teníamos que soportar la casi mirada asesina de Paul , apellidado Yuri, al que todos conocíamos como Yuri. Era un excelente jefe, un gran periodista, y amaba el espectáculo, pero sobre todo, el baile, que era su sueño frustrado.
Fabricio, el maestro de fines de semana actualmente se dedicaba más al baile porque según él después de su lesión de ligamentos sus piernas no podrían cargar tanta fuerza además su cadera estaba lastimada así que se dedicaba a entrenar a jóvenes bailarines aunque tenía un contrato conmigo y sobre todo con Yuri . Solo me estaba acompañando a esta nota porque, según él, decidió vendernos la información. Era un experto en el tema y pasaba mucho tiempo con Silvia, quien, desde hacía mucho tiempo, era una mujer solitaria con mucho dinero.
Le decían "la fuerza de hierro" por algo será. Escaneaba con la mirada y decían que podía decidir tu destino en segundos. Si quería, arruinar tu carrera; si decía que no eras un buen bailarín, te expulsaba de cualquier academia y cerraba las puertas. La mayoría de las veces, decían que Silvia se negaba a bailar reggaetón, pop o cualquier otra cosa; lo clásico en el ballet. Un día, uno de sus periodistas se atrevió a preguntarle por qué no perreaba, a lo que ella respondió:
—Perder la clase está de moda últimamente.
Era como una Lolita Cortés viviente, pero con más diablura, más coraje, y decía que el baile de ese estilo era un poco vulgar.
Fabricio y yo llegamos a cubrir la nota; él debía estar en el evento. Sin embargo, las cosas se tornaron diferentes cuando el camarógrafo nunca llegó, y le solicité que lo hiciera por mí. Debía comenzar a grabar, así que me arreglé rápidamente. Mi cabello negro ondulado lo dejé caer sobre mi espalda. Usé el uniforme gris ritual que llevaba para salir al aire: falda gris, saco gris y blusa blanca. Todo un esquema de mujer periodista. A veces, me sentía en una oficina, pero no dije nada, solo continué.
Había algo bueno: ¿quién le heredaría todo esto si no tenía hijos y siempre se había negado a entablar una relación? Ni siquiera pareja tenía, porque según Silvia de la Madrid, los hombres eran un tremendo asco. Era lo menos deseable que una mujer podía tener. Ella decía que para vivir no se necesitaba de un hombre, que una mujer podía sobrevivir sola. Mi gran pregunta era: ¿acaso no pensaba en tener descendencia? ¿Nunca se le ocurrió tener un hijo? ¿A quién le iba a heredar esa enorme academia? Según Fabricio, ella planeaba abrir otra academia y luego otra en el extranjero, porque quería irse a descansar con cada uno de esos proyectos.
Como sea, ya íbamos tarde, pero para nuestra fortuna llegamos justo a tiempo para comenzar a narrar la situación y transmitirlo en televisión.
Entre los presentes se encontraba Adrián, un bailarín amigo y mano derecha de la difunta en su academia de baile "Mi Forma de Amarte", y quien se presume será el heredero de todo su patrimonio, incluyendo, por supuesto, la mencionada academia. Al no tener ni marido ni hijos, hoy es un día triste para el arte y el mundo del baile. Es lamentable: hoy muere una grande, dejando un gran vacío. Nadie volverá a tener esa sangre con talento corriendo por sus venas.
En el sepelio también se encontraban...
—¡Esperen! —interrumpió Marcia—. Algo pasa, está entrando un joven.
El chico llora y parece muy consternado; no parece un bailarín o estudiante de la academia. En estos momentos, el chico está abrazado, llorando ante el hombro de Adrián, quien parece ser su familiar. La señora estaba sola en el mundo.
—¡Esperen! Creo que puedo acercarme a entrevistarlos para así saber quién es el chico misterioso.
—Un momento, se están alejando —dije, mientras observaba—. Creo que van al encuentro con esa... ¡Oh! Miren, otra sorpresa: acaba de llegar una camioneta blindada.
El chico y Adrián abren la puerta, y una joven rubia baja. Abraza a Adrián y se acercan todos a la tumba, depositando el clásico puñado de tierra y flores. Mientras el cuerpo de Silvia es colocado ante los ojos expectantes de amigos, compañeros y colegas, entre los destacados se encuentran Mateo y Tania, una de las parejas de baile más conocidas a nivel mundial.
Recordemos que la gran Silvia se dedicaba específicamente a formar parejas que la representarán en cada género. En estos momentos, la tumba está siendo cerrada, colocando su nombre y la lápida sobre la misma.
Varios de los grandes se retiran, y el murmullo de la multitud se convierte en un lamento colectivo por la pérdida de una leyenda. Yo, Marcia y Paul nos miramos con preocupación; sabemos que el mundo del espectáculo no se detiene por el duelo. La presión de cubrir esta noticia recae sobre nuestros hombros.
—Tenemos que salir de aquí —dijo Marcia, todavía con la mirada fija en la tumba—. Hay mucho que investigar sobre este chico.
—¿Por qué? —pregunté, intrigado.
—Él podría ser la clave de todo esto. —Marcia siempre tenía una visión más allá de lo evidente.
Paul asintió, su mente ya trabajando en cómo podríamos obtener información.
—Vamos a seguirlos —dijo con determinación—. No podemos dejar que se nos escape esta historia.
Y así, con el peso de la tragedia aún fresco en el aire, nos adentramos en un nuevo capítulo de nuestras vidas, uno lleno de secretos y revelaciones inesperadas.
—¿Quién nos sigue? —preguntó Paulo lo más rápido que pudo.
—No lo sé, no lo sé —contestó Adrián.
—¿Una periodista? ¡Demonios! No dejan de huir como buitres ni siquiera en estos momentos.
—Adrián, ni siquiera en estos momentos nos dejan en paz.
—Entiende, tienen curiosidad. Jamás te han visto y me abrazaste como si fueras de la familia. Entiende una cosa, Paulo: tú no eres una figura pública. Tu abuela los mantenía ocultos, pero es algo que no podrás hacer por mucho tiempo. No te conocen, no saben quién eres. Quieren entender por qué estabas ahí. Quieren respuestas, y tú no te atreves a hablar.
—Entiendo su premura, entiendo su ansiedad. Son periodistas; viven de eso, de la vida social y del escarnio público —dijo la mujer que estaba a mi lado
—. Tal vez si tú no hubieras hecho una entrada tan impactante con la camioneta blindada, todo sería distinto. Pero esa camioneta llama mucho la atención, ¿no crees? Debes tener más cuidado ahora que somos familia
—Familia... No soy tu familia. No vuelvas a llamarme familia —dijo la rubia, molesta.
—Basta los dos. Estoy seguro de que en esa camioneta están la gran periodista Marcia y el soplón estúpido de Fabricio —dijo Adrián, furioso mientras manejaba con fuerza el volante.
—¿Quién? —preguntó Paulo.
Adrián lo miró con sus ojos negros, que reflejaban toda la furia del momento.
—Un maestro de la academia que daba información. Silvia no quiso correr porque decía que era mejor mantener al enemigo cerca. Y míralo ahora, en una camioneta, persiguiéndonos.
—No puede ser —dijo Paulo, mezclando sarcasmo y enojo—.
—¿Y ustedes dos pueden dejar de arruinarme la vida? Les prometí a su abuela en su lecho de muerte que los cuidaría, pero háganme el favor de no empeorar las cosas. Ustedes no entienden el peso que llevo. Yo era uno de los mejores bailarines de la academia. Silvia me confió todo, pero ahora está muerta, y tengo que manejar la academia, mantenerla a flote y protegerlos a ustedes.
—¿La academia está en ruinas? —preguntó Paulo, sorprendido.
—No en ruinas exactamente, pero las cosas no van bien. Silvia quería expandir las academias, pero su muerte lo complicó todo. Yo tenía que dejar de bailar para ayudarla. A los 32 años, ya no podía competir tanto como antes. Aunque mi carrera como bailarín estaba cerca del final, quería despedirme bien de los escenarios. Ahora todo eso quedó atrás.
—Esmeralda y yo dije tratando de ponerlos en contexto pero Ámbar me interrumpió y no me dejó terminar
—¿Esmeralda ?preguntó
—Sí, ella y yo éramos pareja en la pista. Representamos la academia en competencias. Silvia confiaba en mí y me dio el papel de director. Ahora espero que ustedes tomen las riendas. Paulo, ella creía que tenías talento, y si lo creyó, yo también.
—¡Pero ni siquiera me conocía! —dijo Paulo.
—¿Quién pagaba tus clases de tango en Barcelona? Ella sabía que estabas ahí. Incluso pidió a Carlos de la Torre que te entrenara. Silvia siempre creyó que tú serías quien llevaría la academia adelante.
Finalmente, el auto llegó a la casa. Adrián se estacionó y señaló la construcción.
—Esta es la casa de su abuela.
La casa de Silvia era sencilla, pero cargada de personalidad. Se trataba de una pequeña construcción de un solo piso, escondida en medio del bosque, como una caja de campaña disfrazada de hogar. El techo estaba cubierto con tejas de madera rojiza, ya desgastadas por la lluvia y el paso del tiempo, mientras que las paredes eran de un blanco envejecido, con ligeras manchas de musgo en los bordes, especialmente alrededor de las ventanas y la puerta principal.
El jardín frontal estaba rodeado de árboles altos y frondosos, cuyos troncos torcidos parecían formar un cerco natural. Entre ellos, se filtraban los últimos rayos del sol, proyectando sombras alargadas sobre el césped irregular. El suelo era de tablones gruesos que crujían bajo los pies, como si la madera quisiera contar historias olvidadas.
La puerta principal, de madera maciza y oscura, tenía una aldaba antigua en forma de flor, y a su alrededor colgaban pequeñas lámparas amarillentas, encendidas a mano cuando la noche comenzaba a envolver el lugar. Unos pocos escalones cubiertos de hojas secas llevaban hasta el porche, donde una banca solitaria invitaba a sentarse y escuchar el viento susurrando entre los árboles.
Por dentro, la casa era tan modesta como por fuera. Contaba con dos habitaciones pequeñas, cada una con una ventana que ofrecía vistas al bosque. Los muebles eran rústicos, hechos de madera y tela, como si cada objeto hubiera sido escogido por su simplicidad. El olor a madera impregnaba el aire, mezclándose con el aroma fresco de los pinos que rodeaban la propiedad. Era un refugio apartado de la ciudad, donde el tiempo parecía avanzar más lento, y las preocupaciones se quedaban atrapadas entre las ramas de los árboles que custodiaban la casa.
—Silvia decidió vivir aquí, lejos de la ciudad. Esta casa es su legado, al igual que la academia —dijo Adrián, mientras miraba a Paulo y Jade—. Ahora les toca a ustedes continuar con su obra.
Paulo y jade lo miraron en silencio, sintiendo por primera vez el peso del legado que Silvia había dejado sobre sus hombros.
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