14-. Indecisiones.
[Parte 14]
Se limitó a observarme y yo sólo continué sentado a su lado comiendo palomitas como si no hubiese comido en años.
— ¡Ya basta! — me quita la bolsa y me mira con el ceño fruncido.
— ¿Qué? — protesto con la boca llena — Tengo hambre , devuelvemela.
— Acabas de desayunar, y esto — agita la bolsa frente a mí —, esto no es comida. — Suspira y pone un dedo en su sien — ¿hace cuánto que no comes algo hecho en casa?
— Iba a comer el pollo a la plancha que hizo Nina, pero hubieron imprevistos y al final ya no había quedado nada cuando regresé.
— Dime tu platillo favorito — pone los ojos en blanco.
— Ves como si puede progresar la relación— arrugo la nariz.
— Sólo dímelo — niega con la cabeza y sonríe.
— Lasañ...— pone su mano en mi boca de inmediato haciéndome callar.
— No, y la lasaña no es una opción.
— Entonces no, no tengo un platillo favorito — dibujo un rictus amargo.
— Amas la comida nada saludable y te mantienes así — señala mi abdomen.
— ¿Así cómo? — sé a que se refiere pero quiero que ella lo diga.
— Pues así — rechina sus dientes por los nervios —, en forma.
— En forma — repito y relamo mis labios —, mejor comamos algo que a ti te guste. Y no, yo no soy una opción.
— Deja tu maldito ego Ian — pone los ojos en blanco — pero, ¿acaso esto es una manera de saber mis gustos gastronómicos?.
— Posiblemente — me afirmo al lavabo.
— Y si quieres saberlo para poder envenenarme, mejor dejaselo a mi futuro esposo, él es quien tendrá que soportarme.
— Si yo fuera el pobre Greg y supiera que me voy a casar contigo, no te envenenaría. Es una salida muy fácil.
— Si yo fuera tu esposa si envenenaría tu lasaña.
— Si yo fuera tu esposo, me la comería — relamo mis labios.
— Ya veremos, ¿ puedo? — sujeta la manija del frigorífico haciendo un ademán de abrirla.
— Adelante, aunque no creo que encuentres algo para preparar, buena suerte con eso.
Daia abrió el frigorífico y sólo sacó docenas de bolsas de palomitas y papas, su cara expresaba decepción pura y para terminar de decepcionarla encontró un limón seco con sal, de seguro de esos que usabamos cuando tomabamos tequila y que por alguna extraña razón no habíamos desechado.
— Genial, hoy moriremos de hambre — se recuesta a la pared dejando caer todo su peso hasta quedar sentada en el piso.
— No seas exagerada, tenemos suficientes palomitas como para alimentar a un ejército entero.
— ¿Crees que fue buena idea que me hayan traído aquí y no a casa de Jasper? — me observa.
— Fui el de la mala suerte — me siento a su lado — Jasper no vive alejado de la civilización, yo sí.
Pero entonces, hubo un extenso silencio en ese momento.
— ¿Crees que me vayan a asesinar? — juguetea con sus dedos.
— No es algo que yo pueda decidir — suelto sin importancia.
— Pero vale, si fueras tú quien debe asesinarme, es hipotético, claro. Pero...¿ lo harías? — me pregunta observándome fijamente.
— Realmente la pregunta es, ¿Por qué no lo haría?
— Claro — desvía su mirada de mí y chasquea la lengua.
— Pensé que no me tenías miedo — me levanto de su lado para encender el aire.
— No, no lo enciendas, así estamos bien. Odio el frío.
— Lo sé, por eso lo iba a encender — enarco una ceja.
— Me asusta que sepas tanto de mí — se pone de pie y sacude su pantalón de mezclilla.
— Al menos, sé más que tu novio, y eso que él te conoce de años. Yo no — le dedico una sonrisa ladina.
— Dime que tienes algo de beber por favor, o siento que moriré deshidratada — lleva una mano a su garganta exagerando.
— Asesinato no intencionado, lo tengo. Ni si quiera tendría que envenenarte — abro un anaquel que estaba posicionado arriba de la cocina y saco una caja de jugo de durazno.
— Al menos, tu abuela pensará que eres un asesino, y no que eres gay y precoz — sonríe ampliamente y pasa a mi lado golpeando mi hombro.
— Te odié en ese momento, mejor era decirle que te había secuestrado, a que me convirtieras en una burla para ellos — abro la caja de jugo y la sirvo en un vaso de cristal.
— ¿Masculinidad frágil? — muerde su labio inferior y se impulsa para subir en el lavabo y sentarse.
— No, sólo no me gustan las mentiras — me acerco a ella para ofrecerle el vaso de jugo de durazno.
— Odio el jugo de durazno — rechaza el vaso.
— Ahora entiendo a tu novio, tampoco es tan fácil comprenderte, ¿no? — asiento con la cabeza mordiendo mi labio para disimular mi disgusto — Y bien, dime. ¿ Qué jugo prefieres?
— Naranja.
Me dirigí a el anaquel a sacar una caja de jugo de naranja y llenar otro vaso para ofrecerle.
— Tengo varias cajas de jugo de uva, mora, kiwi, jamaica, fresa, piña, manzana — comento mientras me aproximo a ella con el vaso de jugo de naranja.
— O creo que mejor manzana.
No pude disimular mi disgusto y con fuerza dejé el vaso de jugo de naranja a un lado para ir a buscar extracto de manzana y servirle.
— ¿No tienes de uva? — me observa avergonzada.
— Sí, acabo de decírtelo — suspiro.
— Es que no me decido por uno, son tantos sabores — se baja del lavabo y se acerca a mí.
— Al menos aprendí algo nuevo de ti — hago una seña con mi mano para que por ella misma se acerque al anaquel y elija el sabor que quiere —, eres indecisa.
— ¿Y tú? — se acerca a buscar una caja de jugo — ¿cuál es tu favorito?
— Las gaseosas, cualquier sabor, los jugos son de Jasper.
De inmediato ella se aproxima a un anaquel pero se ponía de puntitas para poder alcanzarlo, y al halar una de las cajas me di cuenta como 3 más estaban por caer encima de ella, así que me puse detrás de ella para alcanzar la caja que ella quería y dársela, evidentemente en ese preciso momento ella sintió mi respiración en su cabello, y se dio vuelta para que nuestras miradas se volvieran a encontrar.
— ¿Me lo das?, es mi jugo — explica nerviosa sin dejar de verme.
— Tus ojos... Siento que los he visto antes — bajo el brazo y lentamente le doy su caja de jugo.
— Tengo un rostro común — comenta.
— Más que común, es conocido — salgo del trance en que me tienen sus ojos y relamo mis labios para por fin, conseguir alejarme de ella.
— ¿manzana o uva ? — levanta dos cajas de jugo hacia mí.
— Uva.
— Genial, tomaré manzana — llena un vaso y lo lleva a sus labios para poder empezar a beber de él.
— ¿Para qué me preguntas entonces?, si acabarás haciendo lo que te plazca — pongo los ojos en blanco.
— Porque siempre vas a elegir lo peor para mí — se continúa sirviendo jugo —. Y, ¿no te asusta cuánto dinero gasten en ropa?, te ves bastante despreocupado.
— El dinero es totalmente. recuperable, hasta he llegado a pensar que es infinito, nunca se acaba — bromeo.
— Yo también quisiera tener ese tipo de pensamientos — relame sus labios haciendome una señal de, "salud" con el pequeño vaso de cristal.
— Alardeabas tanto de una herencia que llegué a pensar que eras millonaria.
— Ustedes pospusieron y me negaron mi futuro de magnate — da un sorbo a su bebida y suspira profundamente.
— Si no eres egoísta, al menos tu hermano recibirá su parte.
— No es así, mi papá era muy sofisticado para estas cosas y ...
— Y, tu madre no puede recibir el dinero por ustedes — pregunto curioso.
— Mi mamá murió poco después de darme a luz — responde cabizbaja.
— Lo siento, yo... No lo sabía.
— No te preocupes — sonríe por un momento —. Y tu madre, ¿que hay de ella?, vendrá a por nuestra relación falsa a felicitarnos — sonríe ampliamente.
— No, — niego y le dedico una sonrisa apagada—, murió cuando tenía cinco años, algunos dicen que se suicidó, pero hablar de ella quedó terminantemente prohibido.
— ¿Por qué?, ¿Tú la viste?
— La vi por la mañana, fue la ultima vez, recuerdo que lucía muy inquieta ese día, pero furiosa a la vez. El autobús pasó por nosotros para ir a la escuela, pero al volver a casa, la abuela nos sacó de esta misma y dijo que mamá había muerto, no hubo un funeral y mucho menos un adiós de su parte, simplemente no la volví a ver.
— Lo lamento mucho.
Se acerca a mí en un ademán de dar un apretón en mi hombro, pero no respondo, ella se disponía a marcharse, pero en ese instante tocaron la puerta.
— ¿Tan rápido llegaron? — observo mi muñeca con el reloj de mano.
Daia me observa y va hacia la puerta, al abrirla Daia nota la figura de un hombre con bata blanca, quien estira la mano y le ofrece una jaula con una pequeña bola de pelos color blanco y negro.
— Senegoid, eres tú. No pensé que regresarías tan rápido de Europa — salgo detrás de Daia.
— ¿Lo conoces? — lo observa.
— Es un viejo amigo, pasa. Adelante. Siéntete como en tu casa — nos saludamos estrechando nuestras manos.
— ¿Y yo que hago con esto? — Daia señala la jaula que tiene en su mano.
— Sácala de allí.
Daia intenta abrir la jaula, pero la pequeña gatita que estaba dentro mordió su dedo haciendo que sangre.
— Auch, eso dolió — esconde su dedo detrás de ella — Senegoid te llamas, ¿ verdad?, ¿puedes desinfectar mi herida? — pide acercándose a él.
— Soy psicólogo, no doctor.
— Pensé que eras veterinario y tenías algo en tu maleta para desinfectar — señala a la pequeña gatita que corre por toda la casa.
— Oh no, la veterinaria es mi hermana, sólo que está ocupada y nadie da con la dirección de este sitio, así que pidió la traiga, y aprovechando que volví quería pasar a saludar a un viejo amigo, y, ¿ tú eres la novia de Ian, ¿no?
— Sí — respondo mientras le servía un trago, pero me detuve de inmediato — cierto, ¿agua verdad?
— Me conoces amigo — sujeta el vaso de agua —. Nunca pensé que estarías en serio con una chica y mírate — da un sorbo de agua asintiendo con la cabeza.
— No eres el primero que lo menciona — Daia cierra la jaula devolviéndosela.
— ¿Estás seguro que esta chica es de fiar? — susurra a mi lado.
— Te puedo oír, estoy a tu lado.
— ¿ Quieres dibujarme un árbol ? — le ofrece una hoja con un bolígrafo —, es psicología básica.
— ¿No te tienes que ir ya? — Daia lo fulmina con la mirada.
— Si, de hecho tengo una cita esta noche con mi novia— toma su mochila y la jaula.
— Lo lamento amigo, ella es mal educada a veces, no tienes porque irte. Pero ya sabes... — trato de decir algo que sólo él y yo entendemos.
— No te preocupes igual ya tenía que irme, sólo venia a entregarte a esa fiera, y no, no me refiero a tu novia, sino a tu gata. Y lo sé. Ninguna palabra de esto a nadie — estrechamos nuestras manos y nos damos un mutuo golpe de hombros.
— Dale mis saludos a Lila— abro la puerta.
— ¿Quién es Lila? — Daia enarca una ceja.
— Reconsidera lo que dije hace un momento, sobre que dibuje un árbol amigo, pero respondiendote para evitar que seas mi paciente, Lila es mi novia, no celes a este hombre — sonríe él ampliamente.
Luego de que Daia le echara mil miradas asesinas, Diógenes finalmente se marchó de casa con una enorme sonrisa, algo muy característico en él.
— Muy simpático tu amigo — pone los ojos en blanco.
— Yo le llamaría sincero, más bien, y eso es algo que a ti — la observo —, no te gusta.
— Y a ti, por lo visto, tampoco.
— ¿ De qué hablas?
— A él no tenías porqué decirle que soy tu novia — expresa enfurruñada.
— No te preocupes, a él no lo volveremos a ver, se aparece por aquí cada diez años.
— No es un riesgo potencial, desprende lealtad a kilómetros.
— Y entonces, ¿ cuál es el problema?
— Olvidalo — suspira — No sabía que tenías una gatita. ¿cómo se llama? — se acerca a ella pero sigue intentado arañarla.
— Se llama Cleo, y no es nada amistosa — advierto.
— Igual que su dueño, ya veo.
Ella y yo nos observamos por un rato, no dijo nada, y yo tampoco, así que se fue a sentar a uno de los muebles y tomó un libro de la estantería del costado. Es increíble como de una charla de hace un rato pasamos a ser completos desconocidos nuevamente,
y no es como si nos conociéramos de toda la vida, pero así se sentía.
Las horas transcurrían y continuabamos distanciados, ella seguía sentada con su mirada puesta en el libro, y yo con mi mirada puesta en ella.
No era asedio, pero la observé tanto tiempo, como para saber que tenía un lunar en su mentón, la observé tanto tiempo, hasta darme cuenta que tiene dos mechones rebeldes que siempre están en su cara, la observé tanto tiempo, hasta notar que arruga la nariz si algo le disgusta, la observé tanto tiempo, hasta notar que cada que termina una página del libro relame sus labios, la observé durante tanto tiempo, que no noté que ella me miraba a mí también.
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