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Capítulo 3

- Oye, no te metas ahí; podría ser peligroso. –el chico con el ejemplar de “los miserables” en la mano me ignoró olímpicamente y se adentró en las alcantarillas.

Fruncí los labios y el ceño.

<Antipático> –pensé; pero lo seguí.

- Sabes, tenemos suerte de que estas sean alcantarillas pluviales y no unas sanitarias, de lo contrario, estaríamos en una situación bastante olorosa. –bromeé.

Ignorada una vez más.

Lo escudriño enfurruñada mientras sostengo con firmeza mi bolsito de la sirenita y levanto con las botas de hule el agua que llega hasta mis tobillos.
Es la primera vez que me topo con un niño de nueve años tan poco comunicativo. Ya le decía yo a mamá esta mañana que él era extraño, pero ella insistió hasta el cansancio en que le hiciera compañía.

<Vayan un rato a saltar en los charcos>. –decía.
<Será divertido>. –decía.

Chasqueé la lengua pateando una piedrecita que vi a través del agua.

Ni lo uno ni lo otro. Nada más hice acercarme abrió ese libro de “los miserables” que no suelta, y se sentó en la acera.

Como si yo no existiera.

Pensé que era tímido y que ese era su mecanismo de defensa, así que decidí sentarme en silencio junto a él, pero unos quince minutos después cerró fuertemente el libro haciendo que me sobresaltara, y me miró fijamente mientras presionaba sus labios.

<No se lo voy a contar a nadie jamás, pero esos trece segundos en que me miró directamente a los ojos, aguanté la respiración>.

Luego comenzó a caminar calle abajo sin decir palabra… Y aquí estamos.

Tropiezo con un peñasco por estar hurgando en los acontecimientos de la última media hora.
Casi se me descalza una bota y por consecuencia, me entra agua en ella.

Siento un escozor en los ojos. <Vaya Jill, por estar rebobinando tanto>.

Miro inquieta aquí y allá buscando el lugar menos mohoso para apoyarme y sacar el agua de la bota.

Al final, decido orillarme a mi izquierda evitando mirar la pared en la que apoyo la mano.
Me acordé de mi nueva mejor amiga, Camille; dice muy a menudo que le doy demasiadas vueltas a todo. Tal vez ella tenga razón, pero yo, como ahora, también tengo mis buenos motivos para ello.

- ¡Oye! –veo al chico alejarse dejándome atrás- ¡Espérame! –digo terminando de calzarme la bota y comenzando a correr.

Entonces, al llegar junto a él, el conducto se hace mucho más oscuro y se escuchan truenos desde afuera. Al momento se me pone la piel chinita y por instinto, agarro su mano libre.

- No me agradan mucho los truenos. –digo bien bajito. En respuesta él solo me da una mirada curiosa y expectante.

Aprieta mi mano y tira de ella para que sigamos caminando.                                                                                                           


- Yo… –comencé a decir dubitativa.
- Tú ¿Qué? Jillian –cuestiona molesta mi madre.

Los ojos al otro lado de la habitación siguen enfocándome con atención.

Sacudo la cabeza saliendo del ensimismamiento.

- Estoy en lo de Camille.

Silencio.

- Ponla al teléfono entonces.
- Está en el baño.
- Jillian… no juegues con fuego –la interrumpí.
- Vale, está bien. Camille está en su casa haciendo Dios sabe qué. Yo estoy en el 24 hrs. Comprando helado. Y cheetos. Dos maltas. Un paquete de chupa chups y antes de salir, ordené una pizza.

Silencio otra vez.

- ¿Cómo es eso? No recuerdo haberte dado dinero como para costearte toda esa comida.
- Sí, bueno… –comienzo a decir mientras tamborileo con los dedos en mi pierna izquierda- la verdad es que de la mesada solo me quedaba para los cheetos y tal vez una soda, pero Cam me ha prestado dinero.
- No me gusta que andes molestando a los Legrad por esas boberías Jill, me hubieras pedido el dinero y ya está.

Incluso en esta oscuridad, segura estoy de que se me nota el brillito en los ojos.

Por su tono, ¡todo indica que me ha creído!

Vic-toria.

- Mamá, ya no son “los Legrad”, ahora solo Camille es Legrad. Además, sabes bien que eso no cuenta como molestar, no con ellas.

Escucho a mi madre exhalar en señal de rendición desde el auricular y aprieto los ojos sin creérmelo aún.

Supongo que mi vida se extiende por unas horas más…

- Bien Jillian, de ser así he de suponer que todo está bien. –me apresuro a responder con un: <sí, claro> mientras asiento inconscientemente con la cabeza.

- Entonces te dejo para que termines rápido con esa compra de locos. Cenes, y te vayas a dormir lo más pronto posible.
- Vale mamá.
- Y nada de: me voy a quedar en lo de Camille un día más. Te quiero de vuelta mañana a las 12:00 p.m a más tardar.
- Sí, mamá. A la orden.
- Chiquilla malcriada. –la oigo balbucear divertida al otro lado de la línea- Más te vale que esta vez sí cumplas con el horario.
- Que sí mamá. Esta vez sí lo cumplo.
- Bien. Te comportas. Y me saludas a Nancy. Te quiero tantísimo. –su vetita italiana haciéndose notar.
- Yo también ma. Beso. Ya saludo a Nancy por ti.

Cuelgo con la expresión más dramática que posiblemente se haya visto nunca y recargo la cabeza en la puerta.

Creo que jamás había tenido tanta prisa por colgar una llamada.
Ni siquiera aquella vez; cuando Greg Corlleonni consiguió mi número y me habló durante diez minutos sobre lo geniales que eran la naturaleza muerta y los documentales sobre la reproducción de las babosas marinas.

Teníamos diez, y todavía me daba pena simplemente colgarle a la gente o fingir que asistiría al parto de mi mejor amiga.

Si Camille supiera que tiene dos niñas sietemecinas y unos trillizos monísimos…

- “Una hermosa mentira es simplemente aquella que se sostiene por si sola. Si se carece de imaginación hasta el extremo de tener que presentarse pruebas en apoyo a una mentira, más vale que se diga la verdad sin tardanza.” –me sobresalté al instante.

Había casi olvidado que en la habitación durante todo este tiempo, había tenido a un chico observando cómo le mentía a mi madre.

En serio debería comenzar a preocuparme por esos niveles de abstracción que alcanzo de golpe.

Me recosté más a la puerta sintiendo la vergüenza y la sorpresa entremezclarse.

- Yo… –balbuceé dubitativa, como ya es habitual, sin saber muy bien que decir.
Esas cosas no se hacen. No se juzga a una chica citando a Oscar Wilde.

Contuve la respiración por trece segundos enteros y me di tres opciones:

1. Fingir demencia y salir corriendo.
2. Aparentar indiferencia y rebatirle esa cita con otra genial cita literaria.
3. wawawiwa.

Obviamente elegí la opción tres.

Y sí. Sigo orgullosa de mi misma.
Viene por defecto. Es casi como la opción predeterminada del sistema por excelencia.

- Esto… –comienzo a decir tratando de arreglar mis incoherencias luego de la exquisita demostración de cómo puedo hablar con mi madre por teléfono, pero cómo no puedo coordinarme para responderle a desconocidos metiches, cuando, como si la situación no fuese ya lo suficientemente bochornosa; la puerta se abre y caigo de puras bruces al suelo.

Claro.
Una vez más estoy yo en el asunto.
Una vez más la suerte salta de la lancha.

¿Por qué la puerta simplemente no podía abrirse hacia adentro?

- Ups. –escucho a mis espaldas- ¿Estas bien? ¿O te has roto algo? –la última pregunta fue claramente una burla cargada de fingida preocupación.

Exhalo silenciosamente mientras pienso en cosas felices y me pongo de pie.
Evito cualquier contacto visual con el chico frente a mí a unos pocos metros.

Giro en dirección a la puerta con toda la calma del mundo para encarar a la persona al otro lado de ella.

- Tiene que ser una broma. –digo más para mí misma que nada, con un ligero movimiento de labios.

- ¿Qué? –pregunta divertida la chica.

Cuento internamente mientras estoy segura, hago la sonrisa más falsa que el mundo haya visto y me apresuro a corregir lo que previamente he dicho.

- Que no ha sido nada. Estoy bien. Gracias. –recalco la última palabra mirando directamente a sus afilados ojos.

Si no hubiese sido porque no creo en superpoderes, juraría que vio a través de la madera y decidió abrir la puerta a propósito, para desquitarse el hecho de que yo haya aporreado la del baño, hace unos minutos.

- Que bueno. –dijo con una amplia sonrisa. 
Veo que desvía la mirada y la enfoca más allá de mi hombro.

También hecho un vistazo hacia atrás girando medio cuerpo.

- Te estaba buscando –dice la chica con un claro tono de ¿emoción, felicidad?

Vuelvo a enfocarla con una ligera mueca en la cara. Se ve de aquí a China que bebe los vientos por él.

- ¿Ah, sí? –escucho decir al chico en un tono tan gélido y desinteresado, que hasta acá me llega el frío y se me escapa un pequeño estornudo.

La chica asiática siguió en su embelesamiento.

- Támis, no te he visto en la fiesta en todo este rato. –giro los ojos hastiada. Bueno, tal vez es porque no quiere ver tu ca… Espera- Terrence te estaba buscando. –¿ella dijo Támis?- Y yo también. –concluyó de una manera terriblemente sugerente.

Incrédula volteé la cabeza lentamente hacia el aludido.

Como para facilitarme las cosas, salió de esa penumbra en la que estaba sumido y, efectivamente, era Támis.

Pestañeé un par de veces intentando por todos los medios no optar por la opción cuatro: abrir un hoyo en el suelo y fingir ser un avestruz.
Es nueva, pero muy válida.

- No puede ser. -volví a pensar en voz alta.

<Trágame tierra y escúpeme en la Atlántida. No quiero que ninguna persona de la superficie terrestre vuelva a verme jamás>.

< Es más; ni me escupas. No vale la pena>.

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Hola chicos! Hola chicas! Y  hola animalitos del bosque!

Prometí que actualizaría y lo hice >w< .
Los chicos de 'Mañana ya sabremos' casi que ni se lo creen jaja.
Jill debe estar llorando de la emoción.
O soltándome improperios por demorarme taaanto. Jeje.

Pero bueno, cumplí y eso es lo que importa.
*Esperemos que siga así.

¿Quién creen que es el pequeñito intelectual? Los leo.

Besos con sabor a melón 🍉.

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