v e i n t i s e i s
Los abrazos de Daichi eran tan cálidos que podría quedarme perfectamente horas con mis brazos rodeando su espalda, la barbilla hundida en su hombro y su mano acariciando mi pelo. Era como descansar después de una larga caminata, como llegar a casa después de estar meses durmiendo en una cama ajena... Fui capaz de dejar la mente en blanco. No recordé el llanto desconsolado, ni la discusión anterior, ni mi asqueroso trabajo, nada. Dejé de hacer conjeturas y, como decían en el Renacimiento, viví el momento. Inspiré profundamente. El perfume de Daichi, amaderado pero sutil, era de esos que desearías tener para recordarle cuando estaba lejos.
Con suavidad, cuando sentí que ya había perdido la noción del tiempo, me separé de Daichi. Él observó mi rostro con atención, con cuidado, y algo reticente, dejó que sus brazos regresaran a sus costados. De repente, me invadió la vergüenza. Estaba segura de que me había sonrojado casi más que Takeru cuando me despedí de él, o más que aquel día en el que me caí en un charco en mitad de Shibuya. Tapé mis mejillas un segundo, fingí que me secaba algunas lágrimas y retrocedí un par de pasos, aumentando la distancia entre nosotros.
—Estoy mucho mejor. — dije, con una mueca que se convirtió en sonrisa y adelantándome a Daichi, que seguramente iba a preguntarme si estaba bien.
—¿Segura?
Hombre, la verdad es que unos cinco minutos más de abrazo o, puestos a pedir, hacerme un ovillo en el regazo de Daichi mientras sus brazos rodeaban mi espalda no me venían del todo mal, pero asentí de todas formas. Eché un vistazo a la pantalla de mi teléfono móvil; era una táctica que nunca fallaba cuando sentías que el ambiente era algo incómodo.
—Mi abuela me estará esperando, así que mejor me voy yendo.
—Te acompaño. — sentenció, visiblemente preocupado por mí. Esperó a que yo iniciara la ruta hacia la casa de mi abuela, que solo estaba un par de calles por delante. Caminó a mi lado, siguiendo mi ritmo lento, me miró de reojo y suspiró. — No debería haberte dicho lo de antes. Lo siento. — soltó una risilla algo tímida, agachó la cabeza y se frotó la nuca. — No había pensado en lo mucho que debe estar costándote todo esto.
Daichi era una de las personas más maduras que conocía, y si había algo que lo demostraba era su capacidad para rectificar. Más bien tarde que pronto, pero siempre lo hacía. —Disculpas aceptadas, supongo. — dije.
—¿Vas a quedarte mucho tiempo por aquí? — me preguntó, de repente, utilizando un tono para nada frío. No supe si era mera curiosidad o si realmente le importaba saberlo; pude ver cierto brillo en sus ojos, como si estuviera imaginando toda una película en cuestión de segundos.
—Hasta el domingo. — respondí, evitando su mirada. — ¿Por qué lo dices?
Tardó un par de segundos en contestar. —Por hacerte compañía, pero seguro que prefieres estar sola después de... — hizo una pausa, pensando qué palabras utilizar para no volver a meter la pata. — decirte eso. — añadió, dubitativo.
Sabía que se sentía mal porque creía que me había hecho llorar, cuando en realidad la única que tenía la culpa era yo. Siempre había sido todo lágrimas y, por mucho que lo evitara, lloraba ante cualquier situación o persona que me levantara un poco la voz. Incluso en los partidos de vóley, cuando algún jugador se acercaba a uno de los árbitros para protestar por alguna falta o balón que había quedado en tierra de nadie, se me anudaba la garganta y el estómago se me cerraba de golpe. Así que, dijera lo que me dijera Daichi, yo iba a llorar de todas formas. Me paré en seco.
—Perdóname. — le pedí. Daichi frunció el ceño, confuso, y volvió a hacer ademán de colocar su mano sobre mi cabeza, pero quizá su parte más racional se lo impidió. Se quedó a medio camino.
—¿Por qué? ¿De verdad estás bien?
—No quería llorar enfrente de ti. —me sinceré. — Sé que te sientes culpable... No era mi plan hacerte sentir así, ni que te compadecieras, yo sólo-
Daichi colocó sus manos sobre mis hombros, con firmeza, y me interrumpió esbozando una sonrisa amable. —Hiroko. — escuchar mi nombre salir de su boca hizo que me enderezara. — No te preocupes. Y, más que compadecerte, te entiendo.
Yo enarqué una ceja. —¿En qué sentido? ¿En el físico, en el mental o en los dos?
Comencé a caminar de nuevo porque si seguía mirando a Daichi iba a tener que abrazarle otra vez entre sollozos. Él me alcanzó con una única zancada, y se colocó a mi derecha.
—Nunca llegaré a sentir lo que sientes, — dijo, tranquilo — pero entiendo que esto es complicado para ti. Antes no lo había tenido en cuenta; no tendría que haberme enfadado contigo. —Cruzó una mirada conmigo. Yo clavé la vista en el horizonte cuando sus ojos oscuros se posaron en los míos. — ¿Qué tal has estado estos días?
Como llevaba casi semanas sin dignarse a contestar mis mensajes y mis llamadas, Daichi no había hecho su pregunta reglamentaria. Desde que supo que estaba embarazada, siempre se aseguraba de que yo estaba bien. Pensé que dejaría de preocuparse tanto por mi estado de salud cuando le dijera que no era el único posible padre, porque, según mi lógica, lo más natural era no involucrarte con algo que no te incumbía tanto como pensabas, pero me equivoqué. Después de su brutal y silencioso enfado, Daichi volvió a interesarse por cómo estaba. Sentía que habían pasado años en lugar de días, y que me preguntara de nuevo me pilló por sorpresa y con la mente en blanco. Y yo me limité a encogerme de hombros.
—Bueno, creo que los cambios hormonales me van a volver loca. — reí, un poco avergonzada. Hablar sobre un embarazo con Daichi era una de las sensaciones más extrañas que había experimentado a lo largo de mi corta vida. — El otro día me enfadé porque no pude abrir un bote de mermelada. — y realmente echaba de menos alguien que lo hiciera por mí, quise añadir.
Daichi también soltó una risilla. Se notaba que estaba bastante más relajado, sin rastros de su cabreo infernal, y con intención de aligerar un poco el ambiente. Era uno de sus dones más naturales. —Supongo que eso no es lo peor, pero me alegra saber que ha sido uno de tus puntos más bajos.
—Lo peor... — suspiré, y me planteé cerrar el pico. No lo hice. — Lo peor es que soy incapaz de vivir en el presente. No dejo de pensar en qué será del bebé.
Ni siquiera pensaba en mi salud; mi forma de pensar había dado un giro de ciento ochenta grados y, de la noche a la mañana, desde que decidí seguir adelante con el embarazo, era incapaz de dejar de preguntarme si el feto estaría bien. ¿Y si sufría algún daño porque yo comía demasiados pepinillos? ¿Y si me daba algún golpe, o me caía desde una altura considerable? ¿Y si no dormía las horas suficientes? ¿Y si perdía mi trabajo o no conseguía las ayudas a la maternidad? ¿Y si en el parto había complicaciones? ¿Y si perdía demasiado líquido amniótico...?
—Es fácil decirlo, pero puedes estar tranquila. — la voz de Daichi sonó firme pero amable. — Todo irá bien si te cuidas.
—En las clases de maternidad ya me han dicho que no debo subir ni bajar de peso, y tampoco debo beber mucho té, ni estar alrededor de fumadores... — resoplé. — Y dicen que tampoco debo estresarme mucho. Lo que no me han explicado es cómo mantener el estrés a raya si lo que te pone nerviosa es el hecho de tener un bebé. — escupí, de carrerilla.
—¿Clases? — Daichi me miró con la cabeza inclinada hacia un lado, confuso.
Yo asentí.—Cada quince días tengo clases para aprender a ser madre. — solté una carcajada al darme cuenta de lo raro y estúpido que sonaba. —También tendré que apuntarme a gimnasia pre-parto, inscribirme en el programa de madres primerizas... — continué enumerando todo lo que me habían soltado durante las dos horas de la primera clase de educación maternal, sin pausa.
El policía pestañeó varias veces, mareado por tanta información repentina, y se paró un par de pasos por detrás. Levantó las manos a la altura de su pecho, pidiéndome que dejara de hablar tan deprisa. —Hiroko, ¿e-estás segura de que estás bien en Tokio?
Asentí de nuevo. —Sí.
—¿Cómo puedes...? — Daichi inhaló profundamente por la boca. Seguía confuso. — Tienes que hacer muchísimas cosas a la vez. ¿No necesitas ay-
Alcé mi dedo índice, mandándole callar. —Estoy estupendamente. — mentí.
Aunque Daichi no era de los que insistían hasta hartarse, enarcó las cejas, algo más serio, y volvió a preguntarme: —¿No necesitas a nadie en Tokio? ¿Vas a ir sola a las revisiones?
Chasqueé la lengua. —De momento estoy bien, sólo lloro de vez en cuando. ¡Pero puedo seguir haciendo la compra, subir y bajar escaleras...! ¡Apenas estoy de un mes! — exclamé. Apreté los labios cuando me di cuenta de que podía haberme oído todo el vecindario, que siempre había sido tranquilo y silencioso.
Daichi, de repente, recordó algo. —Bueno, si alguno de los otros padres está en Tokio, podrá echarte una mano.
—Noto algo de rencor. — bufé. Daichi enseguida agitó la cabeza y las manos, como diciendo ''no, no es verdad'', cuando sabía de sobra que había hablado con algo de recelo. No le di mucha más importancia. Me giré y retomé el camino, doblando la esquina de la calle donde vivía mi abuela. Daichi me siguió. — Te estoy diciendo que de momento estoy bien. — reiteré. — No hay cambios en mi cuerpo que me impidan salir del futón. No necesito ayuda.
—Si haces esto porque no quieres que siga preocupándome por ti- — se calló de golpe, seguramente porque iba a repetir las palabras que desataron mi llanto. ''Lo estás poniendo difícil'', quiso decir, quizá. Suspiró, con fuerza. — Hiroko, da igual las veces que me digas que estás bien; sé que no lo estás. ¡No en el mal sentido! Quiero decir, que- Bueno, ya sabes, que es una situación rara y nueva, y no deberías estar sola.
Sonreí. A veces se le daba de pena explicarse. —Estoy más que acostumbrada a estarlo y no, no quiero que te preocupes por mí. Tú tienes tu vida aquí, tus amigos-
—No puedes hablar como si ya no formaras parte de ella. — soltó, de repente, haciendo que yo me girara para mirarle con sorpresa.
Abrí la boca para hablar, pero no supe que decir. Señalé con timidez el edificio donde vivía mi abuela, lleno de flores. —C-creo que ya puedo... llegar sola.
—Oye, — volvió a llamar mi atención, impidiendo que moviera, pero mi cuerpo ya estaba más que listo para la huida. Seguí caminando hasta la pequeña verja metálica que separaba el asfalto de la carretera del pequeño jardín anterior de la casa familiar de los Sasaki. — ¿es verdad que Mei te acompañó?
Tragué saliva al ver que Daichi se acercaba a mí. No parecía estar enfadado, ni tenso; simplemente quería saberlo, puede que por curiosidad. Abrí despacio la verja de la casa de mi abuela, pero él me pisó los talones. Casi literalmente. Daichi terminó tan cerca de mí que, si estiraba el brazo, probablemente golpearía su pecho.
—No. — musité, sintiéndome algo intimidada. — Estaba nerviosa y, como sabía que la noticia no te iba a sentar del todo bien-
—Al menos no fuiste sola. — dijo, con cierto alivio.
Yo asentí con una sonrisa amarga. —Ya, pero fue un poco... caótico.
Agaché la cabeza y me di cuenta de dos cosa: una, mis zapatos se habían manchado de verdín; y dos, la mano de Daichi estaba intentando alcanzar la mía, despacio, con algo de timidez. Antes de que él lo hiciera, yo tomé su mano entre las mías. Daichi siempre tenía las manos calientes y, aunque yo siempre las tenía heladas, nunca se quejaba.
—¿Estás...?
—No voy a llorar otra vez, tranquilo. — me reí. — Estaba pensando que me hubiera gustado tenerte allí.
Daichi hizo una mueca algo triste y colocó la mano que aún tenía libre en mi barbilla. Fue uno de esos momentos en los que pensaba ''ay, mierda, va a besarme'', pero no lo hizo. Simplemente me miró, serio, y yo me perdí en su mirada hasta que dejé de saber qué día era.
—Te dije que te acompañaría a la siguiente prueba. — me recordó. Pensaba que el enfado le habría hecho olvidarse de sus palabras. — Si quieres, claro.
Asentí despacio. —Sí. — aunque el resto de posibles padres también querrán, seguro. Oikawa estaba demasiado involucrado con el tema y a Kuroo le parecía divertidísimo el asunto, así que en lugar de dos padres en la sala de ecografías, serían tres.
Su mano pasó a sujetar mi mejilla y, con su pulgar, Daichi acarició la piel de mi rostro al ver que mis ojos volvían a acumular lágrimas. Estuve a punto de inclinarme hacia él para besar, por lo menos, la comisura de sus labios; así sentiría que volvía a ser verano, que todo estaba bien y que aún no había aparecido un amigo aguafiestas y una admiradora secreta que rozaba los límites patológicos de la locura. Sabía que un simple beso podría pifiarlo todo, hacer que el ambiente fuera aún más incómodo...pero, ¿qué era la vida sin riesgo?
—¡Anda...! — una voz algo chillona y familiar hizo que me alejara de Daichi y me golpeara con la valla de metal. —¿Qué hacen estos dos chicos guapos aquí...?
Rápidamente, dejé de agarrar la cálida mano del ex-capitán y correteé para ayudar a mi abuela, que sonreía de oreja a oreja a pesar de estar cargando con unas pesadas bolsas llenas de verduras.
—Ay, abuela, siempre te digo que me llames si tienes que hacer la compra... — resoplé, tomando un par de las bolsas de plástico verde. Gruñí en cuanto el asa de las bolsas estuvo entre mis dedos. — Joder, ¡cómo pesa!
Daichi no tardó mucho en quitarme las dos bolsas y en ayudar a mi abuela con el resto de la carga. Caminó con ella hacia la casa mientras yo me quedaba mirando como una tonta.
Era guapo, atento, educado, un buen líder y sí, tenía un buen culo. A veces pensaba en que lo más lógico era odiar a Daichi Sawamura.
Reaccioné después de estar embobada un par de instantes. Daichi hablaba con mi abuela, pero yo estaba lejos, así que no pude saber sobre qué iba su aparentemente animada conversación. Caminé hacia ellos, dejando la verja del jardín abierta, subí los dos escalones de piedra que conducían al pequeño porche de la casa y me coloqué al lado de mi abuela, frente al policía.
Mi abuela me miró a través del grueso cristal de sus gafas, que hacían que sus ojos parecieran dos o incluso tres veces más grandes de lo normal. —¿Por qué no le invitas a cenar? Tenemos sopa y col de sobra.
—Ah, no se preocupe. — cómo no, Daichi supo cortar por lo sano. Fue capaz de bajar los escalones sin darnos la espalda a ninguna de las dos. Con una sonrisa, hizo una reverencia. —Mis hermanos estarán esperándome en casa. Gracias de todas formas.
Yo alcé la mano para despedirme y, en silencio, pero notando la mirada pícara de mi abuela, vi cómo se marchaba calle abajo.
—Querías besarle, ¿eh? — mi abuela me dio un codazo suave.
—Si no hubieras llegado así, a lo mejor lo hubiera hecho... — murmuré, cogiendo las bolsas que Daichi había dejado en el pasillo para llevarlas a la cocina.
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escribir esto después de estudiar toda la tarde el sistema fonológico consonántico del español me ha dejado moñequísima ya no sabía si las cosas iban con g j o sin h o con h en fin un saludito profe apruéeeebameeeee
y dato: la abuela de hiroko es su abuela materna, por eso no tienen el mismo apellido!!!"!"!"
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