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v e i n t i d o s

Me lancé en el sofá y me quedé mirando al techo durante minutos. Tenía el teléfono en una mano, desbloqueado, esperando a que tuviera las agallas suficientes para marcar el número de Oikawa o, peor, el de Daichi. Nunca había tenido problemas para disculparme con la gente, pero, por alguna razón, estaba de lo más nerviosa. Cerré los ojos, inspiré profundamente, exhalé con fuerza, pensando que así los nervios me dejarían en paz, me reincorporé y, justó cuando mi pulgar estaba a menos de un milímetro del botón que iniciaba la llamada, alguien llamó al timbre. Encogí los hombros por culpa del susto. 

Arrastré los pies por todo el parqué de la casa y, sin llegar a pisar el pequeñísimo genkan donde descansaban mis zapatos, abrí la puerta. 

—No estaría mal que algún día, en lugar de trabajo, me trajeras papel higiénico... — murmuré, dejando que Akaashi pasara al recibidor y extendiendo los brazos para recibir los enormes archivadores verde botella con páginas nuevas que corregir. 

Él se limitó a empujar la montura de sus gafas. —Si necesitas-

—¡Es broma! — exclamé. — Ah, espera. Tengo que darte... — correteé hasta la mesa donde solía trabajar y donde se encontraban más carpetas del mismo color. Dejé las nuevas y me llevé dos de las viejas. — esto. Es el asqueroso manga fetiche de Kimoto. 

Mi editor me miró con cierta sorpresa. —¿Has podido corregirlo a tiempo? — dijo, sin sorna, pero ofendiéndome de todas formas. Enarqué las cejas y me crucé de brazos, devolviéndole una mirada envenenada. — No quiero decir que nunca entregues tus trabajos a tiempo, salvo excepciones, pero eran casi ciento cincuenta páginas... Aún tenías dos semanas para corregirlo.

Me encogí de hombros. —Quería quitármelo de encima y no ver más sangre sin sentido y protagonistas con tetas gigantes. Por cierto, ¿quieres un té? 

Sabía que Keiji me diría que tenía una reunión o algo por el estilo, así que, sin escuchar su respuesta, caminé hasta la cocina y puse la tetera al fuego. Me asomé al pasillo para ver si seguía ahí, y sí: se estaba quitando los zapatos. Le hice una seña para que me acompañara.

—He venido antes y no estabas. — comentó, acercándose a mí. Yo señalé la antigua alacena donde guardaba todo el menaje y la vajilla para que Akaashi eligiera la taza que más le gustaba. —Iba a dejarte los archivos en la puerta, pero...

—Ah, ya, he salido. — dije, aunque era más que evidente porque aún llevaba puesto el vestido, y yo no era de las que solían arreglarse para estar encerrada en casa. — Tenía una revisión. — añadí, casi susurrando. 

Miré a mi editor de reojo y vi cómo me reprendía con la mirada. Agitando la cabeza en sinónimo de desaprobación, dejó dos tazas idénticas sobre la encimera. Seguramente las había elegido a conciencia; eran las únicas tazas iguales en toda la casa. Como vivía sola, tenía pocas, y todas diferentes: algunas de adaptaciones anime de mangas en los que había participado, otras de lugares a los que viajé, otras que de regalo al comprar café instantáneo... Que Akaashi eligiera las únicas tazas blancas era una evidencia más de que odiaba verme como una subordinada.

—¿Por qué no me lo has dicho?

El agua ya había empezado a hervir. —No quería molestarte. — y era la verdad. — Además, ya tenía acompañante, así que... 

—¿Sawamura-san?

Retiré la tetera del fuego y la serví. Solté una risilla nerviosa. —No precisamente. 

Akaashi tomó la taza en cuanto yo dejé la tetera en su sitio, como si estuviera impaciente. Se apoyó delante del fregadero, se puso a enfriar el té, soplando casi con delicadeza, y me miró, expectante, esperando a que yo le contara todo lo que había sucedido. Llevábamos días sin hablar de cosas que no fueran del trabajo, así que el tema del embarazo y los tres padres había quedado en un segundo plano. Yo también cogí mi taza y caminé hasta el marco de la puerta, donde dejé que la pared aguantara mi peso. Qué mejor plan que contarle a tu amigo todo lo que había pasado un par de horas antes en tu frenética vida. 

Keiji, después de dar un buen sorbo al té, dejó la taza a su derecha y me miró con seriedad. 

—Entonces, Sawamura-san no te habla, Kuroo-san dice que no tiene número de teléfono pero claramente tiene teléfono y Oikawa-san ha venido desde Argentina. — resumió. — Y resulta que todos se conocen. — asentí. — Y Sawamura-san no sabe los nombres, ¿verdad?

Negué con la cabeza. —Siento que debería decírselo, pero no contesta a mis mensajes. Dijo que estaba trabajando, y no me ha llamado... — murmuré. — No quiero complicar más las cosas. Creo que puedo encargarme de esto yo sola, olvidarme de los chicos y... — mentalmente, hice una de mis típicas listas de pros y contras. No dejó de crecer, así que suspiré y miré cómo los posos del té que había preparado se quedaban en el fondo de la taza.— Hay un montón de ayudas para las madres y muchas de ellas van solas a las revisiones. 

El rostro de Akaashi reflejaba una mezcla de seriedad y lástima. Hizo una ligera mueca. —No creo que sea buena idea. — dijo, al fin, tras dar un nuevo sorbo al té, que estaba aún caliente. 

—¿Qué mas da? Si el noventa por ciento de las madres tienen que hacerse cargo de su embarazo sin ayuda de nadie porque sus maridos trabajan. — escupí. — Hay servicios que pueden traerte la compra a casa, un teléfono de soporte, otro de ayuda psicológica... ¿Qué diferencia hay entre no tener marido y tener uno que trabaja diez horas y ni siquiera te habla? 

Creo que Keiji notó mi rabia. Yo dejé la taza directamente en el fregadero, volcando su contenido, harta del sabor terroso del té verde. Akaashi me siguió con la mirada, atento, y al ver que yo abandonaba la cocina, él también dejó la taza -con mucha más delicadeza- y, con un largo suspiro, me acompañó a la sala de estar. 

—¿Por qué no llamas a Oikawa-san? — me sugirió. Yo arrugué la nariz. — Mejor dicho, deberías llamar a Oikawa-san. — recalcó cada palabra. — No parece que le moleste demasiado esto de poder ser padre, y si está preocupado por ti, lo mejor será que lo aclares. 

Mi tendencia a huir de cualquier situación vergonzosa o potencialmente peligrosa estaba jugándome una mala pasada, y Akaashi me hizo entrar en razón. —Lo haré. Pero quien me preocupa de verdad es Daichi. — busqué mi teléfono, perdido entre los cojines del sofá y aún con el número de Oikawa en pantalla.

—Prueba a llamarle más tarde. — dijo mi editor, con su más que característico tono tranquilo. Miró el reloj de su muñeca y se dio el lujo de resoplar. —Tengo que irme. Kimoto quiere que vaya a cenar con él. 

—¿¡Perdona!? — exclamé, persiguiendo a Akaashi por toda la casa. — ¿¡Cómo que vas a ir con ese viejo verde a comer!? ¡Ni de coña! ¡No, no! — se puso los zapatos con toda la calma del mundo mientras yo gritaba y hacía aspavientos con laos brazos. — ¡Akaashi! — grité con tono quejoso — ¡No puedes caer tan bajo! 

Me sonrió, se echó al hombro la mochila negra que siempre llevaba al trabajo y se despidió con aire despreocupado. —Recuerda entregar a tiempo el capítulo de Udai-san. — me recordó. Se marchó y cerró la puerta.

Yo, lo más rápido que pude, me calcé y salí detrás de él. Ya había bajado la mayoría de los escalones cuando pude salir del apartamento -mis zapatos no colaboraron mucho; siempre que tienes prisa, vas más lento-, así que me asomé al balcón.

—Si todo esto es por mí, ¡mañana mismo vuelvo a la oficina! — chillé, agitando la mano en el aire. Akaashi miró hacia arriba y, aunque no le escuché del todo bien, supuse que dijo que me calmara. — ¡Mantente firme! ¡Recuerda que la extorsión es delito y que eres casi cuarenta años más joven que ese sucio asqueroso! 

*****

La cena estaba lista y ya había regado todas las plantas de la casa cuando decidí llamar a Oikawa por última vez. Me senté enfrente de la humilde sopa que había preparado y la caballa que hice a la plancha y, antes de abalanzarme sobre el pescado, marqué el número. Le había llamado unas quince veces a lo largo de toda la tarde, y la verdad es que atufaba a venganza. Oikawa era -puede que por desgracia- de esos cuyo lema era ''ojo por ojo''. Si yo había dejado sonar inintencionadamente mi teléfono quince veces, él haría lo mismo, sintiéndose rechazado.

Al fin, oí su voz. —Estabas esperando a que te llamara exactamente quince veces, ¿a que sí?

—¡Me tuviste preocupado todo el día! — exclamó, claramente cabreado. — Y luego, llamás, ¿eh? Pues sí, estaba esperando a que llamaras quince veces. ¿A que jode? 

Me reí. —Un poco, sí. — me tranquilizaba saber que Oikawa estaba al otro lado de la línea. Sin dar muchos rodeos, me disculpé: —Perdóname por lo de esta mañana, por favor. — utilicé, sin darme cuenta, un tono de lo más lastimoso, como si quisiera dar pena. — Cuando salimos de la consulta y vi las fotos de la ecografía tuve una crisis, y ya sabes que soy de las que se van corriendo para evitar que todo salga al traste en lugar de enfrentar sus problemas... 

—Boluda, te fuiste más rápido que el re conchudo de Maradona al ver una mesa llena de pizzas ocho quesos. — soltó. Yo me quedé un buen rato queriendo saber qué narices había dicho. — Pero estás bien, ¿no?

—Sí, estoy genial. — oí un exagerado suspiro de alivio. Al parecer Oikawa sí estaba preocupado por mí. Me hizo sentirlo aún más. — Lo siento muchísimo, no quería preocuparte... 

—Tranquila, — dijo, con un acento mucho más neutro — si estás bien, todo bien. Aunque podrías haberme contestado al teléf-

—¡Perdón! No fue adrede, lo juro. Necesitaba desconectar, tuve la sensación de que el cielo se me caía encima... 

Hubo un breve silencio, hasta que finalmente, Oikawa chasqueó la lengua. — ¡Podrías habérmelo dicho, y si necesitabas estar sola, te hubiera dejado tirada..! Roko-chan, — canturreó más tarde — sabes que puedes hablar conmigo para cualquier cosa, que me puedes contar lo que necesites...

Solté una carcajada. —Te gusta más un buen cotilleo que un contrato millonario, ¿eh?

—Sí, pero no te equivoques: me importas. — lo dijo totalmente serio. — Te hiciste cargo del equipo prácticamente sola; fuiste un gran apoyo para los chicos a pesar de que tu amor platónico estaba con los descerebrados del Karasuno. 

—¡Eh! ¡Mei también me ayudó mucho en las tareas de mánager! — defendí a mi mejor amiga. 

—Si estás mal, puedes decírmelo. Tus secretos irán a la tumba conmigo. 

—¿Y con Iwaizumi-san también? —bromeé, aunque a Oikawa le molestó un poquito. Lo supe porque gruñó nada más oír el nombre de su amigo. Miré por la ventana: en Tokio ya había caído la noche, que parecía diseñada para decir todas las cosas que no podías decir durante la mañana. Inspiré profundamente. — Gracias. 

Oikawa parecía algo azorado, como si le avergonzara escuchar un sincero ''gracias''. —¿¡E-eh!? ¿¡Por qué me dices gracias sin venir a cuento!? 

—Por preocuparte por mí. — expliqué. — Sé que siempre has intentado cuidar a quienes te importan, a tu manera, pero te implicas. Y estoy agradecida por ello. 

Se quedó sin palabras. Farfulló algo que no entendí, luego ronroneó, sin saber que decir, y finalmente soltó una risilla tímida. —Bueno, es lo menos que puedo hacer. ¡Ah! ¿Qué es de Sawamura? ¿Por qué no vino a la revisión? Contame la historia, Hiroko. Estoy aburrido, no tengo nada mejor que hacer que escucharte. — Oikawa parecía haber vuelto a la normalidad. Sonreí.

—A ti no te importó mucho que hubiera otros posibles padres, pero a él sí. — le comenté que Daichi tampoco me había contestado al teléfono, a pesar de haber sido de lo más insistente, y que estaba cabreado conmigo. 

Oikawa escuchó mis lamentos con atención, sin decir nada -algo muy complicado para él-, y después de que yo le tomara el pelo diciendo que parecía estar más interesado en su antiguo rival que en mí, Tooru me dio su consejo: —Rompe los cristales de su casa. 

—¿¡En serio!? 

—No, pero podrías hacerlo por mí. — pude visualizar perfectamente cómo ponía ojitos, intentando convencerme. — Cuando yo me enfado con Iwa, no nos hablamos por días, pero luego me arrepiento, le grito y ya está. — relató. — Luego me disculpo con él en persona por haberme enfadado, luego por haberme arrepentido y después por haberle gritado, y listo. A lo mejor también funciona con él. 

—¿Gritarle, arrepentirme y luego disculparme?

—Lo dijiste al revés, boluda. 

—El orden de los factores no altera el producto. — me defendí. — Mmh, es que estoy preocupada y...

—Escucha, —me interrumpió — este jueves cojo un tren a Sendai. — dijo. — Ven conmigo.

Fruncí el ceño, algo extrañada. —¿Con qué objetivo?

—¡Pegar una paliza al gordo de Sawamura, por supuesto! — exclamó. Noté algo de ilusión en su voz. — Me encantaría, pero creo que no quieres hacerlo. Qué pena. Ven a Sendai; desde allí es más fácil llegar a tu pueblucho, grita a ese estúpido cuando pueda verlo y deja de arrastrarte, Hiroko. 

—¡No me estoy arrastrando! 

—¡No me mientas! ¡Seguro que estás llorando cada noche por ese imbécil! 

Tenía razón, así que le dije que iría con él para que no me avergonzara más. 

**********

quise subir capítulo el jueves y luego el viernes pero no pude por razones ajenas a mí (ver fugou keiji balance unlimited y encontrar nuevos anime boys) y bueno pues nada oikawa best boy no tengo nada más que añadir 




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