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v e i n t i c i n c o

Daichi enarcó las cejas un instante y me dio la espalda, volviéndose para retirar unas cuantas ramas caídas del fondo de su jardín. Yo miré al cielo, algo cubierto, gris y casi igual de frío que Sawamura, que no parecía tener demasiada intención en hacerme caso. Le había visto gritar desesperado en partidos, quejarse de lo duro que era tener que hacerse cargo de un equipo de adolescentes -como si él no fuera uno-, pero nunca le había visto cabrearse tan en serio. Su templanza en momentos como aquel le jugaba una mala pasada; parecía que no tenía empatía por nadie, y hasta sus ojos oscuros reflejaban desapego. Cruzada de brazos, intentando parecer algo intimidante, me acerqué a él. Estaba acuclillado, y cuando se levantó, yo retrocedí. Cambio de planes: no podía aparentar no estar nerviosa cuando tenía a Daichi delante. 

—¿Qué?

—No me mires así. — señalé su rostro con el índice y protegiéndome al instante con mis brazos, rodeando mi cuerpo. Inspiré y, sin pensármelo, solté: — Eres un imbécil.

Daichi soltó una risilla sarcástica e intentó irse por patas antes de que yo siguiera con todo lo que quería decirle, pero le corté el pasó. Volví a ponerme frente a él, sacando pecho y con la cabeza bien alta. Me animé a mí misma. ''Vamos, puedes hacerlo'', me dije, apretando la mandíbula y pensando en todas las veces que había repasado el guion que había ideado para enfrentarme a él.

—Hiroko, tengo que-

—Tienes que decirme por qué te has cabreado, — le interrumpí— ¿piensas que hago todo esto adrede?

Daichi también se cruzó de brazos, evitó mi mirada algo vidriosa y suspiró, llevándose la mano derecha al puente de la nariz. —Mira, prefiero no hablar de ello.

—¿Propones que me olvide de ti? —estuve a punto de gritar. — ¿Voy a tener que esperar veinte años y tres días a que se te pase el enfado o...? Estoy harta de que me ignores. — añadí, modulando algo mejor mi tono de voz y logrando que no se quebrara. — Yo tampoco quiero revolver en cosas del pasado, pero me fastidia que estés así. — descrucé los brazos y señalé a Daichi. 

Él agachó la cabeza, suspirando de nuevo. —El estrés te vendrá mal. — soltó. Yo quise pegarle una bofetada, pero me conformé con cerrar las manos en un puño. 

Yo, ofendida por sus palabras y porque ya estaba al borde del llanto -ni siquiera habíamos hablado lo suficiente como para que yo fuera todo lágrimas-, eché la cabeza hacia atrás y fruncí el ceño. —Esto de ser policía te está volviendo gilipollas. — dije.

 Y entonces el ofendido fue Daichi. —¿Qué dices? — se inclinó ligeramente hacia un lado, aún cruzado de brazos, mirándome como si le hubiera dicho el peor insulto del mundo. Si Oikawa estuviera allí, seguro que no se habría aguantado las ganas de tirar del pelo oscuro de Daichi. 

—Mira, — cogí aire — he venido porque estoy harta de que no contestes a mis llamadas ni a mis mensajes. Estaba preocupada por ti, pero veo que estás estupendamente y en forma. — di una sonora palmada en su hombro, quizá con más fuerza de la normal y bastante inquina. — Veo que no tienes intención de solucionar esto, así que te dejo haciendo tus cosas de jardinero.

Se fijó en mis ojos cargados de lágrimas y, poco a poco, la expresión cargada de indiferencia de Daichi se suavizó. Tirando por tierra el guión mental que había repasado tantas veces, me prepararé para la huida y así evitar llorar delante de él. Me giré y caminé por el estrecho sendero de piedras que rodeaba el lateral de la casa, yéndome por donde había llegado y con el nudo de mi garganta mucho más prieto que antes. Sentía una angustia tremenda. Sabía que no era bueno guardarte tantos sentimientos, tantos llantos, gritos y hasta pataletas, pero quise creer que se me pasaría en cuanto la brisa fresca de las tardes de septiembre revolviera mi flequillo. Quise echar a correr, pero no lo hice; estaba tan cansada que hasta pensé en quitarme los zapatos y caminar descalza por el asfalto del pueblo. 

Daichi decidió tomar un atajo y en lugar de rodear toda la casa, decidió cruzarla. Cuando yo aún estaba girando la esquina del pequeño edificio, él ya había salido por la puerta principal. Me cortó el paso, pero no contaba con que yo podía darme fácilmente la vuelta e ir por un camino diferente, aunque algo más largo. Era lo que tenía vivir en un pueblo pequeño. 

—¿Dónde vas? — me preguntó con su voz grave. 

Taché un punto de la lista: arrepentirse. —¿Tengo que llevar un permiso encima, agente? — dije, dándole la espalda. Continué andando y evitando mirar hacia atrás. 

Sabía que iba a alcanzarme enseguida, así que aceleré el paso. Pude oír los pasos firmes y rápidos Daichi que, molesto, consiguió agarrar mi muñeca con fuerza. Yo intenté deshacerme de él sin mucho éxito. Venga ya, ¿una enclenque como yo era capaz de hacer que alguien que podía cargar con el doble de su peso corporal dejara de agarrarle? Protesté, aunque en lugar de decir algo coherente, sólo pude hacer un puchero y emitir algo similar a un quejido. 

—Deja de portarte como una cría. — me riñó. 

—Mira quién fue a hablar. — murmuré, fijando la vista en el suelo. Mi cabeza sólo me repetía una cosa: ''no mires a Daichi, no mires a Daichi, no mires a Daichi''. 

—Quieres saber por qué estoy cabreado contigo, ¿no? — su voz, algo áspera, como si también le costara hablar, me hizo avecinar un largo monólogo que seguramente consistiría en meter el dedo en la herida y hacerme sentir mal. 

Agité la cabeza. —Suéltame. Da igual. —mentí. 

Lejos de aflojar su agarre, apretó aún más mi muñeca, por encima de los huesecillos que formaban la articulación para no hacerme daño. —Me irrita verte tan tensa. — dijo, curiosamente, el rey de la tensión. No había día que estuviera con la guardia baja. — Si quieres saberlo, te lo contaré. ¿No es hablando como se solucionan las cosas?

A pesar de estar de lo más inquieta, como una liebre antes de ser liberada en una carrera de galgos, me giré levemente. Daichi tenía razón. Sólo había ido allí para hablar con él, nada más. —¿Y bien? 

Daichi inspiró y exhaló con fuerza antes de hablar. Soltó mi brazo. —¿Por qué no me lo dijiste en cuanto supiste que estabas embarazada? 

Yo, incapaz de hablar, me encogí de hombros. Daichi asintió, riéndose con amargura y mirando hacia el arce de su jardín, que empezaba a adquirir tonos amarillentos. Entendía por qué se sentía así, y en parte estaba en lo cierto: debía habérselo dicho en el primer instante, sin tener que hacer que se enterara por terceros. Quizá, así, también nos habríamos ahorrado un escándalo que perduraría en el tiempo gracias a las abuelillas cotillas del centro de día. Pero había una variable que Daichi no tenía en cuenta, y esa variable era yo. Debía entender que yo, del día a la mañana, me había topado con un embarazo, sin saber qué narices hacer y con la única compañía de mi soledad. 

—Estás haciendo esto más difícil de lo que es, Hiroko. — dijo.

Sus palabras fueron como un catalizador para mi llanto, mi rabia y mis lágrimas de cocodrilo. Con la cabeza gacha, me eché a llorar. 

—No puedes decir eso. — sollocé. Alcé la mirada y me topé con la suya. — ¡No sabes realmente lo difícil que es esto! ¿Crees que lo complicado es que no te haya dicho que tienes menos posibilidades de ser el padre? ¿Crees que- —hipé — lo difícil es que tus ilusiones se vayan al garete? — sabía que parte de su enfado se debía a eso, a sus expectativas. Yo tenía la culpa, sí, por haberle hecho creer que él era el único responsable, pero no fui yo quien hizo un grano de arena. — Lo difícil es que pueda perder mi trabajo, que tenga que ir al ginecólogo y me pongan un biombo para que no le vea la cara, tener que pasar dos horas seguidas con embarazadas felices por tener un bebé y escuchar a una señora que me recomienda que no coma dulce cuando es lo único que quiero, lo difícil es... — tuve que coger aire. Estaba ahogándome en mis propias lágrimas. 

Daichi, al ver que me costaba hablar y respirar, hizo ademán de cubrir mi mejilla con su mano. Yo la aparté de un manotazo. —Hiroko-

—Lo jodidamente complicado es que no duermo por las noches porque pienso que me puede pasar cualquiera cosa, porque sé que hay tres padres pero no sé quién lo será, ¿sabes? Me duele el cuerpo, tengo naúseas, un jefe asqueroso que me despedirá en cuanto sepa que voy a tener un hijo... No puedes decir que estoy haciendo esto más difícil. — terminé hablando con un hilillo de voz tremulosa y algo jadeante. Me sequé rápidamente las lágrimas y, como una niña pequeña, me limpié la nariz con el dorso de la mano. 

Por fin, el ex-capitán del Karasuno, mirándome con algo de pena y también como si fuera a echarse a llorar, se dio cuenta de que no había contado con la variable más importante. —Tienes... razón.

Y yo, en lugar de decirle que sí, volví a arrugar mi nariz y a curvar mis labios en un puchero. Las lágrimas volvieron a recorrer mis mejillas. 

—Lo siento. — gimoteé — No quiero hacerte sentir mal... 

Agaché la cabeza otra vez y Daichi volvió a intentar sujetar mi mejilla, pero no lo consiguió. Me alejé un par de pasos de él. Hice un gesto con la mano para decirle que estaba bien, cuando era evidente que no lo estaba. 

A la tercera iba la vencida, decían, y por fin Daichi fue capaz de acunar mi rostro en su mano. Y yo me rompí en pedazos. Sin que por mi cabeza pasaran pensamientos coherentes, me eché a sus brazos y lloré desesperadamente, hundiéndo el rostro en el hueco entre su cuello y su hombro. Agarré con fuerza la tela de su sudadera gris pardo. Él tardó un par de segundos en reaccionar, pero terminó rodeando mi espalda con un brazo y colocó su mano sobre mi cabeza, con suavidad. Me meció despacio, y yo lloré aún todavía más porque hacía meses que quería uno de sus abrazos. 

Si alguien estaba jugando con mi destino, le pediría que dejara de lanzar los dados sobre el tablero y que era un sádico total. Le encantaba verme sufrir por el embarazo y por echar de menos a Daichi. 

Acarició mi pelo con delicadeza y yo, poco a poco, fui capaz de recuperar el ritmo de mi respiración. Dejé de hundirme en su cuello y apoyé mi barbilla en su hombro. Para colmo, Daichi siempre olía bien. Intentó ver mi rostro, pero yo me agarré con fuerza a su espalda para que no pudiera. 

—¿Estás mejor?

Asentí. —¿Pero podemos quedarnos un ratito más así? — le rogué, con voz suave.

—Vale. — se rio. 

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escuchad esto con the winner takes it all de abba... es otra experiencia 

thE WINNER TAKES IT AAAAAAAAAAAAAAALL THE LOOSER HAS TO FALLLLLLLLL ITS SIMPLE AND ITS PLAAAAAAAAAAAAAIN WHYYYY SHOULD I COMPLAIIIIIIINNNNNN

no aguaantaba más y he subido el capítulo a la velocidad de la luz 

podemos hacer un musical de esto también?? que meryl streep haga de hiroko y scarlett johannson de daichi


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