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t r e i n t a y s i e t e

Después de arreglarme a la velocidad del rayo, de asegurarme de que no dejaba el fuego o alguna luz encendida y de llevar todo lo necesario dentro de mi bolsa, salí del apartamento con rumbo a la facultad de ciencias. Inspiré profundamente mientras caminaba hacia la estación de tren. Sentía mariposas en el estómago. El bebé era todavía demasiado pequeño como para moverse en mi vientre, así que lo más lógico era suponer que estaba nerviosa, casi igual o más que durante aquellos interminables partidos del Seijoh contra otras potencias de la prefectura. Sí, estaba de los nervios, pero, ¿era por Oikawa? ¿O por volver a ver a Kuroo? El primero me había hecho sonreír durante horas, y me había recordado que quizá, en lo profundo de mi corazón, era más que un amor platónico y un amigo. Me sentía como una adolescente que acababa de oír de la boca del chico que le gustaba unas cuantas palabras de ánimo. Exultante. Como si fuera caminando por las nubes. Pero, luego, de la nada, recordaba al pelinegro. Y ya no entendía si estaba ansiosa por volver a hablar con Oikawa o porque necesitaba ver a Kuroo. Era un cúmulo de emociones que no lograba entender, ni siquiera recurriendo a la excusa de las hormonas, así que, para evitar pensar demasiado, decidí  ignorar mis propios sentimientos. 

No tardé ni cinco minutos en volver a pensar en ello: en cuanto tomé asiento y di al play del reproductor de música de mi teléfono, cerré los ojos y pensé en lo maravilloso que sería tener a alguien al lado para poder apoyarme en su hombro. Quizá Oikawa, aunque seguramente protestaría al principio... ¿A Kuroo le importaría que me apoyara en él? A Daichi no, eso lo tenía claro; tomaría con delicadeza mi mejilla y él mismo inclinaría mi cabeza hacia su hombro. 

La voz robótica que anunciaba mi destino hizo que dejara de soñar despierta. Pestañeé un par de veces antes de ponerme en pie y salí del vagón dando un pequeño salto. Suspiré con algo de nostalgia al recordar mis clases del turno de tarde. A paso más bien acelerado, caminé hacia el edificio donde se encontraban todos los laboratorios a pesar de no saber a ciencia cierta si Kuroo estaría encerrado en su laboratorio como comentó. Recordé que era un espacio de acceso restringido, así que saqué mi teléfono de la bolsa y, apostando a que no contestaría a mi llamada, marqué su número. 

Mi hipótesis era cierta. Opté por esperar al cobijo de la sombra de la fachada del edificio colindante y envié unos cuantos mensajes al estudiante. Me prometí marcharme de allí si no contestaba en diez minutos; parecía haberme dado plantón. Una parte de mí tenía esperanza. Más bien, deseaba que el pelinegro apareciera por la puerta de cristal con una sonrisilla y que abandonara sus quehaceres científicos para charlar conmigo. Resoplé unas cuantas veces y fruncí los labios al ver que el tiempo no paraba y seguía sin saber nada de él. 

El reloj ya marcaba las cuatro y media de la tarde cuando decidí irme. Aprovecharía para tomar algo en una cafetería de la zona y avanzar algo de trabajo, sola. Alisé la tela de mi falda y, resignada, volví sobre mis propios pasos. 

Alguien gritó un grave ''¡Hey!'' que resonó por medio campus. No me di por aludida; yo ya no tenía nada que hacer por allí. Se escuchó de nuevo, y entonces sí me giré, pensando que sería alguien en bici que me avisaba para no tener un aparatoso accidente, pero no vi a nadie por el sendero. Fruncí el ceño y continué con mi camino hasta que escuché un claro ''Hiroko''. Miré a todos los lados: hacia delante, atrás, izquierda y derecha. Mis ojos recorrieron todos los recovecos posibles, pero no encontré la fuente de aquella voz. 

—¡Eh! 

Alcé la vista. Asomado a una ventana del tercer piso, con medio cuerpo fuera, bata blanca y unas gafas protectoras alrededor del cuello, Kuroo me saludó con la mano. 

—Increíble. — dije para mí misma, agitando la cabeza. 

Él hizo una seña con el brazo, invitándome a caminar hacia el edificio. —¡Sube! — gritó, cerrando la ventana corredera de un golpe. 

Suspiré y vi cómo se levantaba de su asiento, probablemente para recibirme en el hall de la tercera planta. Aunque mi parte más rencorosa quería marcharse de allí por haber tenido que esperar más de los diez minutos que me prometí, caminé en dirección al edificio bajo el suave sol de la tarde.

Utilicé el ascensor en lugar de las escaleras. Había algo más de gente que aquella noche que Mei y yo decidimos investigar la zona: algunos profesores y estudiantes charlaban por los pasillos. Temí que alguien me señalara con el dedo y gritara ''¡intrusa!''. Era la única que no llevaba mochila o material de laboratorio encima. Cuando un hombre de avanzada edad me vio pulsar el botón del tercer piso, me miró extrañado. Yo no dije nada. Quizá creía que estaba allí para liberar a las pobres ratas o a robar algún producto químico de lo más caro. Las puertas se abrieron y él me dejó pasar primero, como si necesitara observar mi comportamiento para saber si era sospechoso o no. 

Como si me hubiera leído el pensamiento -o el del hombre de bata blanca-, Kuroo, de brazos cruzados frente al ascensor, me entregó una carpeta sin decir mucho y pasó su largo brazo por mis hombros, haciendo que me diera la vuelta. 

—Oh, Okazaki-san, ¿ya estás aquí? — dijo, caminando con toda la despreocupación del mundo y saludando con una leve reverencia a dos hombres que pasaban por el pasillo — He revisado los resultados y necesito que me ayudes con la covarianza. 

Yo le seguí el juego y asentí. —Ah, perfecto.

Kuroo deslizó su brazo y me invitó a pasar a una pequeña sala, desde la que me había llamado. Entré sin decir mucho y escuché cómo cerraba la puerta con un largo suspiro. 

Eché un vistazo: más que un laboratorio, era un despacho. Había un par de microscopios y una vitrina con algo de material, pero casi todo eran papeles, análisis de datos y estanterías plagadas con libros. A pesar de la cantidad de objetos y de lo angosta que era la sala, todo parecía estar en un cuidado orden. Me pregunté si Kuroo la había ordenado para la ocasión o si realmente era así de metódico para sus estudios a pesar de ser uno de los adultos más caóticos que había conocido en mi vida. Él pasó a mi lado, haciéndose un hueco entre uno de los escritorios del despacho y mi cuerpo. 

—Puedes sentarte; no te quedes ahí de pie. — me dijo, señalando con algo de desgana una de las dos sillas giratorias del lugar. Obedecí. — Tengo que revisar un par de cosas. No quería dejarte colgada, así que, si no te importa... — el también tomó asiento y sacó del bolsillo superior de la bata unas gafas de montura oscura. Se las puso. 

Le observé ensimismada mientras él anotaba las hojas que estaba leyendo. Su mirada felina viajaba de un lado a otro, de la pantalla del ordenador a las filas interminables de una tabla de análisis, revisándolas una a una. Si el hábitat natural de Oikawa era la pista de vóley, el de Kuroo parecía una importante investigación. Impresionaba verle tan concentrado. Sentí una mezcla de admiración y, por mucho que quisiera negarlo, atracción. 

—Pensé que no vendrías. — comentó él, mirándome de reojo. Yo, automáticamente, miré hacia la puerta, avergonzada. 

—¿Q-qué te ha hecho pensar eso? — bufé. — Yo creí que no ibas a aparecer por ningún lado. 

—El doctor Himura no deja de enseñarme sus experimentos, así que me ha costado quitármelo de encima. — me mostró un papel lleno de anotaciones y señaló el escritorio que teníamos detrás. — ¿Puedes dejarlo en el montón verde?

Asentí. Me acerqué a la mesa y vi un post-it del color que Kuroo me había indicado sobre unas hojas pintarrajeadas. En la nota ponía ''que lo transcriba otro''.  Solté una risilla. —¿Estos son los resultados del estudio de la metástasis?

—Sí. Yo solo los reviso por encima. — respondió Kuroo, sin girarse para verme. — Si tuviera dinero, contrataría a un ayudante. — soltó. — Y si supiera que no tienes trabajo, probablemente te contrataría a ti. 

Enarqué las cejas. —Menuda forma de ligar. — murmuré.

Kuroo me oyó sin problema. Entonces, sí se giró en la silla para verme. Y ahí estaba su sonrisa ladina. —¿Piensas que estoy ligando contigo...? Solo lo decía porque entiendes sobre estadística y lo suficiente sobre biología celular. 

Quise golpear la mesa y gritar. Siempre terminaba acorralada. Vi que su sonrisa se ensanchaba poco a poco al verme ahí, de pie, apretando la mandíbula con algo de rabia y buscando algo que responder en mi repertorio mental de réplicas mientras sentía que me sonrojaba más que cuando veía películas románticas con mi abuela. Alcé el índice y abrí la boca para decir algo, pero me quedé en blanco. Kuroo se carcajeó con suavidad y volvió a concentrarse en los resultados. 

Me senté a su lado. —¿De verdad necesitas ayuda con la covarianza?

Me miró algo sorprendido. Sin levantarse de la silla, viajó por media habitación hasta encontrar unos papeles impresos y blanco y negro. Me los tendió. —Puedes echarle un vistazo. Aún no lo he revisado... Gracias. — dijo. Más que con sinceridad, lo dijo con algo de timidez. 

Leí con atención cada párrafo y gráfica hasta que dos golpes en la puerta nos sobresaltaron a los dos. Un hombre con gafas redondas y una sonrisa de oreja a oreja arrastró un carro metálico hacia el interior de la sala. 

—¡Tetsuroo! — exclamó. — Mira lo que he preparado para- Oh, ¿es tu kohai? — preguntó, refiriéndose a mí. — ¡Qué rapidez en asignarte un alumno! 

Kuroo asintió. Supuse que aquel hombre sería el ya mencionado doctor Himura; debía conocer bien a Kuroo para llamarle por su nombre de pila y sin ninguna clase de honorífico. El pelinegro se acercó al hombre y toqueteó los aparatos. Distinguí un medidor de radiación. 

—¿Es un experimento para la clase de primero? — preguntó Kuroo con aparente interés.

—Ajá. ¡Mira! — el doctor, que llevaba una psicodélica corbata con un estampado geométrico, encendió uno de los aparatos y conectó los cables a una especie de bombilla. — He pensado que les puede llamar la atención por la luminiscencia... Oh. — el hombre reparó en mí de nuevo. — Si hay alguna embarazada en la sala, — rio, como suponiendo que el hecho de que una supuesta alumna estuviera embarazada era de lo más remoto. — que la abandone. Ah, perdona, perdona, parece que te he asustado. Siempre lo digo, porque la radiación de este experimento es algo alta, pero nunca ninguna alumna se ha levantado... 

Yo quise reír por no llorar. Kuroo, mucho más ágil que yo, apagó los aparatos. —Doctor, será mejor que deje el experimento para la clase. — dijo. 

—¿No queréis verlo? Seguro que tu Kohai- perdona, no sé tu nombre — me miró un instante y volvió a alzar la cabeza para ver a su alumno, que se alzaba, firme, delante de él. — Seguro que ella no lo ha visto. 

—¿No es mejor que lo vea en clase? — vi cómo se quitaba la bata con una sonrisa condescendiente, como para transmitir algo de confianza al profesor — Debería guardar algo del factor sorpresa. Además, nosotros ya nos vamos. 

—Oh, ¿has terminado? 

—Sí. — dijo, convincente, aunque seguramente mentía. Me hizo un gesto con la mano para que me levantara de la silla sin siquiera sentarse, aún sonriendo al doctor Himura. — Esta noche repasaré los datos de la sesión de esta mañana y se los pasaré a Igonuchi-san. 

—¿Y tu tesis? — preguntó el hombre, dejando el carro con aparatos detrás de la puerta, escondido. No parecía haberlo dicho con malicia, pero la sonrisa de Kuroo se volvió algo amarga.

—Bien. — volvió a mentir, seguro. Sacó unas llaves del bolsillo de su pantalón negro. — Espero defenderla en abril. 

—Qué bien, Tetsuroo. — el hombre dio unas sonoras palmadas en la espalda del susodicho y se volvió hacia mí para despedirse con una leve reverencia a la que no me quedó otra que corresponder. — Te veré mañana, entonces. ¡Ánimo! 

El pelinegro vio cómo su profesor desparecía al final del pasillo. Suspiró y agachó la cabeza. Yo me quedé a su lado, esperando que cerrara la puerta del despacho. Me preocupó su repentina expresión seria, así que, intentando tener algo de tacto, incliné la cabeza hacia un lado y me atreví a preguntarle: —¿Estás bien?

—Sí. — respondió sin titubear. No me lo creí del todo. Jugó un instante con las llaves antes de guardarlas en su pantalón. — ¿Y tú? 

Fruncí el ceño mientras caminábamos hacia el hall. —¿Lo preguntas... por lo del doctor Himura?

Soltó una risilla. —No, pero qué coincidencia, ¿eh? ¿Cuál será la probabilidad de toparte con una embarazada en la universidad? ¿Un dos por ciento? Teniendo en cuenta que la natalidad en Jap-

Le detuve con un carraspeo. —Es curioso que te llame por tu primer nombre. — comenté, intentando desviar la atención de Kuroo a algo que no fueran cálculos. En vez de dirigirse al ascensor, vi que caminaba hacia las escaleras. Le seguí. 

—Ah, ya. — como se había adelantado un par de pasos e iba unos cuantos escalones por delante, se giró para verme con las cejas enarcadas y las manos en los bolsillos. — ¿Es porque tú también quieres llamarme Tetsuroo...? ¿Tetsu-chan...?

Resoplé y agité la cabeza. —No. — bufé. — Es- — ''para parejas'', iba a decir, pero me mordí la lengua. — Es que no estoy acostumbrada.

—Puedes acostumbrarte rápido. — el tono pícaro de su voz me hizo querer golpear el pasamnos de la escalera. 

No supe qué contestar, así que, entre resignada y abochornada, seguí a Kuroo por unos pasillos que yo nunca había recorrido antes, en ninguno de mis años universitarios, y, finalmente, llegamos a la cafetería. Kuroo saludó con la mano y una sonrisa a un grupo de chicas y yo, tan solo con pasar de largo, escondida tras la ancha espalda del ex-jugador, supe que todas ellas iban a ponerse a cuchichear sobre nosotros. Menos mal que mis años en la facultad habían pasado; de lo contrario, sería la comidilla del grupito. ''¿Serán novios? ¡Qué fuerte, si no pegan nada!'' Para colmo, nos sentamos en una mesa alejada del resto. Lo típico que hacían los tortolitos. Me acomodé en la silla de todas formas, pensando que era una idiotez pensar en aquello. Ya era mayorcita para pensar en historias románticas de instituto. 

Kuroo me dejó sola un par de minutos, tiempo suficiente para que me diera cuenta de que era incapaz de dejar de mirarle. Lo único que se me ocurrió para que mi vista no recayera en su nuca fue hacer como si buscaba algo en mi bolsa. Cuando llegó, me preguntó que narices estaba haciendo.

—Ah, nada. Pensé que había traído un neceser. — dije. Vi que me había traído un té frío. — Gracias. 

Él se encogió de hombros, como diciendo ''es lo que te prometí''. Él había optado por un enorme vaso de café negro. Fingiendo estar desinteresado, mirando hacia el ventanal que tenía al lado, se atevió a soltar algo que pensé que nunca pensé que me preguntaría en persona: —¿Llevas un sujetador sin aros?

Escupí el té. Literalmente. Me apresuré a limpiarlo con unas cuantas servilletas. —¿¡Lo haces a drede!? — grité en un susurro. Creí que estaba a punto de estallar, como una olla a presión. 

Kuroo tuvo la indecencia de reírse a carcajadas. —Perdona, ¿qué pretendes que haga? Un día me llamaste para decirme que te dolía el pecho, y yo, como buen involucrado en esto, te di soluciones. ¡Solo pregunto para saber si estás cómoda! 

—¿¡No crees que podrías preguntarme esto en otro momento!? ¿¡N-no crees que no deberías preguntármelo!? 

—¡Me preocupo por ti! — se defendió, alzando las manos en son de paz. — A ver, ¿has probado con lo que te dije o no? ¿Quieres que te acompañe a alguna tienda? Si te da vergüenza ir a una tienda de pre-mamá puedo ir yo. 

Me llevé las manos a la cara y noté lo calientes que estaban mis mejillas. —Para, por favor. 

Sabía de sobra que lo hacía para irritarme. Mis niveles de vergüenza habían llegado a su límite. Tenía sudores fríos y abanicarme con la mano no iba a servir de mucho. Si no me importara hacer aún más el ridículo, me tiraría el vaso de té con hielo por encima, pero supuse que lo más normal era dar un par de sorbos. Algo más tranquila, dejé el vaso sobre la mesa y me quedé en silencio.

—Hablar de tus tetas es menos incómodo que este silencio.

—¡Joder! — grité, golpeando la mesa con mis puños. Toda la cafetería se giró en mi dirección. Kuroo, cruzado de brazos, miró al suelo y se aguantó la risa. — Es normal que no tengas novia. 

Ofendido, alzó la cabeza. —Eh, eso duele. 

—Eres un friki de la química, un pervertido, un moroso y encima... —me quedé pensando en algo que añadir, pero no se me ocurrió nada. 

—¿Encima?

—Eres un... Eh... 

—¿Más alto que la media nacional lo que significa que siempre voy a estar dándome con los armarios de la cocina, por ejemplo?

—¡Eso! — di un golpe final sobre la mesa, agarré mi bolsa y me levanté de la silla. — Me voy. 

Di unos cuantos pasos rápidos, pero me detuve al oír la voz de Kuroo. —¿Ni siquiera quieres hablar sobre Daichi?

Me giré sobre mis talones. Menuda forma de captar mi atención. Yo también me crucé de brazos y cargué el peso de mi cuerpo sobre mi pierna derecha, desafiante. —¿Me vas a contar todo?

Kuroo, con el torso girado hacia atrás para verme, asintió. —Sí, a modo de disculpa. — me siguió con la mirada y vio cómo yo volvía a tomar asiento enfrente de él. Se inclinó ligeramente hacia delante. — Siento haberte ofendido. Soy un idiota.

 — Venga, cuéntame tu lado de la historia. — gruñí. 

Kuroo me contó prácticamente lo mismo que me había contado su rival eterno. Insistí en que me dijera más, pero el pelinegro respondió con que no había más detalles. Suspicaz, le pregunté si no me estaba ocultando algo, y se sonrojó cuando le dije que mi gran sospecha es que estaban enamorados el uno del otro y nunca llegaron a admitirlo. Entorné los ojos y analicé su expresión cada instante, cada milésima de segundo, pero no tuve la sensación de que me estuviera mintiendo. Por eso llegué a la conclusión de que no era más que el típico enfado de dos adolescentes cuyo estúpido orgullo no les permitía disculparse. 

—Y eso es todo. — dio por finalizada la historia. Kuroo apoyó la espalda en la silla. — Ahora puedes decirme que soy imbécil. 

La verdad es que había algo que me hacía sentir algo de pena por él, quizá el tema de su lesión. Intentando no compadecerme mucho, inspiré profudamente. —Sería genial que os dedicarais una disculpa. — murmuré. — Los dos podéis ser el padre y, hasta que no salgamos de dudas, al menos me gustaría saber que no os vais a estar peleando todo el rato. — me sinceré. — Llegará un momento en el que tendréis que encontraros de nuevo... — ''y la tensión no debe ser muy buena para el bebé'', quise añadir. Jugueteé con el vaso de té, haciendo que los hielos tintinearan. 

—Ya había pensado en ello. — dijo. — Mi plan no es dejarte tirada, no de momento. — soltó. — Aunque tú y yo sabemos que las probabilidades de que un desastre como yo sea el padre de tu hijo- o hija, — se corrigió — ahora, lo más sensato es partir de que Sawamura, Oikawa y yo estamos involucrados en esto en un treinta y tres por ciento. Treinta y tres coma tres periodo, mejor dicho. 

Sí, era lo más lógico, por eso no quería desechar la idea de que cualquiera de los tres podían ser el padre. Sonaba frívolo hablar de un embarazo así, pero no quería echar a ninguno del juego. 

—Lo sé. Por eso me gustaría que os llevarais algo mejor. Además, Oikawa... — suspiré — tampoco se lleva muy bien con él. 

—Oh, mírate, preocupándote por ese cerdo... — le di un golpe por debajo de la mesa y Kuroo hizo como si nada. Dio una palmada. — Bueno, ¿te he contado que cuando estaba en primaria le dije a un crío que Hanako-san estaba en el baño y el chaval tuvo que ir al hospital porque estuvo casi dos días enteros sin mear?

Obviamente, me contó la historia entera y unas cuantas más. Terminé riéndome a carcajadas cuando me contó que, en un intento fallido de domar su pelo, su madre le echó tanta gomina que se le quedó pegado un balón de voley en la cabeza. Aunque todas las historietas tenían cierto punto de mentira, me reí tanto que tuve que ir corriendo al servicio. Allí pensé que quizá Kuroo simplemente me estaba haciendo reír porque se sentía mal por haberme hecho pasar un mal rato con el tema de la ropa interior, y me pregunté si, detrás de tanta broma, realmente se preocupaba por mí.

—¿Sabes? — le dije mientras recogía mis cosas. Kuroo había dicho que tenía que volver al laboratorio, y yo tenía que encontrarme con Daichi. — Creo que, si hubiéramos estudiado en el mismo año, habríamos sido muy buenos amigos. 

Kuroo enarcó las cejas. —¿Tú crees?

—Sí, aunque seguro que me utilizarías como reposabrazos. — dije, por mi altura, que le venía de vicio para pasar su brazo por mis hombros. 

—Amigos, ¿eh? — repitió él, asintiendo despacio con una sonrisilla. Sacó su mano derecha del bolsillo de su pantalón y se despidió de mí antes de volver a subir por las escaleras. — Ten cuidado al volver a casa. 

—¡Suerte con tu te...! 

Ah, claro. Amigos. Le había dejado fuera de juego. Le vi doblar una esquina y me prometí a mí misma que no le daría muchas más vueltas al asunto. 

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para vuestra info: al final aprobé el examen así que todo correcto seguro que aprobé gracias a vuestros ánimos osqm

nos vemos en el próximo capítulo que voy a titular im a simp for daichi hasta lueguito 

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