t r e i n t a y o c h o
Di un par de toques a Daichi en la espalda. Esperaba fuera de una tienda de decoración del centro de Shibuya, paciente, mirando su teléfono con algo de desinterés. Se giró rápidamente y, al verme, me dedicó una sonrisa.
— ¿Pensabas que iba a tardar más? — le pregunté. Él siempre era puntual, de esas personas que nunca llegaban un minuto después, pero tampoco uno antes. Yo era de las que, por inclemencias del tiempo o por el retraso del tren, llegaba unos cuantos minutos tarde. A Daichi debió sorprenderle que estuviera en el lugar indicado en el momento indicado.
—Si te soy sincero, sí. — soltó junto a una suave carcajada. Señaló con un gesto rápido pero algo desganado la bolsa que yo llevaba conmigo.—Sé que odias que te pregunte esto, pero, ¿quieres que lo lleve yo?
Agité la cabeza y caminé a su lado.—No, son unos cuantos materiales para el trabajo. ¡No pesa nada!— dije. Yo también sonreí, sin saber muy bien cuál era la razón. ¿Comprar dos plumas estilográficas nuevas? ¿Ver a Daichi sonreír y sin una pizca de preocupación en el rostro? ¿Que el plan de que dos de los posibles padres no se vieran las caras funcionara?
Después de despedirme de Kuroo, caminé hacia la estación de metro y me alejé de la facultad de ciencias para evitar que Daichi sospechara de mí. Fingí no haber estado con el padre número uno, aunque lo primero que quise decirle al ex-capitán del Karasuno fue algo como ''he estado hablando con tu enemigo y creo que deberíais hacer las paces''. En lugar de esperar a Daichi lejos de casa, algo que sería absurdo, le dije que tenía que comprar un par de cosas por Shibuya y listo. Biólogo y policía no se encontraron. Y yo pude estar tranquila al saber que, al menos, no iniciarían una batalla silenciosa en la que perdía quien agachara la cabeza.
Daichi, vestido con unos pantalones oscuros, una sudadera gris -parecía ser la prenda indispensable para él- y una chaqueta vaquera, me observó con una de curiosidad y suspicacia. —Parece que estás de buen humor.
Me tenía calada. Sin saber muy bien qué decirle, ensanché mi sonrisa y asentí. —Tenía ganas de pasear contigo.
En mi defensa, se podría decir que fueron la nostalgia y las hormonas quienes hablaron por mí. Hace unas escasas horas había estado hablando con Kuroo y sobre la importancia de contar con los tres posibles padres a partes iguales, y yo llevaba desde el inicio del embarazo queriendo mantenerme neutra. No podía dejar que mis evidentes sentimientos por Daichi me hicieran acercarme a él de nuevo. Al menos, no como cuando éramos novios. Tenía que dibujar una línea entre nosotros, una línea entre la amistosa responsabilidad por quizá haber dejado embarazada a tu ex y el amor. Quería evitar complicaciones... pero lo más difícil era no imaginar que besaba sus labios.
Él también asintió, despacio, y puede que algo avergonzado, giró la cabeza hacia el lado contrario. —No conozco muy bien Tokio, así que espero que me guíes.
—¡Claro! ¿Dónde quieres que te lleve? —-le pregunté, con el mismo tono que un chófer entrado en años. Daichi soltó una risilla. ¿—Quieres comprar algún regalo para tus hermanos?
Daichi era de esos que siempre tenían en mente a su familia, sobre todo a sus hermanos pequeños. Siendo el mayor de tres, le era inevitable preocuparse por ellos y llevarles algún regalo en la maleta siempre que salía fuera de la provincia. Daichi me miró con sus grandes ojos oscuros y frunció ligeramente el ceño. —Parece que me has leído la mente. —dijo. Aminoró la marcha. — A Suzume le gusta dibujar, — comentó, como si yo no lo supiera. — y pensé que podría comprar-
Sin decir mucho, me tomé la libertad de entrelazar mi brazo con el suyo y me encaminé hacia una enorme pero poco conocida tienda de papelería que había por la zona, arrastrando a Daichi conmigo. Él no dijo gran cosa, y no pareció molestarle que yo caminara abrazada a su brazo izquierdo. Emocionada, por el camino le hablé sobre todas las plumas para ilustración que conocía y por qué era un buen regalo para su hermana pequeña. Cuando llegamos a la tienda, tuve que agarrar su mano para conducirle por los estrechos pasillos. Yo podía pasar por los recovecos sin ningún problema, evitando las estanterías plagadas de cuadernos de todos los tipos y colores, pero Daichi tuvo que pasar de lado. Me reí. Eso le pasaba por ir al gimnasio.
—Ah, también puedes regalarle a tu hermana unas acuarelas. —solté su mano y alcancé una pequeña caja que contenía varios pigmentos. Se la mostré. —Puedes comprarle una de viaje. Le gusta pintar paisajes, ¿no?
Daichi tenía la mirada perdida. Me quedé un par de segundos observándole, intentando saber qué narices pasaba por su mente. Había estado todo el rato escuchándome -lo demostró preguntándome algunas cosas y asintiendo de vez en cuando-, así que supuse que, después de muchos minutos, había desconectado. Agité mi mano delante de su rostro. Él agitó la cabeza y pestañeó varias veces.
—Perdona. — se disculpó con una sonrisa algo culpable.
Inspiré al darme cuenta de que no tenía la mirada perdida, sino que se había quedado mirándome rebuscar entre las cajas de acuarelas y caminar entre los pasillos. Hice como si nada y golpeé con mi índice la caja que sostenía.—Estas acuarelas son de buena calidad y solo las venden aquí, en Tokio. ¡Es un buen regalo!
Sin pensárselo más, Daichi me quitó la caja de las manos y él solito se encargó de buscar el mostrador donde pagarlas. Yo le seguí de cerca, casi pisándole los talones, repitiéndome a mí misma que evitara mirar su espalda. Y todo lo demás. ¿Qué iba a hacer? ¿Fijarme solo en sus trapecios? Ni de coña. Me golpeé la cara con las manos al darme cuenta de que en mi cabeza se empezaban a desdibujar todos mis pensamientos. Daichi se giró, alarmado.
—¿Estás bien?
Asentí, aunque mis mejillas rojas y mi bochorno debieron delatarme. —¡Sí! E-era una mosca... —hice un gesto con la mano, moviéndola de lado a lado. — No pasa nada.
Seguramente Daichi sabía que no me estaba fijando en las maravillosas pinturas acrílicas que tenía a mi lado, pero también decidió ignorar el asunto. Por fin, después de tener que girarse casi como un contorsionista para poder pasar entre dos estanterías de pinceles, llegó a la zona central de la tienda, donde, detrás de un mostrador, estaba el mismo chico desinteresado de siempre. Yo solía comprar allí mi material, así que nos conocíamos de sobra. El joven, de no más de veinte años, se quedó mirando a Daichi con algo de suspicacia. Con un resoplido y muchas desgana, pasó la caja de acuarelas por el escáner.
—Son dos mil cuatrocientos yenes. — nos informó el chico. Como si estuviera siguiendo la pelota de un partido de tenis, nos miró, como si algo fallara en su cabeza. —No tienes pinta de dibujar. - soltó, refiriéndose al ex-capitán del Karasuno.
—Es para regalo. —respondió Daichi, algo serio.
—Ah, ¿para tu novia?—el chico sacó algo de papel para envolver la caja. Con apatía, empezó a doblar las esquinas. - Ella suele comprar material más caro; con estas acuarelas no hará gran cosa. Además, ¿quién viene a comprar un regalo para su novia con su novia...? —masculló, recalcando cada palabra llenando de cinta adhesiva el paquete.
Yo comprendí que se refería a mí. Claro, siempre compraba en esa tienda, y aquel chico sabía de sobra que normalmente mi cuenta superaba los quince mil yenes. Solté una carcajada. —Es para su hermana. —le corregí.
El chico alzó la cabeza de golpe y nos miró por encima de la montura de sus gafas. Nos tendió la caja, envuelta de mala manera en aquel papel de color marrón. Ni siquiera le puso un lacito. —Aquí tenéis. ¿Con tarjeta o en efectivo?
Antes de que Daichi le tendiera unos cuantos billetes al chico, que cada vez hablaba con un tono más indolente, yo alcé el índice. —¿No puedes hacer un descuento...? — murmuré. — Compro mucho por aquí, ya sabes. No tengo mi tarjeta de fidelidad, pero-
El chico de gafas resopló. —Sin la tarjeta de cliente no hacemos descuentos, a no ser que seas un estudiante entre los seis y los diecisiete años, o estés embarazada. Lo pone ahí. —con el pulgar, señaló un cartel que tenía a su derecha. Se podía leer justo lo que había dicho.
Daichi puso una mano en mi hombro y alargó el brazo para que el joven pudiera alcanzar los billetes. —En efectivo.
Por primera vez en todo lo que llevaba de embarazo, busqué en mi bolso el pequeño llavero de color azul que me entregaron en mi primera clase de maternidad. Era una especie de distintivo que gritaba ''¡bebé a bordo!'' y que, en teoría, servía para justificar que estabas en estado cuando ibas en el metro o necesitabas ayuda médica urgente. Nunca pensé que me serviría para conseguir un descuento para unas puñeteras acuarelas, pero lo encontré y se lo mostré al chico.
—¿Y ahora?
Me miró de arriba a abajo, como si buscara la evidente tripa que se notaba cercanos los siete meses. Con un nuevo resoplido, tecleó un código en la caja registradora y dijo: —Dos mil cuarenta yenes... ¿De verdad estás embarazada? Qué asco. —masculló.
—¡Un quince por ciento de descuento! — exclamé, guardando el llavero, sonriente y satisfecha. Mientras, Daichi se limitó a pagar las acuarelas, quizá algo abochornado.
Nos despedimos con una leve reverencia y nos fuimos de allí a paso rápido, sintiendo la mirada del chico sobre nuestras nucas. A lo mejor nunca había tenido la oportunidad de hacer un descuento a una embarazada, de ahí su sorpresa.
Como ya era algo tarde, las calles del centro de Tokio empezaban a abarrotarse. Muchas personas salían del trabajo, algunos estudiantes de sus institutos y academias, y algunas personas aprovechaban solo para hacer las últimas compras de la tarde. Instintivamente, me pegué a Daichi. Dejó que yo caminara pegada a él.
—Parece que estás más cómoda con el embarazo. — comentó, señalando con la barbilla mi bolsa de tela, donde estaba guardado el llavero de color azul.
Yo me encogí de hombros. —Sí. Parece ser que he pasado a la fase de la aceptación. — confesé. Esbocé una sonrisa. — Tú también pareces estar más cómodo.
Daichi enarcó las cejas, confuso, sin saber a qué me refería. —¿Por qué lo dices?
—Has dejado de evitar la palabra ''embarazo''. Antes parecía tabú. — al principio, cuando le dije que estaba en estado, Daichi utilizaba eufemismos con tal de no referirse directamente al embarazo. ''Este tema'', ''eso''... Por fin, los había sustituido por la palabra que parecía darle miedo. Yo, en el fondo, lo comprendía. Un embarazo no era un juego. Y asustaba.
—Supongo que también he pasado de fase. — acompañó sus palabras de una suave carcajada y se frotó la nuca. — Me alegro de que estés más contenta, aunque no hacía falta el descuento.
—Bah, da igual.
—Si estuviera de servicio, —soltó, más bien para sí mismo que para mí — hubiera detenido a ese imbécil por ser tan prepotente.
Abrí los ojos de par en par y pestañeé unas cuantas veces, incrédula. A Daichi parecía haberle molestado la actitud del dependiente, y, si no fuera el policía bueno, seguramente volvería de noche a la tienda para darle una paliza al chico. Yo le resté importancia agitando la mano.
—Bueno, bueno, tampoco ha sido para tanto. Es un adolescente. Seguro que aún cree que los bebés los traen desde París. Además, no creo que puedas detener a alguien solo por ser prepotente.
—Algún vacío legal habrá. —concluyó. Recorrimos un par de metros en silencio, aunque no tardó mucho en volver a hablar. — Volviendo al tema del embarazo, — dijo, mirándome de reojo y puede que con algo de nerviosismo — ¿no es dentro de poco la siguiente ecografía?
Lo había olvidado. Quizá estar con Daichi era como volver a aquel verano; pero, en lugar de perdernos por los bosques y las montañas de la comarca, nos perdíamos por las callejuelas de Tokio. A lo mejor, por eso olvidé que tenía una agenda de lo más apretada. Porque Daichi tenía algo que me hacía sentir en casa. Estaba tan relajada que pasé por alto mi propio embarazo. Algunos de los síntomas más molestos habían desaparecido, y estaba casi más preocupada por el policía, Oikawa y Kuroo que por mí misma.
—Oh. — musité. — E-es verdad... es dentro de dos semanas.
Me prometió que me acompañaría, así que sabía de sobra por dónde iban los tiros: —Intentaré pedir un permiso para ir contigo.
—Kuroo también irá. — solté, sin procesarlo.
Vi cómo Daichi, con hastío, se encogía de hombros. No parecía muy molesto, pero sí algo incómodo. —Él también está implicado en esto, ¿no? Es normal que también vaya. Pero no te preocupes por nosotros, — hizo un gesto con la mano y esbozó una sonrisa amable, algo tranquilizadora — lo importante eres tú.
Suspiré. —Ya, pero no voy a poder ignorar la tensión entre vosotros dos. La sala de ecografías es diminuta, ¿sabes?
—Tranquila, — se rio — estaré tan nervioso que ni siquiera me daré cuenta de que ese idiota está ahí.
Aunque era la calma en persona, había días en los que el antiguo jugador de vóley se volvía un manojo de nervios. Daichi iba a estar tan tenso el día de la ecografía que su espíritu iba a estar en un plano diferente al de su cuerpo. Probablemente él tampoco dormía por las noches por pensar en cómo sería su futuro, qué cambiaría en su vida después de que su ex-novia tuviera un bebé, o si estaba haciendo lo correcto al mudarse a Sendai para estar más cerca de mí. Ninguno de los dos sabíamos con certeza cómo controlar la situación, pero al menos lo intentábamos.
Caminamos durante horas, rumbo hacia Daikanyama, despacio, charlando y riéndonos la mayoría del tiempo. Poco a poco, mis pies empezaban a resentirse, y mis tobillos estaban a punto de darse por vencidos. Mis piernas no eran más que un cúmulo de huesos, músculos y dolor. Cansada, me senté en el borde de un enorme macetero. A lo lejos, podía ver el edificio de oficinas grises que estaba justo al lado de mi apartamento.
—Necesito un descansito. No sé si podré sobrevivir con nueve kilos de más. —resoplé, refiriéndome al peso que era normal ganar durante el embarazo. ¿Sería capaz de caminar con la barriga llena de líquido amniótico o tendría que quedarme postrada en el sofá?
Daichi puso los brazos en jarras un momento y luego miró hacia el edificio gris. Se frotó la mandíbula. —No queda mucho para llegar hasta tu apartamento.
—No hace falta que me acompañes.
Se giró hacia mí. Sus ojos oscuros destelleaban con una mezcla de la ilusión típica de un niño que iba a hacer algo nuevo y una pizca de nostalgia. —¿Te llevo?
—¡N-no! — exclamé, con una risotada. — ¡Qué vergüenza!
Daichi estiró el cuello y se golpeó con la palma de la mano su hombro, como diciendo ''¿por qué? si soy bien fuerte''. Yo agité la cabeza y hundí la cara entre mis manos. No era lo mismo que tu -por aquel entonces- novio te llevara prácticamente en brazos porque te habías caído cerca del río y vivías en un pueblo casi fantasma que llevarte hasta tu casa por unas callejuelas llenas de comercios. No vivía en un shojo. Podía caminar de sobra. Destapé mi rostro e hice ademán de ponerme de pie, pero vi a Daichi inclinado hacia delante, preparado para que yo me subiera a su espalda. Le di un golpe sonoro pero no muy fuerte entre sus escápulas, pero lejos de quejarse, giró la cabeza y me miró.
—¡Sube!
—Llevo falda. — me excusé, gritando en un susurro, alterada. Una parte de mí estaba chillando; era la escena romántica con la que llevaba soñando desde que era adolescente. ¿Y quién no gritaría al poder subirse a la espalda magnífica de alguien como Daichi? — Puedo andar, en serio. Ya está. Estoy como nueva.
Algo resignado, Daichi dejó de inclinarse. Suspiró y, de nuevo con los brazos en jarras, se volvió para verme. Se quedó unos instantes pensando algo. Maquinando, más bien. Yo fruncí el ceño, extrañada.
—No te enfades por esto. — me avisó, y sin decir más, rodeó mis piernas con uno de sus brazos y con el otro sujetó mi espalda.
Me alzó sin mucha complicación y a mí no me quedó otra que agarrarme a su cuello para no caerme al suelo. Entre carcajadas algo nerviosas, me acomodé entre sus brazos y dejé que me llevara como quien lleva a una princesa. Daichi, arrastrado por mi risa, también soltó alguna que otra carcajada y me repitió que nunca jamás me enfadara por lo que había hecho. Más de una persona se quedó mirándonos creyendo que formábamos parte de alguna clase de cámara oculta.
En menos de dos minutos, me dejó a los pies de las escaleras del edificio donde estaba mi apartamento. Algo jadeoso -cargar con una chica no debía ser lo mismo que hacer pesas-, agachó la cabeza. Sonreía.
—Gracias. — le dije, subiendo al primer escalón. — Ha sido divertido.
Alzó la mirada. —¿Seguro que no te cabrearás? —repitió. Parecía realmente preocupado.
—Que no... —golpeé con suavidad su brazo y fingí estar molesta por ser la décima vez que escuchaba la misma pregunta. — Por cierto, ten un buen viaje de vuelta.
Daichi asintió despacio. —Te enviaré un mensaje cuando llegue a Sendai. — me dijo, y se quedó plantado delante de mí.
Seguro que pensaba lo mismo que yo: faltaba algo. Faltaba una pieza desde hace unos cuantos meses, y los dos sabíamos perfectamente cuál. Era como si, de forma premeditada, hubiéramos escondido la ultima pieza del puzzle. Achaqué la rigidez de mis piernas al cansancio, no porque estuviera esperando algo de Daichi. Yo también me quedé ahí, y sin saber muy bien qué narices hacía, vi cómo él también subía al primer escalón.
Mi mente se puso a pensar en todos los escenarios posibles y rápidamente puso la alerta roja cuando la mano de Daichi tomó la mía y tiró, con delicadeza, de mi cuerpo hacia el suyo. Iba a besarme, otra vez a la puerta de mi casa, después de haber pasado un par de horas conmigo. La Hiroko consciente sabía que no debía hacerlo. Me vino a la mente Oikawa. Y Kuroo. Y esa línea que quise dibujar entre la responsabilidad y un relación amorosa. Pero era la misma Hiroko consciente la que entendía que aún sentía algo por Sawamura. No sabía qué narices hacer, y el tiempo seguía su curso... Y Daichi también. Guiada por él y para evitar perder el equilibrio, puse mi mano en su cuello.
**********
pues a joderse y a quedarse colgando de este cliffhanger que es muy tarde un besiiiiii muak
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro