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t r e i n t a y n u e v e

La noche empezaba a caer y lo único que nos iluminaba eran los últimos rayos de sol, tenues, tan suaves que apenas podíamos vernos el uno al otro.  Dejé de escuchar el murmullo amortiguado por el ir y venir de los coches que se oía a lo lejos, y mi mente se quedó totalmente en blanco. La iluminación, la calle desierta y estrecha, la evidente nostalgia y las ganas que teníamos de acercarnos después del fallido intento de besarnos días atrás hacían que la escena fuera de lo más romántica e íntima. 

No iba a haber abuelas que nos detuvieran, ni señoras que pudieran vernos y esparcir toda la noticia por el pueblo; en Tokio no éramos más que unos desconocidos. No importaba el qué dirán, y eso hizo que me inclinara más hacia él. Pude notar su respiración pausada, lejos de parecerse a la mía, que por culpa de los nervios era entrecortada y superficial. Mi mano caminó hacia su mandíbula, y Daichi sujetó con fuerza mi cintura. ¿El resultado? Que sus labios rozaron los míos. Y fue entonces cuando volví a la Tierra.

Daichi esperó, sin apenas moverse, a que yo fuera quien iniciara lo que, con mucha probabilidad, se volvería uno de esos besos tórridos que te invitan a subir el resto de las escaleras para entrar al apartamento y seguir allí con la sesión. Pero me quedé helada recordando cuál era mi situación.

—¿Pasa algo? — susurró, entre preocupado e impaciente. 

Claro que pasaba: si no le besaba, me arrepentiría, y si no, también. Nunca antes había sentido que estaba entre la espada y la pared, o mejor dicho, entre Daichi y otros dos chicos que amenazaban con quedarse ahí para el resto de mi vida. Suspirando con suavidad, agaché la cabeza y posé mis manos sobre los hombros de Daichi, siendo incapaz de sostener su mirada. 

—No, nada. — dije, sin sonar muy convincente. 

Alisé la tela de su sudadera como solía hacer cuando aún éramos novios y me quedé un par de instantes disfrutando de su calidez, de su agarre firme. Lo echaba de menos, eso seguro. Pero, ¿debía hacerlo? Sabiendo que quizá no era el padre del bebé, me sentía algo culpable cuando me daba cuenta de que prefería estar con él. Lo más lógico, para mí y para mucha parte de la población, probablemente, era quedarme con quien fuera el padre. Y eso conllevaba dos cosas: tener que desenamorarme de Daichi y mantenerme neutra con Tooru y Tetsuroo. 

Pero era demasiado difícil. Ninguno de los dos habíamos superado la ruptura, nos echábamos de menos y estábamos empezando a dejar de lado esa especie de formalidad incómoda típica de los desconocidos... y la situación estaba pidiendo un beso. Luz suave, sin nadie que nos molestara, sus manos en mi cintura y nuestros rostros a menos de un centímetro de distancia. 

Cerré los ojos y, como quien decide hacer puénting, me lancé al vacío sin saber si la cuerda iba a aguantar mi peso o si se rompería. Alcé la cabeza, rozando su nariz, dejé que Daichi presionara mi cuerpo contra el suyo y volví a colocar mi mano derecha en su mandíbula, cerca de su barbilla. Besé sus labios casi con timidez, despacio.

Por un momento pensé que sería estupendo que el tiempo se detuviera. No me importaría vivir en aquel instante de por vida, pero, por desgracia, todo lo bueno se acaba. Despegué mis labios de los suyos cuando sentí su mano deslizarse por mi espalda, hacia mi cuello. Fue la señal que me hizo saber que no habría vuelta atrás, porque si Daichi me besaba de vuelta y empezaba a hundir su mano en mi melena... me volvería de la misma consistencia que el pudin. Me derretiría. 

Sin saber muy bien por qué, rodeé su espalda y coloqué mi barbilla entre su hombro y su cuello, abrazando a Daichi con fuerza. Correspondió al abrazo, pero no tardó mucho en separarse de mí y en resbalar su mano para alcanzar la mía mientras bajaba del escalón. 

Daichi tenía esa sonrisilla tonta pero victoriosa que se ensancha cuando te das cuenta de que has conseguido algo que llevabas queriendo desde hace tanto tiempo que ya parecía imposible. Yo, sin embargo, tenía más vergüenza que otra cosa. Seguro que estaba sonrojadísima, con las mejillas a más de mil grados. Miré cómo Daichi sostenía mi mano con suavidad. 

—Bueno, — carraspeé — ten un buen viaje. 

Siguió tomando mi mano, como si quisiera impedir mi huida. —Llámame algún día. — dijo, o casi suplicó. — Y prometo que para la siguiente vez llamo a un taxi, mejor. 

Sonreí. —Llevaré pantalones, por si acaso. 

Daichi soltó una carcajada suave y agitó la cabeza. —Siempre te hago pasar vergüenza, perdóname. 

—Disculpas aceptadas. ¡Te veo en un par de semanas! — dije, haciendo que soltara mi mano y subiendo al siguiente escalón. Me giré para verle. Pensé que ya se había marchado, pero seguía ahí, mirándome con esa mezcla de admiración y cariño que hacía que sus ojos oscuros destellearan. — Avísame cuando llegues a Sendai, ¿vale?

Asintió y, sin decir mucho más, dio un par de pasos hacia atrás y agitó la mano para despedirse. Tuve que hacerle un gesto para que se marchara; quería verme entrar en el apartamento, como si necesitara estar ahí para asegurarse de que no me pasaba nada malo en unos cuantos metros. Me hizo sonreír y gritar nada más cerrar la puerta de mi pequeña y desastrosa casa. 

*****

Akaashi dejó la taza de té sobre la encimera de la cocina y se cruzó de brazos, mirando al techo. 

—Está claro. — dijo. — Sigue gustándote Sawamura-san. 

Yo alcé los brazos al cielo. —¡No había sido capaz de llegar a esa conclusión! ¡Gracias, Keiji! 

El de ojos azulados y cabello oscuro me miró a través del cristal de sus gafas como diciendo ''¿en serio es necesario este comportamiento?''. Yo agaché la cabeza. Llevaba un par de días inquieta, pensando en aquel efímero beso, en la sonrisa de Daichi y en cómo su mano subió por toda mi columna. Y Akaashi, que tenía ojo clínico, se dio cuenta y me preguntó con la excusa de que mi rendimiento no era tan alto como las semanas pasadas. No me quedó otra que prepararle una taza de té y soltarle todo lo que había pasado en los últimos días: cómo echaba de menos las charlas con Oikawa, los abrazos de Daichi y cómo me había dado cuenta de que Kuroo era más gracioso y atractivo de lo que pensaba. 

—No soy muy bueno con estas cosas. — Akaashi suspiró. — Lo único que puedo recomendarte es que apuntes cada detalle de la historia; quizá puedan hacerte un hueco en el departamento de shojo

Rodé los ojos, aunque pensándolo mejor, no me pareció mala idea. Vi que Akaashi esbozaba una sonrisa. —Dices las cosas tan serio que a veces me las creo. — me quejé. 

Akaashi dio el ultimo sorbo a su té recién hecho. —Y, volviendo al tema del trabajo...

—¿Qué quiere Kimoto ahora?

—Solo me preguntaba si cogerás la baja de maternidad. 

Sorprendida, enarqué las cejas. —Pues... no lo sé, la verdad. 

La baja de maternidad era un derecho. Por legislación, Kimoto no podía despedirme, pero para ello tendría que notificar antes que estaba embarazada. No había dicho nada a la empresa, aunque estaba segura de que la mayoría de mis compañeros sabían que era por algo así. Si no, ¿por qué una chica de veintitantos años va a pedir trabajar desde casa? Seguro que en sus mentes de cavernícola no cabía otra explicación. El problema estaba en qué iba a suceder al reincorporarme al trabajo: una vez notificado el embarazo y durante la baja, Kimoto no me despediría, pero, después, sí.  No había ninguna ley que lo impidiera. Era tan fácil como alegar que yo ya no trabajaba igual que antes, que necesitaban reducir plantilla o que era una empleada problemática. Ser madre era duro, pero ser una madre soltera y trabajadora en un país donde las mujeres se dedicaban casi de por vida al cuidado de sus hijos, aún más. 

—No pienses mucho en ello. — Akaashi, al verme algo inquieta, intentó calmarme. —Solo lo pregunto para intentar adelantar trabajo, aunque sabes que hay mangakas que viven al día... — dijo, refiriéndose a algunos autores que nos entregaban el nuevo capitulo a dos días de la publicación. 

—No, ¡no voy a pensar en ello ahora! ¡Y tú tampoco deberías estar pensando en el trabajo que vas a tener que hacer en cuatro meses! 

Akaashi prefirió marcharse de mi apartamento antes que seguir escuchando mis reproches. Le acompañé hasta el genkan, donde nos sorprendimos al oír que alguien llamaba al timbre. Keiji se encargó de abrir la puerta, como si la casa fuera suya y no mía. 

—¿Okazaki-san...? — era un repartidor que llevaba en brazos una enorme cesta de mimbre envuelta cuidadosamente en un papel iridiscente. — Su pedido. 

—Pero si no he encargado nada... — dije, extendiendo de todas formas los brazos hacia el hombre de mediana edad para coger la cesta. — ¿Está seguro de que esta es la dirección?

—152-1850 en Daikanyama, apartamento 3-3 ¿no? — el hombre miró la dirección marcada en mi puerta para asegurarse de que era la correcta. 

Yo asentí. —Sí, sí...

—Será un regalo. — juzgó Akaashi, que observó milímetro a milímetro la cesta. Estaba cargada de productos para el cuidado de la piel, el cabello y el cuerpo. Se volvió hacia el repartidor y se despidió con una leve reverencia. — Gracias.

Como se había encargado de abrir la puerta, Akaashi también se encargó de cerrarla. Yo dejé la cesta sobre el suelo y me acuclillé para verla mejor. Mi compañero de trabajo y amigo hizo lo mismo. 

—Hay una nota. — dijimos al unísono. 

Ansiosa, como si fuera el día de Navidad y acabara de recibir un regalo, me deshice del plástico que envolvía la cesta, prácticamente haciéndolo trizas, y alcancé el pequeño sobre que estaba entre un bote de sales de baño y un champú espumoso. Abrí el sobre de color lila y saqué la nota escrita a mano. 

«cuídate esa piel que te saldrán estrias ;P aunque seguro que seguiras igual de bella que siempre,, te envio unos cuantos productos para que te relajes y esas cositas... de parte de tu rey :) disfruta»

Al borde de las lágrimas, porque no me pareció coincidencia que Oikawa eligiera productos anti-estrés, una cesta de mimbre y embalajes que fueran de mi color preferido, me dejé caer al suelo ante la mirada incrédula de Akaashi. 

—¿Vas a llorar? — me preguntó. 

—¡Como para no hacerlo! ¡Nunca pensé que Oikawa tendría un detalle así, con lo orgulloso que ha parecido siempre! ¡Y cómo no voy a llorar si ayer mismo me besé con Daichi y hoy por la mañana he pensado en llamar a Kuroo después de ver un partido de Tooru...!

Akaashi suspiró y, mientras yo lloriqueaba en el suelo frío, alcanzó un bote de aceite esencial de lavanda. —Definitivamente, escribe una historia sobre esto y pide el traslado al departamento de Abe-san. 

***********

yo después de hacer una oración que literalmente ocupa un párrafo entero sobre como se siente hiroko: no seré yo cervantes 

yo intentando describir a daichi: hahaha culo gordo mmmmmmmm 

en fin la hipocresía nos leemos en el siguiente capítulo PERO ANTES.... . . . . . encuesta de control:

¿quién queréis que sea el padre SEGUN LO QUE HA PASADO EN LA HISTORIA? no me sirve que digáis ''mmm m m m oikawa xq lo amo'' no no JUSTIFICA TU RESPUESTA como si fuera el examen más importante de tu vida >:(

yo no hago declaraciones. .  . . de momento 


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