t r e i n t a y c i n c o
Quizá fue mi latente instinto maternal lo que me condujo hasta el desierto pasillo de cuidados para bebés. Con un bote enorme de pepinillos contra el pecho, me agaché para mirar la etiqueta del enorme paquete ahorro de cincuenta pañales. No entendía nada sobre tallas, si era mejor con elásticos o sin ellos, o si los pañales más finos eran más cómodos que los absorbentes... pero sí entendía sobre precios. Saqué de nuevo mi teléfono móvil y abrí la calculadora.
—Si, de media, debes cambiar al bebé de pañal unas diez veces al día durante los primeros meses, y en el paquete ahorro de pañales para recién nacido solo tiene veinticuatro, — tecleé rápidamente en mi teléfono — necesitaría cuatro paquetes por semana, más o menos, y al mes, me gastaría... doce mil yenes... Y la ayuda del gobierno solo son quince mil...
Suspiré. Nunca había sido mala con las matemáticas, pero no me salían las cuentas. Algo fallaba. Me quedé en blanco, con la vista fija en los enormes paquetes de plástico. A los dos segundos, una voz en mi cabecita empezó a preguntarme cómo no había sido capaz de plantearme el precio de un embarazo antes. Agaché la cabeza y me mordí el labio inferior, diciéndome a mí misma que llorar en un supermercado por el desorbitado precio de unos pañales era algo absurdo, pero se me escapó un sollozo. ¿Cómo iba a criar a un bebé sola? ¿De dónde había sacado las agallas para decidir que sí podía hacerlo?
Me sobresalté al oír varias voces cerca. Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, agarré con fuerza mi apreciado bote de pepinillos encurtidos y me reincorporé. Antes de salir del pasillo, miré por última vez los pañales, las toallitas, las lociones, la leche en polvo... y algo similar a la nostalgia recorrió mi espalda. Era una sensación extraña, una especie de atracción-evitación. Sabía que iba a volver allí; una parte de mí no quería, pero la otra estaba deseando llenar el carrito con productos para su bebé. Supuse que serían las hormonas, la única explicación lógica que podía darle a todo lo que me estaba sucediendo.
—Hey, te estaba buscando.
Me giré despacio al escuchar la voz suave de Daichi al otro lado del pasillo. Seguía empujando el carro de la compra, como era evidente, y no parecía haberse peleado físicamente con el que parecía su rival eterno, Kuroo. Siempre pensé que el Karasuno y el Seijoh se odiaban mutuamente, sobre todo desde aquella época en la que los cuervos se volvieron imparables, pero al parecer su ex-capitán guardaba más rencor a los tokiotas. Caminé hacia Daichi. Me dedicó una sonrisa amable mientras yo dejaba el bote con el resto de productos. Daichi se había encargado de tachar el resto de cosas de la lista de la compra metiendo en el carro una bandeja con manzanas y un paquete enorme de galletas.
—Gracias. — murmuré. Aunque había dejado de llorar, mi voz seguía rota.
Daichi se inclinó hacia delante para verme mejor, así que yo aparté la mirada. —¿Todo bien?
Asentí. Agarré uno de los extremos fríos del carro y tiré de él. —Sí. Vamos.
—Creo que es demasiado pronto para que vengas a este pasillo, Hiroko. — Daichi se rio con suavidad. Yo me encogí de hombros, sin saber muy bien qué responder. — Estás preocupada por el tema del dinero, ¿no? — me preguntó. No lo dijo con malicia, ni con intención de hacerme daño, pero yo me sentí molesta. Daichi me veía ansiosa, puede que expectante, y seguramente quería salir de dudas porque no entendía si yo estaba así porque quería ver la cara de mi bebé cuanto antes o si era todo lo contrario.
—¿Qué mas da? — Resoplé. Daichi se lo tomó como una señal para dejar el tema.
— No necesitamos- necesitas — se corrigió — comprar nada más, ¿verdad?
Negué con la cabeza. —Podemos irnos, a no ser que quieras volver a ponerte gallito con Kuroo.
—¿Te ha molestado? — vi cómo me miraba con las cejas enarcadas, entre curioso y algo preocupado.
Yo respondí con una mueca. —Ha sido incómodo. — dije, caminando despacio hacia una caja libre. — Era más fácil estrecharse la mano... — añadí, más bien para el cuello de mi camiseta. Saludé a la amable mujer que estaba al otro lado de la caja y empecé a colocar los productos sobre la cinta transportadora. — ¿Algún día me dirás qué pasó realmente entre vosotros? ¡Estas galletas son de las caras!
—¡Pero son mejores! — se excusó él, dejándolas de vuelta en la cinta. La cajera soltó una risilla. — Mejor calidad que cantidad.
—¿Quién va a pagarlo?
—Yo. — respondió Daichi sin dudarlo.
—¡No! — exclamé.
—¿Quieren bolsa? — la cajera interrumpió lo que podría haber sido una discusión tonta típica de un matrimonio que celebraba las bodas de plata.
—Ah, sí, por favor. — asentí y comencé a guardar algunas cosas en mi bolsa de tela.
Daichi, más rápido que yo, embolsó todo antes de que yo pudiera darme cuenta. Yo, intentando disimular mi cara de horror al ver que casi gasté la mitad de mi sueldo en comida, tendí mi tarjeta de crédito a la cajera. Sentí un pinchazo en el estómago. ¿Por qué subsistir era tan difícil?
Dando las gracias a la mujer, nos marchamos del supermercado. Me pregunté si Kuroo y Kozume-san se habían evaporado; me resultó extraño no volver a toparnos con ellos. Daichi se encargó de llevar todas las bolsas de plástico, llenas de la compra que, por lo menos, duraría algo más de una semana. La noche ya había caído y eran más bien las luces de los comercios aún abiertos las que iluminaban las calles. Conduje a Daichi por el barrio sin decir mucho.
—Esta zona me recuerda mucho al pueblo. — comentó él, fijándose en las casas bajas y en la tenue luz cálida de las farolas. Habíamos dejado atrás las calles más anchas, llenas de cafeterías y pequeñas boutiques, grandes escaparates y edificios de al menos cuatro plantas. Caminábamos por la zona puramente residencial, angostos callejones que a veces ni siquiera tenían espacio para que un coche pasara por ahí, justo como sucedía en nuestro pueblo. Muchas veces, gente que llegaba de la capital dejaba su coche encajado entre dos paredes.
—Sí, solo que aquí es diez veces más caro comprarse una casa. — dije, suspirando. Me encantaría poder vivir en una casa unifamiliar, con algo de jardín, pero en Tokio era misión imposible. Me conformaba con mi pequeño apartamento lleno de plantas... por el momento. — Cuando nazca el bebé-
Agité la cabeza. A Daichi debió resultarle entre gracioso y tierno. —Queda mucho para eso.
Tenía razón. No debía adelantarme a los acontecimientos, pero era inevitable. No podía dejar de pensar en el futuro. Cerré mis puños sobre el asa de mi bolsa y decidí cambiar de tema. —¿Qué te ha dicho-
—¿Kuroo? ¿Después de que te fueras? — se adelantó. Daichi bufó, aparentemente molesto. — No gran cosa. Kozume-san dijo que tenía prisa y se marchó, y a ese imbécil no le quedó otra que irse.
Aminoré un poco la marcha para caminar a la par que Daichi, que, puede que por guardar un poco más las distancias, iba un par de pasos por detrás de mí. —¿Conoces también a...?
—Sí. También jugaba en el Nekoma. — contestó, de nuevo, adelantándose a mi pregunta. Instantes después, fue Daichi quien me miró algo desconcertado. — ¿También conoces a Kozume-san?
—P-pues claro. Es... famoso. —dije, recordando que Kuroo me dijo algo sobre YouTube y cómo su amigo había sido capaz de ganar dinero gracias a los videojuegos, y en lugar de contarle a Daichi cómo había conocido realmente al ex-jugador. — ¿También le odias? — solté.
—Ah, no. — Daichi intentó hacer un gesto con la mano para restarle importancia al asunto, pero como ambas estaban ocupadas con las bolsas de la compra, el gesto se quedó en un ademán.
Me paré en seco y le tendí mi mano para que, al menos, me diera una de las bolsas; así, no tendría que cargar con todo el peso. El ex-capitán, confuso, no fue capaz de leerme la mente. Liberó su mano derecha, llevando las cuatro bolsas con la izquierda, y sin decir gran cosa tomó mi mano.
Yo me eché a reír. —¡Las bolsas! ¡Deja que yo las lleve!
Él también se carcajeó, algo avergonzado, y volvió a sujetar las bolsas con ambas manos. Me tendió una de las más ligeras. —Perdona. No sé en qué estaba pensando.
Seguramente los dos nos habíamos sonrojado, pero la escasa iluminación de las calles nos sirvió de escudo. Me aclaré la garganta. No nos quedaba mucho tiempo; estábamos llegando a nuestro destino. —Entonces, ¿vas a contarme lo que pasó entre vosotros? No creo que te lleves mal con Kuroo simplemente porque los dos erais capitanes de equipos rivales.
Daichi exhaló por la boca, con fuerza. —No es nada del otro mundo...
—Prefiero que no os llevéis mal. — me sinceré. — No os pido que os volváis mejores amigos, pero un poco de cordialidad no estaría mal, ¿sabes?
Más que duro, era incómodo que dos de los posibles padres de tu bebé se llevaran como el perro y el gato, y nunca mejor dicho. Si de por sí ya era una situación difícil y que podía tener mil desenlaces, a cada cual peor, que los posibles padres tuvieran una extraña enemistad complicaba mucho las cosas. Tampoco podía olvidar que Oikawa tampoco se llevaba muy bien con Daichi. Solo veía dos opciones viables: la primera, desentenderme de todo, huir y pretender que el bebé no era de ninguno de los tres; la segunda, que Sawamura, Oikawa y Kuroo superaran sus diferencias como buenos adultos que eran y convivir en paz y armonía hasta que una prueba de paternidad dejara las cosas claras. Obviamente, la segunda me parecía más lógica que la primera, aunque ambas me resultaban igual de válidas.
—Es una tontería, créeme. — insistió Daichi. ¿Acaso no quería contármelo?
—Entonces no debería costarte demasiado hacer las paces con Kuroo. — escupí. — Si quieres, puedo hablar con él. Al menos puedo convencerle de que no sea tan sarcástico contigo...
—Siempre ha sido así. — hablaba como si se tratara de un amante y no de un viejo amigo.
Me giré para mirar a Daichi. —Oye, siento ser tan directa y entrometida, pero, ¿no habréis...?
El policía pestañeó varias veces. —¿Qué? ¿Piensas que salíamos juntos o algo así? — exclamó, lejos de sonar ofendido. Estaba mas bien sin creerse lo que acababa de decir. —¿C-cómo has llegado a esa conclusión?
—N-no sé, — me encogí de hombros — parece que los dos estáis dolidos por lo que quiera que haya pasado entre vosotros, casi como cuando tú y yo... rompimos. — añadí en un murmullo.
Daichi, incrédulo, agitó la cabeza mientras se reía. —No, no. Pero sí éramos buenos amigos. Perdimos el contacto.
La vieja historia de dos mejores amigos que dejan de serlo porque apenas hablan. Nunca fallaba. —Me lo imaginaba. — suspiré. — Pero, ¿dejar de hablar es motivo suficiente para trataros así, como si de un momento a otro os fuerais a dar una paliza?
—No, claro que no. — Daichi me dio la razón. — Nos graduamos del instituto el mismo año, y ya sabes que me ofrecieron plaza en la universidad, — me recordó. En teoría, Daichi también iba a estudiar en la universidad de Tokio, pero prefirió entrar en la academia de policía. — así que en teoría íbamos a jugar en el mismo equipo universitario...
—Ah, vale, ya lo entiendo. — en el fondo, no era más que un despecho, crear expectativas que luego eran machacadas con un simple golpe de realidad. Supuse que a Kuroo le sentó mal que Daichi dejara atrás el voleibol, y entre ellos surgió algo más parecido al rencor que al odio.
—¿Ves como es una tontería? Es de críos.
—No. — dije, seria. — Es de críos que no paséis página. Si no queréis volver a ser amigos, me parece bien, pero qué menos que solucionar esto. ¡Ya sois mayorcitos!
Daichi me miró con ojos brillantes, sorprendido. —Hablas como una madre. — agitó la cabeza justo después — No quería- bueno, no pretendía decirlo porque estés embarazada ni nada de eso...
Yo me reí; ni siquiera había caído en que mi tono era el típico de una madre regañando a su hijo. Ignoré que Daichi estaba algo avergonzado. —De todas formas, tiene que haber algo más para que os guardéis tanto rencor. Además, Kuroo no parece de esas personas que se desentiendan rápido de la gente, —comenté, más bien por experiencia propia — y tú tampoco.
—Ah, bueno, es que su lesión fue muy sonada... — empezó a contar Daichi.
—¿En serio? — exclamé yo. Sabía que había sido grave, pero no que había estado en boca de todos.
Él se encogió de hombros. —Sí. Kuroo tenía todas las papeletas de ganarse un puesto en la liga profesional, —me explicó — pero su lesión le dejó fuera. Cuando me enteré le pregunté qué tal estaba, y no me respondió precisamente con amabilidad.
—Estaría frustrado. — dije yo, sin intención consciente de defender al pelinegro. De todas formas, también debía escuchar su versión de la historia. Daichi, pecando de escueto, no me había contado todos los detalles; eso estaba claro. Por fin vi el viejo edificio de apartamentos, entre otras casas bajas. — Espero que consigáis solucionarlo... No os peguéis, por favor. No quiero tener que veros con un ojo morado... — suspiré.
—Tranquila, ninguno de los dos caeríamos tan bajo... espero. Ahora que lo pienso, seguro que Kuroo se ha metido en alguna pelea.
Caminamos un poco más rápido para llegar cuanto antes al apartamento. Las manecillas del reloj pasaban de las nueve de la noche, y aún teníamos que desembolsar toda la compra. Daichi subió las escaleras sin problema, cargando con las bolsas más pesadas, y yo me quedé atrás. Conseguí llegar al tercer piso algo sofocada. Saqué las llaves del apartamento, abrí la puerta con un empujón y, en silencio, pasamos al interior. Encendí las luces de la cocina. No comentamos nada mientras guardábamos el arroz, el pescado y la fruta, pero tampoco era un silencio incómodo. Era uno de esos momentos en los que simplemente la compañía del otro te hacía sentir... bien. Segura. Como si tu futuro no fuera de lo más incierto, o como si realmente fuerais una pareja de recien casados, aunque sin abrazos por la espalda o besos en la mejilla.
Dejé el bote de pepinillos sobre la mesa. Tenía algo de hambre, así que no se me ocurrió nada mejor que abrirlo.
—Ay. — me quejé. Se lo di a Daichi, poniendo cara de corderito. Él, acuclillado, terminaba de encajar todas las piezas de fruta en el frigorífico como si de un puzzle se tratara — ¿Puedes abrirlo?
Él sonrió. Quitó la tapa del bote con un sonoro ''clac'' y sin complicación. —Ten.
—Lo has abierto rápido porque ya te lo había aflojado... — murmuré. Me quedé mirándole un buen rato. — Oye, Daichi.
—No. — respondió, sin saber lo que iba a decirle. Se volvió para mirarme a los ojos. — Ah, pensaba que me ibas a preguntar si las manzanas eran de las caras.
—Iba a preguntarte si... querías quedarte a cenar. — dije, evitando su mirada oscura. — También puedes quedarte a dorm- — tosí — a dormir, si quieres.
No supe por qué le pregunté aquello. A lo mejor porque no había noche en la que no me sintiera sola, o insegura, o a lo mejor porque le echaba de menos.
Daichi gachó la cabeza y se puso de pie, cerrando la nevera. Miró el reloj de correa negra que llevaba en su muñeca. Suspiró. —Asahi me estará esperando.
—Oh. — fue lo único que pude llegar a decir. — Es verdad. ¡Se me había olvidado! — abochornada, me acerqué a él y le hice unas señas exageradas para que se fuera. Puse mis manos en sus hombros y le empujé hacia la salida— Tienes toda la razón del mundo. Sabes volver hasta la estación, ¿verdad? ¿T-tienes que ir hasta Shibuya?
—Sí, sí, tranquila. — me enseñó su teléfono móvil después de sacarlo del bolsillo de su pantalón negro. — Si me pierdo, puedo buscarlo en el mapa.
—Bu-bu-bueno, y-yo estaré por aquí y todo eso, si pasa algo-
Daichi posó su mano en lo alto de mi cabeza y agitó mi melena con suavidad. Su sonrisa se ensanchó al ver que el rubor de mis mejillas seguía estando ahí. —Descansa. Llámame si me necesitas.
Asentí y agité la mano para despedirme de él. Cuando cerró la puerta, me di un cabezazo contra la madera. Qué tonta era.
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la cajera a daichi e hiroko: señores que si quieren bolsa
deseadme suerte mañana tengo que aprobar un examen pero prefiero escribir mamma mia a repasar porque si no me pongo nerviosa
en fin qué nos deparará este fanfic?? Será Hiroko una orgullosa madre soltera o Daichi le pedirá matrimonio??? Akaashi será el salvador y decidirá cuidar al niño el solo porque es el único adulto responsable o ya tiene suficiente con bokuto???? será kenma el padrino????? kuroo y daichi decidirán liarse de una vez por todas y vivir una historia de amor homoerótica mientras Hiroko se va a vivir a Argentina?????? y quién será el padre biológico??????? misterios aún por resolver en ''una embarazada y tres hormonales jugadores de vóley que ya son mayores de edad''
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