q u i n c e
Los días pasaron con más pena que gloria. Era incapaz de dejar de pensar en Kuroo y su misteriosa forma de actuar, en Sawamura y su intención de trasladarse a Tokio y, obviamente, también pensé en Oikawa. Sabía que, aunque no lo aparentaba, era de esos que le daban muchas vueltas a las cosas, de los que centrifugaban las ideas en su mente hasta hartarse. No había vuelto a saber de él, y mi idea no era atosigarle. Para mí, decirle que podría ser padre era más que suficiente.
Me había quitado tres pesos pesados de encima, pero me había echado encima uno nuevo: qué narices hacer con el bebé. Ver frente a mí una lista de pros y contras siempre había funcionado, así que retiré las nuevas páginas que estaba corrigiendo y agarré un bolígrafo y papel en sucio.
''Pros: subvención del gobierno. baja por maternidad. seré la heroína repobladora del pueblo. la natalidad aumentará.''
''Contras: clínicas caras. nueve meses de embarazo. me dolerán los tobillos y las tetas. no podré dormir. parto doloroso hasta con epidural. no sé quién es el padre. cuidar de un bebé es difícil. me saldrán muchas estrías. despido seguro. no llegaré a fin de mes. la natalidad en realidad no aumentará ni un punto. criar a un niño durante al menos dieciocho años.''
La lista de los contras creció exponencialmente. Cuando vi más que de sobra que lo malo reinaba sobre lo bueno, retiré el papel de un manotazo y hundí la cara en mis manos. De momento, los cambios hormonales del primer mes de embarazo no me habían pasado factura, y aunque me deshice el lágrimas en un par de ocasiones, no noté los evidentes cambios de humor que el resto de mujeres decían sufrir... hasta aquel día. Se me anudó la garganta. Me costó respirar y, de repente, me eché a llorar, tirada en el suelo frente a una mesa donde descansaban las hojas de un shonen para niños de instituto.
Me sentí sola, desamparada. Quizá era un castigo por algo que hice en otra vida, o simplemente por mantener relaciones prematrimoniales. A saber. Yo, que siempre buscaba una explicación lógica a las cosas, no era capaz de entender por qué, cuando estaba en un buen punto de mi vida -con un trabajo decente, apartamento con baño propio, amigos en la gran metrópolis y una familia que me apoyaba desde Miyagi-, tenía que sucederme eso. Mis recuerdos estaban cada vez más borrosos, y hasta llegué a pensar que tuve algún despiste y, a lo mejor por la excitación del momento, llegué a tener sexo sin condón. No sabía que pensar. Directamente, ni pensaba. Solo sollozaba, sintiendo frío en mis brazos, pero calor en mi vientre, deseando que alguien llegara para decirme que no pasaba nada, que todo tendría una solución.
Logré componerme después de unos largos minutos -u horas- de llanto desconsolado. Me levanté del suelo despacio, me sequé las lágrimas con el dorso de la mano y ordené las hojas del manga. Las guardé en una de las carpetas que Akaashi me traía. Arrastré los pies hasta la cocina, donde estaba mi ordenador portátil, cargando, me senté en una de las dos sillas de la sala y abrí el navegador. Como si me hubieran estado espiando, con tal solo escribir ''ab'' en el buscador, salió: aborto.
Abrí un documento en blanco e hice lo mismo que antes: ''Pros: no tendría que pasar el embarazo. no tendría que dar a luz. no tendría que cuidar a un bebé. nadie se enteraría de mi embarazo. podría fingir que no ha pasado nada. no tendría que pedir una prueba de paternidad. no me despidirían. Contras: es caro. puede complicarse. también duele...''
Di un brinquito cuando mi teléfono sonó en la sala de estar. Dejé de escribir los contras y fui hacia allí. Miré la pantalla de mi móvil antes de contestar. Suspiré.
—¡Hola! — dije, fingiendo una sonrisa y tratando de evitar que se notara lo cansada y hundida que estaba.
—Hola, Hiroko. — era la doctora Kotanegawa. Su voz firme se suavizó ligeramente. — ¿Qué tal estás? ¿Cómo llevas tu nueva situación?
Al parecer, todo el mundo intentaba evitar la palabra embarazo, incluso una médico. —Bien. — mentí. Empezaba a ser un camino muy, muy cuesta arriba.
—Me alegro. Por cierto, me enteré de que una de las enfermeras, Sato-san-
—Ya, ya. Lo solucioné. — interrumpí a la doctora con todo mi pesar; no quería hablar de aquello. Me recordaba a Daichi y, como su cara apareciera en mi mente, me echaría a llorar.
—Sawamura ha puesto una denuncia en el colegio de enfermeros, — dijo. Yo exhalé, manteniendo mis lágrimas a raya. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por mi? — y yo la he avalado. Deberías haber hecho lo mismo, Hiroko. ¿Estas bien?
—S-sí... — murmuré. — Tengo mucho trabajo y, bueno, estoy un poco agobiada.
—Debes descansar. — me recordó. Volvió a utilizar su típico tono serio, reprendiéndome. — Más que por tu bien físico, por tu bien mental. Y, hablando de eso, me gustaría que vinieras a Miyagi para una revisión. Hideo irá a buscarte; venir en tren hasta el pueblo es agotador. —hizo una pausa, puede que esperando a que yo hablara, pero me mantuve en silencio, procesando poco a poco la información. — Quiero asegurarme de que estás bien, Hiroko. Eres como una hija para mí. — se sincero. Oí que suspiraba. — Estás sola, a cuatro horas de casa, y sé que esta situación es nueva y difícil. Quiero saber que estás bien y que puedes dar el siguiente paso en Tokio.
Miré hacia el techo y, de nuevo con los ojos vidriosos, pregunté: —¿Cuál es el siguiente paso? — gimoteé. — Cuál es...
—Hiroko, tranquila.
Lejos de predicar con sus palabras, la doctora Kotanegawa hizo que estallara. — ¡No puedo estarlo! ¡Sé que tengo un bebé dentro, no sé de quién y no sé cuáles serán las consecuencias de todo esto! He ha-hablado con todos los posibles padres y... — suspiré. Me costaba respirar de tanto lloriquear. Me dejé caer en el diminuto sofá de dos plazas que había logrado meter entre dos enormes ficus. — no sé, quizá lo mejor sea terminar con esto.
—¿Estás segura? — la doctora sonó algo preocupada.
Me reí por no seguir llorando. —Joder, pues no. — solté. — Me habló de píldoras, de legrados... No tengo ni idea del tema, no me lo enseñaron en el instituto. — bufé. Sí, a lo mejor ya empezaba a notar los cambios de humor. Del llanto al enfado en unos segundos.
—¿Quién? ¿Uno de los chicos?
—Sí, el universitario. Es idiota. Se caló sólo por esperar conmigo. ¿Quién coño hace algo así? Está mal de la cabeza.
—Hiroko, creo que es mejor que hablemos en persona. Ven a Miyagi este fin de semana; el consultorio médico está abierto. — sentenció. — Hideo puede ir a buscarte el viernes por la tarde, y puedes quedarte a dormir aquí, como siempre.
No quería causar más problemas, no quería que nadie se involucrara más en mi historia, pero accedí. Finalicé la llamada, caminé de vuelta a la cocina y cerré mi ordenador portátil. Busqué el recetario que me regaló mi abuela cuando era niña, escrito a mano con una caligrafía impecable. Tenía antojo de la sopa que mi abuela me hacía todas las noches para cenar.
Oh, mierda. Los impulsos y los antojos. Qué putada el estar preñada.
*****
Hacía sol y calor en Miyagi. Hideo había aparcado su viejo coche a la entrada del pueblo, justo enfrente de una de la única tienda de conveniencia del pueblo. Eran las cinco de la tarde y el marido de la doctora tenía que hacer la compra para poder cenar algo decente, así que, antes de llegar a su enorme y tradicional casa, paró. Yo le dije que prefería quedarme en el coche, pero no tenía aire acondicionado y terminaría abrasándome, así que decidí que iría andando hasta la casa de mi abuela.
Las calles del pueblo estaban llenas de vida a pesar de ser los últimos días del verano. Con el otoño, la actividad caería notablemente; muchas personas tendrían que volver a la capital de la prefectura, Sendai, y algunos comercios y restaurantes echarían el cierre hasta la próxima época estival. En aquel momento, aunque el otoño estaba a la vuelta de la esquina, nada parecía haber cambiado. Conforme iba adentrándome en las sinuosas calles del centro del pueblo, más y más gente me saludaba. Me sentía una heroína y una mártir a la vez.
La caminata desde el konbini hasta la casa de mi abuela era bastante larga, quizá de una media hora, así que tuve que ir ralentizando el paso. Cansada, apoyé las manos en la parte baja de mi espalda. La peor parte del embarazo, sin duda, era estar fatigada tanto tiempo. Y para más inri, solo llevaba un mes con el cigoto dentro de mí. A saber cómo sería en el séptimo, octavo y noveno...
Oí mi nombre un par de veces, lejos. Me giré, buscando la voz masculina que me había llamado. Sólo vi a un par de viejecillas, pero, de pronto, alguien moviendo la mano captó mi atención. Con una camiseta blanca de manga corta y unos pantalones oscuros quizá más ajustados de lo normal, Daichi se acercó a mí. Yo no supe si huir o fingir que era una farola.
—¿Cuándo has venido? ¿Por qué no me has avisado?
—Eh, eh, para el carro. Acabo de llegar. ¿Y si era una sorpresa? — le dije, alejándome poco a poco. Él me siguió de cerca, pero no a mi lado. Iba unos pasos por detrás, como si no quisiera molestarme con su presencia pero quisiera vigilarme.
—¿Vas a casa de tu abuela? — me preguntó. Al menos no parecía tan alterado como al principio.
Asentí.—Sí. — me giré levemente para poder ver su rostro. Sus ojos estaban más redondeados que nunca, y su nariz, respingona, estaba algo roja, como si se hubiera quemado por estar muchas horas al sol. A pesar del tiempo, algunas cosas no cambiaban. — ¿Vas a seguirme?
—Sólo voy a acompañarte. Pareces cansada. — dijo, poniéndose a mi derecha.
Caminar con él me daba seguridad. No porque fuera policía, no, sino porque era así. Daichi era la seguridad que me faltaba en Tokio. Su simple presencia me hacía sentir más cómoda, puede que porque estaba familiarizada con él, o quizá porque Sawamura era una de esas personas en las que puedes confiar ciegamente... aunque, como cualquier humano, hiciera alguna que otra estupidez, como romper contigo porque su admiradora secreta y acosadora vivía en el pueblo y porque su amiguísimo del alma le había recomendado que lo mejor era abandonar a su novia para no empeorar la situación.
Tras una eternidad en silencio, Daichi me miró. —¿Qué tal estás? No he vuelto a hablar contigo desde que me pediste el número de Kuroo que, por cierto, me llamó de vuelta para decirme que le había traicionado por ''ser de la pasma''.
Me pregunté si Sawamura y Kuroo eran tan cercanos como para que el último bromeara con el primero. —Bien, dentro de lo malo. — respondí a su pregunta y agaché la cabeza, mirando al asfalto.
Mi contestación le debió sorprender. —No hay nada malo, ¿no? Quiero decir, sí, estás embarazada, pero tu salud está bien y tú estás...
Desconecté. Valoré si era un buen momento para mirar a Daichi a los ojos y decirle la verdad. Hice ademán de agarrar su camiseta, pero me detuve. No, no era un buen momento. Me echaría a llorar, y la regla número uno del manual para no volver con tu ex era no llorar en su hombro, y los hombros de Daichi eran, curiosamente, de esos en los que puedes echarte a llorar sin reparo.
—Sí, — reí, con amargura — entonces supongo que estoy bien. Sólo me encuentro un poco cansada, pero seguramente sea por la horrible autovía.
—¿Pasa algo? — insistió, preocupado.
Joder, odiaba que estuviera tan convencido, tan embebido en la situación, tan interesado. No quería hacerle daño y, como era obvio, tampoco quería hacerme daño a mí. Cogí aire y, sin pensarlo mucho, verbalicé mis pensamientos.
—No sé si quiero seguir adelante con esto. Perderé mi trabajo en cuanto sepan que tengo un bombo y, además, no sé si podré hacerme cargo de un bebé y tampoco sé si podría cargar en mi conciencia saber que el niño o niña está por ahí, buscando a su madre biológica. — me paré en seco. — ¿Cómo pueden pasar por esto tantas mujeres?
Daichi, que se había adelantado sin quererlo, se giró y caminó hacia mí. Se inclinó ligeramente hacia delante para ver mi rostro y asegurarse de que no estaba llorando.
—Hiroko-
—¿A ti te gustaría ser padre? — solté, sin saber por qué. Quise darme una bofetada.
Daichi pestañeó varias veces, perplejo, se llevó la mano a la nuca y, con una risilla algo nerviosa, dijo: ㅡEn un futuro, sí...
Su expresión, su voz y su postura eran un auténtico "bueno, pero si no me queda más remedio..." Le observé un instante, atenta a los posibles cambios en su mímica, pero no obtuve lo que esperaba. Daichi conservó su mirada amable.
ㅡYo no sé si estoy preparada para esto. ㅡ musité.
ㅡ Cl- ¡Claro que lo estás! ㅡ exclamó, pretendiendo animarme. La verdad es que subía mejor los ánimos cuando era capitán del Karasuno. A su favor tenía que decir que la situación era mucho más diferente que un partido de vóley. Esbocé una sonrisa. ㅡ Sabes cuidar de los tuyos, ¿cómo no vas a poder cuidar de un bebé?
Sabía que la cultura y la religión jugaban un papel importante en todo ese tema. Sabía de sobra que la familia de Daichi era religiosa y que, probablemente, si mi aborto fuera inducido, Daichi les diría que no había sido así, que había sido natural. Y eso me haría sentir mal. Desde el punto de vista biológico, en mi útero sólo había un conjunto de células conviviendo con otras; desde el punto de vista cultural, ni siquiera desde el más conservador, tenía un alma dentro. Yo, que me había críado con científicos, no entendía por qué la gente armaba tanto escándalo por interrumpir un embarazo... hasta que yo misma lo viví en mis carnes y, de golpe, me di cuenta de que el ir a ver cómo todos iban a rezar al templo y la cultura que me rodeaba había tenido cierto impacto en mí.
Antes de que Daichi dijera algo del estilo "además, yo también puedo ayudarte" que rompería mi corazón en mil pedazos, continué caminando hacia la casa de mi abuela, despacio.
ㅡUf, odio las cuestas. ㅡ protesté.
ㅡ¿Quieres que te...?
ㅡ¿Llevarme? No, gracias. Puedo sola. ㅡ hice un gesto con la mano, restándole importancia.
ㅡEstoy pensando que... tu madre también dio a luz siendo muy joven, ¿no? ㅡ me preguntó Daichi a mitad de la cuesta. Él caminaba siguiendo mi ritmo sin apenas despeinarse.
Yo estaba algo jadeosa. ㅡSí.
Rina Okazaki fue una de las madres más jóvenes del pueblo: solo tenía veinte años cuando vio por primera vez el rostro de su hija. Sabía por dónde iban los tiros, pero no me pareció un buen ejemplo. Sí, fue una madre joven, pero decidió que me criaran otros.
ㅡMi madre también. ㅡ me recordó. ㅡ Creo que tenía veintitrés años...
Reinó el silencio incómodo. Por fin, a lo lejos, pude ver la fachada de la pequeña pero acogedora casa de mi abuela, que tenía un tendal en el jardín anterior y muchísimas flores que cuidaba con cariño. Daichi me detuvo al llegar a la esquina de la calle perpendicular. Tuve un deja-vu de lo más impresionante; nuestro primer beso fue a un metro de donde estábamos, de noche, en verano, después de escaparnos de la multitud que veía los fuegos artificiales del festival.
Yo enarqué las cejas, pero al instante suavicé mi expresión. ㅡGracias por acompañarme hasta aquí.
ㅡNada. ㅡ me dijo, evitando mi mirada un mísero segundo para luego clavar sus ojos oscuros en los míos. ㅡ Llámame si necesitas algo... que no sea un número de teléfono. O si quieres hablar.
Enternecida, sonreí. ㅡSoy más de mensajes... ㅡ dije yo ㅡ pero está bien. Espero que tengas mi número en la agenda.
ㅡLo guardé, tranquila. Y perdón por haberlo borrado...
Negué con la cabeza. Sabía que lo que realmente era una respuesta a la pregunta que me había lanzado hace unos días: ㅡEstoy bien en Tokio. De momento, puedes quedarte aquí. Si necesito algo, te llamaré, prometido. ㅡ le tendí mi mano para que la estrechara. Lo hizo, con suavidad, cuando normalmente él era de los que agarraban tu mano y la apretaban hasta entumecerte los dedos.
ㅡNo vas a volver aquí, ¿verdad?
Su pregunta, con cierto tono inocente, me hizo agachar la cabeza. Dio un paso hacia mí. Me puse nerviosísima al notarle tan cerca.
ㅡ Trabajo en Tokio y no puedo estar cada fin de semana yendo y viniendo... La doctora Kotanegawa va a ayudarme a buscar una buena clínica de maternidad. ㅡ confesé. ㅡ Es más fácil así.
ㅡ No puedo dejar que te vayas sola... y embarazada. ㅡ murmuró, casi como si fuera una súplica.
Alcé la cabeza y le sonreí. Le tenía tan, tan cerca que ni siquiera tuve que estirar los brazos para colocar mis manos sobre su pecho. ㅡNo te preocupes, ya lo hiciste una vez.
Alisé las arrugas de la camiseta que se formaban hacia sus hombros, le di una palmadita y me di la vuelta para, por fin, entrar en casa de mi abuela.
**********
Escribir mamma mia es mi coping mechanism también conocido como mecanismo de defensa *clown emoji* ánimo con esa cuarentena gente si hemos podido sobrevivir casi años sin una temporada de Haikyuu cómo no vamos a sobrevivir a un mesecito de nada
cuidaos y cuidad a los que os rodean tschüss meine freundin
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