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Mi abuela agarraba mi antebrazo con fuerza. —¿Pero cómo puede ser eso? — me dijo. Estábamos sentadas sobre una de las toallas que habían repartido por la mañana los servicios de protección civil. Estábamos algo alejadas del resto de personas, que empezaban a alterarse algo más. Obviamente, estaban preocupados por sus casas. Las previsión del tiempo parecía algo favorable, y al parecer sólo se habían inundado algunos sótanos cuyos dueños no habían tomado las suficientes precauciones para evitar la entrada del agua.
—Como lo oyes, abuela. — dije yo.
La señora Okazaki, aunque yo nunca le había llamado así, siguió con la mirada al policía más joven del pueblo: Daichi. Era el nuero que toda madre quería tener, y mi abuela, obviamente, no era menos. Era incapaz de dejar de mirarle desde que yo le conté que lo que Suga me había dicho.
—Pues, Hiroko, mi niña, está claro que Sawamura tiene algo que muchos hombres no tienen: —hizo una pausa que me puso de los nervios — un buen culo.
—¡Abuela! — exclamé, mitad ofendida, mitad sorprendida. Me carcajeé, y casi como por acto reflejo, observé a Daichi. Estaba de pie, hablando con uno de sus compañeros, bastante más mayor que él. Mi abuela tenía razón. Los años jugando al voleibol, además de asegurarle a Daichi un pase seguro al cuerpo de policía, le habían hecho tener unos muslos de infarto.
Mi abuela frotó mi brazo. De reojo, vi cómo sonreía. —Pero no sólo tiene eso. Es un buen chico. — dijo, asintiendo. — Salta a la vista. Mira qué amable es con los niños... Sé que eso no tiene nada que ver y que terminasteis de mala manera, pero — se inclinó hacia mí. Hizo un gesto con la mano, invitándome a agacharme un poco para poder susurrarme al oído — todo el mundo confía en una reconciliación. —cuchicheó.
Chasqueé la lengua. —Abuela, te dije que no hablaras de esto con tus amigas. — algo molesta, miré hacia otro lado cuando Daichi se giró para hablar con una familia.
Mi abuela agitó la mano, como diciendo ''bah, da igual'', y luego peinó su cabello fino y rosa. —¡Yo no he dicho nada! Pero se rumoreaba por ahí, y fue la señora Sawamura quien lo confirmó.
Así que Daichi le había dicho a su madre que habíamos roto... Interesante. La mayoría de gente creía que seguíamos saliendo, pero al parecer era un secreto a voces. Normal, supuse: yo estaba en Tokio y él en Miyagi, y seguramente él dejó de hablar de mí cuando solía hacerlo con una sonrisa.
—Pues ahora ni se te ocurra decir nada de lo que te he dicho, ¿vale?
Mi abuela asintió e hizo como si se cerrara la boca con llave. Volvió a mirar hacia el frente, pero al rato se inclinó hacia mí una vez más. —Las viejas del club social — dijo, como si ella no fuera todos los días allí a jugar a las cartas y a cotillear con sus amigas — dicen que os tenéis que reconciliar porque sois la única pareja joven del pueblo. Mira a la pobre Minami, — señaló con la barbilla a una mujer de unos treinta años que tenía aire cansado y un niño al lado de unos nueve años. — ya tiene las tetas caídas y el crío, que fue el último en nacer aquí, dentro de nada irá al instituto. Y Sawamura... Bueno, seguro que tiene buenos genes; está de buen ver.
Sólo pude reírme. —¿Insinúas que somos la salvación del pueblo?
—No lo insinúo yo, lo insinúan esas viejas chismosas, mi niña. — mi abuela levantó las manos en señal de paz, como diciendo ''a mí no me acuses, soy inocente''. — A mí, ya sabes, me importa un pimiento la natalidad de este país. ¡A la mierda con todo! — exclamó. La gente pensaba que mi abuela estaba loca, pero yo encontraba sentido a todo lo que decía. — Si nos vamos a morir de viejos, y vosotros por culpa del calentamiento global.
—Anda, abuela, qué enterada estás.
—Tu primo me hizo Tuiper. — soltó, buscando su pequeño móvil en su bolso. Me enseñó la pantalla y el logo azul de la famosa red social. — Mira, mira, el otro día vi un vídeo que te enseñaba a cómo teñirte el pelo con papel...
Mi abuela me enseñó vídeos con música tintineante y que claramente eran un timo durante horas, hasta que le dije que lo mejor era que dejara el teléfono para las emergencias. Ella asintió y se puso a hablar sobre lo mucho que echaba de menos a mi padre. Empezó a divagar, y yo sólo me dediqué a seguir la conversación agarrada a su brazo hasta que, de repente, mi abuela pareció acordarse de algo:
—Oh, ¿has venido para ver a la doctora?
Ella siempre había tenido esa especie de sexto sentido. Yo fingí no saber nada. —No, qué va.
—Hiroko, — soltó una risilla y dio un par de golpecitos en el dorso de mi mano para luego encerrarla entre las suyas, más pequeñas y mucho más arrugadas. — siempre que mientes aprietas las manos...
Mierda. Lo había hecho sin darme cuenta. Miré hacia los lados, asegurándome de que nadie me oía, suspiré y clavé mis ojos en los de mi abuela, que llevaba unas grandes gafas de color rojo. —Prométeme que no le dirás esto a nadie, ¿vale? — ella, al ver que yo estaba totalmente seria, asintió levemente y se inclinó para que yo susurrara a su oído. Gracias al cielo, mi abuela tenía muy buena audición. — He venido para hablar con la doctora porque creo que estoy embaraza-
No me dejo terminar la frase. Agarró mis dos manos con fuerza, se puso de rodillas y me miró con los ojos brillantes, llenos de ilusión. Me abrazó. —¡Habérmelo dicho antes! Es una buenísima noticia, pero no diré nada hasta que tú no quieras. — se separó de mí, sonrió y se sentó de nuevo sobre la toalla, mirando al frente con la alegría de una niña pequeña.
Yo me sentí un poquito mal.
*****
El consultorio médico del pueblo sólo tenía tres salas: una de espera, el despacho de la enfermera y la consulta de la doctora Kotanegawa. Yo estaba sentada en la camilla de la última, tan nerviosa que tuve que apoyarme en la pared al temer que iba a desvanecerme. Miré por enésima vez la tirita que ocultaba el pinchazo en mi antebrazo: hace unos cuantos minutos que me habían sacado sangre, y los resultados de la analítica estarían al caer. Sentí que el mundo me daba vueltas.
La puerta lateral que conectaba la consulta con la sala de enfermería se abrió despacio. Con bata blanca y un par de papeles en la mano, la doctora Kotanegawa entró y se acercó a mí, despacio. Yo estaba al borde de la histeria.
—¿Y bien? — pregunté con un hilillo de voz.
La doctora agachó la cabeza. —Sí, estás embarazada.
El mundo, que no dejaba de girar, se paró de golpe. Normalmente, cualquier médico te diría ''¡felicidades!'' y te daría mil panfletos del gobierno que te alentaban a disfrutar al máximo de tu maternidad, pero en mi caso, la doctora se quedó en silencio, sin palabras. ¿Qué iba a decirle a una muchacha de veintidós años que, al contrario que la mayoría de los casos, no había buscado un embarazo?
Giré la cabeza para mirar por la ventana. —Bueno, al menos ya no llueve tanto y la gente puede estar en sus casas. — solté, sintiendo cómo se me empezaba a nublar la vista. No quería llorar, pero por mucho que intenté detener las lágrimas, no me hicieron caso. Me tapé la boca con mi zurda y acallé mis sollozos.
La doctora Kotanegawa se colocó a mi lado para poder poner una mano en mi espalda y frotarla. Me miraba con una mezcla de compasión y pena. —Tranquila, Hiroko. Estaré aquí para lo que necesites. — me dijo. Su voz sonó entrecortada. Me sorprendió que perdiera su natural entereza. — Sé que es duro para ti, pero la buena noticia es que aún estás en las primeras semanas, como sospechábamos, así que rodéate de quienes quieres y... reflexiona. Aún tienes tiempo para saber si quieres seguir con esto o no.
Asentí, enjugándome las lágrimas. —Sí, creo que es lo mejor.
—Y habla con ellos. — me recordó, refiriéndose a los posibles padres. Me tendió una caja de pañuelos.
—Gracias. — me soné los mocos con fuerza y fingí no haber oído lo último que dijo.
*****
Hola, soy Hiroko Okazaki.
12:15
Supongo que te acuerdas de mí...
12:15
Me preguntaba si podría verte algún día de la próxima semana, quizá el viernes o el sábado, si no te importa. Necesito contarte algo bastante importante y me gustaría hacerlo en persona.
12:15 NO ENVIADO
Hola???
12:15 NO ENVIADO
wifi de mierda del pueblo es lo peor que hay
12:15 NO ENVIADO
Espero que puedas responderme pronto :)
12:15
—¡Bu! —gritaron a mis espaldas.
Grité tan fuerte que asusté a la persona que tenía detrás: mi amiga Mei. Ella se llevó una mano al pecho y yo golpeé su costado. —¡Me has asustado! — protesté, levantándome del banco de piedra en el que estaba sentada. Ella se rio. Más que parecer la prima de Asahi, parecía su hermana. El color de su pelo, sus facciones levemente redondeadas y su cara de pocos amigos eran prácticamente iguales. Abracé a mi amiga con fuerza.
—¿Con quién hablabas? Estabas muy ensimismada. — me dijo, pícara. Yo volví a darle un golpe. Aunque se parecían físicamente, Mei y su primo eran totalmente diferentes hablando del plano psicológico: ella era extrovertida, bromista y gritona... tanto, que espantaba a cualquier chico. — ¿¡Hablabas con Oikawa!? No, ¡seguro que hablabas con tu ligue universitario!
—Qué dices, Mei. — entrelacé mi brazo con el suyo para caminar a la par. — Además, eso ahora no es importante. ¡Levábamos meses sin vernos!
Confiaba en que mi mejor amiga me recargara las pilas. Que a las siete de la mañana confirmaran que estaba embarazada me había dejado por los suelos, así que quedar para comer con Mei me pareció una oportunidad estupenda para olvidarme de mis problemas. Caminamos juntas, charlando, recorriendo las calles y las cuestas del pueblo hasta llegar al centro. Las tiendas estaban abiertas y había un murmullo general: algunos comentaban detalles sobre las terribles lluvias, y otros, sobretodo señoras, hablaban sobre una joven pareja. No presté mucha atención, pero me pareció oír mi nombre.
Mei me llevó hasta el restaurante de sus tíos. Era el único por la zona, así que estaba lleno de gente. Había salido el sol tras la tormenta y todo el mundo había aprovechado para salir a celebrarlo, al parecer. Tuvimos que sentarnos justo al lado de la puerta, frente a una ventana.
—Qué fuerte, nunca había visto el restaurante tan lleno un día de diario. — comentó Mei. Saludó a su tío, ataviado con un gorro de cocina, con un grito y un exagerado movimiento de manos. — ¡Sírvenos unas jarras de cerveza bien fresquitas!
—¿Eh? No, no. — dije, riéndome con bastante nerviosismo. — No quiero beber.
—¿Por qué no? — Mei me miró a través de su tupido flequillo con ojos de cachorrito. — Anda, Roko-chan, no me digas que vas a emborracharte con una cervecita, ¡con todo lo que bebes tú!
—Es que no me apetece ahora, ¿sabes? — me acomodé en el suelo de madera.
Mei hizo un puchero, pero la tristeza fue pasajera. —¡Pues que las dos jarras sean para mí! — exclamó. Sonriente, apoyó los codos sobre la mesa, hundió la barbilla entre sus dedos entrelazados y me observó. — Jo, te veo más cambiada. ¿Te has hecho algo en el pelo?
—¿Más cambiada? — pregunté, confusa.
Mi mejor amiga asintió. —Si, no sé, como si... tuvieras las tetas más grandes, el pelo más brillante... No te habrás puesto una copa C, ¿no?
Me atraganté con mi propia saliva. —Pero qué dices, tonta, — sin quererlo, agaché la cabeza y miré mi pecho. A mí no me parecía tan grande. — ¡si tengo la talla de siempre!
Mei no insistió mucho más; se le borró de la cabeza en cuanto vio la jarra de cerveza sobre la mesa. Pidió un montón de comida con la excusa de que era el restaurante familiar. Además, me dijo que había empezado a hacer ejercicio por las noches siguiendo tutoriales de YouTube y que necesitaba el doble de proteínas para empezar a muscular. Charlamos sobre nuestras vidas; ella sobre el pueblo, yo sobre la ciudad. Nos reímos de nuestro tiempo en el instituto y, con aire melancólico pero con algo de envidia, Mei me recordó que yo había cumplido su sueño: enrollarme con el tipo más guapo del instituto. Yo le resté importancia, pero ella siguió en las suyas y me repitió que ella no quería nada serio con él; simplemente una noche, y listo.
—¡Justo lo que tú tuviste! — lloriqueó. Ya iba por su segunda cerveza... ¿No estaría emborrachándose ya?
—Pues tampoco fue para tanto.
—¿¡Qué!? ¿¡El mito erótico del Aoba Johsai tampoco es para tanto!? ¡Hiroko, cuéntame los detalles ahora mismo!
Le dije que no era tiempo ni lugar para aquello. Pensé que podría aparecer alguien -mi abuela, la doctora Kotanegawa o Hideo- que me rescatara de aquella situación porque sabía que Mei no dejaría de insistir, pero no esperaba que ese alguien llegara tan de inmediato, y que fuera más bien como el mensajero del diablo en lugar de un ángel salvador.
Daichi Sawamura entró por la puerta del local vestido con unos pantalones negros y una sudadera gris. Supuse rápidamente que no estaba de servicio. Los dueños del restaurante, los padres de uno de sus mejores amigos, le dieron una calurosa bienvenida. Vi cómo sonreía y se disculpaba al rechazar, seguramente, algo de comida gratis. Normal. Era el poli guapo del pueblo. Todo el mundo le adoraba. Sin embargo, rápidamente me di cuenta de que no era por ser policía por lo que le invitaban a un bol de ramen. Una viejecilla se acercó a él.
—¡Enhorabuena! — le dijo, dándole un fuerte golpe en la espalda. ¿Le habrían ascendido?
—Sí, eso. ¡Felicidades!
Si yo estuviera en una situación así, sacaría mi pistola reglamentaria y dispararía al techo. Menudo agobio.
Daichi, acostumbrado a lidiar con muchedumbres nerviosas y, peor aún, un equipo de voleibol de adolescentes gritones y hormonales, logró deshacerse de las señoras que le atosigaban y se abrió paso entre las mesas del restaurante, buscando a alguien o algo con la mirada. Tragué en seco cuando sus ojos se clavaron en mí después de un buen rato y ver cómo caminaba hacia nuestra mesa.
Primero saludó a Mei. —Hola, Azumane. Cuánto tiempo.
—¡Hola, agente! — bromeó ella, sonriente. Después me miró a mí, cambiando completamente de expresión; estaba preocupada y no sabía qué estaba sucediendo. Yo tampoco, la verdad. — ¿Necesitas alguna identificación?
Daichi soltó una risilla. Estaba basatante... acelerado. —No, no, es mi día libre. Quería hablar un momento con Hiroko, si no te importa.
—¿Para qué? — Mei era como una leona a punto de sacar sus garras. Hasta pude ver cómo su espalda se tensaba.
—Es un asunto importante. Hiroko, ¿puedes venir un momento? Necesito hablar a solas contigo. Será un minuto.
Fruncí el ceño y crucé una mirada con mi amiga. Ella me decía silenciosamente ''ve, con cuidado''. Me levanté del suelo despacio. —Sí, claro, pero más te vale no pasarte ni un segundo.
Daichi movía la pierna derecha sin parar, nervioso. Quise decirle que parara, pero le dejé en paz. Me calcé antes de salir del restaurante, y justo en ese instante, apareció la bajita y rechoncha mujer que regentaba la verdulería del pueblo. Se plantó frente a nosotros y, de la nada, nos rodeó con sus brazos, pegándonos. Nos dejó libres y agarró mis manos con una sonrisa de oreja a oreja.
— ¡Cómo me alegra saber que vais a ser papás!
Yo sólo pude hacer una cosa: corresponder a su sonrisa. —Sí, es estupendo.
Y entendí de qué quería hablar Daichi. Apreté la mandíbula y me giré hacia él cuando la verdulera se apartó de nuestro camino. Él chasqueó la lengua, puso su mano en la parte alta de mi espalda, cerca de mi hombro derecho, y me empujó con algo de brusquedad hacia la esquina del restaurante. Se puso justo delante de mí, cruzado de brazos, y yo sólo pude pensar ''guau, menuda espalda tiene''.
—¿Por qué no me lo has dicho antes? —me preguntó, alterado. Cuando se dio cuenta de su posición corporal y su tono de voz bastante amenazante, se relajó y cerró los ojos con fuerza. —Perdona, no quería hablarte así.
Yo le imité y me crucé de brazos también. —Porque no nos hablábamos. —solté. Era la verdad, al menos. —Y porque no sabía que estaba embarazada hasta hoy mismo.
—¿Y por qué le has ido diciendo...? No, — agitó la cabeza. — alguien tiene que haber esparcido la noticia por ahí. — llegó a la conclusión correcta. — ¿Le has dicho a alguien que estás... embarazada? — dijo la última palabra en bajo, como si le diera miedo.
—Daichi, — pareció sorprenderse al escuchar mi voz pronunciar su nombre — a mí también me molesta que ahora todo el mundo se crea que somos la pareja que va a repoblar este sitio, pero yo no he ido por ahí diciendo nada a nadie. Segundo, sólo lo saben dos personas: la doctora Kotanegawa y mi abuela, y ninguna de las dos lo ha dicho por ahí. Créeme.
Sawamura se quedó en silencio, pensando. Cogió aire y resopló, dejando caer su cabeza, rendido. —Ah, ni siquiera descanso los días libres... Buscaré el origen de todo este revuelo. —dijo, decidido. — La gente lleva años sin ver a un bebé, y que ahora sepan que estás embarazada les hace muchísima ilusión...
— A ti no mucho, ¿verdad? — solté.
Daichi hizo una mueca. Apretó mi hombro con suavidad. —Ya hablaremos.
Conseguí detenerle al agarrar su mano áspera antes de que la retirara de mi hombro. —No quería que te enteraras de esta forma. —murmuré. — Lo siento.
Hizo ademán de inclinarse hacia mí, pero terminó apretando los labios y asintiendo. Se alejó dando un par de pasos largos hacia atrás. —Te mantendré al tanto de la investigación.
**********
oh no me he retratado con este capítulo sí daichi tiene un culazo lo amo y eso es canon
en fin quiero que avance la historia para que sepáis lo surrealista que puede llegar a ser la vida de Hiroko un besito
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