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d o c e

Abrí las cortinas de mi apartamento con un movimiento seco. Suspiré. Era mi primer día de trabajo en casa después de que Akaashi dijera que él se responsabilizaría, como buen editor que era, de que yo cumpliera con los plazos establecidos. Yo había cogido papel tamaño A3 y pluma para dibujar un enorme cuadrante para colgar en la cocina, para poder así tener un horario en mi propia casa. Estaba dispuesta a ser la mujer más productiva de todo Tokio, que ya es decir. Había empezado con fuerza, pero en lugar de despertarme a la hora de siempre, decidí dormir cinco minutos más... y esos cinco minutos se convirtieron en horas. Cuando me desperté, tenía tres llamadas perdidas de Akaashi. Eran las doce del mediodía y, en teoría, tendría que haber empezado a trabajar a las siete de la mañana. 

—Qué desastre. — resoplé, mientras regaba las plantas que tenía por casa. 

Al menos, era un día soleado y no tenía pinta de ser del todo malo. Me había despertado sin nauseas y, por primera vez en mucho tiempo, con apetito. Supuse que, por la hora, dejaría atrás el desayuno y directamente almorzaría. Arrastrando los pies, fui a la cocina y dejé que la arrocera hiciera su magia. 

Aún cuando estaba contemplando lo vacío que estaba mi frigorífico, oí cómo alguien llamaba al timbre del apartamento. Simplemente con oí el suave y único ''din-don'', supe que se trataba de mi editor. Cerré la nevera de golpe, caminé hacia la puerta, bajé el escalón y abrí la puerta. 

—Buenos días. — dijo Akaashi, con algo de sorna; sabía de sobra que me había despertado hace escasos minutos. Se me veía en la cara, seguro. Akaashi vestía con un jersey de color beige y parecía más estresado que nunca. Llevaba un par de archivadores llenos de papeles. — Supongo que hoy no has trabajado, de momento, así que te traigo esto. — prácticamente dejó caer los archivadores en mis antebrazos. Yo me desequilibré. 

—¿¡To-todo esto!? — exclamé, sorprendida por la cantidad de capítulos a corregir. 

Akaashi asintió llevándose la mano a la frente. Suspiró. —Creo que es la venganza de Kimoto por lo del vómito. — dijo. 

Yo también suspiré. Con una seña, invité a Akaashi a entrar dentro del apartamento, a pesar de que mi futón aún estaba en el suelo. —Te veo estresado. Tómate al menos una taza de té. 

—Tengo una reunión en media hora... —protestó. Hizo ademán de irse, pero yo logré alcanzar su mano y tirar suavemente de ella. 

—Además, un editor no puede irse sin explicar a un corrector qué debe corregir...

Mis palabras le convencieron, así que cerró la puerta, caminó detrás de mí -después de suspirar otra vez- y tomó los archivadores, para que yo no cargara con ellos. Le sonreí e hice como si llevara despierta horas en lugar de minutos. Akaashi me siguió hasta la cocina. Dejó los archivadores en la mesa y los abrió mientras yo calentaba algo de agua para preparar dos tazas de té. Vi los dibujos detallados del manga mensual más popular de la revista. 

—Hay algunas líneas en sucio, así que intenta borrarlas; hay diálogos marcados para que corrijas... — Akaashi fue pasando páginas y explicándome qué hacer. Yo asentía como si fuera a acordarme de todo lo que tenía que hacer. Apunté la fecha de entrega en una pequeña pizarra que tenía en mi diminuta cocina y Akaashi hizo lo mismo con las hojas del siguiente archivador antes de que el té estuviera listo. Satisfecho pero cansado, aceptó la taza que le ofrecí y se giró para mirarme. — Entonces, ¿los tres saben que van a ser padres? 

Me atraganté con el primer sorbo de té. Entre toses, negué con la cabeza. —Creo que Kuroo aún no lo sabe. 

—¿Crees? ¿Es que acaso no se lo has dicho? — Keiji enarcó las cejas. Sentí cómo me juzgaba en silencio. 

Chasqueé la lengua. —Es imposible contactar con él. No le llegan los mensajes, no contesta a las llamadas... 

Akaashi dejó la taza de té en el pequeño trozo de encimera que tenía en la cocina, justo al lado del fregadero. Se cruzó de brazos. —Quizá se huela que estás embarazada, y por eso no te contesta...

—¿Crees que él haría eso?

Mi editor se encogió de hombros. —Puede. —dijo. — De los tres, es al que más conozco, y es el que tiene más probabilidades de dejar tirada a alguna chica. — comentó. 

Yo hice una lista mental de los pros y contras de cada posible padre: A Daichi seguramente le molestaría el hecho de ser un padre joven, pero al menos era responsable y no le importaría hacerse cargo de un bebé; conocía lo suficiente a Tooru para saber que no era del todo malo con los niños, así que, aunque la noticia le molestara, no dudaría en cuidar a su hijo... Pero, ¿y Tetsurou? Era una incógnita. Sólo sabía un par de aspectos de su vida. Ni siquiera podía hablar con él, ni siquiera sabía dónde vivía... ¿Cómo iba a saber si era de los que se marchaban para nunca volver?

—Tengo que decírselo. — concluí, segura de mí misma. — ¿Tienes su nuevo número?

Akaashi sacó su teléfono móvil para comprobarlo. — No. — vi cómo enviaba un mensaje a alguien. — Pero un amigo seguramente sí lo tenga; espero que responda pronto. Últimamente no deja de entrenar. 

—Sería estupendo que-

El melódico tono de llamada del teléfono de Akaashi me dejó con la palabra en la boca. Aproveché que Keiji hablaba con alguien -muy gritón, por cierto- para beber mi té. Vi como mi editor asentía. 

—Vale, gracias. — el otro interlocutor gritó algo al otro lado de la línea. — Sí, sí, iré a verte. — Akaashi finalizó la llamada con una sonrisilla, pero después me miró algo serio. — Dice que no tiene su número. 

—¡Mierda! — pataleé, enrabietada. Estaba tan ofuscada en hablar con Kuroo que llegué a pensar que la única solución sería buscarle por todos los domicilios de Tokio y alrededores, llamando de puerta en puerta.

Keiji dio el último sorbo a su té. —¿Y si-

—¡Ah! ¡Ya sé! ¡Daichi! — exclamé. Se me iluminó el rostro, como si hubiera tenido una aparición de la mismísima virgen María. Alcé el índice. — Seguro que Daichi también conoce a Kuroo-san, ¿no? — Akaashi asintió, y yo di un brinquito, pensando que todo estaba ya solucionado. — ¡Estupendo! Entonces puedo pedir a Daichi el número de Kuroo.

Akaashi me miró como diciendo ''no sé yo si es una buena idea'', pero esbozó una sonrisilla y, con tranquilidad, soltó: —Suerte. 

*****

Supuse que las diez de la noche era una hora decente para llamar a Daichi; seguramente ya había terminado su turno. Contra todo pronóstico y a pesar de la dolorosa ruptura, no había borrado su número. Simplemente cambié su nombre de contacto a ''maldito bastardo'' y juré no volver a llamarle nunca más por teléfono, pero las cosas habían cambiado. Mientras pasaba las páginas que acababa de corregir y perfeccionar, esperé a que el policía contestara. 

—¿Diga?

—Hola. — saludé, con una sonrisilla, inexplicablemente feliz al oír su voz. ¿Sería el recuerdo de hablar por teléfono con él lo que me hacía feliz?

—¿Quién eres? —preguntó.

Y la sonrisa se me borró de golpe. —Hiroko. —bufé. 

Daichi se rio, avergonzado. Me imaginé cómo se rascaba con el índice la mejilla; siempre lo hacía cuando deseaba que la tierra lo tragase. —A-ah, hola... — murmuró. Volvió a soltar una risilla. — Había borrado tu número... Perdona. ¿Pasa algo? 

Me arrepentí de no haber hecho lo mismo que él. Cogí aire y lo solté en un largo suspiro. —Necesito tu ayuda. — le dije. Me di cuenta de lo urgente que parecía mi petición, así que rápidamente añadí: — No es por nada especial, simplemente necesito que contactes con alguien... 

—Dios, Hiroko. Me habías asustado. — escuché cómo se dejaba caer en algún lugar, probablemente su cama o algún sofá. — ¿Con quién? — me preguntó, sin aparentes sospechas.

Había pensado en qué excusa darle para no tener que decirle que necesitaba contactar con otro posible padre, que él no era el único, pero me quedé en blanco por unos segundos. Daichi me llamó un par de veces y, por fin, conseguí reaccionar. —¡Lo siento! Estaba echando un vistazo a un manga que van a publicar. — mentí. — Eh, bueno, era un compañero de universidad. Una amiga necesita su número porque... porque tiene unos apuntes suyos, sí, — miré al techo intentando buscar más excusas, pero me di cuenta de que de convincente no tenía nada — y como eres poli... pensé que podrías ayudarnos. 

—Esa amiga no serás tú, ¿no?

—No. — contesté con rapidez. 

Daichi inspiró. —Bien, pero, si estáis preocupadas por él, ¿no es más fácil contactar con la policía de Tokio? — dijo, con toda la lógica y razón del mundo. 

—Eh... Sí, pero es que pensé que podrías conocerle y quizá tener contacto con él. — intenté recordar lo que Keiji me explicó sobre los equipos de bachiller, en los campamentos de entrenamiento... — A ver, jugaba en un equipo de voley, ¿el Peroda? — fruncí el ceño, siendo incapaz de evocar el nombre. — Y también ha jugado en la liga universitaria. 

Al otro lado de la línea, Daichi parecía confuso. —No me suena ese equipo.

—Que sí, que me dijo mi amiga que el Karasuno entrenaba con ellos, y jugasteis contra ellos en los nacionales. — expliqué. — ¿Neroda? ¿Peroma? 

—¡El Nekoma! — exclamó Daichi. 

—¡Sí, eso! El chico se apellidaba... esto... — fingí no acordarme cuando, en realidad, no podia quitarme ni su nombre ni su rostro de la cabeza. — ¿Kuroo?

Daichi se quedó en silencio. Oí como chirriaban los muelles de un colchón, así que supuse que sí, que se había tirado en la cama y, quizá de la sorpresa, se había reincorporado. —Quieres que encuentre a Kuroo. — dijo. No era una pregunta, era una afirmación... y con un tono bastante serio. 

—Ajá. ¿No le conoces? A lo mejor estoy equivocada-

—No, no. Le conozco. Era también capitán... — resopló. — pero llevo años sin hablar con él. ¿Para qué has dicho que necesitas su número?

 —Para una amiga. — volví a contestar lo más rápido que pude. No sabía si era una buena técnica para sonar convincente o no. — Simplemente, si puedes contactar con él, con cualquier número, pásamelo. Yo se lo daré a... mi amiga. — dije, incapaz de inventarme algún nombre. 

—Está bien. — al oír que había aceptado la misión, doblé el brazo, apreté el puño e hice un gesto en señal de victoria. 

—¡Muchas gracias, Daichi! — casi por inercia, retiré el teléfono de mi oreja y me lo llevé cerca de la boca, haciendo ademán de mandarle un sonoro beso. Me detuve al darme cuenta de que llevábamos meses sin salir juntos. Sonriendo amargamente, coloqué el dedo sobre el botón rojo de finalizar llamada, pero oí a Daichi decir mi nombre. — Perdona, no te he oido.

—Ah... nada, nada. — murmuró, entre risillas nerviosas. — Te llamaré o te enviaré un mensaje si consigo algo. — y, dejándome con ganas de saber qué narices quería decirme, colgó. 

*****

Estaba ventilando un poco el apartamento: la brisa más bien fría movía las cortinas de mi sala de estar y habitación, y los rayos de sol anaranjados del atardecer incidían sobre las páginas que había terminado de corregir. A mi derecha, justo debajo de una enorme planta que Mei me había regalado por mudarme a un nuevo y más grande apartamento, mi teléfono vibró. Era Daichi. Habían pasado un par de días desde que hablé con él por última vez. 

—Hola, Hiroko. — dijo, apresurado. Por la hora, seguramente estaba trabajando. — He descubierto un par de cosas para... tu amiga.  

—Genial. — sonreí. — ¿Es sobre Kuroo, entonces?

—Sí. No he podido conseguir su número personal, pero tengo el número de teléfono del laboratorio donde trabaja. — yo, lo más rápido que pude, busqué un papel en sucio, y con la misma pluma con la que corregía, me preparé para apuntar el número que Daichi me iba a dictar: — Nueve, seis...

Terminé de apuntar el número. Me levanté del suelo y me contuve para no dar saltitos de la más auténtica emoción. — Gracias, Daichi. ¡Eres el mejor poli de todo Miyagi! 

Él, puede que abrumado, se rio. —Ya, bueno. Espero que a tu amiga le sirva ese número. Es el número del laboratorio, no la centralita, así que supongo que si llamas y preguntas por él, contestará... a no ser que esté evitando a tu amiga, claro. 

—Enseguida le mando el número. ¡Gracias, gracias! — exclamé, intentando no parecer demasiado ilusionada. Carraspeé al notar que mi tono de voz era demasiado agudo. — Creo que no me cansaré de darte las gracias. Has salvado a mi amiga de tener que- —no conseguí recordar la excusa que le di, así que me callé. 

Gracias a lo que fuera, Daichi no se dio cuenta de que yo estaba dudando sobre la versión que le di la última vez que hablé con él y, con algo de timidez, me preguntó: —Por cierto, Hiroko, ¿cómo estás?

—¿Eh? — confusa, miré hacia la ventana. — Ah, bien. Estoy estupendamente, no te preocupes. 

—¿Qué tal...?

Supe que quiso evitar decir la palabra ''bebé''. Yo me reí. —Bueno, aún no es más que un conjuntito de células, pero supongo que también sigue ahí. 

—¿Vas a necesitar que-

—No, Daichi. Puedes quedarte en el pueblo. — le corté. — Estoy bien, de verdad. No hace falta que vengas. ¡Muchas gracias por conseguir el número para mi amiga! — recalqué. — ¡Saluda a tus padres de mi parte, y no te preocupes por nada, estoy genial! 

Colgué con mal sabor de boca. Volví a sentarme en el suelo, apoyé la frente en la madera de la mesa sobre la que estaba trabajando y grité de la forma más gutural posible. Daichi estaba preocupado por mí y, peor aún, por lo que pensaba que era su hijo. O le decía pronto cuál era la verdadera situación o tendría que huir para siempre a una isla desierta. 

Tras un par de minutos en los que mi mente se sumió en un pozo oscuro y sin fondo de desesperación y preguntas referidas al futuro, alcé la cabeza: tenía en mi mano, aún, el papel en el que había apuntado el número, y en la otra, mi teléfono. Sin pensar mucho en las consecuencias, lo marqué. Mi estómago dio mil vueltas mientras sonaban los tonos que indicaban que la llamada estaba esperando a ser respondida. 

Finalmente, descolgaron. Una voz femenina y amable, aunque con un fuerte acento extranjero, me contestó:  —Laboratorio de bioquímica. ¿Quién es?

—¡Ah! Esto... Llamaba porque estoy buscando a Kuroo, me han comentado que trabaja allí. — dije, con miedo a que todo resultara ser en vano.

Algo dudosa, la mujer se apartó del teléfono y llamó a alguien. No pude oír nada más que unas voces apagadas. —¿De parte de quién?

—De Okazaki. — esperé a que todo fuera como esperaba. Hasta llegué a cruzar los dedos. 

—Espere un segundo, por favor. 

Obedecí, aunque estuve segura de que habían pasado más de tres segundos cuando alguien se puso al teléfono de nuevo. —¿Hola?

Al escuchar su voz grave, me quedé totalmente en blanco. Utilizaba un tono formal; obviamente no era lo mismo hablar de noche a la tía con la que te estabas acostando que de día en medio de un laboratorio de bioquímica. Me aclaré la garganta. 

—¿Kuroo?

—Sí, el mismo. — dijo, algo más desenfadado, pero todavía tenso. — ¿Quién es?

—Okazaki. — repetí. — Hiroko. 

Algo más cómodo, soltó una risilla ahogada y totalmente desenfadada. — Ah, Hiroko... — por fin utilizó su tono más habitual: socarrón, algo irónico y puede que hasta algo insinuante. Era una mezcla casi mágica. — Menudas dotes de investigación, ¿eh? Has conseguido el número del laboratorio en un pispás. 

—Ya, bueno. — bufé. No tenía muchas ganas de seguirle el juego. — Te envié unos mensajes preguntándote si podía verte-

—Anda, ¿tanto quieres verme que has conseguido este número? — dijo, riéndose. 

—Es importante. Y nada sucio. — añadí.

—Oh, vaya. Qué decepción.

—¿Puedo verte esta semana? ¿O puedes darme tu número personal, al menos?

Mi tono suplicante le hizo resoplar y bajar el volumen de la voz. Dejó de hablar con tanta sorna. —¿Es tan, tan, tan importante? ¿No puedes decírmelo ahora? Estoy liado estos días. 

—Pues sí, es importante. Puedo decírtelo ahora, pero-

—Está bien. El miércoles tengo un seminario y un rato libre antes de las cinco. — antes de que yo me explicara, Kuroo me interrumpió. — Estaré por la facultad de ciencias, en la cafetería. No tengo mucho tiempo, así que si no estás allí...

Entendí lo que quiso decir. —Está bien. El miércoles, antes de las cinco, cafetería de ciencias. — concluí.

—Perfecto. ¡Gracias por su llamada! — canturreó. Enseguida escuché los pitidos cortos que indicaban que ya había colgado.

Resoplé y me preparé mentalmente para un encuentro en el que, seguramente, me iba a derretir. 

Pasé algunas páginas del manga que estaba corrigiendo y, al rato, solté la pluma. 

—¿Qué narices le pasará para no querer darme su número? — me pregunté, mirando al techo. 




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