d i e c i s i e t e
—Parece que todo va bien, Okazaki-san. Tenga, esta es su cartilla.
Asentí mientras los nervios abandonaban poco a poco mi cuerpo. Mucho más aliviada que en la sala de espera, vi cómo la doctora que se sentaba frente a mí, una mujer ya algo encorvada, me tendía una cuaderno en el que debía apuntar todos los datos sobre mi embarazo. En Miyagi, cuando le dije a la doctora Kotanegawa que seguiría con el embarazo, me explicó que debía hacer dos cosas: notificar mi estado en una oficina del ayuntamiento de Tokio y, después, acudir a una clínica de maternidad para que me hicieran un seguimiento. Después, todo sería más fácil y rutinario. Cuando sentí el papel de la cartilla entre mis manos, supe que aquello ya era oficial.
—Le recomiendo que acuda a todas las consultas. — continuó la mujer, sonriéndome. — También, a partir de las siguientes semanas, puede inscribirse en las clases pre-parto.
Volví a asentir, pero pronto recordé lo más doloroso -que no era, curiosamente, el estar embarazada-: —¿Cuánto... cuesta cada consulta?
La doctora Kotanegawa hizo un barrido de todas las clínicas de maternidad de Tokio. Buscó primero las que estaban más cerca de mi casa, simplemente por comodidad, pero ninguna contaba con el respaldo del gobierno. Después, recordó que algunas de sus compañeras y profesoras de la universidad trabajaban como enfermeras y matronas en clínicas, así que rápidamente contactó con una de ellas y encontró una de los centros médicos mejor valorados del país. ¿El problema? Que dar a luz allí eran casi seis meses de mi sueldo íntegro, y tenía miedo de quedarme en bancarrota.
La mujer, ginecóloga, agitó la mano y se rio. —Ah, tan sólo unos diez mil yenes. — Me atraganté con mi propia saliva. Tosí y fingí que no había pasado nada. La doctora, que se apellidaba Watanabe, volvió a reírse. — Pero, con las ayudas del gobierno, cada revisión serán sólo mil.
Suspiré, aliviada, llevándome la mano al pecho. —Menos mal. — murmuré.
—Si le parece bien, la enfermera puede buscar una fecha para las analíticas de sangre y orina. Las pruebas para la Hepatitis B son gratuitas...
Continuó explicándome cosas sobre el embarazo. Cuáles debían ser las revisiones, qué alimentación debía llevar, cómo debía cuidarme... Fue tanta información de golpe que estuve a punto de echarme a llorar. Dudé que fuera el bebé, que aún era poco más que una placa de células de un tamaño aún microscópico, pero sentí cómo se me anudaban las tripas. Era puro nerviosismo. Empecé a mover la pierna derecha de arriba abajo, fingiendo que me enteraba de todo lo que me contaba aquella mujer, que sería mi ginecóloga durante nueve largos meses y, de repente, recordé lo fácil que sería tener a alguien al lado. A alguien que pusiera una mano en mi espalda y la frotara, como diciendo ''no te preocupes, estoy aquí''. O alguien que supiera que iba a quedarse conmigo durante el resto de la tarde.
Dándome cuenta de que empezaba a divagar, agité la cabeza.
—Entonces, lo próximo son unos análisis y un test de orina, ¿no? — dije, guardando con cuidado en mi bolsa de tela todos los cuadernos, folletos y papeles que me había dado la ginecóloga.
La mujer asintió y se levantó para acompañarme hasta la puerta. —Y, por cierto, enhorabuena. Tener un hijo es un auténtico regalo.
Sonreí. —Gracias. — musité, haciendo una leve reverencia e intentando que no se notara la amargura de mi voz.
*****
Nada más salir de la clínica me monté en un taxi que me llevó hasta el aeropuerto de Haneda. Aunque la ginecóloga me había recomendado que comiera al menos tres veces al día, estaba tan inquieta que decidí pasarme sus recomendaciones por el arco del triunfo. Si comía algo, aunque fuera una cucharada de papilla, vomitaría. Y no quería repetir una escena como la del despacho de Kimoto, pero aquella vez en el aeropuerto y sobre los zapatos de Oikawa.
Pagué al amable taxista y me despedí de él con una sonrisa. Caminé hacia la terminal de llegadas internacionales, pensando que, quizá, la última vez que pisé aquella terminal ya estaba embarazada. Me dieron escalofríos a pesar de que la temperatura era de lo más agradable.
Me coloqué debajo del enorme cartel de información sobre los vuelos y lo miré: España, Estados Unidos, Francia, Bélgica, Corea del Sur... No vi por ninguna parte algún vuelo procedente de Argentina. Fruncí el ceño y miré el reloj. Aún era pronto. Decidí preguntar en un pequeño puesto de información, pero sólo me dijeron que, desde América, sólo llegaban dos vuelos: EE.UU y Brasil.
Algo me dijo que mi antiguo senpai no venía desde Buenos Aires, sino desde Rio. Convencida, pero con la cabeza algo gacha, caminé hacia la puerta que cruzaban todas las personas que llegaban a la terminal, y esperé de pie hasta que se me cansaron las piernas. Mis grandes miedos siempre habían sido los payasos y las alturas, pero pronto serían las varices. Viendo que más gente lo hacía, me senté en el suelo, brillante y seguramente recién pulido. Menos mal que aquel día había decidido ponerme pantalones.
Pasaron los minutos y, por fin, la puerta de cristal semiopaco se abrió, dejando paso a un gran número de turistas, residentes y personas que corrieron a abrazar a sus amigos y familiares. Yo, con cuidado, me levanté del suelo y miré al cartel de las llegadas: Rio de Janeiro.
Todo el mundo en el instituto decía que los del Seijoh nos podíamos encontrar entre una multitud sin problema porque teníamos algo que nos distinguía del resto, pero común entre nosotros. ¿El qué? Nadie lo sabía, pero al parecer era verdad. Puede que fuera una especie de instinto que te hacía girarte y decir, ''¡Hey! ¡Tú fuiste al Seijoh!'' o cualquier otra idiotez... Que funcionaba. Justo al levantarme del suelo, distinguí a la persona que estaba esperando: arrastraba tan solo una enorme maleta de un suave color turquesa con una mano y sujetaba su teléfono con la otra. Ni siquiera tuve que decir mi nombre porque, al levantar la mirada de la pantalla de su móvil de ultimísima generación, me vio.
Se acercó a mí con aire serio, pasó por debajo de la barra metálica que nos separaba y, rápidamente, puso las manos en mis hombros y me dio un sonoro beso en la mejilla. Me quedé helada.
—Ay, lo siento. No recordaba que en Japón se saluda como si fuéramos robots. — soltó, girándose para poder alcanzar su maleta. Yo aproveché para observarle con algo más de detenimiento. La última vez que vi a Oikawa, su tono de piel era igual de blanco que la leche. Unas cuantas semanas después, su piel estaba dorada por el sol, y sus mejillas y su nariz algo quemadas. Él también me miró de arriba a abajo y luego, dramáticamente, suspiró y comenzó a caminar despacio. — Ah, qué ganas tengo de llegar al hotel...
Yo seguí su paso. —Pensé que vendrías desde Argentina, no desde Brasil. — comenté, curiosa.
Oikawa soltó una risilla. —He estado allí un par de días de vacaciones, aunque he terminado jugando también. — sin dejar de andar hacia una de las caras cafeterías del aeropuerto, hizo un puchero y se quejó. — Jo, Hiroko, ni siquiera me has dado un abrazo. Qué fría. — canturreó.
—Ah, — me reí. Me paré junto a él y, poniéndome ligeramente de puntillas, rodeé su espalda con mis brazos. Se notaba que era un jugador de vóley profesional. Su musculatura daba envidia. — perdona. — me aparté y, algo avergonzada, miré hacia el suelo. — Estaba un poco nerviosa.
—Normal. — bufó él. — Cualquiera lo estaría al verme. Por cierto, ¿has venido en coche?
Negué con la cabeza. —He venido en taxi. Es técnicamente un coche, pero...
Oikawa resopló y dijo algo entre dientes. —Tremendo calvo tobogán de piojos.
—¿Eh?
—Iwa-chan. — aclaró, tirando con algo de brusquedad de su maleta. — Iba a venir a buscarme, pero me ha dicho que me jodan. Ah, ¡el re conchudo me va a decir a mí que no viene justo cuando pongo un pie en Japón!
Me pareció curioso que el acento de Tooru cambiara de golpe. Me hizo reír. —Seguro que estaba bromeando.
—Ah, sí, como vos y tu embarazo, boluda. Mírate, seguís igual. — dijo, cabreado. Rodó los ojos y señaló después mi tripa. — ¿Embarazada? Seguís siendo un espárrago.
Me costó mantener su ritmo al hablar y su repentino acento extranjero. Cuando procesé sus palabras, le miré con toda la seriedad del universo y le pregunté: —¿Quieres pruebas?
—Claro. — Oikawa se paró a unos cuantos metros de la cafetería, llena de lo que parecían turistas alemanes, se cruzó de brazos y se quedó mirándome mientras yo rebuscaba en mi bolsa la cartilla para el embarazo. Llevaba mi nombre y datos. Le tendí el cuadernillo de color azul. Con el ceño fruncido y algo dudoso, Oikawa lo tomó. — Posta.
Vi cómo tragaba saliva y cómo su habitual expresión chulesca cambió a una algo afligida. Me devolvió la cartilla, hizo una mueca y, sin avisarme, agarró mi mano. Me llevó hasta una de las mesas de la cafetería, hizo que me sentara en un sillón y él, dejando la maleta a su lado, se sentó enfrente de mí.
Yo enarqué las cejas, expectante. —¿Algo que decir?
Hizo una mueca, pero luego se rio, incrédulo. —Perdón por haber dudado de ti.
Sabía que le costaba confiar en las personas. Cuando le conocí en el instituto, además de ser el amor platónico de cualquier persona entre catorce y dieciocho años, tenía la típica personalidad del chico guapo, popular, pedante e inalcanzable, pero cuando le conocí mejor, me di cuenta de que todo era una fachada para ocultar lo difícil que le resultaba fiarse de las personas. ¿Qué mejor estrategia que alejarte de alguien cuando no sabes cómo va a actuar? Seguro que su suspicacia le había salvado más de alguna vez de situaciones poco deseables.
—¿Me dejas ver el cuaderno otra vez, por favor? —me pidió. Yo asentí y volví a sacarlo de la bolsa. Dejé que lo hojeara con atención. — Cuatro semanas... — miró hacia el techo con sus claros ojos achocolatados. Estaba haciendo cálculos mentalmente. Al final, terminó dándome de vuelta la cartilla con una sonrisa que no supe si era genuina o no. Oikawa se encogió de hombros de manera exagerada, como cuando hablas con un niño pequeño. — No sé qué decirte. ¿Lo siento mucho? ¿No volverá a suceder? ¿Fue un despiste?
—No tienes por qué-
De golpe, totalmente serio, el antiguo capitán del club de voleibol del instituto agachó la cabeza y entrelazó los dedos de sus manos, con cicatrices y marcas de haber llevado vendas hace relativamente poco. —Es que me sorprende que estés embarazada... y que yo sea el padre.
Bueno, eso estaba por ver. Guardé silencio para evitar deshacerme en lágrimas. Todo el mundo se disculpaba cuando, en realidad, la que debía disculparse era yo. —A mí también me sorprende todo esto.
—Obviamente. — logré que Tooru se relajara. Soltó una carcajada. — No me quiero imaginar tu cara al ver el positivo. De todas formas, quería hablar contigo en persona desde que me dijiste que lo estabas. Por si tenía que agarrarte del pelo y arrastrarte por todo el país o para decirte que lo siento. Sí, ya sé, re extraño que yo diga "lo siento" tantas veces, sí.
—Pero, ¿por qué lo sientes?
Evitó mi mirada. —Tendré que volver a Argentina tarde o temprano. — dijo, cruzándose de piernas. — Así que me temo que no podré ser el padre ejmplar que a cualquier persona le gustaría tener. —se sinceró.
Yo me quedé de piedra. ¿También pretendía hacerse cargo del bebé? No me sorprendía demasiado, pero no dejó de parecerme algo fuera de lo común. Oikawa parecía de esos que huyen al escuchar la palabra "embarazo", pero se había tomado la molestia de, al menos, explicarme cuál era su situación. Sabía que tenía un contrato en Argentina, y que tenía que cumplirlo fuera como fuese. Seguramente, compaginar nuestros horarios sería el equivalente al infierno, e intentar hablar a distancia sería un desastre... Así que, cuidar de un bebé, aún más.
—¿Y si voy a Argentina? — Dije. ¿¡Qué coño me pasaba!? ¿Por qué hablaba sin pensar antes?
Tooru me miró con los ojos abiertos de par en par. —¿Te gustaría? Al menos me harías com-Olvídalo. No te pega Argentina. —cambió de tema rápidamente, dejando la anterior frase a medias. — Además, ya has contratado los servicios de una clínica de maternidad, ¿de qué te sirve venir a Argentina?
—Cuidaríamos del bebé juntos. — en el hipotético caso de que seas el padre, se me olvidó añadir.
—Es tentador, pero—la pantalla de su teléfono se iluminó. Con todo su pesar, ignoró que tenía un mensaje nuevo — me temo que es mejor que te quedes aquí. En Japón, digo. ¿Y no crees que hacemos una pareja rarísima? — comentó, cogiendo su teléfono móvil y viendo el nuevo mensaje que se reflejaba en su pantalla. Se le iluminó la cara, sonrió y respondió al instante.
—¿Rarísima porque no pegamos ni con cola? — dije, enarcando las cejas. Oikawa asintió, aún tecleando frenéticamente en su teléfono.
—Sí, boluda. — respondió al fin, con una risilla y guardando su teléfono móvil. Me resultaba curioso que la mayoría de sus accesorios -su maleta, la montura de las gafas de sol que llevaba colgadas del cuello de su camiseta blanca, la funda de su teléfono...- fueran del color distintivo de nuestro instituto. — Che, no te ofendas, hasta tú misma lo dijiste. Creo que todo el mundo nos ve como amigos, nada más. — Tenía razón. — Pero, eh, dicen que las parejas raras son las que más duran.
—Siempre han dicho que los polos opuestos se atraen. — comenté, viendo cómo se levantaba de su asiento. Algo desconcertada, le pregunté dónde narices iba.
—Iwa-chan — canturreó, con una sonrisa triunfante — por fin está en el aeropuerto. — Oikawa me hizo una seña para que fuera con él. — Vení, que ahora es mi taxista personal y puede llevarte donde yo le diga. — soltó, agarrando su maleta, poniéndose las gafas de sol y caminando a base de largas zancadas. — ¡Venga!
—¡Ya voy!
—Ay, perdón, olvidé que estabas encinta. — se paró en seco y me esperó, basculando su cadera y apoyándose en la pierna derecha. Cuando por fin estuve a su lado, volvió a caminar a paso rápido. Tras unos segundos de silencio algo incómodo, quizá porque estaba guardándose algo. Con un largo suspiro, Oikawa me miró. — ¿Qué tal estás?
—¿Ahora? A punto de la insuficiencia pulmonar, ¡caminas muy deprisa! — Tooru hizo gestos para indicar que tenía prisa por llegar hasta el coche de su inseparable compañero, pero me hizo caso y caminó a mi ritmo. Yo hablé tras recuperar el ritmo normal de mi respiración. — Bien, un poco... nerviosa, pero creo que es porque todo esto es una situación nueva... ¿No deberías haberme preguntado esto hace tiempo?
—Te vi y se me olvidó; tuve que mirarte para saber si estabas o no embarazada. — se defendió.
—¿Pensaba que tendría una tripa a punto de estallar? ¿Sabes acaso como funciona un embarazo?
—No mucho, ¿vos? —replicó con cierta sorna.
—La verdad es que tampoco. — hice que Oikawa riera. Parecía el chico que aparece en todos los sueños eróticos y no eróticos de las adolescentes: pelo brillante, ojos grandes y de un color marrón claro, nariz respingona que perfectamente podía servir de ejemplo a cirujanos plásticos, complexión de lo más atlética y sonrisa de infarto. Era más que entendible que Mei estuviera colada por él. — Pero iré ganando experiencia.
—Estás sola aquí, ¿Verdad? — su siguiente pregunta también me pilló por sorpresa. Por fin llegamos al exterior, donde cientos de personas caminaban arrastrando maletas hacia distintos taxis. Oikawa continuó caminando hacia delante. — No te ha acompañado nadie a las consultas, ¿no?
Negué con la cabeza y la agaché. —No.
Oí que chasqueaba la lengua. — Boluda, me estás haciendo sentir mal. — protestó. Poco a poco, fuimos llegando a una zona de estacionamiento limitado, donde la gente esperaba en sus coches particulares para recoger a sus familiares o amigos. Oikawa buscó con la mirada algo y, cuando lo encontró, volvió a hacerme una seña para que le acompañara.
—Puedo volver en-
Agarró mi muñeca. —¡No seas tonta! — tiró de mí y me hizo caminar hacia un coche pequeño, rojo, el típico que un chico joven se compraría después de ahorrar un buen tiempo. Apoyado sobre la puerta del conductor, estaba otro de mis antiguos senpai del instituto, Iwaizumi. Hacía años que no le veía, pero seguía poniendo exactamente la misma cara de fastidio cuando Oikawa se acercaba a él con los brazos en alto. — ¡Iwaaaaa-chaaaaaan!
Vi cómo el de pelo oscuro -algo más corto que cuando era un chaval de instituto- arrugaba la nariz, pero también cómo aceptaba el fuerte abrazo de su mejor amigo. Se dieron unos fuertes golpes en la espalda. Si yo recibiera un golpe de cualquiera de los dos, que tenían unos bíceps que doblaban el tamaño de mi brazo, me rompería más de una vértebra.
Mientras Oikawa guardaba su maleta turquesa en el maletero del coche, Iwaizumi reparó en mí. Alzó la mano para saludarme, y yo hice lo mismo, con una sonrisa.
—¿Okazaki-san? — casi de inmediato, el ex-jugador del Aoba Josai se giró hacia el que fue su capitán. Oikawa cerró el maletero de un golpe.
—Ah, sí. ¡Viene desde Alemania! — soltó entre risas Oikawa.
—¿Sin maletas?
—Claro, ¿crees que alguien que ha perdido las maletas puede tenerlas? — ante el teatro del de cabello castaño, Iwaizumi me miró con el ceño fruncido, preguntándome con la mirada que si era verdad. Yo me encogí de hombros y él entendió que Oikawa mentía. Resopló e hizo ademán de meterse en el coche, ya harto de su propio amigo. — ¿Podemos llevar a Roko-chan a su casa?
—No pretenderás que la lleve hasta Miyagi, ¿no?
Oikawa cruzó un par de miradas conmigo y después con su colega. —No, Hiroko vive en... Vive en Tokio, eso seguro.
—Cerca de la estación de Dainkanyama. — aclaré yo. Seguía sin saber por qué estaba tan nerviosa. Sentía que me sudaban las manos más que cuando hice el examen de acceso a la universidad.
—No hagas caso a las miradas incriminatorias de Iwa, ya sabes que él siempre ha sido así. — Oikawa me sonrió de nuevo y me invitó a subir a la parte trasera del coche. — Estará encantado de llevarte a casa.
—Prefiero llevar a Okazaki-san a su casa antes que tener que aguantarte a ti durante más minutos. — gruñó el antiguo rematador del equipo de vóley del instituto. Me invitó a subir con un movimiento seco de su cabeza. Le agradecí que me acercara a casa con una sonrisa y tomé, al fin, asiento justo detrás de Oikawa. Iwaizumi miró cómo me abrochaba el cinturón de seguridad a través del espejo retrovisor. — Qué raro que os hayáis encontrado en el aeropuerto, ¿no?
Oikawa se giró levemente en su asiento para poder mirarme, como si esperara que yo hablara antes que él. Con una risilla, Tooru devolvió la mirada al frente. —Coincidencias.
—Créeme, nos hemos encontrado en sitios peores. — dije, yo, apoyando el antebrazo en el borde de la ventanilla y mirando cómo íbamos abandonando la zona del aeropuerto de Haneda.
—¿Turquía?
—¡Iwa-chan!
—¿¡Se lo contaste!? — exclamé yo.
—¡Ah, no, ahora se hace la loca! ¿¡Cómo no se lo iba a contar!?
—Discusiones de pareja fuera del coche, por favor. No quiero parar en la primera gasolinera para haceros callar.
No nos quedó más remedio que guardar silencio porque Iwaizumi volvió a amenazarnos con pegarnos en mitad de la carretera, y la verdad es que yo no estaba muy por la labor de ver cómo ponía un ojo morado a Oikawa.
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quise subir este capítulo ayer porque fue viernes de haikyuu y pero se me olvidó ups
Gracias picrew por dejarme representar a mrs. Okazaki:
Look at nuestra embarazada mirad qué monaaaaaaaa (parece la prima de sugawara pero no lo son ya os lo adelanto) (aunque como en teoría son de un pueblo pequeño quién sabe.... a lo mejor son primos terceros y comparten un 0,02 de ADN)
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