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d i e c i s é i s

Aunque el pueblo siempre había gozado de tener una buena conexión a Internet y una cobertura telefónica impecable en comparación con otros pueblos que se adentraban más en las montañas, los efectos de las lluvias torrenciales en el cableado aún se notaban. Ni siquiera pude enviar mensajes a Akaashi; apenas había cobertura. Además, mi abuela, que había dejado atrás las revistas y periódicos físicos para leerlos en Internet, entró en crisis y me pidió que le ayudara a teñirse el pelo. Al menos estuve entretenida antes de hacer la cena con ella. Sentadas la una frente a la otra, cenando y viendo entre risas un absurdo programa de entrevistas en la televisión, mi abuela me miró a través del grueso cristal de sus gafas de montura roja.

—Deberías salir a cenar con Sawamura. — soltó.

Yo resoplé. —Qué bien te queda el tinte lila, abuela...

Seguramente había captado de sobra mi intención de cambiar de tema, pero hizo oídos sordos. —Os he visto por la ventana, antes. ¿Qué te ha dicho? El otro día le saludé por la calle. El chico parece que está preocupado por ti. 

Las cosas iban a ponerse difíciles para mí, eso estaba claro. Debía decirle cuanto antes que él sólo tenía un porcentaje desconocido de probabilidades de ser el padre de un bebé que ni siquiera sabía si quería criar, pero no encontraba el momento adecuado. Tenía la sensación de que, si se lo decía, todo se iría al traste. Había dado por hecho que la reacción más natural de Daichi ante las noticias sería la de desagrado; probablemente se cabrearía y me dejaría de hablar para siempre... Y ahí entraba la pregunta de: ¿y si en realidad él es el padre? Yo tendría una auténtica crisis. El ex-capitán del Karasuno staba convencidísimo de que tenía que hacerse cargo -junto a mí- del bebé, y quería ayudarme. ¿Qué me haría sentir peor? ¿Que Daichi me ayudara sin tener nada que ver con el crío o que me mirara con desprecio para siempre jamás?

—¿Preocupado? — dije, evitando la mirada de mi abuela. Agaché la cabeza. — ¿Qué te dijo?

—Ah, no gran cosa. Me preguntó que si estabas bien. — mi abuela agitó la mano, restándole importancia. — Tampoco es que me fijara mucho; qué chico más guapo el hijo de los Sawamura, ¿Eh? ¡Y qué majo! 

Rodé los ojos y me reí. —Deberíais nombrarle el hijo predilecto del pueblo o, mejor aún, Mister Miyagi. 

Mi abuela asintió varias veces con convencimiento. —Sí, sí. Estoy segura de que está a la altura de ganar un concurso de belleza prefectural... Pero que yo no soy tan superficial, eh. Se le ve un chico responsable y educado, y eso es lo que importa, Hiroko. La estabilidad. Por cierto, ¿¡has oído que el hijo pequeño de los Tanaka se casa!? 

—¿¡Ryuu!? — exclamé. 

Cotilleamos hasta que nuestra sopa se quedó fría y el programa de entrevistas terminó. Me puse al día con todos los rumores del pueblo y, lo mejor de todo, es que pude hacer compañía a mi abuela. Echaba de menos su comida, sus charlas, su excéntrica vestimenta, su pequeña casa rodeada de plantas y flores. Cuando me levanté para ayudarle  a lavar los platos, estuve a punto de volver a echarme a llorar por enésima vez en una sola semana. Dichosos cambios hormonales. 

Mi abuela, que naturalmente tenía ese sexto sentido de madre y sabía cuando algo iba mal, se giró para verme. Era mucho más bajita que yo, así que tuvo que estirar el cuello para poder observar mi rostro. 

—¿Hiroko?

Intenté inspirar profundamente, pero me costó. —Echo de menos estar aquí, abuela. — me sinceré, con la voz entrecortada. — Me siento muy sola en Tokio, pero tengo que trabajar allí... Echo de menos a Mei, echo de menos a todos los chicos del club del Seijoh, echo de menos poder ir corriendo hasta la casa de la doctora para tumbarme en su césped...

Echaba de menos los abrazos de Daichi, también, y las sesiones de karaoke de los viernes con los senpais de tercero y las chicas del club de literatura del instituto. Suspiré, mirando fijamente al plato que tenía entre las manos e intentando que mi vista no se nublara demasiado. Mi abuela me frotó la espalda. 

—Ay, Hiroko, nosotros también te echamos de menos, pero sabemos que tu sueño era vivir en la capital. — dijo, seguramente refiriéndose a todas las personas que había mencionado — También querías tener un buen trabajo y, créeme, estás en proceso de ello. ¡Simplemente estás pasando por una mala racha! Ya sabes lo que dicen, en todo camino hay rocas que rodear, saltar o con las que tropezar, pero una vez que las sortees, seguirás adelante. — dijo, haciendo uso de uno de sus sabios dichos. — Todo esto se pasará rápido, ya lo verás. 

—Eso espero... — sollocé. 

—¿Sabes? A tu madre le pasó exactamente esto cuando también tú estabas todavía en su tripa. — con aire melancólico, se sentó en la única silla de la pequeña cocina, situada justo enfrente de la nevera. — Todavía no se había casado con tu padre, y vino aquí antes de irse por última vez a Nagoya. Me contó casi lo mismo que tú; era toda lágrimas... Prefería quedarse en el pueblo, dar a luz lo más cerca posible de casa, pero tenía trabajo en la universidad. Estaban descubriendo una vacuna muy importante y, si se iba, tendría que hacerlo para siempre. Tu madre siempre ha tenido una vocación muy fuerte, como tú. Sois unas cabezotas, pero cuando se os cruza una situación diferente, no sabéis afrontarla. ¡Será por la morriña!

Al menos, mi madre sabía al cien por cien quién era el padre. Suspiré. Siempre que me hablaban de mi madre, tenía ganas de vomitar. Como si el tema me diera ansiedad. No le guardaba rencor ni nada por el estilo, pero se me hacía raro que la gente hablara de ella como si fuera alguien totalmente lejano y me ponía de los nervios que comentaran cosas sobre ella como si de verdad la echaran en falta. 

—Creo que me voy a ir ya a la cama. — dije, enjugándome algunas lágrimas que aún humedecían mis mejillas. — Mañana tengo que ir a la consulta... 

*****

NO LLAMAR

hola...

5:43

no pretendía hablar contigo pero si de verdad eres Hiroko de Miyagi tengo que hacer una excepción

5:43

en fin......

5:43

he estado pensando en tu bromita del embarazo y sigo sin creérmela del todo....

5:44

de todas formas, para tu información, llego a Tokio la semana que viene y tienes que hablar conmigo

5:44

cara a cara 

5:44

hiroko????? por qué NO ME CONTESTAsS???????

6:12

concha peluda tremendo imán para imbéciles CONTESTA queres verme o no porque YO SI y pienso ver tu barriga para VER SI ESTÁS EMBARAZADA oiste??? gracias

6:12

ay la puta que me parió que allá son solo las seis de la mañana

6:13

perdóndame linda 💕

6:14

¿Te parece bien el jueves?

7:00

perfecto! podés venir al aeropuerto? así será más fácil y podemos fingir que somos una pareja que lleva sin verse años

7:15

mi vuelo aterriza a las tres de la tarde

7:15

seguramente no tendrás nada mejor que hacer que ir a verme!

7:15

Con un sonoro resoplido, guardé mi teléfono en mi bolso y sonreí al ver a Akaashi acercarse a mí. Por primera vez en mucho tiempo, no llevaba gafas, pero aún llevaba colgada en el cuello la tarjetita que indicaba que era un editor. Llevaba unas carpetas bajo el brazo. 

Como Akaashi estaba ahogándose con el trabajo y apenas podía dejar la oficina -Kimoto debía tenerle atado a una silla-, decidimos que lo mejor era establecer un punto de intercambio en el que él me entregaba los nuevos capítulos a corregir y yo le daba los que ya había revisado y podían publicarse. Ese punto de intercambio era la enorme cafetería que estaba justo enfrente de la oficina, tan sólo a un paso de peatones de distancia. De hecho, desde la mesa en la que estaba sentada, podía ver algunos despachos y a más de un compañero trabajar en su escritorio.

—Perdón, he tenido una reunión. — se disculpó, sentándose enfrente de mí y dejando las carpetas sobre la mesa. Yo le di las mías. — ¿Qué tal estás?

—Si te soy sincera, un poco mal. — respondí, ojeando uno de los nuevos cartapacios. Extendí el brazo para acercar a Keiji la infusión que había pedido para él. — Físicamente me encuentro mejor, casi no tengo nauseas y por fin puedo ponerme ropa que pese más o que pique. ¿Este es el nuevo manga que tanto quería conseguir Kimoto?

Akaashi se inclinó hacia delante para señalar las hojas. Me explicó unas cuantas cosas sobre la historia sin estar muy convencido de que fuera el best-seller que todos decían y me miró con curiosidad. —Así que, has decidido seguir adelante...

Asentí. —Pasar tiempo en el pueblo ha hecho que me de cuenta de dos cosas: — alcé mi índice — puede que siga sintiendo algo por Sawamura y, —alcé mi dedo corazón — no quiero ser igual que mi madre. 

Me editor enarcó sus perfectas cejas. —¿En qué sentido?

—Ella también fue una madre joven, — dije, intentando quitarle hierro al asunto. — pero en lugar de criarme decidió dejarme con mi abuela y Atsuko, y no quiero cometer su mismo error. Quiero ser capaz de cuidar de mí, mi trabajo y de un bebé sin tener que renunciar a nada. — solté, convencidísima.

Akaashi sonrió, escondiéndose tras la taza de cerámica blanca de su infusión. —¿De repente te ha entrado el instinto maternal?

Más que instinto maternal, era una forma de competir con mi madre. Era un ''tú no pudiste, pero yo sí podré'', un auténtico hito de la selección natural: las generaciones siguientes serán más fuertes que las anteriores. Me di cuenta por aquel entonces que quizá sí, quizá le guardaba algo de rencor a mis padres. Podrían ser la pareja de farmacéuticos e investigadores más importantes del momento, pero no eran tan ejemplares como la gente creía. 

De todas formas, asentí. —Supongo. No le encuentro una explicación más lógica, la verdad. La doctora Kotanegawa me estuvo informando sobre los abortos horas, y de repente me cambió el chip... ¿Sabes lo caros que son? Menuda forma de hacer negocio más terrible. 

Sí, bueno, y además del instinto maternal, querer demostrarle a mi madre que era capaz de todo lo que ella no fue y de las hormonas, no aborté porque no podía permitírmelo. No quise que nadie se hiciera cargo del carísimo coste, ni siquiera la doctora Kotanegawa, aunque no insistió demasiado. Era mucho más fácil ahorrar durante nueve meses y dar a luz en una clínica recomendada por el sistema de salud. 

—¿Y hablaste con...?

No dejé que terminara la pregunta. —Ah, sí. ¿Sabes qué narices le pasa a ese chico? — le conté la historia con Kuroo: como desapareció un instante, como me acompañó a la estación de metro y cómo volvió a esfumarse. 

Keiji se encogió de hombros. —Siempre ha sido un poco caótico, pero ahora debe estar pasando por un mal momento. 

Fruncí el ceño. No se le veía muy afectado. —¿Por qué?

—Bokuto-san — su fuente de información, mejor amigo y jugador de voleibol profesional — me contó que- —se detuvo para mirar un mensaje entrante en su teléfono móvil. Yo me crucé de brazos, mitad cabreada, mitad expectante. Kuroo era esa típica persona misteriosa, de las que te atrae como si fuera una agujero negro, además, de las que quieres saber todo sobre su vida. Y encima era alto y estaba más bueno que un helado de limón en pleno agosto. — Perdona. Es Kimoto-san; quiere que le lleve al despacho un café. Kuroo-san ha tenido que dejar el voley por una lesión, así que no debe estar pasándolo del todo bien.

—¿Crees que esa es su excusa para no querer darme su número de teléfono?

—A lo mejor te está evitando. — soltó Akaashi, sin intención de sonar muy rudo.

Yo, lejos de aparentar estar ofendida, que era lo que normalmente hacía, agaché la cabeza y miré mi té verde. —Es raro. Cuando esperó conmigo, se quedó mirándome mucho rato, y luego estropeó su bata de laboratorio sólo para que yo llegara seca a la estación... Pero no quiere que le hable por teléfono. ¿No te parece extraño? Es como una ley de evitación-atracción. 

—Bokuto-san dijo, — Akaashi se preparó para citar a su amigo — ''últimamente tampoco me habla porque está con un estudio aburrido y muy importante''. 

—Es investigador, sí. —añadí yo. — pero tampoco le vi muy concentrado, la verdad.

—Nunca ha parecido estarlo. — soltó Keiji con una risilla. — Quizá por eso no utiliza el teléfono, no querrá distracciones mientras trabaja. 

Tenía sentido. Antes de que mi editor abandonara la sala como alma que lleva el diablo, le pregunté una última cosa: —¿Qué se lesionó?

Akaashi intentó hacer memoria. —Ah, sí. La mano derecha, creo. Fue bastante grave, y como jugaba como bloqueador... De todas formas, podrías preguntarle. — dijo, con un tono un tanto irónico. Me sonrió y se llevó las carpetas que le entregué. — Intentaré  conseguirte su número, aunque creo que es muy fan de lo analógico. 

Ni siquiera pude darle las gracias porque se marchó volando. 

**********

vale estoy rebosando ideas para este fic y se me han ocurrido TANTAS que voy  a intentar escribir lo más deprisa posible solo para que mi mente se pueda centrar en otra cosa que tengo que estudiaaaaaaaaaar en fin

voy a abrir una encuesta: quién QUERÉIS (no creéis, hay cierto matiz) que sea el padre de la criatura.....

daichi

kuroo

oikawa

sorpresaaaaaaa :D

yo soy como suiza, finjo que tengo una posición neutra cuando en realidad siempre favorezco a alguien....... pero no voy a decir quién woops


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