d i e c i o c h o
—Así que, ¿trabajas con una editorial? — me preguntó Iwaizumi mientras, con suavidad, tomaba una curva.
Yo asentí. —Sí, como correctora.
—Iwa-chan está preparándose para entrar en el cuerpo especial de rescate, ¿a que sí? — comentó Oikawa, moviendo las cejas de arriba a abajo.
—¡Ah! ¿Eres bombero? ¡No lo sabía! — dije yo, sorprendida. La verdad, a Iwaizumi le pegaba muchísimo su trabajo.
—Sí. — afirmó el de pelo negro, fijándose en el semáforo que tenía delante, como si quisiera ponerlo en verde con la mirada.
—Ahí viene el bombero, con su manguera, ahí viene el bombero con su manguera a mojarme entera.... — cantó Oikawa, riéndose, mirando a su compañero de reojo y encogiéndose porque sabía de sobra que se iba a llevar de regalo un buen golpe. Como era obvio, Iwaizumi agarró a Oikawa del hombro de su camiseta y lo zarandeó con fuerza mientras él se carcajeaba. Yo sonreí y sentí que volvía a mis años de instituto, aunque el dulce recuerdo se evaporó de golpe con los conductores de detrás tocando el claxon.
—¡Ya voy! —gritó exasperado Iwaizumi, pisando el acelerador tan fuerte que tanto Oikawa como yo casi salimos disparados hacia delante.
Después de recorrer una larga y ancha avenida, las calles empezaron a estrecharse. El barrio de Daikanyama últimamente estaba lleno de vida, y sinónimo de ello era cómo parejas jóvenes y veinteañeros amantes de las tiendas de smoothies se mudaban a la zona, haciendo que se disparara el precio de los alquileres. Iwaizumi tuvo que esquivar a un par de chicas distraídas que llevaban unas cuantas bolsas de varias tiendas de ropa. Gruñó, dijo algo entre dientes y Oikawa tuvo que decirle que mantuviera la calma.
—Roko-chan, no sabía que vivías en un barrio como este. — el de pelo castaño y piel dorada por el sol se giró hacia mí, entre curioso y juguetón. — ¡Está lleno de boutiques!
Me encogí de hombros. Sí, había muchas pequeñas tiendas de ropa, jabones, té e incluso chocolate. Era lo que tenía vivir en el barrio de moda. Viendo que a lo lejos se veía el ajetreo típico de la estación de tren de la zona, agité la mano y señalé hacia una señal que prohibía el paso. —¡Puedes dejarme aquí! — dije, desabrochándome el cinturón de seguridad. — Gracias por traerme. — al menos, me había ahorrado unos cuarenta minutos en metro y otros tantos en tren. — Espero que te vaya bien en las pruebas para el cuerpo de rescate, Iwaizumi-san.
—No hay de qué. — respondió vagamente el ex-rematador, despagando levemente la mano del volante y despidiéndose de mí.
Yo abrí la puerta del coche, pero me detuve al ver que Oikawa hacía lo mismo que yo. —¿Dónde-
Oikawa cerró la puerta del copiloto de golpe, se acercó a mí y agarró mi brazo para obligarme a salir del coche. —Voy a acompañar a Hiroko a su casa, no sea que algún depravado ande suelto. —ni siquiera eran las cinco de la tarde.
A Iwaizumi no debió hacerle mucha gracia y reprendió a Oikawa mientras él movía la mano de lado a lado con una sonrisilla. —¡Si el único depravado eres tú! ¡¡Eh!! ¿¡Qué haces!?
El posible padre del bebé hizo una seña con la mano, indicando a Iwaizumi que arrancara el coche. —¡Ve a dar vuelta! ¡No serán ni cinco minutos, boludo! ¡La concha, parecés mi mamá!
Un tanto atónita y sin entender muy bien qué pasaba, vi cómo Iwaizumi terminaba obedeciendo a su amigo. Pestañeé un par de veces y me di cuenta de que más de un viandante nos miraba como si nos hubiéramos escapado de un manicomio. Oikawa suspiró y, bastante más tranquilo, sin que los músculos de su cuello se marcaran por gritar, se dio la vuelta para caminar por una dirección que no conocía.
—Eh, esto- Es por aquí. — agarré la tela de su camiseta y tiré de ella con suavidad. Oikawa se giró y me siguió con la cabeza bien alta, como si no hubiera hecho el ridículo por un instante. — De todas formas, ¿por qué este afán de acompañarme?
Me miró a través del cristal tintado de sus gafas de sol. No pude ver sus ojos, pero estaba segura de que lo hizo un poquito ofendido. —Estás embarazada, ¿no? Pues siento que tengo el deber de acompañarte.
—No me va a pasar nada...— reí mientras continuaba hacia delante, caminando hacia una pequeña callejuela donde había una pastelería, un salón de manicura y varios gatos que eran patrimonio de todo el que vivía por ahí... y recordé la palabra clave de Iwaizumi. Me paré en seco, me volteé hacia Oikawa y le empujé.
—Che, ¿¡qué pasó!?
—¿¡Por qué le dijiste a Iwaizumi lo nuestro!? — grité en un susurro. Al menos no interrumpíamos el camino de alguien. De lo contrario, ya nos estarían mirando mal.
—Ah, no, conchuda, no actúes ahora como si vos no le hubieras dicho ni una sola palabra a tu amiguita... — me reprochó, alzando el índice.
—Pero- Yo- Es que- — balbuceé unas cuantas palabras ininteligibles. — ¡Dijimos que lo que pasaba-
Oikawa se giró, dándome la espalda, y, como si fuera un crío, se tapó los oídos. —¡No te escucho!
Cuando nos vimos en Turquía, bueno, más bien cuando nos despertamos y cada uno tuvo que volar a su destino, acordamos que no diríamos nada a nadie sobre nuestro idílico reencuentro porque lo que pasaba en Estambul se quedaba en Estambul. Yo acababa de romper con Daichi, él de dar calabazas a una chica, y no queríamos parecer insensibles. Guardar el secreto y olvidarnos de lo que pasó fue en realidad un simple mecanismo de defensa para no tener que sentirnos tan mal. Supuse que el karma, o lo que fuera, nos la había devuelto en forma de feto. Genial.
Suspiré, cansada. Di una suave palmada a Oikawa en la espalda para que dejara de hacer el idiota. —Te perdono, pero no olvido.
—¿¡Perdón!? — exclamó él, llevándose una mano al pecho e inclinándome hacia mí con aire ofendido. — ¡Yo tampoco te perdono, entonces! ¡Seguro que le contaste todo a tu amiga!
—¡No! — dije. Y era la verdad, porque algunos detalles preferí omitirlos. Si le contaba todo a Mei, explotaría, y no quería quedarme sin mi mejor amiga.
—Ah, ¿no? ¡Demuéstralo! — se cruzó de brazos y se quedó mirándome por encima del hombro.
—¿¡C-cómo quieres que lo demuestre!?
—Muéstrame algún certificado o algo también, boluda. — soltó.
Yo abrí la boca. Le golpeé con mi puño cerrado en el estómago, pero sus abdominales -de piedra- causaron que fuera yo quien me hiciera daño en los nudillos. Molesta y sin añadir nada más, caminé hacia el interior de la callejuela. El edifico de ladrillo gris de cuatro plantas donde estaba mi apartamento no andaba muy lejos; estaba a unos cuantos metros.
—Che, Hiroko. — Oikawa me llamó cuando yo ya había pasado la puerta del salón de manicura. Mi apartamento estaba a dos edificios. Oí los pasos acelerados del ex-capitán y amor platónico de Mei, así que me giré para toparme con él de frente. — Perdona.
—No puedes estar haciendo esto continuamente. — bufé, a punto de estallar y gritar que estaba harta de todo. — ¡No puedes hablarme como si me odiaras y luego venir a pedirme perdón! ¡He ido hasta el aeropuerto para verte, para que me humilles diciendo que no te crees que estoy embarazada y para que luego te portes como un crío!
Algo sorprendido por mi salida de tono, Oikawa se quitó las gafas de sol y las sujetó entre las manos. — Lo siento... Roko-chan. — añadió mi apodo más tarde, sujetándose la barbilla con una mano y sonriendo en un ridículo intento de ser adorable. Yo rodé los ojos e hice ademán de continuar con mi camino, pero volví a pararme al ver que Oikawa caminaba a mi lado. — ¿Qué? He dicho que voy a acompañarte hasta casa y es lo que voy a hacer.
Suspiré resignada, notando cómo el aire de mis pulmones ascendía y salía por mi nariz. —Eres de lo peor. Encima, te marchas a Argentina sin apenas saber español... Qué desastre.
—Voy aprendiendo. — se defendió, orgulloso. Sí, estaba aprendiendo, se notaba de sobra cuando cambiaba su acento de repente y hablaba deprisa. — Oye, Hiroko, en realidad me da igual si se lo contaste a Azumane, Confío en vosotras. — dijo, sonando sincero. Justo al revés que en el aeropuerto, era él quien seguía el ritmo de mis pasos. — Si no, no os hubiera pedido que os hicierais cargo del equipo.
Oikawa adoraba a su equipo de vóley del instituto. Era casi como su familia y, cuando tuvo que abandonarlo y ceder la capitanía a uno de sus compañeros, nos pidió a Mei y a mí que nos hiciéramos mánagers del club. Con aire chulesco, nos contó que el club de vóley del Seijoh nunca había tenido mánager porque nadie podría resistirse a la belleza del gran Oikawa, pero la realidad era otra: nadie quería ser mánager del club porque todo el mundo sabía que, tras las clases, los chicos se quedaban horas y horas entrenando. Era sufrido, y nadie quería organizar partidos de entrenamiento o llenar doce botellas de bebida isotónica para doce adolescentes que eran todo hormonas, pero Mei y yo, desde invierno de nuestro segundo año de bachillerato hasta nuestro último año, cuidamos de los chicos del Seijoh y gritamos como locas cada vez que ganaban un solo set... a no ser que jugaran contra el Karasuno.
—Ya, ya. — hice un gesto con la mano como diciendo ''ahora no me vengas con tonterías''. — Yo también confío en Iwaizumi, pero mírale, las mata callando...
—¡Es verdad! Sé que Azumane no dirá nada a nadie, y creéme, Iwa-chan sólo lo ha dicho porque tiene envidia. Lleva sin novia desde hace un par de años, el pobre. — se rio. — ¿De verdad vives aquí? Con lo lindas que estaban las calles de antes, y esto está hecho un quilombo.
Sin saber muy bien a que se refería, le miré enfadada. —Cállate.
—Ay, se le saltó la térmica. — no sabía si era por las hormonas, por el tema Iwa-Turquía o porque la actitud de Oikawa de verdad me empezaba a molestar. — Por cierto, Hiroko...
—¿Qué?
—Che, tranquila, tranquila... — alzó las manos a la altura de su pecho y luego las juntó cerca de su rostro, pidiéndome perdón por enésima vez. — Estaré en Tokio una semana, ¿necesitas ayuda?
Yo no me detuve, aunque estuve a punto de hacerlo. Oikawa me siguió hasta el pie de las escaleras que subían por la fachada lateral del edificio donde vivía, gris y apagado, pero con un balcón lleno de plantas y flores que le daba algo más de vidilla y color. Subí el primer escalón. Oikawa me miró desde abajo, algo fastidiado por sentirse físicamente inferior, a pesar de que el banzo no era demasiado alto y él, con su metro ochenta y pico de altura, podía salvar el desnivel con tan solo ponerse de puntillas.
—No. — respondí yo, al fin. — Estaré bien.
Él enarcó las cejas. —No te creo.
—Dijiste que confiabas en mí, así que, ¿por qué no vas a creer que voy a cuidarme? Sé hacerlo sola.
—Pero es que — señaló con ambas manos mi vientre — estás- ya sabes, estás embarazada. Estarás más débil y yo-
—Confías en mí, ¿no? — repetí. — Y me consideras más una amiga que una novia, ¿verdad?
Aunque estaba extrañado, Oikawa asintió, agitando su cabello castaño. —Sí. No sé que me estás queriendo decir, pero- — recordó algo de golpe y, justo cuando yo tenía la palabra en la boca, me interrumpió. — En la cartilla del embarazo ponía que el lunes tienes la primera ecografía. — no se equivocaba. Yo, sabiendo por donde iban los tiros, intenté hacer que se callara. — Te acompañaré; soy el padre, al fin y al cabo.
—Eso mismo quería comentarte. — intenté sonreír, pero sólo pude hacer una mueca que hizo que mis labios se convirtieran en una línea recta. Tenía la suficiente confianza con Tooru como para que él me llamara por mi apodo y como para que me encargara cuidar del equipo con el que pasó tres años, y lo mejor es que no era la confianza que tendría una pareja. Era la confianza que tenían dos amigos -con derecho a roce y a equivocarse, quizá-, y por eso supuse que, si le soltaba la verdad, no se ofendería como lo haría un novio. — Es que, en realidad...
Oikawa puso los brazos en jarras y ladeó la cabeza. Me miró entre confuso y expectante. —¿En realidad...?
—No sé si eres el padre. — solté.
Oikawa ahogó un grito, puede que molesto por no poder reclamar la paternidad de un bebé, puede que por no saberlo antes, puede que por el simple hecho de lo jugosa que era la noticia. Yo cerré los ojos con fuerza y me sujeté el puente de la nariz con el índice y el pulgar. Por una parte me sentía aliviada, por otra... estúpida.
—¿¡En serio!? — susurró. Automáticamente, agarró mis manos. — ¿Me estás diciendo que-
—Sí, eso mismo.
—¡Ay, la reconcha de tu vieja! — no sabía si estaba emocionado por el cotilleo o si estaba enfadado. — ¿Me estás diciendo que yo, que he venido hasta acá, ahora estoy aquí para nada?
—A ver, — intenté que se calmara — tienes probabilidades, no sé cuántas, de ser el padre del bebé. Aunque sean pocas, ¡no son cero!
—¡Boluda, si apenas te metí- ¡Ay, me muero! — gritó dramáticamente, sin dejar de tomar mis manos entre las suyas. Las agitó. — Hiroko, ¡me voy a morir!. — dijo, alargando la última sílaba hasta quedarse sin aire. Argentina le estaba convirtiendo poco a poco en un narrador de partidos de fútbol.
—Tranquilo. — mi voz sonó firme. — Escúchame-
La melodía del tono de llamada del teléfono de Oikawa me interrumpió. Él soltó mi mano izquierda para sacar del bolsillo el móvil. Miró la pantalla y después me miró a mí. —Vale, entonces, si tengo probabilidades de ser el papá, — dijo, dejando que el teléfono sonara para desesperación de seguramente Iwaizumi y apretando suavemente mi mano — quiero, al menos, ver una ecografía. Tengo que ir a Miyagi y, después, volveré a Buenos Aires, en octubre.
—¿Por qué- — ''¿Por qué quieres acompañarme, Tooru?'' quise preguntar, pero él se despidió lanzándome un beso con una mano y desbloqueando su teléfono con la otra.
Entre resoplidos, subí las escaleras hasta el tercer piso, donde se encontraba mi apartamento.
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yo: cómo puedo meter la broma del bombero y su manguera en un fic sin que quede raro
oikawa: hold my Starbucks pink latte con una nube extra de leche
en fin sigo pidiendo disculpas a cualquier persona argentina que lea esto por utilizar sus modismos sin ser nada de eso yo...... es esto apropiación cultural???? lo sabremos en los próximos capítulos boludas ahre
ah y por cierto estoy amando el feedback que me estáis dando ultimamente u r the best
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