c u a t r o
Me aseguré de que en el apartado de posología de la biodramina no pusiera nada que me impidiera tomar las pastillas. Normalmente, todas los medicamentos tenían un claro apartado en contra de lo que yo era por aquel entonces: una embarazada. Y yo, sin unas pastillas que me impidieran marearme en un viaje por carretera de casi cuatro horas, estaba perdida. Sólo tomé una, horas antes de que el primo de Mei se apareciera con un flamante coche negro. Si no le conociera desde que era una cría, pensaría: ''guau, este tipo seguro que trabaja para la Yakuza'', pero no era el caso. No pude evitar reír al ver cómo Azumane bajaba la ventanilla del asiento del copiloto con una sonrisa tímida. El coche era todo lo contrario a él, a pesar de su cabello largo, un poco por encima de los hombros, su barba de unos cuantos días y la vestimenta andrajosa.
Cuando el coche estuvo justo enfrente de mí, caminé hacia él con intención de abrir la puerta del copiloto y sentarme, pero Asahi fue más rápido que yo y, a toda velocidad, salió del auto para abrirme la puerta. Fui yo la que sonrió con timidez.
—Qué caballero. — reí, en bajo. Seguramente no me escuchó; estaba entretenido dando la vuelta a su recién comprado coche. Aún olía a concesionario. Ya sentada en el interior, dejé mi bolsa de tela a mis pies y me até el cinturón de seguridad. Suspiré.
—Hacía mucho que no nos veíamos, ¿eh? — dijo Asahi, con intención de romper el hielo.
—Creo que la última vez fue en un torneo de voleibol al que Mei me obligó a ir. — sonreí con algo de nostalgia... y mentí. La última vez que nos vimos fue hace un par de meses, y ambos nos acordábamos perfectamente. Quizá era una especie de superpoder de embarazada, pero pude notar de sobra cómo el ambiente se caldeaba. — No sigues jugando, ¿verdad? — añadí rápidamente para evitar las conversaciones incómodas.
Él me miró por un instante y negó con la cabeza. —No, qué va. En cuanto me gradué, lo dejé.
Hice un puchero. —Qué pena. — solté, sin más. A lo mejor, hablar sobre voleibol no era muy buena idea teniendo en cuenta que, según Mei, Asahi tuvo una verdadera crisis. Mientras él conducía, yo seguí intentando mantener una conversación a flote: —¿Y qué haces por Tokio? Mei no me ha dicho gran cosa, la verdad.
—Estoy diseñando una colección para una marca. — contestó, ilusionado, guiándose por las calles del barrio sin ningún tipo de problema. Seguramente, tardaríamos unos cuarenta minutos en salir de la metrópolis. — Quería quedarme en Miyagi, pero aquí hay muchas más oportunidades. ¿Y tú...? ¿Qué...?
—¿Qué estoy haciendo? — completé la pregunta, visto que él era demasiado tímido para hacerlo. — Ah, trabajo en la Shonen, pensé que te lo había dicho-
Me callé porque me di cuenta de que iba a decir el nombre de uno de los posibles padres del bebé que yo llevaba dentro. Agaché ligeramente la cabeza, apreté los labios y juré que, en algún momento de mi vida, sería capaz de volver a pronunciar su nombre.
—¡Ah, sí! Me lo dijo Ennoshita. — exclamó él. Yo suspiré. — ¿Y qué tal por allí? No sabía que publicaban tus mangas.
—No, no, — agité la mano. — No los publican. Trabajo como correctora. Yo sólo leo y corrijo lo que me manden. — Y, por cierto, gracias por llevarme hasta Miyagi. — le dije, observando cómo manejaba el volante sin mucha complicación. — Pagaré la gasolina. — aunque, a juzgar por el coche y su tapicería, Asahi ganaba mucho más que yo.
Él insistió -¿por qué estaba rodeada de cabezotas? Akaashi, Mei, su primo...- y repitió varias veces que no hacía falta, que no le importaba llevar a alguien más en su coche, que así contaminaría menos. El silencio se apoderó del coche cuando yo decidí no caer en el típico bucle de ''¡deja que pague yo!'', y, pronto, conseguimos abandonar la metrópolis de Tokio. Ya no había semáforos, ni oficinas, ni edificios; sólo kilómetros y kilómetros de carretera por delante.
Cuando, por fin, las ruedas del coche contactaron con el asfalto de la gran autovía que unía Tokio con Sendai, Asahi me miró un instante y se aclaró la garganta.
—E-entonces... ¿Para qué vuelves al pueblo? — se atrevió a preguntar.
Sabía que a Asahi le comía la curiosidad por dentro. ¿Y si Hiroko volvía para ajustar cuentas? ¿Y si había aceptado ir en coche con Asahi para vengarse por lo de su amigo? ¿Y si...? Con lo tremendista que era, seguro que por su cabeza pasaban preguntas de ese tipo.
—Dejé un par de cosas en casa de mi abuela y, como ahora las necesito en Tokio, vuelvo a por ellas. —volví a mentir.
*****
Me despertaron las náuseas. Llevábamos sólo un par de horas de viaje, y yo, prácticamente en ayunas para evitar vomitar en el coche, había conseguido mantenerme despierta y sin mareos. Empecé a tener algo de sueño -por culpa de las pastillas mezclada con la fatiga que arrastraba aquellos días-, y Asahi me dijo, con tono amable, que me despertaría al pasar de una prefectura a otra. Quizá su conducción relajada y más bien lenta hizo que me durmiera en el asiento del copiloto, quién sabe.
Así que, cuando empezó a molestarme el fuerte olor de la tapicería sintética, me desperté. Y justo después, vinieron las nauseas. Intenté controlarlas y cerré los ojos de nuevo, pero fue peor.
Asahi me vio de reojo. Tuvo que girarse un par de veces hacia mí para darse cuenta de que yo no lo estaba pasando precisamente bien. Alarmado, con la voz entrecortada e intentando mantener la vista en la carretera, exclamó: —¿¡Hiroko!? ¿¡Estás bien!?
—Sí, sí... se me pasará. — logré decir con un hilo de voz. Asahi empezó a tener una crisis. Sabiendo perfectamente que yo mentía, deceleró, levantando el pie del pedal.
Para más colmo, cuando levanté la cabeza y fui capaz de mirar por la ventana, vi cómo los árboles de la lejanía y los cables de teléfono se movían por culpa de un viento feroz, y cómo unas nubes se acumulaban en el cielo, sobre nosotros. Ah, la dulce época de tormentas. Casi al instante, las gotas de lluvia empezaron a impactar contra el coche. Yo sólo quería gritar, decir muchas malas palabras y volver corriendo hasta Tokio.
Una nueva náusea terminó de despertarme por completo. Sentí que el contenido de mi estómago se revolvía, así que señalé con insistencia hacia la izquierda, hacia una señal que indicaba un área de descanso próxima. Asahi, llevado por el pánico, dio un fuerte volantazo, haciendo que yo me mareara el doble. Para más colmo, en vez de llevar una velocidad constante como había hecho durante todo el viaje, Asahi pisó a fondo, acelerando, con la intención de llegar cuanto antes al área de descanso de la carretera.
Ni siquiera la magia podría explicar cómo fui capaz de llegar a la zona de descanso sin vomitar. Asahi aparcó -por decirlo de alguna manera- al lado de un árbol. Casi chocamos con el tronco. Yo, en cuanto noté que el coche estaba detenido, abrí la puerta y, sin siquiera levantarme del asiento, asomé la cabeza y vomité entre toses. Aunque las ramas frondosas del árbol me protegían algo de la lluvia, pero las gotas caían tan fuerte que no pude evitar mojarme.
El primo de Mei ni siquiera sabía que hacer. Llovía, su compañera de viaje estaba vomitando como si no hubiera un mañana y, además de oler a la humedad del ambiente, notaba un fuerte olor a quemado. Yo también lo percibí. Al reincorporarme para buscar en mi bolsa de tela un pañuelo para limpiarme, olfateé el aire. Casi instintivamente, miré el panel de controles del coche. Tragué saliva.
—Eh... ¿Asahi? — le llamé, con algo de timidez. Él me miró. Su cara estaba casi igual de pálida que la mía, pero logró girarse hacia mí con una sonrisilla. Señalé la luz de emergencia que estaba junto a los velocímetros. — Creo que-
Sólo con ver la lucecilla, Asahi brincó. Salió del coche casi de inmediato, sin importarle mucho la lluvia, dio una vuelta al coche con las manos sobre la cabeza, retirando su melena castaña hacia atrás. Yo me sentí tremendamente mal por él. Es más, me sentí culpable. Hice un puchero y también salí del coche, para acompañarle junto al capó. Lo abrió.
En cuanto el humo negruzco salió del coche, tosimos. Yo tuve que girarme y apoyarme en el tronco del árbol porque volvieron a atacarme las naúseas, y Asahi gritó, al borde de un ataque de nervios.
—¡Mi coche nuevo! — exclamó, tapándose la cara con las manos en mitad de la lluvia.
—Menudo viajecito... — murmuré yo, para mí misma, viendo cómo Asahi intentaba, sin éxito, saber de dónde procedía el humo. No sabía si reírme, llorar o ambas a la vez.
*****
—Lo siento. — dije. Estábamos sentados en un pequeño refugio de madera, viendo cómo la lluvia caía sobre el coche flamante de Asahi, y nunca mejor dicho.
Llegamos a la conclusión que, por acelerar y frenar tan bruscamente, el motor se había quemado. Gracias al cielo, el problema se solucionó... en parte. Al menos no salimos en llamas, ni explotamos, pero el motor dejó de funcionar. Y sin motor, difícilmente podríamos llegar a Miyagi. Asahi llamó a la grúa, pero debían llevar su coche de vuelta a Tokio. Teníamos dos opciones: o cancelar nuestra visita al pueblo y volver a la gran ciudad, o quedarnos ahí hasta que alguien viniera a buscarnos para llevarnos a Miyagi. Sorprendentemente, Asahi optó por la segunda opción. Pensé que el dolor de ver su nuevísimo coche subir a la grúa y dejar que se fuera superaría al primo de Mei, pero me equivoqué. Llamó a un amigo y dijo que no tardaría mucho en ir a rescatarnos, así que no me quedó otra que quedarme con mi bolsa de tela en el regazo y ver cómo caían las gotas de lluvia.
—No, yo soy el que lo siente. — murmuró Asahi, con un tono que utilizarías en un funeral.
—Créeme, la culpa de esto no es tuya. — insistí. — Ha sido la mía, por marearme en el coche. No tengo remedio...
Asahi se limitó a asentir con pesadumbrez. Di la conversación por finalizada. Me prometí a mí misma que, en algún momento, debería disculparme en condiciones con el pobre Asahi. Era tan buena persona que seguramente iba a estar culpándose por lo sucedido durante años, y no sería capaz de mirarme a la cara en meses.
Nos quedamos en silencio, escuchando cómo caía la lluvia y viendo cómo se formaban grandes balsas de agua. Al menos, el entorno ya era mucho más verde y rural, no como en las afueras de Tokio. Se notaba que habíamos dejado atrás la prefectura de Kanto. Incluso el aire se notaba más puro.
El tiempo pasó, yo recibí un par de mensajes de Akaashi, preguntándome si iba a tener listos los dibujos que debía revisar para el miércoles, y el supuesto amigo de Asahi no apareció por ningún lado. Al menos la temperatura era suave y no del todo fría; de lo contrario ya nos habríamos congelado.
Esperaba que el amigo de Asahi tuviera un coche parecido al suyo, pero en su lugar apareció un coche patrulla. Miré con el ceño fruncido a Azumane. ¿Había llamado a emergencias? ¿O quizá algún coche de la autovía nos había visto y había avisado a la policía? Asahi parecía de lo más aliviado, así que supuse que conocía al policía que iba al volante. El de melena castaña se levantó con los brazos semiabiertos justo cuando el policía abrió la puerta del coche.
Yo me quedé sentada, apretando la tela de mi bolsa entre los puños. Cuando vi que Asahi y el policía se saludaban con un abrazo, como si no se hubieran visto en siglos, tuve ganas de salir corriendo para evitar un encuentro incómodo. Asahi y el policía se separaron, y el primero se volvió ligeramente hacia mí y me señaló mientras se frotaba la nuca. Yo me sentí una carga, pero aún así alcé la mano para saludar al agente. Él hizo lo mismo, y aunque estaba a unos cinco metros, pude notar la inquietud de su mirada. Estaba segura de que no sabía ni qué pensar.
Asahi me hizo una seña para que fuera con él mientras el policía se quitaba su ridícula gorra y entraba al coche. Correteé para llegar cuanto antes a uno de los asientos traseros. Asahi tomó asiento, después de cerrar mi puerta, en el asiento del copiloto.
Escuché cómo el agente suspiraba, pero sonrió de oreja a oreja cuando Asahi se abrochó el cinturón de seguridad.
—Menuda mierda lo del motor, ¿eh? — dijo, con su voz grave pero amable.
—Lo sé, lo sé... — lloriqueó Asahi. — espero que tenga arreglo. ¡El coche tiene menos de un año!
Era una situación de lo más surrealista. Asahi y el policía siguieron hablando como si yo no estuviera ahí detrás. Comentaron cosas sobre amigos en común, sobre sus antiguos compañeros de equipo, se pusieron al día -como si no mantuvieran el contacto- y hasta se carcajearon, ignorándome, aunque yo hubiera hecho lo mismo si, de golpe y porrazo, tuviera que llevar en mi coche a nada más y nada menos que Daichi Sawamura.
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¿Será Daichi uno de los padres? ¿O será que también es uno de los amigos íntimos del padre? Chanchanchaaaaaaan próximamente lo descubriremos en ''Hiroko déjate de tonterías y quédate con Akaashi''
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