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c u a r e n t a y u n o

Nunca pensé que, además de descargarme una aplicación para embarazadas, tendría en la pantalla de mi teléfono un reloj que marcaba la hora de Buenos Aires. Había prometido a Oikawa contarle todas las novedades sobre el embarazo y la ecografía, pero aún no había leído mis mensajes, y mucho menos, respondido a ellos. Preocupada, estuve casi dos días enteros buscando información sobre su equipo en Internet, intentado buscar algún rastro del antiguo colocador del Seijoh. Me calmé cuando encontré unas cinco publicaciones nuevas en sus redes sociales. Al menos sabía que estaba vivo; nadie que no fuera Oikawa pondría de pie de foto ''buen día a todas las personas lindas del mundo que solo son dos: yo y mi yo del pasado''. 

Justo cuando estaba guardando unas páginas recién corregidas para entregárselas a Akaashi, mi teléfono móvil sonó. Pasé un par de instantes buscándolo por toda la casa y, finalmente, lo alcancé. Contesté sin mirar la pantalla. 

—¿Si?

—¿¡Va a ser niña!? — oí al otro lado de la línea.

—Ah, ¡hola! Acabo de ver tu nueva publicación. — dije, riendo. Parecía que Oikawa y yo nos habíamos sincronizado para saber qué pasaba en nuestras respectivas vidas. Me senté en el diminuto sofá amarillo del apartamento. — Aún no sé el sexo del bebé, pero en la próxima ecografía será seguro. Al parecer no hay nada de lo que preocuparse, —continué — todo está bien y ni siquiera tengo que pensar en perder peso. 

Oikawa suspiró, quizá aliviado. —Menos mal. Entonces, ¿el bebé está bien?

—¡Sí! —mi voz tenía cierta nota de ilusión, de alegría. Puse una mano en mi vientre. Cada vez lo hacía más a menudo y de forma más instintiva, sin casi darme cuenta, como si necesitara algo de soporte en la zona o como si quisiera que el bebé notara mi tacto. — Seguramente dé a luz durante la primera semana de abril...

—¡Voy a mirar mi agenda! —oí que correteaba por algún lado, seguramente por su casa. En Argentina era ya de noche, así que supuse que Oikawa habría terminado su entrenamiento diario. 

—¡Tranquilo! Aún quedan cinco meses. — le calmé. — Queda tiempo para pensar sobre el parto... — me dio un escalofrío tan solo de pensar en los momentos previos de tener al bebé en mis brazos. Al hablar sobre dar a luz, recordé cierto detalle que quise comentar a Oikawa: —Por cierto-

—Boluda, digo, linda, un segundo. — me pidió. — Acabo de tirar toda la mezcla para el batido de proteínas. ¡La puta que lo parió...! 

Esperé a que limpiara todo el estropicio en silencio, algo nerviosa, frotando mi tripa. Suspiré. Cuando el doctor me comentó que estaba embarazada de trece semanas, estaba tan emocionada por ver por primera vez la imagen del bebé que no me di cuenta en lo que significaba aquello. Más tarde, en la soledad de mi apartamento, miré los días tachados del calendario, rebobinando hasta agosto, y señalé el día exacto en el que, en teoría, me había quedado embarazada. Y la balanza se inclinó de golpe hacia Oikawa, arrastrando a Kuroo fuera del primer puesto en la carrera del padre del bebé.

—¿Ya? — pregunté. 

—¡Sí! Perdón, se me resbaló de las manos. ¿Ibas diciendo...?

—El doctor me dijo que estoy embarazada de trece semanas. — le informé. 

No supe si se hizo el tonto o si de verdad no sabía qué quería decirle. —Ah, bien. 

—Si haces las cuentas-

—Ay, la concha. — ahogó un grito. Después se quedó en silencio unos segundos que parecieron eternos; tuve que preguntarle si seguía ahí. — Estaba mirando la agenda, ahora sí. Así que, ¿soy yo el padre?

—No. — respondí rápidamente. — No, no, no. Simplemente tienes más probabilidad. Lo único que determinará al cien por cien quién es el padre es una prueba de paternidad, pero sí que es cierto que, bueno, los días coinciden con nuestras vacaciones. — le expliqué. — Quería decírtelo porque, si no, iba a estar pensándolo todo el rato y no iba a dormir tranquila...

Seguramente, Oikawa tampoco dormiría mucho a partir de entonces. No quería guardarme el secreto porque iba a ser la causa de mis pesadillas, pero tampoco quería que Oikawa pensara mucho en el tema. El problema es que él era de los que daban vueltas a todos: su futuro, el de su familia, el de sus amigos.. Y del día a la mañana, se veía atado a una chica que probablemente había dejado embarazada; una cosa más a su lista de preocupaciones. Seguro que, como Daichi,  ya había buscado alguna solución, pero ninguna le parecería viable. ¿Que yo me mudara a Argentina? ¿Dejar atrás su carrera como jugador en América para volver a Japón...? Todo parecía muy complicado. Le oí suspirar, y, por alguna razón, me imaginé que sonreía con algo de amargura, como si la noticia le entristeciera y le alegrara a la vez.

—Si al final resulto ser el padre, —dijo, con voz suave — deja que yo elija el nombre. 

Me reí algo aliviada. Pensé que Oikawa finalizaría la llamada y desaparecería de la faz de la tierra. —Por cierto, ¿sabes que el doctor Fujioka preguntó dónde estaba mi novio...?

—¿¡Realmente cree que somos pareja esa pista de esquí para piojos!? —exclamó, carcajeándose. — Ah, dime, ¿pasó algo entre Kuroo y el lisiado del Karasuno?

Inspiré profundamente. —Bueno...

Le conté cómo fueron la ecografía y los momentos anteriores. Oikawa simplemente respondió con risillas, como si disfrutara de mi interminable diálogo y de la vergüenza que pasé al sentirme la tercera en discordia entre Kuroo y Daichi. Luego, él me comentó que algunos de sus compañeros de equipo se marchaban a otros, y me preguntó algo que me dejó en blanco por unos cuantos segundos:

—Estando embarazada, ¿puedes viajar en avión?

—Eh... Supongo que hasta el tercer trimestre, sí. — contesté, confusa. — ¿Por qué lo dices?

Oikawa se quedó un rato en silencio. —No creo que pueda volver a Japón en un tiempo muy largo. — dijo, por fin. — La temporada acaba de empezar, y seguramente lleguemos a conseguir la copa. No puedo-

—Escúchame, —le pedí, interrumpiéndole. Podía notar el tono lastimoso de su voz, mucho más suave de lo normal, y supe que lo sentía de corazón. Sentía tener a su amiga embarazada lejos, a doce horas de diferencia, y no poder ayudarla tanto como los otros dos posibles padres. — el vóley es más importante que yo. Yo puedo apañármelas sola y, además, el vóley te ha acompañado toda tu vida. Gana esa liga, y no te preocupes por mí. 

—Ah, ya, boluda, es bien fácil decirlo. 

—Céntrate todo lo que puedas en tu carrera, hazme caso. Sé lo mucho que te costó dejar Miyagi. — continué, intentando convencerle. — Has llegado lejos y aún estás a la mitad del camino. 

—¡Anda! ¡Pareces mi profesora de yoga! — soltó. 

—¡Lo digo muy en serio! De momento, estoy bien. 

—Pero, ¿y si en unos meses te sientes sola? ¿Y si me echas de menos? 

—¡Podremos hablar por teléfono! 

—No es lo mismo. Voy a perderme el momento de las pataditas... — lloriqueó, refiriéndose a las famosas patadas que los bebés empezaban a dar durante la última recta del embarazo, e incluso antes. — Cuando estés de baja por ser mamá-

—Ah, la baja. — me recordé a mí misma. Debía hablar con Kimoto para tramitarla cuanto antes. 

—Bueno, tú habla al bebé de mí. Di que soy el mejor de sus tres padres. 

Solté una carcajada. —Vale, vale, está bien. También le diré que eres el que tiene mejor pelo. 

Oí que se dejaba caer en algún lado, seguramente el sofá o una cama. —No sé qué hora es en Japón, pero aquí ya es tarde. 

—Oh, claro. Tienes que descansar... Te llamaré otro día, aunque sea para charla. Por cierto... La liga termina en Abril, ¿verdad?

—Ajá. Dile al bebé que espere un poquito más antes de salir, por favor. —rogó. Seguro que hizo un puchero. — En el siguiente partido te dedicaré mi primer punto. 

—Gracias. Buenas noches, rey. 

—¡Gracias, reina! — canturreó, finalizando la llamada segundos después. 

*****

Mi teléfono estaba recibiendo llamadas y mensajes constantemente. Primero Oikawa, luego Mei, después mi abuela y, mientras compraba algo de verdura para el almuerzo, otra vez. Mi teléfono sonó sin parar durante unos interminables instantes. Como llevaba la cesta en una mano y unas cebolletas en la otra, no fui capaz de llegar a tiempo para encontrar mi teléfono, hundido en la inmensidad de mi nueva bolsa de tela. Lo alcancé justo cuando dejó de sonar. Era Kuroo. Dejando la cesta en el suelo, marqué su número. Escuché un teléfono vibrar cerca, así que me giré. 

—¡Deja de darme estos sustos! — grité, golpeando con mi puño cerrado el pecho del pelinegro. Estaba detrás de mí, viendo cómo no me decidía entre las cebolletas o las cebollas normales. Él, como de costumbre, no pareció inmutarse por el golpe.

—Lo siento, pero es muy entretenido verte enfrente de los tomates. — soltó. 

Me crucé de brazos y me alejé un paso. Era tan alto que, para poder verle mejor, tenía que distanciarme. —¿Qué haces aquí? ¿Y por qué me has llamado por teléfono si estás, literalmente, a un metro? 

—Eso mismo quería comentarte. — señaló con algo de apatía la cesta que llevaba, llena de manzanas, bebidas energéticas y algo de miso. — Me necesitan en el laboratorio, pero tengo que llevar esto a Kenma. 

Enarqué las cejas. —Tu amigo, ¿no? El que vive en el edifico caro. 

—El mismísimo Kodzuken. — respondió, a su manera. Kuroo juntó sus manos a la altura del pecho. — Podrías-

—No. — le corté. 

—Te pago la compra. — contraatacó él. 

Fruncí el ceño. —Estás viviendo de las rentas, tienes deudas-

—Vale, lo pillo, soy un desastre. — me tuvo que detener. Acercó su mano a mi rostro, pidiéndome que callara. — En teoría Kenma pagaría tu compra... Pero ni siquiera has escuchado qué necesito. 

—Me lo imagino, pero dime. —suspiré.

—¿Puedes llevarle la compra a Kenma? Por favor. Seguro que si le dices que se coma las verduras que tiene en la nevera te hace caso, por favor... Le prometí que iría, pero estoy en mi descanso y tengo que volver ya. ¿Por favor? — no hizo el esfuerzo de poner ojos de corderito, ni de modular el tono de su voz. Simplemente me miró con sus ojos felinos y esperó a que accediera. — Te devolveré el favor, te lo juro, Hiroko. 

—¿No hay nadie más que pueda hacer esto? 

—Odio tener que pedírtelo a ti, pero es que entraste en su guarida y no te bufó. ¡Hasta habló contigo! — dijo, hablando de su amigo como si fuera su hijo problemático. — Te lo pagaré como quieras. 

—Todo lo que dices suena raro. 

—Pues no me estaba insinuando, pero si prefieres otro tipo de favor...

Por alguna razón, me compadecí de él. Sabía que trabajaba duro, que estaba intentando poner en orden su vida y, al fin y al cabo, también parecía preocuparse por mí. Era el único que me había acompañado a las dos ecografías, y el día de la segunda revisión me acompañó hasta casa, adecuando su paso al mío y contándome algún que otro dato curioso sobre el embarazo. Al parecer se había informado mucho más que yo.

Le arrebaté la cesta de la mano de mala gana y resoplé. —Qué remedio. ¿Me recuerdas su dirección?

—Eres un ángel, Hiroko. — me dijo Kuroo, sonriéndome radiante, haciendo amago de plantarme un beso en la frente. En lugar de colocar sus manos sobre mi cabeza, cerró los puños y me señaló con el índice después, avergonzado. — Gracias. Ten, — sacó del bolsillo de su pantalón negro la tarjeta dorada. — el pin son cuatro nueves. — después sacó su teléfono móvil y tecleó algo. Mi móvil sonó, indicándome que me había enviado un mensaje. — Te he enviado su dirección... ¡Ah! Si ves que corre a encerrarse en su habitación, deja la compra en la cocina y listo. 

—V-vale. 

—Te devolveré el favor. Muchísimas gracias, eres mi salvadora. 

Se despidió de mí volviendo a señalarme con el índice y el pulgar extendidos en forma de L y se marchó como alma que llevaba el diablo, dejándome sola y sin haberme decidido entre las cebollas y las cebolletas. 

*****

Llamé al timbre del enorme y lujoso apartamento de Kozume. Esperé pacientemente a que alguien o algo abriera la puerta, pero no parecía haber señales de vida. Llamé una segunda vez, dejando que el suave ''ding, dong'' resonara por todo el pasillo de paredes de mármol y luz cálida. No hubo respuesta, así que decidí que lo mejor era dejar la bolsa del supermercado sobre el felpudo. Después de hacerlo, saqué mi teléfono móvil y dejé un mensaje a Kuroo: ''Kozume-san no contesta. A lo mejor ha salido''.

Aunque, según Kuroo, su mejor amigo nunca pisaba la calle porque estaba al borde de convertirse en un hikokomori, me parecía lógico que hubiera salido a comprar si el pelinegro no le había llevado sus subsistencias. Me di la vuelta, dispuesta a marcharme por donde había llegado, pero escuché el chirrido de las bisagras. Me giré casi de manera dramática. 

Kozume me miró con algo de extrañeza y bastante frialdad, de arriba a abajo, como si estuviera escaneándome. Tenía una mano apoyada en la puerta y el pelo recogido en una coleta. 

—¿Eres la amiga de Kuro? — me preguntó. 

—S-sí. — hice una leve reverencia a la que él respondió con algo de timidez. —He dejado-

Miró a sus pies. —Sí, ya lo veo. — me cortó. Abrió la puerta un poco más, como si me invitara a pasar. Su aura no desprendía mucha confianza, pero su cuerpo delgado y su piel pálida me recordaban más a los de un adolescente que a los de un asesino. — ¿Quieres pasar? Kuroo siempre me riñe porque no como verdura. Además... ¿puedes llevarte la basura?

Me hizo reír su cara de fastidio. Pensando que estaba siendo maleducada, me tapé la boca. —Oh, perdona. La basura- Sí, vale, claro. 

Supuse que no pasaba nada si llegaba un poco más tarde a casa. No noté malas intenciones en la voz de Kozume, que me recordaba, en cierta parte, a mi compañero Akaashi. Tenían el mismo aire pasivo-agresivo; parecían tranquilos, pero por dentro hervían con ideas. Recorrí los metros que me separaban del chico, vestido con un chándal negro, y me descalcé para poder entrar en su apartamento y seguirle hasta la cocina. Me sentía una intrusa. No pude evitar echar un vistazo a los pasillos, oscuros pero anchos. Al fondo, vi lo que parecía una habitación de invitados. La cocina estaba impoluta, como si nunca la hubiera utilizado. Kozume abrió un armario y sacó una bolsa de basura de color negro, enorme, llena de lo que parecían latas de café y bebidas energéticas. ¿No se moriría de un infarto? 

Mientras cerraba la bolsa con una lazada, sonrió con algo de malicia. —Okazaki-san, ¿verdad? Viniste el otro día.

Asentí. —Sí. 

—Kuro me habló de ti. — dijo. 

Yo enarqué las cejas, sorprendida. —¿En... serio?

Kozume me tendió la bolsa. —Sí. 

Esperé a que dijera algo, pero parecía que era él quien esperaba mi reacción, quien buscaba mi interés. Tomando la bolsa de basura, que pesaba menos de lo que había creído, cogí aire y busqué el valor suficiente para preguntarle a Kozume qué narices había dicho Kuroo sobre mí. —¿Y qué te contó? Perdón, ¿puedo...?

—Llámame Kenma. No me gustan las formalidades. — soltó, curiosamente, con un tono de lo más formal. Se puso a guardar la compra que había traído yo en el frigorífico. — Me dijo que eras su novia. 

—¿¡Qué!?

—Es broma. — pude ver que se reía, en bajo. — Me comentó que erais conocidos y que estabas embarazada. 

—Ah, pues no sé qué es peor. — bufé. 

—No estarás embarazada de él, ¿no? 

Tragué saliva. Me pregunté si debía mentirle o no. Decidí esquivar la pregunta como pude. —Bueno, eso no... importa. 

—Me extraña que alguien como él logre acostarse con una chica. — las palabras de Kenma me quisieron hacer gritar. Él pareció notarlo, así que se giró hacia mí. — Lo digo porque siempre ha sido un desastre ligando. 

Se formó una auténtica disonancia en mi cabeza. Kuroo, ¿un desastre ligando? Si no recordaba mal, yo no estaba borracha cuando supe que aquel senpai despeinado de uno noventa tenía labia y un cuerpo de infarto. Además, parecía ser extrovertido, y estaba segura de que su ironía y su aire misterioso atraían a más de un par de chicas. Era la típica persona a la que, tras conocerla mejor, caías a sus pies. 

—Y-yo no- quiero decir, solo soy su amiga. Nos conocimos en la universidad. 

—Ah, ya me extrañaba que Kuro se hubiera acostado contigo. Cuando le gusta alguien, siempre viene lloriqueando porque no sabe qué hacer y termina distanciándose. Entonces, solo eres su amiga, ¿no?

Fruncí el ceño. Kenma conocía bien a Kuroo, y era más que evidente que estaba intentando decirme algo. —¿Insinúas que...?

—Tengo que grabar un vídeo. Dile a Kuro, si lo ves, que deje de traerme lechuga. Cierra al salir, gracias. 

*********

capitulo dedicado a kenma.. . .. . te echo de menos mi gremlin gamer

aunque este capitulo parece relleno creo que tiene datos interesantes como que 1) a kenma le gusta mas meter mierda que a un tonto un palo 2) oikawa best boy 3) hiroko es una amante de las tote bag como yo

si supiera cómo incluir flashbacks en mis historias y si fuera lo suficientemente valiente it is over 4 u bitches pero bueno veamos primero dónde me lleva el viento 




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