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c u a r e n t a y t r e s

Si normalmente mis llamadas con Mei duraban horas, cuando llamara a mi amiga por teléfono para contarle que el friki universitario había tomado su puesto como asesor a la hora de comprar ropa, hablaríamos hasta la eternidad. Después de encontrar a Kuroo por casualidad y acceder a su propuesta, salimos de la cafetería y nos encaminamos hacia unos grandes almacenes, donde esperaba encontrar, al menos, algún vestido que ocultara mi vientre. Y, por alguna razón, estaba nerviosa. No sabía si era porque me avergonzaba la compañía de un tipo treinta centímetros más alto que yo y pinta de haber robado en asilos, o si era porque, al fin y al cabo, empezar a comprar ropa de premamá era una experiencia nueva. 

—Oye, este no es tan feo. — Kuroo golpeó con suavidad mi costado, enseñándome un vestido corto pero amplio, de color negro. — Aunque sigo sin entender qué diferencia hay entre un vestido normal y uno de premamá...

Curiosamente, Kuroo hacía de Mei bastante bien. Estaba segura de que sabía de sobra cuál era la diferencia entre las prendas normales y las especiales para el embarazo, pero fingía ignorancia, como si de verdad quisiera imitar a mi amiga. Yo miré el vestido y resoplé. 

—No me gusta. 

Kuroo también suspiró, algo cansado. Miró hacia las escaleras mecánicas del centro del edificio, se volvió hacia mí y dejó el vestido de vuelta en el perchero metálico. —¿Sabes que hay una media de ciento diez heridos al año por el uso de escaleras mecánicas?

—Mucho estabas tardando con los datos absurdos. — murmuré, mirando la etiqueta de unos pantalones que llevaban incorporados una faja. Chasqueé la lengua casi al instante de ver el precio; eran carísimos. 

Aunque pensé que se ofendería, Kuroo soltó una risilla suave y colocó su mano en mi hombro, apretándolo con suavidad. —Relájate. — dijo, con un tono sorprendentemente amable. —Estás comprando ropa, no un arma. Si es demasiado caro, podemos ir a otro sitio. ¿Sabías que los cangrejos tienen casi cinco veces más cromosomas que nosotros? Su información genética es menos compacta y por eso tienen casi doscientos cromosomas, aunque la mayoría tienen genes no codificantes.

Inhalé por la nariz, llenando mis pulmones de aire, y exhalé poco a poco por la boca, despacio. Kuroo tenía razón: era solo ropa. Esbocé una sonrisilla y asentí, como diciendo ''estoy bien''. Él volvió a apretar mi hombro, con suavidad, y se giró para seguir buscando algún vestido que fuera de mi estilo, aunque él parecía inclinarse más hacia los colores oscuros que hacia los claros. Yo continué echando un vistazo a los pantalones, aunque mi mente pronto decidió centrarse en otra cosa: lo bien que Kuroo leía las situaciones. Lo que Kenma había comentado era cierto. Kuroo era observador y más atento de lo que parecía. Quizá era un gaje del vóley, donde tenía que saber con certeza qué jugada iba a hacer el contrario para poder bloquearla, o quizá un talento natural. Con tan solo verme fruncir ligeramente el ceño, Kuroo había logrado saber que yo era un manojo de nervios, y, con otro vistazo más, dedujo que lo que me irritaba era el precio de la ropa. Le observé, escondida detrás del burro lleno de pantalones, e intenté adivinar qué era lo que pasaba por su mente. Solo logré que Kuroo levantara la vista.

Él alzó una camiseta para que la viera. —¿Te intereso yo o la ropa?

Hice caso omiso a su comentario, aunque una de las dependientas no lo pasó por alto. Se acercó a nosotros con una sonrisa. Al fin y al cabo, éramos los únicos deambulando por la diminuta zona de premamá. 

—¿Necesitan ayuda?

Kuroo aprovechó la baja altura de los percheros y se apoyó en uno, colocando sus brazos sobre la barra horizontal. —Buscábamos- Busca, mejor dicho, — se corrigió — algún vestido.

La mujer se dirigió a mí. Me miró de arriba a abajo. —¿Es para ti? — preguntó, algo dudosa. Yo asentí. — ¡Perfecto! ¿De cuánto tiempo estás?

—Tres meses. — respondí, sin dudarlo. Kuroo pareció sorprenderse, como si no esperara que yo respondiera con tanta naturalidad. 

—¡Enhorabuena! — la dependienta ensanchó su sonrisa y enseguida se puso a rebuscar entre las prendas. — ¿Algún estilo en concreto?

Le expliqué que cualquier prenda vaporosa de color claro me servía, y la mujer tardó menos de dos segundos en enseñarme un par de vestidos largos, perfectos para el otoño, y, de paso, la ropa interior, pantalones, camisetas especiales que otorgaban algo más de sujeción al vientre durante los últimos meses del embarazo y hasta sacos para la sillita del bebé. Sin ser capaz de objetar mucho, terminé encerrada en un probador con tres conjuntos diferentes, dos sujetadores de lactancia y Kuroo esperando fuera. Resoplé. 

—Avísame si necesitas ayuda... — canturreó el pelinegro, al otro lado de la cortina de rafia que separaba el pasillo del diminuto probador de la zona de pre-mamá. — ¿Quieres más datos curiosos? ¿Sabes que en-

—Sé ponerme un vestido, pero gracias. — refunfuñé yo, interrumpiéndole. — Y no mires.

—Como quieras, pero ya no hay nada que no haya visto. — soltó Kuroo, riéndose. — Veo que no me quieres refrescar la memoria... Qué triste.

Me quité la ropa y, a regañadientes, me deslicé entre la tela de uno de los vestidos largos, ignorando el último comentario de Kuroo. A veces no me extrañaba que nunca hubiera tenido novia. Cuando la falda del vestido cayó al suelo, la alisé y me miré al espejo. Me até el fino cinturón por debajo del pecho y suspiré por a saber qué vez en la tarde. Había algo en aquella ropa que no terminaba de convencerme. ¿Quizá el talle alto? ¿Quizá no era tan juvenil como la mayoría de mis prendas? ¿O quizá era el simple hecho de que era ropa para embarazadas? Me puse de espaldas y giré el cuello para ver cómo quedaba por detrás. No me favorecía. Era como si llevara un hábito en lugar de un vestido, y tenía la sensación de que la tela, que de primeras parecía fluida, se pegaba a mi bajo vientre en lugar de esconderlo. Me quité el vestido y decidí probarme otro, más corto, pero con las mangas largas y vaporosas.  Era beige, con pequeñas florecillas bordadas. Parecía llevar mi nombre en la etiqueta, aunque el precio decía lo contrario; si no fuera tan caro, lo compraría sin dudar.

Metí el brazo derecho primero, y casi al instante me di cuenta de que la tela no era tan elástica como la del vestido anterior. Gruñí al intentar meter el otro brazo, pero lo conseguí. 

—¿Todo bien? — oí a Kuroo. Lejos de estar preocupado, parecía preguntarme con algo de sorna. Seguro que se estaba riendo. 

—¡Sí! —respondí, jadeosa, luchando contra el vestido. Me golpeé la cabeza en el espejo. —¡Ay!

—No lo parece... De verdad, ¿no necesitas una mano? ¿O dos? 

Me removí más, a ciegas, intentando que mi cabeza pasara por el estrecho cuello del vestido. Di hasta brinquitos. Fue el máximo ejercicio que hice en meses. Después de darme cuenta de que mis brazos estaban atascados, empecé a entrar en pánico, y los sudores fríos empezaron a recorrer mi cuerpo. Solo podía pensar en una cosa: la tela del vestido rasgándose por completo y mi cuenta bancaria en números rojos. 

Derrotada, me quedé con los brazos en alto, como si me hubieran castigado en el colegio. —Puede que sí necesite ayuda... —murmuré. 

—¿Qué clase de ayuda? ¿Quieres que llame a una ambulancia? —Kuroo, a pesar del tono suplicante pero tímido de mi voz, continuó bromeando. Como yo no respondí, no le quedó otra que abandonar la ironía. —Voy a pasar. —oí el ruido de la cortina deslizándose sobre la barra metálica de la que colgaba, y luego noté la presencia de Kuroo. Retrocedí un paso, aunque el probador era tan pequeño que me golpeé con el espejo otra vez. —Espero que- — soltó una carcajada — Dijiste que sabías ponerte un vestido... 

—No te rías y ayúdame. —protesté, agitando las manos. No podía ver mucho, tan solo algunas sombras a través de la tela del vestido. 

La escena era casi de comedia romántica. Yo, en ropa interior, con un vestido a medio poner, y Kuroo, que parecía estar en un punto de su vida en el que, además de pensar en ADN, pensaba solo en tener una noche de algo más que amor. Resoplé cuando noté que se acercaba a mí, aunque no llegó a pegar su cuerpo al suyo. 

—¿Por qué no lo has desabrochado antes de ponértelo...? — dijo él, con un tono más tranquilo y puede que algo paternal. Entreví cómo sus manos empezaban a desatar los botones.

A lo mejor hacía demasiado calor allí dentro, o a lo mejor eran mis hormonas hirviendo. Los sudores fríos dejaron paso al sofoco. Tenía a Kuroo a centímetros, en un espacio reducido que claramente no estaba diseñado para albergar a más de una persona, sin nadie que nos viera o escuchara por encima del hilo musical de la tienda, yo estaba prácticamente en ropa interior... Mi mente empezó a divagar mientras él deshacía poco a poco los cierres. Llegué a pensar que lo hacía adrede, pero luego caí en que sus dedos eran demasiado largos para unos botones tan diminutos. Una cosa llevó a otra, y de repente me encontré pensando en mi cuerpo entre el espejo y el torso de Kuroo.

De golpe, vi la luz. El vestido cayó sobre mis hombros.

—Ya está. 

—G-g-g-gracias. —balbuceé. 

Estaba roja como un tomate, acalorada, al borde del síncope y con su rostro casi pegado al mío. Me pregunté qué narices había hecho en mi otra vida para terminar acorralada en situaciones como aquella. Carraspeé y agaché la cabeza. Nerviosa y con prisa, comencé a abrochar los botones de nuevo. Se me resbalaron tantas veces entre los dedos que Kuroo tuvo que volver a ayudarme... hasta que se dio cuenta de que había empeorado aún más las cosas. 

—Hace calor, ¿eh? —comentó. Le noté algo molesto y tenso. Sería su forma de demostrar que estaba nervioso. Yo me volvía loca y él estoico y frío. — Si vuelves a necesitar ayuda, avísame. Te espero fuera. 

Sin añadir nada más, se marchó del probador abriendo la cortina de par en par y cerrándola con brusquedad. Yo ni siquiera me miré al espejo. Simplemente me quedé ahí, intentando recuperar el ritmo normal de mis pulsaciones, con la mano en el pecho y notando que mi respiración estaba agitadísima... con tan solo haber tenido a Kuroo cerca. Qué sería de mí si llegáramos a besarnos.

Agité la cabeza y terminé de abrochar el vestido. —Deja la mente en blanco, Hiroko. — me dije a mí misma, girándome para ver qué tal me sentaba la prenda. Lloriqueé. No me convencía del todo, y a pesar de repetirme varias veces que dejara de pensar, por mi cabeza no dejaban de pasar pensamientos intrusivos. Pataleé. 

—¿No puedes salir del vestido? ¿Necesitas una masterclass? 

—¡Si! Digo, ¡no! ¡Estoy bien! Es solo que no me convence mucho... — solté. Me armé de valor y pregunté a Kuroo si podía echar un vistazo. —¿Qué opinas?

Kuroo entreabrió la cortina con una mano y simplemente miró al espejo a través de la rendija. No volvió a quedarse dentro. —Yo no veo ningún problema. 

—¿No te parece que... me hace gorda? 

Si las miradas mataran, me hubieran encontrado allí misma sin vida. Kuroo alzó una ceja, entre sorprendido y algo molesto, y negó con la cabeza. Se cruzó de brazos. —Te queda bien.

—Me hace las tetas enormes. — bufé, en bajo, tirando de la tela del vestido hacia abajo. Cuando me di cuenta de lo que había dicho, tosí. — Qui-quiero decir-

—Es lógico, — se rio Kuroo, mirándome de arriba a abajo con sus ojos felinos — tendrás el pecho hinchado hasta que termines con la lactancia, más o menos. Para mí no sería un problema-

Me giré para verle. Bufé. —¿Cómo puedes saber más que yo de todo esto? Estoy yendo religiosamente a las clases de maternidad, voy a apuntarme a gimnasia para embarazadas, he leído todos los libros que he encontrado en Internet... 

Él se encogió de hombros, con esa sonrisa juguetona tan suya. —Estudio. — dijo, sin más. 

Suspiré. —Voy a quitarme el vestido. Además, es demasiado caro... —hice ademán de cerrar la cortina, pero él me detuvo colocando su mano sobre la mía. La retiró con rapidez. 

—Si es el precio lo que te preocupa, puedo darte un truco de universitario en números rojos. — soltó, moviendo las cejas de arriba a abajo. Yo, expectante, me limité a mirarle como diciendo ''¿el qué?''. — Las camisas de la sección de hombre son más amplias y más baratas. 

Abrí la boca, sorprendida, y algo cabreada golpeé con mi puño cerrado el costado de Kuroo. —¡Habérmelo dicho antes! —protesté. Cerré la cortina de manera brusca y empecé a desabrocharme el vestido. 

—¿Vas a necesitar ayuda?

—¡No! — grité. 

—Vale, vale. Menudos humos... ¿No te vas a probar la ropa interior? Es un poco fea, pero-

Ignoré a Kuroo. Pronto me di cuenta de que lo que intentaba era provocarme; posiblemente le resultaba gracioso, o a lo mejor molestarme era su técnica más fiable para conseguir que yo me hartara de él y terminara alejándome. Las palabras de Kenma pululaban por mi mente junto a los pensamientos relacionados con el bebé y con otros relacionados con el proceso obligatorio para tener un hijo... En resumen, Kuroo lograba que mis pulsaciones se elevaran más que en la casa del terror. Y la última vez que estuve en una hui por la puerta de emergencia. 

Resoplando, llevando en brazos toda la ropa que ni siquiera me había probado, salí del probador. Kuroo no tardó mucho en aligerar la carga y llevó unas cuantas prendas hacia el pequeño mostrador situado al inicio del pasillo. Caminamos juntos hacia la salida, pero, como era de esperarse, la mujer que me había atendido se puso justo delante de nosotros con una sonrisa que parecía sacada de una película de asesinos en serie más que de un manual sobre cómo aumentar las ventas. Yo me escondí detrás de Kuroo y él sonrió también.

—¿Todo bien? ¿No va a llevarse nada? ¿Necesita otra talla?

—Ah, bueno, es que- — dije yo, buscando una buena excusa o al menos una forma de decir educadamente que todo era carísimo. 

—¿A qué hora cierran? — preguntó Kuroo, fingiendo cierto interés. 

—Oh, a las nueve-

—Volveremos más tarde, entonces. Gracias. — soltó. Hizo una leve reverencia y caminó rumbo a la escaleras mecánicas a sabiendas de que quedaban menos de quince minutos para el cierre.

La dependienta no hizo nada por detenernos. Nos deseó una buena noche y yo, sin procesarlo, respondí un ''para ti también'' para nada coherente que hizo reír a Kuroo. Golpeé su espalda un par de veces, pero ni se inmutó. 

*****

—¿Tienes que volver a la residencia? — pregunté a Kuroo, alzando mi vista de la bolsa de papel que llevaba entre las manos para poder verle. 

—Puedo dormir debajo de un puente, o en algún callejón, o pasar la noche en el Seven-Eleven. — contestó, irónico. Me hizo poner los ojos en blanco. 

—Vale, me lo tomaré como un sí. 

—Puedo acompañarte hasta casa, si quieres. No me importa. 

Cruzamos una mirada. Kuroo se encogió de hombros, como diciendo ''no tengo nada mejor que hacer''. Caminábamos cuesta abajo por una calle llena de gente que ya había terminado sus compras, despacio. Kuroo debía estar haciendo un sobreesfuerzo para seguir el ritmo de mis pasos; él, de una sola zancada, recorría el doble que yo. 

—Ah, no te preocupes. — agité la mano y sonreí. — En metro tardo menos de cinco minutos. Gracias por acompañarme, de todas formas. Aunque hemos recorrido medio barrio para que me compre solo una camisa, —dije, echando un vistazo a la blusa ancha y blanca que había encontrado en una tienda de ropa para señoras mayores— ha sido divertido. Ahora ya estamos en deuda.

Kuroo soltó una risilla. Supo perfectamente a qué me refería. —¿Seguro que no quieres ningún otro favor? ¿Ni siquiera de la lista vip?

Chasqueé la lengua y gruñí. —Me basta con saber datos tontos.

—No son tontos, son útiles por si tienes que ir a algún concurso de la tele. — se defendió. — ¿Sabías que en la II Guerra Mundial los ingleses ayudaron a los rusos y, como obsequio, les regalaron una cabra? Terminó en Londres siendo toda una estrella. 

Fingí sorpresa. —¡También sabes datos históricos! 

—No sabes lo que te pierdes. —dijo, señalándome con el índice de ambas manos y guiñándome un ojo después. Me hizo reír. De repente, se puso serio, dejando de lado el tono juguetón y la pequeña sonrisa que se había formado en sus labios. —Ahora en serio, Hiroko.

Pensé que se iba a declarar allí mismo, que iba a decir algo como ''soy el mejor tipo que has podido conocer en tu vida; sal conmigo''... y el corazón se me aceleró otra vez. Cogí todo el aire que pude y esperé que el bebé tampoco se alterara. Vi cómo Kuroo alzaba la vista hacia el cielo oscuro. 

Frunció el ceño. —¿Cómo narices se supone que no sabes lo de los cangrejos? Si el señor Kameda siempre lo cuenta en sus clases. 

Atónita y sintiéndome como una completa tonta, aunque algo aliviada, solo pude pestañear varias veces después de pararme en seco. —Ah, lo de los cromosomas. No me acordaba... 

Y de nuevo, apareció esa sonrisa pícara en el rostro de Kuroo. —Estás rojísima. ¿Necesitas un descansito?

Negué con la cabeza, señalé una atajo perpendicular hacia la estación de tren más cercana e hice lo que mejor sabía hacer: huir antes de empeorarlo todo. —Acabo de caer en- 

—¿Cenas conmigo? Invito yo. Por lo de Kenma. Deja que limpie mi conciencia... 

Abrí la boca para responder. Kuroo parecía decirlo sin una pizca de maldad, sin sarcasmo, totalmente sincero, aunque su rostro, algo frío, decía casi lo contrario. Humedecí mis labios dispuesta a decir que sí, por impulso, pero luego me pensé la respuesta un par de veces. 

—Vives en la residencia universitaria porque es más barato, sigues en la lista negra de tu casero y probablemente también en la del banco... ¿No sería más lógico que yo te invitara a ti? Al menos tengo un sueldo.

Kuroo también abrió la boca, mitad sorprendido y mitad ofendido. Bueno, más ofendido que otra cosa, la verdad. —Vale, guau, gracias por el golpe de realidad, Hiroko. 

—¡P-perdona, no quería-

—Al menos sé que no voy a morir de inanición porque sé encender los fogones. —contraatacó. — Poner arroz precocinado en la arrocera no es cocinar. 

—Pero- ¿¡Cómo lo sabes!? 

—Te he visto comprar varias veces. —explicó. 

—Pues no creo que cocines tan bien. — solté, cruzándome de brazos. 

—No sabes lo exquisita que me queda la caballa, lista. 

—Ah, ¿si? ¡Quiero hechos, no palabras! —parafraseé a uno de nuestros profesores de la carrera.

—Puedo hacerte hasta un estudio, si quieres. —Kuroo también se cruzó de brazos, pero antes hizo un gesto con la mano, abriéndola y cerrándola. —Quiero ver una lista de los alimentos que te han recomendado. Nada de azúcares, ¿no? Así que, carbohidratos descartados.

—¿Acaso vas a prepararme la cena? — le señalé con el índice. —¿Tú? ¡Ja! — me carcajeé. —Iré llamando a la policía y a los bomberos...

*****

Una cosa llevo a la otra y, después de discutir durante todo el camino a mi apartamento sobre los beneficios de la vitamina C -o ácido ascórbico, como no dejó de llamarlo Kuroo-, terminamos encerrados en mi cocina. Yo pensé que todo era una broma y que al final el ex-jugador de vóley se marcharía, que todo había sido una excusa para acompañarme hasta casa, pero me equivoqué. Kuroo iba totalmente en serio. Al parecer, había herido su orgullo culinario. Y tenía que probar, de alguna manera u otra, que era un buen cocinero. 

Ni siquiera necesitó ayuda para encender los fogones. Yo fui de un lado a otro, y hasta llegué a ponerme de puntillas para ver qué narices hacía con un cuchillo que yo no había utilizado nunca. Aunque no hizo una brunoise de lo más fina, cortó algunas verduras con rapidez y las salteó sin decir absolutamente nada. No sabía si estaba concentrado o molesto, así que me dediqué a sacar un sobre de arroz precocinado de una de las alacenas e hice lo que Kuroo había predicho: lo preparé en la arrocera. 

—Podrías decirme al menos qué estás haciendo. — murmuré con un puchero. 

—¿La soja?

Señalé el frigorífico. —Arriba. Sabes que odio el pescado, ¿verdad?

De nuevo, me asesinó con la mirada mientras se agachaba para ojear la nevera. —Entonces, normal que estés tan desequilibrada. Te faltan omega tres y ácidos esenciales, está claro.

—¡Oye! 

Cerró el frigorífico con el pie y volvió a centrarse en los fogones. Con un suspiro, me apoyé en el marco de la puerta y me dediqué a observar su espalda, cómo se remangaba las mangas de la sudadera para no mancharse y cómo manejaba las sartenes con una sola mano. Hice una mueca. A lo mejor tenía razón y me estaba perdiendo un partidazo. Alto, más atento de lo que parecía, probablemente buen cocinero, inteligente y atractivo. 

Me fui hacia el salón-dormitorio y me senté debajo de mi enorme monstera al darme cuenta de que ya lo había admitido. Tetsuroo era guapo, sí. Y empezaba a sentirme un poquito, solo un poquito más atraída a él. 

—Ojalá todos fueran plantas. —suspiré.

—Hacer la fotosíntesis no estaría nada mal. Es muy rentable en términos energéticos. — oí a mi espalda. Me giré de manera tan dramática que estuve a punto de tirar una de mis preciadas macetas al suelo. La cacé al vuelo. —¿Los platos?

Kuroo, con los brazos en jarras, se había plantado -y nunca mejor dicho- detrás de mí. Señalé con una mano algo temblorosa el único armario de la cocina que se veía desde aquel ángulo. —A la derecha del t-todo. 

El pelinegro se giró. —¿Sabes que la atracción sexual a las plantas se llama dendrofilia...? — comentó desde la cocina, abriendo las alacenas sin tener que ponerse de puntillas como yo.

Yo me levanté del suelo despacio. —Eres de lo que no hay.

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aprovechando que el fic ha alcanzado el #4 en Kuroo..... . . . . . bueno mejor me callo nos leemos en el próximo capitulo un besitoooooooooo

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