c u a r e n t a y o c h o
Todo el mundo ha tenido que pasar por ese momento en el que se está tan concentrado en algo que dejas de escuchar, ver y hasta sentir todo lo que tu cerebro considera que es irrelevante. Lo mismo me pasó con los besos de Kuroo. Dejé de oír el sonido amortiguado de los coches pasando por la avenida o de los estudiantes volviendo a sus habitaciones. Era como todo hubiera dejado de existir, menos él, sus manos en la parte posterior de mis muslos, su suave empuje, sus labios humedecidos besando los míos y yo. En algún momento, los besos habían dejado de ser tenues, casi tímidos, para ser profundos y bastante más pegajosos. Mis manos habían viajado desde su mandíbula hacia su cuello, atrayéndolo más hacia mí. No pude evitar hundir mis dedos en su cabello negro con intención de hacer el beso aún más intenso, pero, como si hubiera dado con un interruptor, o como si Kuroo se hubiera acordado de algo, se alejó, de manera algo brusca. Yo me quedé unos instantes observando su mirada felina, intentando descifrarla. Luego fruncí el ceño, confusa.
Las manos de Kuroo se resbalaron despacio por mis piernas y, poco a poco, después de sentir un cosquilleo en mi piel, dejé de notar su tacto. Sus manos regresaron a su regazo. —¿Estás mejor? —me preguntó. Estaba tan aturdida que no logré saber si lo decía con sorna, en serio o con algo de amargura.
—E-eh, s-sí, eh... —el tartamudeo fue un claro reflejo del cortocircuito que se había producido en mi cerebro. Casi sin darme cuenta, humedecí de nuevo mis labios, notándolos un poco entumecidos y empeorando aún más las cosas. Mi cabeza iba a echar humo.
Kuroo soltó una risilla. Alcanzó sus gafas y se las puso. —Me alegro.
Me quedé quieta y rígida como una dichosa columna dórica. El ex-jugador de vóley, con toda la naturalidad del mundo, como si nada, se giró en su silla de vuelta al escritorio. Se puso a ojear las hojas llenas de estadísticos bajo la luz de un flexo de color azul. Yo no supe qué decir... ni qué hacer. Solo se me ocurrió apoyarme en la mesa, confundida, creyendo que todo lo que había sentido había sido una especie de ensoñación.
—Madre mía. —murmuré cuando, por fin, logré volver a tener los pies en la tierra. Con la cara roja como un tomate y caliente como una pizza recién salida del horno, me volví hacia Kuroo, al parecer no muy interesado en mí. Hice una reverencia. Fue lo único que se me ocurrió. —Lo siento.
Barajé tres opciones, y en todas había metido la pata como nunca. Uno, poco probable pero posible: Kuroo no estaba tan interesado en mí como mi cabeza me había hecho creer, así que quiso terminar con el beso lo antes posible. Dos, sabía que mi ex-novio pero a lo mejor no-tan-ex-novio era Daichi, y por eso no quería interferir. Tres, había recordado de repente que estaba embarazada, y quizá darse el lote con una no estaba en su lista de prioridades. Me sentí patética. Y por un momento quise, como de costumbre, abrir la puerta y salir corriendo pasillo abajo, aunque solo llevara puesta la ropa interior y una enorme sudadera encima.
Su risilla suave me tranquilizó. Me miró de reojo, con la barbilla hundida en su enorme mano. —¿Por qué? Tampoco ha estado tan mal.
Sin saber muy bien a lo que se refería, me limité a negar con la cabeza enérgicamente y a cerrar los ojos con fuerza. —Perdóname. No quería... distraerte, ni- ni besarte.
—Pues no ha parecido un error, la verdad. —comentó, con voz grave y ese tono sarcástico. Quise golpearle, pero no lo hice. Escondí mis manos bajo los puños de la sudadera. Kuroo se giró de nuevo. —Hablando en términos de supervivencia pura y dura, se podría decir que besarme ha sido un gran acierto para-
No me pude resistir. Golpeé su hombro. —Qué friki. —escupí. El nudo que se había formado en mi estómago había desaparecido por un instante gracias a él. Su labia, quizá su habilidad nata que impedía que se le escapara cualquier detalle, su arte para hacer como si nada... Kuroo tenía algo que me hacía sentir aliviada. Y un pelín agradecida. Supuse que tenía que hacer lo de siempre, así que cambié de tema. Señalé las hojas que él sostenía en una mano. —¿Has descubierto algo interesante?
Supe que se mordió la lengua para no decir nada inapropiado. Kuroo tuvo que hacer un esfuerzo enorme para no comentar nada del beso y para no hacerme sentir incómoda. Agitó la cabeza y me tendió los papeles. —Nada interesante. —dijo, al fin. —Puedes echarle un vistazo, si quieres. ¿Me ayudarías con un ANOVA...?
El sonido de su teléfono móvil vibrando sobre el escritorio hizo que me sobresaltara. Kuroo entornó los ojos para ver quién le estaba llamando. Aceptó la llamada, se llevó el teléfono a la oreja, dio una vuelta de ciento ochenta grados en su silla y se estiró. Era tan alto y la habitación tan agosta que casi sus pies tocaban la pared del fondo. Le vi sonreír.
—Menudo timing, ¿sabes que llamar a un presunto implicado para informarle de algo es prácticamente desertar, no? —comentó. Yo intenté reconocer la voz de la persona que se encontraba al otro lado de la línea, pero no hubo manera. —Sí, sí. Está conmigo. —dijo Kuroo, mirándome. —Vale, vale. Te la paso, pero no le eches la bronca. No ha sido culpa suya. — Kuroo me tendió el teléfono.— Es tu caballero al rescate. —dijo. Vocalizó un silencioso ''Daichi'' acompañado de un gesto algo desganado que traduje como ''menudo pelma''.
Algo reticente, también me llevé el teléfono a la oreja. Intenté centrarme en la voz del antiguo capitán del Karasuno, pero mi mente solo me conducía al mismo lugar una y otra vez: a la mirada color miel de Kuroo y a sus labios besando sutilmente la piel de mi barbilla. —Ho-hola...
—¿Estás bien? —más que parecer enfadado, como supuse que estaría después de enterarse de mi ataque de ansiedad, Daichi parecía alterado. Preocupado de más.
—¡Sí...! Solo necesito descansar. —le dije, sin añadir muchos más detalles. —El bebé y yo estamos bien. — Kuroo me miró algo sorprendido, y yo le devolví la mirada. En algún momento, yo había dejado de ser la Hiroko de siempre para ser ''yo y el bebé''. Se me escapó una sonrisa. —No te preocupes.
—Menos mal. Estaba...
—Preocupado, sí, lo sé. Perd-
—Acojonado, más bien. —se corrigió, riendo. —Cuando me llamaron de la clínica estuve a punto de ir hasta Tokio corriendo, aunque enseguida me dijeron que estabas estable. ¿Kuroo te está cuidando bien? ¿Estás en casa?
No supe qué contestar a esa pregunta. —N-no... ¡Sí! Me está cuidando bien, supongo, pero quiero decir que no, no estoy en casa... Estoy en su residencia.
Silencio incómodo. Suspiro de Daichi. —Vale, menos mal. Le dije- bueno, más bien acordamos que era mejor que no pasaras la noche sola. —confesó. — ¿Me está escuchando?
—No. —por si acaso, me di la vuelta y me alejé un par de pasos. —¿Por qué lo dices...?
—Por nada en especial. Asegúrate de molestarle todo lo que puedas. —soltó, con una pizca de rencor.
Yo me reí.—Va a resultar que tienes más de poli malo que de poli bueno...
—Ningún policía es bueno en realidad, Hiroko. —comentó Kuroo, que había vuelto al escritorio.
—Bueno, si necesitas descansar, dejo que lo hagas. Además, creo que voy a tener que tramitar una denuncia... Cuídate, ¿vale? No quiero volver a sentir que me da un infarto.
Sonreí con dulzura. —Sí, lo haré.
—Y come bien. Necesitas más hierro del que crees. Lo he leído en un libro. —soltó de carrerilla. ¿También estaba estudiando sobre el embarazo? —Buenas noches, Hiroko.
—Buenas noches.
Colgué y le devolví el teléfono a Kuroo, que lo dejó en la mesa. No comentó nada, y por un momento llegué a creer que estaba molesto. Observándole mejor, llegué a la conclusión de que solo estaba concentrado. Sin saber muy bien qué hacer, merodeé en silencio por la minúscula habitación unos cuantos segundos y, al final, me dejé caer en el colchón de su cama. Me pegué a la pared y me hice un ovillo. Con un timing casi mejor que el de Daichi llamando al teléfono de Kuroo, mis tripas rugieron.
El pelinegro se giró en su silla. —Joder, ¿tienes a Alien o a un bebé ahí dentro? —me preguntó. Yo me encogí de hombros. —¿Llevas sin comer desde el primer potito o...? —Deslizándose por la habitación sin levantarse de la silla, se acercó hasta la puerta de la habitación. Se levantó cuando pudo tocar el picaporte. Hincó una de sus manos en el bolsillo de su pantalón. — Ahora vuelvo. ¡Puedes hurgar en mis cosas como si fueras una pervertida, si quieres!
Cerró la puerta, dejándome sola, acurrucada. Aproveché para hundir la cara en su almohada y patalear, como una cría, pensando en las noches que pasamos juntos antes de que descubriera que estaba embarazada. Malditas hormonas.
*****
Kuroo volvió con lo que él consideraba ''comida de primera'': sopa, algo de arroz y un par de mandarinas que seguramente había robado de la cafetería de la residencia. Murmuré un tímido gracias y cené, en silencio, dejando que él tecleara con rapidez en su ordenador y escuchándole hablar por teléfono sobre mecanismos de detención de la replicación del ADN y de un montón de genes codificadores de proteínas. Me quedé sentada en su cama, con los pies en alto y jugando con los hilillos que colgaban de las mangas de la sudadera.
—¿No vas a cenar? —le pregunté, en bajo, esperando no distraerle mucho. Kuroo había estado ordenando papeles y apuntando algunas cosas, y ya había cerrado la pantalla de su ordenador. Supuse que algo de charla no le molestaría mucho.
Se giró en la silla con aire altivo, hundido en ella. —Soy un ente nocturno, Hiroko. He desarrollado un sistema de retroalimentación: mi única comida es mi propio estrés. —soltó. Yo enarqué las cejas. —Tranquila, cenaré más tarde...
No me hizo falta hurgar como una pervertida entre sus cosas, como dijo, para darme cuenta de que aún conservaba las camisetas que había llevado cuando aún jugaba al voleibol. Distinguí la negra que vistió durante el tiempo que jugó en la liga universitaria. No mucho más lejos, vi pegado a la puerta abierta del armario, vi un cartel con el fondo rojo y claras letras en negro: ''conectad''.
—Debió ser duro para ti, ¿eh? —murmuré.
Él siguió mi mirada y pronto supo a qué me refería, pero aún así decidió hacerse el tonto. —¿El qué?
—Dejar el vóley. —hice una mueca algo triste, compadeciéndome de él que, sin embargo, se encogió de hombros con un suspiro y aire dramático.
—Sí, pero bueno, encontré mi lugar en la ciencia. —soltó, haciendo un semicírculo con las manos.
Oikawa había estado lidiando con lesiones durante toda su carrera como jugador, a cada cual más grave, pero nunca había tirado la toalla. Me pregunté por qué Kuroo, que parecía igual o incluso más terco que Tooru, no había hecho lo mismo que mi senpai. Tenía un futuro brillante como jugador, era de los más altos, atléticos y tenía un hueco en la liga profesional. ¿Por qué se hundió tanto por una lesión que, con la recomendada rehabilitación, podía sanar en unos tres meses? Agaché la cabeza.
—¿Aún te duele? La mano, digo. —le miré con los ojos muy abiertos al darme cuenta de lo indiscreta que estaba siendo. —Perdón- No quiero ser una entrometida-
—De vez en cuando. —respondió, sonriendo con algo de tristeza. Abrió y cerró la mano izquierda. —Soldó bien, pero fue una rotura complicada.
Tragué saliva. —¿Por qué no seguiste?
—Vaya, vaya, se te está pegando el tonito de interrogatorio de Sawamura... —rio, meciéndose de lado a lado en la silla. —No sé. ¿Por qué crees que no seguí jugando?
Fui yo quien me encogí de hombros. —¿Para ti es más importante la biología?
Kuroo miró al techo. —Tuve la sensación de que debía dejar paso al resto. —dijo, con un tono muchísimo más serio, puede que con una pizca de tristeza. —Me apuesto mil yenes a que no creías que fuera tan altruista, ¿a que no?
—Es mejor que no apuestes nada, —dije, moviendo la mano de arriba a abajo— quédate con el dinero. —El pelinegro soltó una risilla, y mi mirada viajó de nuevo a aquel cartel rojo. Mei, que hizo una exhaustiva investigación sobre los orígenes de Kuroo, me enseñó una pancarta similar perteneciente al Nekoma, equipo del que Kuroo fue capitán. Me resultó curioso que aún guardara cosas de sus días de instituto. —Pero el vóley es más que jugar, ¿no? Creo que serías un buen entrenador.
—Mis kouhai de primer año estaban hartos de mí porque solo les mandaba recibir el balón, una y otra vez, hasta que les dolían los brazos. Paso.
No parecía ser una persona muy estricta, pero por alguna razón me lo imaginé gritando desesperado a los chicos de primero. —Si el vóley es conectar... Entonces hay muchas maneras de hacerlo. De alguna forma, puedes hacer que la gente conecte con el deporte en sí, ¿me explico? Siempre me he explicado fatal...
A pesar de mis gestos y mis intentos aparentemente fallidos de verbalizar mis pensamientos, el rostro de Kuroo se iluminó, como si hubiera encontrado la cura del cáncer. Fue solo por unas milésimas de segundo, pero pude verlo. Supe que se le había encendido la bombillita de las ideas. Yo agaché la cabeza y froté mi vientre haciendo algo de presión. Kuroo esbozó una sonrisa algo divertida, apoyó el codo en el reposabrazos de la silla y volvió a mecerse.
—¿Prefieres que sea niño o niña?
Su pregunta me pilló por sorpresa. —Ah... ¡niña! —dije.
—¿Una niña en una cruel sociedad patriarcal...? —comentó. —Menudo reto.
—¿Y tú? ¿Niño o niña?
Y a él, la pregunta también le sorprendió. Pareció pensárselo unos instantes. —Mmh... Me da igual, en realidad. —Sonreí. Kuroo se percató de mi sonrisilla. —Estás mucho más cómoda ahora que hace meses, ¿eh?
Asentí y volví a frotar mi tripa. —He pasado a la fase de aceptación. —reí.
—¿Noto algo de ilusión...?
Arrugué la nariz fingiendo estar asqueada. —No, ni un poco. —mentí. Kuroo, entre enternecido y puede que un poco apagado, me dedicó una sonrisa. —La hora del parto me aterra, pero prefiero no pensar en ello.
Kuroo asintió, sin más, y entre nosotros se instaló un silencio... raro. No era incómodo, ni tenso, pero tampoco un silencio del que pudieras disfrutar. Él parecía debatirse entre decir algo o callar para siempre, y yo seguía pensando en sus malditos besos. Y quizá en algo más. Podríamos aprovechar la cama, pensé.
—Aprovechando que estamos preguntando cosas más personales, —su voz algo áspera rompió el silencio. —¿puedo preguntarte algo que lleva rondándome en la cabeza desde hace tiempo?
—A ver, dispara.
—¿Eres familiar directo de los Okazaki? ¿De los Junior? Sé que te lo pregunté, pero...
Solté un resoplido. —¡Pensé que ibas a preguntarme algo más jugoso, como cual es mi posición sexual favorita o algo así...! —exclamé entre carcajadas, sonrojándome más que cuando tenía que hacer la prueba de velocidad en clase de gimnasia en secundaria y buscando con mis manos la calidez de mi vientre. Evité la mirada de Kuroo, que había alzado las cejas, incrédulo. Tragué saliva. —S-sí. Soy su hija.
Kuroo ahogó un grito, como un fan que acababa de descubrir el cotilleo más impactante de toda la historia. —Esperaba que fueras su sobrina o algo así, pero no su hija. ¡Qué fuerte!
—Ya bueno, para mí es como si no existieran. Solo llevo su apellido. —mascullé, entre dientes y con rencor.
La expresión de Kuroo se oscureció. —Oh, lo siento... Supongo.
—No lo sientas. Es la verdad.
Chasqueó la lengua y aspiró por la boca, seseando. —Vaya, vaya, así que la relación no es del todo buena... ¿Estoy pasándome de la raya?
Agité la cabeza. Supuse que no pasaba nada si le contaba mis sensaciones, mis recuerdos y cómo mi maternidad, de alguna manera u otra, se había convertido en una competencia entre mi madre y yo para que ella viera cómo sí se podía cuidar a tu bebé sin tener que renunciar a nada. Kuroo escuchó con atención, con esa mirada asertiva y penetrante, sin decir nada.
—Así que, para mí, mi abuela es como mi madre y la doctora Kotanegawa es como un tía. —terminé.
Kuroo se inclinó ligeramente hacia delante y se acercó a mí. —Por si te sirve de consuelo, yo no sé nada de mi madre. —confesó. — Ni de mi hermana.
Abrí la boca de par en par. —¿¡Tienes una hermana!?
Asintió. —Mayor. Mis padres se divorciaron cuando era un chaval, cuando tenía unos cinco años, después de que nos mudáramos. Yo me quedé con mi padre y las dos únicas mujeres de la familia, —hizo un gesto bastante explicativo con las manos— puf. Desaparecieron.
Le miré con una mezcla de pena y extrañeza. ㅡJoder. ㅡ susurré, haciéndole reír. Entendí muchas cosas de golpe. Tenía sentido que su personalidad fuera una mezcla de humor sarcástico (que no era más que una defensa), chistes malos y esa especie de aire paternal. ㅡNo tenía ni idea.
ㅡNormal. No te lo habia contado nunca. ㅡcolocó su mano en mi rodilla desnuda y la utilizó para darse algo de impulso y volver así al centro del escritorio. ㅡEntonces, los Okazaki-
ㅡSí, son mis abuelos.
Kuroo se cruzó de brazos. ㅡLlevo años referenciando sus estudios. A lo mejor es hora de buscar otros autores...ㅡcomentó, dándome la espalda y encendiendo de nuevo su ordenador. ㅡ De verdad, siento que hayas pasado por toda esa mierda. Suena frío, pero me alegra que al menos seas una persona funcional.
ㅡLo mismo digo. ㅡbufé. ㅡAunque no nos conocemos del todo...
Se giró tan rápido que casi desenrroscó el asiento del pie de la silla. ㅡ¿¡Qué secretos ocultas!?
Solté una carcajada al ver su reacción y apoyé la cabeza contra la pared. ㅡOdio el dango.
ㅡImposible. Si tuviera que hacer una lista con las peores personas de la historia, Hitler hiría el primero y luego tú.
ㅡ¿Y tú...? ¿Qué secretos ocultas además de ser menos lanzado de lo que pareces?
Miró al techo y se quedó pensando. ㅡSoy más de perros que de gatos.
Yo también ahogué un grito. ㅡ¿¡En serio!? ¡No lo parece!
Continuamos hablando un buen rato, seguramente hasta la madrugada. Mis párpados empezaron a pesar y los bostezos se hicieron más y más frecuentes. Poco a poco, la conversación se fue apagando, y Kuroo dejó de estar encarándome a estar, de nuevo, concentrado en su estudio. Cerré los ojos, sintiendo mi abdomen algo abultado. Una risilla suave me hizo abrirlos de golpe, sorprendida.
—Te estás quedando dormida. —afirmó Kuroo que, por segunda vez en la noche, se levantó de la silla. Se acercó a mí y me observó con los brazos en jarras. —¿No crees que es mejor que descanses?
Bostecé y agité la cabeza. —No, no. Estoy bien... Además, ¿dónde vas a dormir tú...?
—Te lo he dicho. Soy como un ente. No duermo. —Kuroo, sin muchos miramientos, agarró mi antebrazo y tiró de mí para que me levantara de la cama. Dejó al descubierto las sábanas, se volvió por enésima vez hacia el escritorio, apagó la luz del flexo y se dejó caer en la silla con un suspiro. —Buenas noches.
Me quedé de pie sin poder procesar -por culpa del sueño- qué estaba pasando. Mi cuerpo, derrotado, se dejó caer en la cama. Las sábanas blancas estaban frías y el tacto era más bien áspero.
—¿De verdad no vas a dormir...?
—La silla es reclinable, mira. —Kuroo buscó una palanca bajo el asiento y tiró de ella. El respaldo se inclinó ligeramente hacia atrás. —¡Tachán!
—Tú también tienes que descansar... —dije, y, de nuevo, otro bostezo.
—¿Sabes que la calidad del sueño está relacionada con el tamaño del cerebro? Por eso, cuando la masa cerebral va mermando con el envejecimiento, y como se afecta el lóbulo frontal, la calidad del sueño es mucho peor.
Rodé los ojos y dejé que mi cabeza se apoyara en las almohadas. Pensándolo bien, los dos no cabíamos en la cama, y a saber qué podría pasar si terminaba durmiendo pegada a él. No me haría responsable. Inspiré por la nariz y, suavemente, exhalé por la boca. —Buenas noches.
—¿Roncas? Es por ponerme tapones. —miré a Kuroo por última vez antes de cerrar los ojos: apoyado sobre el escritorio, con la cara semioculta tras sus bíceps esculturales, me observaba con una sonrisilla juguetona, casi provocadora. No se me ocurrió nada mejor que lanzarle una de las dos almohadas que tenía bajo la cabeza, pero sus reflejos, evidentemente, eran buenos y logró interceptarla. —Buenas noches. ¿Quieres que te de un-
Se calló. Y yo me tomé el lujo de reírme. —No gracias. Me conformo con tu silencio.
Kuroo asintió despacio y dejó la almohada a un lado del escritorio. Me dio la espalda, subió un pie al asiento, para poder apoyar su barbilla en su rodilla, se puso unos auriculares y se quedó en silencio, leyendo algo en la pantalla de su ordenador portátil. Yo me quedé embobada, pensando en que, a lo mejor, sí que me hubiera gustado un beso de buenas noches.
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capitulo dedicado a las kuroo stans es decir: a mi
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