c u a r e n t a y n u e v e
Me despertó un sonido agudo, como el chillido agonizante de un animal diminuto. Después de un par de segundos, supe que aquel ruido era el de las tuberías cargadas de agua hirviente y, al rato, pude escuchar el relajante son de las gotas cayendo al suelo embaldosado del baño. Eché un vistazo a la habitación: estaba vacía y los primeros rayos de sol, cálidos y anaranjados, entraban tímidamente por la ventana. Volví a cerrar los ojos. Estaba amaneciendo, así que apenas serían las siete de la mañana. Me acurruqué bajo las sábanas y, como solía hacer, coloqué mi mano a lo largo de mi vientre.
No tardé mucho en oír la puerta del baño abriéndose. El cansancio me hizo continuar con los ojos cerrados, pero estuve a punto de abrirlos por pura curiosidad. Quizá me encontraba a Kuroo en su pleno esplendor, recién salido de la ducha. O no. O a lo mejor era otra persona. Escuché sus pasos, puede que demasiado ligeros para alguien que superaba el metro noventa, y al rato dejé de oír cómo pululaba por la habitación. Me removí en la cama y, sin poder vencer mis ganas de saber qué narices hacía Kuroo, abrí los ojos.
En otras ocasiones habíamos estado infinitamente más cerca, pero aún así me sorprendió verlo acuclillado al lado de la cama, observándome como si fuera una especie en extinción. Tenía el pelo algo húmedo y ya se había vestido con una sudadera oscura y unos pantalones del mismo color.
—¿Te he despertado? —me preguntó.
En teoría sí, pero negué con la cabeza igualmente. Estiré los brazos. —No... —murmuré con voz suave, algo ronca. Me reincorporé despacio mientras él se apoyaba en la pared y se cruzaba de brazos. Lo primero que se me ocurrió fue, después de observar a mi alrededor con algo de confusión, preguntarle dónde narices había dormido. A lo mejor ni siquiera lo había hecho, como había comentado.—¿Has dormido...?
—Sí, contigo. ¿No lo recuerdas?
Fruncí el ceño y crucé una mirada con él. No vi ni una sola pizca de mentira reflejada en sus ojos miel, ni sus labios se estaban curvando en esa sonrisa juguetona tan suya. Mi vista paseó por la cama. A juzgar por su anchura, era imposible que los dos hubiéramos dormido juntos. Además, yo empezaba a tener el sueño muy ligero. Si el ex-capitán hubiera puesto una sola mano en el colchón, yo me habría despertado al instante. Puse los ojos en blanco. —Kuroo, es muy pronto. —gruñí. —No te quedes conmigo, por favor.
El pelinegro soltó una risilla. Mientras guardaba algunos apuntes en un archivador, empezó a enumerar su día, como si tuviera la necesidad de hacerlo para que no se le olvidara nada: —Voy a ir a ver a Kenma. De camino desayunaré en la cafetería de la facultad y, luego, te acompaño hasta casa. Después tengo que llevar unas cosas al laboratorio...
Continuó. Yo me limité a mirarle con cierta admiración, pensando en cómo una persona podía hacer tantas cosas en tan solo veinticuatro horas. Con un suspiro, me levanté de la cama. —Vale, —dije, con voz ronca. —pero primero deja que limpie tu cuarto.
Era lo único que podía hacer: cambiar las sábanas y tirar unos cuantos apuntes que no le servían de nada. Kuroo, en general, era bastante más ordenado que yo. Bueno, no lo llamaría ordenado, sino... focalizado. Era como si todos sus estímulos se centraran en su escritorio, impoluto y con unos cuantos libros colocados a conciencia, dejando de lado el resto de la habitación que, aunque no era un desastre, tenía carpetas llenas de polvo y algún que otro montón de papeles en sucio. Quité las sábanas de la cama, las arrugué y las lancé cerca de la puerta del baño. Kuroo se quejó, así que yo levanté el índice.
—Siéntate. —le ordené.
Él levantó las manos en son de paz, arqueó las cejas y enseguida, algo lascivo, esbozó una sonrisa. —Vaya, vaya, Hiroko... —soltó, mientras se dejaba caer en la silla. —No sabía que podías ser toda una domi-
Le lancé la almohada y di de lleno en su cara. —Cállate o limpio el polvo con tu pelo.
—Qué fetiche más raro- —volví a hacer que se callara, aquella vez poniendo los ojos en blanco. Kuroo se hundió en la silla y cerró el pico... no por mucho tiempo: —¿No prefieres que lo limpie con la lengua?
Inspiré profundamente, manteniendo la calma. Quise gritar, vaciando mis pulmones hasta quedarme sin aire, pero no lo hice por respeto a sus vecinos. No sabía a dónde quería llegar. Estaba jugando conmigo, casi como hizo en la cama una de las noches que estuvimos juntos, y yo empezaba a desesperarme. Al menos, mis hormonas se habían estabilizado y no corría el riesgo de entrar en cólera. ¿Qué narices quería? ¿Que volviera a lanzarme para luego apartarse de mí con expresión arrepentida? No entendía nada. No sabía si en realidad era así de imbécil, si es era psicópata y disfrutaba de mi sufrimiento o si simplemente era una forma de ocultar su nerviosismo. Lo que estaba claro era que, a la siguiente insinuación, yo iba a terminar chillando.
—Sé que es difícil para ti pero, ¿podrías...?
—¿Si? —Kuroo me miró expectante. Pensé que sería buen actor, casi mejor que Oikawa.
—¿Callarte la boca?—le pregunté, con un tono bastante agresivo, pero él no se lo tomó en serio. Levanté el índice de nuevo antes de que dijera lo que le había dejado en bandeja, algo así como ''cállame tú''. —O le diré a Daichi que me has dado cerveza.
Kuroo hizo el gesto de cerrar su boca con una cremallera. Yo suspiré, le pregunté dónde podía encontrar un trapo que pudiera humedecer y, al final, tuve que pedirle ayuda para que limpiara el polvo de los estantes más altos. Oí cómo se quejaba.
—Ni siquiera mi padre me obligaba a hacer esto. —gruñó, en bajo.
—Te aguantas.
Me miró de reojo, moviendo las cejas de arriba a abajo. —Mmh... ¿Es un castigo...?
Cerré mi puño y le golpeé bajo la axila aprovechando que tenía el brazo alzado. —No me extraña que ni siquiera el tribunal de tu trabajo de fin de carrera quisiera escucharte. Qué pelma. —ataqué, sacudiéndome algo de polvo de las manos. —Bueno, ya está. Creo que podemos irnos.
En menos de dos minutos, estaba vestida con la ropa del día anterior y Kuroo ya me arrastraba por los pasillos de la residencia. Algunos chicos me miraron con toda la extrañeza del mundo, otros cruzaron miradas llenas de envidia con Kuroo y unos cuantos soltaron una especie de suspiro, algo así como una exhalación, un ''guau'' que me dejó más que claro que aquello era una residencia cien por cien masculina.
El sol no había salido aún del todo, así que, en cuanto puse un pie en la calle, me pegué a Kuroo. Un pensamiento fugaz pasó por mi mente, y estuve a punto de agarrar su mano. En cuanto se puso a hablar sobre moléculas, quise agarrar el cuello de su sudadera y lanzarle a la carretera.
—¿Sabes? Deberías empezar a tomar mucho más ácido fólico. —soltó, con una seriedad que casi asustaba, como un padre regañando a su hija. —Es importante que aumentes la ingesta un cuatro por ciento, y también deberías comer bastante hierro. La mayoría de las malformaciones fetales y pedinatales se manifiestan por culpa de un déficit de ácido fólico.
—Ya, ya.
—La espina bífida, ¡la anencefalia! —dijo, como si yo supiera de lo que estaba hablando— El ácido fólico ayuda a reducir el riesgo de las malformaciones congénitas casi a la mitad...
No me quedó otra que poner los ojos en blanco. No sabía si lo decía en serio o si lo hacía, como casi todo, con la intención de dar de lleno en un punto gatillo que me hiciera explotar. Al final, tuve que golpear su costado. —¡Deja de nombrar todo lo que le puede pasar al bebé! ¡Dios! —exclamé, parándome en seco. —¡Está bien! ¡Tomaré un puto cuatro por ciento más de ácido fólico, pero cállate ya! ¿¡Sabes que el estrés también le pasa factura!? —solté un gruñido de lo más gutural.
Kuroo abrió los ojos como platos y la boca ligeramente. Después, se dibujó una sonrisilla en sus labios que poco a poco fue alcanzando la ternura, me dio unas palmaditas en el hombro y me invitó a seguir hacia delante. —Perdona. —se disculpó, con voz suave. — Soy muy pesado cuando me preocupa algo.
Reí con algo de ironía y desgana. —Ya, no hace falta que lo jures. Normal que Kenma esté harto de ti...
—¡Pero es que nunca se come las verduras y siempre está falto de vitamina D! —casi gritó.
Agité la cabeza y, al final, sí agarré su mano para que dejara de lamentarse y se pusiera a caminar de nuevo. Recorrimos unos cuantos metros juntos, con mi diminuta mano rodeando la suya a duras penas, notando la calidez de su piel. Al rato, como si los dos nos hubiéramos dado cuenta de la presencia del otro, hicimos la distancia un poco más visible. Solté su mano y le dediqué una sonrisa que era la mezcla de la vergüenza y de una disculpa.
*****
Era la segunda vez que estaba en aquel apartamento enorme, de paredes altas y suelos de mármol. Descalza, me atreví a dar unos cuantos pasos más allá del genkan y seguí a Kuroo hacia el interior. Él buscaba a su amigo bramando su nombre. Yo me limité a quedarme cerca del gigantesco sofá situado enfrente de aquella pantalla de plasma que era incluso más grande que la bañera de mi apartamento. Kuroo se fue pasillo abajo. Miré hacia el sofá y me encontré con la cara de fastidio de Kenma. Se llevó el índice a los labios para indicarme que guardara silencio.
—Parece que no está. Qué raro, —Kuroo apareció de la nada y puso los brazos en jarra, suspirando. —pensé que hoy no iba a la oficina...
Yo me encogí de hombros. —Ya, qué ra-
—¡Kenma! —al fin, el altísimmo pelinegro reparó en su amigo, que se incorporó despacio y con varios gruñidos. Su pelo estaba alborotado y el pequeño moño que lo recogía estaba casi deshecho.
—Qué molesto eres...
—Hiroko me ha dicho lo mismo hoy como treinta veces. ¿No crees que es un don? —comentó, sonriendo levemente y dándose la vuelta para dirigirse hacia la cocina. —¿Qué necesitas?
—¿Que te vayas...?—musitó Kenma, entre dientes. Se levantó del sofá apoyando sus manos en las rodillas y arrastró los pies siguiendo los pasos de Kuroo. Yo, tímida, no me atreví a acompañar al streamer, pero sí que podía escuchar su conversación.
—Qué forma más rara tenéis los de la generación del noventa y cinco de demostrar vuestro amor. —bufó el ex-capitán del Nekoma. Debía estar mirando qué había en las alacenas de la cocina. —Necesitas más vitamina D, Kenma. ¡Y más ácido fólico! Te dije que te comieras las espinacas.
—No me gustan.
—¿¡Voy a tener que hacerte una papilla!?
Se enzarzaron en una especie de discusión que Kuroo terminó ganando... gracias a la rendición de Kenma. Con aire desganado, le vi hacer un gesto con la mano. Caminó de vuelta hacia el sofá, alcanzó unos auriculares de diadema de color negro y pasó por delante de la televisión para encenderla. Yo sonreí, pero mi sonrisa no pareció levantar el más mínimo interés. Era un chico difícil, pensé. Incluso más que los chicos de primero del Seijoh. Cruzamos una mirada. Sus ojos también eran como los de un felino: astutos, afilados, brillantes. Kenma enseguida miró hacia la cocina, a Kuroo, y después sí que soltó una risilla.
—También se ha puesto pesado contigo, ¿eh? —comentó Kenma, con un tono que, más que hostil, me pareció... instigador, como si quisiera que yo dijera algo que me metiera en problemas.
Tragué saliva. —E-eh... Sí, mucho.
Aunque estaba de espaldas a mí porque ya se había sentado en el sofá con los auriculares y el mando de una consola, supe que Kenma sonrió. —Típico. —murmuró.
Kuroo no tardó mucho en llegar a escena, totalmente dispuesto para regañar a su amigo. Sin embargo, se quedó quieto, con el índice en alto. —¿Por qué me miras así? —le preguntó a Kenma.
—La tensión se corta con una cuchara. —dijo el de mechas rubias.—¿No podéis pasar al siguiente nivel...?
Una imagen valía más que mil palabras, decían. Y yo me quedé con la sonrisilla de Kenma grabada en la mente. Kuroo decidió que aquel era el momento idóneo para marcharse de allí, volando, huyendo como un gato asustado al cruzarse con un tigre. El pelinegro extendió su brazo para dar una última advertencia a Kenma (''o te comes la verdura o me bebo todos tus RedBull'', le dijo) y me hizo un gesto para que fuera hacia la puerta principal de la casa.
Me calcé, esperé a que Kuroo volviera con cara de fastidio y salimos del apartamento de Kenma masticando la tensión de la que no me había dado cuenta hasta entonces. Para intentar enfriar las cosas, sonreí y le pedí que me hablara sobre genética. Tardó en lanzar un par de datos pero, tras unas cuantas preguntas inocentes, Kuroo dejó de fruncir el ceño y empezó a gesticular mientras me explicaba todo el árbol genealógico del Emperador.
*****
Suspiré con alivio al ver que mis plantas seguían verdes, con brotes y en su pleno esplendor. Kuroo se había quedado a la entrada, sujetando la puerta con su cuerpo, sin atreverse a pasar a mi apartamento. Puse mi teléfono a cargar, abrí mi portátil y lo encendí. Antes de leer los correos electrónicos y las mil broncas de Akaashi, correteé hasta Kuroo. Me había acompañado a casa e invitado a un desayuno lleno de ácido fólico, tal y como había prometido.
—Gracias por todo. —le dije. Hasta hice una reverencia.
—No hace falta que te pongas formal a estas alturas. —dijo, despreocupado. Estaba apoyado en la puerta de brazos cruzados, a la defensiva. —Es lo único que podía hacer... para que Sawamura no me cortara las piernas.
—Qué exagerado.
Enarcó las cejas. —No me fío de él. Es policía. —soltó. —Esos hacen de todo.
Rodé los ojos y esperé que no me contara una de sus teorías conspiratorias -que se habían añadido al repertorio de datos científicos sin venir a cuento-. No lo hizo, señal de que estaba algo... raro. Le observé, pero solo pude concluir una cosa: no sabía qué narices le estaba pasando.
—Supongo que tendrás mucho trabajo atrasado en el laboratorio... Te he molestado mucho. Lo siento.
—Bah, no es nada. Anoche, mientras roncabas, me dio tiempo a revisar unos resultados-
—¡No ronco! —me defendí.
—O eso crees. —Kuroo volvió a subir las cejas. —En fin, Hiroko. —se despegó de la puerta con una especie de suspiro e hizo ademán de darme la espalda. —Cuídate, que vas a matar a Sawamura del susto cualquier día de estos. Y come muchas espinacas y pomelo.
—Para el ácido fólico, sí.
—Y pescado, para el omega 3. — me recordó. —Llámame si necesitas algo o si quieres que te cuente la historia de cómo tuve que rescatar a un compañero porque se le quedó la cabeza atascada entre dos barrotes.
Otra vez, mi cerebro se apagó y tomó el control mi sistema límbico. Antes de que Kuroo se marchara, di pequeños pasos hasta quedarme al borde del banzo que me salvaguardaba del suelo frío del genkan y estiré los brazos levemente para poder asir con fuerza la tela de la sudadera negra de Kuroo. El pequeño desnivel entre la entrada de mi apartamento y el pasillo hacía que mi rostro quedara mucho más cerca del suyo, así que apenas tuve que ponerme de puntillas para poder besar sus labios. Además, pude tirar de él hacia mí. Fue un beso breve, dulce, de despedida. No le dio tiempo a corresponder, así que simplemente se quedó quieto. Me separé de él con una sonrisilla y volví a agachar mi cabeza, haciendo una leve reverencia.
—Gracias. —repetí, sin ser consciente de que aquel beso iba a ser una de mis fuentes de preocupación durante semanas.
Al menos, Kuroo también sonrió y se despidió agachando la cabeza. Cerró la puerta despacio.
*****
Los ojos de Akaashi, fríos como una gélida mañana de Enero, lo decían todo: estaba estupefacto. Dio un sorbo del té que le había preparado y dejó la taza de vuelta en la mesa con un golpe. Me asusté.
—O sea, —empezó a recapitular todo lo que le había contado: —Te dio un ataque de ansiedad, tuviste que quedarte toda una noche con Kuroo-san, os besasteis, ¿y ahora estás preocupada porque volviste a besarle antes de que se marchara?
Asentí. —Más o menos.
Akaashi se quitó las gafas y se frotó los ojos. Nunca le había visto tan desesperado, ni siquiera en el trabajo. —¿¡No dijiste que ibas a mantenerte neutra!?
—¡¡S-sí!! —tartamudeé. No había persona que más impusiera que un Akaashi cabreado. Y lo peor de todo es que ni siquiera se había enfadado por cosas referidas a la revista. —¡Pero no puedo!
—Hiroko. —dijo, con más calma. —Si creías que ese último beso iba a hacer que entre vosotros hubiera más tensión, ¿¡por qué narices lo hiciste!?
—¡No lo sé! —intenté explicarme, pero solo pude soltar sonidos entre cortados. Suspiré, agotada. —No lo sé, Keiji... —me pasé una mano por la frente. —Solo puedo pensar en tres cosas: El bebé, el trabajo y en él.
Akaashi también suspiró -por enésima vez- y volvió a ponerse las gafas de montura gruesa. —¿Quién quieres que sea el padre?
Abrí los ojos y me quedé de piedra. —¿¡A qué viene esa pregunta ahora!?
—No quién crees que es, sino quién quieres que sea. De corazón.
Agaché la cabeza y coloqué las manos en mi vientre. —No lo sé; estoy hecha un lío. Incluso más que antes.
Al principio, por mucho que me pesara, lo más viable era que Daichi fuera, al menos, el tutor del bebé. Era el único cerca de mí, con un trabajo fijo y con aire responsable. Y poco a poco, la idea de pasar los días a su lado no me resultaba tan repugnante como cuando rompió conmigo. Después, fue Oikawa quien subió al primer puesto del podio. Y luego, Kuroo. Era una especie de ciclo: los chicos iban ganando puntos, yo me desesperaba y vuelta a empezar. Lo de ser neutra había fracasado desde el primer momento en el que añoré a Daichi, cuando dejé de dibujar por enviar mensajes a Oikawa y cuando eché de menos el humor retorcido de Kuroo.
—Tu cara dice que aún te lo estás pensando. —con casi un susurro, Akaashi me sacó de mis pensamientos.
Me reí con suavidad. —Prefiero que elija el bebé. Va a ser niña. —le informé. — Lo soñé el otro día. ¿Quién quieres que sea tu papá...? —murmuré. — Mmh, aún queda tiempo para las pataditas. —añadí. — Creo que es lo mejor, ¿no? El bebé elegirá a quien le cuide mejor.
A Akaashi se le escapó una sonrisa, aunque en menos de una milésima de segundo ya se había desdibujado. —Supongo que tienes razón.
—¡Ah! ¿Te he contado que estoy yendo a clases de yoga? El resto de madres me dicen que disfrute de la maternidad, pero-
Sin decir nada y dejándome con la palabra en la punta de la lengua, Akaashi se levantó después de mirar su reloj plateado y fue hacia la pila de archivadores verdes que contenían los capítulos especiales del exitoso nuevo manga que estaba corrigiendo. Se lo llevó consigo.
—¡Eh! ¿¡Qué haces!?
—Llevarme el trabajo que te sobra. —dijo.
—Pero- ¿Quién se va a encargar de los especiales de Navidad?
Akaashi hizo un gesto, como diciendo ''ya encontraré a alguien''. Luego puso una mano en mi hombro para evitar que yo me levantara del suelo. —Tranquila, tú céntrate en tu embarazo.
—¡Aún queda tiempo para la baja! ¡Puedo- —Su mirada fría me hizo callar. —Está bien. P-puedes llevártelo...
—Además, ¿no dijiste que Oikawa-san iba a venir a pasar la Navidad contigo? Tendrás que hacer algunos preparativos, ¿no?
—Quedan más de quince días...
—Tómate las cosas con calma. Se te nota un montón cuando necesitas tiempo para estar sola.
Inspiré profundamente. Discutir con Akaashi era misión imposible, así que me limite a asentir y a darle las gracias. —Sin ti estaría perdida.
—Pero quiero el último capítulo para el jueves. —me ordenó. —El resto, tómatelo como unas vacaciones de Navidad adelantadas. Disfruta.
—Te daría un beso en este instante.
Akaashi arrugó la nariz y agitó la cabeza. —No, gracias.
Solté una carcajada sincera, de esas que salen desde el fondo de tu abdomen, y, viendo como se marchaba, en silencio, agradecí a Akaashi que me hiciera olvidar, por un momento, mis tres principales preocupaciones: el bienestar del bebé, la tensión sexual no resuelta con Kuroo y el posible escenario de Oikawa quejándose de lo fea que era la decoración navideña de mi apartamento.
**********
mis únicas notas para este capítulo eran: KUROO SE PONE MUY PESADO CON EL ÁCIDO FÓLICO.
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