c u a r e n t a y c u a t r o
Dejé el último plato en el fregadero y empecé a buscar las palabras correctas para agradecerle a Kuroo la cena que había preparado. ¿Bastaría con un simple gracias? Estaba tan nerviosa que ni siquiera sabía si iba a lograr poder decir una palabra sin farfullar. Más que nerviosa, era una mezcla de sorpresa, ilusión y un poquito de vergüenza: a lo largo de la cena me di cuenta de que mis hormonas estaban haciendo de las suyas y mi lado más racional se dio por vencido. Dije cosas que no tendría que haber dicho y, en vez de hablar de lo más lógico, que era la cena y sus habilidades como cocinero, conté a Kuroo -entre muchas otras cosas- que más de una vez me sentí atraída por uno de los personajes del manga que revisaba. Él me siguió el juego, riéndose, y terminamos discutiendo sobre algo de lo que nunca había hablado con nadie, ni siquiera con Mei: sujetadores.
Suspirando, me di la vuelta y caminé hasta el salón, donde habíamos cenado. Vi cómo Kuroo se levantaba del suelo, despacio, y cómo tenía que esquivar las hojas de mi vieja y alta dracena. Me aclaré la garganta y esbocé una sonrisilla.
—Gracias. -murmuré.
—Para la próxima vez, —dijo, pasando por delante de mí. Dejó caer con suavidad su mano sobre mi cabeza y despeinó mi pelo. — no hace falta que hieras mi orgullo como cocinero.
—P-perdona; te juro que no era mi intención... —tartamudeé, aunque me tranquilicé al ver que estaba bromeando. Le acompañé hasta el genkan, donde empezó a calzarse. —¿Cómo eres tan bueno cocinando?
Me miró con esa sonrisilla juguetona a la par que misteriosa, se irguió tras terminar de atar los cordones de sus zapatillas negras y se encogió de hombros. —Todo en esta vida es química.— soltó.—Y la química es una de las cosas que se me dan bien.
Kuroo abrió la puerta y yo, como si hubiera un hilo que tirara de mí, me quedé apoyada en el marco, tras él. Me crucé de brazos para protegerme de la brisa fría típica del otoño.
—Así que todo es química, ¿eh? —dije, esbozando una sonrisa algo amarga, sin encontrar muy bien las palabras correctas para verbalizar lo que estaba sintiendo. ¿Quería que se quedara más? ¿Que se fuera para poder gritar en la soledad de mi baño? No tenía ni idea, y lo demostré quedándome en blanco, observándole, sin decir nada.
Él se rio. —Los ojos te hacen corazones. — comentó, señalándome. — A lo mejor es verdad eso de que hay que conquistar por el estómago...
Agité la cabeza. —¿¡Qué!? A-ah, sí. O sea-—pestañeé varias veces, miré hacia el suelo y traté de volver a la tierra. Estaba a un solo paso de volverme loca. —No, no, —reí, nerviosa —no me hacen corazones, es que-
Kuroo soltó una última carcajada y alzó la mano, despidiéndose. Mientras se echaba su mochila negra al hombro, vi que sonreía con, quizá, algo de ternura. —Cuídate... y deja de comprar arroz precocinado.
Asentí y vi cómo bajaba las escaleras con aire despreocupado, como si no le importara demasiado perder el último tren de la noche. Cerré la puerta del apartamento despacio, contando los segundos, y cuando oí el sonoro ''clac'', apoyé mi frente contra la madera fría. Me contuve; quería gritar, pero no lo hice. No quería despertar a los vecinos a casi la una de la mañana. Me tranquilicé a mi misma al repetirme varias veces que aún tenía que lavar los platos. Arrastré los pies hasta la cocina, encendí la luz y abrí el grifo del fregadero.
No fui capaz de quitarme de la cabeza la imagen de Kuroo cocinando. Ni riéndose. Ni haciendo chistes sobre la tabla periódica. Tampoco esa sonrisilla que me hacía querer besarle pero golpearle a la vez. Y fue entonces cuando un pensamiento intrusivo llegó a mi mente: ''tendrías que haberle besado antes de que se fuera, tonta''. Tuve la sensación de que las cosas entre nosotros iban a rozar lo incómodo y, después de aquella despedida insulsa, lo frío.
Cansada, dejé los platos sucios en el fregadero y decidí enterrarme bajo mi futón.
*****
Sin duda alguna, prefería las fiestas de graduación antes que los aburridos matsuri que se celebran al finalizar el curso. La humedad del ambiente haría que mi pelo se encrespara y el calor abrasador terminaría conmigo si no conseguía una cerveza antes de que mis compañeras tiraran de mí y me llevaran hacia la sala que habían alquilado. Alargué el brazo para intentar llegar hasta la mesa donde estaban todas las latas, pero la mano de Satomi me detuvo.
—Han venido los senpai. —anunció, por encima del bullicio que se podía oír por todo el local. Yo puse los ojos en blanco. —¡Vamos a saludar!
—¿Tiene que ser ahora? -protesté con un puchero.
Mi compañera asintió, tomó mi mano y se abrió paso entre varios grupos de personas que charlaban, reían y cantaban. No me quedó otra que seguir a Satomi, que acababa de teñirse el pelo de rojo, y que aún llevaba unos tacones que me parecían imposibles. Caminó decidida hasta llegar a una puerta con la pintura algo desgastada, ignorando el humo de los cigarros supuestamente prohibidos y a algunas parejas que habían dejado de disimular su amor hace tiempo. Satomi la abrió sonriendo de oreja a oreja y yo, escondida tras ella, me limité a hacer una reverencia.
—¡Pero si es Sato-chan! -gritó uno de los chicos que estaban sentados en los sofás de la sala, oscura, llena de luces tintineantes de color azul y con música demasiado alta. —¡Y Okazaki! Pasad, pasad.
Esbocé una sonrisilla, aunque sentí que estaba entrando en la boca del lobo, en un túnel sin salida. Satomi soltó mi mano y yo, de repente, no supe qué narices hacer. Aunque los senpai me eran familiares, no logré recordar el nombre de ninguno. Sabía que se habáin graduado el año pasado, y que algunos de ellos, como el chico callado del fondo o el que estaba eligiendo qué canción cantar, eran parte del equipo de vóley universitario. Me quedé unos instantes de pie, al menos hasta que uno de ellos señaló el asiento libre que tenía al lado. Sin decir mucho, me senté entre el chico de camisa blanca y una montaña de mochilas. Satomi se apoderó del micrófono después de que sus senpai la animaran a base de gritos y aplausos.
Resoplé. Empezaba a preferir los matsuri, la verdad. Observé en silencio cómo mi compañera saltaba y bailaba con otros dos chicos al ritmo de la letra de una canción que no conocían muy bien, y decididí integrarme un poco acompañando a los -terribles- intérpretes con palmas. La canción terminó y todos las miradas se posaron en mí: querían que Okazaki cante.
Agité la mano y solté: —Necesito un par de cervezas más para cantar.
En lugar de ofrecerme el micrófono, veo que alguien me ofrece una jarra de cerveza fría. Me giré para ver quién era: cabello rebelde, despeinado y negro y mirada que podía dejarte pegada a la pared. Acababa de terminar de jalear a Satomi y compañía con un fervor impresionante, así que rechacé la cerveza y dejé que él la bebiera. Insistió antes de dar un largo sorbo y dejarse caer a mi lado.
—Me apuesto mil yenes a que Usui va a cantar Heavy Rotation. — comentó, inclinándose ligeramente hacia mí y señalando la pantalla de la máquina de karaoke. Acertó de lleno. —Te lo dije.
-—Le tienes calado. —dije, sin mucho interés.
Kuroo, vestido con una simple camiseta negra y unos pantalones cortos del mismo color, lejos de ir arreglado como el resto de sus compañeros, me miró alzando una ceja.—Vaya, vaya, ¿noto aburrimiento...?
La canción de AKB48 comenzó a sonar y el tal Usui cantó como si tuviera un berriche. Alcé la voz y me acerqué al oído de Kuroo. —¿Va a durar mucho esta tortura?
Él soltó una carcajada y dejó de encorvarse. No le hacía falta hacerlo para llegar hasta mi oreja; era más alto que yo y no le costó nada acercar sus labios a mi oído. —¿Creías que esto iba a ser en plan fraternidad?
Me encogí de hombros. —A lo mejor tengo expectativas muy altas.
Volvió a soltar una risilla. —Eres Okazaki, ¿no?
Asentí. —Kuroo-san, ¿verdad?
Habíamos coincidido en un par de clases de genética y biología celular, aunque él se sentaba en las últimas filas. Era alto e intimidante, así que no me había acercado mucho a él durante los últimos años. Sabía que las chicas andaban perdidas por él; había sido jugador del equipo de voleibol y uno de los mejores estudiantes de la facultad. Debía tener un futuro prometedor y miles de pretendientes, y por eso no me esperaba que alguien como él estuviera en un karaoke celebrando la graduación de sus kohai. Terminó de beber la cerveza y me tendió la mano derecha; en la izquierda llevaba una muñequera deportiva del mismo color que su ropa.
—Kuroo a secas está bien. —dijo.
Estreché su mano a pesar de que ya éramos conocidos. Esbocé una sonrisa y desvié mi mirada hacia Usui, desgañitándose con la canción que había elegido. Más que ser una situación graciosa, hizo que me muriera de vergüenza ajena, así que hice un gesto a Satomi, que parecía estar de lo más contenta, y señalé la puerta. Ella asintió, como diciendo ''sí, puedes irte, no pasa nada''. Antes de levantarme del sofá, vi que Kuroo lo hacía primero. Preguntó a sus compañeros si querían algo de beber, pero el espectáculo de Usui les resultaba más importante. Escondiéndome detrás de la ancha espalda del de cabello negro, salí de la sala. Él no había notado mi pequeña presencia, y por eso, cuando vio que no pudo cerrar la puerta, se giró.
—Ah, eres tú. Perdona, no te había visto. —alzó el brazo para que yo pudiera pasar por debajo, aunque me sentí aún más acorralada. —¿Vas a por esas dos cervezas que te hacen falta para cantar?
Dejé que me acompañara hasta la mesa donde había iniciado la noche. Al ver que las personas que estaban alrededor no prestaban mucha atención, Kuroo aprovechó para llevarse una caja entera de latas de cerveza. Como si nada, la acomodó bajo su brazo y, llevándose el índice a los labios, me pidió que guardara el secreto.
*****
La caja de cervezas estaba casi medio vacía, a excepción de dos últimas latas. Habíamos huido del calor sofocante del karaoke y habíamos terminado sentados en las escaleras del edificio, a las puertas de lo que seguramente eran unas oficinas. Yo me reía, aunque no sabía muy bien de qué, y acto seguido dejé caer la cabeza sobre el hombro de Kuroo. Suspiré.
—Es muy tarde. —dije, mirando hacia las puntas de mis pies y luego al pelinegro, a mi lado, sentado con las rodillas dobladas y su mano protegida por la muñequera sobre mi muslo, por encima de la tela de mi falda.—Debería volver.
Kuroo dio el último sorbo a la lata de cerveza que aún no había terminado y que sujetaba con la otra mano. Retiró la mano de mi pierna y se giró levemente para verme, apoyando la espalda contra la pared. —¿Vas a buscar a Satomi? —me preguntó, con voz grave.
Agité la cabeza. —No, seguro que está ocupada. Ya me ha enviado un mensaje diciendo que puedo marcharme. —respondí yo con cierta sorna, haciendo que Kuroo riera con suavidad. —Voy a volver a casa, aunque no tengo muchas ganas, la verdad.
Me puse de pie sin mucha facilidad, pero él alzó la mano izquierda y me detuvo. —¿Te acompaño?
—Como quieras, pero no vivo muy lejos de aquí; puedo ir sola. —quizá soné algo cortante o, a lo mejor, al llevar tantos años diciendo a mis compañeros de la carrera que no necesitaba compañía, había sido casi como un acto reflejo. Vi por el rabillo del ojo que varios chicos abandonaban el local del karaoke, así que tuve que apartarme. Kuroo también se levantó.—Estoy a unos veinte minutos andando. ¡No es nada!
—Vale, vale. —no insistió demasiado, al contrario que la mayoría de tipos que había conocido a lo largo de mi vida. Dejó que el grupo de universitarios bajaran las escaleras por delante de nosotros. —Al menos deja que te acompañe hasta la salida de este antro, ¿no?
—Está bien... —dije, fingiendo hartazgo y poniendo los ojos en blanco.
Bajamos juntos las escaleras y, ya en la calle, él retrocedió un par de pasos para poder apoyarse en el marco de la puerta del edificio con los braazos. Yo sujeté mi bolso y me giré sobre mis talones para verle. Más guapo de lo que creía después de unas cuantas cervezas, intimidante a la par que atrayente y con una mirada que podía invitarte hasta a robar un banco. Me quedé agarrando la correa de mi bolso y, sin saber muy bien cómo, logré sonreír.
—Gracias por conseguirme las cervezas... y por escucharme hablar de mi ex durante tanto tiempo. —me crucé una última vez con sus ojos de color miel.
—¿Te veré algún otro día por aquí...?
—Por Tokio, seguro.
Alcé la mano para despedirme, pero no lo consideré del todo adecuado. Habíamos estado juntos toda la noche, había estado hablando con él sobre mi ya ex-novio, algunas asignaturas, compañeros babosos, mi nuevo trabajo en aquella revista de manga... Su leve sonrisa juguetona me invitó a acercarme a él, que parecía haber planeado todo meticulosamente al inclinarse para que sus labios estuvieran más cerca de los míos. Con la mano que no llevaba protegida por la muñequera, Kuroo se tomó la libertad de rodear mi cintura, y yo coloqué mis manos en su cuello, lo único que pude alcanzar. Encorvado hacia mí, fue Kuroo quien besó mis labios después de humedecer con rapidez los suyos. Sentí el calor de su cuerpo cuando lo pegó al mío. Era una sensación agradable a la par que adictiva. Se separó un instante para recuperar algo de aire, pero no le dejé mucha tregua. Era como si tuviera la necesidad vital de seguir besando brevemente sus labios, pidiendo más. Intentó frenarme un par de veces y, al fin, captó las señales: dejó que mi lengua se abriera paso en su boca, cálida, y pronto el beso se volvió mucho más profundo y húmedo. Resbalé mis manos hacia su nuca cuando por fin fue capaz de seguirme el ritmo, sujetando ligeramente su cuello y haciendo que se pegara más a mí. Aunque al principio no sabía muy bien dónde colocar sus manos, Kuroo terminó con ellas sobre la parte posterior de mis muslos.
Algo jadeosa, dejé que me condujera hacia la fachada del edificio. Me pegó contra la pared y yo busqué el borde de su camiseta para poder meter mi mano por debajo y así notar la piel tersa de su abdomen, pero algo me detuvo antes: las voces de un grupo de personas saliendo del karaoke. Suspiré y apoyé la coronilla en la pared, fría. Kuroo miró hacia el lado contrario, evitando cruzar una mirada con los chicos que abandonaban el edificio entre risas. Nos ignoraron.
—Tu casa está a veinte minutos, pero si nos damos prisa podemos llegar antes a la mía. —anunció, también falto de aire, con voz ronca, cerca de mi oído.
—Vale, vamos rápido.—murmuré yo, haciendo que sonriera.
*****
Era la primera vez en mucho tiempo que lograba decir algo sin que me interrumpieran los suspiros entrecortados. —La botánica- —gemí suavemente al notar que besaba mi cuello mientras sus manos me acercaban más a él— no es solo para la agricultura-
Kuroo continuó dejando una hilera de besos breves y sonoros por mi cuerpo, desde mi hombro hasta mi barbilla, donde se detuvo. Alzó la cabeza y me miró, con aire astuto. Enarcó las cejas. —Ah, ¿en serio? Cuéntame más... si puedes.
Giré la cabeza para echar un vistazo al reloj digital que estaba en la mesilla de noche que teníamos cerca, y él aprovechó para seguir besando mi piel erizada. Menos mal que teníamos todo el tiempo del mundo. Cerré los ojos y volví a dejarme llevar, moviéndome al ritmo más bien rápido de Kuroo y encaramándome a él para sentirle aún más cerca, dejando que mis manos se agarraran con fuerza a sus hombros. Quizá eran las endorfinas, pero pocas veces me había sentido tan bien. Era de ensueño, como estar en un ciclo interminable de euforia y posteriormente calma, como bañarte en el mar un día de uno de esos veranos tórridos y hasta angustiosos.
—No voy a poder- —gemí. Di un par de golpes a Kuroo en la espalda. — Más despacio, más despacio.
*****
Me desperté de golpe, lanzando la funda del futón lo más lejos que pude. Estaba acalorada, sudando y casi jadeosa. Me senté despacio en el suelo y eché un vistazo a la habitación: macetas por todos lados, suelo de parqué oscuro y aún amaneciendo. Me llevé una mano a la cara y protesté.
No sabía qué hacer. ¿Gritaba? ¿Volvía a dormir para terminar el inesperado sueño húmedo con Tetsuro? Opté por la primera opción, tapándome la cara con la almohada.
Definitivamente, había sido de ensueño, sí. Por si no bastara con aquella despedida casi vergonzosa y desapegada después de que Kuroo cenara conmigo, también recordaba, en sueños, los días que pasé en su apartamento. ¿Cómo se supone que le iba a mirar a la cara a sabiendas de que mi inconsciente creaba escenarios en los que él estaba entre mis piernas? No me quedó otra que levantarme del futón y empezar mi día dos horas antes de lo habitual, esperando, al menos, concentrarme en algo que no fuera el universitario.
********
kuroo cuando ve que hiroko le mete lengua: atención a todas las unidades llamado de emergencia del sistema nueve uno uno hombre moribundo con aparente ataque cardiaco
Como siempre he decidido mantener esto un poco PG16 y dejar las escenas más explícitas para vuestras noches de insomnio mis beibes :) de todas formas capitulo dedicado para vosotras thristy hoes!!!¡¡¡
y perdón por tanto asterisco y tan poca cohesión..... no quería que el capítulo quedara muy largo y no sabía cómo unir unas partes con otras para que fuera breve así que he utilizado la vieja confiable de 'los sueños no tienen ni pies ni cabeza así que no pasa nada'
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro