c i n c u e n t a y u n o (iii)
Derrotada, con ganas de llorar y frotando mi vientre, cerré los ojos. Aún escuchaba de fondo los bramidos de Bokuto, que parecía haber olvidado la escena y continuaba cantando en la sala de estar. Tarareé una melodía dulce con la intención de calmar al bebé, que parecía alterado después de que su madre gritara a sus posibles padres que todo hubiera sido más fácil si ninguno hubiera aparecido en su vida. Bueno, en realidad sería el azúcar del pequeño trozo de tarta que tomé lo que hizo que el bebé no dejara de darme patadas. Estaría jugando su propio partido de vóley, corriendo de aquí para allá.
Oí unos pasos ligeros acercándose. Abrí los ojos y me encontré con Akaashi, que llevaba un gran vaso de agua en la mano. Ya se había puesto las gafas, indicativo de que quizá ya no estaba tan borracho. Al verme sentada en el suelo, con la espalda contra la puerta que me derrotó, esbozó una sonrisa y se sentó a mi lado.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—Al menos no estoy borracha. —bufé yo, con evidente sorna.
—Pensé que te ibas a marchar...
—Y así era, pero esta puta puerta pesa demasiado. —gruñí.
—¿No has podido...?
—¡Sí! ¡No he podido abrir la puerta! —exclamé. — ¿¡Y qué!?
Akaashi soltó una risilla. Al parecer, el alcohol y las serenatas le habían ayudado a desinhibirse. Sus hombros estaban caídos, hacia atrás, indicando que todo el estrés que acumulaba por ser un editor joven y sobreexplotado había desaparecido. —Aún tienes nata en el pelo. —me informó.
Yo agité la cabeza antes de que él hiciera amago de limpiar los mechones de mi media melena. Volví a resoplar y alcé la vista al reconocer unas viejas pantuflas arrastrase por el suelo. Era Kenma, con ese aire letárgico y desgarbado que parecía acompañarle siempre. Le fulminé con la mirada. El de mechas rubias pareció captar mi recelo e hizo una pequeña reverencia.
—Lo siento. —murmuró, entre dientes. Acto seguido, se sentó a mi lado, haciéndose un hueco entre la pared y mi cuerpo, aplastándome contra el costado de Akaashi. —Kuro me ha dicho que me disculpe-
—Ah, ¿todo te lo tiene que decir él? —me crucé de brazos y adopté la típica postura de madre ofendida. —¿No sabes hacer las cosas solito?
Mi reprimenda pareció calar en Kenma. Se encogió de hombros y cruzó una mirada rápida conmigo. Debí intimidarle. Era curioso que yo sí lo hiciera y no un tipo de metro noventa como Kuroo. —Lo siento... de verdad. —añadió. —Me caes bien y no quería... que te ofendieras. ¿No te ibas a marchar?
—Sí, pero estoy cansada. —solté.
—¿Quieres que te acompañe a casa...? —Akaashi, como siempre, se ofreció a caminar conmigo hasta mi apartamento, que no estaba demasiado lejos del de Kenma.
Le miré con las cejas enarcadas. —Creo que no estás en las condiciones para hacerlo.
—Si estás cansada, puedes quedarte aquí. —dijo el de gafas, mirando hacia la sala de estar, donde Bokuto y los ex-capitanes cantaban a pleno pulmón lo que parecía la canción de un viejo programa de entretenimiento. —Bokuto-san no tardará mucho en quedarse dormido...
Kenma suspiró con hastío, como si ya hubiera pasado por la misma situación unas cuantas veces. —Y no hay quien le despierte. Encima, ronca muchísimo...
—Hace más ruido que una hormigonera. —añadió Akaashi. Me reí. Nunca llegué a imaginarme que dijera una expresión como aquella. —Pero supongo que no querrás quedarte en el sofá...
Necesitaba cerrar los ojos y dormir, pero con los bramidos del resto de chicos estaba claro que no iba a poder. Resoplé. —No, me voy a casa.
—Puedes quedarte en mi habitación. —sugirió Kenma, que después bostezó. —Total, no creo que duerma hoy.
Alcé las cejas otra vez. —Pues te haría falta. —mascullé. Las ojeras de Kenma eran casi igual de oscuras que su sudadera y hasta desprendía esa fragancia extremadamente dulce de las bebidas energéticas. Definitivamente, Kenma era de esas personas que solo dormían tres horas al día.
—No es mala idea. —con algo de torpeza, Akaashi se levantó y me tendió la mano para que yo hiciera lo mismo. Quise rechazar su ayuda, pero me dolía tanto la espalda que no pude hacerlo. Agarré su mano y busqué apoyo en la pared. —¿Te quedas?
Resoplé. —Qué remedio.
La verdad era que los contras superaban a los pros a la hora de volver a casa. ¿Una mujer sola a altas horas de la madrugada? ¿Y encima embarazada? Había visto, leído y corregido demasiadas historias de terror en las que monstruos humanoides atacaban a chicas jóvenes que caminaban solas por la calle. Sin duda, aunque aplastara mi orgullo, prefería acurrucarme en la habitación de Kenma.
Akaashi y el gran Kodzuken me condujeron hasta allá. Pasamos por la sala de estar. De reojo, vi cómo Daichi se sentaba en el sofá, guardando las distancias con Oikawa. Los únicos dos que seguían brincando eran Kuroo y su inseparable mejor amigo Bokuto, que seguía sin camiseta. ¿Era Nochebuena o una de las fiestas de graduación de la universidad?
La habitación de Kenma era espaciosa y, sorprendentemente, estaba ordenada. Bueno, teniendo en cuenta que tenía lo suficiente -un par de cómodas y la cama-, parecía, más bien estar recién amueblada. Supuse que las veces que Kenma había dormido allí eran menos de tres. Akaashi, tras decir que iría a echar un vistazo a los chicos, cerró la puerta y me dejó a solas con el streamer, que me miró con su ya típica cara de haber olido a caca de bebé.
—¿Necesitas algo? — me preguntó.
Eché un vistazo a la habitación. —¿Dinero? —dije, aún irritada y con evidente ironía.
Kenma no preció pillarlo. —¿Cuánto necesitas?
Solté una carcajada y me senté sobre el colchón, al borde de la cama. La falda de mi vestido rojo se extendió sobre la ropa de cama. —Es broma. — aunque no me vendrían mal unos cuantos miles de yenes, quise añadir.
—¿No vas a quitarte ese vestido? —con la nariz algo arrugada, como si la prenda le disgustara, Kenma me señaló con la barbilla. —Tiene que ser incómodo para dormir. —arrastró los pies hasta una de las cómodas, abrió un cajón y sacó una de aquellas sudaderas negras que llevaban el logo de su marca serigrafiado. También sacó unos pantalones de chándal del mismo color, con un franja blanca en los laterales. —Toma.
Se acercó a mí y me tendió la ropa. Esbocé una sonrisa mientras la aceptaba y la dejaba en mi regazo. —Gracias.
—El baño está ahí, por si tienes que hacer... cosas. —señaló con desgana una puerta abierta, dentro de la habitación. —Aunque es mejor que vayas al baño del pasillo. —me informó.
—¿Y tener que ver a esos idiotas?
—Bueno, Kuroo se ha empeñado en dejar los juguetes de los gatos ahí porque dice que puedes infectarte o algo... No sé, está mal de la cabeza. Siempre lo ha estado. —sentenció, dándome la espalda y caminando hacia la salida de la habitación. Como si yo no estuviera ahí, Kenma apagó la luz y cerró la puerta, haciendo que la única fuente de luz fuera la leve claridad que se colaba por el ventanal.
Me acerqué hasta allí para admirar las vistas. Las farolas y las luces de Navidad se habían convertido en diminutos puntos de luz. A lo lejos, se veían otros rascacielos y parte de las montañas. Más que estar en el apartamento de un ex-jugador de voleibol amante de los videojuegos, tenía la sensación de estar en la casa de un magnate. Sonreí. Quizá, en muchos años, tras corregir millones de capítulos de manga, podría permitirme una casa así; el bebé podría tener hasta su propia sala de juegos.
Me cambié rápidamente y dejé el vestido sobre la cómoda, lo más extendido posible. Con un largo suspiro, me tumbé en la cama. Miré al techo y, de nuevo, como una tonta, volví a sonreír al imaginarme a Kuroo correr por toda la casa de Kenma para atrapar a sus gatos... todo para que yo no me contagiara de toxoplasmosis. Hasta para eso era detallista.
El tiempo pasó y poco a poco dejé de escuchar el karaoke improvisado. Todo pareció calmarse de golpe. Oí platos golpeándose, así que supuse que alguien -seguramente Daichi- se había puesto manos a la obra para limpiar la mesa y la sala de estar. Después sentí que el suelo vibraba, como si alguien o algo muy pesado se hubiera caído al suelo. Pasados unos escasos segundos, descubrí que había sido Bokuto, que había decidido echarse una siesta a los pies del sofá. Con el silencio reinando, cerré los ojos. Me tumbé sobre mi costado izquierdo y abracé mi vientre con la esperanza de conciliar el sueño.
Sin embargo, alguien llamó a la puerta con dos golpes suaves. Continué con los ojos cerrados, fingiendo estar dormida. Oí la puerta cerrarse y unos pasos no del todo ligeros. Justo después, noté que alguien se sentaba en el colchón, hundiéndolo. Con tan solo sentir su mano cálida guardando un par de mechones detrás de mi oreja, supe que era Daichi. Respiré profundo. Colocó su mano en mi mejilla y, con delicadeza, acarició mi piel con el pulgar. No pude evitar abrir los ojos.
La tenue luz azulada que bañaba la habitación era más que suficiente para que Daichi viera que estaba despierta, así que retiró la mano con rapidez, como si se hubiera quemado.
—¿Te he despertado? —susurró, con voz grave pero acaramelada.
Me reincorporé y me quedé semisentada. —No. —dije, agitando la cabeza.
—Ah, menos mal. Kenma me ha dicho que estabas aquí. —Daichi continuó hablando con un tono suave —Siento mucho lo de antes. Tendría que haber-
Le detuve con una mirada. Pude ver cómo tragaba saliva, nervioso. —No ha sido tu culpa. Además, puedo defenderme sola. —solté, apoyando la cabeza contra el cabecero de la cama—Yo también he perdido los papeles. No debería haberos dicho que todo estaría mejor sin vosotros... Solo tendría que haberlo pensado.
Daichi soltó una risilla. —Estás en tu derecho. Si yo fuera tú, estaría aún más cabreado. —acercó su mano para posarla sobre la mía. —¿Estás más tranquila?
—La verdadera pregunta es, ¿estáis menos borrachos?
Vi cómo ponía los ojos en blanco, pero no pudo fingir por mucho más tiempo que estaba molesto y volvió a sonreírme. —Me lo tomaré como un sí. —dio un golpe suave en mi mano y se levantó de la cama. —Estaba preocupado por ti.
—Como siempre. —mascullé.
En lugar de echarme en cara que estaba ''poniendo las cosas difíciles'', como habría hecho meses atrás, Daichi pareció comprender que estaba molesta. Sabía de sobra por qué estaba enfadada y, aunque en silencio, admitió tener parte de la culpa. Hurgó en el bolsillo trasero de su pantalón oscuro y sacó algo que no identifiqué. Daichi eran de esas personas que decían que una acción valía más que mil palabras. De hecho, nunca había sido demasiado bueno con las primeras. Buscó el interruptor de la luz de la mesilla de noche y lo pulsó, iluminando levemente la habitación de Kenma. Tenía un pequeño sobre en la mano. Me lo tendió.
Miré a Daichi como diciendo ''¿qué narices es esto?''. Él hizo un gesto con la cabeza para que cogiera de una vez el envoltorio. —Son más de las doce, así que feliz Navidad.
—¿No se supone que los regalos se abren por la mañana...? —me quejé mientras abría con cuidado el sobre. Saqué de él una de las pulseras que vendían a los pies del templo de nuestro pueblo. Era de un brillante hilo rojo que, supuestamente, atraía la buena suerte. Daichi ya me había regalado una pulsera igual, pero se me rompió justo antes de que decidiéramos dejar lo nuestro. Se podría decir que había sido un presagio de nuestra ruptura. Esbocé una sonrisa. —Gracias. —y enseguida dejé de sonreír. Ahogué un grito. —Oh, mierda. Yo no he comprado regalos de Navidad este año...L-lo siento...
Seguía sin entender por qué Daichi era capaz de hacer regalos tan simbólicos. Su nivel de detallismo era casi inalcanzable. Me reí al recordar a mi abuela, que siempre me decía que el hijo mayor de los Sawamura sería el yerno perfecto. La verdad es que tenía algo de razón.
Daichi volvió a sentarse en la cama para ayudarme con la pulsera. Recogió el puño derecho de la sudadera y, con suavidad, agarró mi muñeca y deslizó la pulsera de hilo rojo por mi mano. La anudó. —Ya está. —suspiró. —Había pensado en regalarte algo para el bebé, pero no sabía muy bien el qué...
—Tooru ha comprado una cuna. —dije. Daichi enarcó las cejas y yo asentí. —Llegará en unos días.
—¿Tooru?
Golpeé su pecho.—Venga ya, a ti también te llamo por tu nombre de pila. ¡No seas envidioso!
El ex-capitán soltó una carcajada suave. —No es envidia, simplemente me sorprende. Hablando del bebé...
Como si Daichi lo hubiera despertado de una siesta de lo más corta, el bebé golpeó mis entrañas. Sentí un pinchazo en mi vientre y, sin pensármelo, tomé la mano de Daichi, que perdió el equilibrio, y la coloqué con firmeza en mi tripa. Él, casi tumbado sobre mí, me miró con sus ojos de color chocolate muy abiertos.
—¿Lo sientes?
Nervioso, Daichi agitó la cabeza. Levanté la tela de la sudadera y puse su mano sobre mi piel desnuda. Nos quedamos en silencio unos cuantos segundos, esperando con impaciencia una de las pataditas del bebé. Noté un par de ellas, fuertes, como si dijeran ''¡estoy aquí!''.
—¿Ahora?
Una de las mujeres que acudían a las clases de yoga me comentó que su marido estuvo a punto de llorar cuando sintió las primeras patadas de su hijo. Otra de ellas me contó que su pareja se sorprendió tanto que se cayó de la silla, y una tercera que su novio empezó a intentar comunicarse con su bebé a través de código morse. Cuando oí aquellas historias, enseguida pensé en qué tipo de marido sería cada uno de los chicos. Daichi resultó ser del primero. Sabía que su instinto paternal era demasiado fuerte, pero no esperé que lo fuera tanto como para llorar. Me miró con la boca ligeramente abierta y ojos vidriosos. Pestañeó varias veces para aguantar las lágrimas y colocó su otra mano en mi tripa.
—Qué gracioso, es como si estuviera dando volteretas. —dijo, entre risas, después de haber superado el shock inicial.
Cruzamos una mirada rápida.—¿Vas a llorar? —le pregunté con algo de sorna al ver sus ojos rojos.
Daichi negó con la cabeza y se reincorporó poco a poco para quedarse sentado a mi lado. Volvió a pestañear un par de veces. —Será alergia...
Solté una carcajada. —Se te habrá metido algo en el ojo, ¿no?
Sawamura abrió la boca para decir algo, pero se giró con brusquedad hacia la puerta al oír un golpe. Puso los ojos en blanco y resopló. —Es Bokuto. —me informó. —Se habrá despertado y estará intentando encender la televisión otra vez...
Daichi hizo ademán de levantarse de la cama para atender al jugador de vóley, pero se quedó sentado un par de segundos más. Vi cómo se inclinaba hacia mí con toda la naturalidad del mundo. Enmarcó mi rostro con sus manos, con firmeza, y se acercó que su nariz respingona rozó la mía. Guiada por su suave fragancia y por todas las veces que había estado tan cerca de mí, alcé la barbilla esperando a que sus labios se posaran sobre los míos.
Cerré los ojos y sonreí con algo de ternura al sentir el delicado beso de Daichi en mi frente. Acarició mi rostro con suavidad una vez más y, antes de levantarse del colchón, se encargó de tapar mi vientre con la sudadera para que no me quedara fría. —Descansa. —susurró.
Asentí y murmuré un ''igualmente''. Daichi me dio la espalda y salió de la habitación, dejándome sola de nuevo y con una sensación más que dulce. Era como si estuviera en las nubes. Por alguna razón, los besos en la frente me resultaban más íntimos que los típicos besos en los labios. Requerían un nivel mínimo de sensibilidad y una conexión especial con la otra persona. Quizá tenían un tinte algo más fraternal, pero sin duda eran otro mundo. Eran una muestra más que indudable de cariño y un claro ''estoy dispuesto a cuidarte''.
Alargué el brazo para apagar la luz de la mesilla. Por fin, la noche -madrugada, en realidad- parecía haberse calmado, aunque, si prestaba la suficiente atención, aún podía escuchar el sonido de la vajilla golpeándose. Me acurruqué bajo el edredón de la cama de Kenma y cerré los ojos.
Justo cuando empecé a perder la noción del tiempo, la puerta de la habitación se abrió y se cerró de golpe, rápidamente. Bufé.
—¿Hiroko....? ¿Roko-chaaaaan....? —oí gritar en un susurro a Oikawa. Me hice la dormida. —Ay, ¿dónde está- ¡Ay! ¡Lo siento, estás dormida...! Dulces sueños...
Dio un rodeo a la cama. Solo con escuchar su voz cantarina supe que aún no estaba del todo sobrio. No tenía muchas ganas de lidiar con él, pero no me quedó otra al escuchar un golpe y unos cuantos improperios.
—¡Dios! ¡La reconcha- ¡La puta que me parió!
Me reincorporé despacio y busqué el interruptor de la lámpara. La luz me dejó ver a Oikawa discutiendo con la esquina de una de las cómodas. —¿Estás bien?
—¡Ay linda...! —alzó las manos y caminó hacia la cama, con un puchero, como si se fuera a echar a llorar. —¿Te desperté?
—Sí. —solté, con toda la sinceridad del planeta Tierra. —¿Pasa algo?
Oikawa pasaba por todas las fases del borracho tipo: a) el momento en el que todo te parece más gracioso, b)la euforia y las ganas de comerte el mundo, c)esos minutos en los que ya empezabas a notar el cansancio y d) los lloriqueos pedi-borrachera. Luego, vuelta a empezar, hasta que el sueño le vencía y se quedaba dormido para despertarse con una buena resaca. En Turquía lloró porque iba a echar de menos Japón, y, algo, quizá mi instinto, me dijo que en aquella ocasión lloraría por lo mismo.
Sus ojos estaban algo vidriosos cuando se dejó caer en la cama. Sin decir nada, se metió bajo las sábanas y me miró con cara de pena. —¿Qué pasó con tu vestido? —me preguntó, frunciendo el ceño y cambiando su expresión a la velocidad de la luz. —¡No me digas que no te gustó!
—Es precioso, —dije, con voz suave. —así que lo he dejado allí para que no se arrugue. —señalé la cómoda contra la que se había golpeado. Oikawa pareció aliviado.
—Pensé que lo habías quemado o algo así. Bueno. —se acercó a mí e hizo una seña para que le imitara y me tumbara como él. Lo hice. —Estoy triste. —admitió.
Sorprendida por su confusión, volví a reincorporarme. —¿¡Por qué!?
—Ay, no sé... estoy triste y ya.
—¿No sabes por qué estás triste?
—Me tomé demasiadas cervezas como para saberlo. — se llevó una mano a la frente y se la frotó, cerrando los ojos con fuerza. —Che, ¿podés apagar esa luz del orto? Brilla más que el Estadio Monumental en liga y está cegándome... Voy a dormir acá. ¿Te importa? Seguro que no.
No me quedó otra que hacer caso a Oikawa, que abrió los ojos con lentitud cuando nos quedamos sumidos en aquella amable semioscuridad. Me tumbé a su lado, sujetando mi vientre. Estaba tan relajada gracias a Daichi -y al sueño, que ya hacía mella en mí- que tardé en recordar la escenita que había montado Oikawa. Molesta, dejé de encararle y me di la vuelta para darle la espalda, aunque eso significara dormir sobre mi costado derecho.
A pesar de que el alcohol aún hacía estragos en él, Oikawa pareció darse cuenta de mi enfado. Se arrastró por el colchón para quedarse a un par de centímetros de mí. Noté su mano cerca de mi cuello, así que la aparté con un gesto y bastante desdén.
—No... —murmuró, alargando muchísimo la vocal. —Noooo, Hiroko. ¿Te enfadaste? ¿Por qué te enfadaste? ¿Qué hice...? —No dije nada. Pasaron unos segundos silenciosos hasta que Tooru por fin se dio cuenta. —Ay, perdóname; estaba más borracho que ahora... Hiroko, hey, Hiroko. —dio un par de toques en mi hombro. Yo volví a agitarme para deshacerme de su tacto. —Perdóname, ¿si? Lo siento muchísimo, linda. Ay... no pensé en las consecuencias, claro. ¿Me perdonas?
Solo por hacerle callar, le dije que sí. —Vale.
Oikawa suspiró con alivio. —No era mi intención montar un espectáculo, lo juro por las empanadas de la señora Cerutti, que son mis favoritas de todo Buenos Aires... Bueno, iba diciendo que...
—Buenas noches.
—Ay, no, de verdad te enfadaste conmigo... —lloriqueó. —Vení acá.
Como no le hice caso, no le quedó más remedio y se pegó a mí, abrazándome por la espalda. Oikawa, notablemente más alto que yo, colocó su barbilla sobre mi cabeza. Cruzó sus brazos a la altura de mi pecho; así, no podría escapar de su abrazo. Resoplé. Volví a cerrar los ojos y, poco a poco, empecé a sentir la calidez de su cuerpo en lugar de parecerme pegajoso y hasta un poco agresivo. Dejé de sentirme encerrada para empezar a estar mucho más cómoda, incluso tranquila, en paz.
Mi respiración se acompasó a la suya cuando ya era lenta y profunda. Notaba su pecho pegado a mi espalda subir y bajar, despacio, y no tardé en escuchar las suaves exhalaciones que Tooru soltaba por la boca. Definitivamente, se había quedado dormido antes que yo, abrazado a mí como si la vida le fuera en ello.
*********
amo a daichi es que simplemente lo amo he is the best ayysssss quien fuera una japonesa de veintitantos embarazada que vive su mejor vida rodeada de tios buenorros respetuosos y graciosos con los que se besuquea (ups spoiler?)
en un párrafo de este capitulo casi escribo kama de cenma
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