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c i n c u e n t a y u n o (ii)

Nunca antes un viaje en ascensor se me había hecho tan largo. Inspiré profundamente y conduje a Oikawa, que era la primera vez que estaba en aquel lujoso edificio, hasta la puerta del apartamento del gran Kodzuken. Llamé al timbre con timidez. Oikawa llevaba en la mano la bolsa de una conocida pastelería y esperaba con impaciencia a que alguien abriera la enorme puerta, que se mantuvo cerrada en todo momento. 

—Parece que no están. —murmuré, sintiendo algo de alivio. Quizá se la habían jugado a Tooru -aunque no era tan tonto como para picar en una broma tan sencilla-, y eso me hacía creer que podía escapar de allí, volver a mi viejo apartamento y cenar un poco de arroz con cerdo. 

—¿Cómo no van a estar estos conchudos? —dijo, entre dientes, estirando el brazo para volver a pulsar el timbre, que sonó con mucha más insistencia. Oikawa aporreó la puerta.

Como por arte de magia, detrás de ella apareció un Kuroo vestido para la ocasión: llevaba un chándal negro. Si cualquiera nos viera, pensaría que el pelinegro era el adolescente maleducado que nunca habla en las cenas de Navidad y nosotros los anfitriones que se arreglaban demasiado. Sonrió. 

—Pensaba que ibais a llegar más tarde... — dijo con evidente ironía. Se apartó de la puerta y estiró el brazo, invitándonos a pasar. 

Yo respondí a su sonrisa esbozando una algo más tímida. No fui capaz de mantener la mirada durante mucho tiempo a Kuroo; sus ojos eran igual de punzantes que una daga, ávidos, escaneándome de arriba a abajo y seguramente viendo la tela granate del vestido. 

—Son ustedes los que llegan pronto. —bufó Oikawa, tendiéndole la bolsa con el pastel mientras yo me quitaba el abrigo. Los ex-capitanes parecían ocupados saludándose, así que lo llevé conmigo. —¿¡Cómo lo hacés para tener un pelo tan horrible!? ¡Ve a la peluquería, boludo, parecés un gallo mugriento! 

Caminé hacia la sala de estar, donde se oía un ligero murmullo, dejando atrás a Oikawa y Kuroo. Fue el pelinegro quien, con solo dos zancadas, logró alcanzarme. Posó su mano en mi hombro y me condujo hasta una mesa baja. Alrededor de ella, en el suelo, había caras demasiado conocidas.

—No me puedo creer que hayas aceptado a esta locura, Akaashi. —murmuré cuando vi al editor más joven de la revista. Se encogió de hombros. 

—Le ha convencido Kenma. —añadió Kuroo, que abandonó la escena lo más rápido que le permitieron sus larguísimas piernas.

Miré al chico de mechas con las cejas enarcadas. Él apartó la vista. —Es una de las pocas personas cuerdas de este sitio, Kuro. —escupió. — Lo necesito para balancear las cosas. 

Sentí una mirada clavada en mí. Antes de que Kenma me sorprendiera ofreciéndose a llevarse mi abrigo, me fijé en el único chico que no conocía. Cruzamos una mirada. Sus ojos eran grandes y curiosos, como los de un búho en la noche. Me sonrió y, cuando le devolví la sonrisa, se giró hacia Akaashi. Le dio un buen golpe en el brazo. 

—¡¿Es Hiroko!? 

Un coro de voces masculinas bramó un ''sí''. Me reí y le tendí mi mano. —Ya lo has oído... Sí, Soy Hiroko. Okazaki, por cierto. 

El chico, de envergadura envidiable y mechones de cabello totalmente blancos, se levantó del suelo y rodeó la mesa. Estrechó mi mano con energía. —¡Kuroo me ha hablado mucho de ti! Y Akaashi también- —ahogó un grito. Me giré de golpe creyendo que había visto un fantasma. —¿¡Es Oikawa!? —tuvo que girarse hacia Akaashi para que se lo confirmara. El de gafas asintió, y yo pasé a un segundo plano en menos de un segundo.

Mientras el chico de bíceps enormes y Tooru charlaban, tomé asiento al lado de Akaashi. Él se inclinó hacia mí, y como si me hubiera leído el pensamiento, respondió a la pregunta que rondaba por mi cabeza: —Es Bokuto-san, un amigo. —dijo.

—¿Nada más? —pregunté yo, curiosa. —Parecéis cercanos.

—Bueno, es que lo somos. 

Fui yo quién ahogó un grito entonces. —¡No sabía que tenías amigos! ¡Y tampoco sabía que conocías a Kenma! 

Akaashi suspiró. —Kenma-san es amigo de Kuroo-san, y Kuroo-san es amigo de Bokuto-san. —me explicó. —Jugamos al vóley en el instituto...

Me crucé de brazos, ofendida. —No me puedo creer que lleve conociéndote años y siga sin saber nada de tu bochornosa etapa en el instituto. —dije. 

—Tranquila, que esta noche habrá tiempo para las historietas. Los dos éramos colocadores, pero en equipos diferentes. —con un gruñido, Kenma se dejó caer a mi lado. Llevaba un pantalón a cuadros, roto, probablemente parte de algún pijama viejo, y una sudadera de su línea de merchandising. Me miró de arriba a abajo. —¿Quién te ha dicho que te arreglaras tanto?

Miré la falda de mi vestido y la alisé. —Oh, lo siento. Oikawa ha insistido. Yo ya le dije que era demasiado...

—No, está bien. —con rapidez, Akaashi cubrió a su amigo. —Estás guapa. 

Esbocé una sonrisa y miré a mi alrededor. Bokuto seguía hablando con Oikawa, que parecía estar bañándose en cumplidos, y Kuroo había desaparecido. Fruncí el ceño. Echaba de menos a alguien más. —¿No se supone que iba a venir Dai- Sawamura...?

Kenma asintió y señaló con aire déspota la cocina, que se veía al fondo de la sala. —Está allí. Kuro y él están preparando la cena. 

Apoyándome en la mesa para buscar algo de apoyo y llevándome la mano a la cadera, me levanté del suelo y salí escopetada hasta la cocina, haciendo que la larga y vaporosa tela del vestido viajara de un lado a otro mientras caminaba. Me quedé de piedra al ver la escena: de alguna manera u otra, a pesar de estar rodeados de cuchillos, Daichi y Tetsuroo habían conseguido no matarse en la cocina. Aunque cada uno hacía sus tareas en silencio y la tensión podía mascarse, era todo un logro que siguieran de una pieza. 

—¿Habéis arreglado vuestros asuntos de una vez por todas? —dije, llamando su atención. 

Kuroo simplemente levantó la mirada de la tabla de cortar y soltó una suave carcajada al verme; Daichi, por otra parte, se giró de golpe con una cuchara de madera en la mano. Me sonrió. 

—No te había oído llegar. —dejó la cuchara sobre la encimera y se quedó con los brazos abiertos, esperando un abrazo. Aunque yo sabía que no era lo correcto, me acerqué. Daichi enseguida se dio la vuelta, desistiendo de la idea de abrazarme. —Ah, olvídalo, tengo que oler fatal a pescado. 

Su consideración no me hizo ahorrarme una miradita por parte de Kuroo, que hizo una mueca como diciendo ''¿y a este qué le pasa?''. Yo pululé por la cocina, echando un vistazo a lo que estaban preparando: era todo un festín de comida tradicional, como la típica que me prepararía mi abuela. 

Solté una risilla. —No me puedo creer que estéis cocinando juntos, casi como una pareja. —Los dos me miraron con una mezcla de horror y enfado. Agité las manos. —¡Bueno! Os dejo solos, ¿vale? ¡No queméis la cocina! 

—¡No cocinamos tan mal como tú! —gritó Kuroo cuando ya había huido de allí como una pobre gacela asustada. 

De vuelta en la sala de estar, vi cómo Kenma y Akaashi guardaban silencio durante lo que parecía ser una conversación interminable entre los únicos jugadores profesionales de la sala -Akaashi me explicó que Bokuto jugaba en un equipo de la primera división nacional-. Al rato, cuando Kuroo y Daichi llegaron a la mesa, me di cuenta de que yo era la verdadera protagonista. El vestido rojo, los dos ex-capitanes aunando fuerzas, Kenma asegurándose de que sus gatos no tenían toxoplasmosis y sacrificando el típico pollo frito de Nochebuena por una comida sin grasa... todo había sido orquestado para mí, para la embarazada. No supe si fue para hacerme sentir querida o si era todo una artimaña para que explotara de la rabia, pero de todas formas sonreí. Era la primera Nochebuena, y esperaba que no fuera la última, que celebraba con amigos... y con los posibles padres de mi bebé. 

Todo iba como la seda, normal, sin gritos ni empujones, hasta que se me ocurrió felicitar a los chefs por la cena. Mi intención no era desatar una guerra encarnizada entre Kuroo y Daichi, que empezaron a enumerar sus platos estrella. Sawamura tachó los del pelinegro como ''cocina de universitario con dos yenes en la cuenta bancaria'', robando una sonora carcajada a Kenma, y Kuroo, lejos de perder la calma, contraatacó con un ''al menos no utilizo comida precocinada''. Oikawa se unió a la discusión, Kenma continuó dando largos sorbos a su cerveza y Bokuto también empezó a gritar en un intento absurdo de moderar el debate. Akaashi y yo nos limitamos a suspirar.

Poco a poco, el foco se fue desplazando y quedé relegada a un segundo plano. Apoyé la espalda contra el sofá y me dediqué a ver, mientras comía la tarta de fresas y nata con parsimonia, cómo los chicos se dedicaban a gritar. Me sentía uno de esos fotógrafos de National Geographic en medio de la sabana, observando cada movimiento de cada animal. Kuroo se había convertido en una especie de maestro de los karaokes junto a Bokuto, que parecía desatar el caos en el primero. Daichi parecía fastidiado, pero sabía que en el fondo se estaba divirtiendo, como Oikawa, que también cantaba canciones frente a la pantalla de la televisión utilizando una lata de cerveza como micrófono. Me reí. 

Noté un toque en mi costado. Era Kenma. Se había sentado a mi lado. 

—¿Por qué no vas a cantar con ellos? —me preguntó.

—Lo mismo digo. ¿Cantamos una canción juntos? —sugerí. Él arrugó la nariz. —Supongo que eso es un no... Están demasiado entretenidos.

—Y borrachos. —apuntó Kenma. —Mira a Bokuto-san. Va a estallar. —soltó, refiriéndose a las mejillas sonrosadas del jugador. — Ah, ni siquiera Akaashi está sobrio. —dijo, con fastidio. — Mi plan de que los calmara él ha fallado.

Me reí. —Necesita desahogarse; hace tiempo que no se lo pasa tan bien. Fíjate, ¡si hasta se ha quitado las gafas! 

La escena era, cuanto menos, pintoresca: latas de cervezas vacías, platos sucios por todas partes y cinco veinteañeros desgañitándose en un concurso de karaoke improvisado con un video de YouTube. Hasta Daichi se animó a cantar. 

Tooru se giró dramáticamente hacia mí, buscándome con la mirada y una pizca de desesperación. Se había remangado las mangas de su camisa, desabrochado los primeros botones y su amado flequillo empezaba a pegársele a la frente por el sudor. Me tendió la mano.

—¡Va, no seas ortiva, Hiroko! ¡Cantá conmigo! —me gritó, sonriente. —¡Como en los viejos tiempos!

Oikawa siempre había sido un asiduo de los karaokes post-clases y post-entrenamiento, y yo, como buena kouhai, terminaba siendo arrastrada. Al final, siempre cantábamos juntos. Yo, muerta de la risa, acepté su mano y me levanté del suelo. Me giré para ver a Kenma. Hizo un gesto bastante aclaratorio con la mano, indicando que no quería cantar. Aún así, agarré la manga de su sudadera y tiré de él, obligándole a que se levantara. 

El mando de la televisión llegó a mí y volví a ser el centro de atención. Unas gafas de sol salieron de algún lado y terminaron sobre mi nariz. Una de mis canciones favoritas de la infancia comenzó a sonar y todos los chicos -menos Kenma- se desataron. Literalmente. Hicieron los coros, me animaron, aplaudieron y hasta apagaron las luces para que el momento karaoke pareciera de verdad. Bokuto desató el caos -otra vez- cuando se puso a saltar a mi lado y yo salté con él:

—¡Pero no saltes, boluda, que haces tortilla al bebé!

—¡Hiroko! —Daichi ahogó un grito y se acercó a mí para poner sus manos sobre mis hombros.

Me quedé quieta un instante, en silencio, con la canción sonando de fondo. Nadie reaccionó hasta que Bokuto, empeñado en seguir con la sesión improvisada de karaoke, soltó: —Bueno, ¿a quién le toca cantar?

Las canciones continuaron y yo encontré un hueco en el sofá, desde donde aplaudía y vitoreaba las actuaciones de los chicos. Bokuto hasta se quitó la camiseta y la lanzó sin cuidado, colgándola de una lámpara. Kenma, que también estaba algo borracho, ni siquiera se dio cuenta, y Daichi tuvo que parar al de cabello gris antes de que se pusiera a hacer un striptease. Pensé que estaba en mi despedida de soltera en lugar de una Nochebuena con amigos. 

El aguante de los chicos fue decayendo: primero Akaashi, luego Oikawa, por último Bokuto. Tuve la lúcida idea de regresar a mis tiempos de instituto y rellené varias latas de cerveza con agua fría. Las repartí. ¿Habían estado cantando durante horas o jugando a un partido de vóley con tres sets? 

El silencio y los jadeos reinaron por un momento hasta que de nuevo, Bokuto, luciendo sus pectorales y su cuerpo de infarto, abrió los ojos sin sorpresa y me dijo: —Oh, Hiroko, ¡Felicidades!

Fruncí el ceño, pero me reí. —¿Por...?

Señaló mi tripa. —¡Por el bebé! ¿Quién es el padre? ¡Debe ser súper raro llevar a alguien ahí dentro! ¿¡Puedo tocar!?

—Estás borrachísimo. — Kuroo se levantó y agarró del brazo a su mejor amigo del alma, aunque no pudo moverle del sofá. —Vamos, échate una siesta.

Daichi carraspeó. No estaba del todo ebrio, pero tampoco sobrio. Alzó el índice con intención de decir algo, pero cambió de idea. Simplemente me miró como diciendo ''lo siento, no puedo ayudarte a salir de esta''. Oí como Kenma aguantaba la risa. 

—Sí, claro. —puse la mano sobre mi tripa. —Empieza a dar patadas... 

La mirada de Bokuto se iluminó. Salió disparado y se arrodilló en el suelo para colocar sus manos en mi vientre, pero Oikawa, más rápido que nunca, le pegó un manotazo. 

—¡No podés tocar a Hiroko así como así! ¡Y menos después de preguntarle que quién es el papá! 

Confundido además de borracho, Bokuto frunció el ceño. Cruzó una mirada con Akaashi, que se limitó a agitar la cabeza, como diciendo ''es mejor que no preguntes'', pero le hizo caso omiso. El de cabello gris, algo brillante por el sudor, cerró un instante los ojos y luego los abrió de golpe, como si sus neuronas hubieran hecho sinapsis al fin. 

—¿Y por qué no puedo preguntarte quién es el padre? —soltó. 

Esbocé una sonrisilla nerviosa y froté mi vientre mientras los grandísimos ojos de Bokuto me miraban con una curiosidad totalmente genuina, casi como la de un niño. Me encogí de hombros. —Lo verdaderamente importante es que el bebé esté bien.

Y de nuevo, sentí que yo era la protagonista de una película de serie B. El guion giró ciento ochenta grados y apareció el nuevo villano: Kenma. 

—¡No sabe quién es el padre! —dijo, riéndose. —No sabe si es Sawamura, Oikawa o Kuroo. 

Escuché gritos ahogados y un gutural ''¡Kenma!'' seguido de un golpe, seguramente de alguna lata de cerveza cayendo al suelo. Oikawa no dudó ni dos segundos en abalanzarse sobre Kenma, que en comparación parecía una fragilísima muñeca. Yo me quedé en el sofá viendo cómo Daichi y Kuroo intentaban separarlos sin mucho éxito mientras Akaashi se dedicaba a pedir que se calmaran con un tono de voz frío, robótico, como si estuviera cansado de vivir la misma situación una y otra vez. 

Todo era un cúmulo de gritos, manotazos, insultos en argentino y bufidos hasta que noté algo sobre mi tripa. Era Bokuto, que había colocado sus manos sobre la tela del vestido con intención de notar las patadas del bebé. Tuvo la suerte de sentir una. 

—Parece que también quiere pelea. —mascullé. 

Volando por los aires, apareció un trozo de tarta que chocó contra mi cabeza. Bokuto soltó una carcajada, pero pronto se dio cuenta de que no había sido el momento correcto para reírse. Los improperios dieron paso al silencio más sepulcral. Sentí las miradas de los chicos sobre mí.

—Ha sido el enano piojoso, Hiroko.

—¿¡Qué!? ¡Ha sido Kuroo! 

—Yo no he tocado nada. ¡Ha sido Sawamura, que lo he visto con mis propios ojos!

—¡Eh! ¡Cierra el pico! ¡Ha sido Oikawa!

—¿¡Yo!? ¡Que ha sido el enano chismoso! 

Carraspeé. Se callaron de inmediato. Despacio, Daichi caminó hacia el sofá, con las manos por delante y la cabeza algo gacha, la típica posición con la que un trabajador del zoo se acerca a un tigre enfurecido. 

—¿Hiroko...? L-lo siento... —le oí decir, temeroso. —Lo sentimos, más bien...

No sabía qué decir. Quitándome los restos de nata del pelo y alejando la mano de Daichi -que intentaba limpiar algunos mechones también- con un aspaviento, me levanté y puse los brazos en jarras.

—¿Os parece esto normal? —exclamé. Señalé con la barbilla a Tooru. — Sé que has sido tú, ¡aún tienes nata en la mano! —Oikawa escondió su mano tras su espalda, pero no le sirvió de mucho. El gato escondido y las orejas fuera. —Sé que os habéis pasado con las cervezas, ¡pero se supone que sois adultos! ¡No podéis estar peleándoos como si fuerais niños de párvulos! 

—Ha empezado él. —se defendió Kenma, señalando al de flequillo castaño. Se llevó, de regalo, un codazo por parte de Daichi y una buen golpe en la nuca por parte de Kuroo, que le mandó callar. El streamer arrugó la nariz, pero al menos guardó silencio. 

—Vais a terminar conmigo. —bufé, llevándome la diestra a la sien y agitando la cabeza con un resoplido. —A veces pienso que-

Sin quererlo, gemí de dolor. Noté un pinchazo en la tripa, y acto seguido empezaron de nuevo las patadas. El bebé parecía tener su opinión sobre la escenita también. No parecía muy contento. Alcé las manos para tranquilizar a los chicos, que estaban igual de pálidos que un anémico. 

—Estoy bien. —continué. —A veces pienso que todo esto habría sido mejor si no hubierais estado involucrados... Todo habría sido infinitamente más fácil si no hubierais aparecido nunca en mi vida. Kenma, ¿puedes traerme mi abrigo, al menos?

—Hey, hey, Hiroko. —Daichi fue el primero en intentar detenerme. Alcanzó mi mano. La agarró con suavidad, evitando parecer agresivo. —Te acompaño.

Retiré mi mano con fuerza. —No hace falta, puedo ir sola; así no discutiréis por enésima vez. Estoy cansada, es demasiado tarde y yo y el bebé necesitamos descansar. Vosotros podéis seguir con vuestro karaoke. ¡Nos vemos! 

—Hiroko, —Kuroo, serio, sin rastro de su típica sonrisa ladina o sin un ápice de estar bromeando, se acercó a mí. Se quedó relativamente cerca, algo más que Daichi, y por un momento me sentí intimidada. No me achiqué y alcé las cejas. Él me tendió mi bolso. —te lo olvidabas. 

Agarré el asa de mala gana y me eché el bolso al hombro. Sin decir nada más, les di la espalda y caminé con paso decidido hasta la puerta del apartamento, sin la más mínima intención de volver. No quería ver a Oikawa, ni a Kuroo, ni siquiera a Daichi por un buen tiempo. Deseé que se esfumaran de la faz de la tierra. La cena de Nochebuena, que en principio me había parecido un detalle de lo más tierno y una buena forma de que los chicos congeniaran, terminó siendo un sádico juego orquestado para verme explotar.

**********

me he imaginado a kuroo y daichi cantando: por el amoooooor de esa mujeeeeeeeeeer somos dos hombres con un mismoooo destinoooo0o0o0000OOOO... y a oikawa cantando canciones de chenoa con hiroko i love them 

en fin, iba a hacer este capítulo solo en dos partes pero si no sería ETERNO así que mejor lo hago en tres yujuuuuuuuu 

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