c i n c u e n t a y s i e t e
No quedaba ni rastro de la nieve de los últimos días, pero, aún así, el tiempo en Tokio seguía siendo frío y desagradable. Lo primero que hice al llegar a mi apartamento fue darme un baño caliente y pensar en mis últimos sueños con Daichi. Seguramente, alguna abuela creyente en las energías, el karma y en el significado de los sueños podría guiarme, pero yo, científica a más no poder, quise creer que aquellas ensoñaciones no eran más que recuerdos reordenándose en mi cabeza.
Las alertas por bajas temperaturas y mensajes algo agresivos del susodicho capitán me hicieron quedarme en casa un par de días. Mis mañanas consistían en corregir algunos manga mientras desayunaba, en hablar con Oikawa a través de la pantalla de mi portátil y en presumir de barriga. Ya no había forma de ocultar el embarazo... aunque tampoco me importaba. Es más, ya tenía asumido mi papel de madre. Aprendí a comunicarme con el bebé y descubrí que, cuando empezaba a dar patadas, era porque necesitaba algo de actividad. No podía estar ni dos minutos tumbada: al instante, el bebé protestaba y a mí no me quedaba otra que moverme por la casa.
Mei también hablaba conmigo todas las tardes. Por primera vez en mucho tiempo, ese sentimiento de soledad me había abandonado, y, por fin, me sentía algo más feliz. Incluso Akaashi, ocupado con reuniones para discutir los especiales de la revista, que celebraba su aniversario en marzo, tuvo tiempo para pasarse por el apartamento. Le invité a un té bien caliente y le conté, con pelos y señales, cómo me sentía con respecto a Daichi.
El de gafas suspiró fingiendo estar hastiado, cuando en realidad disfrutaba de toda la historia. —Ah, así que... sigues igual. —me dijo. — O incluso peor.
Me froté el vientre y evité su mirada aguamarina. —Esto es más difícil que mi examen de bioquímica de tercero...
Akaashi soltó una risilla y se inclinó ligeramente hacia delante. —Mi humilde opinión es que sientes algo romántico por Sawamura-san.
—¿Romántico? ¿Te refieres a ''para pasar el resto de mi vida contigo haría lo que fuera y echo de menos que me des la mano cuando estás nervioso''?
—Eh... Sí, puede. —contestó, algo confuso. —Por cómo hablas de él, por cómo actúas...
—Guau, Keiji, no sabía que eras psicólogo. —solté. Enseguida agité las manos y me reí al ver su cara de enfado. —¡Perdón! ¡No quería sonar tan irónica! ¡Lo siento! Continúa, porfa.
Aquella vez sí suspiró con algo de hartazgo. —En definitiva, lo tuyo con Sawamura-san es más bien... romántico. Os conocéis muy bien y os equilibráis. Él es más tenaz, tú eres más flexible. Un poco como el Yin y el Yan. Además, sois amigos desde hace tiempo.
Hice una ligera mueca y apoyé los codos en la mesa para hundir mi barbilla en la palma de mis manos. —¿Y con Oikawa...? ¿Qué opinas?
—Es una conexión distinta. —concluyó Akaashi, encogiéndose de hombros. —También os conocéis bien, tú sabes cuáles son sus puntos vulnerables... No creo que tus sentimientos por él sean tan fuertes como los que tienes por Sawamura-san.
—Al punto de ''quiero casarme contigo'' no, pero al de 'te echo mucho de menos y espero todos los días que vuelvas', sí.
Akaashi se quedó callado unos segundos, atónito, mirándome como si fuera un bicho raro. —Hiroko, ¿alguna vez te has planteado hacer algo de introspección?
Negué con la cabeza. —Ignoro mis pensamientos siempre que puedo. —bromeé.
El editor no pareció tragarse la gracia y me dijo que buscara un psicólogo en vez de clases de yoga para madres. Después del enésimo suspiro, empujó la montura de sus gafas y continuó: —Luego, creo que con Kuroo-san...
Ahogué un grito. —¡Kuroo!
Keiji frunció el ceño. Se quedó con la boca semiabierta, interrumpido por mi chillido, y no habló hasta que me vio levantarme de la silla. —¿Qué pasa con ese grano en el culo...? —le oí decir mientras yo buscaba mi teléfono móvil por toda la casa. —Parece que te has acordado de algo muy importante.
Con razón todo encajaba demasiado bien. Algo tenía que ir mal.—¡No sé nada de él desde Navidad! —exclamé.
La situación debió parecerle tan surrealista a Akaashi que soltó una carcajada sonora, profunda y un poquito sarcástica. En realidad, más que reírse del momento, seguramente se reía de mí. Por fin encontré mi teléfono; apresurada, busqué el último chat que tuve con el ex-capitán del Nekoma y me horroricé cuando vi que no le había enviado ni un solo mensaje desde Año Nuevo. Oí los pasos de Akaashi acercándose a mí. Asomó la cabeza por encima de mi hombro para ver la pantalla de mi móvil.
—Hiroko, no te ha respondido a ningún mensaje. —me dijo mi editor, ocultando una risilla pero rápidamente pasando al enfado.
—Oh. —musité, dándome cuenta de que no había sido una metedura de pata, sino más bien una pérdida de interés. Kuroo llevaba semanas sin contestar a mis mensajes y yo, tras varios días intentando llamar su atención, me di por vencida. Mi último mensaje fue un ''Feliz Año Nuevo!!'' con muchos emojis detrás. Evidentemente, Kuroo decidió no decir nada al respecto, ni siquiera una de sus frases con doble sentido. ¡Ni siquiera una carita guiñando el ojo!
—Te dije que-
—¿Y si le ha pasado algo? —solté, girándome y mirando a Akaashi con auténtico terror en los ojos. Él agitó la cabeza. —¡Es muy raro que no lea mis mensajes! No creo que sea intencional...
Akaashi enarcó las cejas, como diciendo ''¿en serio?''. La mezcla de decepción y hastío en su mirada me hizo darle un empujón. —Te recuerdo que, hace unos meses, ni siquiera quería darte su número de teléfono...
Bufé. —¡Si estuviera harto de mí no me habría acompañado a las ecografías! ¡Ni de compras!
—Bokuto-san dijo que no contestaba a sus llamadas... —añadió por fin Akaashi, que parecía no querer soltar prenda para ser el amigo ''te lo dije'' después de que yo la cagara.
—¡Ves! —chasqueé los dedos. —¡Ha tenido que pasarle algo!
—Quizá es simplemente mala persona...
—¡No digas eso! —le reñí, correteando hacia el genkan para ponerme mis botas. —Voy a empezar a pensar que estás celoso de Kuroo por pasar más tiempo que tú con Bokuto-san...
Nunca pensé que vería con mis propios ojos a Akaashi sonrojándose. Me reí al ver el rubor de sus mejillas. Él se acercó a mí y se calzó evitando mi mirada en todo momento. —¿Dónde vas?
—A buscar a Kozume. ¿Me acompañas? A lo mejor sabe algo.
Akaashi suspiró profundamente mientras miraba las manecillas de su reloj de muñeca. —Está bien, iré. Pero solo a ver a Kozume-san, ¿vale?
*****
Tardé diez minutos de reloj en hacer que Kenma me dijera dónde narices estaba Kuroo. El de mechas rubias no estaba muy colaborativo, y me costó descifrar sus palabras más de lo que esperaba. Bueno, más que no querer ayudar, parecía disfrutar de ver cómo una pobre embarazada se desesperaba; el gran Kodzuken sonreía con malicia mientras yo alzaba los brazos al cielo. Al final, después de un angustioso tira y afloja, Kenma cedió y me reveló que Kuroo llevaba semanas encerrado en algún despacho de la facultad de ciencias.
Akaashi intentó persuadirme. En parte, sus argumentos eran válidos: era tarde, yo necesitaba descansar, mi teléfono tenía poca batería, que Kuroo se desentendiera de todo y de todos una vez más era una segunda tarjeta amarilla...Y, evidentemente, dos tarjetas amarillas equivalían a una roja. Aún así, me despedí de Akaashi con un 'estaré bien' y tomé el camino que me llevaba a la estación de metro más cercana.
Más que la atracción o el anhelo por ver a Kuroo, fue la preocupación lo que me hizo ir a buscarle. Tanto Kenma como Akaashi me habían dicho que no era para tanto, que el ex-capitán solía encerrarse a menudo en el laboratorio y que siempre sobrevivía, porque al fin y al cabo era un adulto funcional. Pero había algo que me hacía sospechar. Quizá mi incipiente instinto maternal me estaba avisando de que Kuroo estaba pasando un mal momento.
Nerviosa, esperé a que las puertas del subterráneo se abrieran y salí disparada hacia las escaleras mecánicas. Tenía hasta ganas de echar a correr, pero me contuve. No quería hacer un esfuerzo innecesario y mucho menos parecer una loca.
El sol ya había caído y las farolas iluminaban un estrecho sendero hacia el edificio más alto de toda la zona del campus científico. Pensé que, si no me había cruzado con ningún acosador o asesino por el camino, no iba a encontrar muchos más obstáculos. Y me equivoqué. El edificio estaba cerrado a cal y canto, a pesar de que parecía haber gente en alguno de los despachos. Solo había dos formas viables de entrar: con la tarjeta universitaria, que servía de identificación, o esperar a que alguien dejara la puerta abierta. Como ya no estudiaba allí, no me quedó otra que hacerme a un lado, apoyarme en la fachada y esperar durante minutos.
Oí el ruido de la puerta abriéndose. Como un gato al que le habían llamado la atención con un cascabel, giré la cabeza y correteé hasta allí, dejando paso a dos hombres que ni siquiera repararon en mí. Me colé en el edificio e intenté recordar dónde estaba el despacho que habían asignado a Kuroo. Siguiendo mis instintos, subí a la tercera planta y me dirigí hacia el único habitáculo que parecía tener algo de luz. Golpeé la puerta con mis nudillos suavemente. Al no oír nada, decidí abrirla.
Kuroo estaba de espaldas, encorvado sobre un escritorio cargado de folios, unas cuantas placas de Petri, muchos bolígrafos de colores y un par de microscopios que parecían sacados de una película de ciencia ficción. Su esquema corporal hablaba por sí solo: su espalda y cuellos tensos por tantas horas bajo la luz del flexo, su cabeza gacha y su aire pesadumbroso eran sinónimo del cansancio y la desesperación. Me recordó al típico estudiante agotado que, tras diez días de exámenes, tenía que seguir estudiando una asignatura de la que no entendía nada.
Volví a llamar a la puerta con algo más de ímpetu.
—Adelante. —le oí decir, con un tono monótono y apagado. Realmente estaba cansado.
—¿Necesitas que te eche una mano?
Se giró, sorprendido. Kuroo, ojeroso, esbozó una sonrisa y se levantó de la silla de oficina en la que estaba sentado. Se cruzó de brazos mientras se apoyaba en el escritorio.
—Vaya, vaya... ¿Alguien que me echaba de menos? —dijo, recuperando la curva melódica habitual de su voz, burlona.
—No, —contesté. No quise alimentar su ego. —estoy aquí porque pensaba que estabas muerto. Como no respondías a mis mensajes...
Su sonrisa se ensanchó. —¿Eso no es lo mismo que echarme de menos?
Rodé los ojos y señalé todos los papeles que estaban sobre la mesa para cambiar de tema. —¿Has estado todo este tiempo...?
—Llorando encima de los libros y de las hojas de resultados, sí. —me interrumpió. Soltó una carcajada suave al ver mi rostro, desencajado por la más genuina preocupación. —Es broma. Te conté lo de mi sistema de retroalimentación, ¿no? Pues no lloro porque reabsorbo los minerales y agua de mis lágrimas.
Sus bromas no lograron tranquilizarme. Hice una mueca y crucé una mirada con Kuroo, que no estaba por la labor de tomarse las cosas en serio. —¿Estás... bien?
—Mejor que nunca.
—Permíteme discrepar. —murmuré, enarcando las cejas. Aunque la bata blanca de laboratorio, las gafas de pasta gruesa y los pantalones oscuros le quedaban demasiado bien, había visto a Kuroo en días mejores. O, al menos, sin estar tan despeinado -si es que eso era posible-, con unas ojeras más discretas y mucha menos tensión en los hombros. —No te vendría mal tomar el aire. ¿Cuánto llevas aquí encerrado?
—Semanas. He tenido que mear ahí. —señaló con el pulgar unos recipientes de plástico que contenían un líquido sospechosamente amarillento. Estuve a punto de soltar un grito, pero Kuroo agitó las manos. —¡Es mentira!
Suspiré, aliviada, pero no pude evitar dedicarle una mirada suspicaz. —Entonces, ¿qué es?
—Para los cultivos. —contestó. Volvió a reírse, puede que algo enternecido al ver cómo el horror se había plasmado en mi cara, y se giró para ordenar el escritorio. —Agradezco que te preocupes por mí, pero, en serio, Hiroko... estoy bien. Ocupado, pero bien. — Kuroo seguía sonriendo. Se quitó la bata y la dejó colgada en un perchero cercano a la puerta. —No me mires así, como si hubiera cometido un crimen de guerra.
Se abrigó con una enorme parka acolchada mientras yo no le quitaba la vista de encima. —No te creo. —dije. Agarré su mano para evitar que huyera, pero él se sobresaltó y la retiró como si hubiera tocado una llama ardiente. Su reacción me hizo reír y olvidarme de la reprimenda que le iba a soltar. Fue como un adolescente inexperto en absolutamente todo que se asustaba cada vez que la chica que le gustaba se acercaba a él.
—Uy, —Kuroo también se rio, con suavidad y con las mejillas algo rojas — ¿pero quieres darme la mano o arrancármela? Cualquiera de las dos cosas está bien...
De alguna forma, logró salir airoso de la situación y se quedó sin escuchar mi rapapolvos. —¿¡Pero por qué has pegado ese brinco!?
—No sé, Hiroko, ¿quizá tu mano es más fría que el mismísimo clima del Ártico? Aunque, con el cambio climático, se estima que la temperatura media va a aumentar, por lo menos, un grado y medio cada año y eso conlleva- Perdón.
Agité la cabeza. —No te preocupes. Sabes que me gusta oír tus datos absurdos.
Mis palabras arrancaron una nueva sonrisa a Kuroo, que pronto dejó de ser dulce para pasar a ser una de sus típicas sonrisas ladinas. —Oh, ¿en serio no me echabas de menos? Has venido hasta aquí solo para saber que los pingüinos tienen depósitos adiposos en las patas que impiden que se congelen sus deditos...
—¡Estaba preocupada! —admití. —La última vez que te vi fue en Navidad, ¡y desde entonces no contestas mis mensajes! —golpeé su pecho con mi puño. —No vuelvas a hacerlo.
Sí, era mejor que no volviera a hacerlo, porque en menos de dos minutos yo ya estaba pensando que quería desaparecer de mi vida. Y eso me mataba por dentro. Me di cuenta de que era algo más que el posible padre de mi bebé. Perder a Kuroo sin explicación alguna me dolería más que una ruptura tras el mejor año de mi vida, más que una caída libre de cien metros... y no podría tolerarlo.
Kenma me comentó que, si al final iba a visitar a su amigo, este lloraría de felicidad. Kuroo no lloró, pero sí vi un brillo diferente en sus ojos, como si el golpe en su pecho le hubiera dolido más de la cuenta... o como si mis palabras hubieran removido algo en su interior. El pelinegro hincó los puños en los bolsillos de su abrigo y suspiró con aire resignado, expulsando el aire de sus pulmones por su nariz.
—Mi bella dama, —comenzó a decir, con voz grave y proyectada, como si estuviera en medio de un escenario en lugar de un asqueroso despacho pegado a un laboratorio —deje que compense mi imperdonable falta de modales con una dulce velada bajo la luz de la luna llena-
—Cuarto creciente, querrás decir. —le corregí.
—Ejem, bajo la luz de la preciosa luna creciente de hoy, mi damisela. Oh, —sacó las manos de los bolsillos. Se llevó una al pecho y otra la elevó hacia el techo. —mi linda flor de primavera, deje que la luz de la luna bañe sus ojos, que son como dos orbes-
—¡Vale, acepto! —exclamé, agarrando otra vez su mano y tirando de él para que abandonara su penoso papel de actor de tercera. —¡Vamos donde quieras, pero deja de fingir que estás en una obra de teatro!
—Pero si te ha encantado. Estás hasta roja, Hiroko... —pasó su mano por mis mejillas, acariciando mi piel con la yema de sus dedos. Obviamente, enrojecí aún más. Le di un manotazo que le hizo reír. Cerró la puerta del despacho con llave. —Que sepas que has accedido a tener una cita conmigo... No en el mismo estilo del medievo, pero has aceptado igualmente.
Kuroo me miró de reojo, inseguro, esperando que yo ahogara un grito, pataleara o simplemente le dijera que no. Cuando me encogí de hombros y dije un simple 'vale', el pelinegro miró al techo y, sin disimular mucho, cerró el puño de su mano derecha y lo agitó, celebrando la cita como quien celebraba un punto más en el marcador. Sonreí.
—¿Y cuál es tu plan para la cita?
—No sé, no creía que iba a llegar tan lejos. —confesó. Cruzó una mirada conmigo mientras caminábamos hacia los ascensores. —No creo que ir a beber cerveza sea muy apropiado para una embarazada, así que... ¿podemos ir al cine?
—¡Oh, mi caballero! ¡Me place inmensamente poder disfrutar de una entretenida velada con usted, y más aún si tiene descuento de estudiante en las salas de proyección de películas!
—¡Claro que sí, querida damisela! Cuento con una maravillosa oferta por ser honorario de esta institución, y no olvide que usted, mi preciosa perla, disfruta de una oferta por estar encinta.
Kuroo, justo antes de entrar al ascensor, me ofreció su brazo, cual loable hidalgo y a sabiendas de que yo solía caminar del brazo con la gente más cercana a mí. Lo hacía con Mei, Daichi, Oikawa... Y, por entonces, también con Kuroo. Yo, cual delicada dama, entrelacé mi brazo con el suyo. Le dediqué una sonrisa y le di la razón al pegarme a su cuerpo. Claro que le había echado de menos.
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mininota: no he revisado la ortografia, la gramatica... nada de nada, así que si encontrais erratas (algo muy habitual) upsiiii lo siento ijijijijiji i miss kuroo y quería subir este capitulo chaoooooooo agarraos que vienen curvas ujijijujuijujuju
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