c i n c u e n t a y s e i s
El ambiente era acogedor y hasta romántico, casi de película. Los farolillos de papel decoraban los árboles y la sinuosa senda al templo, donde algunas personas aún rezaban. Extendidos por los caminos más anchos, había diversos puestos de juegos tradicionales, comida callejera y artesanía. El olor a manzanas con caramelo inundaba toda la zona. Yo me quedé mirando las luces tintineantes de los farolillos hasta que noté que alguien tiraba de la manga de mi yukata. Mei, que también llevaba su cabello recogido en un intrincado moño, hizo una seña con la cabeza para que yo continuara caminando.
Nuestros geta repiquetearon contra el suelo de manera rítmica. El matsuri era la celebración por excelencia del pueblo -junto con el Año Nuevo-, así que tuvimos que abrirnos paso entre de gente de todas las edades, desde niños pequeños que vestían su primer yukata hasta ancianos encorvados que también jugaban a pescar peces en los puestos del mercadillo. Mis ojos no dejaban de pasear por todos los detalles: las luces cálidas de las farolas, las flores que decoraban el cabello de unas chicas, el apetitoso aspecto de los dulces tradicionales... saltando de un lado a otro, mi mirada se cruzó con la suya. Parda, honesta, tenaz y con un par de destellos de amabilidad. Daichi alzó la mano para saludarme, y yo respondí con una sonrisa radiante. Estaba esperando a que Sugawara y Asahi terminaran de comprar algo de comida. Daichi dirigió su pulgar hacia la derecha, y tan solo con eso, supe qué quería decir. Asentí y dejé que Mei siguiera empujándome hacia el mirador del parque, lleno de gente que cenaba al aire libre y esperaba el espectáculo de fuegos artificiales típico del festival.
Al llegar al mirador, una zona más amplia, por fin pudimos respirar tranquilas. Mei dejó de agarrar mi kimono. —¿Los ves? —me preguntó.
—No, pero seguro que no tardan mucho en gritar. —dije.
En efecto, los inconfundibles gritos de Tanaka nos condujeron hasta él. Estaba de pie, explicando algo con pelos y señales a un no muy impresionado Ennoshita. El de cabello oscuro cruzó una mirada con nosotras. Ignorando por completo a Tanaka, nos preguntó: —¿Dónde estabais?
—Perdidas. —respondí yo, sentándome en la manta que mi abuela nos había dejado. Todo el mundo disfrutaba del ambiente festivo y del cielo de verano sentados en el césped, como nosotros.
Ennoshita, sarcástico, soltó una risilla. —No me esperaba menos de vosotras.
Mei no tardó ni dos segundos en darle un buen golpe en el hombro. El ex-capitán del Karasuno ni se inmutó. Era el primer año que pasábamos el matsuri sin el resto de los chicos de segundo, y el aire era un poco... frío. Irónico, sí, porque hacía un calor terrible. Además, Ennoshita se convirtió en el capitán del Karasuno justo cuando Mei y yo aceptamos ser las mánager del Seijoh, así que la amabilidad dejó paso a la rivalidad. Mei y Chikara llegaron a insultarse en el descanso de un partido. Hicieron las paces porque les amenacé con colocar sus fotos vergonzosas en el tablón del ayuntamiento del pueblo.
—Por favor, no discutáis. —rogué a los dos, juntando las manos. —De momento, tenemos una noche tranquila...
—Porque no está Nishinoya. —soltó mi amiga, cruzándose de brazos y dejándose caer a mi lado.
Oí un quejido y me giré hacia Tanaka, que fingía llorar. —Le echo de menos...
—Por Dios, Ryuu, que no está muerto. —escupió Ennoshita. Vi cómo ponía los ojos en blanco. —Tendría que haber hecho lo mismo que él, irme por el Mediterráneo a vivir la vida.
—Hablas como un viejo. —comenté yo.
—¿Y qué pasa si lo soy? Tantos años aguantando a estos animales me ha mermado la esperanza de vida.
Mei ahogó un grito. —¡Ay! ¡Ennoshita! Me duele mucho el cuello... ¿No podrás darme un masaje y alinearme los chacras? ¿No eres masajista?
—¡Que soy fisioterapeuta! —exclamó, claramente cabreado, con Tanaka y Mei carcajeándose de fondo.
Yo di al pobre Ennoshita unas palmaditas en la espalda. —Sé lo que se siente. Siguen pensando que me he graduado para cultivar arroz y tomates...
La conversación cambió de rumbo cuando el de cabello castaño decidió preguntar a Tanaka por su vida amorosa. Estuvimos cerca de diez minutos escuchando a Ryuu hablar sobre su amada y su plan para sorprenderla en una cita de lo más especial. Mei le animó dándole ideas aún más descabelladas y, Ennoshita y yo, sentados al borde de la manta, nos limitamos a asentir.
Desconecté un instante y dejé que mi mente se preguntara dónde narices estaba Daichi. Pensé en su mirada amable, en sus gestos y en su sonrisa... Resoplé. Como si le hubiera invocado con cuatro pensamientos de más, noté su mano sobre mi hombro. El hecho de poder reconocer su agarre suave sin siquiera verle me resultaba mágico, aunque, pensándolo mejor, era habituación pura y dura. Incluso privada del resto de los sentidos, podría saber que ese era su tacto.
—¡Ya era hora! —se quejó Tanaka, resoplando.
—¿Habéis comprado todo el mercado o qué...? —comentó Ennoshita, refiriéndose a la cantidad ingente de comida que habían traído Sugawara, Azumane y Sawamura. Aunque se quejó, fue el primero en abalanzarse sobre el pollo frito.
Me moví para dejar que Daichi se sentara a mi lado. No habíamos calculado demasiado bien las dimensiones de la manta, así que apenas había espacio para siete personas. Mi codo chocaba constantemente con el de Ennoshita cada vez que intentaba alcanzar la comida que los chicos habían dejado en el centro de la manta. Además, la manga de mi yukata amenazaba con rozar los platos cuando me inclinaba hacia delante.
Con un resoplido y una mirada que era sinónimo de hartazgo, Ennoshita me tendió un plato de cartón con un par de brochetas. Le sonreí. —Gracias.
Fue él quien estuvo pasándome comida durante toda la noche. La conversación se animó cuando Mei dijo que odiaba el soba frío... Bueno, más que animarse, se volvió una discusión en la que Sugawara defendía a muerte los fideos fríos. Con Daichi haciendo de mediador y con Tanaka echando más leña al fuego, Chikara y yo nos quedamos al borde de la manta.
—No me puedo creer que sigan comportándose como críos. —resopló.
—Mira el lado bueno, —dije, señalando las últimas brochetas que quedaban en los platos — más comida para nosotros...
Ennoshita se cruzó de brazos y se levantó. —Voy a por una manzana.
Eché un último vistazo a Daichi. Parecía demasiado entretenido, intentando separar a Mei de su mejor amigo mientras decía que no era para tanto. Antes de que Ennoshita se alejara demasiado, yo también me levanté y le seguí de cerca. —¡Espera! ¡Voy contigo!
*****
Los fuegos artificiales estaban a punto de comenzar y yo aún seguía degustando el sabor a caramelo de las típicas manzanas de los matsuri. Sentada en la manta, aquella vez con el resto dándome la espalda, observaba el cielo oscuro esperando a que se coloreara con diferentes destellos.
Sentía la mirada de Daichi sobre mí. Estaba sentado a mi lado, no muy lejos, pero tampoco demasiado cerca. Yo también le miré, girando mi cabeza hacia el ex-capitán.
—¿Pasa algo? —murmuré, con mirada inocente y batiendo las pestañas.
Pues claro que pasaba: su afán por ser el novio más perfecto del mundo mundial le había hecho sentirse celoso de nada más y nada menos que de Ennoshita. Daichi no entendía por qué había sido su sucesor como capitán quien me había acompañado a comprar la manzana con caramelo que tanto quería, y tampoco entendía por qué él había sido el responsable de colocar el kanzashi que adornaba mi recogido si mi novio estaba ahí, a unos centímetros. Daichi negó con la cabeza, como diciendo ''nada, tranquila'', y volvió a mirar al cielo.
Los primeros fuegos artificiales subieron rápidamente hacia la luna, dibujando líneas rectas que se deshicieron en mil chispas rojas, verdes y azules. La luz tenue del parque hacía que las luces de colores se reflejaran en los rostros de cada persona, y aunque había unos cuantos niños asombrados y ancianos que observaban el espectáculo como si lo hicieran por primera vez, no pude evitar fijarme en Daichi: en el puente recto de su nariz, en cómo los cohetes de colores se reflejaban en sus ojos oscuros, en sus hombros algo tensos, en los músculos de su brazo... Estaba ligeramente reclinado sobre sus antebrazos, aparentemente disfrutando del espectáculo pirotécnico. Me acerqué a él. Sin querer, mi pierna tocó su costado, haciendo que elevara la vista.
Hice una mueca al ver que no me prestaba atención. Supuse que la mejor opción era ver los fuegos, como hacía todo el mundo. A los pocos segundos, Daichi se reincorporó y se quedó sentado a mi lado. Sentí cómo se pegaba a mí. Su mano, con ese agarre firme, viajó hacia mi pierna, cerca de mi rodilla. No dije nada. Total, estaba acostumbrada a su tacto, y sabía que alguien como él no se iba a arriesgar a ser el objetivo de las burlas de Ennoshita y Sugawara. Se avergonzaba cada vez que me acercaba a darle un beso en la mejilla. ¿Cómo iba a ser capaz de acariciar la piel de mi pierna delante de tanta gente?
Daichi buscó la apertura de la falda de mi yukata y deslizó su mano por debajo; su piel cálida hizo contacto con la mía, más bien fría. Condujo su mano, a un ritmo desesperantemente lento, hacia mi muslo. Yo me tensé. Estuve a punto de darle un manotazo, pero me detuve al sentir que él también lo hizo.
Los estallidos de los fuegos artificiales silenciaron mi nervioso ''¿qué haces?''. No me quedó otra que inclinarme hacia él y repetir la pregunta cerca de su oreja. Esperé que su respuesta fuera la de siempre: un sonrojo evidente, una mirada algo arrepentida y un ''lo siento'' sincero.. pero no fue así. Su mano se deslizó un par de centímetros más hacia arriba, colocándose en un área que yo consideraba algo peligrosa. No me quedó otra que asir su muñeca con fuerza. Daichi se acercó a mi oído y, por fin, contestó a mi pregunta:
—Recordarte que estoy aquí.
Sentí una oleada de calor recorrer mi cuerpo, y estaba muy segura de que no era por la emoción de ver la pirotecnia del matsuri. Solté una risilla -mitad incrédula, mitad nerviosa-. —No me digas que estás celoso...
Aprovechando que nadie tenía la vista puesta en nosotros, Daichi giró levemente su cuerpo para poder encararme. Más que un acto reflejo, posar mi mano en su barbilla era puro aprendizaje, una especie freno para que el ex-capitán no se envalentonara. Conocía aquella mirada: era la de alguien hambriento, tenaz y puede que un poco impaciente. Mis labios aceptaron los suyos sin oponer resistencia. Dejé que me besara con los silbidos de los cohetes ascendiendo al cielo y, de golpe, sentí que no había nadie alrededor. Éramos él y yo. El pudor había abandonado mi cuerpo y el qué dirán me importaba un bledo. Solo estaba Daichi, sus labios cálidos y su beso interminable.
Cada terminación nerviosa de mi cuerpo estaba rogando por algo más de estimulación, pero mis neuronas, aún funcionales, supieron frenar a Daichi cuando agarró mi muslo con fuerza. Me separé de él con algo de brusquedad y lo empujé con la intención de tenerlo lo más lejos posible. No le quedó otra que sacar su mano del interior de mi kimono. Se sentó a mi lado, aclaró su garganta con un carraspeo suave y devolvió la vista al cielo con una sonrisa algo pícara. Yo le golpeé en el hombro.
—Aún sabes a caramelo. —me recordó, susurrando. Yo me puse igual de roja que la puñetera manzana que acababa de comer.
Agaché la cabeza y alisé la falda del yukata. —¿¡Qué te ha picado...!? —dije, entre dientes, aunque no pude ocultar una sonrisa.
Pronto, el espectáculo llegó a su fin y todo el mundo dejó de mirar al cielo, como si el tiempo hubiera vuelto a correr. Sugawara fue el primero en girarse hacia nosotros, buscando algo de comida sobrante. Mientras Daichi hacía como si nada, yo no podía dejar de pensar en su beso. Fue demasiado rápido. Fue dejarme con la miel en los labios -nunca mejor dicho-, y una parte de mí se preguntaba qué habría pasado si no le hubiera detenido. Inspirando profundamente, coloqué las manos en mis rodillas y me levanté de la manta. Todos me miraron con una mezcla de extrañeza y asombro. Al parecer, nadie se esperaba que yo tuviera tanta iniciativa.
—Voy a por algo de beber a las máquinas expendedoras. —anuncié. —¿Alguien quiere algo especial...?
—¡Yo quiero té! —exclamó Mei.
—¿Hasta las máquinas expendedoras...? —preguntó Ennoshita, frunciendo el ceño.
Yo asentí con la intención de convencerle. —Sí. Están lejos, pero habrá menos gente. ¿Traigo té y refrescos...?
Hubo unanimidad, así que solté un ''vuelvo ahora'' y me volteé para camuflarme entre las personas que, después de admirar los fuegos artificiales, regresaban a casa. Crucé una mirada fugaz con Daichi. Tan solo eso bastó para que se levantara poco después de mí, se disculpara con algo similar a ''voy con ella; seguro que se pierde'' y caminara abriéndose paso entre la multitud. Noté que algo se posaba con delicadeza en la curvatura mi espalda, cerca de mi lumbar, como si quisiera protegerme del paso agresivo de la gente. Alcé la vista y lo vi.
—Qué rápido. —comenté.
Él se encogió de hombros. —No quería que te marcharas muy lejos.
Las máquinas expendedoras estaban bajando la ladera, casi al final del único parque del pueblo. Para llegar allí, bastaba con seguir el camino que seguía todo el mundo. Agarré la mano de Daichi con fuerza y, en lugar de continuar bajando, cambié el rumbo y, pidiendo perdón a cada paso, tomé uno de los pequeños senderos que se alejaban del camino central.
Suspiré cuando, por fin, dejamos a la gente atrás.
—¿Dónde se supone que vamos? —me preguntó Daichi. Noté una pizca de preocupación en su voz.
Sin soltar su mano, me di la vuelta para verle. Continué caminando, aquella vez hacia atrás. Esperaba no caerme. —¿De verdad creías que iba a por algo de beber...? Por aquí nunca hay nadie. Estamos solos.
—Sospecharán si no llegas con las manos llenas de latas de Coca-Cola. —comentó. La suave y cálida luz de algunos de los farolillos que decoraban los senderos me dejó ver la sonrisa juguetona que desdibujaba las comisuras de los labios de Daichi. Yo también le sonreí. —Tendrías que haber puesto una excusa mejor...
Rodé los ojos. —Les diré que todo estaba agotado.
Conduje sus manos hacia mi cintura. Daichi dio un par de pasos y se quedó enfrente de mí, a tan solo un par de milímetros, pero lo suficientemente cerca para que mi frecuencia cardiaca se elevara a los mismos valores que los de un infarto. Estuve a punto de desmayarme cuando resbaló su mano izquierda hacia la parte posterior de mis muslos, empujándome hacia él y pegándome a su torso. Con la mano contraria, alzó mi barbilla. Me quedé sin palabras.
—¿Has estado evitándome todo este rato?
Agité la cabeza con suavidad. Su mirada oscura era hipnótica. Quizá era la luna llena, el calor o quizá simplemente necesitaba sentir su cuerpo sobre el mío, pero no pude resistirme y, de golpe, acorté la distancia que separaba nuestros labios. Él no tardó en separarse y yo enarqué las cejas. Rodeé su cuello con mis brazos, profundizando aún más nuestro abrazo, y casi sintiendo su corazón latir contra mi pecho.
—¿No será que estás celoso de Ennoshita...? —murmuré, arrastrando cada palabra.
Él soltó una risilla algo amarga y aproximó su nariz a la mía. Apenas se rozaron, pero sentí un cosquilleo. Daichi no solía ser de los que daban rodeos; cuando tenía un objetivo en mente, iba a por él de cabeza, sin pensárselo, porque era de lo más tenaz. También era de los que decían que una acción vale más que mil palabras...
Me besó. Al principio fue lento, suave, como si tanteara la situación. Yo respondí con gusto, y un simple suspiro le hizo reaccionar. Daichi, como si de verdad estuviera ansioso por sentirme, hizo que yo dejara de seguirle el ritmo. En consecuencia, el beso se volvió húmedo y algo descuidado. Lo que eran rápidas bocanadas para recuperar algo de aire se convirtieron en quejidos ahogados por los labios de Daichi.
Cansado de besar mis labios, colocó su mano en mi nuca y comenzó a besar mi cuello. Con la mano contraria, aflojó el escote de mi mi kimono. Me dejé llevar y eché la cabeza hacia atrás, permitiendo a Daichi ahondar más en la curva de mi hombro. Solté una exhalación cuando noté cómo marcaba mi piel.
ㅡNadie va a verlo. ㅡle oí decir, con voz grave pero algo melosa. ㅡ Solo yo...
Acompañó cada palabra con un beso, repartiéndolos cuidadosamente bajo mi mandíbula. Ralentizó el ritmo y yo recuperé la respiración despacio, perdiéndome en su mirada oscura. Apenas había luz, pero, aún así, conseguí distinguir un destello lujurioso en sus ojos azabache.
Volvió a buscar la apertura de la falda de mi yukata. Tuvo éxito. En unos escasos segundos sentí su tacto ardiente sobre la piel de mis muslos, e inmediatamente después me empujó hacia atrás. Mi espalda chocó contra el tronco de uno de los árboles del milenario bosque.
Estaba acorralada. Me quejé por el golpe, aunque no había sido muy fuerte, y Daichi decidió que lo mejor era callarme con un nuevo beso. Más rápido, más intenso. De esos con los que sientes adrenalina y chispas un poco más allá del estómago. Incapaz de seguirle el ritmo y sintiendo cómo una de sus manos se acercaba a mi ingle, me rendí. Apoyé la cabeza en la madera del árbol y escuché la risa suave de Daichi.
—¿Cansada? —dijo, contra mi mejilla y con sorna, que lejos de enfadarme o hacer que me retirara, me hizo sentir una pizca más de deseo.
—N-no... —llegué a murmurar.
Él sonrió. Noté el roce de sus dientes contra la miel de mi cuello. —Buena chica. —ronroneó.
Por un momento, lo único que se podía escuchar eran los besos sonoros que Daichi repartía por mi torso. Era como si intentara distraerme de lo que estaba haciendo con mi entrepierna. Me sorprendió cuando empezó a retirar mi ropa interior hacia un lado. Agarré con fuerza su brazo, aunque me sirvió de poco.
—Pueden vernos. —suspiré.
—¿Quién? —preguntó, deslizando sus dedos por mi sexo con la presión perfecta para hacer que todos mis músculos se tensaran. Me mordí el interior de los carrillos, incapaz de responder.— ¿Quieres que pare?
Agité la cabeza después de tener un momento de lucidez que no duró mucho. Introdujo un dedo en mí, moviéndolo tan despacio que empecé a desesperarme. Acepté de nuevo los labios de Daichi; sus besos eran rápidos y cortos, dejando que los gemidos que me arrancaba se escaparan en las pequeñas pausas. Reemplazó su dedo, ya húmedo, por dos, y los arqueó lo suficiente para que yo viera las estrellas. En el sentido figurado de la palabra, claro, porque Daichi logró que se me nublara la vista y la mente. Comenzó a dejar la suavidad de lado y dejó el romanticismo para otro momento. Pasó de un adagio a un allegro, haciendo que yo echara la cabeza hacia atrás, rogándole que continuara. La curvatura de sus dedos era perfecta, como si solo fuera para mí.
Mientras su diestra se encargaba de dejarme totalmente laxa, Daichi cerró su mano libre sobre mi cuello, tirando de él con fuerza y haciendo que mis ojos se clavaran en los suyos.
—Mírame. ㅡ me ordenó, con un tono que nunca había utilizado conmigo: serio, fuerte... y que despertaba a la Hiroko más carnal. Curvó aún más sus dedos. No iba a poder soportarlo mucho más tiempo. La suave presión que ejercía en mi cuello, la tensión de mis músculos, los rápidos pero calculados movimientos de sus dedos, su voz firme... Eran partes de una especie de sinfonía que me hacía sentir mejor que nunca. ㅡMe da igual quién te ayude con la compra, o con el kanzashi... Pero el único que puede verte así soy yo, ¿entendido?
Asentí como pude. ㅡS-sí.
ㅡMmmh, muy bien, princesa.
Daichi me dedicó una sonrisa totalmente embriagadora. Soltó mi cuello, volví a mirar al cielo y no dejé de soltar exhalaciones entrecortadas. Eché mi brazo sobre su hombro y, a tientas, busqué la hebilla de su cinturón. La desabroché en un breve momento de tregua. Él, haciendo gala de su fuerza, abrazó mis muslos y me alzó, casi sin esfuerzo. Yo encontré el equilibrio tras rodear su espalda con mis brazos, sintiéndolo aún más cerca. Escuché sus primeros gruñidos cuando sentí que mis paredes se distendían, y dejé que mis gemidos fueran lo único que llenara el silencio de las inmediaciones del templo.
*****
El cielo estaba bañado por estrellas. Miré con algo de pena la tela roja de mi kimono, que había terminado con un par de rasguños.
ㅡLo siento. ㅡ se disculpó Daichi.
Estábamos sentados en el porche de su casa, disfrutando de la suave brisa que refrescaba las madrugadas de verano. Los grillos eran los únicos que se atrevían a romper el silencio de la noche. Daichu me observaba con una mezcla de preocupación y arrepentimiento.
ㅡNo te preocupes por el yukata. ㅡle dije, sacudiendo la tela. ㅡ¡Me voy a comprar uno para el verano que viene!
ㅡNo, siento lo de... antes.
Enarqué las cejas y solté una carcajada, aunque no pude evitar sonrojarme al recordar a Daichi susurrándome palabras que nunca pensé que diría. ㅡNo me esperaba que te pusieras así.
ㅡNo sé qué me ha pasado, lo juro-
ㅡMe gusta.
Su rostro se iluminó un poco. Vi cómo respiraba más aliviado. ㅡ¿S-segura?
ㅡ¡No te pongas nervioso ahora, con todo lo que me has hecho! ㅡexclamé, haciendo que él se abalanzara sobre mí para tapar mi boca con su mano.
Se llevó un índice a los labios.ㅡShh, vas a despertar a todo el vecindario.
Agarré su mano y la reitré. ㅡNo me importa.
Entendió mi mirada. Daichi miró al cielo por última vez, riéndose. ㅡEntonces no te importará despertar a los vecinos gritando mi nombre, ¿no?
Me encogí de hombros. ㅡComo quieras, capitán.
A partir de ese día, no supe si ser novia de un jugador de vóley era una bendición o un martirio. Era incansable.
******
ㅡSeñorita.
ㅡMmmh, no... ahí no... ㅡbalbuceé, moviendo mi hombro, justo donde había sentido un toque.
ㅡSeñorita, ha llegado a su destino.
Sobresaltada, abrí los ojos de golpé y miré a mi alrededor. Ventanas ovaladas, andenes, un vaivén infinito de personas y un olor que mezclaba acero y plástico. Me llevé una mano a mi frente y otra a mi tripa, que crecía a un ritmo exponencial.
ㅡEstamos en Tokio, señorita.
La mujer vestida con una falda de tubo azul y un pañuelo al cuello señaló el letrero del vagón. Nerviosa, yo me reí y me levanté de mi asiento.
ㅡA-ah, perdón, perdón... ㅡhice una reverencia.
ㅡ¿Le ayudo con su equipaje...?
ㅡ¡No! ㅡsonreí. ㅡPuedo sola, gracias...
Abandoné el tren lo más rápido que pude, roja como un tomate. El viaje dr vuelta desde Miyagi se me había hecho eterno... Tanto, que hasta en sueños recordé aquel verano con Daichi. Agité la cabeza y me alejé del andén a la velocidad del rayo, esperando que nadie fuera capaz de leer la mente o de visualizar los sueños de otras personas. ¡Qué vergüenza!
********
siento que la intro de este capítulo ha sido muy larga *meme de mucho texto*... y por eso me atasqué un montón con él y no he podido actualizar hasta ahora.... espero que os haya gustado (especialmente a todas las daichi simps Y SOBRE TODO a las que aún estáis atascadas en tumblr 2016 y tenéis daddy issues)
yo a las 2 am preguntandome q coño hago escribiendo esto cuando MAÑANa tengo un examen que no he estudiado espero que mi profe lea esto y me ponga un diez :D
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