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c i n c u e n t a y c i n c o

Los rayos de sol hacían desaparecer poco a poco la nieve acumulada en los laterales de las carreteras. Si no fuera por el ambiente gélido y las montañas teñidas de blanco, cualquiera creería que la primavera se acercaba: el cielo estaba despejado, totalmente azul, algunos pajarillos se atrevían a cantar y la gente abarrotaba la calle principal del pueblo. Carne, legumbres a granel, dulces tradicionales, mujeres de edad avanzado charlando animadamente y hasta niños correteando en busca de los últimos vestigios de nieve. 

—¡Hiroko-san! —oí. Era una voz joven, femenina. Me giré un momento en la dirección de la voz y vi a una chica de tez algo morena y una característica mirada llena de confianza en sí misma. Sonrió y se acercó a mí. 

Dejé las bolsas llenas de verduras  en el suelo y respondí a su sonrisa con algo típico que diría una madre... o peor aún, una abuela: —¡Hola, Suzume! ¡Qué mayor estás!

La hermana pequeña de Daichi era casi un calco de él, aunque yo diría que ella era mucho más despreocupada. Quizá no tanto como sus otros hermanos, más jóvenes, pero, en definitiva, no tenía ese aire serio y firme que solía tener el mayor de los Sawamura. 

—¡No sabía que habías venido para celebrar el Año Nuevo! —me dijo, algo sorprendida. — ¿Necesitas ayuda con la compra?

Sí, era un calco de su hermano. Agité la cabeza, sujeté mi vientre con mi mano izquierda y doblé las rodillas para volver a agarrar las bolsas. —No, tranquila. Casi no pesan. ¿Cómo es que estás por aquí? 

—Daichi está quitando la nieve en el jardín mientras el resto le molestan. —respondió, refiriéndose al resto de sus hermanos. —Pero es todo una distracción; como ha sido su cumpleaños y no ha podido celebrarlo hasta ahora...

—Mierda. —murmuré, en bajo. 

Suzume me miró con sus enormes ojos oscuros, preguntándose qué narices me había pasado para palidecer de golpe y quedarme con la vista fija más allá del horizonte, donde terminaba la calle principal y comenzaba una sinuosa carretera. —¿Hmm? ¿Pasa algo...?

—¡Oh, nada, nada! —sonreí de la forma más poco creíble del universo con intención de tranquilizar a la hermana de Daichi. Agité la mano que tenía libre para restarle importancia. —Me he acordado de una cosa, pero no es nada relevante. Perdona, ¿Qué ibas diciendo...?

Había sido muy tonta. ¡Tontísima! ¿¡Cómo se me podía haber olvidado el cumpleaños de Daichi!? Tuve ganas de pegarme un buen golpe en la frente, pero como aquello asustaría aún más a Suzume, me contuve y continué caminando con ella, escuchando cómo me contaba, con ilusión, lo mucho que estaba deseando acabar el instituto y poder irse a estudiar Bellas Artes a Tokio. Estuve a un pelo de preguntarle a Suzume qué podía regalar a su hermano. Quise confesarle que se me había pasado por completo, a pesar de que el cumpleaños de Daichi era una fecha señalada en todos los calendarios del mundo -el 31 de diciembre-, y que no había comprado nada para él. Sin embargo, mi orgullo no me permitió rendirme y las ideas empezaron a llover en mi mente: ¿y si le regalo una camisa? ¿no sería muy cursi regalarle una camisa? ¿y relacionado con el vóley...?

Me estrujé la cabeza tantísimo que hasta dejé de oír a la pobre Suzume. Me puse en piloto automático y me limité a asentir de vez en cuando con una sonrisa amable mientras pensaba en qué le haría ilusión a Daichi. 

—Tengo que comprar un par de cosas aquí. —anunció Suzume, señalando con su pulgar la vieja tienda de ultramarinos. —¿Volverás pronto a Tokio?

Yo pestañeé un par de veces, tardando en reaccionar. Asentí con una enorme sonrisa. —Ah, vale, tranquila. Vuelvo el lunes, pero seguro que volveremos a vernos pronto. —le dije, moviendo la mano de lado a lado y despidiéndome de ella. Vi cómo entraba en la tienda. En cuanto desapareció de mi vista, agarré las bolsas con fuerza y me fui de allí a paso rápido. —¡Mierda, mierda, mierda! 

Tenía tanta prisa que llegué a casa de mi abuela en menos de dos minutos. Abrí la puerta principal con fuerza, dando un buen golpe. 

—¿¡Qué pasa!? —gritó la mujer, desde el jardín.

Yo me quité las botas y las lancé a una esquina del genkan. Correteé descalza por la casa, sin siquiera deshacerme de la bufanda, el abrigo, los guantes o las bolsas de la compra. —¡Abuela! —exclamé. Me quedé justo antes de salir al jardín, apoyada en la puerta corredera de cristal que separaba el exterior de la sala de estar. Mi abuela me miró con una mezcla de extrañeza y preocupación. —¡Necesito tu ayuda! 

 Dejó el rastrillo con el que quitaba nieve de los árboles en el suelo, se sacudió algunos copos blanquecinos de la ropa y se acercó a mí. —¿Qué ocurre, niña? 

—Necesito que me ayudes a hacer una tarta de cumpleaños. —solté.

Mi abuela pasó al interior de la casa y se quedó enfrente de mí, observándome con el ceño fruncido. Agarró mi antebrazo y me condujo hacia la cocina. —Primero, quítate todo eso. ¿Has traído lo que te pedí...?

—Sí, sí. —informé, tendiéndole la bolsa con verduras. Me quité la bufanda mientras ella inspeccionaba la compra. —Necesito que me ayudes con la tarta, abuela. 

—¿De quién es el cumpleaños ahora? Te ayudaré, te ayudaré, aunque hace tiempo que no hago una...

Tragué saliva. —Oh, de nadie, es solo que- bueno, tengo antojo. —solté. 

Podía mentir a Mei, Oikawa, Kuroo y puede que hasta Daichi si sonaba lo suficientemente convincente, pero nunca podía mentir a mi abuela. Ella soltó una carcajada algo sarcástica. —¡Nunca había escuchado ese antojo! ¡Qué específico! 

Esbocé una sonrisilla. Pensé que me había librado de su mirada inquisitiva, pero me equivocaba. Nadie podía escaparse de la intuición de la señora Sasaki. Me rendí, y con un suspiró, confesé, como un delincuente que suelta todo después de horas y horas de interrogatorio: —Es para Daichi.

No me hizo falta decir más para que mi abuela me propinara un golpe en el costado. Solté un quejido al que ella hizo caso omiso. —¡Hiroko! ¿¡Cómo se te ha podido olvidar el cumpleaños de Sawamura!? —me riñó. —¡Vamos a hacer esa tarta ahora mismo! ¡El chico necesita más músculo! ¡Y más te vale tener una buena disculpa preparada!

—Con una tarta no creo que gane mucho más músculo, la verdad-

—¿¡Quieres que tenga más culo o no!? 

—¡¡Abuela!!

No pude hacer nada más contra su lógica aplastante. En menos de un minuto, la mujer ya había encontrado un viejo cuaderno en el que había recogido la receta de una tarta sencilla y esponjosa. Daichi no era demasiado goloso, pero de todas formas confié en que la tarta y una sonrisa sincera sirvieran de disculpa. Mi abuela me puso un delantal y me obligó a pesar los ingredientes con una báscula antiquísima. Sentí que estaba de vuelta en el laboratorio. Después de mezclarlo todo y de esperar a que sonara el 'ding' del horno, la tarta estaba lista. 

*****

Daichi

Tengo una sorpresa para ti!!

15:03

En serio? 😳

15:04

No sé en lo que estás pensando pero no estás muy encaminado...

Podemos vernos en el mirador del parque a las seis?

15:04

Sí, claro

No quieres que pase a buscarte primero?

15:05

No!! Tú espérame allí

15:06

Me estás asustando...

15:06

Te veo a las seis ♥

15:06

Hiroko

Oye Hiroko

Qué vamos a hacer

QUÉ VAS A HACER

Perdón...

Lo siento

Puedes darme alguna pista?

Hiroko

Qué hago?

Tengo que llevar algo?

Perdón no quiero enviarte tantos mensajes...

Te veo allí :)

15:07

Sentía que estaba a punto de ir a una primera cita. Nerviosa, sin saber qué ponerme, con la voz y las piernas temblorosas, yendo de un lado a otro de la habitación y mirando a mis peluches con la esperanza de que ellos me dijeran qué narices hacer. Inspiré profundamente y pasé mi mano por mi tripa, acariciándola con movimientos circulares. Se había convertido en una especie de técnica de relajación; sentía que el bebé estaba ahí, conmigo, y automáticamente pensaba en que debía tranquilizarme para no alterarlo. 

—¿Qué hacemos? —pregunté al bebé. — ¿Cómo te sientes? 

Lo de hablar con el bebé llegó de la forma más natural posible. Tantas horas sola, la oxitocina y las ganas de ver su carita al nacer me hicieron estrechar los lazos. Bueno, también era una forma menos agresiva de verbalizar mis pensamientos. Ya no hablaba al aire o a mis plantas, sino a mi próximo hijo o hija, así que ya no parecía tan patológico. 

Aún con la mano sobre mi vientre, me acerqué al viejo armario que aún guardaba algo de mi ropa y elegí un jersey azul celeste que solía llevar con el uniforme del instituto. Era amplio porque estaba dado de sí, por lo que supuse que me valdría aun estando embarazada. 

Bajé las escaleras de la casa dispuesta a calzarme mis ya inseparables botas de invierno. 

—Abuela, ¡me voy! 

—¿Vas a ver a Sawamura...? —me preguntó, desde la sala de estar. Estaba viendo su programa favorito en la televisión. 

—¡Sí! 

—¡Entonces no vuelvas! ¡Quédate a dormir con él! —respondió. —¡No pienso esperarte para cenar!

Yo agité la cabeza. —Parece que quieres otro bisnieto... —bufé, en bajo. —¡Enseguida vuelvo! 

Vi cómo hacía un gesto despreocupado desde su sillón, como diciendo ''sí, sí, vete''. Con un suspiro, volví a ponerme el abrigo y agarré con cuidado la caja que contenía la tarta. La había envuelto con cuidado en un enorme furoshiki de un color verde pálido. Abandoné la casa de mi abuela y me dirigí hacia el parque del pueblo, cercano al santuario. 

Con cuidado de no pisar alguna placa de hielo, subí la ladera. Aunque había algunas nubes, no me impedían ver cómo el sol empezaba a esconderse detrás de los infinitos campos de cultivo, totalmente blancos, nevados; el cielo, como si quisiera presumir, se coloreaba de naranja y rosa. Sonreí. Era una estampa preciosa que, sin duda, me recordaba a todas aquellas tardes en las que veía el atardecer con Daichi.

Hablando del rey de Roma y del auténtico rey de la puntualidad, allí estaba él: tenía las manos en los bolsillos y daba vueltas de un lado a otro, caminando con nerviosismo. Recordé que el mirador era, además de romántico, el lugar perfecto para que las parejitas se vieran a escondidas... Daichi, al verme, se quedó quieto y se acercó con rapidez. Yo simplemente agité la mano para saludarle. 

—¿Llevas mucho tiempo esperando? —le pregunté para romper el hielo. 

—No. —respondió, agitando la cabeza. Se llevó la mano al cuello y se frotó la nuca, indicándome que sí, que estaba a punto de estallar. —¿Para qué querías verme...?

Extendí mi brazo izquierdo, mostrándole la palma de mi mano a Daichi, pidiéndole que esperara un momento. Busqué en mi bolsa la tela verde que envolvía la tarta y, con cuidado, saqué la caja. Se la tendí. 

—Lo siento muchísmo. —dije, agachando la cabeza en algo que podría llamarse pseudoreverencia. 

Daichi, extrañado, frunció el ceño. Se acercó al banco de piedra desde donde todo el mundo admiraba las vistas y se sentó, dejando la caja sobre su regazo. Con agilidad, deshizo el nudo del pañuelo. Yo me senté a su lado, despacio. No le quité los ojos de encima: quería ver cómo reaccionaba. 

—Oh. —Daichi soltó una carcajada suave al abrir la caja y al ver la tarta cubierta de nata.

—Felicidades. —murmuré, agachando de nuevo la cabeza. Fijé mi mirada en mis manos. — De verdad, siento mucho no haberte-

—No pasa nada. ¿Las has hecho tú...?

Su voz sonó dulce, melódica y sincera. Alcé la vista y me encontré con un Daichi sonriente, enternecido, cuyas mejillas sonrosadas me hicieron dudar. ¿Era el frío o le había sorprendido que le hiciera una tarta de cumpleaños? Le devolví la sonrisa, algo tímida, y reaccioné justo cuando noté que me estaba perdiendo en su mirada. Con un exagerado movimiento, di una palmada y volví a rebuscar en mi bolsa. Saqué las únicas velas de cumpleaños que había encontrado y las planté en la tarta, justo en el medio. Con el mechero que me había dado mi abuela -ni siquiera ella sabía por qué tenía un mechero en su casa-, las prendí. Las llamas tintineantes de las velas crearon chispas en los ojos oscuros de Daichi. 

—¿Quieres que te cante el Cumpleaños feliz o va a ser demasiado vergonzoso? 

Él volvió a reírse. —No me importa si lo cantas tú. Al menos, no desafinarás. 

Daichi debía tener un oído pésimo, como yo, porque ninguno de los dos nos dimos cuenta de cómo maté la cancioncilla. El ex-capitán sopló con suavidad las tres velas cuando entoné -de forma pésima- los últimos compases del Cumpleaños feliz. Daichi era el típico que se moría de vergüenza cuando sus compañeros le vitoreaban o le felicitaban, así que no me sorprendió ver cómo sus orejas se ponían igual de rojas que la pulsera que me regaló en Navidad. 

—Siento mucho no haberte felicitado antes, de verdad. ¡Se me pasó por completo! 

—Hiroko, —dijo, algo más serio que antes. — no te preocupes. 

—¿No estás enfadado? ¿No te ha molestado que te desee un feliz cumpleaños medio mes después de que haya sido tu cumpleaños? —solté, de carrerilla.

Su mano viajó hacia las mías. Con esa firmeza que le caracterizaba, las apretó con suavidad para asegurarme que no estaba molesto. —Tienes cosas más importantes de las que encargarte. ¿Puedo comer ya la tarta...?

La valentía me llegó de golpe, como si me diera un puñetazo. Desenterré mis manos y puse mi diestra sobre la mano de Daichi, que pareció sorprenderse. —No. 

—¿No puedo comer la tarta...? —preguntó, confuso, mirándome con los mismos ojos que un cachorrillo desorientado. 

—Deja de pensar que no eres importante. 

Tantos ''no pasa nada'' o ''ocúpate mejor de esto y no de mí'' empezaban a mosquearme. Sabía que Daichi sentía que era más lógico pasar a un segundo plano, que debía dejar pasar al resto. Quizá se olía que mis sentimientos por Kuroo rozaban el límite del cariño y prefería alejarse para no complicar las cosas, o quizá la inseguridad le estaba pasando factura. Sí, Daichi tenía esos momentos en los que prefería que el resto ocupara su lugar, y era justo eso lo que le diferenciaba de su hermana Suzume, que tenía una gran autoestima. Me parecía irónico que la persona con la que más segura se sintiera un segundón. Daichi siempre quería lo mejor para el resto, y él no se consideraba más que una especie de engranaje que lo unía todo... Era tan tenaz que había decidido convertirse en un mártir por el bien de todos, y algo me decía que iba a tardar mucho en convencerle de que no debía hacerlo. 

Él fingió no saber qué estaba diciendo. —La tarta-

—Si vuelves a decir algo en las líneas de ''no te preocupes'', me tiro por ese barranco. —señalé el final del mirador. Daichi ahogó un grito. —¡Quiero preocuparme! ¡Me importas! 

Daichi se quedó con la boca abierta, sin poder decir nada coherente. —Hiroko- Yo, eh...

—Sé que quieres que todos seamos felices, —dije, con un tono más tranquilo. Dibujé con mi pulgar círculos en la piel algo áspera de la mano de Daichi. —pero tú también mereces serlo. No puedes estar dándolo todo a cambio de nada; terminarás hartándote. Y no quiero que esto sea el inicio de tu historia como villano. —añadí. —Así que, deja de ser el hombre perfecto y, por una vez, quéjate. 

Pestañeó mirándome con una mezcla de admiración y sorpresa. Volvió a reírse. —No tengo nada de lo que quejarme, la verdad. 

—¿Ni siquiera del trabajo? 

Negó con la cabeza. —No.

Suspiré y continué acariciando su mano. —No has pasado a un segundo plano, Daichi. Sigo... —no quise sonar empalagosa y decidí ahorrarme un ''sigo pensando en ti todos los días''. — sigues siendo uno de los posibles padres. —me corregí. —Podrías quejarte de eso, si quieres. 

Volvió a agitar la cabeza. —No tengo ni una sola queja en este momento, Hiroko. De hecho, podría decirte todas las razones por las que no debería protestar. 

—¿Al menos no estamos en mitad de una ventisca? —bromeé. 

—El atardecer es precioso, —comenzó a enumerar — me has hecho una tarta y no hay gente que nos mire como si hubiéramos pecado un millón de veces. Además, estás muy guapa cada vez que intentas no pasarte de cariñosa. 

Su repentino ataque de romanticismo me hizo golpearle con el dorso de la mano en el pecho. Las tornas habían cambiado y la que estaba roja como un tomate era yo. —¡Podrías haberme avisado al menos de que se me había pasado felicitarte! ¡Al menos habría tenido tiempo para prepararte un mejor regalo! —exclamé, ocultando de mala manera mi sonrojo con el enfado.

—El mejor regalo es estar contigo.

—¡Idiota! 

Daichi soltó una de esas carcajadas que empujas con el diafragma, de esas risotadas sonoras y totalmente sinceras que hacía tiempo que no oía. Yo me alejé un par de palmos y le dije que la tarta estaba envenenada mientras le tendía un tenedor. Sentados frente a un sol poniente, comimos el pastel hablando de cosas que importaban más de lo que parecía: cuando disfrutabas de esas palabras vacías, significaba que estabas a gusto. Cómoda. Y con ganas de que el tiempo se detuviera para escuchar la voz calmante de Daichi para siempre. 

***** 

Daichi y yo nos habíamos entretenido en pasear por la montaña, recordando viejos tiempos, y cuando quisimos darnos cuenta, la noche había caído. La luz de la luna y los viejos farolillos alumbraban el camino de vuelta al centro del pueblo, donde las tiendas ya estaban cerradas y las calles abandonadas. Como si la tarta le hubiera devuelto a su adolescencia, Daichi no dejaba de hacer comentarios absurdos, haciéndome reír como una desquiciada. Me alegraba ver -por fin- a ese Sawamura despreocupado, sin tensión en los hombros y sonriente. 

—Se nos ha echado el tiempo encima. —dije, mirando con algo de angustia el cielo oscuro pero despejado. Mi teléfono móvil se había quedado sin batería después de estar enseñando a Daichi fotos de mis queridas plantas. —Mi abuela estará dormida...

—Te acompaño. —sentenció Daichi que, como de costumbre, caminaba con las manos hincadas en los bolsillos. Quizá se protegía del frío; la punta de su nariz estaba totalmente roja. —No es la primera vez que tienes que volver a casa sin hacer ruido...

Enarqué las cejas ante su tono algo juguetón. —Pero bueno, ¡hoy pareces otra persona! 

Él me sonrió con complicidad y se encogió de hombros. —El de siempre, supongo. 

Yo le devolví la sonrisa. —Será el Año Nuevo, ¿no? Ha debido traerte nuevas energías. 

—Tú también has contribuido a la causa. —admitió, haciendo que yo hundiera la barbilla en mi bufanda para ruborizarme sin que me viera. —No esperaba que me hicieras una tarta, y mucho menos que te disculparas trescientas veces por no haberme comprado un regalo. 

—Ya, por algo era una sorpresa. —solté, tajante. La vergüenza se había apoderado de mí y me vi obligada a cambiar de tema. —¿Cuándo vuelves a Sendai?

—El jueves. Y tú, ¿cuándo vuelves a Tokio? 

—Mañana.

Como si aquella única palabra le horrorizara al máximo, Daichi me dedicó una de esas miradas serias que escondían un enfado sutil. Alcé el índice para que no dijera nada, pero ya era tarde: me reprendió de todas formas. —Deberías estar descansando. 

Rodé los ojos y suspiré, dejando que una nube de vaho se alzara al cielo con rapidez. —Tranquilo, no es tan tarde. Además, —señalé la pequeña casa de madera que se erguía un par de edificios más adelante— estamos llegando ya. 

Daichi no puso más pegas y me acompañó hasta el jardín de la casa de mi abuela. Se quedó observando cómo yo abría la puerta corredera después de subirme a la tarima de madera que separaba la sala de estar del jardín. Oí a Daichi chasquear la lengua; seguramente estaba molesto porque la señora Sasaki siempre dejaba la puerta del jardín abierta. Le pedí que me diera mis botas -me las había quitado en mitad de la gélida noche antes de subir a la tarima- y me despedí de él con una reverencia. 

—Cualquier día de estos os van a robar. —comentó. Suspiró como lo haría un padre cansado y, por fin, sacó las manos de sus bolsillos. —Buenas noches, Hiroko. Y gracias por la sorpresa. 

Yo me llevé él índice a los labios. —Shh, mi abuela tiene el sueño muy ligero. —susurré. —Te llamaré cuando llegue a Tokio. Buenas noches. ¡Ah! ¡Dile a Suzume que le deseo mucha suerte en los exámenes!

Le sonreí por última vez y entré a la casa, cerrando la puerta de cristal con todo el cuidado del mundo. Me acerqué a la cocina, dejé la caja de plástico que contuvo la tarta en el fregadero y retrocedí en mis pasos para dejar mis botas en el genkan, justo al lado de los zapatos de mi abuela. Fue entonces cuando me di cuenta de la terrible sensación agridulce que llenaba mi interior. Había pasado una tarde estupenda, puede que hasta romántica, pero sentía que faltaba algo, que faltaba la guinda del pastel. Intentando no hacer mucho ruido, volví a acercarme a la sala de estar y me asomé a la puerta. Daichi se había quedado allí. Abrí la puerta de nuevo y me arrodillé. 

—Sabía que ibas a volver. —murmuró, riendo. Se giró para verme. Estaba sentado en la tarima. Era alto, así que sus pies llegaban al césped. 

—Entra, vas a quedarte helado. —sugerí, haciendo una seña para que me hiciera caso. Sin embargo, me di cuenta de que Daichi miraba a algo. Su barbilla apuntaba hacia el horizonte. Yo seguí la línea que dibujaba su mirada y reparé en que estaba admirando el cielo, bañado por algunas constelaciones. —Qué bonito. 

Daichi volvió a girarse. —¿Quieres ver las estrellas conmigo? 

No tuve que decir que 'sí', simplemente me acomodé a su lado, sentándome con mi hombro pegado al suyo. Disfrutamos del silencio unos cuantos minutos, y yo me sorprendí a mí misma observando cómo las estrellas se reflejaban en la mirada azabache de Daichi en lugar de mirar al cielo, que era lo más lógico. Él se dio cuenta de que le estaba contemplando como si fuera la joya más preciosa del universo. Sonrió, aunque gracias a la luz de la luna pude notar cómo se volvía a sonrojar. 

—¿Tengo monos en la cara...? 

—No, pero tienes las orejas rojísimas. —dije yo, provocándole. Daichi no contraatacó. Devolví mi mirada al firmamento y me abracé a mí misma. —Joder, me estoy congelando. ¿No tienes frío?

—Un poco. —admitió.

—Voy a por unas mantas. ¡No te vayas! 

—¿De verdad crees que sería los suficientemente valiente para irme?

—Me dejaste una vez porque te lo dijo tu amigo, así que no veo por qué no vas a querer marcharte ahora. 

Daichi frunció el ceño de la misma manera que lo hace alguien que tiene una escocedura. —Uf, no hacía falta que fueras tan directa. 

—Es broma... —aclaré, moviendo la mano para restarle importancia al asunto. —Ahora vuelvo.

Además de agarrar una enorme y pesada manta que mi abuela y yo habíamos tejido juntas, se me ocurrió preparar una infusión caliente para Daichi. Y, ya que estaba de paso por la cocina, abrí la nevera y agarré un bote de pepinillos encurtidos para matar el hambre. Arrastrando la manta con una mano, abrazando el bote de pepinillos y llevando la tetera con agua hirviendo con la diestra, llegué hasta Daichi. Él se quedó mirándome como diciendo ''¿cómo narices has traído todo esto hasta aquí?''

Le serví el té en un pequeño vaso y volví a sentarme a su lado. Él se encargó de tapas nuestras piernas con la manta. Incluso me arropó, asegurándose de que no había fisuras entre mi cuerpo y la tela por las que pudiera colarse el frío. 

—¿Sigues molesta por lo de-

El chasquido húmedo de los pepinillos partiéndose por la fuerza de mi mandíbula interrumpió a Daichi, que volvió a reírse. —Perdona, es que tengo antojo. Llevo comiendo pepinillos desde el comienzo del embarazo...

—¿Tendrá algún significado? —preguntó al aire. — A lo mejor quiere decir que...

—No lo sé, pero están buenísimos. ¿Quieres? —le ofrecí el bote de cristal. Daichi rechazó mi oferta agitando la cabeza. —Es verdad, es un momento un poco extraño para comer pepinillos. 

—Son más típicos de verano, ¿no? 

Me reí. —¿Te acuerdas? Ver las estrellas siempre era nuestro plan para los domingos. Echo de menos el verano... Al menos no hace tanto frío y puedo comer helados de yuzu. 

¿El verano en general o ese verano? Me preguntó una vocecita en mi cabeza. Preferí no darle muchas vueltas al asunto. Daichi notó que yo aún no había entrado en calor y pasó su brazo por mi espalda, agarrando mi brazo y apretándome suavemente contra él. 

—En verano ni siquiera podría ponerte la mano encima,  y enseguida dirías ''¡quita! ¡me das calor! ¡quiero estar fresquita!'' —Volvió a hacerme reír y, aunque no me sentí ofendida, volví a pegarle en el pecho. —¿Me golpeas porque tengo razón?

—Sí. —dije, entre dientes, con una sonrisilla. —Algo bueno tiene que tener el inverno, ¿no? Aunque sigo quedándome con el verano. —suspiré. —Tengo ganas de ir a la playa, a la montaña a hacer senderismo...

—Podemos ir juntos. — sugirió. —No sería una cita en sí, porque el bebé también tendría que venir, y seguro que alguien más se apunta al plan. —estaba segura de que se refería a Kuroo, Oikawa o Mei. 

Mis ojos se iluminaron como los de una niña ilusionada al oír que iba a ir a un parque de atracciones. —¿¡En serio!? 

Daichi asintió. —Sí. Te llevaré a la playa en verano, te lo prometo. 

—Espero que no se te olvide esa promesa. 

—Pero necesito que me hagas un favor. 

Dejé el bote de cristal de los pepinillos sobre la madera e intenté sacar el máximo de información del rostro de Daichi. Solo llegué a la conclusión de que era algo serio. ¿A lo mejor iba a pedirme que me quedara en el pueblo? ¿O en Sendai? ¿O que dejara de ver a Kuroo y de hablar con Oikawa...? No, Daichi no era tan mala persona, aunque a veces pecara de ser idiota. Impaciente, con mis manos a medio camino entre su cadera y mis piernas, esperé a que continuara. 

—Ven a la boda de Kiyoko y Ryuu... como mi acompañante. No quiero hacer el ridículo delante de los chicos del club... Sé que vas a ir de todas formas, pero-

Suspiré aliviada y relajé los músculos de mi espalda. —Uf, qué susto, pensé que me ibas a pedir algo mucho peor... —estiré el cuello y apoyé mi barbilla en su hombro, cruzando mi mirada con la suya. Con la excusa de que estaba helada de frío, rodeé su cintura -a duras penas- con mis brazos. —Está bien. Iré contigo, pero más te vale llevarme a la playa en verano, Daichi. 

En su rostro también se reflejó el alivio. —Gracias. 

—Por cierto, ¿te importaría quedarte a dormir conmigo...? Además, a mi abuela le hará ilusión verte. 

A Daichi no le quedó otra que aceptar, más que nada porque no fue capaz de escapar de mi agarre. En silencio, después de que él se terminara el té y yo los pepinillos, subimos las escaleras de la casa y nos encerramos en mi habitación. En cuanto se tumbó a mi lado, bajo las sábanas, Daichi me envolvió en un abrazo. Yo hundí la cabeza en su pechó y dejé que acariciara mi espalda, pasando la yema de sus dedos por encima de la tela de mi pijama. Lo último que hice antes de quedarme dormida fue soltar un suave gruñido que le hizo reírse entre dientes. 

********* 

he escrito la segunda mitad de este capítulo con super trouper de fondo y no sé :( daichi sonriendo :( hiroko feliz :( es demasiado para mi pobre corazón 

por cierto poneros el cinturón que vienen curvas en forma de flashback ;) 

pd: qué hace el fic en el #1 de bokuto si ha aparecido solo un segundo JAJDJAHDAJH

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