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c i n c o

La noche cayó y la lluvia no amainó, haciendo que nos moviéramos por la carretera a unos veinte kilómetros por hora menos de lo habitual, y dando como resultado un viaje que parecía interminable. Suspiré y me hundí en los asientos traseros.

Hice todo lo posible por evitar mirar dos cosas: el reloj de mi teléfono y al policía que iba al volante. La última vez que vi a Daichi tenía el pelo algo más largo y ni siquiera le dejaban subir a un coche patrulla si no era con algún superior. Tuve la sensación de que habían pasado años y no meses, y que tanto él como su mejor amigo Asahi fingieran que yo no estaba ahí, hacía que el ambiente fuera aún más incómodo. Volví a resoplar, causando que Asahi se diera la vuelta. 

—¿Estás bien? — más que preocupado, parecía tener miedo. Quizá el verme vomitar y el perder el motor de su nuevísimo coche le habían traumado. —¿Quieres que paremos?

Asentí. —Estoy bien, tranquilo. — dije. Físicamente, sí, estaba genial. ¿Anímicamente? Era como si me hubieran enterrado viva. O peor, encerrado en un mismo espacio con alguien que no quería ver. 

—Llegaremos en unos quince minutos. — informó Daichi, con voz grave y un tono algo frío, como si le molestara tener que dirigirse a mí. Luego, como si nada, volvió a charlar con Asahi. Yo devolví la mirada hacia la ventana. Sólo podía ver las gotas de lluvia que impactaban contra el cristal.

A pesar de estar mirando hacia la carretera, podía notar cómo, de vez en cuando, Daichi se atrevía a mirar por el espejo retrovisor central para verme. A lo mejor también estaba preocupado por la tapicería del coche después de saber que yo había estado vomitando, o a lo mejor simplemente tenía curiosidad por saber qué hacía. Prefería no pensar en el tema. Empezaba a ponerme nerviosa. Sentía que la carretera se alargaba aún más y más; estaba deseando llegar de una maldita vez al pueblo, bajarme del coche y correr hasta llegar a la casa de mi abuela. Sin intención de hacerlo, crucé una mirada con Daichi a través del espejo retrovisor. Sus ojos oscuros enseguida volvieron hacia la carretera, y yo agaché la cabeza. 

—¿Queda mucho? — pregunté después de un largo silencio. Asahi había aprovechado para mirar su teléfono móvil de ultimísima generación. No iba a mentir, me sorprendía que alguien como él ganara un pastizal. Siempre pensé que tendría futuro, pero no tan brillante. 

El de melena castaña y el policía se miraron. —No, — respondió finalmente Asahi, girándose hacia atrás y sonriéndome levemente. — ¿necesitas que paremos?

Negué con la cabeza. —Sólo quiero llegar a casa; estoy un poco cansada... — murmuré, haciendo una mueca. 

—¡Mira! Ya se ven algunas farolas. — Asahi tenía razón. A lo lejos, algo difuminadas por la lluvia, se veían las luces que iluminaban la entrada del pueblo... por fin. Suspiré algo aliviada. 

—¿Dónde te quedas... Okazaki? —me preguntó Daichi, que empezó a aminorar la marcha para poder cruzar el estrechísimo puente de entrada al pueblo. 

Oír mi apellido en lugar de mi nombre de pila por alguien que me conocía tan bien -o al menos eso quería creer- me sentó como una patada en el culo. Tardé en procesar la situación. Claro, habían pasado muchas cosas durante el verano, y nada era ya lo mismo... aunque el problema no era solo con Daichi: estaba segura de que todo el mundo que me conocía desde niña ahora pensaba que era una desconocida. 

—No te preocupes. Puedo ir andando. — solté. Por fin habíamos llegado. Las calles estaban encharcadas y los carteles de los comercios apagados. 

Asahi estaba a punto de estallar. Pude ver cómo, nervioso, movía la pierna de arriba a abajo. —¡Yo me quedo en el restaurante de mis padres! — exclamó. Seguro que para él el ambiente sí que era de lo más incómodo. — Así que puedo bajarme aquí.

—Sí, yo también puedo quedarme aquí. — solté. De todas formas, la casa de la doctora Kotanegawa no estaba muy lejos. Me quité el cinturón de seguridad e hice ademán de abrir la puerta del coche... y me di cuenta de que no podía abrirse desde dentro. Resoplé. 

—Está lloviendo muchísimo. — Daichi, a pesar de habernos escuchado perfectamente a Asahi y a mí, no detuvo el coche. Se dirigió a su amigo. — Deja que te acerque un poco más al restaurante, ¿no?

Azumane no pudo decirle que no a su antiguo capitán, así tardamos un par de minutos más en llegar al destino. Bueno, al destino de Asahi, más bien. Él se deshizo del cinturón de seguridad a toda velocidad, abrió la puerta del copiloto y, antes de salir correteando hacia la puerta de un viejo pero acogedor restaurante de soba, se giró para verme una vez más.

—Nos vemos, Hiroko. — me dijo, ocultando bajo su sonrisa una evidente vergüenza. Yo quería meter la cabeza en la tierra, como las avestruces, y no salir nunca más. Qué horror de viaje.

—¡Espera, espe- —no fui capaz de exclamar más. El golpe de la puerta del lado del copiloto cerrándose me dejó sin palabras. Asahi se marchó, dejándome sola con mi peor enemigo.

Suspiré, cansada, decepcionada y algo cabreada. Dejé caer mi cabeza y estiré mi cuello un par de segundos. Sólo podía escuchar el sonido del motor, rugiendo suavemente, y el de las miles de millones de gotas de lluvia que impactaban contra la carrocería. También escuché los golpes de la mano de Daichi sobre el volante. 

Tras lo que me pareció una eternidad, el policía carraspeó. Aquella vez no miró por el retrovisor, pero yo sí. —¿Dónde te llevo?

—Déjame salir. — ordené, quizá sonando más nerviosa de lo que estaba.

Daichi inspiró profundamente y después fue él quien suspiró. Se frotó las sienes con el índice y el pulgar. —Está lloviendo a cántaros-

—Me da igual. Abre el coche. Déjame salir. — repetí. 

—No voy a dejar que vayas caminando a cualquier sitio si no deja de llover. — insistió él, con un tono de voz mucho más firme. — ¿Te llevo a casa de tu abuela?

De repente, sentí un nudo en la garganta. Un nudo de los gordos, como los de una soga. Golpeé la puerta del lado izquierdo, histérica, sintiéndome encerrada en una situación que hasta me pareció planeada por los dos antiguos miembros del Karasuno aunque sabía de sobra que había sido pura casualidad. Las lágrimas se agolparon en mis ojos. No eran lágrimas de tristeza por todo lo que habíamos sido y podríamos haber llegado a ser, no era un lamento; era rabia. 

—Abre el coche ya. ¡Ábrelo! — chillé.

Yo nunca había actuado así. De hecho, nunca había llorado de rabia, ni siquiera cuando mis padres me dijeron que tenía que ir a un instituto distinto y dejar atrás a mis amigos. Pero me sentía fuera de mí. Era como si necesitara llorar, gritar, patalear... desquitarme. Era como si hubiera alcanzado una catarsis en el peor de los momentos. Obviamente, a Daichi le sorprendió. Él sólo me había visto llorar dos veces: viendo una película y cuando me dijo que lo mejor era que me olvidara de él, así que verme en la parte de atrás de su coche patrulla en esa tesitura le tuvo que resultar, cuanto menos, novedoso.

—¡Hiroko! — me gritó él. — ¡Para! ¡Vas a hacerte daño! 

Cuando noté que me ahogaba con mis propias lágrimas y que me costaba respirar, dejé de agitarme en el asiento y de golpear la puerta. —¡No quiero que me lleves a ningún lado! ¡Abre!

—Hiroko, — repitió él, con un tono más calmado y por fin dignándose a girarse hacia atrás. — cálmate. 

—¿¡Qué vas a hacer si no me calmo, eh!? ¿¡Detenerme!? — exclamé. 

Él me miró tan frío y con tanta seriedad que me atraganté con mi propia saliva. —Sí. — dijo. — Supongo que te dará igual dormir en comisaría. 

—Eres un desgraciado.— le dije, acercándome a él. Daichi soltó una risilla y se quedó en su asiento, mirando al frente, cruzado de brazos. Paró el motor y puso el freno de mano.

—Mi turno no termina hasta medianoche, así que puedes llorar todo lo que quieras. 

—¡Desgraciado! ¡Insensible! ¡Hipócrita! — empecé a chillar, derramando lágrimas de una forma tan dramática que quedaría de diez en una telenovela. —¡Te odio, te odio! ¿¡Por qué has tenido que venir tú, de todas las personas de esta puta prefectura!?

Continué llorando desconsoladamente, sollozando como una niña pequeña, con la cara hundida en mis manos. Lloré hasta que noté que toda la rabia que se había acumulado en mi cuerpo se había disipado, dejándome laxa y sin fuerzas. Dejé de respirar entrecortadamente y, por ende, dejé de llorar. Me hundí en el asiento. Mis ojos rojos se cruzaron con los de Daichi.

—¿Has terminado? —preguntó con un tono bastante más amable. No respondí. Me limité a cruzarme de brazos. —Me lo tomaré como un sí. — puso el motor en marcha de nuevo con un suspiro. — Te llevo a casa de tu abuela, ¿vale?

Me quedé en silencio unos minutos, pero luego fui incapaz de quedarme callada. —No. — dije, con firmeza. — Es tarde y estará dormida. No quiero asustarla.

—¿Entonces...?

Opté por decir la verdad. —A casa de la doctora Kotanegawa.

Vi cómo Daichi fruncía el ceño, extrañado. —Está bien. 

Condujo en silencio y despacio, evitando las enormes balsas de agua que se formaban en las estrechas carreteras de las calles del centro del pueblo. Poco a poco, nos fuimos alejando a una zona más oscura, llena de pendientes y maleza. Algunas casas salpicaban el paisaje que, de ser de día, sería completamente verde. Finalmente, llegamos hasta una zona bastante alta pero llana, donde una vieja casa de madera con aire de santuario se erguía entre árboles milenarios. Daichi detuvo el automóvil y yo me deslicé enseguida hacia la puerta del lado contrario, para salir cuanto antes, pero él se quedó quieto, como si estuviera buscando las palabras para decir algo. 

—Abre, por favor. — musité. 

—Hiroko. — el tono de su voz me hizo augurar lo peor: una charla de arrepentimiento. 

—¿Qué?

—Suga quiere hablar contigo. —dijo, tranquilo. — Así que, si puedes, ve a verle. Trabaja en el colegio de la comarca.

Apreté la mandíbula. —No, no voy a ir. — solté. — Y, ahora, ¿abres el puto coche de una vez?

Daichi Sawamura volvió a evitar girarse para no verme. Pude observar perfectamente que tenía la mirada fija en el horizonte, más allá de donde las luces del coche iluminaban. Era un poco doloroso verle así, pero me dije a mí misma que no mostraría ni un solo ápice de compasión. ¡Ni uno! 

—Él no te ha hecho nada-

—Sí, si lo hizo. 

Bueno, me equivoqué. Quizá Daichi no evitaba mucho girarse para verme... Lo hizo con tanta brusquedad que me asustó. Me quedé encogida junto a la puerta de la parte de atrás. El uniforme de policía y la escasa luz del coche le hacían ver de lo más intimidante, igual que cuando en los partidos de voleibol gritaba porque él y sus compañeros sólo estaban a un punto de ganar. 

—El único culpable soy yo, así que no lo pagues con el resto, ¿vale? — me dijo, aunque sorprendentemente sonó... tranquilo. Nada que ver con su apariencia. Cerró los ojos con fuerza y se frotó la cara. — Ah, lo siento. Siento haberte gritado antes. 

La que tendría que haberse disculpado era yo, pero no dije nada. Volví a agachar la cabeza. —¿Puedes...? — susurré, señalando la ventanilla.

—Prométeme que irás a hablar con Suga y el resto, ¿si? Está bastante preocupado desde el mes pasado... Y, si tienes una charla pendiente con él, arréglalo. — añadió, con un aire un tanto más imperativo. Se quitó el cinturón de seguridad, se puso su ridícula gorra de policía y, por fin, salió del coche. 

Seguía lloviendo a cántaros cuando Daichi abrió la puerta y me dejó salir tras una incómoda y larguísima travesía que me había dejado oliendo a vómito y con el cuello entumecido de lo tensa que viajé. Titubeé un par de segundos antes de salir del coche.

Hacía meses que no estaba tan cerca de Daichi, que sujetaba la puerta del coche. Fueron solo unos segundos, pero aún así me sentí... extraña. Como si de verdad le echara de menos, pero como si tampoco me arrepintiera de sus decisiones. Él mismo se encargó de tapar mi cabeza con sus manos, para evitar que yo me mojara mucho, y me acompañó dando un par de zancadas hasta el porche de la casa. 

—Gracias, — suspiré. — supongo. 

Daichi, empapado, hizo un gesto con la mano algo desganado, restándole importancia al hecho de que estaba a un par de centímetros de mí. Yo me alejé en cuanto me di cuenta. —No te preocupes... — se quedó un instante mirando al suelo, dubitativo.

—Bueno, — alargué el brazo para llamar al timbre de la casa. — cuídate, y esas cosas.

—Sí, lo mismo digo. — Daichi dio un par de pasos hacia atrás y bajó de la tarima cubierta por el porche de un salto, cayendo de pie al cuidado césped del jardín. A pesar de la lluvia, que no cesaba, se quedó ahí, parado, mirándome con ojos brillantes.

Me sentí incómoda. —¿Quieres decirme algo? 

—Eh, — pestañeó un par de veces. — quería preguntarte algo, si me dejas. 

—Sí. Por favor, te estás empapando. — le hice una seña para que volviera a subir a la tarima. No quería verle como un cachorrillo mojado. — Sube.

—¿Por qué vienes a ver a la doctora? 

Instintivamente, como si hubiera sentido un pinchazo, me llevé la mano al vientre. Ni siquiera me di cuenta, y al parecer, el gesto también pasó desapercibido para Daichi. —Es casi como de mi familia. Es una visita sin más.

Él asintió despacio. Unas voces en el interior de la casa nos sorprendieron, y al instante, la enorme puerta principal de madera se abrió, dejando que viéramos a un hombre con gafas, cabello negro y aire afable. 

—¡Sawamura! — exclamó. — ¿Qué haces aquí a estas horas y con esta lluvia? ¡Pasa, te estás calando! 

Daichi sonrió amablemente y agitó la cabeza. —No, no, es que he traído a... — me señaló. 

El hombre de gafas reparó en mí. Abrió los brazos de golpe y no se paró ni un solo segundo a pensar en el daño que podía hacerme al abrazarme con tanta fuerza. —¡Hiroko! ¡Cuánto tiempo y qué alegría! ¡Pasad, pasad los dos! 

—Yo me voy ya. — Daichi se despidió con una leve reverencia de lo más educada. — Pasen una buena noche. 

—Pero, Sawamura, ¿no quieres algo de té? 

El susodicho estaba solo a dos pasos del coche patrulla. —No, ¡gracias! ¡Buenas noches! 

Vimos en silencio cómo arrancaba y se marchaba, dejando sumida en la oscuridad la zona del jardín. Inspiré. 

—¿Habéis discutido? — preguntó el hombre.

Yo me reí. —Tío, rompimos este verano. 

—¿¡Qué!? —exclamó. —¿¡Quéeeeee!?

—¿Por qué gritas a estas horas, Hideo? — escuché una voz femenina, suave pero madura, bastante familiar, y unos pasos de alguien que se acercaba a nosotros. — ¿Y qué haces, con todo lo que está lloviendo?

La mujer de pelo brillante y negro que se plantó junto a mí me miró con la boca entreabierta, pero luego me golpeó con el dorso de la mano en la frente. 

—¡Ay! —  me quejé. 

—¿Qué haces tú aquí a estas horas y por qué no has avisado de que venías, Hiroko? — me dijo. Agarró con firmeza mi muñeca y tiró de mí para que entrara a la casa. Vi cómo también golpeaba a su marido. — ¿¡Y tú por qué finges que no sabes que la cría ha roto con su novio!? De verdad, qué poca discreción. ¡Hombres! — bufó. 


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SEEEEEEEEÑORAS (¿Y SEÑORES?) PARECE SER QUE NUESTRO QUERIDO CAPITÁN DEL KARASUNO  HA RESULTADO SER UNO DE LOS GANADOREEEEEEEEEEEEEES GOOOOOOOOOOL GOL GOL GOL GOL GOOOOOOOOOOOOOOOL DE DAICHI QUE SE HA LIGADO A HIROKOOOOOOOO!!!! MANOLO ESTO ESTÁ QUE ARDE!!!!!

perdón

Bueno venga prometo que a partir de ahora ya no sigo con el suspense......... pero y si hiroko fue novia de daichi porque tenía otra relación que ocultar??? Lo sabremos en próximos capitulos

Y AÚN no sabemos cuales son los otros dos posibles padres así que seguimos con las apuestas abiertas aquí van las mías

el universitario es ennoshita

el que está en la otra punta del mundo es tendo 

jeje


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