Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Señales

La carretera lucía sola a pesar de la hora de la mañana. La familia Darnell se había encaminado hacia la ciudad. Cada quién tenía diferentes actividades para ese día.

Alan, tenía una importante entrevista de trabajo programada, así que vestía su traje más formal. Valeria, debía hacer las compras y llevar a Susy a la terapia con Miriam, una psicóloga infantil.

Susy iba en el asiento de atrás en total silencio. De cuando en cuando asomaba la mirada hacia la carretera, la sostenía ahí un momento y luego la desviaba antes de cerrar los ojos y abrazar con más fuerza a su conejo.

Sus padres no lo sabían porque ella jamás se había atrevido a decirles, pero cada vez que conducían por la carretera, Susy prefería mantener la vista lejos de las ventanas.

Siempre que miraba a través de ellas, sin importar la hora del día, era capaz de ver a las personas que habían perecido ahí. Algunas de forma muy trágica.

No le gustaba viajar por la carretera y tener que observar a tantas personas en condiciones tan feas. Con marcas de neumáticos en el rostro y/o cuerpo. Bañados en sangre, con miradas que transmitían demasiado dolor, angustia y miedo.

A veces, las personas que veía tenían agujeros en alguna parte del cuerpo, como si alguien les hubiese disparado, o tenían golpes, amputaciones o los intestinos salidos...

No comprendía por qué ante sus ojos todas esas personas se mostraban, y por qué sus padres no eran capaces de verlos. Pero, sin importar los motivos, no le gustaba para nada, aunque su hermano mayor le hubiese dicho que aquello, era parte de lo que era.

Lo curioso de esa situación, era que no se escondía porque les tuviese miedo, sino porque le hacían sentir una tristeza tan grande, que su corazón dolía.

Susy se deshizo del cinturón de seguridad para acostarse en el asiento, de esa manera estaría muy lejos de las ventanas. Se mantuvo de aquella manera hasta que por fin llegaron a la ciudad.

Alan decidió dejarle las llaves del auto a Valeria, para que así, al salir de la terapia, pudieran regresarse a casa sin problemas. Él tomaría el autobús hasta el edificio donde sería su entrevista y después se las arreglaría para volver a casa.

Mientras Alan se encaminaba hacia la parada del autobús, Valeria y Susy entraron en un edificio muy alto, de más de 5 pisos.

El consultorio de Miriam se encontraba en el segundo piso, así que en lugar de llamar al elevador subieron por las escaleras.

La decoración de la planta baja era demasiado fea para Susy, con sus paredes grises y blancas, sillas nada divertidas y una apariencia que le provocaba sueño. En cambio, le encantaba el segundo piso, porque todas las paredes estaban pintadas de colores alegres, incluso todas las puertas que conducían a los diferentes consultorios, tenían marcos o dibujos de caricaturas.

¡Así debía ser! No como ese feo primer piso.

Mientras Susy se dedicaba a contemplar todos los dibujos, muñecos y adornos del lugar, su madre hablaba con una señora de cabello rubio sujetado en una cola de caballo, que estaba sentada en un escritorio.

La mujer usaba unas gafas pequeñas y de marco delgado; sus pestañas estaban rizadas y más negras de lo normal. Además, tenía los párpados maquillados con un suave color verde que combinaba bien con su ropa de oficina, y su labial rojo resaltaba sus labios carnosos.

Era una mujer muy amable que siempre procuraba tratarlas con respeto y dulzura, por lo que, tanto a Susy como a Valeria, les agradaba.

La secretaria dio luz verde a Valeria para que entrara con la doctora Miriam, así que, cuando Susy escuchó el llamado de su madre, corrió sin detenerse hasta la tercera puerta que tenía un marco de color violeta.

Ese era el consultorio de la doctora Miriam.

Valeria tocó a la puerta para pedir permiso de entrar, con Susy tomada de la mano y se detuvo ahí para esperarla. Cuando escucharon que les permitieron continuar ambas ingresaron.

El consultorio no era muy espacioso pero sí muy agradable. Estaba pintado de color violeta y blanco, con muchas flores en masetas fabricadas con llantas de camiones —pero pintadas con tonos alegres—, una mesita para niños con cuatro sillas a su alrededor y 5 cajas en el suelo con diferentes juguetes.

En el fondo, había un escritorio y una mujer sentada frente a él. Su cabello era corto y rubio, y sus ojos azules como el cielo se habían fijado en ellas dos en cuanto ingresaron a la habitación. A pesar de ser una mujer madura, lucía bastante atractiva.

Les sonrió con sus rojos labios mientras les indicaba con la mano que podían acercarse, para después dar un pequeño sorbo a su taza de café.

—Hola —saludó con dulzura, invitando a Valeria a sentarse en una de las sillas—. ¿Cómo han estado?

—Muy bien. Ya nos mudamos, y a Susy parece gustarle la nueva casa. —Valeria miró hacia la niña quien de inmediato asintió con euforia.

— ¿En serio, Susy? ¿Te gusta tu nueva casa?

— ¡SÍ! —gritó la pequeña con alegría.

—Eso me da mucho gusto, y me encantaría que me hablaras mucho sobre ella, pero primero necesito hablar con tu mamá —le dijo a Susy, quien de nuevo asintió con la cabeza y se dirigió de a brinquitos hasta las cajas con juguetes.

—Tenías razón, Miriam. El cambio no le afectó, al contrario, parece mucho más feliz. Como solía serlo antes. —Admitió Valeria con una sonrisa, recibiendo el mismo gesto de la psicóloga.

—Me alegra. Escucha, Valeria, Susy ha tenido un progreso enorme. La muerte de su hermano, la perdida de todo lo que tenían y el tiempo que estuvo en coma fueron sucesos demasiado fuertes para ella, pero de un modo u otro está en la mejor disposición por salir adelante y retomar su vida. No es algo común en un niño de su edad, pero Susy es una niña muy fuerte, así que estoy segura de que dentro de muy poco ya no necesitarán seguir viniendo. Al menos... no por ella. —La doctora se llevó las manos al mentón, y con la voz baja, como intentando que Susy no escuchara susurró—: ¿Cómo van las cosas con tu marido?

—Supongo que mejor. Hoy tiene una entrevista de trabajo —habló Valeria imitando el volumen de voz de la psicóloga mientras se acercaba a ella—, quiero creer que ésta vez sí lo va a intentar de verdad.

—Yo también lo espero. De cualquier forma, en la siguiente sesión me cuentas lo que ocurra con él. La niña no es la única que necesita atención, ya te lo he comentado. —Y así, con un asentimiento de cabeza por parte de Valeria, dio por saldada la conversación.

Le pidió a Valeria salir de la habitación y dejarla charlar a solas con Susy. La mujer caminó hacia la puerta y la cerró tras de sí. Se sentó en una de las sillas de la sala de espera, para después tomar una revista del montón.

No era una lectura de lo más interesante, pero por lo menos le servía de distracción. Valeria dio un vistazo rápido a su alrededor; la secretaria no estaba en su silla, pero cabía la posibilidad de que hubiese salido a comer. Volvió la vista hacia la revista con algo de aburrimiento y pasó la hoja.

De pronto, comenzó a soplar un viento frío dentro del edificio, seguido por unos ruiditos a sus espaldas, que gradualmente fueron aumentando de volumen. Valeria logró identificarlos después de unos segundos: rasguños.

En la pared en la que estaba recargada, se podía oír con claridad el sonido de uñas rascando madera.

Se puso de pie de golpe y clavó la mirada sobre la pared mientras el sonido aumentaba de volumen. ¿Cómo era posible aquello? El edificio estaba construido de ladrillo.

Se llevó la mano derecha a los labios y en un gesto de nerviosismo, se mordió el dedo índice.

La secretaria entró al corredor justo después de que el sonido desapareciera. Valeria se acercó a ella intentando disimular esa sensación que recorría por su cuerpo, y que por un momento estuvo segura de que era miedo.

—Disculpa ¿qué hay del otro lado de esa pared? —preguntó a la secretaria, señalándole la pared en la que hace unos momentos se había recargado.

—No hay nada del otro lado, señora Valeria —dijo formando una expresión confundida—, sólo la calle.

—Ah ¿sí? Ok... G-gracias.

— ¿Se siente bien?

—Sí, estoy bien. No pasa... nada.

Valeria se dio media vuelta y caminó de regreso hacia las sillas de la sala de espera. Se quedó de pie un momento con la vista fija sobre la pared, y con su mano izquierda, la acarició con lentitud.

De pronto hubo silencio. Un silencio lúgubre pero no natural, como si de pronto se hubiese vuelto sorda.

Por una fracción de segundo, también el tiempo se había detenido en su totalidad y el sonido de alguien rasguñando madera volvió a sus oídos. La risa de Susy resonó también mezclándose con aquellos rasguños, pero ésta vez la risa se convirtió, de tanto en tanto, en un grito de horror en la lejanía.

Apartó su mano con brusquedad al sentir como algo detrás de la pared había golpeado el mismo lugar en donde la palma de su mano reposaba.

El tiempo detenido y la sensación de sordera se volvieron desesperantes, mientras los gritos subían de volumen hasta volverse ensordecedores, así como lo hace el sonido de una motocicleta al acercarse.

Los huesos le comenzaron a calar por el frío que de pronto inundó el segundo piso, y sin previo aviso, un tirón en su mano derecha la hizo girarse de golpe estando a poco de gritar.

Susy la miraba confundida, al igual que la secretaria.

Valeria se limpió el sudor de la frente con el revés de una de sus manos, tomó a su hija y salió del lugar tan pronto como pudo.

Una vez afuera, se asomó con discreción hacia el edificio para observar con mayor detenimiento la zona en la que hace unos minutos había estado de pie.

La secretaria tenía razón, no había nada más que la calle. Y en un segundo piso ¿quién se subiría a rascar o golpear? «Fue una alucinación» pensó, eso debía ser. Quizá era el estrés por saber qué ocurriría con su marido y su empleo. O tal vez era cansancio.

Para la hora de la comida, Valeria y Susy habían vuelto a casa, estaba limpia, pero en la mesa podían verse los platos y vasos sucios que acababan de usar. Valeria se levantó de la mesa, tomó los platos para llevarlos hasta el fregadero mientras Susy se ofrecía a limpiarla con un trapo.

—Mami, ya terminé —le hizo saber con una sonrisa—. ¿Puedo jugar con Ana? —preguntó la pequeña.

Valeria enarcó una ceja y miró a su hija un tanto confundida pero sonriendo.

—Y ¿quién es Ana?

—Es mi nueva amiga. Jugué con ella el otro día. —Valeria guardó silencio, aún con la mirada puesta sobre su hija—. ¿Podemos jugar?

Los recuerdos del domingo llegaron a la mente de Valeria en un rayo. Susy había salido al parque con Alan y según él había jugado con varios niños, por lo que Ana debía ser una de ellos. Sonrió y asintió con la cabeza.

—Claro, cariño.

— ¡Iré a decirle! —Susy salió corriendo rumbo a su habitación para decirle a su amiga que podían jugar.

Momentos más tarde bajó, abrazando al Señor Bigotes como siempre, y sin ton ni son se dirigió hasta el patio.

En la cocina, que estaba frente al patio, Valeria había terminado de lavar los platos sucios, por lo que ya estaba guardando la comida en el refrigerador. Escuchó los pasos de su hija cerca de ella y con voz tierna le dijo:

—Oye, bebé ¿y tu amiguita a qué hora llega?

—Ya está aquí, mami —dijo mirando a su madre antes de voltear hacia el patio y señalar hacia un gran tronco ubicado en el centro del patio—. ¿Puedes verla?

Valeria dirigió la vista hacia el lugar señalado por su hija mientras ella salía al patio y caminaba hasta el tronco. Ahí, detrás del que alguna vez fue un árbol enorme, podía distinguirse a la perfección cómo un vestido blanco se ondeaba con el aire.

Susy se quedó de pie a un costado del tronco con la vista sobre alguien detrás de él, con una sonrisa amplia dibujada en su rostro mientras hablaba con ella, sin embargo, ninguna voz conseguía llegar a Valeria por la distancia.

Susy saludó a su madre y caminó hacia detrás del tronco, desapareciendo ambas de la vista de su madre.

La cabeza de Valeria se quedó por completo en blanco al presenciar aquello ¿en qué momento la niña había entrado en su casa? La puerta trasera estaba bien cerrada... ¿o no? Miró a su hija correr por el patio mientras buscaba un lugar para esconderse detrás de las macetas, o entre los arbustos. Al final, terminó en cuclillas detrás del arbusto más frondoso.

—Mami...

Se escuchó la voz susurrante de una niña en el segundo piso, seguida por el sonido de alguien corriendo en las escaleras y un portazo.

A Valeria se le fue el aire. El miedo se fue apoderando de su corazón a la par de que se giraba con lentitud e inseguridad hacia las escaleras.

Se apresuró a tomar el teléfono de pared para llamar a Alan, pero del auricular no se oía el más mínimo sonido, como si no funcionara en lo absoluto.

Sin más, los rasguños y risas que había escuchado en el edificio por la mañana volvieron a hacer vibrar sus tímpanos. Estaba segura de que todo provenía del segundo piso, lo que le provocó un nudo en el estómago.

Subió las escaleras con cautela sujetándose del barandal de éstas, con el cuerpo comenzando a temblarle. Cuando llegó hasta el segundo piso, se le heló la sangre al descubrir que los sonidos provenían de la habitación de Susy.

Abrió la puerta poco a poco, permitiendo así a la luz disipar la total oscuridad de la habitación. Todo estaba quieto y en completo silencio, el sonido había desaparecido apenas la puerta se abrió.

Entró con sigilo observando todo a su alrededor, procurando detectar hasta el más mínimo detalle.

Se detuvo en el umbral de la puerta y se llevó una mano hasta los labios para cubrir su boca. Sentado sobre la cama de Susy estaba el Señor Bigotes, con sus grandes ojos negros dirigidos hacia ella... mirándola.

Se acercó con pasos inseguros hasta la cama y extendió su mano para tomarlo, pero el Señor Bigotes se arrojó sobre el brazo de Valeria. Ella lo retiró con brusquedad emitiendo un grito de horror y el conejo cayó en el suelo, para después rodar bajo la cama.

Valeria se cubrió el rostro con ambas manos intentando contener las lágrimas de miedo que habían humedecido sus orbes cafés.

Contuvo la respiración luego de inhalar hondo con el afán de controlarse, después bajó sus temblorosas manos para agacharse y atreverse a mirar bajo la cama...

No había nada.

Escuchó el crujir de la puerta principal al abrirse y la voz de Alan llamarla, pero ella no podía responderle a causa del pánico que invadía su cuerpo. A duras penas había conseguido ponerse de pie.

— ¿Dónde está tu mamá, tesoro? —Fue la voz de Alan la que llegó primero a sus oídos, aunque con un bajo volumen, dada su posición.

—Creo que arriba, papi —respondió la voz de Susy.

Pasos en la escalera fue lo siguiente que se oyó hasta que Alan llegó al segundo piso. Cuál fue su sorpresa al encontrar a su esposa en estado de shock frente a la cama de su hija, con todo el cuerpo temblando, el rostro pálido y completamente inmóvil.

— ¿Amor? —la llamó con suavidad, pero su mujer no reaccionó, cosa que le preocupó sobre manera—. Valeria ¿estás bien? —le dijo mientras la sujetaba por los brazos para de inmediato abrazarla, comenzando ella a llorar en su pecho.

—Alan... —La voz de Valeria estaba atorada en su garganta, sonando así como un susurro débil—. Hay alguien en la casa...

— ¿Qué?

—Hay alguien en la casa... —Volvió a decir Valeria con la voz temblándole.

Alan abrazó con más fuerza a su esposa a modo de consuelo para hacerla sentir así protegida. Le dio un suave beso en la frente tras acariciar su espalda, dándose cuenta de que con ello, su llanto se controlaba un poco y parecía relajarse.

Mientras tanto, Susy estaba sentada en la sala con la mirada puesta hacia las escaleras, más específicamente, hacia su cuarto.

Susy agachó su cabeza, subió las piernas al sillón para abrazarlas y escondió el rostro entre sus rodillas. Negó con la cabeza antes de levantar la mirada hacia el frente, al hacerlo, sus ojos estaban eclipsados y con las pupilas dilatadas.

La expresión de Susy lucía en extremo seria. Dentro de sí no era capaz de sentir nada. Su piel se había vuelto fría como la de un cadáver, además de haberse tornado su piel pálida y arrugada.

Detrás de ella, con las manos puestas sobre sus hombros estaba Ana, con la piel brillante, clara, de apariencia incluso suave y rosada.

El ojo izquierdo de Susy empezó a girarse hacia atrás, reemplazando su iris por el color blanco y las propias venas del ojo.

Un espasmo muscular tan fuerte recorrió por todo su cuerpo que necesitó cerrar sus ojos y apretarlos tantos como pudo. Al abrirlos, estaba sola en la sala como si nada hubiese ocurrido.

Frente a ella estaba la televisión prendida en un volumen no muy alto y el Señor Conejo a su lado. Mirándola.

Susy fijó sus ojos en él tras formar una expresión de desagrado; se recorrió en el sillón hasta la esquina contraria como si quisiera alejarse del conejo lo más que pudiera. Mantuvo la vista en los negros ojos del conejo un momento, sosteniendo esa mirada de repulsión hacia él; hasta que, por fin, su gesto se suavizó.

No tenía razones para sentir miedo del Señor Bigotes, así que gateó por todo el largo del sillón para acercarse a él y abrazarlo.    

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro