Capítulo 10
— ¿Quién es Harold?
—Uno de nuestros supervivientes. Podemos hablar de ello por la mañana. Ahora mismo, creo que la mejor idea es descansar un poco. Ha sido un día muy largo...
—Sin ofender, pero este no es exactamente el lugar más seguro para estar ahora mismo.
—Tenemos una base instalada en el cuarto piso. Zero, podría...
—Este tiene una cara familiar.
Zero aparta uno de los cadáveres de la pila y todos lo reconocemos inmediatamente. Con un agujero de bala en la frente, Lena yace en el suelo, con los ojos cubiertos por una capa blanca y costrosa.
(Pobre Lena...)
—Ahora está en paz. Todos lo están.
—Fue muy amable conmigo. No la olvidare.
—Ah, Weber. Es bueno tenerte de vuelta.
— ¿Qué ha...?
Al ver a los recién llegados, Weber se esconde detrás de Glen.
—Son los supervivientes que hemos rescatados, Weber. No hay razón para tener miedo.
—Hola... ¡Encantado!
—Nos conocemos, ¿Verdad? ¿No acabamos de ver como matabas a todos estos zombis? ¿Qué está pasando aquí?
—Te lo explicaremos todo cuando volvamos al cuarto piso. Weber, Lucia, ¿Pueden asegurarse de que nuestros nuevos amigos descansan y comen algo?
—Claro, Sam. Sígannos al ascensor, por favor.
Más tarde, los ocho nos sentamos en la mesa central de nuestra base.
Una de las supervivientes de nuestro campamento original nos dice lo que piensa.
— ¿Están seguro de que estaríamos a salvo fuera? Aquí tenemos comida y armas... Creo que deberíamos quedarnos aquí hasta que nos rescaten.
—Creo que es hora de considerar la posibilidad de que no nos van a salvar nunca. Si realmente hay un puesto de avanzada del ejército cerca, entonces estaríamos mucho más seguros allí.
Uno de los supervivientes que acabamos de salvar abre la boca.
—Es cierto. Nos dirigíamos hacia allí, pero nos quedamos sin gasolina. Nuestra furgoneta está cerca. Los ocho cabemos.
—Somos once. Tenemos tres prisioneros. A menos que quieras dejarlos atrás.
— ¡No podemos hacer eso! ¡Somos mejores que eso!
—No estaba sugiriendo eso. Solo señalaba que es una opción. De cualquier manera, hay que tomar una decisión.
—Lucía tiene razón. Nunca consideraría dejar a esos tres a su suerte, incluso si eso es exactamente lo que trataron de hacer con nosotros. No.
—Incluso con los prisioneros, creo que podríamos caber. Tengo las llaves aquí mismo.
—Nos estamos adelantando. Tenemos que averiguar cómo conseguir gasolina. ¿Podríamos sacar algo de los coches aparcados en el garaje?
—Supongo que podría hacerse, pero el garaje es peligroso. Creo que tengo una idea, aunque algo arriesgada.
— ¿Qué quieres decir, Glen?
—Hay una gasolinera justo detrás de la esquina del aparcamiento donde dicen que su furgoneta esta aparcada.
Sam sacude la cabeza.
—Salir a la calle seria increíblemente peligroso, Glen. No podemos arriesgarnos.
—Dame algo de tiempo para trazar un plan. Puedo hacer que funcione.
—De acuerdo. Continuaremos esta discusión por la mañana.
Todos se levantan para irse, pero Sam continúa.
—Sé que están agotados, pero necesito que uno se quede y me ayude con la organización de los suministros. Lo haría todo yo mismo, pero me está empezando a doler la mano.
(Me he olvidado completamente de su herida. No puedo dejarlo trabajar solo mientras todos los demás tienen un descanso).
—Me quedare y te ayudare, Sam.
—Ah... Gracias por ofrecerte voluntaria, Lucia. ¡Nos vemos mañana, chicos!
Sam y yo vamos a la cocina del restaurante, donde hay una docena de bolsas grandes y vacías en el suelo.
— ¿Dónde has encontrado esto?
—Una tienda de equipo deportivos aquí mismo, en el cuarto piso. Estaba pensando que podríamos llenar la mitad de ellas con comida y guardar la otra mitad de armas y municiones.
—Buena idea. Ahora siéntate y dime donde está todo, para que pueda empezar a meter las cosas.
—Puedes meter las latas de comida si quieres. Yo me encargare de las armas.
—Ni se te ocurra. Todo eso es muy pesado.
— ¡Mi brazo puede soportarlo!
Se ríe.
—No te preocupes por mí, Lucía. En realidad no necesito ayuda, solo algo de compañía. No debería haberte molestado.
Suspiro, frustrada.
—A veces pienso que eres la persona más terca que conozco.
—Tomare eso como un cumplido.
—Supongo que sí. Por cierto, ¿Cómo está tu brazo? ¿Sigue sangrando?
—Ya se está curando.
—Déjame verlo.
Doy un paso adelante y pongo la mano en su antebrazo, pero él me detiene y levanta sus manos para acariciar mi cara, su voz reducida a un susurro.
—Te lo dije, está bien...
Se inclina hacia mi cara hasta que sus labios tocan los míos, dejándome con un toque de suavidad que nunca supe que ansiaba.
Mientras aparta su cara de la mía, levanto mis dedos hasta su camisa, acercándolo de nuevo.
Me pongo de puntillas y presiono mis labios contra los suyos, devolviéndole su amabilidad con pasión. No tarda mucho en igualarla.
—No tienes ni idea de cuánto tiempo he querido hacer eso.
Los latidos de mi corazón marchan al sonido de los tambores de guerra mientras reúno el coraje para pronunciar mi siguiente pensamiento.
—Oh, ¿En serio? Tal vez deberías hacerlo de nuevo, entonces.
Lo hace inmediatamente, sosteniéndome fuerte alrededor de mi cintura y levantándome hasta que mis pies ya no tocan el suelo.
Me pone sobre un mostrador, justo entre las latas de conservas y los cartuchos de escopeta.
(¡Es muy fuerte!)
—Estoy enamorado de ti, Lucía...
El tiempo se detiene mientras dice esas palabas entre besos, obligándome a alejarme de él y a recuperar el aliento.
(Debería haberlo previsto. La forma en que siempre habla de protegerme... No sabía que yo era tan especial para él. Oh, Sam...)
—No tienes una respuesta. Está bien... De todas formas, no es el momento adecuado.
—No tengo una repuesta para ti ahora mismo, Sam. Hemos pasado por mucho hoy y...
—Lo sé. ¿Quién iba a saber que los sentimientos eran tan complicados, verdad?
—Cierto...
Un silencio lleno de tensión, tanto excitante como triste, se crea entre nosotros mientras guardamos las provisiones.
Mas tarde esa noche, me despierto empapada de sudor, recordando vagamente una pesadilla.
(Necesitaba un poco de aire fresco, así que he venido al techo... Ni siquiera sé qué hora es).
— ¿Quién está ahí?
Reconozco su voz, pero no puedo ver quién es.
—Soy yo. ¿Qué hora es? ¿Por qué no estas dormido?
—Creo que son cerca de las dos de la mañana. No podía dormir, así que he venido a ver la luna.
Miro el cielo negro.
—Es una pena que este nublado esta noche...
— ¿Y qué hay de ti? ¿Por qué estás aquí?
—Por la misma razón, supongo. —Ya estás aquí... ¿Puedo pedirte un favor?
—Lo que necesites, Weber.
— ¿Podrías...? Me preguntaba si... ¿Podrías quizá... besarme?
— ¿Perdona?
—No puedo dejar de pensar en ello o tratar de recordar cómo fue. Pensé que tal vez... tal vez si te besara de nuevo, podría pasar página.
—Lo siento mucho, Weber. No creo que sea el momento adecuado para eso.
—Oh... lo entiendo. Qué vergüenza... ¡No debería haber dicho nada!
— ¡No pasa nada! No hay nada de lo que avergonzarse. Aunque deberías dormir un poco. Mañana seguramente saldremos de aquí. ¿No estas emocionado?
Weber murmura algo en voz baja.
— ¿Qué has dicho?
—Nada. Me quedare aquí un poco más, pero espero que duermas bien. ¡Hasta mañana!
—Gracias. ¡Hasta mañana!
Nos encontramos en el restaurante por la mañana. Los supervivientes están sonrientes y se nota que todos estamos esperanzados por lo de hoy.
—De acuerdo, lo primero de lo que quería informarles es que he hablado con Harold y con sus dos hombres. Todos han accedido a obedecer a cambio de sus vidas. Glen los está trayendo aquí. Hay algo que deben saber sobre Harold antes de que llegue. Apenas puedo creerme lo que voy a decir, pero cree que es un zombi.
—Pobre señor Harold...
—Que no te de lastima, Weber. Mató a nuestros amigos. No nos importa lo que le pase.
—Dejaremos que las autoridades competentes decidan qué hacer con él. Les pido discreción hasta que estemos a salvo.
Glen entra en el restaurante, seguido de Harold y dos de sus hombres, con las manos atadas delante de ellos.
—Aquí están. Sam les ha contado e plan, ¿No?
—No me ha dado tiempo de llegar a los detalles. Ahora que estas aquí, puedes explicarlo.
Glen se coloca junto a Sam y se apoya en la mesa mientras nos lo explica.
—Hemos descubierto una forma de llegar a la gasolinera a través del sistema de alcantarillado. Los planos del centro comercial muestran que hay un antiguo punto de acceso justo en nuestro sótano. Una vez que tengamos el combustible, el aparcamiento estará muy cerca. Nuestros nuevos amigos de aquí dicen que no había zombis allí cuando llegaron, pero debemos asumir que tendremos que luchar.
—Estúpidos... Este plan suyo no va a funcionar. Los míos lo mataran antes de que pongas un pie en las alcantarillas.
(Podría causar serios problemas si no conseguimos controlar su comportamiento. ¡Tenemos que tenerlo de nuestro lado!)
—No eres un zombi, Harold. Fue Glen quien te mordió, y solo para evitar que me mataras. ¡Fue un truco!
—No... ¡No estoy vivo! Un zombi cayó del techo y me mordió...
— ¡Te digo que no era un zombi!
—Estas ciega, mujer... Déjame morderte. Déjame demostrártelo.
(¡¿Por qué no me escucha?!)
—Me temo que no tiene remedio, Lucía. Tendremos que lidiar con esto por ahora.
—Tenía que intentarlo...
Miro a Glen, que asiente con la cabeza en señal de aprobación.
—Anoche preparamos todo lo necesario para llevar a cabo esta misión. Probablemente será la tarea más difícil que hemos enfrentado hasta ahora, pero también significa que terminara pronto. Preparémonos.
Media hora más tarde, descendemos a las alcantarillas desde el punto de entrada en el sótano que Glen había encontrado.
—Ugh... huele muy mal aquí.
— ¿Peor que arriba?
—Me he acostumbrado a eso, Zero. Por muy mal que suene... Creí que lo aguantarías con la emoción por matar zombis y todo eso.
—La emoción de la caza me excita. Ese momento en que sus músculos se mueven por última vez. No tengo interés en sus cuerpos podridos.
—Ah, así que no quieres pensar en las consecuencias de tus actos.
— ¿De dónde has sacado eso? Déjame recordarte que quería quemar las consecuencias de mis actos. Ustedes eran los que querían ignorarlos.
— ¿Y quemar el centro comercial en el proceso?
—Aprecio esta nueva versión habladora de Zero, pero no sería mala idea quedarse callados. Ya casi hemos llegado.
Zero no responde, sino que se mueve al final de la línea por el túnel de la alcantarilla.
(Sé que Sam tiene razón, pero es una pena. ¿Sera que por fin Zero se está abriendo a nosotros?)
Un par de minutos después, Sam apunta con su linterna y revela una tapa de alcantarilla.
—Ya estamos aquí. Iré primero. Contar hasta diez y síganme en silencio.
Sube a la tapa y la abre, dejando entrar un rayo de sol en el túnel.
Salimos de las alcantarillas en medio de una calle ancha y nos arrastramos hasta la gasolinera.
Sam nos organiza en dos equipos, uno que vierte la gasolina en bidones y otro que vigila.
—Deberías revisar la propia gasolinera. Tal vez haya alguien atrapado dentro.
—De acuerdo. Lleva a una persona contigo, y dividiremos al resto en dos grupos. Yo mismo llevare a uno hacia el aparcamiento mientras el otro termina de echar la gasolina.
—Zero puede ir con Glen. Yo quiero ir contigo.
—Está bien. Llevaremos a Harold y a los otros dos rebeldes con nosotros. Quiero vigilarlos. El resto de los supervivientes pueden quedarse aquí.
— ¿Seguro que nos quieres traer a los dueños de la mini-furgoneta?
—No, todavía no. Solo quiero evaluar la situación. Una vez que revisemos el estacionamiento, podemos traer a todos con nosotros.
—Claro. Adelante, entonces.
Mi corazón se hunde cuando llegamos al estacionamiento y veo que está lleno de zombis.
—Maldita sea... Esto va a ser más difícil de lo que pensábamos.
Demasiado concentrados en lo que está pasando delante de nosotros, no nos damos cuenta de que Harold ha cogido el arma de Sam y la ha disparado al cielo.
— ¡¿Qué estás haciendo, idiota?!
Sam le da un puñetazo a Harold en la cara y le quita en arma.
El resto de nosotros miramos con horror como cada par de ojos blancos como la leche se vuelve hacia nosotros.
— ¡Corran! ¡Corran!
Corremos hacia la alcantarilla, tratando de llamar la atención de todos gritando y agitando los brazos.
— ¡CORRAN! ¡Son demasiados! ¡Vuelve a la alcantarilla!
Uno por uno, entramos en la alcantarilla.
Cuando el último superviviente, uno de los hombres de Harold, empieza a descender...
Un brazo medio podrido le agarra el pelo y lo lleva hacia una boca abierta que le muerde la nariz.
— ¡Están en el túnel! ¡Oh, Dios!
— ¡De vuelta al centro comercial! ¡Corran!
Incapaz de apartar los ojos de esa visión, dos unos pasos hacia atrás, cuando de repente...
Mi pie cae a través de una grieta y se tuerce en un ángulo extraño. El dolor me recorre todo el cuerpo. Los ojos se me humedecen y aprieto los dientes, pero no puedo evitar gritar.
¡Los sueños de libertad de los supervivientes se han hecho añicos!
¿Podría Lucía volver a estar a salvo?
¿Qué le pasara a los supervivientes?
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