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Capitulo diecisiete




CASA MCKINNON, SAORI GRINDELWALD

NOVIEMBRE 1979



















Pocas veces en su vida, Kendra había sentido una especie de dolor como si fuera un mal presentimiento.

Se llevó la mano al pecho masajeando para ver si podía quitarse la sensación.

Lily entró a la cocina sobando su pequeño vientre.

— ¿Antojos? — preguntó Kendra al verla entrar.

— Por alguna razón tengo muchas ganas de chocolate — Lily río.

Hace unas semanas atrás, Lily Evans descubrió que estaba embarazada, una noticia que la puso muy feliz pero también asustó a su pareja. Remus temía que su hijo tuviera su misma condición de licántropo, fue Kendra quien le ayudó a entender que no sería una maldición, que cada hijo nace con una bendición en la vida, le mostró sus ojos informando que es una Maledictus y que cada día teme por que sea el último de su vida, pero aprende a vivir como si no hubiera un mañana.

Kendra se levantó de la silla para abrir el refrigerador y sacar el pastel de chocolate que Credence con ayuda de Lily habían horneado esa tarde.

— Aquí tienes.

— Muchas gracias — agradeció la pelirroja. — Haz estado muy seria desde el día que saliste, ¿todo bien?

Kendra casi escuché el licor que estaba bebiendo al escuchar a Lily. Ella sabía a qué día con exactitud se refería.

— No se de que me estás hablando, Lilliane — mintió.

— Oh vamos — insistió Evans. — Puedes mentirte todo lo que quieras, Kendra. Pero ambas sabemos que algo ocurre y que no es solo que llegarás empapada esa noche, algo traes en la cabeza y no son las ideas de la guerra, es una persona con nombre y apellido que usa gafas.

Kendra nunca había tenido una amiga, sin contar a Ariana y Saori, nunca tuvo amigas. Las chicas de su misma casa la molestaban por su condición, haciéndole burlas y bromas, Lily era lo más cercano que tenía a una amiga actualmente.

— Lily...

Guardó silencio al ver un patronus entrar en la cocina. El patronus de Alastor Moody.

— Los McKinnon han sido atacados, los McKinnon han sido atacados. Saori Grindelwald estaba con ellos.

Kendra se levantó de su silla casi corriendo, detrás de ella iba Lily quien gritaba el nombre de Remus.

— Ve con ella, ve con ella — rogó Lily al ver a Remus poniéndose el abrigo. — Iré con Dumbledore.

Remus salió del departamento, tuvo suerte de que Kendra aún no desapareciera y poder irse juntos, Kendra esperaba que su mal presentimiento solo fuera una broma.
















Cuando llego a la casa de los McKinnon, la casa estaba en llamas y la marca tenebrosa sobre la casa. Remus la sostuvo para que no cayera de rodillas.

— ¡Saori!

Sebastian había llegado gritando el nombre de su hermana, Kendra lo vio correr hacia las llamas de la casa. Se soltó del agarre de Remus para ir detrás de Sebastian.

James quien recién llegaba vio a Kendra correr hacia el fuego teniendo un dejavú en su cabeza, echó a correr detrás suyo.

Kendra detuvo a Sebastian quien la abrazó aferrándose a ella como si su propia vida dependiera de ello.

— ¿Dónde está? ¿Donde está Eros?

— ¡Tía Kenia! ¡Tío Seba! — la voz de un pequeño niño llegó a oídos de todos.

Kendra y Sebastian miraron detrás suyo encontrándose a Eros Grindelwald McKinnon.

El pequeño Eros corrió hacia sus tíos, Sebastian al verlo abrió sus brazos recibiéndolo con un fuerte abrazo, por un momento creyó que su sobrino estaba dentro de la casa McKinnon junto a sus madres.

Detrás de Eros, Kendra pudo divisar a una figura, de traba de Sirius, el pelinegro conectó su mirada con la de ella, negó repetidas veces con la cabeza dando a entender que no había salido nadie más.

— ¿Está todo bien tío? ¿Por qué lloras? — preguntó Eros al ver a Sebastian.

— Porque estoy feliz, mi conejito — le acarició la mejilla. — Me alegra verte.

Sebastian cargo a Eros alejándose de la casa McKinnon, supo que su hermana y su cuñada no salieron con vida al ver a Eros solo. Ellas jamás lo dejarían ir solo.



















El funeral de Saori Grindelwald y Marlene McKinnon se llevaría acabo al día siguiente, todos estaban listos, menos Sebastian.

— Seb — llamó Kendra al verlo.

— No — negó Sebastian. — Dile a James que si su hermana está aquí, yo no iré y Eros tampoco, me importa una mierda que haya sido amiga de Marlene, no quiero a Coraline en el funeral.

Kendra salió de la habitación de Sebastian dejándolo solo, la última vez que estuvo en Nurmengard fue en navidad de quinto año.

— Dice que si Coraline está en el funeral no irá y siendo sincera yo tampoco — hablo Kendra mirando a los presentes en la sala.

Sirius, James y Remus se miraron entre ellos, entendiendo los motivos de ambos por no querer a Coraline cerca.

— Pero Marlene fue amiga  de Coraline — intervino Peter Pettigrew. — Tiene derecho a asistir.

— Amiga o no, el funeral será en esta casa y no queremos a Coraline — se escuchó la voz de Ariana detrás de Kendra. — Si Coraline asistirá, busquen otro lugar, en esta casa no es bienvenida.

— Le informaré a mi hermana — hablo James mirando a Ariana. — Si esa es la condición de la familia, se hará como ellos lo digan.

— Bien o mal, los Grindelwald y los McKinnon eran familia y los miembros vivientes deciden los términos — Kendra habló mirándoles.

James se marchó para darle la noticia a su hermana, los demás prosiguieron con los preparativos. Ariana subió para ver a su hijo y sus sobrinos.

Dejaron a Sirius y Kendra solos, el Black se acercó a la de ojos verdes con cautela.

— ¿Cómo te sientes? — le pregunto Black al tenerla cerca.

— No es de mí este día, es Sebastian quien me necesita — respondió ella. — No me puedo romper ahora, Sirius.

— Ella también era tu hermana, Kendra — le recordó Sirius. — Ella también cuidó de ti, vio de ti, esta bien si lloras en este momento y más tarde no lo haces, pero si guardas todo ese dolor te va a explotar.

— Guardar más dolor —  repitió con ironía. — He vivido con dolor toda mi vida, un poco más no hará daño.

Sirius se acercó para abrazarla, Kendra lo recibió, hundiendo su cabeza en su pecho sintiendo el dolor de su corazón y sus músculos.














Al llegar la hora del funeral, la familia se reunió cerca del ataúd de Saori y Marlene. Eros se sostenía de las manos de su tío Sebastian y su madrina Kendra.

— Cariño, debes lanzar la flor — le murmuro Kendra.

Eros caminó junto a ellos para lanzar las flores blancas a sus madres.

— Mamás, los tíos cuidarán de mi — hablo Eros, aún era pequeño para entender del todo la muerte, pero aún así supo que ellas no regresarían. — Las quiero mucho.

Sebastian cargo a Eros mientras Kendra le daba la mano. Ambos habían perdido a un hermano, pero un pequeño niño perdió a dos madres. ¿Cuantas vidas más tendría que cobrar la guerra?




















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