Capitulo dieciseis
CALLEJÓN DIAGON
OCTUBRE 1979
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La muerte de Fleamont y Euphemia Potter a manos de los mortifagos había sido un punto débil en la Orden.
Kendra mantenía su mirada en la ventana observando cómo la lluvia caían golpeando el cristal.
— Kendra — la llamó Sebastian. — No es tu culpa.
Kendra cerró los ojos al escucharlo, le había estado repitiendo lo mismo desde aquel día en la casa de los Potter.
— Pero es mi culpa — se repitió.
Kendra no se culpaba por qué Coraline se lo gritara hasta que Sirius la sacó de la casa, sino por el grito de dolor de James al ver el cuerpo sin vida de sus padres, la forma en que les pedía que no se fueran, que no lo dejaran solo.
Sebastian dejó a Kendra sola sabiendo que ella necesitaba estar así. Kendra se meditó durante un largo rato, entendía lo que se sentía al perder a alguien que amas, perdió a Rivana Grindelwald quien la cuido como una madre, perdió a Klaus su hermano y su confidente el hombre que la protegía y cuidaba de su propio padre y perdió a su madre por segunda vez, la perdió al dar su vida por ella.
Una idea cruzo en su mente, se puso de pie para salir de la habitación en búsqueda de una sola persona, James Potter.
James se había mudado desde el día que sus padres murieron, no se atrevía a estar en esa casa sin la presencia de sus padres, se sentía vacío.
Escucho unos golpecillos en la puerta de su departamento.
— Identifíquese — ordenó.
— Kendra Salazar — respondió la chica del otro lado. — Tengo un tatuaje en el costado de una serpiente, tienes un tatuaje en uno de tus pectorales es un ciervo, tienes una cicatriz en tu glúteo izquierdo...
James abrió la puerta dejando pasar a Kendra, la chica no entró, se quedó afuera.
— Ve por tu abrigo — ordenó.
— No tengo ánimos de salir.
— No te estaba preguntando — demandó. — Ve por tu abrigo, necesito que me acompañes a una misión.
James rodó los ojos para ir en búsqueda de su abrigo, le agradaba estar con Kendra pero en ese momento no le agradaba estar con nadie, quería estar solo.
Kendra entró a una catedral, James frunció el ceño al verla.
— Nunca imagine que fueras creyente en algo — murmuró James mirando las figuras religiosas.
— No lo soy — respondió Kendra tomando un poco de agua de un cuenco y formando un Cruz en su frente. — Pero todos necesitamos creer en algo.
Siguió caminó hasta el altar, tomó una vela y la prendió con ayuda de un cerillo. Tomó otra y repitió la misma acción.
— Hago esto cada que extraño a mi hermano — hablo. — Enciendo una vela y habló con él, me gusta imaginar que me escucha. Desde que murió Jennifer enciendo una por ella que puedo. Puedes hacerlo por tus padres.
El azabache lo dudo un poco pero al final se acercó para encender una vela por su madre y otra por su padre. Tardó unos segundos en arrodillarse y llorar.
Kendra se agachó a su lado para abrazarlo, acariciandole la espalda.
— Sácalo todo, James — susurro Kendra. — El dolor demanda sentirse.
— Si hubiera hecho algo más...
Kendra lo obligó a mirarla, vio las lágrimas cayendo de sus mejillas. — Escúchame bien, no hay nada que tú no hubieras hecho que pudo cambiar lo sucedido, esto no es tu culpa, es de Voldemort y te prometo que haré lo que esté en mis manos para que ese desgraciado se arrepienta.
Tardaron una hora en salir de aquella catedral, caminaban por el callejón Diagon sin un rumbo específico. Con sus manos entrelazadas sin sentirse incómodos, de alguna forma se sentían el soporte del otro.
Kendra sabía que todos vivimos de diferentes maneras nuestro duelo, lo había visto de diferentes etapas a lo largo de su vida, si al menos tantas muertes le podían ayudar para apoyar al azabache a su lado, ella lo haría sin dudarlo.
Para su mala suerte la lluvia comenzó a caer sobre sus cabezas.
— Deberíamos ir al Caldero Chorreante — grito James.
Los dos apresuraron el paso para ir hasta el Caldero Chorreante sin dejar de soltarse las manos ni siquiera cuando Kendra estaba por resbalar debido a un charco, el azabache pidió dos tazas de té y una rebanada de pastel.
— También nos gustaría dos habitaciones...
— Una — le interrumpió Kendra. — Una habitación.
Subieron a la segunda planta para entrar en la habitación que pidieron, solo había una cama.
— Puedo dormir en el piso — insistió James.
— Ya dormiste conmigo una vez, no me molesta compartir la cama.
Kendra estaba por quitarse el vestido empapado debido al agua de afuera, pero se detuvo al ver el collar en su cuello.
— Cuando Klaus murió — James la miró al escucharla. — Yo me negaba a creer que fuera real, fue Sebastian quien me acompañó todo el tiempo y me ayudó a sobre llevar su muerte. Llevo una parte de mi hermano conmigo siempre — mostró su collar. — Tus padres te amaban y no te culparían de su muerte.
— Pero se siente como si fuera mi culpa — se sinceró James. Estar con Kendra le traía paz, le hacía sentir que con ella no debía esconderse como era. — Siento tanto odio, tantas ganas de venganza, Kendra.
— Entonces dámelo a mi — se acercó ella a él, poniendo sus manos en los hombros del contrario. — Dame todo tu odio, toda tu sed de venganza a mi, puedo sostenerlo, puedo soportarlo.
— Tal vez si hubiera sabido que era lo que querían...
— Me querían a mi — levantó su mentón. — Hay una profecía que habla de una chica de ojos de serpiente que será la derrota o la salvación en el mundo mágico — soltó un suspiro. — Esa chica soy yo, me querían a mi.
Ella cerró sus ojos sabiendo que no podía ocultarlo más, le oculto mucho a la Orden y por sus secretos dos personas inocentes habían muerto.
— Kendra...
Kendra cerró los ojos, soltando un suspiro sabiendo que era una decisión fija, al menos alguien más debía saber sus secretos.
Abrió sus ojos demostrando cómo cambiaban de color, sus ojos de serpiente.
— Soy una bestia, James, un monstruo — le miró Kendra. — Las bestias como yo no merecen un final feliz.
James acarició su mejilla, logrando que esa chispa de pólvora le incrementara el fuego dentro de su cuerpo, el simple tacto del azabache despertaba una y mil sensaciones en su cuerpo.
— No eres una bestia, Kendra — susurro James, sosteniéndola con un brazo por la cintura. — Eres una oruga que está en proceso de convertirse en una hermosa mariposa.
Los dos se miraron desde sus ojos hasta sus labios. James la apego a él haciendo que Kendra pasará sus brazos por su cuello, uniendo sus labios de manera eufórica.
En un beso ansioso y hambriento, la chica acariciaba la parte trasera de su cuello. James la alzó por los muslos para que abrazara sus piernas en su cintura.
A tropezones y con la necesidad de llevar el control de la situación se acercaron hasta la cama donde James la dejó caer de manera delicada como si se tratara de una pieza de porcelana que se fuera a caer.
Kendra estiró su cabeza dejando paso a los besos de James sobre esa zona, era su debilidad y los suspiros que salían de su boca le daba la confirmación al azabache.
Ella mordía su labio. James al verla se acercó para pesarla.
— No te contengas, Kendra.
— Los... los demás nos escucharán — susurro ella con dificultad.
Con un movimiento de su varita, James logró poner un hechizo para que no los escucharan.
Al ver la distracción del azabache Kendra se movió dejando a James abajo de ella. Fue dejando besos por la piel del azabache, deteniéndose a admirar el tatuaje de James tal y como él lo hizo con el suyo.
James se inclinó en búsqueda de los labios de Kendra, se estaban convirtiendo en una adición para él.
Una vez más Kendra sintió que los besos y las caricias de James eran capaces de traer el infierno a su cuerpo, mientras James sentía que era abrazado por un ángel.
Que el cielo arda en llamas y el infierno se rinda ante el frío.
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