Malditos Corruptos Asesinos - Capítulo 8
Todo comenzó cuando decidí enviar al multimedio un mensaje para José Pulicier.
"Sigo sus notas editoriales. Tengo información comprometedora de Ricardo Jaime. Si le interesa, envíeme al web mail que acabo de crear: [email protected], un número de móvil seguro al que pueda llamarlo. Ni bien lo reciba, inhabilitaré el web mail y lo llamaré desde un móvil prepago del que no pueda identificar su número, y para mayor seguridad, lo descartaré cuando terminemos de hablar".
—José Pulicier, gracias por interesarse. Disculpe tanto anonimato, pero es que tengo temor. ¿Puedo confiar en usted? ––. Se apresura a preguntar la Voz tímida y temblorosa.
—Usted ya confió en mí al enviarme el mensaje, y yo sin ni siquiera saber cómo se llama, le demostré que confío en usted al haberle dado mi número de contacto —argumenta José Pulicier intentando generar un clima propicio para que se calme y hable.
—Perdón, disculpe que no me haya presentado, pero por ahora prefiero no darle mi nombre —aclara la Voz.
—Si prefiere mantener el anonimato, perfecto, olvide el nombre y vaya al grano —propone José Pulicier, aceptando hablar con el desconocido con tal que le brinde la información.
—Puede que sepa algo que compromete a Ricardo Jaime —. La Voz parece perder elocuencia y dudar.
—Eso ya me lo dijo en su mensaje. Cuénteme en detalle...—exige José Pulicier y hace una pausa, presionando para que se explaye.
—No lo sé. Prefiero no ahondar por ahora —dice La Voz después de titubear por un momento.
—De acuerdo, escúcheme bien; entiendo y acepto que prefiera muchas cosas; pero yo prefiero no perder mi tiempo. Usted me ha llamado, ¿cierto? Entonces, ¿quiere darme la información o no? —. Desea saber José Pulicier.
—Seguro que quiero —afirma apresurada la Voz—, pero comprenda que estoy muy asustado y confundido...—. La Voz se toma su tiempo para disipar la niebla en la que está inmersa, y poner claridad y orden a lo que está dispuesta a revelarle.
—Bueno, si no va a decirme nada nuevo, cortaré esta comunicación —. Simulando estar enfadado, José Pulicier se juega a todo o nada.
—No, no lo haga, sigamos conversando —ruega la Voz.
—Entonces, ¡qué espera, cuénteme de una vez! —exige José Pulicier.
—De acuerdo, le daré algo de la información y después vemos como seguimos. Pero si noto algo raro, no le entregaré el resto y desapareceré —. Condiciona la Voz.
—Acepto las reglas. Soy todo oído, lo escucho —. Con suavidad y empatía lo incita José Pulicier a que hable, confiado en que ha destrabado la situación.
—Ahora no puedo, tengo prisa. Me comprometo a darle personalmente la información —explica y agrega la Voz con convicción, dando a entender que cumplirá.
—De acuerdo. ¿Cuándo y dónde? —pregunta resignado José Pulicier.
—Lo llamaré mañana y se lo diré —responde la Voz y corta la comunicación.
***
Estaba convencido de que me propondría que nos reunamos a solas, a una hora extraña, y en un lugar oscuro y disimulado; pero me equivoqué.
El barrio de La Boca es uno de los más coloridos de la Ciudad de Buenos Aires, con su particular arquitectura de casas antiguas multifamiliares; varias de las cuales tienen fachadas de chapa acanalada combinada con carpintería de madera enriquecida por molduras y balcones de hierro.
Aquí han nacido cantores, músicos, poetas y artistas plásticos; y sigue siendo una fuente de inspiración artística y cultural.
Transito las calles junto a gente que tiene otros motivos diferentes al mío, turistas y gran cantidad de personas con pasión futbolera que asisten al partido que se jugará en el estadio de Boca Juniors, uno de los más famosos del mundo. Mientras camino respiro fútbol, tango y arte.
Llego a un lugar con historia, el bar El Estaño 1880, café y restaurante del barrio de La Boca que se llama así por estar enraizado en la zona desde 1880, y porque a su salón lo preside un magnífico mostrador antiguo de estaño de 3,50 metros, tal vez el único de esas dimensiones que queda en Buenos Aires, y alrededor del cual gira una bella ambientación original con paredes revestidas con un importante mural, marquetería de madera tallada, objetos antiguos y vitrinas con colecciones de bebidas. Frecuentado por artistas y deportistas, en su salón se filmaron escenas de películas de cine, numerosas publicidades y tomas para series televisivas.
Antes de ingresar observo a través de los ventanales y veo que la barra y la totalidad de las mesas están ocupadas. Focalizo mi atención en la parte posterior del salón y veo a alguien que está solo y usa lentes gruesos ahumados que desentonan con la hora y el ambiente del lugar, quien lo viera, creería que es un desubicado o que está medio ciego, pero para mí es el dueño de La Voz.
Él me hace una señal, me dirijo a su mesa, y al llegar, me detengo y se hace un prolongado silencio. Estrechamos manos y con cortesía me invita a tomar asiento y me dejo caer en la silla. A su solicitud, yo también llevo puestas gafas de sol, y al igual que él, me las quito y nos estudiamos.
—Lo que tiene que contarme ha de ser importante —. Me adelanto a romper el hielo.
—Así lo creo, y me hará bien contárselo —. La Voz ya con cara se desahoga de forma distendida y amena, mientras le hacemos honor a la excelente comida que acompañamos con buen vino.
—¿Qué hará con esta información? —inquiere la Voz, ya avanzada la sobremesa.
—Antes de acusar de corruptos a Ricardo Jaime y a sus jefes, debo investigarla a fondo —. Si bien aparenta ser una fuente de información impecable, debo verificar con otras fuentes la veracidad de la información. —Créame, llevaré el asunto con suma delicadeza y me aseguraré que no corra ningún peligro. Mantengamos contacto de la manera segura que acordamos. ¿Algo más? —quiere saber José Pulicier.
—No por ahora. ¿Cuándo saldrá la nota editorial? —pregunta a último momento.
—Si sigue mis notas editoriales, se enterará.
—La esperaré ansioso. Será divertido ver qué ocurre.
—Yo sí tengo algo más. ¿Por qué hace todo esto? —. José Pulicier pregunta intrigado.
—No lo hago porque soy un férreo defensor de la ley, la moral y la ética; me mueve la envidia corrosiva y el deseo de venganza.
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